101 cosas que amo Me emociona tanto estar vivo que me despierto exactamente cinco segundos antes de que suene el despertador. Como un chico grande. Me quedo ahí acostado, felizmente recordando la pesadilla particularmente aterradora (1) que tuve. Tengo todo el día para obsesionarme. Miro mi agenda (2) que preparé la noche anterior, contiene una lista de cada movimiento del día en un orden perfecto. No puedo esperar a hacer cosas para tacharlas y sentir que he logrado algo. Me pongo mis pantuflas: Dos cajas de pañuelos decoradas (3) y me siento ultra excéntrico mientras entro a la cocina. Si me vieras saltar por los pisos de parquet pensarías que estoy loco pero estoy saltando las grietas, todo el mundo sabe que traen mala suerte. Miro un paquete de puchos sin abrir (4) y me siento mejor. En la cocina preparo mi té de Twinings (5) y lo dejo reposar tanto que está tan intenso que duele tomarlo. Delicioso. Como no es fin de semana, no preparo mi desayuno favorito: El Ataque Cardíaco (Cuarenta pedazos de tocino (6) y cuatro litros de leche (7)) pero lo que sí hago es abrir mi botella de pastillas de Vitamina B (8) y absorbo todo su olor sin nunca jamás tomar ni una. Leo el diario de la mañana (9), deseando ver algo sobre el Clan Manson (10) para sumar el recorte a mi colección, que llevo hace diecisiete años y guardo en un armario especial. Escucho algo de Glenn Gould (11) en mi equipo y hago lipsync con sus conciertos de piano. De repente me distraen pequeñas partículas de luz que bailan ante mis ojos pero no me asusto; es un flashback de LSD (12) que pueden hacer de una mañana cualquiera un momento precioso. Es tiempo de hacer un relevamiento de mi reino para asegurarme que nadie se robó nada. Genial, parece que mis libros están a salvo. En el living por lo menos, donde tengo toda la ficción, libros de psicología, obras de teatro y biografías. Los ordeno infinitamente.
A veces besando mis ejemplares favoritos. “Buen día, James Purdy” (13) canturreo “Y para vos también, Violette Leduc (14), loquita. Hola Anne Tyler (15), me alegra que vivas en Baltimore y hola Hubert, señor Hubert Selby Jr. (16) ¿Qué pasa que no estás escribiendo nada últimamente? Mirá a James M. Cain (17) o Jim Thompson (18), fueron super prolíficos aún sin recibir tan buenas críticas” Me tengo que sentar un segundo para recuperar aliento cuando me doy cuenta que Denton Welch (19) ya no está entre nosotros. Pero seguro que Ronald Firbank (20) y Baron Corvo (21) lo esperan del otro lado. “Que descansen en paz, William Inge (22), Jean Rhys (23), Jane Bowles (24), Jane Bowles (24), Witold Gombrowicz (25), los extraño. Flannery O’Connor (26), sos lo más.” Cualquiera que haya escrito que estaba tan obsesionada con criar gallinas al punto de hacerles ropa me parece genial. Puede que ella sea famosa por criar pavos pero siempre la imagino pensando en sus novelas (27) mientras hacía vestidos de noche para sus aves. Y ¡oh, dios! Aquí está mi favorita de todos los tiempos: Grace Metalious (28), autora del primer libro sucio que he leído, Peyton Place. Un éxito impresionante, se reventó toda la plata en autos y hoteles caros, se divorció de su marido y se emborrachó hasta morir. Que chica esa Grace. Para inspirarme un poco hojeo un libro de Freud “Dora: El análisis de un caso de histeria” (29) y desearía tener el don de ser así de neurótico. Me emociono tanto que empiezo a aplaudir el libro. De hecho empiezo a imitar a uno de los personajes del libro que creía que era la esposa de Dios. Por fin tengo oportunidad de ser religioso. Voy a mi estudio directamente a mi mini silla eléctrica de juguete (30) a pilas que te da una patada cada vez que la tocás. ¡Ouch! Ahora puedo mirar mis más de cuatrocientos libros sobre críminales (31) y la Enciclopedia del Crimen (32) de veinte volúmenes que compré de oferta. Acá es donde puedo ver lo peor de la humanidad. A veces juego al abogado defensor y tiro argumentos que salvarían al peor de todos de la pena de muerte.
