Apropiarnos el presente, para construir desde hoy el Nuevo Chile
1. Introducción La hora actual: la Surda en Congreso
1. 1. Nuestro movimiento llega a su primer congreso en una situación ambivalente, en la que se mezclan altas expectativas por lo que podría llegar a ser la Surda, con una percepción de haber sido y ser parte importante en la construcción de nuevos actores sociales y políticos emergentes en la escena nacional, pero también, porqué no decirlo, con una largamente arrastrada sensación de crisis, de agotamiento del proyecto y práctica política de nuestra organización política. A pesar de la indudable contribución que ha hecho la Surda a la construcción de un ideario y una práctica política impulsora de un Nuevo Chile, su presencia y referencia en muchos de los movimientos sociales que han intentado luchar por una redefinición del mapa del poder en nuestro país, y su crucial aporte como intelectual colectivo y soporte ideológico para círculos sociales mucho más amplios que la misma Surda, dentro de su militancia, en la sensación ambiente dentro de la surdez, ha tendido a predominar una actitud de estancamiento y crisis. Es esa situación la que, junto con motivar diversos debates y tensiones en los últimos tiempos y coyunturas, ha propiciado la realización de este congreso, que, con los logros ya obtenidos, en términos de reflexiones sobre el presente y recuento de nuestra historia, ha sido un ejercicio inédito desde la creación de nuestro movimiento. 1.2. Por esto, este proceso de discusión, que hemos querido que sea abierto, interviniente, y en caliente, debe entenderse como una oportunidad histórica de refundación y nuevo impulso al proyecto político con que la Surda pretende aportar a una sociedad transformada y una vida mejor para el pueblo chileno. Las crisis políticas pueden abrir posibilidades antes cerradas, y las tendencias y opciones que surgen de ellas pueden tener potencialidades enormes si se las asume con una genuina voluntad revolucionaria. En esa dirección, con ese sentido, se ha escrito este trabajo. 1.3. La situación crítica y en congreso de nuestro movimiento en la hora actual implica hacerse cargo de las múltiples deficiencias orgánicas y políticas que terminaron manifestándose el último tiempo, cuando nuestro movimiento afrontó coyunturas para las que,
con su tipo de construcción y organización anterior, no estaba preparado. Las proyecciones políticas que se hicieron en la Conferencia del 2002, que marcaron una hoja de ruta para los años siguientes y se plasmaron en la idea de la “emergencia política” del movimiento terminaron no teniendo mucha conexión con la acumulación real con que contaba la Surda, ni con su formato orgánico real, más allá de las intenciones o los diseños políticos deseados, o las previsiones de lo que debía pasar en el escenario político nacional. 1.4. Así, las proyecciones de avance y emergencia del proyecto de la Surda expresadas en la Conferencia del 2002, fueron sobrepasando nuestras capacidades para hacerlas realidad, y tampoco pudimos incidir en los procesos políticos que les servían de premisas a nuestras líneas de acción concretas, propuesta en tal plan político. El desencantamiento anímico, las tensiones políticas internas, y la pérdida de una hoja de ruta básica para el conjunto del movimiento que derivó de todo eso, empantanó hasta hoy la proyección del proyecto la Surda, pero también hizo posible un ánimo de recuento general de nuestra historia, inédito desde su creación a inicios de los noventa, y de aprendizaje de los aciertos y errores con un ánimo proyectivo, con la perspectiva de encarar con ese bagaje de saberes los desafíos del presente. 1.6. Los planes de acción diseñados en la Conferencia del 2002, la llamada emergencia política, estaban asociados a una creciente relevancia y visibilidad lograda por nuestra presencia en varias instancias sociales, como las experiencias de la Toma de Peñalolén y en organizaciones de ciertos sectores de trabajadores (como los referenciales trabajos en el Sinami y la Fenprus), pero centralmente por nuestra incidencia al alza en el movimiento universitario, y el referente políticoideológico de la revista. Esta era la acumulación real que daba a la Surda la perspectiva de emerger hacia la política nacional. No era poco, y de hecho, lo que había sido la Surda la colocaba como una expresión política que no era posible omitir dentro de los principales actores políticos populares a comienzos de siglo, y quizás, el que contaba con mayor frescura y vitalidad. 1.7. Sin embargo, es igualmente relevante señalar que al momento de pretender emprender tal camino de emergencia, buena parte de la Surda extrauniversitaria iba decantando hacia el estanciamiento, la dispersión, y hasta el retroceso (caso de trabajadores) y la derrota (caso de Peñalolén, y más en general, de los intentos por construir fuerza territorial). Además, al desencanto de muchos militantes se sumó el problema aún no solucionado de encontrar formatos políticos y organizativos que superen efectivamente nuestra presencia enclavada en referentes sociales específicos (hacia una política más articulada a lo largo del país), falencia que se expresa de la manera más nítida en la arrastrada imposibilidad de construir una continuidad de acción política con los universitarios una vez convertidos en profesionales. 2. La identidad histórica de la Surda 2.0. La voluntad por sobrepasar las limitaciones propias de los formatos, prácticas, y discursos de la izquierda tradicional, que formó parte desde siempre de la surdez, le dio al movimiento un aura de ser una fuerza política nueva, esa que avanzaba sin pedir permiso y desde abajo, y además, emparentada con la reinvención que los actores subalternos del mundo vivían durante los noventa, de las que surgió como principal fruto un inesperado auge de los sujetos
populares, los movimientos sociales, y las expresiones políticas antineoliberales y de un neonacionalismo latinoamericano a lo largo y ancho de nuestro continente. El nombre y la revista de nuestra organización transmitía algo de eso: somos una izquierda de los tiempos presentes, esos donde se autoproclama un supuesto “fin de la historia”, pero donde también comienza a reinventarse, bajo nuevas formas, un renovado camino de luchas y emancipación para un mundo en vías de destrucción por el capitalismo neoliberal, y donde en ese proceso comienzan a ser fundamentales y referenciales, las luchas de nuestros pueblos latinoamericanos: la izquierda del sur para un nuevo siglo. 2.1. Nuestra militancia, forjada principalmente en sucesivas generaciones de estudiantes universitarios, pero también en algunas de las experiencias en el campo de los trabajadores y el trabajo territorial, se fue caracterizando desde sus inicios por ser ideológica y políticamente más abierta y menos dogmática que el resto de las izquierdas partidarias, junto con una práctica de democracia y debate interno con una calidad no muy abundante en las izquierdas de los años noventa. Si bien este punto es relativizable, dado que la surdez se formó como intento de superación de las izquierdas de su tiempo, pero venía y era en buena parte una expresión de ellas, el ambiente y las prácticas que eran parte de la derrota de las izquierdas chilenas eran parte también de la identidad surda, situación que aún padecemos, no sólo nuestro movimiento, sino que el buena parte de los movimientos sociales de Chile. Sin embargo, desde el inicio, nuestra crítica a la sobreideologización y el dogmatismo de la izquierda tradicional se logró plasmar en una cultura política interna de debate, y, sobretodo, de apertura mental del intelectual colectivo surdo hacia las realidades con que se topaba en su acción política concreta. 2.2. Así, las experiencias sociales de la Surda fueron creando un sentido común que se apropiaba en buena parte de sus dificultades y complejidades, en un político contexto general de cerrazón institucional y democracia antipopular, y un mapa social desarticulado, poco politizado, y marcado por un obligado individualismo y retraimiento hacia la vida privada para las grandes mayorías, incluyendo a la militancia social y política, y sus instrumentos forjada en la lucha contra la dictadura militar. Las “problemáticas surdas” asociadas a tales experiencias, fueron marcando un camino de opciones políticas que nos fueron alejando progresivamente, tanto del “campo revolucionario” (los espacios político-sociales desde donde surgió), como de las izquierdas institucionales comunista y socialista, lo cual fortaleció la tendencia al distanciamiento, crítica y hasta confrontación mutua con importantes sectores de la izquierda chilena. Siendo así, no extraña la convocatoria importante e ininterrumpida con que ha contado la Surda en ya varias generaciones de estudiantes universitarios a lo largo de buena parte del país, o la frescura ideológica, simbólica y discursiva que proyecta nuestro movimiento hacia fuera. 2.4. Por otra parte, tal apertura mental acercó a la Surda a las problemáticas mas presentes en el mencionado proceso mundial de reconstrucción de las izquierdas, o dicho de forma más general, de los proyectos de transformación social y política que intentan superar al capitalismo neoliberal. La relevante labor ideológica que ha desempeñado la Surda, sobre todo mediante la revista, la construcción colectiva de un sentido común asentado a las experiencias concretas de acción política y social, y también la no poca formación ideológica de muchos de sus militantes, ha contribuido a conformar un cúmulo de “saberes surdos”, incluso plasmados en un
lenguaje y una terminología propia, que son parte central de lo que nuestro movimiento ha aportado y puede aportar a la construcción de un nuevo proyecto histórico para Chile. 2.5. Los trabajos universitarios surdos, por lo demás, han representado progresivamente buena parte de lo más pulido y activo del movimiento estudiantil chileno, con experiencias donde muchas veces la Surda ha sido fundamental y referente, logrando contribuir el desborde de los marcos de la política tradicional meramente representativa o poco convocante, con distintos e innumerables referentes autonomistas donde se ensayaban importantes embriones de democracia participativa, un lenguaje y una cultura política anclada en el presente, y una valiosa experiencia de gestión en los minigobiernos de las federaciones y centros de estudiantes. 2.6. Las nuevas generaciones de profesionales universitarios derivados de esas experiencias universitarias, constituían (y constituyen), una base política calificada y repartida por varias ciudades del país, cuestión que se suma a las anteriores, en cuanto a conformar una acumulación política que hacía y hace posible pensar en una irrupción o emergencia política no tan sólo de nuestro movimiento, sino que necesariamente unido a eso, del conjunto del movimiento social y popular chileno. 2.7. Sin embargo, aunque en el proceso de reinvención de las izquierdas y del movimiento popular chileno la Surda ha desempeñado un papel importante, esto no ha logrado decantar en una referencia política nacional clara, a pesar de que, por una parte, las iniciativas de la surdez, con sus proyectos personales, colectivos, locales, suelen ser sí referenciales para sus entornos sociales, y por otra, de que durante todo este tiempo, se haya extendido un sentido común autonomista por múltiples espacios de organización, en algunos casos con participación nuestra, pero lo que es más significativo, mucho más allá de nosotros. Nuestro ideario cubre un espectro político más amplio que nuestras prácticas concretas, y el sentido común al que apelamos surge y se ha desarrollado más que nuestro instrumento político. La “surdez” ha sido, y es, más que el Movimiento Surda. 2.8. En parte, esto es bueno que así sea, dado que demuestra la pertenencia de la Surda a las tendencias y procesos históricos en desarrollo, pero también, en buena medida esto se ha convertido en una falencia que dificulta el avance del proceso de transformación social que deseamos, debido a graves insuficiencias en la construcción de nuestro instrumento político. Lo anterior demuestra la crucial relevancia de prestar especial atención a la adecuación del instrumento político en torno a las realidades del presente, lo que implica la centralidad que debe tener la autorreflexión y la comunicación al interior del instrumento político, cuestión muchas veces descuidada, y puesta en segundo plano en relación a una exagerada primacía a circunstancias externas (la política supuestamente “en grande”), en las que el movimiento, con sus fuerzas reales, tiene poca o nula capacidad de incidir. Es cierta la necesidad de cubrir con una mirada política el contexto histórico y político general en que se está, pero eso no puede decantar en un “externismo” que abandona la pretensión de construirse como un actor incidente en esos grandes procesos, para lo cual es crucial el colocar en el centro de tales análisis y debates, las cuestiones relativas a la situación real del movimiento, sus presencias sociales, y los procesos de largo plazo que lo pueden constituir en un actor incidente, con capacidad de transformación de ese marco político general. Ante tal “externismo”, debe primar una mirada “situada” en el Nosotros, en nuestra capacidad de incidir social y políticamente en los procesos históricos en
curso.
