Un palacio Sacro-profano

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El Tetzcotzinco, un palacio sacro-profano Por Arqlga. María Teresa García* y Lic. Carlos Enrique Guerra* En cualquier pensamiento de divinidad que el hombre se haya formado a lo largo de su historia hay dos conceptos que se enfrentan, se delimitan y que se sostienen la una a la otra, pues su presencia sería inconcebible sin la existencia mutua: lo sagrado y lo profano. El uno termina exactamente donde el segundo inicia y a pesar de esta estrecha codependencia parecen ser irreconciliables. Sin importar la divinidad en la que depositen su fe, los sacerdotes, ministros y en general cualquier representante de lo sagrado, sin límite de jerarquía, no debe mezclarse con los profanos como uno de ellos, como uno más; de igual manera, el hombre común, que se dedica a sus intereses, a su placer y que no sirve a la divinidad, es un hombre que no puede mezclarse con lo sagrado, ni con sus representantes, ni con sus instrumentos. De este modo, lo sagrado se separa de lo profano a pesar de ser su mellizo inseparable pero sin tener nunca la intención de abrazarlo. Al menos no sin la intervención de un hombre, aunque no de cualquiera, si de un hombre superior, del hombre más allá del profano que, sin dejar de serlo, ha sido de alguna manera elegido por la divinidad, elevado de esta manera sobre sus semejantes, representando lo sagrado sin la intención de hacerlo. Pero un hombre que de igual manera está separado de los sacerdotes y de su devoción por lo divino, pues a pesar de su creencia disfruta tanto como los profanos de los placeres no sagrados, tal vez más que ellos pues su posición lo sitúa en un lugar privilegiado para hacerlo. De la misma manera en que los conceptos de lo sagrado y lo profano forman parte de la historia de la religión humana, también así lo hacen los hombres que no se han conformado con las reglas y las leyes establecidas por los representantes mortales de lo divino. Siguiendo la relación que ellos mismos establecen con la sacralidad que les ha sido investida, transforman su entorno para convertirlo en lugar de contacto, en frontera tangible entre lo profano y lo sagrado, en espacio corpóreo donde cohabitan estas dos entidades en una convivencia incluso armónica. Estos hombres son seres excepcionales, personajes que


marcan a la humanidad con un sello propio y exclusivo, tan irrepetible que la historia los convierte en mitos y leyendas. En la historia de todas las culturas existen y en la de México, antes de la conquista, un hombre hizo esto de manera extraordinaria, fusionando los placeres sensuales (sus placeres sensuales) con los divinos, conjuntando en un único sitio lo más hermoso de dos universos, mezclando sus deidades con sus concubinas, sus sacerdotes con sus animales, sus oraciones con sus poemas, sus creencias con los elementos, su mortalidad con la inmortalidad de un monumento a esta dualidad. Un monumento que ha sobrevivido hasta nuestros días, una expresión que ha quedado como símbolo de su notable existencia sacro-profana. Él fue Nezahualcóyotl, Señor del Acolhuacan, y para hacerlo se sirvió de un lugar mágico, -el Tetzcotzinco- donde se mezclan el cielo y la tierra, en el que, seguramente, se sintió lo más cerca de sus dioses y se hizo conciente del rol que éstos habían jugado en su vida. A más de cinco siglos de la edificación de este sitio, los profanos mortales tenemos la oportunidad de visitar algunos restos de este palacio descrito por los cronistas, en un lugar situado al oriente del Estado de México, en el Municipio de Tetzcoco, muy cerca de la sierra, en un espacio relativamente aislado y que aún tiene un enorme potencial de investigación

para acercarnos a su totalidad. Esto, porque se encuentra muy bien

conservado y casi libre de construcciones, lo que hay que enfatizar, se debe al respeto mostrado por los habitantes oriundos de las poblaciones aledañas. El Tetzcotzinco, conocido también como los Baños de Nezahualcóyotl, se encuentra a siete kilómetros al oriente de la ciudad de Tetzcoco, entre los poblados de San Dieguito Xochimancan, en donde se asientan las flores, y San Nicolás Tlaminca, el lugar de los flechadores. Es parte de una pequeña cordillera semicircular, formada por los cerros Colzi, Tecuilachi y Tepetan que se encuentra en la parte más occidental de la Sierra de Tláloc y su altitud varía entre los 2 270 y 2 600 metros sobre el nivel del mar (msnm). Según varios investigadores, la presencia humana en el área ha venido modificando la vegetación, produciendo una mezcla de especies entre las cuales hay nativas e introducidas por europeos; también la fauna silvestre es escasa, siendo la más abundante la de conejos, ardillas y zorrillos, aunque aparecen de vez en cuando reptiles inofensivos y aves diversas.