Me interesa mucho Mary Bell (33), la estranguladora de once años que recibió la pena de muerte antes de tener oportunidad de ser una criminal adolescente. ¿Y qué tal el rarito que comía cereal sin digerir de las gargantas de sus víctimas (34)? ¿O ese tipo inglés que mató a algunas de sus amantes para que miraran la tele con él (35)? Los tengo todos y los presto siempre y cuando los cuides, dejes un depósito de cien dólares, me llames todas las noches para contarme hasta dónde leíste, me lo devuelvas en una semana y adjuntes un informe de lectura de mil palabras. A esta altura estoy que me deshidrato de la emoción así que voy a la cocina, asegurándome de girar sobre mi mismo exactamente tres veces y media, para la buena suerte. Abro la ventana, tiro dos centavos, pido un deseo y voy hacia la heladera. Soy adicto al agua (36). Cualquiera me gusta, pero la soda es mi elección de hoy. Tan burbujeante, barata y deliciosa. Me quedo parado saboreándola por diez minutos, pensando en un tipo sobre el que leí, que pesaba cerca de 300 kilos por tomar grandes cantidades de agua de la canilla. Hasta ahora no me ha pasado, me siento tan afortunado que considero gritar y nunca parar de beberla. Mis pantuflas de cajas de pañuelos me hacen doler, así que pienso que es hora de vestirme. Además, me siento sólo. No dura demasiado.”Buen día Tina” “¿Despierta tan temprano, Kim?” “Tu pelo se ve increíbl Kathy”. Tina (37), Kim (38) y Kathy (39) son mis compañeras de cuarto. Algunos realistas dirán que son apenas muñecas de Farrah Fawcett de 60 cm. rescatadas de alguna feria americana pero es difícil saberlo con los peinados gigantes y el delineador que les hago usar. Se han convertido en una broma para todos mis amigos. Cuando estoy fuera de la ciudad y vuelvo a veces las descubro con ojos en compota y moretones pintados. La situación está tan fuera de control que he recibido regalos de Navidad para ellas.
Nunca las he sacado a estas criaturas de mi casa pero quizás hoy sea el día para ver si puedo salir con una de ellas sin que me peguen. Me meto abajo de mi frazada favorita de cashmere (40) que Divine me regaló y les leo “Chicken Little” (41). Les leo con entusiasmo, recuerdo cuando por seis meses en 1979 estaba convencido de que yo era el protagonista del libro. El cielo se estaba cayendo y yo lo sentía. La gente cambiaba de tema cuando hablaba de eso. Excepto por “las chicas”, ellas siempre me entendieron. Después de una partida rápida de Pato Ñato (42), saco algunos de mis juguetes favoritos y jugamos un rato, siento una euforria descontrolada. Nos vestimos (¡Date vuelta, Tina!) y dejo que las muñecas sostengan mis caramelos con forma de bala (43). Imagínense a padres comprando esto para sus hijxs y mirando con satisfacción mientras las criaturas comen municiones falsas. “Comé tu espinaca y después vas a poder comer algo de plomo.” Creo que escucho a Kathy reir pero quizás me equivoco. Me pongo una corbata (44), el único item de vestuario que siempre mantengo a la moda. Les paso a las chicas una caja de Dirty Laundry Candy (45), un caramelo de los 80s que viene en un mini lavarropas de plástico. ¡Medias sucias bañadas en azúcar! ¡Que mundo hermoso! Esta vez estoy seguro de escuchar la risa de Kathy. Completo mi look con mi pañuelo favorito (46) de Comme des Garcons en el bolsillo de mi saco. Nadie salvo yo podría saber que este pañuelo ridículamente caro viene con agujeros hechos intencionalmente. Valen cada centavo. Me río tan fuerte que me duelen las entrañas y me doy cuenta que es momento de ponerme a trabajar. Primero necesito más agua. Corro por el pasillo a toda velocidad y resbalo por el piso pasando por un poster de “La Mala Semilla” (47) y un retrato enmarcado de Liberace (48) en sus años mozos. ¡WIIIIIIIIIIII!
