Desplazados tutsis en un campo de refugiados en Ruanda, en 1994. En el genocidio de ese año, fueron asesinadas unas 800 mil personas.
GENOCIDIO E N R UA N D A
EL SILENCIO CÓMPLICE DE NICOLAS SARKOZY POR TÉMORIS GRECKO DESDE KIGALI, RUANDA
n nombre del pueblo de Francia, presento mis respetos a las víctimas del genocidio contra los tutsis. La humanidad preservará para siempre la memoria de estas víctimas y su sufrimiento”. Como todos los mandatarios que recorren el Memorial del Genocidio ubicado en Kigali, la capital de Ruanda, el presidente francés Nicolas Sarkozy dejó una nota emotiva en el libro de visitas el 25 de febrero pasado. Éste era un momento de especial importancia, sin embargo. Se trataba de la primera vez que un gobernante galo visitaba Kigali después de la matanza de 800 mil tutsis y hutus moderados en 1994. Uno de los anfitriones de Sarkozy, la ministra ruandesa de Asuntos Exteriores, Louise Mushikiwabo, celebró el encuentro: “Para nosotros no hay duda de que se trata de una reconciliación.” Era la posición oficial de su país. Pero no todos estaban de acuerdo. Su otro acompañante, el ministro ruandés de Juventud, Cultura y Deportes, Joseph Habineza, dijo a la prensa: “Si [Sarkozy] pidiera perdón, sería mucho mejor.” Durante 16 años, Francia se ha negado a admitir que otorgó entrenamiento, armas, dinero y cobertura diplomática a los genocidaires (“genocidas”, la palabra francesa que se usa para nombrar a los hutus asesinos) y que, cuando éstos fueron derrotados militarmente, les abrió una vía de escape hacia el vecino Congo. Varias investigaciones periodísticas y oficiales lo han demostrado, e incluso hay testimonios de que soldados franceses abrieron fuego en apoyo de los hutus. Sarkozy debe “llamar las cosas por su nombre y reconocer el rol de Francia en el genocidio”, exige Theodore Simburudali, director de Ibuka, la asociación de sobrevivientes del genocidio. El presidente francés admitió que hubo “errores de evaluación” —“una ceguera”— que permitieron esta tragedia, pero diluyó la responsabilidad de Francia al referirse en general a “la comunidad internacional” como la que se equivocó. Antes que él, líderes en ejercicio como el ex presidente de Estados Unidos (eu) Bill Clinton, el ex secretario general de la onu Kofi Annan y el ex primer ministro belga Guy Verhofstadt, pidieron perdón solemnemente. En cambio, Sarkozy mostró su talento para poner la cara dura cuando el guía que lo condujo por el memorial le sugirió públicamente que se disculpara, y cuando en una conferencia de prensa los periodistas le preguntaron por qué no lo hacía: “No vinimos aquí a divertirnos ni a jugar con las palabras”, evadió. Sarkozy está a la defensiva, y no por los cuestionamientos de víctimas y reporteros. Desde la Segunda Guerra Mundial, Francia ha ido perdiendo presencia en África y resiente la competencia de Gran Bretaña y eu. Un aspecto poco conocido del genocidio en Ruanda es que ocurrió en el marco de una disputa entre estos poderes por conservar (en el caso francés) o adquirir (por parte de los anglosajones) influencia en este país, que tiene una posición estratégica en África Central. La derrota hutu fue también la de Francia, y la victoria tutsi, la de Londres y Washington. El líder tutsi y presidente ruandés desde 1994, Paul Kagame, ha ordenado reemplazar el uso del francés (que coexiste con el idioma local kinyarwanda) por el del inglés y, a partir del siguiente curso escolar, todas las clases se impartirán en esta última lengua. Más aún, desde noviembre de 2009, Ruanda es el único país todavía francófono que es miembro de la Comunidad Británica de Naciones, que agrupa a las ex colonias inglesas. Y por si fuera poco, las empresas chinas compiten con las francesas por la explotación de los recursos naturales de África. Sarkozy está dispuesto a hacer casi todo por recuperar la iniciativa. Pero pedir perdón parece demasiado. foto: afp
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Miembros del Movimiento Panafricano se manifiestan en Kampala, Uganda, para pedir que se investigue a Francia por el genocidio de Ruanda.
