Costumbres funerarias

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COSTUMBRES FUNERARIAS DE PRINCIPALES MEXICAS Y TEXCOCANOS Juan Carlos Olivares Orozco Pasante en Arqueología de la ENAH La gente del México prehispánico comprendía el fenómeno de la muerte como la separación de los diferentes componentes o elementos del cuerpo humano: la teyolía (espíritu), el tonalli (sombra), el ihíyotl (aire de nicho) y el cadáver 1 Los primeros tres abandonaban el cuerpo con la muerte, y mientras viajaban al Cielo del Sol u otros lugares, había elementos, como la sangre y el cadáver, que iban a alimentar a la deidad de la Tierra 2. Fr. Bernardino de Sahagún en su Historia General de las cosas de la Nueva España menciona los diferentes lugares a los que iban las almas de los difuntos: aquéllos que morían por enfermedad iban al Mictlan; los que morían a causa de fenómenos relacionados con el agua iban al Tlalocan; y aquéllos que morían en la guerra y los cautivos muertos en poder de los enemigos iban al sol.3 Las mujeres muertas en el primer parto y los sacrificados también iban al Cielo del Sol (Tonátiuh Ilhuícatl) y los lactantes iban al Chichihualcuauhco4. La teyolía era la que iba a alguno de estos lugares, pero se quedaba sobre la superficie de la tierra cuatro días más después de la cremación, del mismo modo que la teyolía de los esclavos sacrificados en la fiesta de panquetzaliztli; también los niños de pecho se detenían cuatro días antes de viajar al Chichihualcuauhco. 5 La teyolía del tlatoani era resguardada con ofrendas y oraciones por parte de los deudos, y recibía los instrumentos necesarios (objetos y ropa) para iniciar su viaje. Así, la teyolía de los tlatlacotin y la del perro bermejo acompañaban la teyolía de su señor.6 El viaje para llegar al Mictlan duraba cuatro años, mientras que para llegar al Cielo del Sol sólo habían de transcurrir 80 días. Francisco Javier Clavijero nos dice que el soldado era vestido con un traje de Huitzilopochtli, el esterero con ropa de Nappateuctli, el mercader con el de Xacateuctli, al que moría ahogado lo vestían con ropa de Tláloc, al borracho con ropa de Tezcatzoncatl o de Ometochtli (dios del vino), al adultero con el traje de Tlazolteotl, y así según el oficio que el difunto había practicado en vida.7 Ya en los funerales, cuando un principal moría inmediatamente mandaban a visar a los señores de las provincias vecinas con quien tenía parentesco o amistad para comunicarles el día del entierro. Éstos traían o enviaban una gran cantidad presentes para el difunto tales como mantas, plumas y esclavos para ser sacrificados el día del entierro. 8 Fr. Diego de Durán 9 describe las exequias de los principales de México, (Axayácatl y Ahuitzotl), y de Tezcuco, (Nezahualpilli). A la muerte de Axayácatl, nos dice Durán, Nezahualcoyotl, rey de Tezcuco, acudió a la ciudad de México para ofrecerle al cuerpo ...cuatro esclavos, los dos varones y dos hembras, y un bezote de oro y unas orejeras y una naricera y una corona de oro de las que ellos usaban, y dos braceletes, y dos calcetas de oro y un arco muy galano, con sus flechas y muy galanos plumajes de plumas verdes y 1 2

López Austin, Cuerpo humano e ideología, UNAM, México, 1984, pp. 360-361. Ibíd., p. 363.

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Fr. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, Porrúa, México, 1999, pp. 205208. Véase también Fr. Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, V. 4, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1977, pp. 308-311. 4

López Austin, Op. Cit, p. 363. Ibíd. pp. 364-365. 6 Ibíd. pp. 365-366. 5

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Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México, Porrúa, México, 1964, pp. 197-198.

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Fr. Juan de Torquemada, op. cit., p. 299 y también Fr. Toribio Motolinia, Memoriales de Fray Toribio Motolinia, manuscrito de la colección del señor Don Joaquín García Icazbalceta, Méjico, Casa del editor, 1903, p. 243. 9 Fr. Diego de Durán, Historia de las indias de la Nueva España, Tomo II, Porrúa, México, 1967, pp. 295-300, 391-395 y 474 respectivamente.