3.Los recientes procesos políticos nacionales: 2003-2006
3.1. Junto con el mencionado capital político propio, la pretensión de la emergencia política se apoyaba en una lectura de los procesos políticos nacionales, que determinaba con mucha fuerza los planes políticos concretos proyectados en la Conferencia 2002. Estas condiciones externas, es decir, aquellas relativas al contexto histórico, y más en especial, a las correlaciones entre las fuerzas políticas, eran, principalmente, la continuación del avance de la derecha, la descomposición creciente de la Concertación, y la progresiva crisis de incidencia y de sentido de la izquierda tradicional. A continuación se desarrollarán tales previsiones. 3.2. Si nos situamos en el período 2000-2003 es decir, en los años que sirvieron de base para los análisis subyacentes en el plan político propuesto el 2002, apreciamos cruciales diferencias en torno a la realidad de la política formal de hoy. Aquellos primeros años del gobierno de Lagos, estuvieron marcados por una efectiva crisis interna de la Concertación, tanto de proyecto (campeaba la burocratización y la falta de sentido en sus filas), electoral (avanzaba la derecha, que ya la había forzado a una segunda vuelta presidencial y conseguía preocupantes avances populares en municipales y parlamentarias), de liderazgo (Lagos no conseguía calmar las aguas internas, y era presionado fuertemente por el empresariado a profundizar el ritmo neoliberal), de ideas (las almas flagelantes y complacientes no lograban conciliarse), y hasta anímica (cundía el entreguismo frente a una “deseable alternancia en el poder”, que le dejaba el terreno abierto a la derecha). 3.3. Las vueltas de la historia, y una nueva demostración de la capacidad de las elites políticas y empresariales chilenas para reaccionar y rearmase ante cada coyuntura que las ponen a prueba, fue lo que vino después. Ante el declive de la Concertación a fines de los noventa, con el importante añadido de la depresión económica tras la crisis asiática del 97, el empresariado se había jugado todas sus cartas al avance de la derecha, principalmente de la UDI. Tras el apretado triunfo de Lagos, reaccionó unido y vehementemente para conseguir el ablandamiento de un personaje que era asociado a la izquierda de la Concertación, cuestión que lograron en poco tiempo y con gran éxito. En un muy rápido proceso de cooptación y alianza, el alto empresariado terminó amando al nuevo presidente, tras un pronto repunte macroeconómico, más un inesperado salto del liderazgo carismático de y un reafianzamiento de la coalición concertacionista, bajo un signo neo autoritario y neo portaliano. La presidencia de Lagos es la concreción final de la total cooptación del sector concertacionista alguna vez allendista (los viejos patriarcas del PS, el MAPU, aliados ahora en múltiples formas a la tecnocracia y la burocracia neoliberal), adoptando cada una de las características alguna vez asociadas a los fachos: el discurso y las prácticas autoritarias, la consolidación de una legitimación pública a la represión a la protesta social, e incluso la validación democrática a la Constitución del 80 (rebautizada bajo firma de Lagos con fecha 2005), y hasta el regreso de la retórica portaliana, del “estado fuerte”.
Frente a todo eso, el alto empresariado (y sobre todo sus aparatos mediáticos), inclinó sus preferencias ante esta nueva promesa de “gobernabilidad”. 3.4 Mientras, en la otra coalición, la Alianza de derechas, su ineptitud política, atrapada en escándalos judiciales y disputas internas, bastaron para voltear las agujas de la política nacional en dirección contraria. Además, durante los últimos años se ha ido haciendo cada vez más visible el horror dictatorial, en buena parte por una larga y laboriosa “batalla por la memoria histórica” que han hecho las diversos actores sociales, culturales y políticos, pero también por un proceso en cierta medida inevitable, en que las verdades de lo sucedido se termina imponiendo a medida que el tiempo contribuye a destapar las realidades y tensiones encubiertas de casi dos décadas de terrorismo de Estado. Los que participaron en él, de una u otra forma, han comenzado a pagar tardíamente el costo político de eso, haciéndoles necesario un “desmarque” de su pasado dictatorial, y un recambio generacional de sus dirigencias, cuestión que siguen resistiendo sus cúpulas partidarias y la lógica sectaria y caudillista tradicional en las derechas chilenas. 3.5. Pero antes de eso, todos veíamos, pensábamos y temíamos un avance de la derecha, pues no sólo lo veíamos diariamente en el espacio público mediático o en los datos electorales, sino que también en las percepciones más subjetivas de nuestros entornos sociales: incluso en nuestras universidades la derecha nos arrebataba varias y simbólicas federaciones (la Fech y la Fec en un mismo año, en manos del gremialismo). Pero fue principalmente el crecimiento de la ultraderecha en los sectores populares lo que alentaba tal visión: el trabajo poblacional de la UDI, comenzado a inicios de los años ochenta con todas las ventajas de le daba la dictadura a un militante puñado de jóvenes gremialistas, y edificado sobre los programas sociales del gobierno militar (sobre todo su política habitacional y de erradicaciones en los sectores más pobres), se proyectó dos décadas después en un crecimiento electoral importante para la UDI en las comunas populares, afianzado en esos y otros sectores sociales sobre la base del recurso a los “problemas concretos de la gente”, un supuesto apoliticismo que hacía sentido a unas mayorías cada vez más descreídas de “los políticos”, y una efectiva presencia mediática de sus dirigentes, principalmente de Lavín. 3.6. Sin embargo, todo eso cambió: el “apoliticismo” fue derrotado mediáticamente por el aura de republicanismo neoautoritario que proyectó Lagos, la UDI y la derecha en su conjunto evidenció una vez más su falta de unidad y su oscuro historial reciente, y el alto empresariado afianzó cada vez más su cooptación programática, económica, y social, de las dirigencias concertacionistas, haciendo relativamente superfluos a sus aparatos partidarios más directos de RN y la UDI en su interlocución ante el gobierno. Por lo mismo, campea en el presente de la derecha “política” (en rigor, de las mismas familias y círculos sociales que la derecha”económica”), una sensación de estancamiento y crítica hacia sus instrumentos políticos, intentando un hasta ahora tibio distanciamiento de sus orígenes dictatoriales, o un ocultamiento de sus indudables relaciones de parentesco con el alto empresariado, que les dificulta asumir un rol más “popular”. Ahí su frecuente mirada al Partido Popular español, que logró cierto éxito en ambas cosas, o las que logran capitalizar su poder mediático, siempre muy asociado a la proyección del tema de la inseguridad, el miedo, y la violencia de las sociedades neoliberales. Por todo esto, el principal instrumento político que ha tenido el “alto
empresariado” chileno para mantener y afianzar su proyecto histórico, ha sido más la Concertación que la Alianza de derechas, haciendo con esto un velado reconocimiento de su incapacidad para gobernar y dar estabilidad al modelo social y económico del que es su principal beneficiado. 3.7. Es más, en términos de percepciones, realidades electorales, o tendencias culturales, lo que parece estar pasando hoy es una tendencia bastante contraria: se percibe un auge del progresismo político, la alternatividad cultural, y es más, el avance de diversas intuiciones y miradas críticas frente al modelo económico y social. Los mismos procesos sociales que ha desatado la modernización neoliberal en Chile han ido más rápido que sus impulsores, han ido creando una sociedad que descree de muchos de los valores culturales que promueve la derecha, e incluso, la Concertación más “conservadora” culturalmente (principalmente la DC), y ha fortalecido un “progresismo” en materias culturales que tiene hasta ahora una subvalorada representación en el sistema de partidos, pero cuyo avance electoral es uno de los fenómenos más visibles en las últimas elecciones, junto con el estancamiento del avance populista de la UDI en las comunas populares, y el arrebato del liderazgo de la derecha en manos de un Piñera que le habla a las clases medias con un discurso también “progresista” culturalmente. 3.8. Por otra parte, mientras eso pasaba con el marco de la política formal de las dos grandes coaliciones, en los actores cercanos se vivían procesos políticos no previstos por los análisis del plan político del 2002. Por una parte, las izquierdas extraparlamentarias se unificaban en el referente electoral Juntos Podemos, que les ha dado visibilidad esporádica pero poca acumulación social y menos aún creación de nuevos formatos de creación de un instrumento político realmente unitario y amplio que rompiera de hecho el binominalismo y el cerco político de las elites. Sin embargo, aunque sin tener una actualizada vocación de mayoría, ni la práctica transformadora necesaria para incidir en la política nacional, ha logrado tanto aunar a buena parte de la izquierda chilena dándole un nuevo impulso y visibilidad nacional, como sumar, esporádicamente eso sí, a una importante cantidad de independientes y nuevos militantes a un referente político que dista mucho de ser sólo “militancia dura de izquierda tradicional”. Todo lo anterior corrobora la importancia de una expresión política nacional que exprese, también en las elecciones, las opciones y trabajos políticos que muchas organizaciones e iniciativas han venido realizando durante este tiempo de “democracia antipopular”. La expresión electoral puede retroalimentar los trabajos sociales y políticos en que el movimiento social chileno ha estado hasta ahora. 3.9. Es el caso de numerosas iniciativas sociales con sentido transformador, articulador, autonomista, que han ido surgiendo progresivamente, como las instancias de los diversos foros sociales, espacios abiertos donde está buena parte del movimiento social chileno, y más aún, aquellos sectores más proclives al ideario y práctica autonomista (más de 50 a la fecha, entre el inicial nacional, más sectoriales, temáticos y territoriales, con cientos de contactos y redes por todo el país); o los múltiples y diversos conflictos sociales, y las experiencias de organización y lucha asociadas a ellos: laborales, urbanos, habitacionales, medioambientales, donde se expresan las contradicciones concretas del Chile neoliberal (locales y dispersos, pero al alza y presentes en todo nuestro territorio). 3.10 Por mientras, la izquierda concertacionista construyó una no menor capacidad de
incidencia y conducción dentro de su coalición, tras el ascenso del “progresismo” expresado en la candidatura presidencial de Bachelet, y en otros personeros y espacios con los que la Surda había previsto formular un camino en común en la hipótesis de un quiebre o desgajamientos de la coalición de gobierno, dada la evidente derechización del programa político real de la Concertación. Hoy por hoy, esas izquierdas o centro izquierdas intentan una tímida pero a veces explícita disputa por dentro de la Concertación, pero aún así, el gobierno bacheletista ha debido configurar un programa medio menos ambicioso y más consensuado políticamente con las derechas (tanto la concertacionista como de la Alianza). 3.11. El proyecto de reformismo gradual dentro de los márgenes del neoliberalismo, impulsado por una capa de nuevas generaciones de concertacionistas, sobre todo de la “concertación progresista” del PPD y el PS (por oposición a la más “conservadora” y derechista de la DC, en un contraste que se remonta a los tiempo de la UP y más atrás), ha vivido en los últimos tiempos un proceso de crecimiento y generalización no menor. La crítica a “las imperfecciones del modelo” surgidas tímidamente entre algunos concertacionistas tras las crisis asiática hizo emerger la conocida contradicción entre las dos almas de la Concertación (la “autocomplaciente” y la “autoflagelante”, allá a fines de los noventa), que, en el mediano plazo, ha decantado en un debate generalizado entre las elites políticas y económicas chilenas: incluso entre la derecha política y el alto empresariado se ha colocado en el centro de las preocupaciones las tensiones sociales, económicas, y hasta geopolíticas que tiene el modelo de desarrollo chileno. La autocomplacencia es cada vez menor en todo el espectro de los poderosos, y cunde una preocupación creciente por las falencias del modelo, cuestión amplificada en los últimos tiempos por una progresivo ánimo de descontento y de incipientes luchas sociales entre las mayorías. 3.12. En tales circunstancias se explica el ascenso de los actores políticos expresados en la persona de Michelle Bachelet, cuyo discurso y programa intenta realizar un difícil equilibrio entre “continuismo y cambio”, entre el hasta ahora intocado modelo neoliberal chileno y las urgentes reformas sociales necesarias para su supervivencia a largo plazo. Expresivo a este respecto es una de las prioridades de su programa presidencial: la reforma previsional, un problema estructural de dos vías: por una, la crisis social “de hecho” que pronto se desatará si es que no se realizan cambios profundos, que abracaría a millones de chilenos sin y con muy poco resguardo económico en un futuro no muy lejano, y por la otra, los enormes intereses económicos enclavados en las AFP`s, que han operado como el centro financiero de las elites chilenas, poniendo bajo su control enormes cantidades de capital, en rigor, extraído del salario de los trabajadores. Por otra parte, su pretensión programática de no sólo más, sino que de “mejores empleos”, toca un aspecto central en cómo se ha sostenido el crecimiento económico chileno: con una alta explotación y precariedad laboral, que redunda en bajos costos para la acumulación capitalista en Chile, el “clima favorable para la inversión” que hace rentable para el capital extranjero invertir en nuestro país, cuyo modelo económico, su vitalidad y crecimiento, depende casi totalmente de tal variable, repitiendo la tradicional dificultad de las elites chilenas por propiciar siquiera mínimos niveles de acumulación de capital propia, colocándose tan sólo como operador nacional y socio local de los grandes capitales de los países dominantes. La otra “ventaja comparativa” de nuestro país, la intensiva explotación de recursos naturales con una