Uno de los campos para refugiados tutsis que fueron abiertos en 1994.
¿La Suiza de África? Ruanda es un país minúsculo y sobrepoblado (diez millones de habitantes en 26 mil km2). Hay mucha gente que, cuando escucha hablar de él, piensa en el genocidio como si estuviera ocurriendo ahora. Yo me sorprendí desde que llegué: los guardias aduanales revisaron el equipaje de los pasajeros del autobús, en busca no de drogas ni de armas, sino de bolsas de plástico. Están prohibidas a causa de la contaminación que producen, y sólo se usan las de papel. Es una manera de enfatizar el compromiso con la reconstrucción: el presidente Kagame quiere convertir a Ruanda en la “Suiza de África”, un oasis en una de las regiones del mundo más violentas, donde las empresas extranjeras puedan establecerse y operar. Lo llaman el país de las mil colinas porque apenas hay terrenos llanos, y esto lo hace muy bello. Predominan los colores verde intenso de la vegetación y rojo de la tierra y de los techos de las casitas. En esa mañana en que llegué desde Uganda, la neblina se estaba levantando para dejar ver los cerros salpicados de chozas, las suaves pendientes y las cumbres como si fueran un difuso tablero de ajedrez: donde la tierra estaba lista para sembrar, cuadros rojos; donde los cultivos crecían, cuadros verdes. En comparación con el caos de Kampala (Uganda) y la locura de Goma (República Democrática del Congo), Kigali parece la más europea de las ciudades africanas o, ya encarrerados, la más africana de las ciudades europeas. Asentada sobre colinas, no hay un papel tirado en las calles ni un puestucho de comida, todo está bien pavimentado, uno camina en la noche sin sentirse en peligro, el tráfico se mueve ordenadamente y se diría que todo es armonía. Al ver este panorama, resulta difícil creer que hace unos años en cada esquina había bloqueos de milicianos hutus que asesinaban brutalmente a los tutsis. Fui a beber una cerveza en el Hôtel des Mille Collines (el de la película Hotel Rwanda), donde un heroico gerente protegió a decenas de personas aterrorizadas a quienes los milicianos hutus querían destazar. Era un día azul y huéspedes y visitantes jugaban en la piscina.
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Sarkozy debe llamar las cosas por su nombre y reconocer el rol de Francia en el genocidio”, exige Theodore Simburudali. Esa misma tarde, una bella joven se quedó sin habla. Me había preguntado sobre mis viajes anteriores y de alguna forma le mencioné la cicatriz de diez centímetros que tengo en el vientre. Quiso verla, me desabotoné la camisa y ella entró en pánico. Le pedí que me explicara qué le sucedía pero estaba trabada, no podía articular. Lo único que logró hacer fue tomar su teléfono móvil y teclear cuatro dígitos. Me mostró la pantalla: “1994.” El gobierno de Kagame decretó el fin de las distinciones étnicas. Las palabras “tutsi” y “hutu” desaparecieron de los documentos de identidad. Hoy, dice el presidente (en inglés), no hay más que ruandeses. Hablar con la gente sobre el pasado es muy difícil no sólo por el trauma, sino porque preguntarle a alguien si es hutu o tutsi es tabú. ¿Cómo saber quién estaba del lado de las víctimas y quién del lado de los verdugos? fotos: afp
Izquierda: Sarkozy durante su visita al Memorial del Genocidio. Abajo: El cuartel donde los cascos azules belgas de la onu fueron masacrados en 1994.
