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Tec Review | Edición 41. Educación y Pandemia
Educación, superar los retos de la pandemia
El confinamiento dejó huellas imborrables en los estudiantes del mundo. Los efectos ahora plantean desafíos para repensar espacios académicos que les aseguren salud física y emocional, así como oportunidades económicas y laborales en su futuro.
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POR FABIOLA CHAMBI, ARTES ROBERTO H. ESTUDIO, ILUSTRACIONES 3D BAM STUDIO
La fórmula para Rosa ha sido leer y escribir sobre lo que la hace sentir mal... “En muchas ocasiones, llorar. He tratado de distraerme dibujando o viendo series. El Covid-19 me ha cambiado mucho, ni siquiera me reconozco a mí misma”. Esta adolescente guatemalteca de 14 años compartió su testimonio con U-Report, plataforma digital del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) que promueve la participación de la juventud en temas de inversión, calidad y acceso a servicios de salud mental en Latinoamérica. Sus palabras reflejan el sentir de miles de niños, adolescentes y jóvenes en América Latina.
La depresión, el estrés y la ansiedad han sido una constante en este grupo poblacional desde la primera etapa de la pandemia y también ahora que se ha recuperado la educación presencial. La transición no está siendo sencilla. “Lo que viven es, en parte, un miedo racional, pero también se empieza a convertir en algo irracional, una fobia que puede empezar a generar problemas en la vida cotidiana”, explica la colombiana Vanessa Rodríguez, psicóloga cognitivo-conductual.
Privados de la interacción social con el otro y expuestos a pasar el mayor tiempo posible ante la pantalla para recibir una educación en muchos casos improvisada, los estudiantes vieron afectado su aprendizaje académico por el cierre prolongado de las escuelas. A nivel global, en países de ingresos bajos y medianos, el Banco Mundial estima que 63 de cada 100 estudiantes sufren pobreza de aprendizajes por la pandemia. Sin embargo, aclara que la crisis ya se venía arrastrando desde antes, ya que en dichos países la tasa de pobreza de aprendizajes era de 53%.
De acuerdo con un monitoreo de Unicef en 200 países, cerca del 60% de niños, niñas y adolescentes que perdieron el año escolar completo debido a los confinamientos viven en América Latina y el Caribe. Y según la Encuesta para la Medición del Impacto Covid-19 en la Educación 2020, presentada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el 62% del total de mexicanos de entre tres y 29 años (33.6 millones) estuvo inscrito en el ciclo escolar 2019- 2020; de ahí, el 2.2% no lo concluyó, ya fuera por el virus o la falta de recursos.
Una vez superados los confinamientos masivos, con miedo e incertidumbre, pero también con mucha alegría no disimulada, niños, adolescentes y jóvenes se reencontraron en espacios que parecían haberse congelado en el tiempo. Los retornos han sido escalonados en la mayoría de los países latinoamericanos. Sin embargo, el cierre total o parcial de las escuelas seguía afectando a más de 635 millones de estudiantes en enero de 2022, de acuerdo con un informe de Unicef y, según el responsable de Educación, Robert Jenkins, “nos enfrentamos a una escala casi insuperable de pérdidas en la escolarización”.
Además de las afectaciones emocionales y en el aprendizaje, se reporta un aumento del abandono escolar, la caída de la matrícula y las dificultades en la transición de secundaria a preparatoria, e incluso de preescolar a primaria, considera Marco Fernández, experto en política educativa y profesor investigador de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tec de Monterrey. “Un 64% ha regresado a los planteles, pero de ese porcentaje no sabemos cuántos están yendo de manera diaria o escalonada”, dice.
En el informe “Acting Now to Protect the Human Capital of our Children”, el Banco Mundial advierte que la “pobreza de aprendizaje” al final de la educación primaria podría aumentar en más del 20% y dos de cada tres estudiantes de educación secundaria podrían caer por debajo de los niveles mínimos de rendimiento esperados”. Además, las pérdidas de aprendizaje serán sustancialmente mayores para aquellos estudiantes más desfavorecidos. carecen de servicios básicos, como luz; por eso era poco probable que contaran con internet para acceder a la educación virtual, sobre todo al inicio de la pandemia.
