101 cosas que odio

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101 cosas que odio Me despierto del lado equivocado de la cama y fumo mis últimos tres cigarrillos. Se que va a ser un mal día. Me duele el pelo. La voz del DJ de la radio (1) ya me puso de mal humor. Apago el despertador y me doy cuenta que el aire que estoy respirando no está bueno. Me cansé de ser amable, comprensivo, justo y esperanzador. Tengo ganas de ser negativo. Tengo un problema de actitud, que nadie se cruce en mi camino. Antes de ducharme pateo los muebles. ¡Estoy de mal humor y todo este mundo horrible va a pagar! Ni siquiera voy a hacer la cama. El set de sábanas de poliester (2) va derecho a la basura. Felizmente destruyo la capa de ozono echándome desodorante en aerosol mientras desprecio a los idiotas que usan desodorante a bolilla (3) de esos que almacenan todos los pelos de la axila como recordatorio de lo imperfecto que es el cuerpo humano. Voy a buscar el diario afuera, esperando atrapar al idiota que a veces me lo roba (4) cuando duermo de más pero lo tiro con asco cuando veo las fotos a color (5) que nunca imprimen bien y parecen comics en 3D. Entonces la lamparita se quema (6). ¿Acaso General Electric cree que estoy hecho de dinero? Tengo que salir de acá. Creo que voy a manejar por la ciudad insultando a los peatones. Bajando en el ascensor quedo atrapado con un vecino feo y su perro baboso (7). Miro para otro lado quejándome, sabiendo que cada vez que hacés contacto visual con una de estas criaturas el coeficiente intelectual te baja diez puntos. No veo gatos (8), gracias a Dios. Asumo que están en sus casas, chupándole la vida a los bebés o incluso peor, en celo, forzándote a usar un hisopo en sus partes para que se callen.


Reviso el buzón pero obviamente el correo no está ahí. Odio cuando el correo se demora (9). Malditos vagos, seguro están leyendo mis postales y mis revistas. Al menos no es uno de esos estúpidos feriados (10) como el día del cumpleaños de Washington o el día de la llegada de Colon a América que hacen que cualquier trabajo agendado tenga que cancelarse. Afuera hace calor húmedo. Compro un paquete de cigarrillos con amargura por saber que se le ponen impuestos tan altos (11) a la única compra que me da felicidad. Deberían ponerle esos impuestos al yogur (12), eso es lo que causa cáncer. Una vecina, demasiado amable para su propio bien, pasa por al lado mío y comete el error de desearme un buen día. “¡Callate!” le digo, tomando nota mental de su top horrendo (13) y su peinado a la Farrah Fawcett (14), tan popular entre las infractoras de la moda. Entonces la veo: Una multa en mi auto, aún cuando el parquímetro (15) sólo había estado andando diez minutos. ¡Tengo que descargar mi ira con alguien! Corro hacia la malvestida mientras se sube a su auto, el vehículo más ofensivo del mundo, un Le Car (16) y abro la puerta de un tirón mientras ella intenta trabarla. “No tan rápido, señorita” le ladro. “Hay una multa de la cual tiene que encargarse: ¡16 dólares por violaciones de la moda asquerosas y conscientes!” Ella me muestra su dedo medio y arranca, subiendo la radio para que escuche la voz del hombre peor vestido de la música, StevieWonder (17). Mirando con odio a cualquiera que me mire, me subo a mi auto (un sedan americano) e ignoro intencionalmente los ridículos cinturones de seguridad (18) que te hacen ver com un idiota, preparado en exceso, paranoico. ¿Quién quiere estar atrapado en un auto dado vuelta a punto de estallar buscando la hebilla? Dios, necesito nafta. ¿Qué más puede salir mal? Paro en una estación de servicio y obvio, sólo tienen surtidores autoservicio (19). No quiero saber cómo cargar mi propia nafta, gracias.