A la mañana siguiente, un hombre educado y con excelente inglés se sentó a desayunar conmigo en el restaurante de mi hostal. “¿Sabes lo que es estar en medio de una guerra en la que no entiendes lo que sucede?”, dijo. “Imagina que tienes muchas preguntas y buscas respuestas en los ojos de los demás. Ellos te miran y crees que te están dando pistas, tú actúas en consecuencia y después descubres que no, nadie te estaba explicando nada”. El comentario era críptico y yo no sabía cómo profundizar sin hacer preguntas brutales. Cometí un error al calcular su edad en 28 años. “Pero tú debes haber sido muy chico en 1994, tendrías 11 o 12 años”, le dije. “Tengo 37”, corrigió. La edad de muchos de los milicianos de Interahamwe. Pudo haber sido uno de los perseguidos... o de los perseguidores. Mi deseo de preguntarle no logró abrir mi boca. Él tenía los ojos clavados en los míos, sus pupilas eran un pozo de significados que yo no podía adivinar. En el fondo había sangre.
Cien días de locura La división étnica entre hutus y tutsis es un invento trágico de los belgas. Ruanda fue colonizada por los alemanes a fines del siglo xix y, tras la derrota del Reich en la Primera Guerra Mundial, entregada a Bélgica para su explotación. Estaba habitada por un solo pueblo, que hablaba una sola lengua y tenía una sola cultura. Había diferencias de clase, sin embargo: la gente acomodada era llamada tutsi y los demás, hutus. Un hutu que acumulara riqueza pasaba a ser tutsi, y lo mismo ocurría en sentido inverso. En los años 30, mientras los nazis establecían perfiles raciales en Europa, los belgas hicieron lo mismo en Ruanda, Burundi y Congo: primero impusieron que todo aquel que tenía diez cabezas de ganado o más, pertenecía a la “tribu” tutsi, y los que tenían menos, a la hutu. Ya nadie podría cambiarse de “etnia”. Y pusieron en marcha un proyecto para demostrar que había diferencias físicas entre ambos grupos: midieron cráneos, narices y estaturas, tal como hacían los nazis con arios y judíos. Divide y vencerás. Al congelar la división entre hutus (85 por ciento de la población) y tutsis (14 por ciento), los belgas cancelaron las posibilidades de ascenso social y económico de los primeros y garantizaron la primacía de los segundos, con quienes establecieron una alianza para mantener el control del país. Esto provocó un enorme resentimiento entre los hutus. Algunos tutsis tuvieron la oportunidad de educarse en Europa y se expusieron a las ideas anticolonialistas e independentistas de la época, que llevaron al desmantelamiento de los imperios francés y británico, en los años 50 y 60. f o t o s : a p , a f p y l a t i n s t o c k /c o r b i s
François Mitterrand durante un encuentro con Juvénal Habyarimana, el presidente hutu asesinado.
En 1956, el mwami (rey) Rudahiwga, un tutsi que era el “soberano” de Ruanda (aunque la autoridad real era de los belgas), pidió la independencia. Para acabar con la rabia, la potencia colonial decidió deshacerse del perro: desplazó a los tutsis del poder y se alió con los hutus. Una “revolución hutu”, en 1959, provocó un primer genocidio de entre 20 mil y 100 mil tutsis. Otros 150 mil tutsis tuvieron que escapar a los países vecinos, especialmente Uganda. Cuando Bélgica por fin concedió la independencia en 1962, entregó el poder al hutu Grégoire Kayibanda quien, como presidente, impuso leyes que limitaban las posibilidades de trabajo y educación de los tutsis. Los conflictos continuaron por décadas hasta que, en 1990, Paul Kagame y sus guerrilleros tutsis del Frente Patriótico Ruandés (fpr) invadieron el país desde Uganda. El presidente ruandés desde 1973, el general hutu Juvénal Habyarimana, obtuvo el apoyo de tropas de Francia, Bélgica y el Congo para detener la ofensiva. Con esta ayuda externa, los soldados y las milicias hutus pudieron lanzar ataques contra civiles tutsis y contra hutus moderados, que dejaron decenas de miles de personas asesinadas con machetes, garrotes o piedras. Una nueva ola de 250 mil refugiados escapó a países vecinos. El Consejo de Seguridad de la onu estableció una Mision de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (unamir) para tratar de mantener la paz.