Aunque el acceso más conocido es por San Nicolás Tlaminca, el que se ha acondicionado por San Dieguito Xochimancan, ofrece mejores condiciones ya que después de dejar las últimas casas pertenecientes a este poblado, se transita entre tierras de labor, con nopales y magueyes, bordeados con multitud de flores silvestres, que nos van preparando para llegar al sitio por el extremo oriente. Desde el cerro Metécatl la vista al sitio es inmejorable: se pueden observar varios conjuntos arquitectónicos, sobre todo en el Tetzcotzinco, cuya forma cónica lo hace inconfundible y al sur, en la lontananza, como un pequeño trozo de espejo, lo que queda del lago de Tetzcoco. Al descender por la vereda, el denominado Reservorio H, nos invita a empezar a interpretar el sitio; está formado por dos unidades, la principal dividida en dos secciones: la del oriente, en donde se encuentra una escalinata de acceso con seis escalones, un “vestíbulo” y tres cuartos; la del poniente, con una poza de cuatro metros de diámetro -a la que se desciende por medio de cuatro escalones- y a la que le llegaba agua por medio de un canal tallado en la piedra al centro a manera de vertedero; también hay otros dos cuartos, uno de ellos con tlecuil (fogón) y otro posible “vestíbulo” al que se accede por medio de dos escalones tallados; en la parte noroeste, fue imposible determinar si existían otros cuartos, pues se constatron varios pozos de saqueo que habían destruido todo dato. Al sureste de esta unidad, se encuentra una plataforma, cuya función no se ha determinado aún. Al continuar por la vereda, se pueden apreciar al norte de la misma, secciones del canal talladas en la roca, que nos señalan por dónde salía el agua del reservorio y se dirigía hasta llegar al siguiente conjunto: la Fuente A. Esta estructura consta de seis niveles y su orientación es este-oeste; precisamente por el este penetra un canal que mide 40 cm de ancho y 25 cm de profundidad, que desemboca en un desarenador localizado en el primer cuerpo; en el cuarto nivel se encuentra una poza a la que llegaba el agua por medio de una piedra acanalada semejante a la que se encuentra en el Reservorio H y en el sexto nivel encontramos otra poza semejante a la anterior, aunque ésta sin el vertedero tallado. Inmediato a la Fuente A, entre los cerros Tetzcotzinco y Metecatl, se encuentra El Acueducto, que mide 180 metros de longitud, 4 metros de ancho en la corona y 7 metros de altura en la parte central. Toda esta área es artificial ya que tuvo que rellenarse con el fin de