Humillado por tener que hacer esta tarea inevitable, veo a otro conductor que ha tratado de tapar su calva estirando un mechon de pelo sobre su cráneo en un pobre intento de camuflaje (20). ¿A quién cree que engaña? “¡Que tengas un lindo día, pelado!” grito mientras pago y me subo a mi auto. Saliendo de la estación de servicio hago una curva para evitar a un corredor apenas gordito (21) “¡No está funcionando!” le grito al tipo todo chivado. Cometo el error de prender la radio pero lo único que hay son programas de entrevistas (22) que presentan a oyentes solitarios y militantemente estúpidos llamando a pelotudos profesionales para ventilar sus opiniones idiotas. ¿No tienen amigos a los que molestar con sus puntos de vista inconsecuentes? Paro en un semáforo (23) indignado por no poder doblar. No viene nadie. Doblo igual y apenas esquivo a un tipo grande en una bicicleta (24) que se merece ser atropellado por detener el tráfico. ¡Entonces lo veo! Algo que odio más que nada: ¡Una maratón! (25). Cuadra tras cuadra de idiotas en atuendos deportivos horrendos, dándose una palmada en la espalda por apoyar una causa justa y bloqueando mi derecho a circular. “¡Ey idiota!” le grito a un yuppy con un walkman (26) “El tiempo es dinero. Me debés 20 dólares por retenerme.” Naturalmente no me escucha, perdido en alguna música desagradable, probablemente ese enano feo de Prince (27). Atrapado, estaciono para desayunar algo. “Vení con nosotros” dice un monstruo con pollera de jean (28) mientras besa (29) a su novio de mierda, que tiene la audacia de usar esas feísimas sandalias de cuero (30) que sobraron de los sesenta. “Espero que se mueran” siseo mientras me encamino hacia lo que espero que sea un restaurant decente. Pero nooooo, ha sido gentrificado (31) y lo primero que veo en el plato de alguien es una manzana (32). Nunca comí una manzana.


Una vez mordí una, lo admito, pero la escupí más rápido que un buchón dándole información al estado. ¿Parezco un caballo? ¿No tienen donas o alguna comida normal, por el amor de Dios? Entonces sucede. Un mozo, que no puedo evitar notar que está vistiendo el zapato más ofensivo en la historia de la humanidad, el zueco (33), se acerca y comete el error de sentarse en mi mesa y canturrear “Hola, me llamo Bill. ¿Puedo ayudarte?” (34) Momentáneamente aturdido, me imagino enganchándolo a la mesa. “¡Levantate!” le grito. “¿Qué te hace pensar que quiero saber tu nombre? ¡Vine a comer, no a hacer amigos! ¡Dame huevos y tocino y ahorrate tu biografía!”. Se ve contentísimo cuando me dice “No servimos carne” ¡Genial! Otro restaurante vegetariano (35) de mierda. ¿Cómo podría alguien no comer carne? Veo que la actitud del mozo se empieza a enfriar. Es del tipo que va a comer a restaurantes chinos y hace una gran cosa de comer con palitos (36) y después demanda “Por favor, sin GMS (glutamato monosódico)” (37). Desearía poder pedir un gran bowl de algo bien tóxico para este cretino. “Sólo los huevos entonces” le grito, sintiendo una rabieta fuera de proporciones, a punto de explotar. Sentado en la mesa esperando, ESPERANDO mi comida, siento que se me sube la bilis de la ira y decido que tengo que hacer algo. No puedo desperdiciar este valioso tiempo sin quejarme. Es momento de llamar a la policía y denunciar a todas las cosas que me indignan, me van a escuchar, ese es su trabajo ¿o no? Voy a un teléfono público y me preparo para lidiar con la despreciable compañía telefónica (38). Dios, es de las antiguas, con dial (39), las que hacen imposible ciertos llamados. Recordando que odio las compañías de teléfono (40) también (a veces te cobran por llamados no atendidos), me pongo a pensar en otras cosas. “Sí… Hola oficial… Soy un ciudadano y me gustaría denunciar las siguientes cosas que me están poniendo mal: el breakdance en público (41), los mimos que se creen copados (42),


