Teogonías

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Directora Editorial

Martha Beatriz Velázquez Valdés

Redacción

Minerva A. Pegueros Millán

Colaboradores

Lic. Dzoara Rodríguez Arqlogo. Gustavo Coronel Sánchez Arqlogo. Juan Carlos Olivares Orozco Mauro García Yoezer Flores Aguilar “Itzhuitzilin”

Diseño

M.A.v. Carlos A. Cortés Mtz, L.D.g. Mónica V. Villalpando F.

Agradecimientos

Guillermo Ravest Santís, Moisés Martínez Juárez, Juan Pichardo Rubí, Yoezer Flores Aguilar “Itzhuitzilin” y a todos los que contribuyen de forma positiva en conocer y difundir el patrimonio que aún queda.

Portada

Basada en dibujo interpretativo tipo códice por Yoezer Flores Aguilar “Itzhuitzilin”

Carta del Editor ¡Albricias! Es la palabra exacta con que volvemos a saludar este obsequio que es reencontrar a nuestros lectores. Y también, porque esta Nueva Época de Texcoco Cultural, es posible por la distinción y el aporte del Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes y su Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes, con que se nos distinguió en Junio del 2009. Es un aliento y un doble compromiso para nuestra tarea. Los temas arqueológicos referidos a nuestra región han sido abordados sistemáticamente en nuestras ediciones anteriores. La presente la dedicamos a una temática que, pese a su profunda raigambre nacida del alma de nuestros pueblos, en especial de su gente grande, es parte indisoluble de la cultura. Nos referimos a los mitos y a las leyendas transmitidos oralmente a lo largo de siglos. Para muchos estudiosos anclados en exclusivos cánones racionalistas o positivistas, todo aquello que no se puede medir y cuantificar objetivamente cae fuera de lo científico. Sin embargo, connotados humanistas supieron observar y apreciar la rica zona subjetiva con que los pueblos expresan sus utopías, sus miedos, sus idealizaciones, sus sueños. En la actualidad han aparecido numerosas escuelas de pensamiento que valoran esta capacidad humana para conformar lo que se ha dado en llamar lo o el imaginario. Incluso hay autores contemporáneos que proponen la existencia o la creación de la mitología. Postulamos, entonces, un encuentro de ambas vertientes culturales –la objetiva y la subjetiva- para conocer mejor a nuestros antepasados, a nuestros pueblos, ya que conjuntadas permiten mostrar y desplegar toda la riqueza creadora que alberga el ser humano. En relación a los temas desplegados, sí queremos llamar la atención al referido a la leyenda del “tecuani”, cuya gestación se ubica en la raíz nahuatl de uno de los hermosos pueblos texcocanos: Santa María Tecuanulco, similar en tradiciones a los pueblos de San Pablo y San Jerónimo en nuestra Sierra. Estos pueblos siguen a la espera de la promesa del gobierno estatal hecha en el 2004: la creación del Centro Náhuatl. Sus planos fueron realizados por los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Hugo Maza Padilla como un espacio similar al existente en el Centro Ceremonial Otomí.

Hecho en Texcoco – Chiua pan Tezcuco

Si la ciudad de Texcoco sigue aspirando a su Museo, nuestros pueblos también merecen contar con sitios destinados a realzar su pasado y sus tradiciones.

© Texcoco Cultural es una publicación bimestral independiente con domicilio en Primer Retorno núm. 8, C. P. 56170, San Lorenzo, Texcoco, Estado de México. Publicación en internet: www.texcococultural.com. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio físico o electrónico sin el permiso expreso de los autores y editor responsable. Los contenidos de los artículos y colaboraciones firmados son responsabilidad de los autores. Editor responsable M. Beatriz Velázquez Valdés. Distribución en el Municipio de Texcoco, principales puestos de periódicos, librería del Centro Regional de Cultura de Texcoco. La presentación y disposición en conjunto y de cada página de Texcoco Cultural son propiedad del editor. Todos los derechos reservados 2009. “Esta revista cuenta con apoyo otorgado por el Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2009 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.”

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El legado cultural de cada civilización está integrada no solamente por los hechos materiales logrados en su devenir. En su desarrollo también participa ese rico ámbito espiritual que en el afán del hombre por explicarse el mundo, igualmente recurre a formar dioses, crear mitos y leyendas.

En esta oportunidad sabremos de qué modo fueron creados el hombre y la mujer en nuestra región acolhuachichimeca-tolteca. Abordaremos una leyenda recogida por el ilustre estudioso de nuestros pueblos originarios, Ángel María Garibay que fue divulgada en su libro “Teogonía e historia de los mexicanos: Tres opúsculos del siglo XVI” y publicada por editorial Porrúa en la colección “Sepan cuantos”, núm. 17, en el año 1973. Los lectores podrán apreciar en esta lejana historia que en muchos aspectos la misma guarda una relativa similitud con lo que fue la formación real de este señorío; también apreciarán cómo nuestros pueblos, aún en los años de su más remota formación, ya habían convertido en leyenda esa aspiración eterna del hombre de rememorar su “edad de oro”.

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Guillermo Ravest Santis

Mito texcocano de la creación del hombre Bajo este título, el maestro Garibay lo escribió en un estilo de gran sencillez, que casi podría decirse guarda el de quienes lo narraron en viejas crónicas del siglo XVI. Éste es su texto:

“1. Tezcuco es una ciudad principal, situada a ocho leguas de la de México, tanto por agua como por tierra, de la cual, los que al presente la tienen, afirman haber sido ellos y sus antepasados los primeros fundadores, de la manera siguiente: 2. Un día de madrugada fue arrojada una flecha desde el cielo, la cual dio en un lugar llamado Tezcalco, que ahora es un pueblo. 3. Del hoyo formado por tal flecha salió un hombre y una mujer: el nombre del hombre era Tzontecomatl, es decir “cabeza”, y también Tlohtli, “gavilán”; el

nombre de la mujer era Tzompactli, “cabellos de cierta yerba”. 4. A la sazón el dicho hombre no tenía cuerpo, sino de los sobacos para arriba, ni tampoco la mujer, y engendraron metiendo él la lengua en la boca de la mujer. 5. No caminaban sino a saltos, como las urracas o los gorriones. 6. El hombre entonces hizo un arco y flechas, con los que tiraba a los pájaros que pasaban volando, y

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si por acaso no mataba al pájaro, al que tiraba, la flecha caía sobre algún conejo u otra pieza, la cual comían cruda, pues no tenían el uso del fuego y se vestían con pieles. 7. En tales condiciones tuvieron seis niños y una niña, los cuales fueron al lugar donde al presente es Tezcuco, que entonces no era sino un espeso monte, lleno de toda suerte de bestias, de cuyas pieles se vestían y tanto ellos como ellas jamás se cortaban los cabellos.

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8. Ofrecían a la tierra una yerba preciosa, a fin de que la tierra les diera de comer. 9. Vivían de esta guisa en tan grande paz y amistad que no hubieran osado hacer o decir el uno al otro nada que le pudiese ofender. 10. Igualmente, si alguno encontraba alguna bestia muerta que otro hubiese herido, aunque no acudiese a donde había quedado, no la cargaba, sino más tarde lo decía a los otros, a fin de que aquel que la había matado fuese allá a buscarla: tan sin malicia eran. 11. Tampoco se ocupaban del tiempo, ni sabían contar meses ni años, hasta que los mexicanos les llevaron el calendario figurado con algunos caracteres. 12. El dicho Tlohtli, pues, y su mujer fueron los primeros señores de Tezcuco, pero sus hijos se salieron por el país a ver tierras nuevas y se quedaban donde mejor les parecía de tal manera que poblaron muchos lugares, más no se quedaban en ningún sitio de fijo, sino vivían en cuevas que dejaron hechas, o formaban algunas chozas de ramaje y la cubrían de yerbas. 13. La caza que hacían la llevaban al señor, que era su padre. 14. Usaban de tanta continencia con las mujeres, que aun cuando alguno de ellos hubiera muerto, no conocía otra mujer que la suya, pues tal para ellos era grande infamia.

15. El primero que encontró ídolos fue uno de los hijos de Tohtli, el cual habiendo permanecido largo tiempo fuera de Tezcuco, regresó cerca de su padre y trajo un ídolo llamado Tezcatlipoca y le levantó en Tezcuco un altar. 16. De este tiempo en adelante comenzaron a sembrar maíz y frijoles, que son ciertos granos que tienen, en Chalco, que está a seis leguas de Tezcuco, y de ahí transportaron las semillas a Tezcuco y las sembraron. 17. Todavía entonces Tlohtli vivía, pero murió a esa sazón, y dejó como sucesor a su hijo, el cual enseguida se casó con una hija del Señor de Culhuacan, que está cerca de México.

19. Este segundo señor, Techutlala, empero fue muerto en seguida por los vasallos y hermanos de su mujer, que estaban desabridos por este enlace, y no contentos con haberlo matado, se arrojaron sobre sus hermanos y parientes y mataron también a muchos de ellos. 20. El mayor de los hermanos de esta joven puso por gobernadores en sus tierras y eran muy ingeniosos y deseaba saber el comienzo de las cosas e iguales fueron sus hijos y vivían como filósofos.”

