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PRÓLOGO
Si a través de la lectura de los cuentos nos asomamos a muchos mundos maravillosos, insospechados, que a fin de cuentas están en las profundidades psíquicas del ser humano, cuanto más interesante es escribir uno. Plasmar en letras aquella historia que escuchaste de tu abuelo, o que hace tiempo oíste y no te acuerdes muy bien donde es algo maravilloso: comunicas a otros esas experiencias. Ahora, hay tantas anécdotas que pueden derivar en un cuentecillo, con moraleja disuelta en él, o por puro entretenimiento. Escribir para enganchar a otro en la lectura es complicado; escribir correctamente, colocando los distintos elementos de modo que resulte atractivo el conjunto es una gimnasia mental espléndida. Ayuda a centrar la atención, a cotejar los hechos, en suma, escribir un cuento corto conlleva un arte que proporciona al que lo escribe un cierto placer al experimentar los pasos necesarios para perfeccionar la historia; es similar a sacar algo de la nada, sorprendido a los demás, en plan mago sacando gatos de la chistera.
Sumérgete en el mundo de la fantasía, de cuentos contados por alumnos del centro I.E.S Almenara (Velez-Málaga) y algunos profesores que quieren compartir su mundo contigo. La idea de crear un “Libro de cuentos” surgió del equipo de biblioteca con el objetivo de que los alumnos pudieran compartir contigo los cuentos contados por sus familiares o escritos por ellos mismos. Damos las gracias a todos los colaboradores y los que han hecho que este proyecto sea posible.
Un saludo y que disfruten de la lectura. María José Cabezas Cabello Responsable de BIBLIOTECA 2-Junio-2010
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ÍNDICE
Amador Muñoz, Lucía Chantal........................................................................................................... 4 Benítez García, Ileana.......................................................................................................................... 5 Cristea Elena, Cristina......................................................................................................................... 6 Fortes Sánchez, Miguel....................................................................................................................... 8 Galán Cazorla, Antonio Jesús.......................................................................................................... 10 García Cabezas, Jacob...................................................................................................................... 12 García Jiménez, Celia........................................................................................................................ 15 Harbuzaru, Estera.............................................................................................................................. 17 Hidalgo Quintero, Vanesa................................................................................................................. 18 Ian Vlad, Valentín............................................................................................................................... 19 López Aragüez, Lidia......................................................................................................................... 20 López López, Pablo........................................................................................................................... 21 Martín Jiménez, Paloma.................................................................................................................... 22 Mihai Cucicea, Adelín........................................................................................................................ 23 Navarro García, María José.............................................................................................................. 31 Oviedo Jiménez, Carmen.................................................................................................................. 32 Parra serrano, Ana Belén.................................................................................................................. 33 Ramírez Ruíz, Ana............................................................................................................................. 35 Recio Ramírez, Marina...................................................................................................................... 