las playas nudistas (43) donde exhibicionistas feos insisten en mostrar sus cuerpos, todo en nombre de la salud… a y sí… ¿Hola? ¿Hola?” Cuelgo el teléfono, furioso porque un servidor público se había atrevido a cortarme y juro escribir una carta de queja más tarde. Vuelvo a mi mesa justo a tiempo para ver a “Bill” sirviendo mi desayuno. Me pongo a temblar. Siento que se me van a salir los ojos de la cabeza. ¡Se atrevieron a poner brotes (44) en mis huevos! ¡Dios! No es justo, ¿qué va a pasar después? ¿Lechuga arrepollada (45), el poliester de las verduras? ¡O peor, repollitos de Bruselas (46): esas pequeñas pelotitas del infierno, fláccidas y marchitas después de toda una vida de ser meadas por los pájaros y otras criaturas contaminadas! “Te odio” le digo a “Bill” y estampo contra la mesa ocho peniques (47), que ya no sirven para nada más que para insultar a los camareros. Capaz debería ir al cine. Al menos está oscuro ahí. Espero poder llegar sin apuñalar a nadie. Me atrevo a mirar por la ventana de mi auto pero inmediatamente deseo no haberlo hecho. Ahí está, en toda su gloria amateur uno de esos murales artísticos (48). Si no cortamos de raíz esta tendencia, pronto habrá un dolor de ojos en cada esquina. ¿Me preguntaron si quería verlo? ¿Qué pasa con los pobres vecinos que apenas pueden ignorar el garabato público de estos sin-talento cada vez que salen de sus casas? Irónicamente hay un cartel de “No tirar basura” (49) en esa misma esquina. Corro al baúl de mi auto ignorando los bocinazos detrás mío, saco una bolsa de basura industrial de mi casa que tengo guardada para estas ocasiones especiales. Con orgullo y sin verguenza, tiro el contenido directamente a la calle. ¡Tomen eso! Me siento virtuoso, estoy seguro que he creado trabajo. Cada vez que tiro algo, a alguien le tendrán que pagar para que lo levante. Es puro sentido común.


Navegando una vez más este pozo llamado vida, me doy cuenta que es demasiado tarde para desviarme. Tendré que pasar una concentración antiaborto (50) en la vereda de Planned Parenthood. Nada me enoja más que estos provida. Ni siquiera los entusiastas de la astrología (51), Herman Hesse (52) o los juegos de computadora (53). ¡Miren a estos idiotas desfilando! “Metete en tus cosas” grito. Cuando uno de ellos se acerca a mi auto con folletos pierdo el control y le digo “¡Desearía ser una muer para poder abortar!” Temblando de ira, me pienso en calmarme antes de que me peguen pero no puedo resistir decir algo más: “Odio al Papa” (54) le grito a nadie en particular. Tengo que escapar, acelero hacia un cine barato (55) pensando que puedo escabullirme hacia el otra parte si la función es tan horrible como imagino. Al menos no están pasando clásicos aburridos (56) como La Reina Africana o Pecadora Equivocada o aún peor, ciencia ficción (57). Me compro un balde de pochoclos sobrepreciado y me olvido de decirle al cajero que no le ponga esa salsa de manteca tóxica (58) que arruina un snack perfecto. Nunca pido Coca Cola (59) porque huele mal. Me siento, como unos pochoclos y tiro el balde completo al piso. Más trabajos. Pagué la entrada, ¿cómo se atreven a hacerme usar un tacho de basura? Están pasando unos cortos (60), pero al menos no son animaciones digitales arty (61), eso me llevaría al vandalismo de cines. ¿Dónde están los censores de películas cuando los necesitamos? Bien, ahí empiezan los avances, los cuales arruinan mostrando el trailer de la estrella de cine más ofensiva del mundo, Sylvester Stallone (62). Seguro tiene granos en el culo. La película que van a pasar es Testigo en peligro (63). Detrás de mí, dos viejas se ponen a hablar (64) como si esto no pudiera ser mejor. “Parece que recibió buenas críticas” dice una. “Sí, seguro que va a estar nominada a algún Oscar” contesta la otra. “¿Podrían CALLARSE?” les grito dándome vuelta con una mirada amenazante. “No están mirando la tele en su casa, saben” agrego.