18. Y así se iban multiplicando, se casaban los unos con los otros y esta nación empezó a ser

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llamada Otomí, y comenzaron a construir casa.

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ATLANCHANES O

DUENDES DE AGUA Mauro García

Cuenta la gente mayor de las comunidades de Santo Tomás Apipilhuasco, San Jerónimo Amanalco, Santa María Tecuanulco, Santa Catarina del Monte y San Juan Totolapan, que los atlanchanes (habitantes del lugar del agua o duendes de agua) sí existen. Sin embargo, son pocas las personas que tienen el don de verlos e incluso de dialogar con ellos. Quien no cuenta con este don –añaden- y pretende ignorar su existencia, o no cree en los atlanchanes, deben tener cuidado de los cuentos que escuche sobre ellos pues pueden ser presa de su encantamiento si se atreven a molestarlos.

Según la tradición popular de estas comunidades, las pozas que se forman en los riachuelos, ríos y manantiales son su casa y castigan severamente a quien los moleste durante el día, entre las 11 y media y 12 y media. Les roban su espíritu y solamente la intervención de un granizero, quienes son personas con facultades para dialogar con los atlanchanes, es quien puede lograr la liberación del espíritu de la persona encantada mediante un convenio. Los duendes salen a comer y a jugar al mediodía y por esta razón no pueden ser molestados ya que son considerados como los guardianes del agua pura. Hoy en día, la contaminación que hemos generado al lanzar basura y aguas negras a los ríos y manantiales ha alejado a los atlanchanes de nuestros hogares y sólo donde aún quedan aguas puras ellos continúan viviendo. Algunas personas que viven en esos pueblos nos cuentan que saben sobre experiencias de alguien que tuvo trato cercano con los duendes.

Santo Tomás Apipilhuasco: Doña Felipa y Don Eladio. Doña Felipa, viuda de don Eladio Hernández, quien vive en la zona de Tlacuyo, platica que en una ocasión fue al río grande

que está en los límites de Apipilhuasco y San Jerónimo Amanalco. Era cerca de medio día y se le ocurrió saltar en una poza del río. Enseguida comenzó a sentirse mal, lo que espantó a algunas amigas que la acompañaban. Ellas llamaron a Don Eladio para que ayudara a su señora. Éste llegó rápido en su caballo y como vio que estaba su señora muy afectada la llevó con un curandero de San Jerónimo Amanalco. Después de revisarla, el curandero hizo una muñeca parecida a Doña Felipa, le dijo a su esposo que tenía que cargársela sobre la espalda y le advirtió que, para que se compusiera su esposa, por ningún motivo se tenían que detener a descansar ni voltear hasta llegar a su casa. Don Eladio hizo lo recomendado por el curandero, pero cuando iba a medio camino, no aguantó más el peso de su mu-

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jer que cargaba en sus brazos y se detuvo. Por este motivo no se pudo componer del todo Doña Felipa, causando que de vez en cuando tenga recaídas.

Caja de piedra con representación de los Atlanchanes o Tlaloques de los cuatro rumbos del Universo; procedente del Pedregral de Tizapan D. F. Mexico. Arqueología Mexicana N° 20. pag. 42

La gente del lugar cuenta que en el lugar donde Doña Felipa saltó

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a la poza del río grande hay un enorme barranco redondo y en su interior una cueva habitada por un duende. Este duende quería que Doña Felipa lo consintiera, pero a ella no le gustó porque tenía una cola y todos los demás atlanchanes que lo acompañaban también la tenían. Como Doña Felipa no se componía, su marido la llevó a curar con un granizero. Este señor les dijo que los atlanchanes pedían mole con pollo, el cual tenía que ser preparado en unas cazuelitas que el mismo granizero les dio. Y como eran tan pequeñitas les recomendó que el pollo lo sustituyeran por pajaritos. Cuando la comida estuvo hecha, el granizero se encaminó a entregarla a los duendes. Éstos, a cambio, le entregaron una piedra pequeña que Don Eladio debió cargar en su mano. A medida que Don Eladio caminaba, la piedrita iba aumentando enormemente de peso, pero esta vez no descansó ni intentó voltear la mirada hacia atrás hasta que llegó a su casa a descansar. Apenas traspasó la puerta de su casa, la piedra perdió todo su peso acumulado y doña Felipa se curó.

La mamá de Doña Juanita Por su parte, Doña Juanita, señora de aproximadamente 65 años y habitante de la misma comunidad, exclamó al ser interrogada sobre si había visto a los Atlanchanes: -¡Ni lo mande Dios! No los he visto ni los quiero ver yo...Pero unos minutos más adelante y ya más calmada, cuenta que quien sí los vio “fue mi mamacita -que en paz descanse-. Ella le contó que cuando era niña fue con otras amigas de su edad a llevar a las vacas y los toros a beber agua en una pocita por el puente de Palmas, donde ahora no hay ya nada de agua. “Lueguito” de que metieron los animales al agua, fueron saliendo de la poza los atlanchanes. Rapidito se subían estos por la cabeza y lomos de las vacas y andaban jugando encima de ellas. Decía la

Tlaloque o atlanchan en códice Vaticano

mamacita de Doña Juanita que los atlanchanes eran chiquitos como enanitos y que como ni ella ni sus amigas los molestaron, y tampoco entraron en el agua, no les hicieron nada.” -Es lo que me contó mi mamacita. Lo que yo he oído es que cuando tuviera sed y fuera a tomar agua en el río o en la pocita, pintara yo una cruz y me hincara. Así ya no me harían nada y no me pasaría nada. Pero yo no los he visto ni los quiero ver..-

Don Anastasio El señor Atanasio López, de 54 años, cuenta que el sí vio a los atlanchanes. Recuerda que cuando era niño vio a los atlanchanes en la poza del Hacashuate (lugar ahora lleno de aguas negras). Anastasio iba con unos amigos y desde lo alto, en la orilla de la poza, vieron a los duendes jugando. Unos estaban bañando sus caballitos bien chiquitos, entonces Don Atanasio y los otros niños les aventaron piedras y se echaron a correr.

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LA CRUZ DE

JASPEADO Dzoara Rodríguez

En nuestro país, los mitos y leyendas son una parte importante de nuestra tradición oral. En casi todos los pueblos se transmiten, de generación en generación, relatos de sucesos extraordinarios que se han ido modificando conforme pasa el tiempo y por las distintas personas que los recogen.

En Texcoco existen varias leyendas que poseen diversas versiones respecto a su origen. En el caso de la leyenda de La Cruz de Jaspeado la historia más difundida es aquélla que asegura que tras una pelea entre padre e hijo éste último no había encontrado la paz después de su muerte. También se aseguraba que la cruz es el último vestigio de un antiguo panteón donde reposaban los restos de Francisco Jaspeado. Sin embargo, Don Ricardo Jaspeado García, bisnieto del protagonista, nos cuenta la historia real de la Cruz de Jaspeado, que por generaciones ha pertenecido a su familia. Alrededor de 1840 su bisabuelo, Don Roberto Jaspeado, llegó a

Texcoco después de recibir instrucción con unos frailes franciscanos. Ahí había adquirido el apellido Jaspeado por recomendación de sus tutores, pues no era correcto que él llevara el apellido de cualquiera de los frailes. En esa misma época, aprendió español, inglés, francés y los secretos de las hierbas curativas. En Texcoco, Don Roberto se convirtió en un hombre próspero pues sabía trabajar y aprovechar lo mejor de la tierra y tenía también una tenería en el Barrio de la Conchita. Además montó una botica frente al actual jardín municipal, aprovechando las enseñanzas de los frailes en el seminario.

Don Roberto Jaspeado García, padre del protagonista sepultado en la Cruz de Jaspeado

Debido a su formación era un hombre muy católico, celoso de guardar los preceptos de la Iglesia. Tuvo tres hijos: dos varones y una mujer. El primero de ellos, Vicente, estudió medicina y es-

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tuvo mucho tiempo sirviendo en varias campañas militares bajo el cobijo de Don Porfirio Díaz, quien era compadre de Don Roberto Jaspeado. Por su parte, su otro hijo varón, Francisco, se hizo cargo de la botica. Aunque él era el responsable del lugar, su padre revisaba semanalmente las cuentas para vigilar que el negocio marchara bien. En cierta urgencia, un amigo de Don Francisco acudió a él en busca de un préstamo. Éste, confiado, le facilitó la cantidad solicitada. Así ocurrió en tres ocasiones en las que su amigo pagó puntualmente. Sin embargo, al presentarse la cuarta ocasión, el amigo no liquidó la deuda con Don Francisco. Éste, desesperado ante la idea de que su padre viniera a pedirle cuentas y descubriera que no tenía con qué responder, se suicidó tomando un fuerte veneno.