muy baja protección ambiental, también ha redundado en incipientes luchas y articulaciones sociales que tienen como eje la cuestión de la protección ambiental ante el impulso productivo, que muchas veces toca muy de cerca al central tema de recuperación de los recursos naturales nacionales en manos de los grandes capitales extranjeros, y que está comenzando a involucrar a cada vez más comunidades locales y regionales, en luchas concretas y cotidianas ante las manifestaciones reales del modelo en su entorno de vida. 3.13. Pero quizás las tensiones políticas más urgentes al poco andar de este progresismo bacheletista a la cabeza del gobierno han sido, por una parte, la crisis educacional, donde se mezcla una situación “objetiva” de crisis del sistema, con una creciente y explosiva politización de las nuevas generaciones de niños y jóvenes, que apuntan a un tema central en la insostenible desigualdad en Chile, cuestión no sólo relativa a los ingresos, sino que también a las escasísimas oportunidades y posibilidades de movilidad social en la sociedad chilena; y por otra, la cuestión energética, donde quedan al descubierto tanto el aislamiento geopolítico de las elites chilenas en el contexto regional, como la fragilidad de su opción libremercadista y proimperial en materia de política internacional, donde la Concertación hizo desde sus comienzos una apuesta deliberada por la apertura comercial y financiera hacia las potencias del norte, ganando en inversiones y crecimiento de corto plazo, pero perdiendo en integración regional y desarrollo productivo, cuestión que hasta hace poco le había dado ventaja a Chile en términos de crecimiento económico, pero que con la emergente centralidad que está tomando el tema energético en todo el mundo, hoy es una grave falencia para retomar el “crecimiento económico acelerado”, que era y sigue siendo la apuesta de la elite nacional para asegurar un mínimo de “chorreo hacia abajo”, y por tanto, la estabilidad social y política que la enorgullecieron en los noventa. 3.14 Todas estas tensiones cruzan a un gobierno con un débil sustento partidario, dado que el progresismo bacheletista nació y está formado, por lo general, por nuevos y más jóvenes actores ajenos al establishment de la Concertación, al llamado “partido transversal”, e incluso, al “laguismo”, cuyos principales actores miran con incredulidad el proyecto de cambio dentro de la continuidad que intenta impulsar la nueva presidencia. Por eso, los sectores más conservadores y neoliberales de la Concertación (y también “a la derecha” de ella) están operando un juego de “apoyo y tensionamiento” frente al progresismo bachelletista, dejando un escaso margen de maniobra a los limitados intentos de reformas y “cambio” en los aspectos más cruciales que atraviesan al Chile de hoy, lo que, a su vez, puede ir decantando en una tendencia creciente a asumir, por parte de los progresistas “más a la izquierda”, una crítica más sincera y una acción política que los haga acercarse a los temas y planteamientos de fondo que hoy plantean nuevos actores políticos y sociales ubicados en los extramuros de la política formal. Por lo demás, el importante y creciente apoyo electoral que reciben estos sectores políticos les demuestra la legitimidad y validez de sus posturas, y la sensación de estar presenciando movilizaciones sociales al alza los coloca como posibles interlocutores o referentes mediáticos de genuinas preocupaciones e intereses de las grandes mayorías.
4. Problemáticas políticas de la Surda 2003-2006 Desarrolladas ya las tendencias políticas centrales en el período 2003-2006, a continuación se desarrollarán algunas hipótesis en relación a las problemáticas políticas que hemos presenciado en la Surda, junto con reflexiones apropiadas desde las experiencias latinoamericanas y desde la producción intelectual autonomista, y proyectándolas hacia presente y futuro de nuestro movimiento y la refundación de nuestro país. Como se desarrolló en el capítulo anterior, las condiciones políticas nacionales que previó el plan de “emergencia política” tomaron un desarrollo distinto al esperado, y ello, mirado en retrospectiva, dificultó el avance de las líneas de acción que estaban asociados a tal plan. Sin embargo, las lecturas de la política nacional no son determinantes, de por sí, a la hora de avanzar en construir en procesos de larga duración, un proyecto histórico transformador y revolucionario, refundador de la política en nuestro país. Se puede tener lecturas o previsiones equivocadas, pero la situación de un instrumento político depende también de su propia acción, por su situación interna, por la legitimidad que tiene en sus enternos sociales, por muy acotado y limitado que sea todo esto. Por eso, anteriormente se criticó cierto “externismo” que tendió a predominar en los debates y lineamientos de la Surda durante el último tiempo. A continuación se retomará la historia reciente de la Surda con una mirada situada en sus acciones y los contextos en que está, y se desarrollarán a partir de ellas algunas problemáticas que vivió nuestro movimiento en tales circunstancias.
a) La construcción del instrumento político nacional
a.1. Desde el 2002, la Surda viene dando debates y haciendo esfuerzos de diverso tipo en relación a la construcción de un instrumento político nacional con otros actores sociales y políticos, que vaya más allá de la Surda, y que fuera una referencia política alternativa a la izquierda tradicional o la izquierda concertacionista, pero que también dialogara y llevara a cabo un acercamiento progresivo de esas dos “vertientes” de las izquierdas chilenas. La idea era construir una tercera corriente que dialogara sin cortar relaciones ni trabajo con las izquierdas extraparlamentarias y la concertacionista, y que además demostrara ser un nuevo actor que sería capaz de jalonar un proceso de descuadre de los marcos en que estaban las izquierdas, unas, sufriendo una larga crisis de incidencia a pesar de sus apariciones electorales (la extraparlamentaria), y la otra, amarrada por su marco de alianzas políticas, la Concertación, que deja poco espacio para la acción política transformadora. Tal política “amplista”, era y es una buena idea, pero fue quedando como un esfuerzo inacabado, conducido e implementado por un pequeño puñado de militantes, y poco conectado con las prácticas de base que sustentaban políticamente al movimiento, en especial, con la llamada estructura universitaria. Así, las iniciativas esporádicas, formales, y poco asentadas socialmente, en que se plasmaron la
política del polo, después frente amplio, y después movimiento para una nueva mayoría, han sido más espacios de supervivencia mediática que de construcción de fuerza real, y no constituyen de por sí una política nacional que tienda a hacer de nuestro movimiento un actor cada vez más incidente y mayoritario. No han pasado de ser instrumentos altamente marginales, copulares, y con poca legitimidad y sentido de pertenencia tanto en la militancias surda, como en lo que puede llamarse como el entorno surdo, los círculos aledaños a nuestra organización, las personas para las que somos su referente político, más allá de si militan o no en la Surda. a.2. Mas allá de eso, los anclajes sociales, por su parte, fueron mostrando un ostensible agotamiento, de forma casi total en el caso de las áreas de trabajadores y territorial, y en el caso del trabajo universitario, bajo la forma de un pérdida de sentido político que nos presionó hacia los aspectos más locales y administrativos del trabajo en federaciones, sin una proyección político-nacional clara ni apropiada por la mayor parte de nuestra militancia surda estudiantil, y más aún, en nuestros referentes político-sociales de base, como los espacios autonomistas, o las izquierdas amplias. Nuestra acción, nuestros debates, nuestras problemáticas, han tendido a concentrarse progresivamente en unos pocos militantes, y la amplificación de ese capital político queda encerrado, a lo más, en las listas de correo y las asambleas nacionales, regionales, o universitarias. La falta de fluidez, de deliberación y comunicación constante con crecientes actores y espacios sociales acrecentó la falta de anclaje real de nuestras maniobras tendientes a la emergencia política, por lo que terminaron siendo sólo una valiosa pero insuficiente interlocución con otros actores políticos, principalmente del eje Fuerza Social-Colegio de Profesores- Nueva Izquierda, por una parte, y de los sectores más genuinamente socialistas del PS. a.3. Todo esto redundó en que el necesario trabajo y preocupación por la política nacional, por las coyunturas de esta, por los realineamientos políticos de las cúpulas y dirigencias políticas, quedaron sin contenido social, convirtiéndose en política sin base, y volviendo a repetir las tendencias a la burocratización, a la representación sin participación, y al desfase y distanciamiento entre la organización política y los actores sociales que pretende expresar, que tanto han costado derrotas y fracasos a las organizaciones revolucionarias. En este aspecto, nuestra crítica e intento de reinvención de la izquierda, no ha pasado de ser muchas veces formal, y con una escasa demostración práctica en cómo se resuelve la construcción de un instrumento político anclado a fuerzas sociales transformadoras crecientes y empoderadas políticamente. b)El trabajo universitario b.1. Dentro de las líneas de trabajo en organizaciones sociales que ha venido impulsando la Surda, es obvio que el espacio universitario ha sido y es el principal, siendo este el sector social al que la Surda principalmente ha logrado convocar. Desde su surgimiento a comienzos de los noventa en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, y su posterior paso a otras universidades de la capital, y en regiones, primero del Sur en Valdivia y Concepción, después también en Iquique y Valparaíso, a comienzos de la década era natural pensar en la consolidación en Santiago como culminación de ese proceso. El primer gran impulso estuvo en la USACH y la UTEM, la primera en obtener la presidencia de una federación estudiantil en la capital. Pero también, dentro de la Universidad de Chile, y Católica, se fueron dando procesos de
construcción política referenciales en sus casas de estudio, superando poco a poco las complejidades del trabajo en el mismo centro del sistema universitario chileno, como la mayor partidización del estudiantado, su pertenencia a estratos sociales más altos en relación al resto de las universidades en Chile, y un sistema político interno más parecido al escenario nacional (altamente centralizado en Santiago, también). b.2. Como se dijo antes, la Surda surgió en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, y pronto su espacio natural fue el campus Juan Goméz Millas, lugar altamente izquierdizado, muchas veces sobreideologizado en sus círculos políticos de izquierdas, pero donde se lo fue identificando progresivamente como la izquierda más constructiva, hecha para el presente, y con una experiencia referencial en el Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales (CECSo). La experiencia de Sociales dio muestras de la capacidad de un espacio social y político local construido a partir del trabajo en el centro de estudiantes, una suma de voluntades que van construyéndose poco a poco en un espacio con identidad propia, y con una experiencia de participación de base, de genuina racionalidad política en prácticas asamblearias, en el espacio comunicacional de Macondo, y de participación e impulso estudiantil en temas académicos, incidiendo en las compleja redes de poder propias de los claustros académicos, y más en universidades con estatutos inoperantes de época de dictadura, y además, siempre con importante presencia en contexto de movilizaciones nacionales o locales. b.3. Hoy, con el nombre de Movimiento Autonomista Libertario, es expresivo de cómo un espacio local puede ir más allá de su práctica cotidiana local, o la identificación ambigua pero por lo general buena entre esos espacios autonomistas y la Surda, como ha sido frecuente en toda su acción político-social. Ahora último eso se expresa en la presidencia de la federación, y ser uno de las principales vertientes dentro de Izquierda Amplia. Y en disputar, construir, un sentido común autonomista, una izquierda para el presente, en un ambiente con mucha sobreideologización, estancamientos y tradicionalismos de izquierdas, y también mucha apatía y descontento estudiantil tras ese escenario político que recorría toda la Universidad tras la lamentable salida a las movilizaciones del 2002. Además, con la consolidación del trabajo en Sociales, pronto se ha ido irradiando hacia el resto del Campus, cubriendo a estas alturas la totalidad de este, en las facultades de Ciencias, Bachillerato, Artes, Periodismo. Y fuera de él, también a Química, y Derecho, consolidando en década de trabajo una corriente autonomista a nivel transversal en la Universidad de Chile. b.4. El otro referente local a partir del cual se ha ido jalonando tal proceso, y con presencia Surda, es Derecho, donde se construyó un colectivo local de la Franja universitaria autonomista que impulsaba la Surda en el Sur principalmente, y que tras la lamentable salida y bajada de las movilizaciones del 2002 que decantó una crisis general para las izquierdas de la Universidad, dio paso al colectivo de Estudiantes Autónomos. En la facultad más partidizada de Chile, la con más tradición política de elites, el colectivo autonomista logró expresar y construir una corriente política local propia, llegando incluso a la presidencia del centro de estudiantes (CED del 2004-2005), y con líneas de trabajo que fueron y son referentes en la Universidad: la Escuela Sindical, el avance y los aprendizajes del trabajo en el ámbito académico, o la proyección de un discurso y práctica crítica palpable y visible. Esta experiencia se ha logrado construir en un contexto bastante complejo: de alta presencia partidaria y tradición política y deliberante; debe ser