Les da tanta verguenza mi exabrupto que ni siquiera se aclaran la garganta por la siguiente media hora. Pero mientras el film se desarrolla empiezo a desear que todo el público empezara a gritar. Se trata de gente amish (65). ¿A qué idiota de Hollywood se le ocurre hacer una película en la que los héroes son un grupo de personas cuya religión les prohibe ir al cine? A la mitad de esta abominación cinematográfica hay una escena en la que construyen un granero al atardecer que es tan nauseabunda que pienso que el vómito proyectil es una posibilida. “Hermoso” dice una de las viejas a su acompañante y finalmente me quiebro. Salto de la butaca, le arranco la peluca, la tiro al pasillo y me voy de la sala, chillando en la oscuridad. Me escondo en otra sala pero no por demasiado tiempo. Están pasando Máscara (66). La protagonista es Cher, que estuvo bien en Chastity pero bajo la dirección de ese Peter Bogdanovich (87) parece estar teniendo buenas críticas por no usar trajes de Bob Mackie. La película es sobre un niño con la cara deformada que no es sólo feo sino que además es un forro terrible. Su madre se supone que es una motoquera pero sus amigos Hell’s Angels son casi tan amenazantes como Los Siete Enanitos. El hombre elefante jr. se enamora de una hermosa niña ciega y en una escena trata de decirle lo hermoso que es el cielo. “No puedo ver, no conozco el azul” dice ellla. El feito calienta piedras a diferentes temperaturas y las pone en sus manos y le dice “Esto es azul” ”¡Lo veo, lo veo!” dice la nena y entro en un estado de locura temporal, rompiendo seis butacas con las llaves del auto y gritándole a la gente que me miraba que Dorohy Stratten debería sentirse orgullosa de haber sido asesinada, cualquier cosa era mejor que una vida con Peter Bogdanovich. Me escapo del cine justo antes de que llegue la policía, subo a mi auto y prendo la radio, esperando escuchar novedades sobre la Tercera Guerra Mundial o lo que sea que me haga olvidar esas películas pero en cambio escucho un oldie de los Beatles (68), quienes arruinaron el rock & roll.


Es demasiado. ¿Cuánto puede resistir un hombre? Estaciono y me pongo a llorar. Sin parar. Por favor Dios (69), te odio también, dejame volver a mi departamento sin que me metan preso. Capaz debería irme de la ciudad. Podría ir a Nueva York, pero se que me quebraría viendo a esos liberales ostentosamente tapándose las orejas en la estación de subte (70) cada vez que llega un tren. Me metería en peleas con choferes que ni siquiera hablan buen inglés (71). ¿Qué onda con la playa? ¿Estamos todos locos? ¿Qué voy a hacer, navegar? (72) ¿Mirar convertibles? (73) esos autos pretenciosos que gritan “Mirame” y no hacen más que enredarte el pelo y dejártelo todo sucio. Ni siquiera puedo ir al parque por el miedo a ver académicos de cuarta fumando sus pipas (74) y jugando el juego más aburrido de todos los juegos, el ajedrez (75). Quizás sólo debería irme a casa. Corro de mi auto a mi departamento y cierro con dos vueltas de llave. Estoy temblando pero intento relajarme. El correo al fin llegó pero siempre es un daño abrirlo. ¿Qué me hizo pensar que hoy sería diferente? ¡Dios! Alguien me ha enviado una de esas temidas tarjetas de felicitaciones (76). ¿No pueden esos parientes idiotas ni siquiera pensar una frase para escribir en vez de pagarle a Hallmark por una línea que nunca dirían en voz alta? Por supuesto, hay cuentas. Pero ninguna tan molesta como American Express (77), la peor de todas las tarjetas, la más alta tarifa anual que te brinda el privilegio de una catarata interminable de correo basura. Y encima de todo tenés que pagarla todos los meses, no tiene sentido. Todas las facturas de tarjetas apestan, son difíciles de abrir (78), pierdo segundos de mi vida en tareas forzadas. Intento mirar una revista a la que me suscribí pero de inmediato la tiro a un costado cuando veo artículos sobre ese gigante horrible de Mr. T (79), que va a juicios de violadores de niños y posa para las fotos y la gorda hija de Bette Davis que es una fan de Jesús (80) que cree que nos escandalizará saber que su madre la maltrataba. ¡JA! ¡Es un milagro que no la haya matado!


