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Reseña literaria, Tomboctú de Paul Auster
Quien haya leído las novelas de aventuras en la adolescencia, se transportará a esa maravillosa u odiada edad de cuando todo era posible, de los viajes, de las vidas ilustres de los personajes estrafalarios y únicos, de animales que hablan y comprenden a los humanos y todos los idiomas del planeta Tierra, recorriendo las páginas del libro en compañía de un fiel e inteligente amigo perro que no tiene más opción que buscarse la vida en el mundo cruel de los humanos. Un mundo con una total falta de empatía, maldad innecesaria y mentes cerradas cegadas por una inútil tradición.
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Paul Auster es el Mark Twain, Jack London y Charles Dickens de nuestro tiempo. La sencillez y ternura de sus historias engancha, su lenguaje cautiva y sus héroes enamoran.
La reseña que figura en la contraportada del libro solo habla de una parte de la historia, la primera, en la que el perro Míster Bones deambula por las calles de Brooklyn junto a su indigente compañero de vida y de aventuras, el poeta Willy. El hombre está enfermo y decide viajar a Baltimore para entregar a Míster Bones a su antigua profesora, la única persona que confió en sus talentos como poeta. Pero no todo sale según lo esperado, Míster Bones se ve obligado a huir de la Policía, lo que le lleva a viajar a kilómetros de distancia a toda la velocidad que le permiten sus fuertes cuatro patas, en búsqueda de comida, cobijo y un poco de cariño.
Tombuctú es una historia de amistad y amor, de las buenas acciones, un cuento de nuestros días, en el que el protagonista, un perro de enorme corazón y audaz inteligencia humana se enfrenta a las pruebas que le pone el destino en su paso por la vida. Es una historia sobre la delicada relación entre los perros y los humanos, sobre dos mundos distintos y dos tipos de personas: los que aman a los perros y los que los odian o se sienten indiferentes, pues el odio es sinónimo de la indiferencia y viceversa.