la única facultad de Chile donde están absolutamente todas las expresiones políticas nacionales, y fuera de ellas, en la izquierda, varias más; o la pertenencia socio-económica del estudiantado, una de las más altas en la Universidad y en Chile (aunque con la diversidad que permite aún la Chile, a diferencia de Derecho en la Católica). Pero también, la misma inexistencia de una referencia política nacional expresiva del trabajo local del colectivo, pone una dificultad adicional, sobre todo en una facultad tan “politizada” (en el más tradicional sentido de la palabra) como Derecho de la Chile. b.5. Otro aspecto interesante de la experiencia en Derecho, es su capacidad para ir más allá de las izquierdas, y de articular y ser parte de un sentido común autonomista (más transversal que el mismo colectivo) en el estudiantado de Derecho, que incluso ha impregnado hasta los discursos y prácticas del resto de la “clase política” de la facultad. Esto se expresa en varias iniciativas sociales y organizativas presentes en la facultad, y en una sorprendente “izquierdización” del estudiantado, con la mitad más uno del electorado votando por actores no reconocibles a nivel nacional, con la otra mitad, por la Concertación y la Alianza, una cuestión que indica, a la vez, dos cosas: el abandono que las elites políticas y económicas están haciendo de las instituciones donde tradicionalmente se han educado (más en Derecho de la Chile, el semillero de la clase política del país), pero también, de una muchas veces sorprendentemente mayoritario sentido común crítico, alternativo, o de izquierdas, entre los jóvenes de nuestro país. Esto mismo se expresa en las referenciales cátedras que imparten masivamente varios académicos de pensamiento crítico, tanto en Derecho como en otras Ciencias Sociales, gracias, en buena medida, al impulso estudiantil en el proceso de una larga reforma académica, aún incompleta, pero que ha modificado importantemente varios aspectos de la tradicionalmente muy conservadora enseñanza del Derecho, hecha para construir y regenerar las estructuras sociales y jurídicas dominantes. b.6. Estas dos experiencias autonomistas locales, que fueron sumando lentamente voluntades de otras carreras y campus, emergieron principalmente tras el proceso de crisis de la organización estudiantil y de las conducciones políticas de izquierda, que se evidenció entre las movilizaciones nacionales de mayo del 2002, hasta la victorias que al otro año tuvo la derecha en varias federaciones del país, incluso en bastiones históricos de las izquierdas, como la Universidad de Chile y la de Concepción. Aunque desde mucho antes había antes presencia de la Surda en la Universidad de Chile, esta no había logrado cuajar en un proceso creciente, visible, y duradero, aparte de su germinal participación en la coalición Estudiantes Por La Reforma, en el proceso de reconstrucción de la Fech (1994-1996), que terminó conduciendo el otro gran referente de izquierda, las Juventudes Comunistas (luego creadores de un espacio más amplio, los Estudiantes de Izquierda), o su participación en la mesa directiva de la Federación, en los años ´97-´98. b.7. Esta crisis estudiantil del 2002-2004 fue expresión del agotamiento del ciclo político iniciado por las Juventudes Comunistas al interior del movimiento estudiantil a mediados de los noventa, reconstruyendo una federación que, como tantas otras organizaciones sociales del país, fueron abandonadas, o maleadas en la “retirada social” que la Concertación hizo a comienzos de su primer gobierno de sus presencias sociales, construidas trabajosamente bajo dictadura y con una capacidad de movilización que fue factor determinante en la caída de
Pinochet. Por eso, a mediados de los noventa, la otra corriente de la oposición a Pinochet, es decir el mundo de las izquierdas extraparlamentarias (en algún momento agrupadas en el Movimiento Democrático Popular, MDP, por oposición a la Alianza Democrática, AD, que después sería la Concertación), fue tomando nuevamente posiciones en algunos sectores sociales, como en este caso, el movimiento estudiantil universitario, bajo la idea de “defensa de la educación pública” en épocas de silenciosa pero progresiva privatización. Tal ciclo político al interior de la Universidad de Chile, y también de casi la totalidad del movimiento universitario, tuvo como sus banderas históricas una nueva normativa democrática para las Universidades, dejando atrás la institucionalidad impuesta en dictadura, y las luchas en torno al financiamiento estudiantil, en un marco de progresiva privatización silenciosa de las casas de estudio tradicionales, y de insuficiencia de los aportes estatales para el acceso igualitario a la educación universitaria (principalmente, vía créditos, cuya asignación ha levantado desde hace varios años movilizaciones en cada marzo-mayo). b.8. La crisis derivó en una insospechada victoria de la derecha en la Fech el 2003 (aunque la Revista Surda anunció el peligro que se avecinaba, en el mundo de las izquierdas de la Universidad nadie creía posible algo así), motivada por unas izquierdas sumidas en la falta de proyecto y de grados mínimos de unidad, (y una Concertación siempre en segundo plano), pero también, de un ánimo de refundación de la federación y de las izquierdas de la Universidad, cuestión que era planteado transversalmente por todos los sectores políticos y era evidente para todo el estudiantado, y que terminó expresándose en un nuevo impulso de la Fech como actor dentro y fuera de la Universidad, bajo conducción de Izquierda Amplia. La herencia del trabajo de las juventudes comunistas terminó decantando en el espacio de los Estudiantes de Izquierda (espacio más amplio que la “jota”, creado a mitad de la década pasada por ella misma como referente más masivo), que culminó exitosamente en dos aspectos, al menos: la creación de una nuevo organización estatutaria para la Universidad de Chile, derogando la normativa anterior dictada en dictadura (y que aún rige para el resto de las universidades), y llevando a cabo un progresivo acercamiento estudiantil al gobierno universitario. Además, en relación al siempre presente tema del financiamiento estudiantil, que ha desatado movilizaciones durante todos los comienzos de años, y que ha sido un tema puntal en el movimiento estudiantil universitario, se ha ido logrando una progresiva “diferenciación del arancel” (cuestión siempre insuficiente, dado los altos costos de estos), a través de becas, créditos blandos, y victorias y avances en “mesas” entre la Confech (la confederación nacional de estudiantes universitarios) y el Ministerio de Educación. Y por otra parte, en términos puramente políticos, luego de la crisis de izquierdas y la presidencia derechista en la Fech (2003-2004), tal espacio terminó conformando, junto a los autonomistas dentro de los que estaba la Surda, la coalición Izquierda Amplia, desde entonces en la presidencia de la Fech. b.9. Izquierda Amplia se inicia a mediados del 2003, bajo una federación y una política estudiantil agotada e inmersa en una muy poco fructífera lógica entre la presidencia gremialista de San Martín y su “Unidos por la Chile” (referente gremialista, que intentaba una réplica universitaria al “apoliticismo” de Lavín, pujante por esos años), y las intentonas desestabilizadoras de una importante parte de las izquierdas. El año anterior, tal crisis se había expresado en una impresionante votación de la derecha de San Martín en las elecciones del 2003,
que lo llevaron a la presidencia de la Fech. Junto con eso, los Estudiantes de Izquierda se habían escindido de las Juventudes Comunistas, siendo aquél un espacio más amplio, anclado en la experiencia al mando de la federación por casi una década, y más razonable a la hora de asumir a cabalidad la necesidad de reinventar el trabajo de la izquierda en la Universidad de Chile, que una Juventudes Comunistas que, bajo una zigzagueante, caudillista, y muchas veces poco honesta conducción, ha caído en una fuerte falta de incidencia en el escenario de la U. de Chile. Como se aludió antes, lo más valioso del ciclo de la izquierda comunista de la década pasada, quedó en el referente más amplio, de Estudiantes de Izquierda, y en otros actores independientes que habían participado del trabajo federativo. b.10 Entre ese espacio de Estudiantes de Izquierda, más la Surda, se concretó un camino de acercamiento, en un contexto de gran atomización de las izquierdas (el año anterior habían ido 5 listas del sector), y que sumó ocasionalmente también a la Juventud Socialista, que había dado muestras de crítica a la Concertación y su gobierno (lo que además calzaba con la política de “Frente Amplio” que la Surda había proyectado a nivel nacional), pero con quienes no se logró concretar un trabajo más allá de esa primera elección triunfante, en buena parte, por su alejamiento al quedar ellos fuera de la mesa directiva, pero también por su reencantamiento con el auge del progresismo concertacionista y de Bachelet. Es relevante señalar que, a pesar de optar por eso, las identidades políticas que a nivel nacional se expresan en el progresismo bacheletista no se sienten mayoritariamente convocadas por las juventudes “progresistas” de las universidades, y muchas veces optan por expresiones locales, dentro de las cuales la más importante es, en la Universidad de Chile, los colectivos de la coalición de Izquierda Amplia. Por su capacidad de concretar una organización política propia, por el importante trabajo en el área de comunicaciones, la presencia y apoyo a innumerables iniciativas y movimientos sociales de nuestro país, la relativamente exitosa búsqueda de una reinvención de las izquierdas chilenas, y la relevancia que tiene la Fech en los últimos procesos de articulación en torno a la crisis y reforma educacional, la experiencia de Izquierda Amplia, y dentro de ella, del autonomismo y de la Surda, es un puntal en visible y con grandes proyecciones para la política nacional que pujamos en conjunto el movimiento social chileno. b.11. Además, porque nuestra presencia universitaria a nivel nacional, aunque con muchas insuficiencias, tiene bases sólidas y es un actor relevante en universidades de varias ciudades del país. Siguiendo con Santiago, en la Universidad Católica el referente de Estudiantes Autonomistas es el principal actor dentro de las izquierdas, y tiene una importante visibilidad pública, y peso en centros de estudiantes y trabajo local en el adverso escenario de la Católica, dominado políticamente por los gremialistas y con un mapa político volcado hacia la derecha, y una estratificiación socio-económica y cultural extremadamente alta. Logrando incluso la vicepresidencia de la Feuc en el 2004-2005. Además, la mantención de la presidencia de la Universidad Técnica Metropolitana hace de la Surda el principal actor en la universidades santiaguinas, cuestión alimentada además por la poco fructífera lógica presente tanto en la Universidad de Santiago como en la UMCE, donde un sector altamente ideologizado y de ultra izquierda convive con la apatía y lejanía estudiantil ante la política universitaria, y muchas veces, por lo mismo, con federaciones conducidas por la Concertación. b.12. Fuera de Santiago, aunque en algunos casos hemos padecido dificultades en el cómo
ir regenerando el trabajo en federaciones luego de varios años de conducción autonomista, la presencia de una importante red de militantes y cercanos de la Surda universitaria, cuestión acumulada desde hace ya varios años, ha ido formando un capital político de gran relevancia para el movimiento y para el conjunto del movimiento social chileno, sobre todo por el carácter relativamente nacional de esa red, y de su anclaje en procesos de construcción y lucha social en varias ciudades del país. Así, no es sólo la referencial experiencia en al Universidad Austral en Valdivia, con participación e incidencia en un contexto de politización y organización de la ciudadanía valdiviana (con el referencial movimiento contra la contaminante industria forestal de Celco) y sucesivas presidencias de federación desde fines de los noventa, sino que también, en distintas situaciones regionales, Concepción, Iquique, Valparaíso, Osorno, con presencia de nuestra acción. b.13. Sin exagerar, la Surda es el actor nacional más importante a nivel nacional en el mundo universitario, cuestión que se viene a coronar con la presidencia de la Fech, y su incipiente acercamiento al mundo de las universidades privadas y su afinidad con el sentido común del movimiento estudiantil secundarios. Además, la experiencia de la Fech cuenta con una coalición amplia que puede ser ejemplo y aprendizaje para un nuevo sujeto político en nuestro país, una situación universitaria proclive a una refundación tanto interna como hacia el país, y una federación con una legitimidad y presencia pública no menor. Por otra parte, las cercanías logradas con el sentido común del movimiento estudiantil secundario, o el mundo de la educación más en general, incluyendo la incipiente organización de estudiantes de universidades privadas, da una proyección política nacional inusitada hasta hoy. La tarea es, como siempre, la de la incidencia política de los actores sociales, en este caso, del mundo de la educación (articulados hoy como “Bloque Social por la Educación”), que muestra una importante capacidad de convocatoria, articulación, y que hace sentido a las grandes mayorías y sus problemáticas concretas en el Chile de hoy. b.13.1. El Bloque Social por la Educación terminó siendo uno de los frutos más palpables a nivel organizativo que derivó de la gigante movilización social impulsada por los estudiantes secundarios en mayo y junio pasados. Si bien las confianzas y la unidad que expresan esta articulación venía construyéndose anteriormente (cuestión que se había plasmado en el “Frente Amplio por el Derecho a la Educación”), éstas eran más fruto de contactos esporádicos de las dirigencias y ciertos referentes sociales, y no tenían la capacidad de movilización e incidencia pública que le inyectó a los movimientos sociales la “revolución de los pingüinos”. La movilización de los estudiantes secundarios marca, en este sentido, un hito en el recorrido histórico de los movimientos sociales y actores políticos alternativos, marcando un antes y un después tan importante y referencial como lo pudo ser en su momento la caída electoral de la dictadura, o las fuertes movilizaciones sociales que la hicieron retroceder obligándola a una salida pactada con la oposición moderada, lo que decantó en el plebiscito años después. Por que si bien todos sabemos las raíz dictatorial de las realidades del Chile neoliberal democrático, los niños y jóvenes expresaron en una movilización nacional de varias semanas muchas de las tensiones y contradicciones del país real y actual, convocando en torno al tema de la educación a las grandes mayorías del país frente a las imposiciones dictatoriales de los poderosos, en toda su vigencia y cotidianeidad: desde la permanencia de la LOCE hasta el pase escolar, desde el
autoritarismo cultural y político hasta la enorme desigualdad económica de nuestro país. Fue, sin exagerar, la primera ocasión en que un ejercicio masivo y contundente de ciudadanía y democracia social, irrumpió en la escena política nacional descuadrando su carácter poco democrático y antipopular, (además mediatizado por los intereses y los aparatos partidarios y comunicacionales de los poderosos), desde el gigantesco movimiento social, político, y hasta militar que impulsó el pueblo chileno contra la dictadura militar, hace dos décadas.