que tuviera la altura y el desnivel adecuados; en la parte superior, se encuentran los restos del canal por donde corría el agua que desembocaba frente a “el Trono”. El cabezal poniente se encontraba en muy mal estado de conservación, por lo que los datos obtenidos fueron mínimos. Paralelos al acueducto localizamos tres muros de contención que fueron construidos posteriormente, quizás para lograr más estabilidad. Arquitectura Sacra y humana En el extremo oriente del cerro de Tetzcotzinco se encuentra el Trono, estructura construida de mampostería, con tres cuerpos que dan acceso a una habitación labrada en la roca; al fondo de esa habitación y al centro, se pueden observar restos de una plataforma también tallada y es posible apreciar restos de estuco con color rojo en diferentes áreas. Al frente del conjunto, entre el acueducto se encuentra una sección que mide 13 metros de largo por 3 metros de ancho, con dos escalones y alfardas en el interior y al oriente, un canal con orientación norte-sur sobre “la Calzada”; posiblemente era un espejo de agua y el canal servía para su distribución. La Calzada es el nombre con el que se conoce el circuito que rodea al cerro y por el que se accede a varios conjuntos. Dirigiéndose hacia el sur se encuentra el conjunto denominado como el Baño del Rey, llamado así por ser el lugar más majestuoso tanto por su talla, como por la vista hacia el valle y la serranía, tan llamativo que fue pintado por Don José María Velasco, el principal paisajista decimonónico. De la Calzada, hay que descender cuatro escalones a una especie de pasillo, junto a restos de muros donde más adelante se encuentra el área toda tallada en la que se destaca una pila que mide 1.40 metros de diámetro; esta pila tiene al oeste un corte a manera de escalón lo que facilita el descenso al interior en donde se encuentra tallado un posible asiento. Fuera de la pila tanto al oriente como al sur hay otras secciones talladas que cierran el conjunto. Al oeste del Baño del Rey, se encuentra una estrecha escalinata labrada (cien escalones) que desciende, siguiendo la topografía del lugar, bifurcándose, llegando una sección hasta el conjunto conocido como “el Palacio”. Está formado por plazas y basamentos y en el extremo oeste se aprecian huellas de dos habitaciones circulares. Es precisamente desde el sur donde los vientos son


más suaves y al estar en cualquiera de estas construcciones, la sensación de protección, de tranquilidad, hace desear permanecer el mayor tiempo posible en ellas. Nuevamente por la Calzada llegamos al extremo oeste en donde se encuentra “el Baño de la Reina”, estamos a los 2 500 (msnm) y desde donde se observa en la planicie la antigua capital del Acolhuacan: Tetzcoco; al sureste, pequeños reflejos plateados nos indican donde quedaba el gran lago y seguramente al fondo, Tenochtitlan recordaba que eran parte de una alianza. El nombre de ese baño se debe a la gran fosa que a la gente del lugar le gustaba pensar fuera para que la reina se bañara y luego saliera a asolearse, además que al tener como adorno la estructura de una rana, refuerza la idea de que esta área era para el uso y disfrute de una mujer. Este conjunto tiene trabajados tres cuerpos únicamente; en el principal se encuentra la fosa mencionada anteriormente, construida a base de mampostería que mide cuatro metros de diámetro y a la que se desciende por una escalinata con cinco escalones tallados en la roca, aunque el último está en parte tallado y completado con mampostería y el sexto escalón está todo hecho con mampostería. Al norte de la escalinata se encuentra el fragmento de una escultura que representaba una rana y en ese mismo nivel una piedra con un canal tallado que servía de vertedero. En toda el área se aprecian pisos originales al igual que muros estucados y en el lado oriente, en el primer nivel, se encuentra una pequeña construcción que conserva restos de pintura azul. El palo dulce, los nopales y las siemprevivas les sirven de marco, sin ocultar los restos de una gran escultura que, aunque incompleta, parece estar vigilando el lugar. Cerca de los Dioses y la sensualidad A un lado de este conjunto se encuentra una vereda para ascender a la cima; antes de alcanzarla, en el poniente del cerro se encuentra otro conjunto rodeado por encinos que ocultan su ubicación. Para acceder al interior hay dos pequeñas escalinatas talladas, una con tres escalones y la otra con cinco, a 3.60 metros de distancia una de la otra. “El Adoratorio o Los Dioses” está dividido en dos secciones: la primera es en donde se encuentran las escalinatas y la segunda cámara que mide aproximadamente 50 metros cuadrados, es en