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Al atentar contra su propia vida, Don Francisco no tenía derecho a un lugar en el camposanto. Por esta razón su padre le dio sepultura en el camino que se encontraba frente a su tenería, en la esquina que hoy forman las calles de Nicolás Romero y Tenería. En memoria de su hijo, Don Roberto mandó construir esta cruz en donde, desafortunadamente, no puede leerse ninguna inscripción que nos revele la fecha exacta del suceso. No obstante, todo parece indicar que el episodio que dio lugar a esta leyenda ocurrió en los últimos años del siglo XIX. Actualmente esta cruz es un símbolo que muchos identifican con el Barrio de la Conchita e incluso con Texcoco. A pesar de que ha sufrido cierto deterioro, producto de algunos autos que han chocado contra ella así como de grafiteros, aún podemos observarla de pie, recordando este relato que forma parte ya de la tradición texcocana. Cruz de Jaspeado, ubicada en la esquina de las calles Nicolás romero y Tenería

Óleo propiedad de don Ricardo Jaspeado García

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Santa María Tecuanulco y los Tecuanis

La leyenda El hermoso paisaje que se aprecia en Santa María Tecuanulco se completa con una leyenda que deriva en su nombre en náhuatl.

Moisés Martínez Juárez, habitante de Santa María, nos cuenta sobre los tecuanis: “Nuestros abuelos nos decían el significado de tecuani, el pueblo le dejaron Tecuanulco porque hace años aquí había un animal que no sabemos si era el puma, el león o el tigre que hoy ya conocemos, pero en aquel tiempo la gente decía: “No subas a esa parte alta porque hay un animal que come a la gente, tecua. “Ahmo pa uetzi ompa tlakpak onka ze yolkatl uan tekua no subas allá arriba porque hay un animal que te come”. Nuestros antepasados nos dijeron que por eso probablemente se le quedo el nombre a Tecuanulco en nuestro idioma “Tecua” es “comer”. Entre los peñascos grandes, supuestamente había una piedra que estaba en posición de un animalito así como puma, nuestros abuelos

decían que ahí estaba el tecuani, el animal que come gente, pero también no falto gente inquieta que fue con cincel y su maceta y quiso arrancarla y supuestamente quedo casi a la mitad.

Nuestros abuelos nos explicaban con esas palabras porque algunos hablamos el náhuatl, todavía hablamos el náhuatl. Desafortunadamente un niño de 9 años o alguien nacido del 80 para acá díganle que es tecuani, no saben que es tecuani.

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El tekuani, el animal, venía correteando a la rana, y el tecuani se quedó encantado acá en la cañada y la rana, como esta área es de agua, brincó más allá y quedó encantada allá, en San Miguel, pero porque el tekuani quería comerse a la rana, quedó encantado acá y la rana allá. Hay una piedra que han querido arrancar has de cuenta que encuentras un león bien echado hasta con sus enancas y todo bien, bien formadito, lo único le falta un poquito más de la cabeza, pero todo el cuerpo ahí está.”

Tecuani, Codice Xolotl, lamina 1 Nótese como sus huellas indican que sube a la cima de las montañas

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LA LLORONA, MUJER

ERRANTE Dzoara Rodríguez

Sin lugar a dudas la leyenda de La Llorona es una de las más populares en nuestro país. A pesar del paso de los siglos, conserva su fuerza y popularidad entre el pueblo mexicano. Es por ello que su presencia aún causa pavor en la negrura de la noche y no faltan aquellos que aseguran haberla visto. Tal es la presencia de esta mujer errante que recorre las calles, caminos y cauces de ríos para derramar en ellos sus desgarradores lamentos.

Aunque el mito de la Llorona surge como tal en La Colonia, las versiones sobre el origen de esta mujer son muy variadas. Los antiguos mexicanos afirmaban que se trataba de la diosa Cihuacóatl, quien aparecía elegantemente vestida y en las noches gritaba y bramaba en el aire. Su atuendo era blanco y la forma de su cabello parecía simular unos cuernos en la frente. Otros aseguraban que era Doña Marina, quien regresaba a penar por haber traicionado a su pueblo al unirse a las tropas de Hernán Cortés. Algunos más comentaban que esa alma en pena pertenecía a una joven madre que había matado a sus hijos tras sufrir una grave decepción amorosa. A pesar de las diversas versiones de su orígen, existen elementos del mito que se mantienen constantes através de sus diferentes manifestaciones: la noche, la mujer vestida de blanco con el cabello largo y negro, la proximidad del agua (ríos, lagos, cauces secos, barrancas), el llanto desesperado y el grito desgarrador de ¡Ayyyy, mis hijos!

La Cihuacóatl

Para los aztecas había tres diosas que aparentemente eran sólo aspectos de una misma divinidad. Ellas representaban a la tierra en su doble función de creadora y destructora: Coatlicue, la de la falda de serpiente, Cihuacóatl mujer serpiente y Tlazoltéotl diosa de la inmundicia. Cihuacoatl, tomada del “Códice Florentino”

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1 Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, Tomo 1, Capítulo IV

Los investigadores afirman que las raíces de la leyenda se remontan a tiempo atrás de la llegada de los españoles. Según el Códice Aubin, entre las deidades que guiaron a los aztecas en su peregrinación se encuentra, además del gran Huitzilopochtili, la diosa Cihuacóatl.

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Cihuacóatl era la patrona de las Cihuateteo, que de noche vocean y braman en el aire. Celebraban la fiesta de Cihuacóatl el 18 de julio del actual calendario y, según el suyo, era la octava fiesta llamada Huey Tecuilhuitl. Fray Bernardino de Sahagún1 menciona que esta deidad “aparecía muchas veces como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba y gritaba en el aire”. Además, agrega: “Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos y los cabellos los tocaba

de manera que tenía como unos cornezuelos en la frente“. La Cihuacóatl era considerada como la diosa madre de los mexicas. Decían que cuando algo sucedía, ella lo interpretaba primero, mucho antes de que ocurriera. Esto justifica su presencia dentro de los presagios que anunciaron la caída de la gran Tenochtitlan. Según el sexto de estos presagios, se afirmaba que el fin de la raza azteca se acercaría cuando se escuchara por las noches gemir y llorar a la diosa diciendo: “¡Mis muy queridos hijos, ya llega nuestra

partida, ya estamos a punto de perdernos! ¡Oh, hijos míos!, ¿a dónde os llevaré?” Cuando los sacerdotes aztecas comenzaron a escuchar, siempre a la misma hora, el desgarrador grito y les fue referida la imagen de una mujer vestida de blanco que salía del lago de Texcoco, empezaron a indagar en los antiguos códices. En ellos encontraron el augurio que decía que, cuando la diosa de la raza hiciera su aterrador anuncio el imperio de Moctezuma sería arrasado por hombres que llegarían de oriente, destruyendo todo e imponiendo dioses más poderosos.

Cihuateteo, compañeras del sol Antiguamente, los pobladores de la cuenca de México consideraban que la muerte de las mujeres durante el parto equivalía a una lucha en el vientre para dar vida. Este era un fallecimiento tan noble como el de los guerreros muertos en combate o sacrificio. El cielo que les era destinado a las difuntas se llamaba Cihuatlampa o Cincalco “la Casa del Maíz”. referente a esta, Miguel León-Portilla menciona:

Cihuateteo “Museo Nacional de Antropología, Sala Mexica”

Por su valentía, ellas estaban destinadas después de su muerte a acompañar al sol desde el mediodía hasta el atardecer. Los guerreros se encargaban de custodiar al máximo astro desde que éste aparecía hasta el cenit y entonces, estas mujeres tomaban su lugar para viajar con él hasta el crepúsculo. Se decía que la sangre que ellas derramaban

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para dar a luz alimentaba el rojizo atardecer. Ellas eran las cihuateteo, mujeres divinas. Al morir, el esposo de la difunta y sus amigos debían montar guardia en su tumba durante cuatro días para protegerlas de los buscadores de amuletos. Muchos creían que el brazo de las cihuateteo daba poderes especiales para dejar paralizada a la gente y los jóvenes guerreros pensaban que el dedo de su mano izquierda o sus cabellos les darían suerte en la batalla.

2 Miguel León-Portilla. “El problema de la supervivencia en el más allá“ en La filosofía náhuatl, México, UNAM, 1979. p. 208

“Y equiparándolas a los guerreros que aprisionan un hombre en combate, asignaban igual destino a las mujeres que morían de parto con un prisionero en su vientre”2.

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Después de pasar el trance de la muerte eran adoptadas, como ya se mencionó, por Cihuacóatl. En ciertos días que les eran destinados, bajaban a la Tierra para asustar a los hombres y producirles enfermedades a los niños, especialmente los días 1-Venado. Ellas Aparecían en los cruces de caminos y eran muy dañinas con los pequeños, pues les causaban parálisis facial, epilepsia y otros padecimientos. Las cihuateteo más jóvenes eran las más temidas, ya que les robaban la juventud y belleza a los infantes más hermosos. Durante esos días, los padres ordenaban a sus hijos que no salieran de su casa para evitar un encuentro con ellas. Algunos decían, incluso, que llegaban llevando en la cabeza una calavera y garras en las manos y en los pies.