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Hubo un serio error de juicio cuando no pudimos anticipar las dimensiones genocidas del gobierno hutu de Ruanda”, declaró el presidente francés a la prensa. Uganda, un país que fue colonia británica, ayudó a reorganizar y reequipar al fpr. El gobierno hutu de Ruanda acusó a Washington y Londres de financiar esta operación. El fpr volvió a atacar en 1993, llegó a 25 kilómetros de la capital y puso a Habyarimana contra las cuerdas. La onu promovió un alto al fuego y negociaciones que pronto se estancaron. Cuando reiniciaron los combates, Francia envió tropas con el propósito de “proteger a los ciudadanos extranjeros”. El fpr denunció, sin embargo, que los franceses les estaban dando entrenamiento y armas al ejército ruandés y a Interahamwe (“los que matan juntos”, la milicia hutu). Las cosas iban mal para Habyarimana, quien tuvo que proponer la reapertura de las negociaciones para compartir el poder. El 6 de abril de 1994, el avión en el que viajaba con su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, fue derribado por un misil tierra-aire cuando aterrizaba en el aeropuerto de Kigali. Los hutus acusaron al fpr de haberlo hecho. La postura de Kagame, reforzada por una investigación oficial presentada en 2008, es que los extremistas hutus mataron a Habyarimana para tener un pretexto con el que lanzar una ofensiva general contra la población civil tutsi. Los genocidaires (que desde la Radio TV Libre des Mille Collines hacían llamados violentos a matar tutsis, a quienes llamaban “cucarachas”) no tardaron en atacar. El coronel Théoneste Bagosora, uno de los autores intelectuales del genocidio, ordenó el asesinato de la primera ministra Agathe Uwilingiyimana, una hutu “moderada” que prefería un acuerdo pacífico, y el de diez soldados belgas de la misión de paz de la onu. Bagasora logró así que Bélgica retirara su contingente militar y debilitara a los cascos azules de unamir.
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Escuadrones de la muerte del ejército y de Interahamwe recorrieron ciudades y aldeas en busca de tutsis y de los hutus que no se sumaran a la persecución. Las calles de Kigali se atascaron de cadáveres mutilados que se pudrían ahí mismo. Miles de personas que buscaron refugio en iglesias católicas fueron entregadas por los curas y las monjas. Varios templos fueron quemados o derribados con los fieles dentro de ellos. Según el periodista estadounidense Philip Gourevitch, autor del libro Queremos informarle que mañana seremos asesinados con nuestras familias: Historias de Ruanda, “Los muertos se acumularon a un ritmo casi tres veces más veloz que el de judíos muertos durante el Holocausto. Se trata de los asesinatos en masa más eficientes desde las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki”. Fueron 100 días de una locura sangrienta con saldo de entre 800 mil y un millón de víctimas (30 mil niños y niñas entre ellos), hasta la victoria militar del fpr.
Sin mea culpa En el Memorial del Genocidio se expresa el enorme resentimiento que los ruandeses guardan hacia el mundo por dejar que esta tragedia ocurriera. El teniente general Roméo Dallaire, comandante de la unamir, pidió refuerzos con los que pensaba que podría detener las matanzas e imponer el orden, pero el enfrentamiento de las potencias en el Consejo de Seguridad de la onu retardó la toma de una decisión durante meses y cuando finalmente aprobó el envío de más cascos azules, en julio de 1994, los extremistas hutus ya habían sido derrotados. En los muros donde se explica con detalle —a través de textos, grabaciones, fotografías y videos— cómo fue que esto sucedió, se da cuenta de los mea culpa de Clinton y Annan.