Momentáneamente me quedo hipnotizado frente a una foto de Otto Preminger (49) sorprendido por un fotógrafo de Baltimore saliendo del baño después de una visita insatisfactoria. Inspirado más allá de cualquier cosa me deslizo por lo que queda del pasillo, esta vez mirando a la derecha hacia un póster de “El Beso Amargo” de Sam Fuller (50) y un dibujo de mi cita soñada, Amy Carter (51). Soy tan feliz en mi oficina (52). Nada me gusta más que un escritorio limpio (53), cinco lapiceras negras idénticas (54) y tres blocs de hojas amarillas (55) con perforaciones en la parte superior. Primero: Llamar a las boleterías de los cines de la ciudad que están pasando las películas más feas para escuchar a los empleados mortificados al decir los nombres. “Hola, sí? ¿Me podrías decir qué están proyectando?” “Blood Sucking Freaks” responde irritada la cajera mal paga. “¿Me podrías repetir eso?” “¡Blood Sucking Freaks te dije!” grita y corta el teléfono. Una vez un amigo que trabajaba en un cine me contó que lo más vergonzoso que tuvo que decir era el título de la película brasilera “Eu te Amo”. Cada vez que alguien le preguntaba qué estaban pasando tenía que decir “Te amo” y muchas veces la respuesta era un silencio de muerte seguido de un “¿Qué?”. Otros no eran tan educados: “Andate a cagar” contestaban pensando que se estaba haciendo el vivo. “TE ODIO” le contestaron una vez antes de cortar el teléfono educadamente. Cuando estoy sin ideas miro el tablero de corcho gigante (56) que tengo al lado de mi escritorio en el cual fui acumulando estímulos visuales a lo largo de los años. Hay un sticker de “I did it for Jodie” (57) que alguien me dio después de tenerlo mucho tiempo en su auto. A esta persona le pusieron tres multas por exceso de velocidad en una semana y no podía entender qué estaba mal hasta que un policía le dijo “Con esa calcomanía para mi siempre estás yendo demasiado rápido.”
Después miro una foto del diario Las Vegas Sun que muestra a una mujer siendo perseguida por un avestruz gigante (58), recién escapada del zoo. Cada vez que veo su expresión horrorizada me comienzan a fluir los jugos creativos. De momento me encuentro analizando el cine de Randall Kleiser (59), mi investigación tomará la forma de dos tomos que suman en total más de 3000 páginas y espero que sea publicado por la editorial super intelectual de alguna universidad. Podrás reirte pero Randall Kleiser es el director hollywoodense perfecto. Los snobs dicen que es un ladrón y en general no recibe buenas críticas pero sus películas hacen fortuna. Su primera película, Grease (60), es actualmente la décima película más taquillera de todos los tiempos. Laguna Azul (61) mostró a una falsamente desnuda Brooke Shields y a un realmente desnudo Christopher Atkins. Amor de Verano (62), su obra definitiva, es una inspiradora historia sobre un triángulo amoroso entre jóvenes tontos, ricos, desnudos y estúpidos. Unidos por el destino (63) es un drama sobre un pueblo pequeño, en la tradición de Picnic (64), que fue realizada mayormente en una carrera de demolición (65). Me encontré con Randall Kleiser y aceptó mis cumplidos con cierto recelo: “Nunca se si me estás hablando en serio, John”. Pero claro que estoy hablando en serio. Muy en serio. Creo que Randall Kleiser es un genio. No estoy tan seguro sobre si él va en serio cuando hace estas maravillosas películas pero pienso que sí, Dios, espero que sí. Momento de almorzar. Nada me parece más hermoso que un sánguche de pollo (66) en pan blanco con lechuga y mayonesa. Por supuesto tiene que ser pollo de verdad, nada de esas porquerías procesadas. Y debe ser acompañado por papas fritas(67). Doce de ellas para ser exacto, recién sacadas del paquete. Mientras como ojeo una de las mejores revistas que conozco: The News Media and The Law (68), donde veo una noticia sobre periodistas que podrían ir presos.
Si estoy particularmente contento, releo Pyromania (69), un libro de texto de 1951 sobre “incendios patológicos” y en particular busco el segmento más fascinante: un piromaniaco que era tan devoto de su obsesión que se vestía con uniformes de bombero robados y pasaba horas de frenesí sexual deslizándose por un caño que había instalado en una parte secreta de su casa. De postre me como una barra Zero (70) y alimentado por el azúcar salto de la mesa haciendo el Pony (71). Mientras Chubby Checker canta “When I say ‘cheese’ turn to the right/when I say ‘halt’ turn to the left/now CHEESE, now HALT” podés estar seguro de que sigo cada uno de los pasos a la pefección. Llegué a un nuevo pico de éxtasis por ahora, así que me pongo mis zapatos puntiagudos de gamuza violeta (72) y me preparo para salir a compartirlo con el mundo. Es otoño (73), mi estación favorita, así que me paro en la calle sintiendo el viento glorioso (74) y miro las hojas doradas volar alrededor de mis pies mientras pienso que estoy en los créditos de Escrito Sobre el Viento (75). Desde que tengo memoria rezo para ver un tornado (76) en persona, así que chequeo el horizonte por si se acerca alguno. Parece que no tendremos esa suerte hoy. Hago chocar mis tacos tres veces esperando algo de magia y después me acuerdo de mi reciente deseo de una tormenta terrorífica. Cuando la Costa Este en su totalidad fue arrastrada por los medios a un pánico colectivo por el Huracán Gloria, me sentía en el paraíso. Tapiando las ventanas, comprando pilas y velas, estaba listo para el desastre. A la mañana siguiente cuando nada había pasado me sentí muy triste. Me sentí estafado. Me quejé con mis vecinos que parecían muy aliviados. De camino a mi auto me di cuenta que un poste de luz se había volado y le había dado de lleno al paragolpes. Ni siquiera había tanto viento. Fui la única víctima del huracán, ¿será eso que llaman “karma”? Entro al almacén (77) que tengo enfrente, conocido popularmente como “el comedorcito de la muerte”.