El mito en La Colonia Durante La Colonia, esta historia sufrió algunas transformaciones, pues dada la evangelización no podía fomentarse la creencia en una deidad prehispánica., Por ello, la Llorona se fue transformando de acuerdo con las tradiciones y creencias novohispanas. No, obstante, algo de su esencia indígena permaneció y así el mito de la Cihuacóatl se transformó en lo que hoy conocemos como la leyenda de la Llorona. Cuentan que mediados del siglo XVI, algunos años después de la caída de Tenochtitlán, empezó a escucharse un terrible lamento en las calles que llevaban a la plaza mayor. Los vecinos de la Nueva España se santiguaban creyendo que los lamentos eran de un ánima, por ello, al dar el toque de queda, se retiraban a sus casas y se guardaban con llave. No obstante, los más osados decidieron averiguar de dónde provenían esos lamentos. Así, descubrieron a una mujer vestida de blanco que se cubría el rostro con un velo. Avanzaba con lentos pasos recorriendo las calles de la ciudad hasta llegar a la plaza mayor, donde se inclinaba viendo hacia el oriente y besaba el suelo. Entonces, lloraba con grandes ansias para luego continuar con paso lento y pausado

hasta llegar a la orilla del Lago de Texcoco, lugar en el cual desaparecía. Muchos aseguraban que se trataba de Doña Marina, la Malinche, quien había sido castigada por haber traicionado a sus hermanos al colaborar con los conquistadores. Su acción le había acarreado el castigo de vagar por las noches de la antigua capital azteca. Algunas otras versiones que se popularizaron en este periodo, decían que se trataba de una joven enamorada que había muerto en la víspera de su boda y traía a su prometido la corona de rosas que nunca llegó a ceñirse; otros, comentaban que era una viuda que venía a llorarle a sus hijos huérfanos. Algunos más afirmaban que se trataba de una pobre mujer asesinada por su celoso marido

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y que se aparecía para penar por su triste fin. Sin embargo, el relato más difundido hasta nuestros días cuenta que una hermosa mestiza, hija de un español y de una mujer indígena, se enamoró de un apuesto capitán español con el que tuvo dos hijos. Con el tiempo, éste pareció cansarse de su amante y empezó a alejarse de ella. Poco después, el capitán se casó con una rica joven española. Desesperada y en medio de un arranque de locura, la joven asesinó a sus dos pequeños. Con las manos ensangrentadas, salió a la calle llorando y gritando de dolor. Por este horrible crimen, su alma fue condenada a penar por las noches para recordar, con desgarradores lamentos, la muerte de sus hijos.

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La leyenda se hizo tan popular que no sólo en la ciudad de México se escuchaba acerca de esta mujer errante, sino que sus apariciones eran comentadas en varios puntos del país. Así empezó a propagarse esta historia a través de la distancia y del tiempo. Por siglos, muchos aseguran haber escuchado su lastimero quejido escudado en las sombras de la noche. Hay otros que aseguran haberla visto, ya sea atravesar los campos solitarios asustando a la gente que encuentra a su paso, cruzar llena de desesperación los cerros e, incluso, abordar a los nocturnos viajeros en los caminos más oscuros.

La Llorona en Texcoco Texcoco no podía quedarse sin su versión sobre la leyenda de la llorona. Cuentan los vecinos de La Trinidad que este ente solía aparecer cerca del río que pasa por esta colonia. Según sus propias palabras, hace ya varios años cuando aún no había tanta gente y no existían tantas casas, cruzar a oscuras el puente que salvaba dicho río era causa de temor. Relatan que ya avanzada la noche se escuchaban lamentos provenientes de ese lugar y no faltaron aquéllos que aseguraron haberla visto flotar con su vestido blanco y el cabello cayéndole sobre la cara. Así el rumor se extendió por todo Texcoco y se volvieron famosas sus apariciones por ese rumbo de la ciudad. Con el paso de los años las condiciones han ido cambiando. El asentamiento de mayor número de colonos y las labores diarias que obligan a la gente a regresar tarde a casa han provocado que haya más actividad durante la noche; además, el paso del río se ha vuelto más transitado y existe un mejor alumbrado en las calles. También el pensamiento de los habitantes de la zona ha cambiado. Algunos vecinos agregan: “A la gente de hoy ya no la asusta La Llorona ni lo que venga del mundo de los muertos; ahora hay que espantarse de los vivos”. Pese a lo que pudiera pensarse esta leyenda aún conserva gran parte de su fuerza. Se comenta que además de en La Trinidad, La Llorona se aparece en los cruces de caminos como el que va a San Andrés; refieren

los vecinos que ahí una mujer hermosa atrae con su belleza a los hombres hacia lugares apartados y oscuros. Una vez que ha logrado llevarlos lejos del camino voltea su rostro descarnado y lanza un horroroso lamento que los hace salir huyendo. Sean ciertos o no estos relatos, es un hecho que esta leyenda seguirá arraigada en la historia de los pueblos mientras alguien la vea flotando con su blanca indumentaria o escuche por las noches un desgarrador:

¡¡¡Ay,mis hijos!!!

Argueta, Jermán, Crónicas y Leyendas, “Día de Muertos. Un culto que viene de lejos“, Número Especial, Edición VI, septiembre de 2003. Appendini, Guadalupe, Leyendas de provincia, México, Porrúa, 1999 Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, México, Fondo de Cultura Económica, 1983. González Obregón, Luis, Las calles de México. Leyendas y sucedidos, México, Porrúa, 1997 León-Portilla, Miguel, Filosofía náhuatl, México, UNAM, 1979. _______________, Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, España, 1989 Sahagún, Fray Bernardino de, Historia general de las cosas de la Nueva España, Tomo I,

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Para conocer más:

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LEYENDAS de

NEZAHUALCOYOTL Beatríz Valdés

El códice Xolotl o versión texcocana del Valle de México como lo llama Charles E. Dibble, fue pintado después de la conquista y es una historia regional, referente a la familia real, presenta una serie de mapas pictóricos en él se indican glifos y dibujos a escala que realzan la importancia de cada comunidad, personaj es, anécdotas y vivencias sobre todo del andar de Nezahualcóyotl, mismas que son contadas ahora como leyendas. Este valioso documento cuyo original se encuentra en la Biblioteca Nacional de París en la colección Aubin-Goupil bajo el título “Histoire Chichimèque” algunos cuentan con la fortuna de tener copia en dos tomos que publicó en los 90s por el gobierno del Estado de México (1996), la LII Legislatura, la UNAM y el Instituto Mexiquense de Cultura. Las 10 láminas que lo conforman son ricas en historias descriptivas. En sus 70 años de vida, Nezahualcóyotl el guerrero, el gobernante, el constructor, el sabio y el poeta, labró su historia, una leyenda épica y política

. En la lamina 8 del códice Xolotl se describe la usurpación de Tezozomoc y la persecución de Nezahualcoyotl por Tezozomoc y Maxtla. Sobre un sueño de Tezozomoc se ve el glifo de Azcapotzalco, y a Tezozomoc sobre un “icpalli”. Más abajo está su cadáver que indica un sueño que tuvo y que describe Alva Ixtlilxóchitl en su historia Chichimeca capítulo 21: Hacia finales del XII tochtli 1426, una madrugada a la salida del lucero del alba, soñó Tezozomoc veía a Nezahualcoyotl convertirse en águila caudal, le rasguñaba la cabeza, le sacaba y comía el corazón. Soñó también al día siguiente verle transformado en tigre, que con uñas y dientes le destrozaba los pies y luego se metía por aguas, montañas

Descripción del sueño de Tezozomoc en Códice Xolotl lámina 8

y sierras, haciéndose el corazón de ellas. Inquieto por aquellos agüeros, reunió a sus adivinos, pidiéndoles la explicación de los malos sueños; astrólogos y agoreros respondieron: significaba el águila real, que Nezahualcóyotl destruiría su casa y linaje; el tigre, que Nezahualcoyotl destruiría y asolaría la ciudad de Azcapotzalco y reino tepaneca, y se haría señor de todo, como lo daba a entender al convertirse en corazón de las aguas y montañas. Al viejo usurpador aún durmiendo le hablaba su conciencia, y la explicación de los adivinos fué tomada del sentimiento común derramado por los pueblos del Valle. Oida la interpretación, tezozomoc reunió a sus tres hijos Tayatzin, Maxtla y Tlatocaicpaltzin, a quienes expuso los males sobre ellos suspendidos, aconsejándoles para conjurarlos dieran muerte a Nezahualcoyotl cuando la ocasión se presentase, aprovechando sus funerales ya próximos. De los anales de Cuautitlán se cuenta de Nezahualcóyotl cuando todavía era muy joven, poco después de la muerte de su padre, consumada por gentes de Azcapotzalco.

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Así se entretenía jugando Nezahualcóyotl, pero, una vez, se cayó en el agua. Y dicen que de allí lo sacaron los hombres-búhos, los magos; vinieron a tomarlo, lo llevaron allá, al Poyauhtécatl, al Monte del Señor de la niebla. Allí fue él a hacer penitencia y merecimiento. Estando allí, según se dice, lo ungieron con agua divina, con el calor del fuego. Le ordenaron, le dijeron: tú, tú serás, así para tu mano,habrá de quedar la ciudad. Enseguida los magos lo regresaron al lugar donde lo habían traído, de donde lo habían tomado...

Trono del Tetzcotzinco. Foto J. Parsons 1970.

