Arqueología de alta montaña

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ARQUEOLOG ÍA DE ALT A MO NT AÑA EN EL T LALOC

Arqlgo. Víctor Arr ibalzaga *

Una de las disciplinas más co mpleja s e interesantes del conocimiento hu mano es la arqueología. En nuestro país, particularmente d esd e finales

del

siglo

y

XI X

principio

del

XX ,

las

exploraciones

arqueológicas en la región de Texcoco, Estado de Mé xico, han sido abundantes. La región de Texcoco tiene antecedentes

muy

antiguos:

una diversidad de fuentes y

lugares

con

megafauna

e xtinta

(ca mellos, ma mutes, tigres dientes de sable); restos humanos de hace

10

mil

años,

y

presencia

de

las

primeras

culturas

mesoa mericanas, hasta la época de oro con su gobernante poeta, Nezahualcóyotl . Los rituales realiza dos en los cerros antes de la llegada de los europeos al continente americano dejaron huellas materiales, entre otras, arquitectura, petrograbados, espacios para ofrendas, e incluso ca mpa mentos

de

quienes

participaron

en

ellas,

elementos

que

ade más nos hablan del pensamiento p rehispánico sobre el mundo. La arqueología de alta montaña ha sido un te ma de debate e n muchos aspe ctos: al ser subdisciplina de la arqueología comparte co n ella praxis, teoría y metodología . La diferencia, por eje mplo, entre la arqueología subacuática y la de mon taña es sólo de aplicación de técnicas, ya sea de buceo o montañ ismo, a mbas para la e xploración; sin

e mbargo

co mo

subdisciplinas

mantienen

los

protocolos

de

la

pertinencia

de

investigación de la arqueología. Otra

de

las

discusiones

es

sobre

no mbrarla alta, media o ba ja. En México llama mos arqueología de


alta montaña a la actividad que se realiza sobre los 3 900 msn m 1: este límite está deter minado por causas isotérmicas que no permiten el crecimiento de especies arbóreas a mayor altura. La definición más co mún de la arqueo logía de alta montaña es: el estudio sistemático de los restos materiales como un reflejo de las culturas

hu manas

en

las

monta ñas,

en

altur as

donde

los

requerimientos del ser humano son sól o con intenciones rituales 2. La arqueología y la monta ña en T excoco El registro de ascensos a las montañ as me xicanas nos llega a partir de la época prehispánica, principalmente a través de los códices (véase figura 1). Los adoratorios en las cu mbres de los cerros, no s indican la prese ncia del hombre desde la época t eotihuacana 3. Aproxi mada mente entre los años 900-950 d. C., se pre sentó una gran sequía en México; en ese

tiempo,

los

toltecas

aún

constituían la potencia cultural . Ellos subieron en forma masiva a las

montañas

adoratorios

y

a

construir

de jar

diversas

ofrendas para pedir lluvia. En envía F i g u ra 1. Represe nt aci ón del cerro T l ál oc en el Códi ce Borgi a.

1

1519

soldados

Popocatépetl buscar

Hernán

(5

azufre

al 465 para

Cortés volcán

msn m)

a

elaborar

Met ros sob re el niv el del m ar. Los ri t ual e s repr e sent a n l os co nj unt o s de re gl as e st a bl eci das p ara el cul t o y cerem oni as rel i gi osa s. 3 En el t em pl o ubi cado en l a ci m a del m ont e T l ál oc (4 150 m snm ), en cont ex t o de ex cav aci ón, se obt uv o cerám i ca correspo nd i ent e al perí odo T l am imil ol pa (300 450 d. C. ). 2


pólvora. Posteri ormente, los cronistas de la época colonial, registran cere moniales

en

las

montañas,

q ue

para

los

españoles

eran

idolatrías. En las crónicas del siglo XVI se me nciona que los indígenas llevaban a cabo peregrinaciones a santuarios localizados en los cerros; uno de esos registros lo hizo Hernando Ruiz de Alarcón en su obra Tratado de las superst iciones y costumbres gent ilicias que o y viven los ind ios naturales desta Nueva España . Co mo he mo s señalado anteriormente, las fuentes históricas se refieren a hechos que, de una man era u otra , involucraban a las montañas; uno de los casos más d ocu mentados es el del m onte Tláloc y sus alrededores. A partir del censo solicitado por Felipe II en 1582, Juan Bautista Po mar elabora su obra titulada Relación de Texcoco , en la que narra la destrucción sistemática de la me mo ria histórica llevada a cabo por Hernán Cortés; en el relato Bautista Po mar describe los ídolos que se encontraban en la cima del monte Tláloc. Fernando de Alva I xtlixóchitl en Obras Histór ica s, menciona qu e Xólotl subió al monte Tláloc y pudo inspeccionar desde su cu mbre los valles de México y Puebla. En la historiografía del siglo XVI , Xólotl es señalado como el primer gobernante del P osclásico que sube a la cima de dicha montaña . Juan de Torque mada (1975 ) menciona en Monarquía Indiana que a la llegada de Xólotl a la zona, el líder chichimeca fue a cazar con su gente a Poyauhtla 4, no mbre por el que ta mbién en algunas fuentes se denomi na al monte Tláloc. El historiador tlaxcalteca Diego Muñoz Ca margo , en su obra Histor ia