Esto fue lo que le brindó la coartada a Sarkozy para disimular la responsabilidad francesa. Al conducirlo por el museo, el guía lo llevó frente a una foto donde su antecesor, François Mitterrand, y Habyarimana aparecen juntos. En el audio correspondiente, una voz afirma (en inglés): “Los franceses estuvieron involucrados de muchas maneras en el entrenamiento del ejército ruandés y la milicia Interahamwe.” Sarkozy escuchó y siguió adelante sin hacer un gesto. Pasó de largo una foto de un soldado blanco que detiene a un africano. Según el texto explicativo, es un militar francés que ayuda a los hutus a identificar y separar a los tutsis para su ejecución. Al llegar frente a una imagen de Annan, el guía señaló la foto, miró al francés y dijo: “Él... él pidió perdón.” Ni una reacción. La comitiva continuó, salió del museo y llegó a las fosas comunes donde yacen alrededor de 250 mil víctimas del genocidio. Sarkozy guardó un minuto de silencio y depositó una ofrenda floral. “Hubo un serio error de juicio, una especie de ceguera, cuando no pudimos anticipar las dimensiones genocidas del gobierno [hutu de Ruanda]”, declaró Sarkozy a la prensa. “Aquí se cometieron errores de evaluación y errores políticos, y ello condujo a consecuencias absolutamente trágicas”. Entonces, los franceses no “anticiparon” lo que ya se sabía que estaba ocurriendo: los hechos de 1994 fueron la continuación de una operación de limpieza étnica que estaba en marcha desde 1959, y que registró masacres de tutsis en 1991, 1992 y 1993. La pregunta es: ¿A quiénes se refería Sarkozy cuando dijo “no pudimos”? ¿Al gobierno francés, a los europeos, al Consejo de Seguridad de la onu? Otros fragmentos de sus declaraciones despejan la incógnita: “Lo que ocurrió aquí es inaceptable y fuerza a la comunidad internacional, Francia incluida, a reflexionar sobre los errores que evitaron que anticipara y detuviera este crimen terrible.” En otras palabras, Francia tiene responsabilidad general como parte de la comunidad internacional, pero no hay admisión alguna de su papel individual. En su columna en el diario británico The Daily Telegraph, el periodista Nile Gardiner escribió: “Los franceses son los primeros en darle al mundo lecciones de derechos humanos, o en condenar el uso de la fuerza por otras potencias, pero no reconocen que en el pasado han implementado su propia pof o t o s : a f p , a p y l a t i n s t o c k /c o r b i s
CLAROSCUROS
Un grupo de maestros ruandeses recibe capacitación para enseñar en inglés, que sustituyó al francés como idioma oficial.
En el Mural del Genocidio están exhibidas las fotos de algunas de las víctimas.
Nicolas Sarkozy se reunió con Paul Kagame, presidente de Ruanda, en Kigali.
Kofi Annan, ex secretario ge– neral de la onu, se disculpó por el genocidio de Ruanda.