Todo está detrás de vidrio a prueba de balas: papel higiénico, fideos, hasta el Spam. Cuando el simpático encargado de la tienda abre el vidrio y te pasa una pequeña botella de detergente te sentís casi como si estuvieras comprando en Tiffany’s. No venden agua pero pregunto todos los días, por las dudas. Mientras camino a mi auto deseo cruzarme con alguien que tenga Síndrome de Tourette (78), la urgencia incontrolable de gritar obscenidades en público. A veces pienso que soy un caso de Tourette en el closet. Nunca presencié un ataque de estos pero quizás algún día mi sueño se haga realidad: Paso por al lado de una vieijta vestida con un traje, sombrero, guantes blancos, zapatos modestos. De repente la ataca y grita para que todo el mundo la oiga “Cómeme el hoyo, cara de puto” y después se repone y me dice “Oh, perdón. Lo siento tanto, no fue mi intención. Por favor perdóneme” mientras continúa con lo suyo. Una vez en el auto me pongo mis preciados lentes de sol (79), reafirmando que después de todo, soy un director de cine. He usado el mismo modelo por años, si alguna vez los dejan de fabricar voy a tener que cegarme a mi mismo, para poder usar el único otro tipo aceptable: lentes de sol de ciegos, como los que usaba Ray Charles. Paro en el cajero automático (80), a veces lo hago cinco o seis veces por día. Deposito $8, retiro $9. Transfiero $12 de la caja de ahorro a la cuenta corriente. Me pone mal que la máquina no de cambio porque los cigarrillos en Baltimore salen $1,05 así que tengo que sacar $2 y quedarme con un montón de moneditas. Hoy saco $15 y me siento millonario. El dinero ya está quemando un agujero en mi bolsillo. Podría ir a la librería, meterme al depósito, romper algunas cajas y ver si ya llegaron algunos libros que quiero leer. Igual me llamarían si hubiese llegado “Comó llegó el Papa a ser infalible: fuerza y debilidad de un dogma” (81). Esa librería aún no me ha encontrado “La Última Película de Orson Welles: La Producción de Al Otro Lado del Viento” (82) así que mejor me salteo esa parada.
Me voy al mejor local de la ciudad: Recreation Novelty Company (83), una tienda de bromas mejor conocida entre los aficionados como “The Hardy Har”. Tienen de todo. Curioseo entre chicles falsos, bombas apestosas, cubos de hielo con moscas incorporadas, flores que disparan agua, vómito falso y tres tipos diferentes de cacas de goma. Decido probar algo. ¿Podría ser que tuvieran mocos falsos? ¿Es posible que eso sea fabricado en algún lugar? “Disculpe señora” le digo a la encargada del local “No se cómo decir esto con gracia pero de casualidad ¿tienen moco falso?” Antes de que ella pueda contestar, algún idiota mirando por ahí junta flema sonoramente y grita “¡Tomá, acá tengo un poco que te puedo vender barato!” No muy entretenido, ignoro su intento de humor y trato de continuar mi seria conversación con la encargada. “Solíamos traerlo” me dice sin parpadear “pero hace años que no tenemos.” Medio decepcionado, compro uno de esos aparatos para usar al darle la mano a la gente que les da un pequeño shock de corriente (84) y me pregunto si me animaré a usarlo con algún ejecutivo de Hollywood. Mejor me voy a casa porque tengo sed y beber agua es algo demasiado personal como para hacerlo fuera de la privacidad del hogar. Cuando manejo me obsesiono con el punto ciego (85) del espejo retrovisor. Mientras tanto escucho un anuncio radial sobre la gran película Godzilla ‘85 (86) y me pongo exultante. Ferozmente alegre de estar vivo. Tengo mucha suerte de estar teniendo una infancia tan hermosa en mi adultez. Entro a mi edificio pensando en el único otro departamento en el mundo que preferiría tener: El de “Festín Diabólico“ (87), la mejor película de Alfred Hitchcock. Esa falsa línea de horizonte neoyorquino en la ventana con la iluminación cambiante es el set más mágico en la historia del cine. Quizás cuando sea rico pueda contratar a mi director de arte Vince para que me construya un horizonte así pero de Baltimore para poner en mi ventana.