Ser llevado por los magos para que hiciera merecimiento en el Poyauhtécatl y ser luego ungido con el agua divina y con el calor del fuego, símbolo de la guerra, fue presagio, al que de inmediato siguió nueva palabra profética en relación con Texcoco, dominado entonces por los tecpanecas: “así, para ti, en tu mano, habrá de quedar la ciudad”. Lo que se aprecia en las múltiples fuentes históricas sobre Nezahualcóyotl, detalla casi siempre como un hombre asombroso, las historias y supuestos sobre su vivir, sus varias esposas, concubinas y los más de 100 hijos que supuestamente tuvo dan pie a muchas historias hoy convertidas en leyendas.

Trono del Tetzcotzinco. Foto G.Coronel 2005 Para leer más: DIBBLE, Charles Elliot (Ed.), Codice Xolotl/ Ed. Estudio Y Apendice De Charles E. Dibble, México, Gobierno del Estado de México, H. LII Legislatura del Estado De México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Instituto Mexiquense de Cultura, 1996.

Nezahualcóyotl, poesía y pensamiento, 1402-1472 Volumen 72 de Biblioteca enciclopédica del Estado de México. Miguel León Portilla, Nezahualcóyotl (King of Texcoco) Obras históricas de Don Fernando de Alva Ixtlilxochitl Códice Mapa Quinatzin: justicia y derechos humanos en el México antiguo, Luz María Mohar

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COSTUMBRES FUNERARIAS PRINCIPALES DE

MEXICAS Y TEXCOCANOS Juan Carlos Olivares Orozco Pasante en Arqueología de la ENAH

La gente del México prehispánico comprendía el fenómeno de la muerte como la separación de los diferentes componentes o elementos del cuerpo humano: la teyolía (espíritu), el tonalli (sombra), elihíyotl (aire de nicho) y el cadáver Los primeros tres abandonaban el cuerpo con la muerte y mientras viajaban al Cielo del Sol u otros lugares, había elementos, como la sangre y el cadáver, que iban a alimentar a la deidad de la Tierra

Fr. Bernardino de Sahagún en su Historia General de las cosas de la Nueva España menciona los diferentes lugares a los que iban las almas de los difuntos: aquéllos que morían por enfermedad iban al Mictlan; los que morían a causa de fenómenos relacionados con el agua iban al Tlalocan; y aquéllos que morían en la guerra y los cautivos muertos en poder de los enemigos iban al sol. Las mujeres muertas en el primer parto y los sacrificados también iban al Cielo del Sol (Tonátiuh Ilhuícatl) y los lactantes iban al Chichihualcuauhco. La teyolía era la que iba a alguno de estos lugares, pero se quedaba sobre la superficie de la tierra cuatro días más después de la cremación, del mismo modo que la teyolía de los esclavos sacrificados en la fiesta de panquetzaliztli; también los niños de pecho se detenían cuatro días antes de viajar al Chichihualcuauhco. La teyolía del tlatoani era resguardada con ofrendas y oraciones por parte de los deudos, y recibía los instrumentos necesarios (objetos y ropa) para iniciar su viaje. Así, la teyolía de los tlatlacotin y la del perro bermejo acompañaban la teyolía de su señor. El viaje para llegar al Mictlan duraba cuatro años, mientras que para llegar al Cielo del Sol sólo habían de transcurrir 80 días. Francisco Javier Clavijero nos dice que el soldado era vestido

con un traje de Huitzilopochtli, el esterero con ropa de Nappateuctli, el mercader con el de Xacateuctli, al que moría ahogado lo vestían con ropa de Tláloc, al borracho con ropa de Tezcatzoncatl o de Ometochtli (dios del vino), al adultero con el traje de Tlazolteotl, y así según el oficio que el difunto había practicado en vida. Ya en los funerales, cuando un principal moría inmediatamente mandaban a visar a los señores de las provincias vecinas con quien tenía parentesco o amistad para comunicarles el día del entierro. Éstos traían o enviaban una gran cantidad presentes para el difunto tales como mantas, plumas y esclavos para ser sacrificados el día del entierro.

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Fr. Diego de Durán describe las exequias de los principales de México, (Axayácatl y Ahuitzotl), y de Tezcuco, (Nezahualpilli). A la muerte de Axayácatl, nos dice Durán, Nezahualcoyotl, rey de Tezcuco, acudió a la ciudad de México para ofrecerle al cuerpo ...cuatro esclavos, los dos varones y dos hembras, y un bezote de oro y unas orejeras y una naricera y una corona de oro de las que ellos usaban, y dos braceletes, y dos calcetas de oro y un arco muy galano, con sus flechas y muy galanos plumajes de plumas verdes y galanas, y otro de plumas de águila , y una rica manta muy galana y un rico ceñidor y unos zapatos muy galanos y un rico collar de piedras con una joya de oro al cabo. Nezahualcoyotl le dirigió al cuerpo palabras de dolor, al igual que lo hizo el señor de Tacuba, quien le

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ofrendo esclavos joyas y mantas, y los señores de Chalco quienes ofrendaron cinco esclavos, mantas, plumas, cortezas de árboles y tea para quemar los cuerpos de los señores. También lo hicieron todos los señores de las provincias de Tierra Caliente, provincias vecinas y provincias enemigas (Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula) quienes traían esclavos, papel, cargas de manta, plumas, joyas, camisas de mujeres y faldellines, cacao, coronas, bezotes, orejeras, y pájaros de plumas verdes, azules y coloradas, arcos, flechas, plumas de águila y cascabeles para los pies. Para este funeral hacían una enramada, tlacochcalli (casa de descanso), y una estatua de astillas de tea a semejanza del rey muerto. A esta le hacían un rostro, le emplumaban la cabeza con plumas de ichcaxochitl (flor de algodón) y malacaquetzalli (plumas ahusadas), y un peto de plumas que le colgaban del pecho, lo cubrían con ropa muy fina con la cual representaba al dios Huitzilopochtl, y ropas del dios Tlaloc, Youalahuan y Quetzalcoatl. Con cantos fúnebres salían las mujeres con manjares que ellas habían preparado, poniéndolos junto con jícaras de cacao, delante de la estatua, y mientras que los principales le colocaban rosas, se incensaba el lugar. Acabada esta ceremonia, vestían con ropas nuevas a los esclavos que iban a morir para acompañar al difunto, les colocaban cazuelas y cestillas en donde el rey tenía sus joyas con que se adornaba. Los sacerdotes derramaban el vino enfrente, a los lados en los rincones del lugar, mientras que los principales colocaban la estatua y el cuerpo del muerto frente a Huitzilopochtli para prenderle fuego; una vez que éste ardía, a los esclavos les abrían el pecho para sacar el corazón y echarlo al fuego en donde se consumía el rey (Fig. 1). Las mujeres y parientes del muerto ayunaban durante 80

días, y al término de ese tiempo (cabo de año), los parientes hacían otra estatua para realizar las mismas actividades con las ofrendas y con los esclavos. Acabadas estas ceremonias, al cuarto día, se realizaban los preparativos para la elección del nuevo rey, como fue el caso de Tizocicatzin, rey de los tarascos.

Fig. 1. Bulto mortuorio de un principal con el esclavo sacrificado. Códice Magliabechi, p. 66.

En la muerte de Ahuitzotl los señores de los pueblos aliados y vecinos acudieron a la ciudad de México para dar el pésame al cuerpo. Nezahualpilli llevó como ofrenda muchas riquezas de oro, joyas, mantas, esclavos, plumas y piedras de mucho valor (Fig. 2). También lo hicieron los señores de Tacuba, Chalco, Xuchimilco, de la Tierra Caliente, Xilotepec, Colhuacan, Iztapalapa, Mexicatzinco y Huitzilopochco.

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Todos estos señores, acompañados de una gran cantidad de ofrendas para el muerto, pasaban a platicar y orar con el cuerpo como si éste estuviera con vida. Después de las pláticas y oraciones, los señores y reyes tomaron el cuerpo para llevarlo a su lugar de descanso, acompañado de cantos fúnebres. Lo llevaron a una primera estación llamada Tlacochcalli en donde el rey de Tezcuco le colocó unas mantas reales, una corona con muchas plumas atadas al cabello, zarcillos, su joyel, sus brazaletes y medias de oro y unos zapatos para consagrarlo como dios. Después lo subieron junto a los pies del ídolo Huitzilopochtli, ahí lo recibieron los sacerdotes del templo, muy bien vestidos, para incensar el cuerpo, y todos los capitanes y oficiales de los ejércitos con sus vestidos e insignias de guerra e instrumentos fúnebres. Posteriormente arrojaron el cuerpo así como estaba a un brasero divino que ardía con muchas cortezas de árboles (leña de los dioses), mientras que los sacerdotes sacrificaban uno a uno a los esclavos que habían traído los señores de los pueblos vecinos, abriéndoles el pecho con cuchillos para sacar el corazón y colocarlo encima del cuerpo ardiendo. Finalmente, echaban la ceniza, y todo lo que llevaba consigo de gran riqueza

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que no se quemo, en una olla nueva para ser enterrado junto a la piedra del sol llamada cuauhxicalli (jícara de águilas).

Fig. 2. Exequias del rey Ahuitzotl. Fr. Diego de Durán, Historia de las indias de la Nueva España, Tomo II, figura 36.

Fig. 3. Exequias de Nezahualpilli señor de Tezcuco. Fr. Diego de Durán, Historia de las indias de la Nueva España, Tomo II, figura 49.