Me cae en el regazo una de esas malditas tarjetas para suscribirme a la revista y la hago trizas, jurando cancelar mi suscripción a la revista pero decido continuar pidiendo revistas a pagar para arruinar a su sector de suscripciones. Deberìa ser más inteligente pero prendo la tele (82) en la que no se ve casi nada. Oigo una sola risa pregrabada (83) y me pongo a gritar en la privacidad de mi hogar. Cambio de canal, agarro el final de un noticiero y veo al hombre del pronóstico (84), el único servidor público que cree que debe actuar como un payaso para tener mi atención. Por lo menos es verano, así que no tengo que escucharlo decir “frente de aire frío” (85), una pavada que dice para camuflar el hecho de que la temperatura es exactamente la esperada para este momento del año. ¿Debo suicidarme para escapar este sinsentido? Llamo a un hater como yo y él también ha tenido un día horrible. Lo invito a tomar un trago. “¿Me estás jodiendo?” me dice. “Seguro que vamos a un bar y pedimos un martini y lo ponen en el vaso equivocado (86). Después un forro con un mullet (87) nos daría una conferencia alimentada por la droga (87) sobre algún tema aburrido como el teatro (89).” “¡Tenés razón!” grito, agarrando la bola mientras todavía está en mi cancha. “Quizás incluso nos hablaría de teatro experimental, el peor de todos, en el que la gente se mete al público y trata de involucrarse con los espectadores mortificados.” Continuando por su tangente, mi compañero empieza a gritar “Odio la lucha (90), ese deporte que estaba más o menos bien y ahora fue arruinado por Cyndi Lauper, pero más que eso odio el folk (91) y las ferias callejeras (92).” Echando espuma por la boca tiro el teléfono y en un frenesí empiezo a gritar tan fuerte que mis vecinos empiezan a golpear las paredes. “Odio las luces estroboscópicas (93), odio la performance (94) y” -recordando a mi amigo del otro lado del teléfono- ”para ser sincero TE ODIO A VOS TAMBIÉN.”


Se que me cortó porque escucho el tono pero que se vaya a cagar. ¡Los amigos (95) son idiotas! Me tambaleo por el departamento, sacudiendo los brazos, gritando como una banshee para que todo el mundo me escuche “¡Ya te voy a agarrar Jon Voight (96)! ¡A vos también, Bob Dylan (97)! ¡Y a todos los idiotas famosos que están tramando formas de molestarme en este momento!” Colapso en la cama y me empieza a sangrar la nariz. Acuso directamente a Bo Derek (98), El Hobbit (99), Rod McKuen (100) y… Dios, me dan arcadas de solo pensar en esta gente. Al fin agotado me logro dormir por unos minutos pero no existe el consuelo. Tengo un sueño estúpido. Nunca te lo contaría porque más que nada en el mundo ODIO a la gente que te dice “Tuve un sueño rarísimo anoche...” (101).




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