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galanas, y otro de plumas de águila , y una rica manta muy galana y un rico ceñidor y unos zapatos muy galanos y un rico collar de piedras con una joya de oro al cabo 10. Nezahualcoyotl le dirigió al cuerpo palabras de dolor, al igual que lo hizo el señor de Tacuba, quien le ofrendo esclavos joyas y mantas, y los señores de Chalco quienes ofrendaron cinco esclavos, mantas, plumas, cortezas de árboles y tea para quemar los cuerpos de los señores. También lo hicieron todos los señores de las provincias de Tierra Caliente, provincias vecinas y provincias enemigas (Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula) quienes traían esclavos, papel, cargas de manta, plumas, joyas, camisas de mujeres y faldellines, cacao, coronas, bezotes, orejeras, y pájaros de plumas verdes, azules y coloradas, arcos, flechas, plumas de águila y cascabeles para los pies. Para este funeral hacían una enramada, tlacochcalli (casa de descanso), y una estatua de astillas de tea a semejanza del rey muerto. A esta le hacían un rostro, le emplumaban la cabeza con plumas de ichcaxochitl (flor de algodón) y malacaquetzalli (plumas ahusadas), y un peto de plumas que le colgaban del pecho, lo cubrían con ropa muy fina con la cual representaba al dios Huitzilopochtl, y ropas del dios Tlaloc, Youalahuan y Quetzalcoatl. Con cantos fúnebres salían las mujeres con manjares que ellas habían preparado, poniéndolos junto con jícaras de cacao, delante de la estatua, y mientras que los principales le colocaban rosas, se incensaba el lugar. Acabada esta ceremonia, vestían con ropas nuevas a los esclavos que iban a morir para acompañar al difunto, les colocaban cazuelas y cestillas en donde el rey tenía sus joyas con que se adornaba. Los sacerdotes derramaban el vino enfrente, a los lados en los rincones del lugar, mientras que los principales colocaban la estatua y el cuerpo del muerto frente a Huitzilopochtli para prenderle fuego; una vez que éste ardía, a los esclavos les abrían el pecho para sacar el corazón y echarlo al fuego en donde se consumía el rey (Fig. 1). Las mujeres y parientes del muerto ayunaban durante 80 días, y al término de ese tiempo (cabo de año), los parientes hacían otra estatua para realizar las mismas actividades con las ofrendas y con los esclavos. Acabadas estas ceremonias, al cuarto día, se realizaban los preparativos para la elección del nuevo rey, como fue el caso de Tizocicatzin, rey de los tarascos.

Fig. 1. Bulto mortuorio de un principal con el esclavo sacrificado. Códice Magliabechi, p. 66.

En la muerte de Ahuitzotl los señores de los pueblos aliados y vecinos acudieron a la ciudad de México para dar el pésame al cuerpo. Nezahualpilli llevó como ofrenda muchas riquezas de oro, joyas, mantas, esclavos, plumas y piedras de mucho valor (Fig. 2). También lo hicieron los señores de Tacuba, Chalco, Xuchimilco, de la Tierra Caliente, Xilotepec, Colhuacan, Iztapalapa, Mexicatzinco y Huitzilopochco. 10

Ibid., p.295.

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Todos estos señores, acompañados de una gran cantidad de ofrendas para el muerto, pasaban a platicar y orar con el cuerpo como si éste estuviera con vida. Después de las pláticas y oraciones, los señores y reyes tomaron el cuerpo para llevarlo a su lugar de descanso, acompañado de cantos fúnebres. Lo llevaron a una primera estación llamada Tlacochcalli en donde el rey de Tezcuco le colocó unas mantas reales, una corona con muchas plumas atadas al cabello, zarcillos, su joyel, sus brazaletes y medias de oro y unos zapatos para consagrarlo como dios. Después lo subieron junto a los pies del ídolo Huitzilopochtli, ahí lo recibieron los sacerdotes del templo, muy bien vestidos, para incensar el cuerpo, y todos los capitanes y oficiales de los ejércitos con sus vestidos e insignias de guerra e instrumentos fúnebres. Posteriormente arrojaron el cuerpo así como estaba a un brasero divino que ardía con muchas cortezas de árboles (leña de los dioses), mientras que los sacerdotes sacrificaban uno a uno a los esclavos que habían traído los señores de los pueblos vecinos, abriéndoles el pecho con cuchillos para sacar el corazón y colocarlo encima del cuerpo ardiendo. Finalmente, echaban la ceniza, y todo lo que llevaba consigo de gran riqueza que no se quemo, en una olla nueva para ser enterrado junto a la piedra del sol llamada cuauhxicalli (jícara de águilas).