Imágenes de niños recorriendo grandes distancias para llegar a un punto de conexión o subiendo cerros para acceder a una señal fueron las noticias de color de los medios de la región, que destacaban el sacrificio de las familias a pesar de las adversidades. Sin embargo, estas postales solo reflejan cómo el Covid-19 profundizó las desigualdades que siempre han estado presentes.
El acceso digital condicionó el proceso de enseñanza-aprendizaje, no solo por la infraestructura y cobertura de internet, que es desigual y en muchos casos deficiente, sino también por los costos de los dispositivos móviles y el uso de los datos.
De acuerdo con el Banco Mundial, menos del 50% de la población de América Latina y el Caribe tiene conectividad de banda ancha fija y solo 9.9% cuenta con fibra de alta calidad en el hogar. Si bien el 87% de los habitantes de la región vive dentro del alcance de una señal de 4G, el uso y la penetración reales siguen siendo bajos (37%). Y solo cuatro de cada 10 latinoamericanos de zonas rurales tienen opciones de conectividad, en comparación con el 71% de la población de zonas urbanas.
En un hogar con cinco hijos y una computadora o un teléfono inteligente de gama media era prácticamente imposible que la educación virtual funcionara porque, además de esta limitación, está la poca alfabetización digital tan-to de estudiantes y padres como de profesores. “Se pasó bruscamente a un sistema virtual sin la capacitación docente necesaria y sin inversión en equipos tecnológicos”, explica la profesora argentina María Gorricho.
En este proceso, la televisión y la radio tomaron un protagonismo importante en mitigar la falta de acceso a internet. En México, las clases por televisión fueron una alternativa en los hogares más empobrecidos, a través del programa “Aprende en casa”, lanzado por el gobierno en abril de 2020. Sin embargo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) el 4.47% de la población mexicana aún no cuenta con televisor.
En Perú también se optó por esta alternativa, considerando la precariedad de su conectividad y alcance, pues según la Unión Internacional de Telecomunicaciones solamente el 29.8% de los hogares en esa nación tiene acceso a internet, uno de los porcentajes más bajos de la región. Aunque la situación es todavía peor en países como Cuba, con 28.2%; Paraguay, con 24.4%; El Salvador, con 17.1%, Bolivia, con 16.2%, y Haití, con únicamente el 7%.
Las circunstancias de la pandemia obligaron a tomar medidas contundentes que, según el director de la Fundación Internet Bolivia, Cristian León, no se asumieron por la mayoría de los gobiernos de la región, a diferencia de los países más desarrollados, donde se implementaron programas y políticas públicas más eficaces.
“El temor es que a mediano y largo plazos estas limitaciones tecnológicas puedan incidir de manera directa en el mercado laboral al que se van a tener que enfrentar las próximas generaciones y que estará fuertemente condicionado por competencias tecnológicas”, señala Claudio Rama, especialista en gestión y políticas de educación superior de América Latina y exdirector del Instituto Internacional de la Unesco para la Educación Superior en América Latina y el Caribe.
¿GENERACIÓN PERDIDA?
Un chat de WhatsApp convertido casi en un aula fue, para muchos, la única posibilidad de no perder su educación, pero los vacíos se sienten y se asoman, más los veredictos fatales que apuntan a efectos irreversibles.
Algunos creen que esta generación ya está perdida; sin embargo, requiere respuestas inmediatas y eficaces por parte de gobiernos, organizaciones y comunidades educativas. En Chile, por ejemplo, se han presentado 20 propuestas en el marco del plan “Juntos, Chile se recupera y aprende” para los próximos cuatro años. La idea surge de un proceso que el Ministerio de Educación inició en 2021 con una consulta ciudadana que obtuvo 14,000 respuestas.