36 Robles Doncel, Irene......................................................................................................................... 37 Román Muñoz, Alfonso..................................................................................................................... 38 Romero Peláez, Eva........................................................................................................................... 46 Sánchez Frontana, Daniel................................................................................................................. 47 Sarmiento Miguel, Yolanda............................................................................................................... 49 Santiago Arce, Noemí........................................................................................................................ 50 Zamora Ordóñez, Patricia................................................................................................................. 51
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La amistad verdadera. Érase una vez, una clase de niños entre trece, catorce y quince años, en general. Todos, más o menos, se llevaban bien entre ellos; hasta que un día eso cambió. Esa edad es muy complicada, y quien dice ser tu amigo, al día siguiente te decepciona, dejando atrás todo lo vivido y empezando desde cero. Pero muchas veces es lo mejor que puede pasar, para saber cuáles son tus amigos de verdad. Una tarde, Lucía, se dio cuenta de cómo era esa amiga que tenía; y decidió dejarlo todo y hacer lo que verdaderamente sentía, sabiendo que era lo mejor para ella. Desde ese momento, ¡todo cambió!. Se fue con verdaderas amigas que sí la querían; y aunque ella ya conocía a esas chicas, sintió que volvía a hacerlo de nuevo. Lucía, al principio, tenía miedo. Miedo de ilusionarse para nada, miedo de que le fallaran. Pero con el paso del tiempo, pudo ver que valía la pena intentarlo. Esas chicas, Andrea, Carmen y Sandra, le estaban dando una nueva oportunidad en la vida. Lucía, en poco tiempo, les cogió mucho cariño; pues con ellas había vivido cosas preciosas y únicas. Pero, lo malo llegaría. Las chicas estaban en su mejor momento, cuando en sus caminos se cruzó ‘‘una oveja negra’’. Aunque esto sirvió para unirlas todavía más, ninguna iba a permitir que ofendieran a sus amigas (¡ TODAS PARA UNA, Y UNA PARA TODAS!). Las ‘‘CLAS’’, formado con la inicial de cada uno de sus nombres, sabían que estando unidas, nada ni nadie podrían con ellas. Y así fue. Siempre juntas, apoyándose las unas a las otras, pasaron sin ningún problema ese ‘‘estorbo’’, esa pieza que no cabía en el puzzle de la amistad. Y vivieron felices toda la vida, ¡AMIGAS POR SIEMPRE!.
Lucía Chantal Amador Muñoz - 2º ESO-A
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Una historia sin tiempo... Nieve no era una chica corriente, pues había sido criada para realizar una misión: controlar el tiempo. Su familia llevaba desde el principio de los tiempos ejercitando esta cualidad, pero ella era la última persona capaz de conseguirlo; con diez años, había perdido a sus padres en un viaje a través del tiempo. No pudieron salvarse... Como apenas sabía usar su poder y no tenía a nadie, decidió olvidar y ser una chica normal. Ya tenía dieciséis años y vivía sin problemas en una casa de acogida e iba al instituto con sus amigos. Pero una mañana se cruzó con los peores chicos del instituto. Su “ líder ” tropezó con ella y cayeron al suelo. Nieve se vio acorralada por el resto del grupo y, al ver que tenían varias navajas ya sacadas, pidió con todas sus fuerzas salir de ese infierno y que nada de eso hubiera pasado. Cerró los ojos con fuerza y se protegió la cabeza, preparada para recibir los golpes; pero estos no llegaban. Volvió a abrir los ojos y se encontró en una especie de mercadillo medieval, con gentes vestidas con atuendos de aquella época lejana y casas viejas, excepto un palacio que se vislumbraba a lo lejos. Lo había hecho, había viajado al pasado... Intentó volver al presente, y no funcionó. Lo estaba intentando por quinta vez, cuando algo chocó con ella, un perro. Un chico llegó hasta donde estaba ella y sin decirle nada, le ayudó a levantarse, cogió al perro y estuvieron un rato mirándose en silencio. El chico era un campesino, pero no debía tener más de diecisiete años y era.. dulcemente hermoso; Nieve se había enamorado... Sin darse cuenta, el chico se situó a pocos centímetros de ella, se adelantó y la besó. Ella