Fig. 2. Exequias del rey Ahuitzotl. Fr. Diego de Durán, Historia de las indias de la Nueva España, Tomo II, figura 36.

De manera similar se realizaron los funerales del rey Nezahualpilli. Al enterarse Moctecuhzoma mando a Ciuacoatl y a todos los demás señores a hacer exequias al señor de Tezcuco cargados con 20 esclavos, muchas joyas de las orejas y narices, brazos y pies, mantas y ricas plumas (Fig. 3). Así lo hizo el señor de Tacuba, el de Chalco, los señores del marquesado (tierra caliente) y el señor de Xuchimilco. Duró el llanto ochenta días y el ayuno de sus mujeres e hijos y de todos sus parientes, donde la república de Tezcuco hizo grandísimo y excesivo gasto con los señores que se hallaron a las exequias, y quema del cuerpo; junto con el cual murieron esclavas y esclavos, y corvados y enanos, que le iban a servir al otro mundo....11

Fig. 3. Exequias de Nezahualpilli señor de Tezcuco. Fr. Diego de Durán, Historia de las indias de la Nueva España, Tomo II, figura 49.

Para llevar acabo las ceremonias mortuorias y amortajar al cadáver acudían a los maestros de ceremonias fúnebres, que por lo general se trataba de ancianos (Fig. 4).12 Al amortajarlo con sus mantas y papeles le encogían las piernas y le rociaban agua sobre su cabeza al mismo 11

Ibíd., p.474.

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Francisco Javier Clavijero, op. cit., p. 197, y Fr. Juan de Torquemada, op. cit., p. 307.

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tiempo que le dirigían sus condolencias y le colocaban más papel. Después de haberlo amortajado era conducido al lugar en donde sería quemado junto con sus armas y todo lo que este había tomado en la guerra, así como sus vestidos que usaba en vida para que le abrigaran en su paso al otro mundo.

Fig. 4. Amortajamiento del difunto y colocación del chalchíhuitl. Códice Florentino, Tomo I, libro 3ro, p. 229.

A las mujeres las quemaban con todos sus utensilios con que tejía e hilaba, y con toda su ropa para que les abrigara del frío y del viento. Cervantes de Salazar nos dice que no era la misma vestimenta que se colocaba cuando moría una señora que cuando moría una casada, una viuda o una doncella. Si se trataba de una señora, a esta la vestían ricamente y le hacían matar a algunas criadas cargadas de comida para acompañar a su señora; por su parte, en la sepultura de la mujer casada le echaban los aderezos de cocina y el ejercicio principal en que solía entender, rueca o telar, mientras que en la sepultura de la viuda le ...echaban alguna comida y llevaba el tocado y traje diferente de la casada; mientras que la doncella ...iba vestida toda de blanco, con ciertos sartales de piedras a la garganta; y le echaban en la sepoltura rosas y flores.13 Al difunto le hacían llevar consigo un perro de pelo bermejo con un hilo flojo de algodón en el pescuezo. Este perro era sacrificado con una saeta en el pescuezo y quemado junto con él, para que le ayudara a cruzar el río llamado Chiconahuapan (nueve aguas) (Fig. 5). Al momento de ser quemado eran sacrificados los esclavos, a quienes les habrían el pecho para sacar el corazón y quemarlo junto con el señor. Sahagún nos dice que eran sacrificados 20 esclavos y 20 esclavas. Cuando los difuntos llegaban frente a Mictlantecuhtli le ofrendaban toda la cantidad de papeles, manojos de tea, cañas de perfumes, hilo de algodón, mantas, naguas, camisas, y un maxtli que este traía consigo.14 A los mancebos, después de muertos aderezaban de lo mejor que poseían, y porque morían en su juventud y parecía a los que quedaban que tendrían necesidad de comida, echabánles en la sepultura muchos tamales, frisoles, xícaras de cacao y otras comidas. Poníanles en la espalda, como carga, mucho papel y otro como rocadero, que servía de penacho hecho de papel, que para con todo este aparato fuese a recibir al señor de la muerte 15(Fig. 6).

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Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, Vol. I, Atlas, Madrid, 1971, pp. 145-146.

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Fr. Bernardino de Sahagún, op. cit., p.206.

15

Cervantes de Salazar, op. cit., p.145.

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Fig. 5. Bulto mortuorio acompañado de un perro para guiarlo al reino de Mictlantecuhtli. Códice Borgia, p. 97.