Expertos coinciden en que es tiempo de abordar a profundidad los problemas educativos para pensar en una transformación con modelos acordes a esta nueva realidad. Pero, ¿cómo borrar las cicatrices de todo este tiempo y encaminar un mejor futuro?
Se deberían tomar medidas urgentes y revertir las políticas que generan desigualdades, insiste Human Right Watch en su informe “Years Don’t Wait for Them”. “El objetivo de los gobiernos no debe ser simplemente el regreso a la escuela. También deben asegurarse de que quienes no pudieron aprender al mismo ritmo que sus compañeros se pongan al día”, subraya el texto y recomienda ampliar la educación a los niños “persistentemente excluidos de la escolarización, incluso antes de la crisis”.
Dicha crisis representa una oportunidad para los sistemas que tengan la disposición de cambiar y transformarse, de centrar esfuerzos mucho más puntuales en las escuelas. “Hay una necesidad de que las entidades federativas asuman su mayoría de edad para poder implementar políticas educativas en sus entidades, porque si van a esperar a las directrices de los Estados vamos a estar realmente amolados”, explica Marco Fernández sobre la situación en México.
Aunque estos cambios no se produzcan con el mismo ritmo en todos los países, sobre todo por el nivel de rezago, cada uno puede construir oportunidades para reencaminar los procesos de enseñanza-aprendizaje que serán predominantemente híbridos.
“Descubrimos durante el confinamiento que los espacios para la reflexión y la discusión de nuevas formas de llevar a cabo el proceso de enseñanzaaprendizaje son esenciales para la búsqueda de soluciones ante graves retos como la pandemia. Estas prácticas deben fortalecerse con espacios institucionales y apoyo integral, poniendo al centro a estudiantes, profesores y equipo de apoyo”, dice Luis Omar Peña, líder de experimentación y medición de impacto del Instituto para el Futuro de la Educación, del Tec de Monterrey.
Es importante entender, como dice Mónica Morán, una joven de 18 años de Querétaro, que “las juventudes nos enfrentamos a la misma pandemia, pero vivimos diferentes contextos y gozamos de distintos privilegios”. Ella compartió su experiencia con la iniciativa U-Report y, a pesar de los elementos negativos, destacó que el confinamiento también le dio oportunidades que no había explorado, como descubrir espacios en su casa que no había disfrutado antes porque pasaba muy poco tiempo ahí.
Además de los efectos en su salud mental, los estudiantes también viven las pérdidas familiares y laborales que se han dado en los hogares y que condicionan el desarrollo social de esta generación. “Los riesgos de salud emocional han sido altos y no se están haciendo los esfuerzos suficientes, ni siquiera se está pensando en la recuperación de ese bienestar y los aprendizajes que han sido gravemente afectados”, añade la psicóloga Vanessa Rodríguez.
Para afrontar este problema que cada día afecta a más alumnos de la región, es preciso una mayor inversión y romper los estigmas que impiden tratar de manera más abierta aspectos psicológicos, corporales y emocionales. Se debe encarar un nuevo proceso que deberá responder a las experiencias aprendidas durante el confinamiento y también a una situación arrastrada desde hace mucho tiempo.
En México, la educación “está muy abandonada, tirada a su suerte, y eso merma en el desarrollo académico desde el kínder hasta los niveles universitarios. Queremos ser competentes, pero todavía es difícil porque no hay una política gubernamental que atienda eso”, dice Yael Martínez, integrante de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios Rafael Ramírez (FNERRR). Mexicanos Primero encontró que el 75% de los alumnos que egresaron del ciclo 2020-2021 no era capaz de comprender un texto acorde con su grado escolar.
Todavía no hay datos específicos que ayuden a entender la magnitud de las secuelas psicosociales, físicas y nutricinales más allá del aprendizaje; aun así el desafío es acelerar la recuperación e intentar revertir el rezago escolar. Pero esto, como explica Luis Omar Peña, del Tec de Monterrey, exigirá “prácticas de