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I Aguafuerte
El pan y el abrigo de cada noche
Caminos Solidarios organiza recorridas para distribuir alimentos, ropa y elementos de primera necesidad entre personas en situación de calle. El panorama se agravó con la crisis y cada vez son más quienes duermen a la intemperie.
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TEXTO MICAEL RICCO
El sol se esconde completamente entre los edificios, mientras la gente regresa a sus hogares en el barrio de Almagro. La intersección de Rivadavia y Castro Barros es una más de las tantas esquinas hipertransitadas de la Ciudad, aunque un movimiento poco convencional de inmediato atraviesa la escena. Unas cien personas ocupan el primer cuarto de la cuadra más larga del mundo y dan la vuelta por el codo esperando, en la gran mayoría de los casos, por lo que será el primer plato de comida en el día.
“Hace 10 años que repartimos alimentos y ropa a través de diferentes campañas y colaboraciones”, sostiene Mariela Fumarola, fundadora de Caminos Solidarios, mientras recorre la cuadra atendiendo múltiples solicitu-
des y saludando, tanto a voluntarios de la causa, como a quienes esperan, vaso térmico en mano, por su ración de caldo para mitigar el frío.
El nombre de Fumarola se repite permanentemente y los pedidos son variados: camperas, frazadas, más caldo, referencias sobre lugares para pasar la noche y la lista sigue. “Somos hijos directos de Red Solidaria, como la mayoría de los voluntariados, pero no tenemos la estructura de una fundación, hacemos todo de forma independiente”, asevera.
Según informó en junio la Dirección de Estadística y Censos de Caba, hay 817 mil personas que no pueden acceder a una canasta básica de bienes y servicios, de las cuales 290 mil, directamente no llegan a cubrir una canasta de alimentos. Es decir, casi el 27 por ciento de los habitantes de la Ciudad son pobres, mientras que prácticamente el 10 por ciento son indigentes.
“Antes del 2015, por lo menos acá en Almagro, hacíamos las recorridas por varias calles. A partir de ese año empezamos a pararnos en una esquina, porque ya venía gente hasta de los edificios; la situación empeoró mucho”, explica Fumarola, a la vez que empieza a organizar la entrega de las primeras bandejas con comida.
La asociación, que cuenta con más de 60 voluntarios y donantes, desarrolla su actividad en cuatro puntos específicos, que van desde Plaza de Mayo a Paternal. “En zonas como Chacarita y Parque Patricios estamos más atentos, porque son zonas más picantes, pero, sincera-
mente, en estos diez años hemos tenido muy pocos conflictos”, asegura.
Atravesados por el contexto
“Antes de la pandemia cuidaba de noche algunos negocios en Rivadavia y avenida La Plata, me las podía rebuscar. Pero desde el año pasado está muy complicado”, relata Omar Dabul, quien todos los martes dice “presente” en la esquina.
Él, oriundo de Formosa, muestra orgulloso su diploma de radiólogo certificado por la Universidad de La Plata, que lleva a todos lados en su morral. “Hice hasta cuarto año de Medicina en la UBA, pero las vueltas de la vida me trajeron acá”, se lamenta.
Junto con él se encuentran Jonatan Pisciolari y su hermano Matías, dos jóvenes de Ushuaia que vinieron a probar suerte a la Ciudad y se vieron sorprendidos por ladrones que les sacaron todo su dinero y pertenencias.
“Hay gente de todo tipo y hemos recibido mucha ayuda, pero la ciudad se nos presenta demasiado hostil. Queremos volver a casa, no tenemos familiares que nos ayuden y ninguna dependencia gubernamental nos tiende una mano”, señala Jonatan.
Trabajo colectivo
Rafael Gentili es uno de los cocineros de los platos a repartir por la organización. En diálogo con Tercer Sector explica que “el menú varía según la estación y se adecúa a lo que se recibe de donaciones. Ahora, nos basamos en fideos, arroz, lentejas y polenta, mientras que en verano hacemos ensaladas frías e intentamos conseguir insumos para hacer sandwiches de milanesa o salpicón de pollo”.
Gentili colabora con la organización desde el año 2017, junto con su mujer y su hija, quien fue la que le dio el impulso para comenzar a participar de las acciones solidarias. “Con sólo 12 años me dijo que quería ayudar a quienes viven en la calle y, por medio de una prima, nos contactamos con Mariela. Primero sólo ayudábamos a servir platos, pero después empezamos a cocinar con toda la familia”, destaca.
La noche avanza y el sonido del tránsito comienza a bajar a la par de la temperatura. Los carros de cartoneo se apostan al costado de la vereda, mientras familias y personas solitarias de distintas edades dan cuenta de una abundante porción de fideos con tuco. Un hombre de mediana edad, con delantal rojo, se acerca y le entrega cuatro envases de leche a la referente principal. “Trabajo como bachero en un restaurante de la zona y siempre que sobra o puedo conseguir algo lo traigo para acá”, cuenta Nahuel Mustafá, antes de volver a sus quehaceres.
Unos minutos después, una camioneta estaciona junto al cordón llena de varios elementos blancos que contrastan con la oscuridad del vehículo y suscitan la atención de los presentes. “¡Llegó la donación de almohadas de Simmons!”, exclama Fumarola. Acto seguido, su compañero de vida Mariano Gurruchaga empieza a repartirlas respetando el orden de llegada y las prioridades, de acuerdo con la situación particular de quien las pide.
Simmons, con productos de cama; Pannet, con galletitas y otras comidas; Grupo Estisol, con bandejas y vasos térmicos, son algunas de las tantas empresas que aportan su granito de arena para que las actividades de la organización puedan mantenerse. “También estamos para hablar con la gente, dar un abrazo y ayudar con lo que se necesite”, enfatiza Gurruchaga, dejando en claro que la cuestión trasciende lo material.
Los últimos saludos de despedida y agradecimiento dan lugar a un silencio que cada vez se hace más creciente, mientras la esquina va quedando vacía. Así como Dabul y Pisciolari, hombres y mujeres caminan hacia un destino de incertidumbre, pero con la certeza de que, en ese rincón de la extensa ciudad van a tener un plato de comida y una palabra de aliento que los reconforte.
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