Los logros del gobierno de unidad nacional (que incluye a tutsis y hutus) de Paul Kagame son sorprendentes. El mejor ejemplo es la convivencia pacífica a lo largo de 16 años. Salvo las incursiones de extremistas hutus desde el Congo y algunos atentados menores, Ruanda es un espacio de estabilidad económica: el producto interno bruto creció un 11.2 por ciento en 2008 y al año siguiente, como consecuencia de la crisis global, un 5.5 por ciento. Se invierte en infraestructura, educación, agricultura y en preservar el medio ambiente, y los donantes internacionales (principalmente Estados Unidos y Gran Bretaña) aportan más dinero porque no han detectado corrupción. La mitad de los puestos en el gabinete y el parlamento están ocupados por mujeres. Esta moneda tiene dos caras, por supuesto. Aunque en el discurso Kagame defiende valores democráticos de estilo occidental, en la práctica se ha mantenido en el poder durante todo este tiempo gracias a una presión permanente sobre posibles rivales. Con vistas a las elecciones generales de agosto próximo, su Frente Patriótico Ruandés ha estrangulado los espacios de acción de otros partidos políticos, cuyos líderes se quejan de acoso. Uno de ellos incluso pidió asilo en Sudáfrica. La prensa independiente casi ha de– saparecido. Un informe del Comité para la Protección de Periodistas, una ong internacional, dado a conocer en febrero pasado, denuncia que al menos diez comunicadores han sido forzados a marcharse de Ruanda por no asumir la línea oficialista. Todos los diarios independientes han cerrado y de los dos semanarios críticos que había, sólo queda uno: el otro anunció en 2009 que adoptaría una actitud de apoyo al gobierno. Un reproche más es que el fpr no ha asumido sus propios crímenes de guerra, como su posible responsabilidad en el derribo del avión del presidente hutu Juvénal Habyarimana (un juez francés ha pedido el arresto de ocho personas cercanas a Kagame) y el asesinato de miles de civiles hutus inmediatamente después del genocidio. El gobierno ruandés tampoco ha admitido su responsabilidad por sus repetidas intervenciones militares en el Congo.
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Agathe Habyarimana, viuda del ex presidente ruandés, fue detenida en Francia.
lítica exterior con un escandaloso desinterés por el sufrimiento humano.” Los franceses siempre han visto a las ex colonias de su país en África como su “patio trasero”, porque “todas las gallinas cacarean en francés”, dice Gérard Prunier, un historiador francés experto en el continente africano. “Hay un alto grado de simbiosis entre las élites de Francia y las de los países francófonos africanos. Y los archienemigos de esta relación son los anglosajones”.
“Voy a olvidar el francés porque me da asco”, afirma la ruandesa Elizabeth Nzeyimana. “Mis hijos sólo están aprendiendo inglés
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Kagame y muchos tutsis del fpr son hijos de familias que escaparon a la anglófona Uganda tras las primeras masacres, entre 1959 y 1962 y, por lo tanto, hablan más inglés que francés. En París, el conflicto era visto como uno entre hutus francófonos e invasores tutsis anglófonos, pese a que un 14 por ciento de la población ruandesa son tutsis francófonos. Los gobiernos franceses, sigue Prunier, “ven el mundo entero como un campo de batalla entre Francia y los anglosajones. Es la razón principal, y prácticamente la única, por la cual París intervino tan rápida y profundamente en la crisis ruandesa”. “Cuando el presidente [Jacques]Chirac se opuso tan teatralmente a los deseos de George Bush de invadir Irak, en 2003, en Ruanda nos sonó a burla”, me dijo Elizabeth Nzeyimana, gerente del hostal donde me hospedaba y sobreviviente del genocidio. “¿Por qué sentía Chirac que Francia tenía autoridad moral para asumirse como defensora del bien y del derecho internacional? ¡Las balas que nos mataron eran francesas! ¡Los soldados franceses nos dispararon!”.
Complicidad disfrazada En 1998, una investigación del parlamento francés eximió a su propio gobierno de toda responsabilidad en el genocidio de Ruanda. En contraste, la Comisión Mucyo, a la que el gobierno ruandés encomendó investigar la participación de Francia en los hechos de 1994 y que presentó un informe de 500 páginas en 2008, documentó cómo fue que, dentro de la “Zona Turquesa” de “protección” que habían establecido, las tropas francesas del capitán Marin Gillier permitieron que los milicianos hutus atacaran y asesinaran a cientos de tutsis que se habían refugiado en las colinas. En áreas bajo el control de los galos, los extremistas establecieron controles carreteros para interceptar a los tutsis y hutus moderados para asesinarlos. El reporte Mucyo acusó a las fuerzas francesas de atacar y matar a tutsis que se defendían, y a soldados galos de haber cometido violaciones sexuales contra sobrevivientes.