de

Tlaxcala

(1978)

menciona

el

arribo

de

las

tribus

chichimecas que se establecieron en un lugar llamado Poyauhtitlan, 4

Al parecer el nom bre de Poyauht l a l o apl i caban i ndi st i nt am ent e a v ari as m ont añas co n caract erí st i cas si m il ares; v éase T orquem ada (19 75), Muñoz Cam argo (197 8: 27) y Morant e (1 998: 1 49) .


territorio de Texcoco , y de acuerdo con las anotaciones de Chavero este hecho se ubica en el siglo I X , lo cual concuerda c on lo dicho por Po mar (1975: 14) al decir que el culto a Tláloc ya estaba presente en el monte Tláloc cuando llegaron los chichimecas. En los Anales de Cuauhtitlán (1992), se narra parte de la historia de Nezahualcóyotl (1402 -1472), señor de Texcoco, en cuya niñez fue guiado por los dioses a la cima del monte Tláloc, donde hizo penitencia al dios de la lluvia , hecho definitivo en su vida para las empresas que haría en el futuro. Fray Diego Durán, en su obra Histor ia de las Ind ia s de Nue va España e Isla s de la T ierra Firme , qu e ter minó en 1581, describe el te mplo ubicado en la cumbre , muy parecido a la estructura que se encuentra actual mente en el sitio (véase foto 1),

y no s relata la

cere monia realizada en honor del dios Tláloc . En el final del relato de l a ceremonia a Tláloc, Durán menciona que los señores de Tlacopan, Texcoco, Tenochtitlan y Xochimilco ter minaban su ceremonia en el remoli no de Pantitlán , que se ubicaba en el desaparecido lago de Texcoco, donde sacrificaban una niña de más o meno s la misma edad del niño que había sido sacrificado en la cúspide del monte Tláloc, con la misma sole mnidad y cantidad de ofrendas. Desde el siglo XVI se tenía noticia de la existencia del monolito de Coatlinchan , por el padre Juan de Mendieta en su obra Histor ia eclesiást ica ( Noguera, 1964: 138; Heizer, 1965: 57). El sitio arqueológico en la cima del monte Tláloc, representaba la materialización del Tlalocan , donde subían los señores de la Triple Alianza en un ascenso ceremonial que describe fray Diego Durán, en el sitio identificado como el lugar donde se “fraguan las lluvias y las tor mentas”, pero ta mbién el paraíso de Tláloc.


Este te mplo monu mental se con struyó en la época me xica, pero tene mos datos arqueológicos que nos mencionan ( Felipe Solís, Richard Townsend y Ale jandro Pastr ana, 1989) que se localizaron materiales, pertenecientes a la época teotihuacana. Cuando Constantine Rickards (1929), vicecónsu l inglés en la Ciudad de México, subió al cerro Tláloc, levantó un croquis de la mayor parte del templo y tomó fotografías de un fragmento de ídolo que se encontraba situado al centro de las ruinas del Tla locan. El croquis levantado por Rickards ( véase croquis izquierdo de la figura 2), quizá por alguna falla técnica, presenta un desacierto en cuanto a la orientación, ya que coloca el norte al oeste. Años después, Charles W icke y Fernando Horcasitas (1957) realizan

un

trabajo

más

co mpleto

con

la

información

histórica

disponible en ese mo mento , y ta mb ién registra n el fragmento de ídolo, pero no lo pusieron bajo pro tección. El ídolo desapareció y hasta la fecha no se ha encontrado : robaron parte de la historia de los me xicanos. Estos investigadores

ta mbién realizaron un croquis (véase

croquis de la derecha en la figura 2) donde se observan los elementos que identificaron en el templo, pero co meten el mismo error de Constantine Rickards con respecto a la orientación del te mplo de Tláloc. Rubén Morante (1992, 1997 y 1998 ) hace una co mparación entre el fragmento del ídolo de Tláloc que se encontraba en la cu mbre del monte Tláloc, fotografiada en 1928 por un montañista me xicano, y la escultura de Tláloc hallada por Roberto García Moll (1968) en el cerro La Malinche en Naucalpan, Estado de Mé xico, al norte de la Sierra de las Cruces.


