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Tec Review | Edición 41. ¿Por qué odiamos nuestro cuerpo?
¿Por qué odiamos nuestro cuerpo?
Nuestra sociedad ha perpetuado un ideal de belleza y segregado a las personas de talla grande, sobre todo a las mujeres. Debemos visibilizar esta problemática y normalizar la diversidad corporal.
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POR YOLANDA RUIZ ILUSTRACIONES FERNANDA OMS LETTERING DAVID LÓPEZ
Las personas de talla grande sufren en silencio. Están hartas de que las discriminen y estigmaticen. En ellas, las historias se repiten una y otra vez. “Soy mi peor enemiga. Toda mi vida ha girado en torno al peso”, asegura Mónica Rodríguez, quien ha sido corpulenta desde niña y ahora, a sus 51 años, se sigue odiando por no bajar. “Hoy sigo pensando que nadie puede desearme y sigo sin hacer lo que quiero. La gente me acepta más cuando pierdo algunos kilos”, confiesa.
Una de las consecuencias de este estigma es la discriminación laboral. Estudios muestran que estas personas tienen desventajas para encontrar trabajo, además de que ganan menos que los delgados. Esto sucede, sobre todo, con las mujeres.
Timothy Judge, de la Universidad de Florida, y Daniel Cable, de la London Business School, profundizaron en cómo afecta el peso a los sueldos. Según el informe “When It Comes to Pay, Do the Thing Win?”, lo que dice la báscula es un factor relevante. La conclusión fue que los hombres estadounidenses más delgados que el promedio tienen un salario anual más bajo que los de peso estándar. Ganan unos 7,000 dólares menos que sus colegas más gordos. En el caso de las mujeres estadounidenses, ocurre al contrario. Las delgadas ganan 14,000 dólares anuales más que las de talla grande.
Cansadas del odio sistemático y de los cánones que establecen un ideal de belleza casi inalcanzable, estas personas ahora alzan la voz y quieren poner límites. Tienen como aliados a psicólogos, académicos, firmas de moda y personajes públicos que buscan visibilizarlas con dignidad y respeto.
Health At Every Size (HAES) es un movimiento que gana cada vez más adeptos. Promueve una filosofía que se expande por Latinoamérica desde hace 10 años, aunque en países anglosajones y Europa existe desde la década de 1970. Magdalena Piñeyro, filósofa y maestra en Estudios de Género e Igualdad, abandera este enfoque que exhibe los efectos del odio a las personas gordas y denuncia un sistema que perpetúa su segregación.
Debemos vencer el rechazo y la violencia que sufre este grupo poblacional, promueve esta activista uruguaya. Se trata de una discriminación “cimentada sobre prejuicios respecto a los hábitos, costumbres y salud de las personas, que se nutren de la creencia de que el cuerpo gordo responde a una falta de voluntad o de autocuidado, de no hacer el esfuerzo suficiente para ser delgado, motivo por el cual merece ‘castigo’ o rechazo”, apunta en una guía sobre el tema, publicada por el Instituto Canario de Igualdad.
“No elegimos odiar a los gordos, crecimos odiándolos”, agrega la psicóloga intuitiva Yolocitláli Hernández, quien piensa que “lo importante es darles voz. Si queremos poner nuestro granito de arena, señala, una actitud clave es la deconstrucción personal, que inicia cuando nos exponemos a información variada sobre diversidad corporal, a ver cuerpos de distinto tamaño en redes sociales, bailando, jugando, besando, caminando, probándose ropa...
De hecho, la inclusión de cuerpos diferentes en espacios públicos es cada vez más constante. Hasta en las pasarelas. Un ejemplo es Victoria’s Secret que, en 2020, presentó a modelos plus size en su colección de lencería de primavera. También empresas de consumo de moda, como American Eagle, H&M y Nike, han incorporado en sus catálogos a modelos de talla grande. Rihanna ha hecho lo mismo con su marca Savage Fenty, que muestra a personas reales con ropa deportiva en sus casas o con poses sexies.
Adiós a los prejuicios
La gente con cuerpos grandes no debe ser consideradas como enfermas, porque ello “les atribuye un rasgo discapacitante”, afirma Ana Luisa González, coordinadora del Centro de Reconocimiento de la Dignidad Humana en el Tec. Para ella, debemos reconocer que las personas no tenemos una sola talla, una forma de ser, un color o un género, porque los estigmas hacen daño. Muchos corpulentos padecen efectos psicológicos por el odio social hacia ellos. Es cierto, como señala la Organización Mundial de la Salud, que hay una epidemia de obesidad mundial. Sin ir más lejos, México es el segundo país con más casos de adultos gordos y el primero en niños (75% es talla grande). El problema está en cómo el gobierno y los profesionales de la salud manejan la información.
Los expertos y activistas coinciden en no patologizar la gordura, ya que ello redunda en discriminación y odio. En otras palabras, desde que se le asocia con riesgos de salud, la sociedad y el gobierno utilizan ese argumento como permiso para juzgar y excluir a este sector poblacional.
La salud es un tema complejo y multifactorial. “Hay gente delgada con problemas de salud, muchas veces asociados a la obesidad –como la diabetes– y personas de peso elevado con buena salud, pero eso no elimina que haya factores de riesgo importantes relacionados con el sobrepeso y la obesidad”, añade Gustavo Merino, académico de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tec. Este experto considera, además, que no se puede afirmar que el exceso de peso sea una elección o que resulte solo de tomar malas decisiones, ya que hay muchos factores que inciden.
Las consecuencias de una vida rodeada de estigmas son profundas y dañinas. Pasa factura en la salud mental, porque las personas de talla grande son más proclives a la ansiedad y la depresión. La vida a base de dietas puede sumergirlas en un ciclo de atracones y sacrificios que las hace más propensas a trastornos de la conducta alimentaria.
Para Yolocitláli Hernández, la comida ha adquirido un valor moral que las perjudica. “Comer chía y sales del Himalaya no te hace mejor persona”, y subraya: “No se trata de dar permisos, sino de quitar el valor moral y conectar tu alimentación con tus necesidades físicas, emocionales y sociales”.
De hecho, las dietas no siempre mejoran la salud, sostiene Raquel Lobaton, quien se define como nutrióloga incluyente. “Está demostrado que no se puede perder peso y mantenerlo en el largo plazo. El 95% de las personas que baja de peso con una dieta lo recupera en cinco años y dos terceras partes termina subiendo más. Entonces, el peso no es una conducta, no es algo que podamos modificar a nuestro gusto”, sentencia.
Lobaton propone la alimentación intuitiva, de reconexión con el cuerpo. “Es salirse del mundo de las dietas y volver a comer, conectados con nuestras señales de hambre y saciedad, gustos y preferencias, confiando en nuestro organismo”.
Por eso, su consulta es distinta: “No hay dieta, no hay peso ni báscula, podemos hablar de cómo se siente la persona en relación con su cuerpo y su talla, pero no se toma ningún peso ni medición corporal”. Pertenece a HAES, que considera que todas las personas pueden mejorar su salud en cualquier tamaño de cuerpo. “Una persona no necesitaría bajar de peso o modificar su silueta para mejorar su salud. Si empieza a dormir mejor, a moverse más, a comer mejor (que no es comer menos), que atienda sus consultas médicas, que deje de fumar, va a mejorar su salud, aunque no baje de peso”, esgrime.
Así, el abanico de cuerpos es enorme y merecen respeto. Aún queda mucho por andar, pero, para Hernández, lo que está ocurriendo es un paso importante en este largo recorrido.