Estableció también la culpabilidad de una treintena de altos funcionarios franceses, entre ellos, el difunto ex presidente Mitterrand, su hijo Jean-Christophe (quien estaba a cargo de la secreta “Célula África”, que maneja las redes francesas de poder en el continente), el ex ministro de Exteriores Alain Juppé y el ex primer ministro Dominique de Villepin. Varios trabajos periodísticos realizados tanto por franceses como por anglosajones han expuesto que los galos no sólo apoyaron a los genocidaires antes y durante sus ataques, sino que luego los ayudaron a escapar y provocaron, indirectamente, millones de muertes en el vecino Congo. Esto último pasó durante la “Operación Turquesa”. De pronto, los franceses se convirtieron en los salvadores. El Consejo de Seguridad aprobó el refuerzo de los cascos azules hasta julio pero, antes de eso, en junio, París se las ingenió para que el organismo avalara el envío de tropas francesas de emergencia. La mayoría de las notas periodísticas sobre la visita de Sarkozy incluyen la anotación, difundida por su equipo de prensa, de que él no ocupaba un cargo ejecutivo en Francia en 1994. Lo que no se menciona es que en junio de ese año, Sarkozy apareció en televisión para explicar en nombre del gobierno francés (en su calidad de vocero del gabinete del primer ministro Édouard Balladur, que desempeñó de 1993 a 1995) que el objetivo de Turquesa era establecer zonas de protección para los refugiados. Es posible que Sarkozy no haya sabido que el ejército francés en realidad pretendía proteger las porciones de territorio ruandés que aún estaban bajo control hutu, con el fin de evitar que los tutsis del fpr alcanzaran el control total del país, proclamaran la victoria y obtuvieran reconocimiento internacional. A fin de cuentas, la “Zona Turquesa” de los franceses sirvió para abrir un corredor por el que los milicianos de Interahamwe pudieron escapar al Congo, para reorganizarse allá bajo un nuevo nombre (Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda, fdlr) y lanzar una nueva ofensiva contra el fpr. Sobrevientes del genocidio han presentado en cortes francesas acusaciones contra el ejército francés, por cargos de “complicidad en genocidio y/o complicidad en crímenes contra la humanidad”, ya que sus unidades, afirman, ayudaron a los genocidaires a localizar a sus víctimas e incluso llevaron a cabo ataques contra tutsis que resistían con arfoto: efe
cos y flechas. Jacques Bihozagara, ex embajador de Ruanda ante Francia, testificó: “El objetivo de la Operación Turquesa sólo fue proteger a los perpetradores del genocidio, porque éste continuó incluso dentro de la Zona Turquesa.” Esto permitió que los extremistas convencieran a miles de hutus de que los tutsis se vengarían masivamente con un nuevo genocidio, y de esa forma se los llevaron al Congo. Hoy, los campamentos donde están hacinados son controlados por las fdlr, que los usan como centros de reclutamiento. Desde ahí, han realizado numerosas incursiones de ataque contra comunidades ruandesas. La determinación del gobierno de Kagame de eliminar esta amenaza ha significado varias invasiones al país vecino, la aparición de más milicias asesinas, la intervención de otras siete naciones, el saqueo indiscriminado de los recursos naturales y la muerte
yemana, un doctor acusado de haber masacrado tutsis en la ciudad de Butare, que vivió tranquilamente en Francia durante década y media, fue arrestado para ser sometido a juicio de extradición a Ruanda. Después, en su visita al Memorial de Kigali, Sarkozy dijo: “Queremos que se encuentre y castigue a los responsables del genocidio, en eso no hay ambigüedad. ¿Hay algunos en Francia? Todavía falta que el sistema judicial decida.” En un editorial, The New Vision, el diario ruandés que representa los puntos de vista del gobierno, festejó el 26 de febrero: “Esta declaración sin duda tendrá que darles noches de insomnio” a los asesinos. El 2 de marzo, Agathe Habyarimana, viuda del presidente hutu asesinado, fue detenida al sur de París, para ser interrogada sobre su papel en el genocidio; la liberaron bajo fianza. La ofensiva diplomática de Sarkozy se enmarca en una declaración que hizo en Sene-
Los soldados franceses han sido acusados de ayudar y proteger a los hutus en 1994.