c) Fortaleza de la política neoliberal en Chile c.1. El neoliberalismo ha producido una redefinición de lo político, produciendo una profunda transformación de la significación e importancia de los procesos e instancias de la política democrática. El viejo liberalismo clásico, que permitía, otorgaba, e incluso a veces reivindicaba y propiciaba una ampliación de los espacios de deliberación pública y ciudadana, y que otorgaba relevancia a las instituciones políticas fundadas en la representación democrática, se fue transformando en un nuevo liberalismo, que desconfía de los mecanismos democráticos de elección de autoridades y de toma de decisiones, que disminuye el peso y margen de maniobra de los gobiernos (sobre todo de los estados subordinados en el esquema de poder global), y que transforma a “la política formal” en una esfera menor, cada vez más dependiente de las lógicas capitalistas, los centros de poder y de toma de decisiones de carácter económico, y por tanto, los intereses y grupos de poder propios de ésta: las tecnocracias y burocracias públicas y privadas que dominan la economía global. La lógica del mercado capitalista globalizado terminó arrastrando y destruyendo los aspectos progresivos de las sociedades burguesas y su formulación liberal-clásica. En Chile, el neoliberalismo que se instauró implicó la destrucción del orden político liberal vigente hasta 1973, su Constitución de 1925, su sistema representativo multipartidista, sus tres tercios, y el conjunto de circunstancias que hicieron posible esa excepción histórica en la que se vivió la intención de construir socialismo desde dentro de las reglas de la institucionalidad dada. c.2. El juego electoral, los cargos representativos, y hasta los mismos partidos políticos, pierden sustancia, se desatienden de las realidades sociales, se mediatizan perdiendo su contenido social. Los poderes capitalistas, las lógicas sociales y económicas que logran imponer los actores económicos dominantes, logran construir un orden que va más allá de la política representativa, y la subordinan casi sin contrapeso cuando no hay expresiones políticas alternativas que las presionen y hagan retroceder en sus afanes antidemocráticos y destructivos para la vida de las mayorías. c.3. Ante la destrucción y reestructuración política llevada a cabo por la dictadura, las izquierdas quedaron, o bien amarradas y rendidas ante el modelo neoliberal (caso de las izquierdas concertacionistas), o desplazadas a una crisis de incidencia también excepcional a nivel latinoamericano (caso de las izquierdas extraparlamentarias). Las mayorías sociales, ocupadas en zafar y adaptarse personal y familiarmente a la insegura y privatizada sociedad neoliberal, o en el caso de algunos, intentando diversas iniciativas colectivas de aprendizaje político y organización social. Pero lo cierto es que, aún hoy, el malestar y el descontento sigue
siendo mayoritariamente vivido de manera privada, familiar o individual, sin una expresión política que le dé algún sentido de transformación nacional a esa realidad de las grandes mayorías. c.4. En Chile, la transición a la democracia alejó casi sin contrapesos la política de la mayor parte de nuestro pueblo, convirtiéndola en un asunto de elites. En esto radica su pretendida y halagada gobernabilidad y estabilidad política, en un contexto social plagado de contradicciones y tensiones. Esta independencia que adquiere la realidad política nacional, dominada por los dos principales conglomerados, ha permitido un desdibujamiento de lo que tradicionalmente se creía como obvio: bajo el alero del neoliberalismo, lo político y lo social, lo discursivo y lo real, se separan tanto, que la ultraderecha penetra en las poblaciones con un discurso crítico al modelo y sus desigualdades, el empresariado dice amar a un presidente proclamado socialista, y la concertación acumula apoyos populares bajo una discursividad de izquierda y progresista que esconde su política libremercadista y proempresarial. c.5. En el Chile de hoy, los altibajos de la política formal, los momentos coyunturales de cada partido o conglomerado, flotan por arriba de las correlaciones centrales de poder. “La política” ha perdido sustancia y sentido para las grandes mayorías, y la alejan de sus problemas cotidianos, sus necesidades y deseos. Los poderes dominantes se sienten cada vez más tranquilos en cada una de las coyunturas electorales de los últimos tiempos, pues saben que la cancha está rayada desde mucho antes. La unidad y los lazos de diverso tipo que han ido afianzándose entre las elites políticas y empresariales, pero sobre todo, y más en concreto, entre las cúpulas concertacionistas y el alto empresariado, hacen que este último vea a la coalición gobernante como “su” más eficaz instrumento político, más que sus propios aparatos partidarios, que ya van a cumplir medio siglo sin poder constituirse en mayoría electoral. c.6 Por otra parte, las tensiones y realineamientos intrapartidarios o intraconglomerados, los bulliciosos y mediáticos escándalos por corrupción o por violaciones a los derechos humanos pasados o presentes, no han logrado, en Chile, hacer que la legitimidad del sistema en su conjunto se vea dañada en lo sustancial. A lo más, alimentan el alejamiento de la ciudadanía hacia sus políticos y partidos, pero no, hasta ahora, el nacimiento de alternativas políticas de relevancia, ni estallidos sociales nacionales, y menos aún, una percepción generalizada de necesidad de cambios radicales. La legitimidad del modelo, claramente, no ha pasado por la inmunidad de sus políticos frente al descontento por su actuar. Pero también, la generalizada percepción de que no existe ni se ve ninguna expresión política que pudiera cambiar las cosas, aleja a las mayorías de la politización con contenido crítico, y el malestar privado no se convierte en expresión pública. c.7 Quizás nunca se vio tan claro como en los fines del gobierno de Lagos y comienzos del de Bachelet, que el poder de las clases dominantes chilenas tiene unas bases que están, en lo fundamental, más allá del marco de la política formal, de los alineamientos partidarios, del juego electoral. La histórica unidad y capacidad de cohesión de las elites chilenas las alejan en importante medida de los problemas típicos de muchos de los países latinoamericanos, caracterizados por las divisiones internas de las oligarquías, su incapacidad de unidad programática, y sus débiles construcciones institucionales y partidarias. Todo esto se ha fortalecido de con una visible brecha entre la “realidad política”, en términos de conflictos de
poder entre distintos actores sociales y políticos, y la “política formal”, institucional, que, por lo demás, muestra altos grados de mediatización, de espectáculo mediático transmitido por los medios de comunicación masivos, pero poco asentado socialmente, sobre todo en épocas no electorales. c.8. El “discurso de la excepcionalidad de Chile en el contexto latinoamericano” que han articulado las elites chilenas a lo largo de toda la historia nacional, es decir, el que somos totalmente distintos al contexto regional, y nuestro proyecto como nación es el asimilarnos y acercarnos a nuestra real identidad, más occidental y primermundista, ha encontrado en la actualidad (como en otros períodos de la historia chilena) un sostén indesmentible: el contexto de gobernabilidad, de estado en orden, de disciplinamiento social, o como se le llame, ha sido bastante excepcional en un continente marcado por la aparición e irrupción de importantes experiencias que intentan desplegar una nueva realidad social que supere el capitalismo neoliberal que asoló nuestro continente en las últimas décadas, y que fue explotando y mostrando sus contradicciones de manera visible desde los noventa. Sin embargo, tal excepcionalidad es un punto bastante relativizable: también en el resto del continente se implementaron desde fines de los ochenta, drásticas medidas y programas neoliberales con poca o nula resistencia social, o con brotes de protesta que no decantaban en una expresión clara, visible en el espacio público. El proceso de construcción de alternativas políticas al neoliberalismo ha sido lento y laborioso en cada uno de los países del continente, y muchas veces con retrocesos, o lapsos de tiempo en que tal camino se ha trabado por circunstancias externas o internas a tales procesos políticos. Y más en general, todos y cada uno de los procesos históricos nacionales se puede enmarcar en procesos análogos, semejantes, o al menos susceptibles de comparación con los de otros países, como resulta obvio si se acepta que hay una historia “latinoamericana”, y por tanto, una unidad en la diversidad de culturas, identidades, recorridos nacionales o circunstancias sociales y económicas. c.9. Lo anterior no significa que los procesos y coyunturas específicas de la política nacional no tengan relevancia alguna, ni tampoco que nuestro escenario histórico sea radicalmente distinto del de nuestro continente, y menos, el que se pueda pensar en una transformación revolucionaria sin entrar a disputar instancias políticas y estatales que siguen siendo centrales en la configuración del poder nacional. La destructiva dinámica de los grandes capitales sólo es posible de frenar y hacer retroceder teniendo una decidida y creciente acción hacia las estructuras institucionales de los gobiernos, sean supranacionales, nacionales, o regionales y locales. La nueva democracia, participativa, protagónica, autonomista, se construye superando la mera representatividad, o las elecciones, o las organizaciones y conducciones políticas, no eliminándolas del mapa. La pretensión de abolir mentalmente los cargos representativos, o el sufragio, o las dirigencias políticas, en manos de un asambleísmo absoluto, una vida social sobreideologizada, o la creencia en una espontaneidad social que por sí sola logra conformar un proceso revolucionario sostenido en el tiempo y profundo en sus consecuencias, ha producido una y otra vez tantas derrotas y fracasos como el centralismo y burocratismo poco democrático. Por lo demás, ni es posible, pues es imposible una sociedad donde todos hacen “política”, todo el tiempo, y más aún, si lo fuera (como a veces sucede en momentos de alta tensión histórica como guerras, dictaduras o totalitarismos), no es deseable, pues aunque todo tiene su lado “político”, es difícil concebir una cotidianeidad sana en un ambiente totalmente
imbuido en la disputa por el poder y la conducción histórica. c.10 Al contrario, las experiencias latinoamericanas nos muestran caminos que han sabido hacer retroceder el marco de la política a la neoliberal, descuadrándola, poniendo sus propios procesos de construcción y acumulación como premisas de las transformaciones sociales y políticas que deseamos, y logrando que los realineamientos y reacciones de las elites se vean derrotados, o al menos obstaculizados, por las fuerzas populares. El hecho de que tengamos el neoliberalismo más antiguo y profundizado del continente (y quizás del mundo) no significa ignorar las enseñanzas que han dejado dichas experiencias, sino que, a la inversa, les dan un carácter de imprescindibles para cualquier emergencia de un nuevo sujeto político en nuestro país. Para irrumpir en el escenario chileno, deberemos armarnos con todas las fuerzas de la historia latinoamericana reciente, y hacer un esfuerzo decidido por propiciar procesos y tendencias que apunten en la dirección de continentalizar la política.