Los obsequios eran colocados por los parientes, amigos y vecinos que venían de otros pueblos. El día del entierro era entre el cuarto y quinto día del fallecimiento. Después de haber sido quemados los restos de la gente baja, así como también de los nobles, tomaban la ceniza, lo que quedaba de él, y una piedra verde llamada chalchíhuitl, para colocarla en un jarro u olla y enterrarla en un hoyo redondo en el interior de su casa, y cada día daban y ponían ofrendas en ese lugar (Fig. 7 y 8). Y más dicen que al tiempo que se morían los señores y nobles les metían en la boca una piedra verde que se dice chalchíhuitl; y en la boca de la gente baja, metían una piedra que no era tan preciosa y de poco valor, que se dice texoxoctli o piedra de navaja, porque dicen que la ponían por corazón del difunto16. Tanto Motolinía como Torquemada nos dicen que a los veinte días se sacrificaban de cuatro a cinco esclavos, a los 40 días eran dos o tres, a los sesenta días dos o uno y a los 80 días de diez a doce.17Por su parte, Sahagún menciona que a los 80 días lo quemaban, de igual manera lo hacían al año, a los dos años, a los tres y a los cuatro años, pues era el tiempo en que se acaban los obsequios, ya que era el momento en que el difunto salía para irse a los nueve infiernos. Pasado este tiempo, los que morían en la guerra, ...se tornaban en diversos géneros de aves de pluma rica, y color, y andaban chupando todas las flores...18 La última ofrenda la hacían a los 80 días, que era el cabo de año, y de allí en adelante, cada año hasta que fueran cuatro, recordaban al difunto sacrificando codornices, conejos, mariposas, y colocaban delante de la caja del difunto mucho incienso, comida, bebida, muchas flores y unos canutos embutidos de cosas aromáticas.

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Ibíd., p. 207. Véase también Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México, Porrúa, México, 1964, p. 198; Fr. Toribio Motolinia, Memoriales de Fray Toribio Motolinia, manuscrito de la colección del señor Don Joaquín García Icazbalceta, Méjico, Casa del editor, 1903, p. 244; Fr. Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, V. 4, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, p. 299. 17 Fr. Toribio Motolinia, Ibíd., p. 246; y Fr. Juan de Torquemada, Ibíd., p. 302. 18

Fr. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, Porrúa, México, 1999, pp. 206 y 208.

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Fig. 6. Ofrenda de tamales, frijoles, maíz y conchas. Códice Magliabechi, p. 69.

Fig. 7. Cremación del difunto. Códice Florentino, Tomo I, Libro 3ro, p. 229.

Fig. 8. Funerales de un señor noble ricamente ataviado con mantas, carona papel, collares y el lugar en donde sería enterrado. Códice Magliabechi, p. 67.

Al igual que los funerales de Axayácatl, Ahuitzotl y Nezahualpilli, se realizaron los funerales de Calzonci, señor de los tarascos 19. El hijo de este señor mandó llamar a todos los señores y principales del reino para que lo acompañar durante su enfermedad. Estos

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Fr. Toribio Motolinia, op. cit., pp. 238-242; y Fray Juan de Torquemada, op. cit, p. 302-306.

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principales acudieron al llamado con obsequios, y una vez muerto el mandatario, participaron en el funeral. Primeramente todos los señores le bañaban, los cuales andaban allí muy diligentes con los viejos que le solian acompañar: bañaban asimismo á todos aquellos que habían de morir é ir en compañia del difunto señor. Vestían el cuerpo de esta manera: poníanle junto á las carnes una buena camisa, de las que usaban los señores; calzábanle unas cacli ó zapatos de cuero de bañado, que es calzado de señores; poníanle cascabeles de oro en los tobillos, y en las muñecas piedras de turquesa, é poníanle un tranzado de pluma, é á la garganta collares de turquesas; en los orados de las orejas ponian unas orejeras grande de oro: atábanle en los brazos dos brazaletes de oro, y en lo horado del bezo bajo, poníanle un bezote de turquesas; hacíanle una cama muy alta de muchas mantas de colores, é ponian aquellas mantas en unos tablones, y al difunto ansí ataviado poníanle encima, como si estuviese en su cama, y atravesaban por debajo unos palos para despues llevarle en los hombros, Asimesmo hacian otro bulto encima de él tambien de mantas con su cabecera, y ponian en aquel bulto un gran plumaje de plumas verdes, largas y de precio, y tambien sus orejeras de oro é sus collares de turquesas é ricos brazaletes de oro, é su trenzado largo. A los piés de aquel bulto tambien le calzaban cactles ó sandalias; y cerca de las manos poníanle sus frechas é un arco con su carcax de cuero de tigre. Ansí ataviado y puesto en aquel lecho, salian sus mujeres y lloraban por él á voz en grito20(Fig. 9).