—por bala, machete, violación o hambre— de entre cinco y siete millones de congoleses. Muchos extremistas hutus pudieron llegar a Europa. “Durante 15 años, Francia ha sido un refugio para genocidaires acusados”, afirma Alain Gauthier, presidente del Colectivo de Partes Civiles para Ruanda, un grupo de abogados que defiende a las víctimas del genocidio y que ha denunciado en cortes francesas a 16 ruandeses, a los que acusa de haber participado en las matanzas.
El orgullo está primero La inmunidad de la que han gozado hasta ahora estos individuos le dio a Sarkozy un instrumento de negociación con el que agradar a Kagame. En enero, Sosthene Munfoto: afp
gal en 2007, poco después de llegar al poder: entonces prometió que Francia tendría una nueva “asociación” con África para “exorcisar los viejos demonios del clientelismo, el paternalismo y la ayuda” que han caracterizado la relación con sus antiguas colonias. Se trataba de terminar con Françafrique (Franciáfrica), como se conoce a la red semisecreta de políticos, empresarios, altos oficiales militares, espías y mercenarios con la que Francia ha sostenido a regímenes corruptos y autoritarios, para promover sus intereses políticos y económicos. Sarkozy se ha comprometido a terminar con este esquema. “Le interesa recentrar y fortalecer los lazos económicos y de negocios con África, especialmente para contrarrestar
los avances de China, y Ruanda es vital para ello”, afirma Pap Ndiaye, especialista en historia negra en la Escuela de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales en París. Francia mantiene en África compromisos económicos y militares demasiado onerosos, y Sarkozy quiere trasladar las responsabilidades de seguridad a socios estables. Como un poder central en una zona problemática, Ruanda es fundamental para este proyecto. Su ingreso en la Comunidad Británica de Naciones y en la Comunidad del África Oriental, también compuesta por ex colonias de Gran Bretaña, pone a los franceses en riesgo de quedar excluidos de la región. Esto es un elocuente reflejo de la pérdida de importancia de París. “Chirac y Mitterrand tenían la ambición de mantener una esfera de influencia”, explica en Nairobi (Kenia) François Grignon, director del programa para África del International Crisis Group, un think tank estadounidense. “Hoy, la ambición de Sarkozy va poco más allá de alcanzar acuerdos económicos. En cierta forma, eso es bueno, porque representa una normalización de relaciones. También significa que Francia ha dejado de ser una abogada para África, ya no es líder”. La visita de Sarkozy a Ruanda duró cuatro horas, de las que una se consumió en el Memorial del Genocidio. Ahí pudo comprobar que los letreros explicativos están en inglés y kinyarwanda. Los audios y los videos, en inglés solamente, salvo algunos testimonios dolorosos en la lengua local. El presidente fue recibido en inglés y posiblemente notó que, en las calles, el francés está desapareciendo, como ocurre también en ex colonias galas tan diferentes entre sí como Líbano y Vietnam. Lo único que escuchó en francés, repetidas veces, fue la palabra genocidaires. Tuvo la oportunidad de ganar simpatías para su país con un reconocimiento completo y sincero de la responsabilidad francesa. Sin embargo, se dio por satisfecho con la admisión incompleta de un error colectivo. “Nos quedamos esperando ese gesto, ojalá llegue algún día”, dice Theodore Simburudali, de la asociación de sobrevivientes. “Voy a olvidar el francés, me da asco”, afirma mi anfitriona, Elizabeth Nzeyimana. “Mis hijos sólo están aprendiendo inglés”. Tal vez a Sarkozy le duela ser incapaz de detener la caída de la importancia internacional de Francia. Pero una cosa es perder influencia y otra, impensable, dejar de lado el orgullo.
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