d) Una mirada situada en el Nosotros
d.1. La Surda se ha visto arrastrada por situaciones y procesos en los que no ha tenido capacidad real de incidir, en parte, por la volatilidad relativa de la política formal (que esconde el estable alineamiento de los centros de los poderes dominantes chilenos), y en parte, por una exagerada atención a ellos, en comparación con una débil preocupación por la acumulación propia de fuerza social y política. Ha tendido a predominar una mirada centrada en lo que pasa al lado (los otros actores políticos de izquierda), y por arriba (los núcleos del poder concertacionista y de la alianza), y no una que esté fundamentalmente situada en nuestra capacidad transformadora, en nuestro proyecto político, en lo que hemos sido, somos, y podemos llegar a ser. Con esto, los tiempos político- nacionales (en especial los relativos a la política institucional y electoral) han determinado importantemente, a veces sin contrapesos, las discusiones y planes de acción de la Surda, perdiéndose de vista la construcción de procesos y tiempos políticos de más largo alcance, que permitan, en algún momento, incidir realmente en los escenarios nacionales. Por esto, la central importancia de un intelectual colectivo altamente autoreflexivo, comunicado entre sí, dialogante consigo mismo y con su entorno. Es vital en un proyecto de transformaciones históricas la construcción de un sujeto político autoconsciente y empoderado con su propia historia y presente. d.2. Pero también hay que decir que la mirada también nacional, que parte importante de nuestra militancia practica por el solo hecho de ser surda (pues vive y actúa en espacios locales donde la mirada a los sucesos o procesos nacionales ha sido por lo general delegativa y pasiva), ha producido, como efecto positivo, el que dentro de nuestro movimiento se han dado discusiones y tensiones que expresan, un conjunto de problemáticas centrales en la construcción de nuevo sujeto político para un nuevo Chile, quizás, como en ningún otro espacio político o social, de manera continua y duradera, en nuestro país. El debate político e histórico de carácter nacional, la importante democracia interna de nuestra organización, la composición inter-generacional de nuestra militancia y su fuerte presencia en jóvenes, la
franqueza y el poco dogmatismo de la subjetividad surda, esa surdez que brota a momentos con creatividad y lucidez, han propiciado la construcción de un capital político invaluable para nuestro movimiento, y para las posibilidades de las grandes mayorías del pueblo chileno. e) Lo político y lo social: el autonomismo como posible respuesta e.1. La Surda intentó proyectar, desde el 2002, su acumulación social hacia la esfera política. Bajó ese paradigma conceptual, sin embargo, no fue capaz de consolidar su presencia social (salvo en las universidades), ni de proyectarse como sujeto político visible a nivel nacional (salvo apariciones esporádicas y menores en medios de prensa). Más aún, la relación entre ambas esferas de acción se fueron desconectando cada vez más: las conducciones nacionales intentando incidir en los realineamientos al interior de las izquierdas (tradicionales, “nuevas”, o concertacionistas), mientras que los universitarios intentando mantenerse o avanzar en el trabajo universitario, mediante federaciones, centros de estudiantes, o colectivos de acción local. La forma en que ambos debían confluir en una sola política nunca se desarrolló a cabalidad, quedando las conducciones nacionales desconectadas del trabajo de base (más allá de las lejanas informaciones que tenían del trabajo universitario, principalmente de las elecciones de federación), y los universitarios sin proyección nacional a sus esfuerzos locales (más allá de una unión abstracta y poco clara entre el trabajo social “de base”, y el proyecto político surdo plasmado en documentos y revistas). Es la insuficiencia de la lógica de separación de lo social y lo político, la lógica meramente representativa, lo que desembocó en las múltiples deficiencias y problemáticas no resueltas que emergieron el 2005. e.2 Tal lógica tiende a configurar una visión de ambas “esferas” como colocadas una arriba de la otra: lo social como algo que pasa abajo, en las organizaciones de base, en las iniciativas y movimientos sociales, en los sujetos organizados o con alguna conciencia crítica; y lo político, como lo que está arriba, en las correlaciones centrales de fuerza, los alineamientos de los partidos y conglomerados, y la disputa por los espacios institucionales del poder. Tal concepción tiene una estrecha relación con los intereses de las clases dominantes, permitiéndoles apropiarse de la conducción histórica de la sociedad, es decir, de “la política” monopolizada por medio de sus elites políticas, y dejando a los otros actores sociales, los subalternos, tan sólo con su participación en “lo social”, expresivo de intereses particulares y parciales que no pueden proyectarse más allá de su especificidad. 4.29 Intentado superar tal dicotomía, la Surda ha intentado emerger hacia “la política”, pero nunca tuvo claro cómo hacer eso sin caer en eso que criticaba, ya sea a la izquierda tradicional (una relación de representación que unos pocos “políticos” llevaban a cabo, por arriba, con otros políticos), o bien, al basismo despolitizado (un trabajo local no conectado con un proyecto global de transformación, y por tanto, delegativo y pasivo frente a la construcción de una política nacional). e.3. Numerosas experiencias políticas y aportes intelectuales sitúan otro esquema conceptual que sitúa a lo político y lo social, no como dos esferas separadas, puestas una arriba de la otra, sino como dos caras de la misma moneda de la acción humana, cuya distinción es necesaria únicamente para enfatizar la especificidad de la acción política. Bajo este paradigma
autonomista, lo social es sencillamente todo: la totalidad de las acciones humanas constituyen lo social. Mientras, lo político, es entendido como aquellas acciones sociales que tienden a dirigirse a la totalidad de lo social, y no sólo a un campo reducido de ella. Mientras en el paradigma representativo, hay ciertas esferas exclusivas de lo político (lo político estatal, las instituciones representativas, la participación partidista o electoral), bajo el paradigma autonomista lo político no tiene, potencialmente, esfera ni límite alguno: lo político puede llegar a serlo todo. El criterio que delimita el campo de lo político bajo la perspectiva autonomista es movible y relativo: depende de la voluntad y la capacidad de los actores para proyectar una acción, cualquiera sea su “esfera”, hacia la totalidad social, hacia la disputa por la conducción histórica de una sociedad, hacia las correlaciones centrales de fuerza y poder. e.4 Puestas así las cosas, el carácter de lo político de una acción no está en su radio de acción, ni en su visibilidad o masividad, ni en el espacio en que se realiza. Tiene que ver con su inmersión en procesos de acumulación de experiencias y de construcción de fuerzas, que hagan posible que el actor que la realizó incida y participe activamente en la conducción histórica de una sociedad. La toma de Peñalolén o el movimiento estudiantil no son experiencias sociales a las que haya que añadir una “entrada” a la política: ellas mismas tienen la potencialidad de ser políticas, en la medida que logremos construir “desde” y “con” ellas una incidencia real en los procesos históricos en curso. Esto es lo que separa aguas entre la concepción autonomista y la representativa. Mientras la izquierda tradicional asoció a las experiencias sociales con “frentes de masas” y “correas de transmisión” de la vanguardia partidista, la izquierda autonomista emerge desde y con ellas, intentando un descuadre de los términos cupulares y antidemocráticos de la política tradicional representativa. Es la experiencia de los zapatistas en Chiapas, del PT en sus primeros años y los sin tierra en Brasil, de algunos movimientos de trabajadores ocupados y desocupados en Argentina, o el MAS en Bolivia, por nombrar sólo algunas experiencias que se han autocalificado como autonomistas. e.5. En el último tiempo, por las deficiencias ya apuntadas, la Surda se ha estancado en tal búsqueda. De hecho, no sólo no ha podido visibilizarse como proyecto nacional, sino que además ha perdido presencia en algunos espacios, estando ausente, o de manera dubitativa, o sin la suficiente fuerza y conducción, en importantes nuevos espacios, luchas y articulaciones que han ido surgiendo en el mapa de las fuerzas alternativas chilenas en el último tiempo: e.6. Mientras no encontremos nuevas formas de confluencia y coparticipación con fuerzas sociales emergentes, no habrá emergencia de ningún nuevo sujeto político nacional, salvo que decidamos sumarnos como uno más de los referentes políticos “representativos” que abundan en la izquierda chilena (que suelen “representar” muy poco, salvo el PC). No vale el pretexto propio de los vanguardismos de diverso tipo de que las luchas y organizaciones sociales están a la baja, y cuando existen, son despolitizados, por dos razones: una, porque si los numerosos conflictos sociales que suscita el modelo chileno no adquieren masividad ni visibilidad pública, es porque precisamente faltan ahí luchadores y fuerzas políticas que logren politizar tales espacios, aunar los esfuerzos de construcción local en referentes sectoriales y territoriales, en articulaciones cada vez más amplias y autonomistas. Y segundo, porque si realmente estuvieran a la baja (cosa bastante discutible y relativizable), entonces deberíamos empeñar todos nuestros esfuerzos a construir los sujetos que puedan romper tal pasividad social, y no a intentar “entrar” a la política
formal sin ningún sustento en fuerzas sociales que permitan redefinir las relaciones de poder en Chile. De lo contrario, entraríamos a un escenario ya estructurado, con un margen de maniobra muy reducido a servir de representación de minorías (como el Juntos Podemos) o mayorías (como la Concertación) ante el enorme poder acumulado por las elites empresariales y políticas.