El hijo del heredero seleccionaba a los hombres y mujeres que había de morir con él señor: una que llevara sus bezotes y objetos de oro y piedras preciosas, su camarera, encargada de guardar sus joyas, su servidora de sopa, de vino y de cacao, la que le daba de beber agua, la que le cocinaba, la que le daba el orinal, y otras mujeres. En cuanto a los varones, estaba el que le llevaba las mantas, el que lo peinaba, el que le hacía guirnaldas de flores, el que le llevaba su silla, el que llevaba sus mantas de algodón, el que le llevaba sus hachas de cobre, el que le llevaba el aventador y moscador para hacer sombra, el que le llevaba el calzado, el de los perfumes, el remero, el barquero, el barrendero, un calador, el que le hacía los plumajes, el platero, el que le hacía sus arcos y flechas, etc. Posteriormente, nos dice Motolinia, sacaban al difunto a la media noche barriendo el camino por donde el cuerpo iba a pasar para llevarlo al templo, en donde ya habían colocado rajas de pino para quemarlo, acompañado por toda la gente que iba a morir. Una vez en el templo daban con él cuatro vueltas alrededor del lugar, lo ponían sobre las rajas de pino y le prendían fuego. Mientras que el señor ardía, iban sacrificando de tres en tres y de cuatro en cuatro en cuatro a los esclavos que previamente habían sido emborrachados, para luego ser enterrados atrás del templo del dios llamado Curicanueri (dios del fuego) con todo lo que estos llevaban consigo. Una vez que todo estaba quemado recogían las cenizas y lo que quedaba de él, junto con las joyas que se habían derretido con el calor, para hacer un bulto con una manta. A esta le ponían una máscara de turquesa, orejeras y collares de oro, un trenzado de pluma, un plumaje de plumas verdes, una rodela de oro en la espalda, un arco con flechas, sartales de cuentas en las piernas, y cascabeles de oro. Al pie del dios Curicanueri, hacían una sepultura: ... debajo del principio de las gradas, una gran sepultura bien honda, de más de dos brazas y media de ancho, cuasi cuadrada, y cercábanla de esteras nuevas por las paredes y en el suelo, é asentaban allí dentro de una cama de madera, é tomaban aquella ceniza con aquel bulto compuesto un sacerdote de los que tenian por oficio llevar los dioses á cuestas, y cargado á las espaldas, llevábalo y poníalo á la sepultura, donde antes que le pusiesen otra vez habian cercado aquel lugar ó sepultura de rodelas de oro y plata, y á los rincones ponian muchas frechas de buen almacen: ponian tambien ollas 20

Fr. Toribio Motolinia, Memoriales de Fray Toribio Motolinia, manuscrito de la colección del señor Don Joaquín García Icazbalceta, Méjico, Casa del editor, 1903, pp. 238-239.

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y jarros con vino y comida: aquel sacerdote ó ministro del demonio ponia una tinaja y dentro de ella asentaba aquel bulto, de manera que mirase á poniente , é atapaban aquella tinaja é camas con muchas mantas, y echaban allí unas cajas que acá hacen de cañas encoradas con cueros de venados, y tambien le dejaban allí sus plumajes con que solia bailar, é más otras rodelas de oro y plata, y otras cosas de ajuar de señores, hasta henchir aquella hoya, y atapaban la sepultura con unas vigas, y despues tablas, y embarrábanla muy bien por encima. Las sepulturas de la otra gente henchian y cubrian con tierra. 21

Fig. 9. Funerales de Cazonci rey de los tarascos. Relación de Michoacán, Lámina. XXXIX.