De manera similar se realizaron los funerales del rey Nezahualpilli. Al enterarse Moctecuhzoma mando a Ciuacoatl y a todos los demás señores a hacer exequias al señor de Tezcuco cargados con 20 esclavos, muchas joyas de las orejas y narices, brazos y pies, mantas y ricas plumas (Fig. 3). Así lo hizo el señor de Tacuba, el de Chalco, los señores del marquesado (tierra caliente) y el señor de Xuchimilco. Duró el llanto ochenta días y el ayuno de sus mujeres e hijos y de todos sus parientes, donde la república de Tezcuco hizo grandísimo y excesivo gasto con los señores que se hallaron a las exequias, y quema del cuerpo; junto con el cual murieron esclavas y esclavos, y corvados y enanos, que le iban a servir al otro mundo.... Para llevar acabo las ceremonias mortuorias y amortajar al cadáver acudían a los maestros de ceremonias fúnebres, que por lo general se trataba de ancianos (Fig. 4). Al amortajarlo con sus mantas y papeles le encogían las piernas y le rociaban agua sobre su cabeza al mismo tiempo que le dirigían sus condolencias y le colocaban más papel. Después de haberlo amortajado era conducido al lugar en donde sería quemado junto con sus armas y todo lo que este había tomado en la guerra, así como sus vestidos que usaba en vida para que le abrigaran en su paso al otro mundo.

A las mujeres las quemaban con todos sus utensilios con que tejía e hilaba, y con toda su ropa para que les abrigara del frío y del viento. Cervantes de Salazar nos dice que no era la misma vestimenta que se colocaba cuando moría una señora que cuando moría una casada, una viuda o una doncella. Si se trataba de una señora, a esta la vestían ricamente y le hacían matar a algunas criadas cargadas de comida para acompañar a su señora; por su parte, en la sepultura de la mujer casada le echaban los aderezos de cocina y el ejercicio principal en que solía entender, rueca o telar, mientras que en la sepultura de la viuda le ...echaban alguna comida y llevaba el tocado y traje diferente de la casada; mientras que la doncella ...iba vestida toda de blanco, con ciertos sartales de piedras a la garganta; y le echaban en la sepultura rosas y flores. Al difunto le hacían llevar consigo un perro de pelo bermejo con un hilo flojo de algodón en el pescuezo. Este perro era sacrificado con una saeta en el pescuezo y quemado junto con él, para que le ayudara a cruzar el río llamado Chiconahuapan (nueve aguas) (Fig. 5). Al momento de ser quemado eran sacrificados los esclavos, a quienes les habrían el pecho para sacar el corazón y quemarlo junto con el señor. Sahagún nos dice que eran sacrificados 20 esclavos y 20 esclavas. Cuando los

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Fig. 4. Amortajamiento del difunto y colocación del chalchíhuitl. Códice Florentino, Tomo I, libro 3ro, p. 229.

Fig. 5. Bulto mortuorio acompañado de un perro para guiarlo al reino de Mictlantecuhtli. Códice Borgia, p. 97.

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difuntos llegaban frente a Mictlantecuhtli le ofrendaban toda la cantidad de papeles, manojos de tea, cañas de perfumes, hilo de algodón, mantas, naguas, camisas, y un maxtli que este traía consigo. A los mancebos, después de muertos aderezaban de lo mejor que poseían, y porque morían en su juventud y parecía a los que quedaban que tendrían necesidad de comida, echabánles en la sepultura muchos tamales, frisoles, xícaras de cacao y otras comidas. Poníanles en la espalda, como carga, mucho papel y otro como rocadero, que servía de penacho hecho de papel, que para con todo este aparato fuese a recibir al señor de la muerte (Fig. 6). Los obsequios eran colocados por los parientes, amigos y vecinos que venían de otros pueblos. El día del entierro era entre el cuarto y quinto día del fallecimiento. Después de haber sido quemados los restos de la gente baja, así como también de los nobles, tomaban la ceniza, lo que quedaba de él, y una piedra verde llamada chalchíhuitl, para colocarla en un jarro u olla y enterrarla en un hoyo redondo en el interior de su casa, y cada día daban y ponían ofrendas en ese lugar (Fig. 7 y 8). Y más dicen que al tiempo que se morían los señores y nobles les metían en la boca una piedra verde que se dice chalchíhuitl; y en la boca de la gente baja, metían una piedra que no era tan preciosa y de poco valor, que se dice texoxoctli o piedra de navaja, porque dicen que la ponían por corazón del difunto .

Cuando algún mercader moría lo quemaban y enterraban con el hacienda y pellejos de tigre y lo que más tenía, poniéndole alrededor. Y piedras finas que tenían y plumajes como si allá en el Mictlan que ellos llamaban lugar de muertos, hubiera de usar de su oficio. Códice Magliabechi

Tanto Motolinía como Torquemada nos dicen que a los veinte días se sacrificaban de cuatro a cinco esclavos, a los 40 días eran dos o tres, a los sesenta días dos o uno y a los 80 días de diez a doce. Por su parte, Sahagún menciona que a los 80 días lo quemaban, de igual manera lo hacían al año, a los dos años, a los tres y a los cuatro años, pues era el tiempo en que se acaban los obsequios, ya que era el momento en que el difunto salía para irse a los nueve infiernos. Pasado este tiempo, los que morían en la guerra, ...se tornaban en diversos géneros de aves de pluma rica, y color, y andaban chupando todas las flores... La última ofrenda la hacían a los 80 días, que era el cabo de año, y de allí en adelante, cada año hasta que fueran cuatro, recordaban al difunto sacrificando codornices,

Fig. 8. Funerales de un señor noble ricamente ataviado con mantas, carona papel, collares y el lugar en donde sería enterrado. Códice Magliabechi, p. 67.

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conejos, mariposas, y colocaban delante de la caja del difunto mucho incienso, comida, bebida, muchas flores y unos canutos embutidos de cosas aromáticas.

Fig. 6. Ofrenda de tamales, frijoles, maíz y conchas. Códice Magliabechi, p. 69.

Fig. 7. Cremación del difunto.Códice Florentino, Tomo I, Libro 3ro, p. 229.

Al igual que los funerales de Axayácatl, Ahuitzotl y Nezahualpilli, se realizaron los funerales de Calzonci, señor de los tarascos. El hijo de este señor mandó llamar a todos los señores y principales del reino para que lo acompañar durante su enfermedad. Estos principales acudieron al llamado con obsequios, y una vez muerto el mandatario, participaron en el funeral.

Primeramente todos los señores le bañaban, los cuales andaban allí muy diligentes con los viejos que le solian acompañar: bañaban asimismo á todos aquellos que habían de morir é ir en compañia del difunto señor. Vestían el cuerpo de esta manera: poníanle junto á las carnes una buena camisa, de las que usaban los señores; calzábanle unas cacli ó zapatos de cuero de bañado, que es calzado de señores; poníanle cascabeles de oro en los tobillos, y en las muñecas piedras de turquesa, é poníanle un tranzado de pluma, é á la garganta collares de turquesas; en los orados de las orejas ponian unas orejeras grande de oro: atábanle en los brazos dos brazaletes de oro, y en lo horado del bezo bajo, poníanle un bezote de turquesas; hacíanle una cama muy alta de muchas mantas de colores, é ponian aquellas mantas en unos tablones, y al difunto ansí ataviado poníanle encima, como si estuviese en su cama, y atravesaban por debajo unos palos para despues llevarle en los hombros, Asimesmo hacian otro bulto encima de él tambien de mantas con su cabecera, y ponian en aquel bulto un gran plumaje de plumas verdes, largas y de precio, y tambien sus orejeras de oro é sus collares de turquesas é ricos brazaletes de oro, é su trenzado largo. A los piés de aquel bulto tambien le calzaban cactles ó sandalias; y cerca de las manos poníanle sus frechas é un arco con su carcax de cuero de tigre. Ansí ataviado y puesto en aquel lecho, salian sus mujeres y lloraban por él á voz en grito (Fig. 9).

Fig. 9. Funerales de Cazonci rey de los tarascos. Relación de Michoacán, Lámina. XXXIX.

El hijo del heredero seleccionaba a los hombres y mujeres que había de morir con él señor: una que llevara sus bezotes y objetos de oro y piedras preciosas, su camarera, encargada de guardar sus joyas, su servidora de sopa, de vino y de cacao, la que le daba de beber agua, la que le cocinaba, la que le daba el orinal, y otras mujeres. En cuanto a los varones, estaba el que le llevaba las mantas, el que lo peinaba, el que le hacía guirnaldas de flores, el que le llevaba su silla, el que llevaba

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sus mantas de algodón, el que le llevaba sus hachas de cobre, el que le llevaba el aventador y moscador para hacer sombra, el que le llevaba el calzado, el de los perfumes, el remero, el barquero, el barrendero, un calador, el que le hacía los plumajes, el platero, el que le hacía sus arcos y flechas, etc. Posteriormente, nos dice Motolinia, sacaban al difunto a la media noche barriendo el camino por donde el cuerpo iba a pasar

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para llevarlo al templo, en donde ya habían colocado rajas de pino para quemarlo, acompañado por toda la gente que iba a morir. Una vez en el templo daban con él cuatro vueltas alrededor del lugar, lo ponían sobre las rajas de pino y le prendían fuego. Mientras que el señor ardía, iban sacrificando de tres en tres y de cuatro en cuatro en cuatro a los esclavos que previamente habían sido emborrachados, para luego ser enterrados atrás del templo del dios llamado Curicanueri (dios del fuego) con todo lo que estos llevaban consigo. Una vez que todo estaba quemado recogían las cenizas y lo que quedaba de él, junto con las joyas que se habían derretido con el calor, para hacer un bulto con una manta. A esta le ponían una máscara de turquesa, orejeras y collares de oro, un trenzado de pluma, un plumaje de plumas verdes, una rodela de oro en la espalda, un arco con flechas, sartales de cuentas en las piernas, y cascabeles de oro.