f) La Movimientalidad
f.1. La Surda se incubó como una reflexión y una respuesta a la chilena sobre la derrota y fracaso de las izquierdas del siglo XX, captando militancia a partir de una crítica a las formas y prácticas políticas de ésta en nuestro contexto nacional de transición a la democracia. A ese nuevo sentido común que se fue desarrollando (a escala mundial) durante los noventa, se le denominó en una variedad de experiencias político- sociales y reflexiones intelectuales, con las que nos hemos sentido identificados y llamado como autonomismo, le pertenece un formato organizacional, la movimientalidad. En nuestro caso, a pesar de asumir el nombre de movimiento, hasta hace muy poco la Surda se estructuró más bien como partido de cuadros, acorde a la procedencia de su militancia fundadora, y a los espacios en que realizó su política inicial, lo que se llamó el campo revolucionario de la izquierda chilena, por oposición tanto al PC como a la izquierda cooptada dentro de la Concertación. Tal formato orgánico, por oposición al partido de masas, implica la necesidad de una estructura de cuadros o militantes altamente comprometidos y aunados en el proyecto político, con altos grados de disciplina y horas dedicadas a los esfuerzos de la organización, y con la carga adicional de ser responsables de la interlocución y coparticipación con un entorno social amplio y mucho más numeroso que la militancia política. Estas características, sumadas a la calidad de su militancia, le permitió a la Surda una fuerza creciente y unitaria en ciertos espacios sociales, con un discurso y práctica identificable y continua, aumentando su visibilidad y reconocimiento social en los años del cambio de siglo. f.2. En los primeros años del siglo se entendió que tal fase de acumulación había llegado a su tope, y junto con la necesidad de asumir otras prácticas renovadas de acción política dentro de los movimientos sociales, se asumió la necesidad de un camino hacia la movimientalidad. Pero tal preocupación no logró plasmarse en una reflexión colectiva sobre lo que eso implicaba, y, en la práctica, los principales productos de esto fueron el abandono de la “militancia cerrada” (militantes surdos que no actuaban como surdos en los espacios sociales más amplios), y un menor compromiso militante con la organización. Esto último trajo aparejado problemas orgánicos (menos horas de trabajo total para la Surda) y políticos (menor formación y unidad política), que no tuvieron un correlato, por ejemplo, en un significativo aumento de la militancia, lo que hubiera sido un contrapeso a aquéllos problemas. Más allá de tales aspectos, las ideas y las prácticas de la movimientalidad no fueron desarrolladas. Como se dijo antes, las
preocupaciones estaban más centradas en lo externo que en lo interno de nuestro movimiento. La construcción movimiental de la Surda, tanto política (ideario, programa, definiciones) como orgánica (formatos de participación y de debate interno) quedó a mitad de camino. f.3. Esto produjo un desajuste entre la táctica para el período con nuestras formas organizativas: hasta hoy, funcionamos con prácticas y estructuración acorde con el período anterior, caracterizado por la inserción y conducción en movimientos sociales de base, lo que se expresaba en una orgánica de “núcleos” y “estructuras”. Por eso, la construcción de la incidencia nacional de la Surda, su emergencia política, implica una transformación del instrumento político, adecuándolo a las exigencias y complejidades que ello conlleva. Claro está que tal proceso no es “decretable”, ni pasa solamente con poner ideas sobre el papel. La transformación de un instrumento político, la construcción de su incidencia nacional, sólo es posible como un proceso de refundación de la Surda, de un nuevo impulso a nuestra acción política. Debe expresarse tanto es su práctica y dinámica interna como en su formato orgánico, y, quizás lo más importante, estar vinculada a un entorno social creciente, que practica y se identifica de manera progresiva con nuestro proyecto. Por lo mismo, la vitalidad de un proyecto histórico, la posibilidad de construir mayorías con una incidencia política creciente, depende de su inserción, participación, y expresión, en actores y procesos sociales emergentes, empoderados, y autónomos. Es decir, el avance de la Surda ha sido, y debe seguir siéndolo, el reflejo de procesos sociales y políticos más generales, sus dificultades, obstáculos, y problemáticas. f.4. La movimientalidad como paradigma de construcción del instrumento político, implica que la organización asume su pertenencia irrestricta al momento histórico presente, a las realidades sociales en que está inserto, y a las voluntades y sujetos que se expresan en su seno (con sus problemáticas, identidades, y pertenencias propias). Bajo esta lógica movimiental, no hay decisiones de partido que impliquen el “pasar a llevar” los espacios sociales, o imponerles ritmos y lógicas que no están completamente asumidos y democratizados dentro de ellos, o considerar que sus problemáticas (cotidianas, vivenciales, organizativas) son menores a los de la supuesta “vanguardia” expresada en la organización política. La lucha revolucionaria pasa a ser un asunto que cubre la totalidad de la vida social, y no sólo la disputa por el control del poder estatal o institucional, y su expresión electoral. Esos aspectos de la política estatal, aunque siguen siendo centrales en la configuración del poder actual y no son omitibles dentro de un proyecto político que intente una real incidencia histórica, deben ser analizados dentro de una constelación mayor de factores y circunstancias, a sus incidencias concretas, sus espacios sociales, y capacidades, es decir, a la situación real del movimiento, y con una mirada que privilegia los procesos más largos, profundos, de acumulación real de fuerza social y política. La disputa general por la hegemonía, determina y subordina las manifestaciones particulares y coyunturales de la política institucional y estatal. f.5. Por eso, la organización política movimiental asume como propia la totalidad de las problemáticas y contradicciones sociales, e intenta actuar en ellas, incidir ahí, y estar presente con los actores sociales que promueven cotidianamente la organización y la movilización por una vida mejor y los intereses y necesidades de la mayorías, más allá de sus ideologías, sus concepciones políticas, o sus identidades particulares. Más que la unidad ideológica, con la movimientalidad se busca la posible unidad en la acción, en las prácticas sociales, y también el
reconocimiento mutuo entre la diversidad existente en las multitudes de nuestros tiempos. Junto con esto, es vital que tal acercamiento a las realidades sociales sea de ida y vuelta, de comunicación e intercambio genuino de experiencias y saberes con esos actores sociales, los que, aunque generalmente no pertenecen a una organización política (es decir, a un espacio de deliberación política colectiva), llevan en sí una politicidad propia, construida en caliente en sus espacios de vida, estudio, trabajo y recreación. El triunfo, a la larga, de un proceso revolucionario, depende en buena parte de la existencia de una construcción política (sea un movimiento, una coalición, un partido, una conducción política afirmada en liderazgos personales) capaz de pertenecer, llevar en sí, y ser, el momento histórico y político en que está, y más en particular, capaz de interpretar y expresar a esas mayorías sociales, populares, con que pretende transformar el poder y la realidad dada. f.5.2. En este camino hacia la movimientalidad, la surdez lleva un buen trecho recorrido, pero la hace más intuitiva que deliberadamente, y mucho más en sus espacios locales que en el espacio nacional de la Surda. En innumerables instancias de organización y lucha social hay surdas y surdos que dentro de tal localidad actúan movimientalmente, construyendo poder y articulación desde los subalternos, socializando en círculos más amplios una política local o nacional a la que aporta de manera relevante, y siendo, muchas veces, centrales o imprescindibles en tales construcciones locales. Nuestro problema es que no hemos logrado llevar tales lógicas sociales locales a un espacio político nacional, con todas las complejidades que eso implica, en términos políticos, organizativos, ideológicos, o de construcción de identidad nacional para una organización que pretende serlo, y que lo logra, aunque aún en un sentido limitado. Para superar tales limitaciones, es vital reformatear muchas de las dinámicas que han predominado en la historia de la Surda, aunque estas mismas hayan hecho posible llegar adonde estamos. Porque si bien la Surda es efectivamente un espacio menos dogmático, inmaduro, sectario, o “tradicionalista” que muchas de las izquierdas partidarias, conserva aún mucho de lo que hace que estas sean más un instrumento para sí mismas, para su misma militancia, y no una expresión política atractiva y perteneciente a las grandes mayorías del pueblo chileno. f.5.3. Un aspecto central está en construir una mirada acerca de lo que somos y de lo que hacemos, de cómo estamos articulándonos los actores subalternos en nuestro país, de cuáles son las condiciones políticas, sociales, “materiales” para la construcción de un instrumento político para las grandes mayorías del Chile de hoy. En este sentido, la militancia surda actúa en una gran diversidad de espacios locales que tienden a gobernarse autónomamente, en el sentido que son espacios de acción social colectiva que se construye localmente, en y desde esa localidad en que está. Por eso, podemos decir que la Surda es una especie de movimiento de movimientos, o un movimiento político-social, o una red de movimientos sociales, todas ideas que hacen alusión a una práctica social y política descentralizada, en red, dispersa pero con un sentido político común y propio. Tal forma de organizarse es, por lo demás, la tendencia que sigue a las estructuras dominantes del capitalismo global del presente (con sus redes descentradas pero con una lógica común, en lo político o lo económico o lo social), y la que, por lo mismo, es la de las experiencias políticas o sociales más referenciales para los subalternos en el mundo actual. El desafío para esta diversidad organizada está en construir las dinámicas y las articulaciones
que den una racionalidad a las luchas y movimientos sociales, que sea a la vez, local, nacional, regional, y global. Si en el presente los poderes hegemónicos actúan a la vez en todos esos planos, los esfuerzos por construir otro mundo también deben tender a hacerlo. En este sentido, en el caso del presente de la Surda es vital construir la incidencia nacional a las experiencias sociales locales de nuestro Chile, y también, junto a eso, un sujeto político nacional que contribuya a los procesos de integración y continentalización de la política que sigue creciendo por toda nuestra América Latina. f.6 Por todo lo anterior, la cuestión sobre los tiempos en que se promueve e impulsa una determinada línea de acción política es central. La construcción cultural de nuevas subjetividades proclives a las ideas de reformas y transformación revolucionaria de la sociedad, o la labor de organización y articulación del tejido social que emprenden innumerables actores en la base, o las iniciativas de comunicación e información alternativas entre y desde los actores subalternos, son aspectos centrales que deben incidir fuertemente en las opciones políticas de la organización movimiental, pues su ámbito de actuación, su proyección, va más allá de la representación electoral, o el copamiento progresivo o abrupto de espacios del poder estatal, aunque estos aspectos no se pueden omitir en un proyecto de transformaciones reales, profundas y sostenidas en el tiempo, es decir, con proyección histórica. Entendidas así las cosas, la dicotomía de “reforma o revolución” pierde sentido, pues tanto las transformaciones parciales o graduales, como las más generales o radicales, se enmarcan en un proceso de largo alcance, y es desde esta larga duración que tienen los procesos históricos relevantes políticamente, donde el proceso puede catalogarse efectivamente como progresista y revolucionario, o regresivo y reaccionario. Lo transformador de una acción social o política se encuentra en su inmersión en procesos históricos de carácter revolucionario, pero también, en ser demostrativa, desde hoy, de esa nueva sociedad que se quiere construir. Es decir, debe ser capaz de reformar la vida concreta de las personas desde hoy, por muy parcial que sea esa mejora. El proceso revolucionario debe ser afirmado cotidianamente en mejoras visibles, palpables, en la vida de las grandes mayorías, en su capacidad de deliberación y de poder de constitución de nuevas dinámicas sociales. La construcción de autonomía personal y colectiva es meta y camino, principio para el actuar y fin para lograr, y su ampliación, o las luchas y organizaciones para hacerla posible, son en sí, la revolución y la transformación que deseamos para un nuevo mundo. f.6.2. Lo anterior implica que las instancias de organización y lucha de los subalternos deben ser demostrativas, es decir, mostrar desde el hoy, la nueva sociedad con que pretendemos superar a la actual. Nuestro movimiento constituyente comienza hoy, en nuestras cotidianeidades y en las dinámicas políticas y sociales que impulsamos, aún cuando lo puedan ser en un sentido limitado y parcial, cuestión debida a la complejidad y carácter total de las dinámicas hegemónicas que los grandes poderes capitalistas extienden por todo el territorio social y por todas las esferas de vida de las personas. El largo y complejo proceso de superación del capitalismo no se hará sobre la idea de querer abolirlo de un día para otro, pero tampoco delegándolo para un eventual futuro “donde las condiciones estén dadas”. Es desde hoy que se perfila la nueva sociedad, y el punto de partida es la cotidianeidad, los “territorios” donde vivimos, estudiamos, trabajamos o nos recreamos, y las dinámicas que gobiernen los espacios políticos o sociales en que estamos inmersos.
f.7. La reformulación del instrumento político de la Surda pasa por una nueva lógica de acción que no es decretable, y tampoco por un deseo voluntarista de emerger a la política nacional o de crecer en militancia o esfuerzos sociales. Es, básicamente, una nueva lógica de acción política de quienes se sienten expresados en el proyecto de nuestro movimiento, depende de sus voluntades, del realizar aquello que se desea pero que ha quedado inconcluso o sin siquiera comenzar en sus esfuerzos personales, locales, colectivos. Depende, en buena parte, de que la militancia surda sea capaz de involucrar de manera más activa a los entornos sociales en que está o con los que tiene contacto y comunicación. Es el momento de construir políticamente lo que la surdez ha sido y es socialmente. Es, sin más, la proyección nacional de nuestros esfuerzos cotidianos, locales, de base, y de los que han estado alguna vez, o están, en nuestros entornos más cercanos.