F i g u ra 2. El croqui s de l a i zqui erda f ue hech o por C. Ri ckard s en 19 27. El croqui s de l a de rech a f ue el aborad o por R. W icke y F . Horcasi t as e n 195 3 . En am bos, el nort e no e st á e n l a ori ent aci ón cor rect a. La s di m ensi one s del t em pl o se acercan a l a s real e s, com o se pu e de v er en l as f i guras 3 y 4 l ev ant ados p or I wani sz e wski y G ó m ez Rueda, resp ect iv am ent e. Com posi ci ón de di buj o s V. Arri bal zaga (2004).

Jeffrey R. Parsons (19 71) reitera las conclusiones de las investigaciones anterior mente referidas, pero ade más indaga sobre el acueducto que se abastece en los manantiales del Llano de Tula, ubicado en la ladera sur del monte Tláloc, bajando por el extremo norte de la Sierra de l Quetzaltépetl hasta Teque xquinahuac. Posteriormente, Stanislaw I wanisze wski (1986, 1994 y 2004) realiza las primeras mediciones arqueoastronó micas del sitio ubicado en la cima de la mon taña , así co mo u n levantamiento topográfico que proporciona la configuración precisa del tamaño y for ma del templo dedicado a Tláloc (véase figura 3).


F i g u ra 3. Pl ano el aborad o por St ani sl a w I wa ni sze wski (19 94: 163) d ond e l a ori ent aci ón del t em pl o es correct a; l as di m ensi one s d e l a cal zada e s de 1 50. 5 m de l argo y 5 m de ancho; el T et zacual co (el c uadráng ul o) t i ene 50 X60 m . Di buj o de S. I wani sze wski (19 94).

Antes de la intervención de Iwanisze wski

sólo se habían

elaborado croquis parciales , como pode mos observarlo en los planos de C. Rickards y C. W icke , y de F. Horcasitas (véase figura 2), los cuales

no

consideraron

otro

tipo

de

enfoques

co mo

el

arqueoastronómico. Cuando suben al Tlalocan Felipe Solís, Richard Townsend , Hernando Gó mez Rueda y Alejandro Pastrana (1989) ta mbién realizan un

levanta miento topográfico

(véa se figura 4)

y,

ade más ,

un

pozo de exploración donde identifican materiales del Posclásico así


co mo un disco con mosaicos de turquesas que puede atribui rse a la cultura teotihuacana 5, en el período Clásico.

F i g u ra 4. Pl ano el aborad o por H erna ndo G ó m ez Rueda (198 9) a e sc . 1: 300, 54 X81 cm ; archiv o del aut or y Col ecci ón Perm anent e en Sal a Mex i ca del Museo Naci onal de Ant rop ol ogí a. Cort e sí a de H. G ó m ez Rueda.

En

el

siglo

XXI

se

ini ciaron

trabajos

de

e xploraciones

sistemáticas en la sierra de Río Frío, localizando alrededor de 160 sitios con elementos arqueológicos dispersos en el Monte Tláloc, la ma jestuosa montaña sagrada de Te xcoco. En este sentido, Stanislaw I wanisze wski y Víctor Arribalzaga, en las diversas incursiones realizadas en el cerro Tláloc, localizaron varios sitios arqueológicos de los que no se tenían antecedentes 5

I nf orm aci ón corroborada por com uni caci ón personal con l o s arqu eól og o s F el i pe Sol í s y Al ej andro Past r ana; el m at eri al ex t raído en l a s ex pl oraci one s de 19 89 se encue nt ra act ual m ent e en el MNA.


históricos, excepto uno de ellos que era citado por fray Diego Durán (1984: 82-85). Los

sitios

localizados

son

arqueológicos ,

aunque

algunos

presentan vestigio s de rituales contemporáneos de las poblaciones rurales de los alrededores de Ciudad de Mé xico , y que aún mantienen un vínculo con la producción agrícola. Se tendría que ha cer una revisión histórica sob re la montañ a dedicada al dios de la lluvia.

F i g u ra 5. Mi ent ras l as soci e dad e s dep end an de l a agri cul t ura, l os cam pesi no s se gui rán ri t ual i zando en l a s m ont aña s. F ot og raf í a V. Arri bal zaga (2006).