donde se encuentran restos de dos esculturas de las que sólo se pueden apreciar los pies y fragmentos de las capas; en el piso se encuentran dos fragmentos de un tocado. En la cima, aunque ya ha sido trabajada no se tienen datos concretos y observamos restos de posibles estructuras. Al descender hacia el oriente se localiza “El Templo Oriente o Patio de las danzas”; en él la sensación de libertad es indescriptible, los cerros que se ven en la lejanía parecen servirnos de escudo para que nadie profane la paz que nos rodea. Este conjunto mide 1 000 metros cuadrados y tiene tres niveles; la escalinata principal de acceso cuenta con cinco escalones, todos estucados con sus correspondientes alfardas. Para acceder al segundo nivel hay cuatro escalones de menor dimensión y un posible altar adosado al centro; inmediatamente un gran descanso estucado ocupa toda el área. En el nivel superior, se pueden observar dos banquetas talladas y al centro restos de una plataforma; precisamente atrás de ella se encuentra una oquedad de 2 metros de profundidad y que fue hecha con explosivos a principios del siglo pasado. También es importante resaltar la existencia de otro “asiento tallado” desde donde se tiene una vista impresionante y se desciende por una escalinata, en parte tallada, hasta el Trono. Desde el Trono, continuando por la Calzada rumbo al norte, se encuentra “el Baño de las Concubinas; este conjunto tallado todo en la roca permite apreciar una escalinata con nueve escalones con alfardas y restos de una pequeña fosa. Tal nombre se le ha dado porque, como no es evidente por dónde llegaba el agua a este lugar, la gente ha considerado que el área correspondía a las múltiples concubinas que el Señor tuvo y que sin duda tenían que cargar el agua para bañarse, a diferencia de el Baño del Rey y de la Reina adonde llegaba el agua directamente. Al continuar por la Calzada nuevamente llegamos al baño de la Reina, desde donde podemos descender al pueblo de San Nicolás Tlaminca. Éste era el acceso más conocido hasta hace algunos años, una estrecha y sinuosa vereda que ocultaba al visitante parte de la belleza del sitio, ya que tenía que irse fijando si las piedras que iba pisando estaban firmes, en no arañarse con las espinas de algún matorral y en no perderse siguiendo otra vereda en lugar de disfrutar del paisaje; al limpiarla, ampliándola un poco y delimitándola con una cerca de piedra, la situación cambió. Actualmente se pueden ver estructuras, muros y canales que se asoman de manera tímida por los lados y se liberaron escalones y descansos originales, algunos de ellos estucados que nos muestran cómo se aprovechó la topografía


del lugar y se hicieron, por ejemplo, tres escalones y un descanso o cinco escalones y un descanso, dependiendo del área. A los lados de este camino se observan entradas hacia otros conjuntos y, junto al resto de un edificio, se localizó un pequeño recinto de 3.50 por 3.80 metros al que se ha denominado “Fuente L” en donde se encuentra una caja hecha con piedra perfectamente careada y estucada con su salida para el agua, la cual llegaba por medio de un canal tallado en una roca in situ. Se termina el descenso entre algunos encinos, a veces cubiertos con heno y entre los que se pueden apreciar dalias, jarillas, valeriana y zacatón, así como varias construcciones de personas ajenas al lugar y que lo están invadiendo, aunque de manera lenta, en áreas que habían sido respetadas por siglos. Así finaliza el recorrido por el que proponemos era el “palacio de descanso” del Señor Nezahualcóyotl, donde según los documentos plasmados por los cronistas y ahora con los propios registros arqueológicos, él había mandado construir los jardines más hermosos del Señorío Acolhua, trayendo flores de los lugares más remotos y alejados, y en donde se encontraba posiblemente un zoológico en el que convivían animales de toda la diversidad de especies que habitaban el continente antes de la llegada de los españoles y, por supuesto, el innegable despliegue más grande de ingeniería hidráulica de la época, que permitía la obtención del agua que llegaba desde un manantial ubicado a varios kilómetros del lugar; todo entremezclado con estructuras ceremoniales y estatuas de deidades entre las que el Señor reflexionaba. Por supuesto, las interpretaciones respecto a este sitio pueden ser tantas como mentes se den a la tarea de imaginar su belleza y majestuosidad en aquel tiempo. Pero a pesar de ello, invariablemente existirá un punto de convergencia en las imaginerías de todo aquél que visite el sitio y quede maravillado por su imponencia: el Tetzcotzinco es un lugar donde la magia existió, donde lo divino se conjugó con lo material y donde lo sagrado y lo profano se abrazaron para siempre. *Arqlga. María Teresa García García Licenciatura en Arqueología, Maestría en etnohistoria y Doctorado de Antropología *Lic. Carlos Enrique Guerra Licenciatura en Desarrollo humano, maestría en teoría psicoanalítica.


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