Al pie del dios Curicanueri, hacían una sepultura: ... debajo del principio de las gradas, una gran sepultura bien honda, de más de dos brazas y media de ancho, cuasi cuadrada, y cercábanla de esteras nuevas por las paredes y en el suelo, é asentaban allí dentro de una cama de madera, é tomaban aquella ceniza con aquel bulto compuesto un sacerdote de los que tenian por oficio llevar los dioses á cuestas, y cargado á las espaldas, llevábalo y poníalo á la sepultura, donde antes que le pusiesen otra vez habian cercado aquel lugar ó sepultura de rodelas de oro y plata, y á los rincones ponian muchas frechas de buen almacen: ponian tambien ollas y jarros con vino y comida: aquel sacerdote ó ministro del demonio ponia una tinaja y dentro de ella asentaba aquel bulto, de manera que mirase á poniente , é atapaban aquella tinaja é camas con muchas mantas, y echaban allí unas cajas que acá hacen de cañas encoradas con cueros de venados, y tambien le dejaban allí sus plumajes con que solia bailar, é más otras rodelas de oro y plata, y otras cosas de ajuar de señores, hasta henchir aquella hoya, y atapaban la sepultura con unas vigas, y despues tablas, y embarrábanla muy bien por encima. Las sepulturas de la otra gente henchian y cubrian con tierra. Aunque en las fuentes citadas podemos identificar un mayor interés de los cronistas por describir los funerales de los señores o principales del México prehispánico, en algunos casos llegan a mencionar, de manera muy somera, las costumbres funerarias de los mercaderes o comerciantes y de algunos capitanes guerreros. Nos dice Cervantes de Salazar que a los mercaderes y trac-

tantes enterraban con alhajas y joyas en que tractaban, porque el principal tracto de ellos era en piedras de tigres y venados, echaban con ellos muchas de aquellas pieles, envueltas en ellas muchas piedras finas y vasos de oro en polvo, con gran copia de plumajes ricos, de manera que los que en vida no habían gozado de aquellas riquezas, paresce que morían con contento de saber que las llevaban consigo al lugar de los muertos...(Fig. 10). Pero

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Figura 10. Bulto mortuorio de un comerciante con piel de jaguar, plumas, cascabeles y piedras finas. Códice Magliabechi, p. 68.

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cuando enterraban a algún Capitán señalado en la guerra, le ponían en la sepoltura armado de las ricas armas que tenía, como cuando iba a la guerra, con mucha parte de los despojos [y]...con lloroso canto celebraban sus proezas y valentías... Fr. Diego de Durán describe de forma muy amplia las exequias que les hacían a los guerreros muertos en batallas. El rey mandaba llamar a los encargados de hacer las ceremonias fúnebres para que empezaran hacer las honras de todos los que habían muerto, terminada la plática, salían a la plaza los cantores con la cabeza atada con un cinta de cuero negro para tocar un sonido triste y lloroso, al momento en que salían las mujeres de los muertos con las mantas de ellos en los hombros, con los ceñidores y bragueros rodeados al cuello, y los cabellos sueltos para llorar amargamente, también salían los hijos de estos con las mantas de sus padres puestas, cazuelas de bezotes, orejeras, narigueras y joyas, para llorar junto con ellas. Posteriormente venían los amortajadores y parientes de las viudas para dar el pésame. Al quinto día, elaboraban con rajas de tea los bultos de los muertos, les hacían los pies, brazos, cabeza, cara y ojos; mientras que con papel les hacían sus ceñidores, bragueros y mantas, y en los hombros les ponían plumas de gavilán. Les emplumaban la cabeza y les colocaban orejeras, narigueras y bezotes. Colocaban estas estatuas en una habitación (Tlacochcalco) para que entraran las viudas con un plato de un guisado llamado tlacatlacualli (comida humana), tortillas o pa-

palotlaxcalli (pan de mariposas) y harina de maíz tostado disuelta como bebida. Los cantores, que venían vestidos con mantas manchadas y cintas de cuero llenas de mugre atadas en la cabeza, interpretaban cantos de luto. Todos se untaban en la cabeza una corteza de árbol molido, traían una jícara de vino para presentarlo ante la estatua, el cual sería derramado alrededor de esta en cuatro partes a la redonda. Al terminar esta ceremonia, que era a la puesta del sol, las viudas vestían a todos los cantores con mantas comunes, bragueros y sendas coas, y mandaban llamar a los viejos para que estos les prendiesen fuego a las estatuas, mientras estas lloraban.

Bibliografía López Austin, Cuerpo humano e ideología, UNAM, México, 1984, págs. 360-361 y 363 Fr. Bernardino de Sahagún, historia general de las cosas de la Nueva España, Porrúa, México, 1999, págs.. 205-208. Véase también Fr. Juan de Terquemada, Monarquia Indiana, V. 4 Instituto de investigaciones históricas, UNAM, México, 1977, p. 308-311. López Austín, op. Cit, p.363 Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México, Porrua, México, 1964, pp. 197-198 Fr. Juan de Torquemada, op. Cit.,

El luto duraba 80 días, y en ese tiempo las viudas no se aseaban hasta que llegaban los ministros enviados por los ancianos, quienes les quitaban la suciedad para darla a los sacerdotes La suciedad, el llanto y la tristeza, eran sacadas de la ciudad por los sacerdotes. Finalmente las viudas acudían al templo para hacer oración y ofrendar papel, copal y sacrificios ordinarios para liberarse del luto y regresar a sus casas tranquilamente. Así, al revisar las fuentes y algunos códices, podemos tener una cierta idea de cómo se realizaban las practicas funerarias du-

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rante la época prehispánica, que tenían la finalidad de despedir al individuo del mundo de los vivos, como fue el caso de algunos señores mexicas y texcocanos.

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COPURRÍ COPURRÍ: LA LEYENDA POPULAR MODERNA EN EL MONTE TLALOC Y LOS VALLES DEL POBLADO DE SAN PABLO IXAYOC, TEXCOCO Por Minerva Pegueros M.

Es probable que dentro del vasto universo de historias míticas que conforman nuestra identidad histórica, algunas leyendas hayan caducado, se hayan perdido, y en estos tiempos modernos renacen cuando alguien vive algo similar a la historia que contaba la antigua leyenda. Probablemente este sea el caso de muchas leyendas populares que en la actualidad nos son familiares. Probablemente los mitos de hoy están respaldados por alguna leyenda prehispánica que desconocemos, y que se ha ido transformando conforme el paso del tiempo. Hay ocasiones en que el mito que antaño era del dominio popular y lugar común entre la gente se pierde debido a la merma de la tradición oral. Sin embargo de ves en cuando el fenómeno original que dio génesis a un mito antiguo aún persiste, y da origen a nuevas leyendas que forman parte de la creencia popular de estos tiempos y que aunque no están relacionadas con el mito pasado, pudieron haber creado también mitos tan antiguos como la historia misma.

San Pablo Ixayoc es una pequeña población semi rural localizada en la falda del cerro del Tlaloc dentro del municipio de Texcoco, en el Estado de México. La ubicación de este poblado y su cercanía con los diferentes valles que se encuentran a lo largo de la cadena montañosa que forman el cerro del Tlaloc, el Huistoc y el Telapón, ofrece a un sin numero de visitantes la oportunidad de experimentar campamentos de media y alta montaña; y también les ofrece la oportunidad de interactuar con las leyendas populares que rondan las áreas de acampado y que permanecen vivas debido a las incontables experiencias que hoy en día los campistas reportan, poniendo en práctica la propia tradición oral de nuestros tiempos.

El Copurrí El origen de esta leyenda es incierto, las historias van desde el apiadado campista que devolvió a los polluelos caídos al nido, hasta el bondadoso excursionista que al ver al copurrí muerto por los cazadores se digno a enterrar su cadáver. En lo que si coinciden todas estas historias, es en que dicen que si algún día estás acampando en cualquiera de los valles del cerro del Tlaloc y de repente escuchas el canto de un pájaro, que no tiene otro nombre más que el de “el copurrí”, es mejor que prestes atención a tu alrededor por que esta ave te está indicando que el peligro te ronda. El copurrí te avisa de posibles accidentes, de posibles encuentros desagradables con

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otros campistas, de la presencia de naguales y leñadores furtivos, y de las balas perdidas de pocos cazadores que aún quedan en la región. Lo anterior es un resumen de lo que se cuenta entre la comunidad de campistas de la región de Texcoco. Absolutamente todos aseguran haberlo escuchado al menos alguna vez en su vida y algunos afirman que gracias al pájaro se han salvado de situaciones peligrosas en el cerro. David, de 28 años, y habitante de la comunidad vecina de Tequexquinahuac, nos cuenta una de sus cercanas experiencias con la leyenda emplumada.