Quienes se at ribuye n la mexicanida d

Desde hace varios años a la fecha, grupos de la me xicanidad suben al cerro Tláloc el 3 de mayo, o el sábado o domingo má s


cercanos a esa fecha, para realizar una ceremonia en el templo del monte; estos grupos no tienen plena conciencia de las dimensiones del si tio dedicado al dios de la lluvia , ni es su interés conocerlo. A ese respecto, l as manifestaciones materiales de los rituales en diferentes lugares del cerro , se ll evan a cabo por grupos perfecta mente diferenciados entre sí. El vestigio dejado por los especialistas en rituales tanto de los pueblos cercanos, co mo de grupos urbanos populares de la me xi canidad , y otros no conoci dos, que siguen manifestándose con un sinc retismo o apropiación de los sí mbolos católico s y de la religión prehispánica, es totalmente identificable. En relación con esta evidencia, es pertinente hacer un breve comentario sobre los grupos presentes hoy día en los sitios sagrados del cerro Tláloc. La persistencia de la civilización mesoa mericana puede se r observada en la reproducción material y ritual de las comunidades rurales actuales, las cuales realizan sus cere monias en cuevas, barrancas, manantiales y ojos de agua de los cerros que circundan la Ciudad de Mé xico ; le jos de que su mu ndo sea pasivo y e stático, viven en tensión per manente, diná mica e incorporadora del ritmo cultural del México del siglo XXI , pero siempr e guardando rasgos, elementos y conceptos de vida provenientes de su herencia pr ehispánica, co mo las limpias, la medicina herbolaria y los propios ascensos rituales a los cerros. Para ellos no importa que existan, por eje mplo, los grandes hospitales o cualquier estilo de vida característico de la modernidad, ya que de ello sólo se ap ropian o incorporan lo que es útil y práctico para sí y para su pueblo, dentro del proceso histórico que están viviendo y de acuerdo con su tradición cultural. El mal de o jo, el espanto, el e mpach o, el aire y otros tipos de enfer medades son las que ellos c uran –o creen re mediar -, y las enfer medades de “blancos” las cura el médico alópata.


Por otro lado, actualmente, está la presencia de los grupos urbanos populares de la me xicanidad que obedecen a los vacío s religiosos e institucionales sobre la espirituali dad y la identidad nacional,

conceptos

propagandístico,

que,

pretenden

de

acuerdo

incorporar

con como

su si

discurso fuera

una

re miniscencia de la materia y el espíritu del hoy extinto Estado religión precolombino s. Esto es, en los vacíos de los sistemas de ideas y reflejo s condicionados por la práctica del ser social y las organizaciones o instituciones donde se instrumenta la forma de reproducción y/o transfor mación de la base material de la sociedad (Bate, 1998: 62 66), los grupos sociales elaboran el c onjunto de ideas y valores que corresponden a las condiciones de vida e intereses de una clase social. A esa búsqueda del sentimiento de pertenencia a un grupo que llene esos vacíos, se debe la existencia del movi miento de l a me xicanidad,

que

si

bien

tiene

una

co mposi ción

que

data

de

escasa mente 61 años, ha en contrado tierra fértil en las grandes ciudades donde la mayoría de sus hab itantes tienen un origen rural y se convierten en parte de esa reproducción cultural con las danzas concheras, que tienen prese ncia desde los primeros años de la Colonia. En este sentido , ta mbién los especialistas en rituales de los grupos sociales rurales, llamados gra niceros, acuden actualmente a los sitios prehispánicos aislados u olvidados. Los graniceros ya eran citados en “ Magos y saltimbanquis” de Ángel María Garibay K. , traducido por él mismo, de las notas de fra y Bernardino de Sahagún a su Histor ia General de las Cosas de la Nueva España, donde se menciona que: Di cen qu e par a n acer c uat ro v eces d e sap a recí a del se no d e su m adre, com o si ya no e st uv i era enci nt a y l ue go se dej ab a v er. Cuando ha bí a


creci do y era ya m ancebi l l o, l uego se m anif est ab a cuál era el art e y m anera

de

acci ón. / Se

decí a

con oced or

del

l ugar

de

l os

m uert os,

conoce dor del ci el o. Sabí a cuan do ha d e l l ov er o si no ha de l l ov er. / Daba esf uerzo y con sej o a l os prí nci pe s, a l os reyes, a l os pl eb eyo s. Le s decl araba, l es d ecí a: O í d, se han enoj ad o l os di o se s de l a l l uv i a. Págues e 6

l a deud a. Hag am os pr ece s i nst ant e s al Señ o r del T l al ocan. / [ . . . ] De m odo i gual al canz aba a ej ercer el of i ci o de bruj o. Si t ení a odi o a un pue bl o, a u n rey [ …] a sí pron o st i caba: Va a hel ar, o v a a c aer gra ni zo. / [ …] de e st e m odo pron o st i caba el co nj ur ado r de gra ni zo. / [ …] Est e n o t ení a m uj er al guna, nom á s e st ab a en el t em pl o, haci endo v i da de pe ni t enci a se pa sa b a al l í . Por est o se l l am aba bruj o, As t ról ogo (Sa hagú n , 1999: 9 04-9 05).