g) La expresión política nacional: el instrumento político g.1. Tal nueva lógica debe ir acompañada por esfuerzos conjuntos con otras fuerzas sociales y políticas que le vayan dando una identidad y una referencia política nacional a lo que los movimientos sociales están haciendo en el día a día, en sus luchas concretas. Tal referencia no puede omitir la necesaria expresión electoral que debe tener un proyecto político que intente un camino de transformaciones profundas en la sociedad, pero ni comienza ni termina en eso. A este respecto, es necesario aprender de las valiosas experiencias de construcción de un sujeto político nacional que se han dado en otros países de nuestro continente, como el Frente Amplio en Uruguay, el Movimiento Al Socialismo en Bolivia, el Partido de los Trabajadores y el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, el Zapatismo o la Coalición Por el Bien de Todos en México, o el “disperso” pero efectivo conglomerado de actores sociales y políticos que llevan a cabo la Revolución Bolivariana en Venezuela. Cada una de estas experiencias, en sus particularidades, sus logros y errores, sus conflictos y tensiones internas, otorgan un bagaje de aprendizajes que debemos seguir atentamente, en tal labor de construcción de una expresión política nacional. A este respecto, por su largo y laborioso camino de unidad y amplitud, por ciertos parecidos del marco político y social en que se desenvuelve, por la novedosa forma de armonizar la militancia social y la política, por la democracia interna y sus participativos “comités de base”, por la impresionante identidad cultural unitaria que ha logrado construir e incluso, por lo que evoca su nombre, llamamos aquí a este impulso podríamos llamar como amplismo, tal como el frenteamplismo, más allá de si utilizamos ese nombre finalmente, o si la actualidad de tal experiencia uruguaya nos identifique o no, o el izquierdaamplismo, por la experiencia en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, con un referente formado por espacios provenientes de las izquierda comunista que condujo la federación en su fase refundacional (1995-2002), más varios espacios locales autonomistas, y que logra por tercer año consecutivo la presidencia de la federación, ahora con presidencia surda. g.1.2. Tal referente amplio debe ser expresivo de los actores descontentos con las
dinámicas sociales que impulsa el neoliberalismo, más allá de si estos descontentos sean más específicos o generales, o si tales actores intenten transformaciones radicales o más graduales. Esto se debe apoyar en la superación práctica de la dicotomía entre reforma o revolución, pero también, muy esencialmente, en la superación del sectarismo y el dogmatismo, y la idea tan recurrente entre las izquierdas de apuntar las críticas y las oposiciones a los actores políticos cercanos, y no a los de los poderes hegemónicos. La necesidad de cambios radicales que transformen lo establecido no sirve de nada siendo sólo una idea preconcebida por unos pocos convencidos, su posible eficacia está en que sea la conclusión a la que vayan llegando las grandes mayorías, por los mismos impedimentos que lo establecido ponga a sus procesos de construcción de una vida mejor sobre el planeta. Por otra parte, la pertinencia de realizar cambios radicales o graduales en un momento histórico dado, no depende sólo de la voluntad de quienes lo impulsen, sino que, de manera central, de las correlaciones de poder que recomienden hacer lo uno o lo otro. Los tiempos de un proceso revolucionario no los ponen los “revolucionarios” voluntariamente, sino que son la expresión de las articulaciones de poder y hegemonía histórica en un momento dado. De ahí la relevancia de un sujeto político empoderado de su presente, que sea un intelectual colectivo que entrevea las condiciones históricas que envuelven a los esfuerzos transformadores: los saltos hacia delante solo tienen sentido teniendo bases sólidas sobre las cuales apoyar los pies. g.2. Para tal labor, además, es crucial el aporte que podamos hacer como Surda, volcando nuestra experiencia y nuestros saberes, y sobre todo, nuestra presencia en diversos sectores del movimiento social chileno, hacia un proceso efectivo de articulación de los actores transformadores. En especial, es crucial que logremos involucrar a los diversos actores sociales con que tenemos contacto y cercanía, y con los que compartimos la pretensión de una refundación de la acción política con un sentido democrático, ciudadano, autonomista, en una corriente política que impulse tal proceso de construcción de una referencia nacional, como una punta de lanza que vaya incorporando progresivamente a los otros actores de las izquierdas (podemista o concertacionista), pero que sume, sobre todo, en condiciones de participación y democracia interna inquebrantable, a los actores sociales, a las iniciativas de base, a independientes que compartan un deseo de una refundación de la república protagonizada por la ciudadanía, más allá de las identidades partidarias, ideológicas, culturales, o socioeconómicas. A este impulso, más general que la Surda, pero más particular que el frenteamplismo, lo llamaremos aquí como construcción de una “corriente autonomista”, porque la idea de “corriente” evoca una articulación amplia de diversos actores que cooperan y actúan en común en ciertas cosas, pero no se diluyen totalmente, ni sus identidades ni su trabajo propio, en el referente, y porque la idea de “autonomía” hace referencia a una superación de la izquierda, de sus idearios y prácticas, quizás mejor que ningún otro concepto, y porque así lo hemos usado tanto nosotros como Surda, como esfuerzos políticos y sociales emparentados con nuestro proyecto.
h) La pertinencia y necesidad de una nueva etapa del Movimiento Surda h.1.Pero para todo esto requerimos de manera absolutamente necesaria una Surda en buen estado que impulse todo esto. Por mucho que coincidamos a la larga con estos actores políticos, no es lo mismo un “frente amplio” construido sólo sobre la base de ex Concertación (habría muy poco de “nuevo” a los ojos de las mayorías), o sólo como un esfuerzo de las izquierdas históricas (como queda claro en su fallido Juntos Podemos), que uno en que los esfuerzos autonomistas son centrales en su creación y consolidación, empapando al refernte de una nueva lógica de acción política, tal como ya venimos impulsando desde la Surda y otros espacios desde hace mucho tiempo, silenciosa y cotidianamente. Tampoco hay muchas posibilidades de que esa “corriente autonomista” se constituya como tal a nivel nacional, sin el esfuerzo decidido de la Surda, pues nuestra presencia más o menos nacional, nuestro bagaje en experiencias y saberes, nuestra afinidad con los tiempos que corren que se expresa en la juventud del movimiento, y la preparación y lucidez política que abunda en la Surda, la hacen indispensable a la hora de articular nacionalmente a una franja no menor de esfuerzos sociales y políticos que tienen una afinidad muchas veces no autoasumida, y cuya toma de consciencia de sí misma, y la construcción de una referencia política que las aglutina y dé identidad nacional, depende en buena medida de lo que haga la Surda en ese espacio más amplio que nos conoce y con el cual compartimos trabajo, experiencias, y genuinas confluencias y también leales diferencias en torno a la política a seguir. h.2. Para esto, debemos construir políticamente a la Surda. Una deficiencia muy cara a los esfuerzos de nuestro movimiento ha sido la falta de construcción interna, es decir, la escasa comunicación de los espacios surdos entre sí, la insuficiente flexibilidad organizativa que predomina por la vía de los hechos, la poca capacidad que ha demostrado la surdez para superar cualitativamente los formatos de acción que han construido hasta ahora a la organización, pero que la tienen encerrada en unos pocos espacios sociales, y estancada en términos de amplitud y masividad. La anterior organización de cuadros políticos militantes insertos en “núcleos” y “estructuras” ha ido desplazándose por un desorden y ambigüedad general, mostrando la poca coherencia de tal formato organizacional con los desafíos reales a los que se va enfrentado la Surda. Por su parte, la construcción nacional de la Surda ha ido quedando en manos de unos pocos, principalmente de Santiago, mientras que las localidades surdas poco saben de lo que sucede en el campo de lo “nacional” del movimiento, salvo, quizás, cuando sus representantes llegan de alguna asamblea nacional, pero, lo que es peor, principalmente, cuando alguna coyuntura política nacional hace emerger la poca comunicación y sintonía entre la representación nacional de la Surda y sus espacios locales. Por lo general, en esa carencia de construcción interna reside la explicación de cierta sensación de alejamiento que una y otra vez aparece entre la surdez de base, y lo que dice y piensa la coordinación nacional del movimiento. h.3. En ese sentido, es necesario que asumamos a toda cabalidad la necesidad de superar el formato de “estructuras” y núcleos por sectores, sin necesidad de eliminarlos. De lo que se trata es de que haya, junto con eso, equipos de trabajo intersectorial en torno a problemáticas y temas para los cuales es necesario involucrar a personas de diversa preparación, edad, intereses,
por ejemplo, en torno a los temas medioambientales, o de juventud, o de política internacional, o de temas urbanos, por nombrar sólo algunos. Las personas que se agrupen en tales temas no tienen necesidad de “salirse” de sus respectivos trabajos en las “estructuras”, y tampoco es necesario pertenecer a ellas para participar en los esfuerzos que impulse la Surda. h.4. También es necesario darle la importancia que tiene el tema de las comunicaciones, tanto internas, como hacia fuera del movimiento. Las herramientas de la Web debe ser algo así como un “constructor orgánico”, que sirva para estar al tanto en qué están los diversos trabajos y líneas de acción política, y para socializar las discusiones, las experiencias, y los aportes de lo que hace la “surdez” en sus diversas esferas de acción. El dinamismo del movimiento tiene que estar reflejado en ella, pues esa es la principal “ventana” que tenemos para mostrarnos hacia fuera, y el principal “espejo” para ver en qué estamos. Ambas funciones pueden ser centrales en la visibilidad y el crecimiento del movimiento, haciendo que, en la práctica, quienes se identifiquen con nuestro proyecto político vayan mucho más allá de lo que se llama como “militancia”, y por otra parte, que puedan generarse sinergias a partir de los diversos trabajos y presencias del movimiento. h.5. Siguiendo con esto, es imperioso superar la tradicional significación del ser partícipe de una organización política. Hay que ir más allá de la “militancia”, no sólo por que ella misma evoca un sentido de desprendimiento personal muchas veces excesivo a una causa colectiva, sino que por que las mismas realidades culturales, laborales, sociales del hoy, hace que las grandes mayorías miren con distancia el “militar” en algo, sea lo que sea. Eso no implica que no se requieran “militantes”, es decir, personas que le dediquen buena parte de su tiempo al esfuerzo organizativo, a las problemáticas políticas en curso, a la acción política en general. Esas personas “militantes” son indispensables, pero insuficientes a la hora de construir un instrumento político capaz de impulsar las grandes transformaciones sociales que deseamos. h.6. El nuevo instrumento político requiere de la participación, con distintos niveles de involucramiento y compromiso, de un “activo político”, una “activancia”, que comparte el proyecto, está al tanto a grandes rasgos de lo que pasa con él, y participa de una u otra forma en las iniciativas que se impulsen, según sus intereses y disponibilidades. Por lo mismo, son tan parte del proyecto como sus militantes, sólo que con menos responsabilidades, lo cual no significa que no puedan participar en las decisiones centrales que se tomen en el movimiento, sino que todo lo contrario: toda línea de acción política relevante debe ser informada, y si es necesario, debatida, referendada, socializada, con esa “activancia” más amplia. Eso implica algunos costos, pero las ventajas de esta lógica los vale con creces: el círculo de personas que están informadas de lo que pasa en el movimiento es mucho mayor, la democratización y colectivización de las decisiones y opciones políticas se impulsa desde hoy, y los lineamientos políticos que de ello surja tiene un sustento social mayor. En otras palabras, de una concepción estática de militantes insertos y enmarcados dentro de una organización, se pasa a una concepción movimiental de militantes y activantes en constante ampliación de sus radios de acción e interlocución política. h.7. Urge, por todo esto, refundar el proyecto histórico de la Surda. Apropiándose de lo realizado, proyectándolo hacia delante. Adecuarla a sus desafíos presentes, a los problemas y complejidades que vemos en el movimiento social chileno. Estructurarla conforme a los que
la surdez hace intuitivamente, a lo que somos en nuestras prácticas y entornos sociales. En este sentido, una mirada a lo que ha sido y es la Surda, y más en general, una caracterización de los entornos sociales y políticos en que se ha desenvuelto y desarrolla, como lo que se ha intentado realizar en este documento, puede darnos luces acerca de lo que puede llegar a ser, y permitirnos vislumbrar el tipo de prácticas y formatos acordes con los desafíos puestos en el largo camino de construir un Nuevo Chile. Con la esperanza intacta, Nuestro Norte es el Sur
Héctor Testa Ferreira Movimiento Surda – Estudiantes Autónomos (Derecho, Universidad de Chile) Julio-Noviembre de 2006
Indíce
1. Introducción. La hora actual: la Surda en Congreso Pág. 1
2. La identidad histórica de la Surda Pág. 2
3.Los recientes procesos políticos nacionales: 20032006 Pág. 5
4. Problemáticas políticas de la Surda 20032006 Pág. 10
a) La construcción del instrumento político nacional Pág. 10 b)El trabajo universitario Pág. 11 c) Fortaleza de la política neoliberal en Chile Pág. 17 d) Una mirada situada en el Nosotros Pág.20 e) Lo político y lo social: el autonomismo como posible respuesta Pág. 21 f) La Movimientalidad Pág. 23 g) La expresión política nacional: el instrumento político Pág. 27 h) La pertinencia y necesidad de una nueva etapa del Movimiento Surda Pág.29
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