Santa Clara, texto textura

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texto textura

convivencia, trabajo, matices y colores






TERRITORIO producción 2015 ®

Dirección Andrés Gómez Producción Gabriela Arguello Fotografía Vinicio Benalcázar Texto Gabriela Arguello Diagramación y diseño Andrés Gómez Vinicio Benalcázar El material fotográfico y los textos que componen esta publicación son un aporte voluntario de sus autores, puesto a disposición de la obra y sus diversos medios de difusión. Los derechos sobre cada fotografía y texto, así como la responsabilidad sobre los contenidos en los mismos, le pertenecen a cada autor y no son de exclusividad de este producto.




Madrugar al mercado. Madruga más el que vende que el que compra, pero se madruga igual. Recorrer sus estrechos corredores. Entrar, comprar, salir. La tarea se repite tantas veces en la cotidianidad sin que reparemos en el lugar. El mercado, espacio de rostros y memoria anónimos. Si bien, es la comercialización desde donde se configura el espacio del mercado, existen una serie de prácticas y lenguaje propios del lugar, que trascienden esa condición de actividad netamente económica. El puesto de la venta, el sitio entero, se transforman en el lugar de convivencia de muchos quienes no cuentan con más que su fuerza de trabajo. Gente que hizo de un galpón, el lugar dónde se gana la vida, pero también el lugar donde se alimenta, mira televisión, juega a las cartas, reza y celebra. Dinámicas que se desarrollan sucesivamente durante todo el día y que al mismo tiempo son irrelevantes al tránsito regular del que acude por una necesidad puntual.


La gente del mercado, en su mayoría mujeres, con puesto asignado o de manera informal, desarrolla jornadas extensas de trabajo. Su vida transcurre entre el negocio y la crianza de los hijos e hijas, quienes posiblemente hereden la actividad de subsistencia de sus padres. La vida diaria está marcada por la interacción e intercambio permanente con el igual, con los otros. Con el vecino de puesto, el proveedor, el cliente, el casero. Con la ciudad y con el campo. Un encuentro entre lo popular rural y urbano propiciados por la compra y venta de productos agrícolas. Sin olvidar, que la oferta del mercado puede abarcar además, carnes y mariscos, comida preparada, muebles, algún servicio como el de la costura o la zapatería, entre otros. Mayoristas, minoristas, ferias a lo largo de la ciudad y de su historia. Con sesenta y cuatro años desde su fundación, el Mercado de Santa Clara, en honor a “Santa Clara de San Millán”, abrió sus puertas en 1951. Luego de seis décadas transcurridas, mientras Quito crecía acelerada, el mercado de Santa Clara pasó de estar ubicado en lo que fue el extremo norte, a pleno centro de la ciudad por efecto de la expansión de ésta. Pero en el día a día de la gente, la historia y las historias son más cotidianas. Convivencia y trabajo, matices y colores. Ausente la estética del paisaje para una postal, se enciende la cámara. Un infinito de elementos, superficies visuales y táctiles más allá de lo que el ojo humano percibe, o de lo que las mentes obturadas por la rutina nos permiten observar. Otro encuentro con el mercado. Otra mirada, ahora mediada por la resolución de un lente, que alcanza todos aquellos detalles.


Se activan los sentidos al instante. Ingresar al lugar, observar, encuadrar, enfocar, disparar. El ejercicio pudiera parecer repetitivo y hasta mecanizado, pero cuando el espacio al que se asiste está lleno de colores, olores, sonidos, textos y texturas, las condiciones cambian y el ambiente encierra. Diálogos, tiempos de exposición, enfoque y desenfoque. Cada acción y vivencia solo cobrarán sentido al experimentar la sensación de mirar, a través de una fotografía, las texturas que palpamos con las manos, las palabras que no escuchamos en el transitar diario de las compras en el mercado. Es así, que la presente narración fotográfica se construyó a partir de la presencia cotidiana en el Mercado de Santa Clara. Un registro realizado en el 2011, que hoy se materializa en esta producción como “Textos Texturas”. La captura de imágenes como un ejercicio de reflejo permanente. Cada fotografía se convertía en una bocanada de colores, cada personaje en el espejo de todo lo que alguna vez fuimos y lo que queremos ser. Gente trabajadora y cordial a la cual se debe este trabajo y a la que van dedicadas esta serie de texturas, acompañadas de sus textos, palabras compartidas para enseñarnos a navegar en el trabajo documental desde sus reflexiones. La jornada, transcurrida entre risas tímidas y miradas estremecedoras, concluye al apagar la cámara fotográfica y despedirnos, para salir con el color del mercado impregnado en las retinas.





AquĂ­ estamos desde 1951.















Gracias a dios no me quejo de la necesidad.
















Solo cuando me enfermo descanso.


















Si tiene fe le sirve.















El mercado es bien duro.











Trabajo en el mercado desde que tengo 8 a単os.






















No me gustan las fotos porque la gente me ve.













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