Lo anterior documenta la e xistencia, antes de la conquista europea, de

los

graniceros

o

conjur adores

del

granizo

dentro

de

las

instituciones sacerdotales. La adap tación sufrida por los graniceros después de la conquista , para su sobrevivencia dentro de una civilización agresiva a sus orígenes, dio co mo resultado , dentro de su proceso histórico, a la creación de corporaciones de graniceros que perviven

en

la

actuali dad

con

una

serie

de

sincretismos

y

apropiaciones de la religión católica y del espiritismo (Bonfil, 1995: 239-270);

esto

es,

con

aspectos

mágico -religiosos

en

una

superestructura por desentrañar. Co mo parte de la antropología, no sólo se registran los tra bajos arqueológicos, sino también se tiene el compro miso de docu mentar las manifestaciones hu manas que de jan huellas materiales, así co mo aquellas operaciones mentales conscientes o inconscientes, parte de los hechos presentes pero que difícilmente pode mo s encontrar en su ausencia. Proyecto arq ueológico vigent e Con el Proyecto Arqueológico Cerro Tláloc (PACT), hoy en la cu mbre de la montaña se están rest ituyendo los muros del te mplo más grande de Mesoa mérica y a mayor altura . Co mo se puede 6

O raci ones, rue go s.


observar en las figuras de ese sitio prehispánico, en total presenta poco más de 4 mil metros ( m) cua drados; la estructura principal cuadrangular mide 60x50 m, los muros tienen un ancho de 2.40 m y una altura probable de 2.80 m. Está conectado con una calzada de 150 m de largo y un ancho de 7.20 m. Otro de los hallazgos significativos del PACT es la maqueta e n piedra del citado te mplo, que guarda la for ma en su disposición en el espacio (véanse figuras 8 y 9) .

Las te mporadas de traba jo arqueológico, requieren una gran logística,

donde

arqueólogos,

estudiantes

de

arqueología

y

trabajadores manuales, conviven por espacio de un mes, en un ca mpa mento base de alta montaña a 3 900 msn m. La actividad científica es realizada con extre mo cuidado para no destruir el dato que ayude a recuperar el patrimonio cultural de los me xicanos y entender el proceso social involucrado en el culto a los cerros manifiesto en este espa cio sagrado para nuestros antepasado s y nuestra historia. Así, la arqueología de alta montaña e stá pre sente en Te xcoco , capital cultural del noreste de la Cuenca de Mé xico. Los

próxi mos

traba jos

de

ca mp o

del

PACT

estaban

programados para novie mbre del 2009, ya que para esta labor es preferible la temporada de frío que la de lluvia.

F i g u ra 6. Aspect o de l a cal zada con l as úl t im as i nt erv enci ones en el t em pl o prehi spáni co d e T l ál oc. Est a cal zada e st á al i neada un o s 300 m al nort e del T em pl o Mayor de T enocht i t l an. F ot ograf í a V. Arri bal zaga (2007).


F i g u ra 7. Im agen del t em pl o de T l ál oc en l a cim a de l a m ont aña a 4150 m snm . La est ruct ura cuadra ngul ar e s l l am ada T et zacual co, se gún el croni st a del si gl o XVI f ray Di ego Durá n.

F i g u ra 8. Maquet a del t em pl o de Tl ál oc graba da en r oca a uno s 50 0 m et ros del si t i o. Hal l azgo real i zado en recorri do s si st em át i co s e n l a t em porada 200 7 del PACT . F ot ograf í a V. Arri bal zaga (200 9).


F i g u ra 9. Posi ci ón de l a m aquet a a 500 m del t em pl o de T l ál oc a una al t ura aprox im ada de 4 100 m snm . F ot ograf í a V. Arri bal zaga (2007),


F i g u ra 10. Aspect o de l a cal zada co n ni ev e en el acce so al t em pl o de Tl รกl oc . V. Arri bal zaga (2008).


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