Aunque en las fuentes citadas podemos identificar un mayor interés de los cronistas por describir los funerales de los señores o principales del México prehispánico, en algunos casos llegan a mencionar, de manera muy somera, las costumbres funerarias de los mercaderes o comerciantes y de algunos capitanes guerreros. Nos dice Cervantes de Salazar que a los mercaderes y tractantes enterraban con alhajas y joyas en que tractaban, porque el principal tracto de ellos era en piedras de tigres y venados, echaban con ellos muchas de aquellas pieles, envueltas en ellas muchas piedras finas y vasos de oro en polvo, con gran copia de plumajes ricos, de manera que los que en vida no habían gozado de aquellas riquezas, paresce que morían con contento de saber que las llevaban consigo al lugar de los muertos...(Fig. 10).22 Pero cuando enterraban a algún Capitán señalado en la guerra, le ponían en la sepoltura armado de las ricas armas que tenía, como cuando iba a la guerra, con mucha parte de los despojos [y]...con lloroso canto celebraban sus proezas y valentías...23

21

Ibíd., p. 242.

22

Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, Vol. I, Atlas, Madrid, 1971, p. 145.

23

Ídem.

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Figura 10. Bulto mortuorio de un comerciante con piel de jaguar, plumas, cascabeles y piedras finas. Códice Magliabechi, p. 68.

Fr. Diego de Durán24 describe de forma muy amplia las exequias que les hacían a los guerreros muertos en batallas. El rey mandaba llamar a los encargados de hacer las ceremonias fúnebres para que empezaran hacer las honras de todos los que habían muerto, terminada la plática, salían a la plaza los cantores con la cabeza atada con un cinta de cuero negro para tocar un sonido triste y lloroso, al momento en que salían las mujeres de los muertos con las mantas de ellos en los hombros, con los ceñidores y bragueros rodeados al cuello, y los cabellos sueltos para llorar amargamente, también salían los hijos de estos con las mantas de sus padres puestas, cazuelas de bezotes, orejeras, narigueras y joyas, para llorar junto con ellas. Posteriormente venían los amortajadores y parientes de las viudas para dar el pésame. Al quinto día, elaboraban con rajas de tea los bultos de los muertos, les hacían los pies, brazos, cabeza, cara y ojos; mientras que con papel les hacían sus ceñidores, bragueros y mantas, y en los hombros les ponían plumas de gavilán. Les emplumaban la cabeza y les colocaban orejeras, narigueras y bezotes. Colocaban estas estatuas en una habitación (Tlacochcalco) para que entraran las viudas con un plato de un guisado llamado tlacatlacualli (comida humana), tortillas o papalotlaxcalli (pan de mariposas) y harina de maíz tostado disuelta como bebida. Los cantores, que venían vestidos con mantas manchadas y cintas de cuero llenas de mugre atadas en la cabeza, interpretaban cantos de luto. Todos se untaban en la cabeza una corteza de árbol molido, traían una jícara de vino para presentarlo ante la estatua, el cual sería derramado alrededor de esta en cuatro partes a la redonda. Al terminar esta ceremonia, que era a la puesta del sol, las viudas vestían a todos los cantores con mantas comunes, bragueros y sendas coas, y mandaban llamar a los viejos para que estos les prendiesen fuego a las estatuas, mientras estas lloraban. El luto duraba 80 días, y en ese tiempo las viudas no se aseaban hasta que llegaban los ministros enviados por los ancianos, quienes les quitaban la suciedad para darla a los sacerdotes La suciedad, el llanto y la tristeza, eran sacadas de la ciudad por los sacerdotes. Finalmente las viudas acudían al templo para hacer oración y ofrendar papel, copal y sacrificios ordinarios para liberarse del luto y regresar a sus casas tranquilamente. Así, al revisar las fuentes y algunos códices, podemos tener una cierta idea de cómo se realizaban las practicas funerarias durante la época prehispánica, que tenían la finalidad de despedir al individuo del mundo de los vivos, como fue el caso de algunos señores mexicas y texcocanos.

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Fr. Diego de Durán, Historia de las indias de la Nueva España, tomo II, Porrúa, México, 1967, pp. 287-291.

Bibliografía López Austin, Cuerpo humano e ideología, UNAM, México, 1984, págs. 360-361 y 363 Fr. Bernardino de Sahagún, historia general de las cosas de la Nueva España, Porrúa, México, 1999, págs.. 205-208. Véase también Fr. Juan de Terquemada, Monarquia Indiana, V. 4 Instituto de investigaciones históricas, UNAM, México, 1977, p. 308-311. López Austín, op. Cit, p.363 Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México, Porrua, México, 1964, pp. 197-198 Fr. Juan de Torquemada, op. Cit., CARLOS: FALTA BIBLIOGRAFÍA DEJA ESPACIO

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