La vista está bastante bien acá pero una vista falsa sería mucho mejor. Pensándolo mejor, me gustaría que toda mi vida fuese una ilusión óptica. No tengo tiempo para cocinar hoy así que hago mi cena rápida favorita: Hígado de novillo rebanado finamente (88), rosas de rábano (89) y veinticinco corazones de apio con sal (90). Escucho “Gloria Spencer, World’s Largest Gospel Singer” (91) y releo las notas en la parte de atrás del álbum por la vez número quinientos: “Gloria mide un metro sesenta y pesa doscientos ochenta kilos. Su hermana murió pesando doscientos noventa kilos y escucharán en este disco la historia de su hermana más pesada y cómo se necesitaron veinte hombres para llevar el ataud al cementerio. Gloria no ha dejado que su peso se interponga en el camino de vivir una vida feliz y normal. Hace no mucho conoció y se casó con el Reverendo David Gray. A pesar de que él sólo pesa sesenta kilos, parecen ser la pareja ideal. ¡Gloria también tiene la inusual habilidad de tipear más de cien palabras por minuto!” Como postre me como otra barra Zero, esta vez congelada. Espero no estar desarrollando un problema glandular. Se hace tarde y ya que me gusta despertarme al amanecer, me meto de nuevo en la cama y me pongo a ver la tele. Sin encenderla, desde ya. La única razón por la que tengo una era para ver mi show favorito “Lie Detector” (92) con F. Lee Bailey. Cada noche criminales estrella hacían apariciones e intentaban probar su inocencia. Una vez estuvo Carol Ann Fugate (93). La mayor parte de los resultados de las pruebas confirmaban sus coartadas pero la mejor parte era que en realidad no era cierto. “¡Mentiroso!” gritaba F. Lee a un avergonzado convicto/artista.
Por algúna razón lo sacaron del aire. No puedo imaginar por qué. Incluso le pagué a un amigo para que mienta y diga que lo miraba cada noche para que mejore el rating. Siempre quise tirar un televisor por la ventana y escucharlo caer siete pisos más abajo. Cada vez que intento convencer a algún amigo para hacerlo se arrepiente a último momento. Guardo la tele por si alguna vez alguien quiere animarse conmigo (94). Ya es momento de dormir así que me preparo una taza de malta (95) y me meto bajo las frazadas. Dios, que lindo día. Me olvidé de rezar. Rápidamente me arrodillo al costado de mi cama, agradeciendo a Dios por haber sido criado católico ya que el sexo siempre será sucio y por lo tanto, será mejor. Rezo rápido y medio urgentemente: “Por favor Dios (96), no dejes que John Simon reseñe películas cuando salga mi próximo film. Y Señor ¿podrías dejarme ser capaz de costear un Buick negro nuevo y una impresora Xerox? Ya que estamos: quizás podrían descubrir y publicar una novela inédita de Genet (97). Prometo ser bueno si absuelven a Larry Layton (98) por la masacre de Jonestown. ¿Tenemos un trato?” De repente algo ansioso grito “¡Dios! ¡Si estás ahí dame alguna señal!” Veo un rayo (99) por la ventana y me siento especial. Me meto en la cama y me sorprendo cuando una sucesión rápida de cinco o seis personas que amo (100) me llama para preguntarme cómo estuvo mi día. Los lleno de mis delicias fanáticas y escucho todos sus chusmeríos, esperando poder robarles un chiste o dos.
Corto el teléfono y siento una paz que me devora. Incluso ansío envejecer (101). Después de todo soy un baby-boomer y siempre habrá más de nosotros para controlar las actitudes públicas sobre la vejez. Los jubilados de principios del siglo XXI tendrán mucho estilo. Ya decidí que después de cumplir los cincuenta años empezaré a dibujar mi bigote de color azul para ablandar mi imágen. Cómo espero ese día.