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“Pues la verdad es que yo estaba muy chavito, tenía unos catorce o quince años y subía mucho a acampar con mis hermanos. A ninguno nos daba miedo ya subir solos y si yo subía con mi hermano el más grande, mi otro hermano subía solo cuando salía de la prepa. Ya todos habíamos escuchado al copurrí cantar antes y la verdad es que si le teníamos cierto respeto. Recuerdo una ocasión en la que acampábamos en el primer valle que encuentras al subir por Ixayoc, a unos quince minutos del pueblo. Ya era noche y para sacar agua del río teníamos que pasar dos de los diques de piedra que sirven de puentes para cruzar las fallas geológicas del valle. Mi hermano Gabriel y yo agarramos nuestra ollita para traer agua y nos encaminamos hacia el río. A medio camino entre nuestro campamento y el primer valle comenzamos a escuchar al copurrí cantar muy rápido. “Coooooopurri, coooooopurri” cantaba y entonces nos entró un poco de miedo y decidimos mejor esperar a que llegara Gabriel, nuestro hermano más grande, para ir con el por agua al río. Un rato después desde el campamento escuchamos un golpe bien fuerte en dirección del dique que íbamos a cruzar, pero como seguíamos asustados no nos paramos a ver que era. Un rato más tarde llegó Gabriel y nos preguntó que si estábamos todos bien, por que cuando el iba a cruzar el mismo dique también había escuchado cantar

al copurrí y mejor se había ido a dar la vuelta, pero nos dijo que primero se había ido a asomar, y que había visto que todas las rocas en los extremos del dique se habían deslavado y se habían caído. Al día siguiente vimos las piedras en el suelo, a unos cinco metros de profundidad; y si hubiéramos cruzado el dique al ir por el agua, con nuestro peso seguramente nos habríamos ido junto con las piedras. A mi me queda claro que al copurrí hay que respetarlo y hacerle caso.”

Los Naguales “La primera vez que subí a acampar me dijeron que en el cerro había brujos, también llamados naguales, y que si en algún momento llegaba a escuchar un sonido como el de un cerdo, eran ellos que se aproximaban, y entonces me volteara la camisa al revés para que no me hicieran nada”. Esto cuenta Diana, de 27 años, habitante de Xocotlán y quién practica el campismo en la localidad de San Pablo Ixayoc desde los 14 años. El recuento de sus propias experiencias en el cerro sumadas a las experiencias que los demás campistas de la localidad le han contado, la han llevado a asegurar que así como se contaba en las leyendas de San Pablo Ixayoc del México prehispánico, los Naguales aún continúan existiendo y recorriendo los valles. Su relato va un poco más allá de lo que le contaron aquella primera vez de campamento. Diana nos platica

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su propia experiencia con los naguales: “Era una especie de reto, de iniciación dentro del grupo de amigos con el que comencé a subir de campamento. La cuestión era que tenías que dormir sola una noche debajo de un árbol, a unos treinta metros de donde siempre acampábamos, pero del otro lado de la falla; así que desde el árbol no se veía nada del campamento. Me dieron un silbato por si necesitaba algo y me dejaron ahí. La verdad es que nunca le tuve miedo a las leyendas, ni al copurrí, ni a los naguales, ni a los duendes, ni a nada de lo que me habían dicho que había en esos cerros. Yo sabía que ahí había esparcidos muchos lugares ceremoniales de la época de Nezahualcoyotl, pero de eso a que todo eso fuera cierto había una distancia enorme. Esa noche dormí muy bien. Nada ni nadie me molestó y no había pasado frío. El suceso ocurrió en la mañana, por ahí de las ocho de la mañana. Yo seguía dormida y de repente el copurrí me despertó cantando desde mi propio árbol. En eso, en dirección del campamento, comencé a escuchar unos rugidos horribles, como de cerdos, y dos juegos de pisadas que se acercaban a mi. Yo estaba toda tapada con mi bolsa de dormir y cuando escuché que se acercaban me dio mucho miedo. No podía moverme ni alcanzar el silbato que estaba en mi bolsillo. Mientras más se acercaban más me imaginaba los naguales de los que tanto me habían hablado. Empecé a rezar

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Vista del Valle desde Punta Tlaloc. Foto A. Ulises Velázquez

un padre nuestro y cuando ya los tenía apenas a unos metros de distancia, escuché como uno de los dos juegos de pisadas se siguió de largo, pero el otro se quedó ahí conmigo, como acechándome. El copurrí cantaba muy rápido y yo sin asomar la cabeza fuera de la bolsa de dormir alcancé el silbato que tenía en el bolsillo. El nagual seguía haciendo su ruido de cerdo, horrible, y yo logré llevarme el silbato a los labios. Justo cuando iba a silbar, automáticamente, deje de escuchar al cerdo y dejé de escuchar al copurrí. Ya no sentía amenaza alguna y nunca escuché pisadas alejándose de mi lugar. Me armé de valor. Me asomé y no vi nada. Me salí de la bolsa de dormir y corrí al campamento, donde todos se estaban apenas levantando y saliendo de las casas de campaña. Cuando me vieron llegar asustada me preguntaron por que estaba así, pero antes de poder contarles lo que me acababa de ocurrir, uno de mis amigos preguntó que si no habíamos escuchado al copurrí cantando del otro lado del dique, y otro contestó que no, que el había escuchado dos cerdos bajando del cerro que habían pasado a un lado del campamento, pero que no había escuchado al copurrí. Nunca más he escuchado gruñidos en el cerro, y espero no volverlo a hacer.”

No queda más que preguntarse si no existe la posibilidad de que si así como estos dos relatos han sobrevivido dentro de la pequeña comunidad campista de la zona, de igual manera no fueron un par de experiencias como estas las que dieron origen a mitos tan antiguos como el del tecolote, el de la llorona o inclusive el de el Popocatépetl y el Iztlacíhuatl. Probablemente pequeñas historias como las de hoy sean las grandes leyendas del futuro. Solo el tiempo nos dirá la respuesta.

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de la

La Casa Quemada Fuente: Ángel Aguilar Escalona

Como otras ciudades coloniales, Texcoco tiene también algunos mitos y leyendas que evocan las creencias religiosas cristianas y los cultos prehispánicos que aún subyacen en la comunidad.

Entre estas narraciones se encuentra la leyenda de “La Quemada”, referida al antiguo “Mesón de los Tres Reyes”, inmueble ubicado en la esquina de Juárez y Morelos. Se cuenta que la cocinera de ese lugar tenía amores con un sacerdote, circunstancia que trascendió, y el populacho, enardecido, se dirigió a la casa donde se encontraba la mujer, quien, al escuchar los gritos se encerró y esperó. La multitud, al encontrar la casa cerrada, le prendió fuego y, cuando ésta se hubo consumido, se encontró en un rincón de una de las habitaciones a la sirvienta, cuyo cuerpo se encontraba herrado de pies y manos. Desde entonces el sitio es conocido como “Casa de la Quemada”.

Se cuenta que en la Casa del

Obraje ubicada en la esquina de las calles de Degollado y Allende, antiguas calles de Rosains y Cuarta del Caño, estuvo preso el capitán pirata Robert Barret, derrocado en Veracruz el 23 de septiembre de 1568, éste prestaba sus servicios al pirata John Hawkins; Barret permaneció en ese lugar por más de 4 meses para ser juzgado y después ejecutado en la ciudad de México. Se dice que en esa casa, por las noches, en un enorme fresno que aún existe en la parte interior, se aparecía un charro vestido de negro con traje tachonado de plata; este personaje acostumbraba llamar o seguir a las personas que por las noches oscuras, a deshoras, se aventuraban a deambular por las calles de los barrios de San Juanito y la Conchita.

En Texcoco no podía haber

faltado la clásica leyenda de “La Llorona”, quien supuestamente aparecía por el centro de la ciudad de Texcoco, vestida de blanco, sin mostrar el rostro. Esta mujer hacía señas a los galanes noctámbulos para que la siguieran rumbo al camino que conecta a esta población con San Andrés Chiautla; se dice que al llegar al Puente de Santo Tomás, cuando el audaz enamorado estaba a punto de alcanzarla, volteaba mostrándole el rostro cadavérico y lanzándose el grito de “¡Ay, mis hijos!”.

los ancianos de la población que en el Cerro de Tezcutzingo, lugar que sirvió de descanso a Nezahualcóyotl, se encuentra enterrado el tesoro de este monarca. Hubo una excavada por un arquitecto y una señora viuda de Pacheco, allá por el año de 1892, con el objeto de localizar tal riqueza, para lo cual la viuda invirtió inútilmente su patrimonio, que había recibido en herencia.

Bibliografía: Peñaloza, Inocente (1992), Mitos y leyendas del Estado de México. Toluca: Gobierno del Estado de México.

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