se dejó; no lo podía creer, era mágico. Era su príncipe, su alma gemela, sólo que unos quinientos años más joven. Pensó que era injusto. Por fin el chico habló: Arión, me llamo Arión y... te amo. Perdóname por como he actuado, pero necesitaba besarte... – No eres el único enamorado – dijo ella-, y no me pidas perdón por el beso. Mi nombre es Nieve, encantada. – Tú no eres de por aquí, ¿ verdad ? Tus ropas son extrañas, pero no importa... y me encantaría pasar el resto de mi vida contigo. Sé que soy muy directo, pero compréndeme... – Aunque nos amamos, no puedo quedarme, debo irme, lo siento... – No. Por favor, ahora tú eres mi vida. Nieve sintió unas ganas enormes de contarle la verdad, y así lo hizo. Para ser de la Edad Media, Arión tenía una mente muy abierta... Cuando terminó de contar su historia, se dieron cuenta de que sus manos estaban desapareciendo. Ella no pertenecía a ese tiempo, pero no podía regresar al suyo. Era su fin. Arión se volvió loco, no podía creer que la persona a la que más amaba, fuese a desaparecer delante de él. Arión tomó una decisión, cuando las piernas de ella desaparecían. Si no podía vivir con Nieve, moriría con ella. Nieve le dijo que era una locura, pero no podía detenerlo. Arión ya tenía un cuchillo en la mano y de Nieve solo quedaba la cara. Era el momento. Cuando Arión se lo clavó, Nieve chilló con todas sus fuerzas. Todo se volvió blanco a sus ojos. Al recuperar la vista, se encontraba en un jardín enorme y precioso de una gran mansión y a su lado estaba Arión contemplándola con su mirada. Nieve se sobresaltó, pero corrió a abrazarlo. Arión le preguntó que dónde estaban y en un rincón de la cabecita de Nieve se encontraba la respuesta: Eudamón. Eudamón era una especie de isla flotante en la que, según contaba la leyenda de su familia, no había tiempo. Todo existía al mismo tiempo y en cualquier lugar: el pasado, el presente y el futuro eran uno. A Arión se le dibujó una sonrisa en la cara. Podía estar con Nieve eternamente en un lugar donde solo estaban los que se guiaban por el corazón. El amor que sentían Arión y Nieve les había concedido una segunda oportunidad... Ileana Mª Benítez García. 2ªESO A
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Bolsita con dos monedas
Érase una vez una vieja y un viejo. La vieja tenía una gallina y el viejo un gallo. La gallina de la vieja ponía huevos dos veces al día, y comía muchos huevos, pero ella como era muy avara, al viejo no le daba ningún huevo. Un día, el viejo se molestó y le dijo a la vieja: - ¡Oye!..tú, vieja, tú comes muchos huevos, ¿por qué no me das a mi uno? - ¡Si...como no! dijo la vieja. Si quieres huevos pelea con tu gallo para que te ponga y comes, que yo también he peleado con mi gallina, y me pone huevos. El viejo se va a su casa y hace igual como la vieja, y pelea con su gallo. - ¡¡Toma!! Me tienes que poner huevos, o si no te vas de mi casa. El gallo, como se escapó de las manos del viejo, se fue a la calle. Andando el gallo, encontró una bolsita con dos monedas..y como la encontró la cogió y regresa a su casa. En el camino, el gallo se encuentra con un carruaje y con un caballero con dos damas. El caballero miró al gallo y observó que tenía una bolsita. El caballero bajó del carruaje y robó la bolsita del gallo. El gallo se puso muy triste, pero no se rindió y siguió al carruaje diciendo: -Kikiriki, caballeros grandes.. -¡Devuélveme la bolsita con dos monedas! El caballero era muy malo, y cuando llegó a una fuente cogió el gallo y lo tiró dentro. El gallo no sabía qué hacer..pero se tragó todo el agua de la fuente. Después el gallo salió fuera de la fuente y siguió diciendo: -Kikiriki, caballeros grandes.. -¡Devuélveme la bolsita con dos monedas! El caballero sorprendido dice: ¡Este gallo es muy torpe! Llegó a su casa y pidió que tirara este gallo al horno. El gallo asustado empieza a vomitar todo el agua que tragó de la fuente, hasta que apagó el fuego. Después el gallo sano y salvo se fue por la ventana del caballero y empezó otra vez a decir: -Kikiriki, caballeros grandes.. -¡Devuélveme la bolsita con dos monedas! El caballero muy furioso dice: - ¡Oiga! Coja este gallo y tíralo al establo donde están las vacas y los toros. Entonces el gallo se tragó todo el establo y se hizo muy grande. Después regresó por la ventana y cantó de nuevo: - Kikiriki, caballeros grandes.. - ¡Devuélveme la bolsita con dos monedas! El caballero cuando vio otra vez el gallo se puso muy muy nervioso y no sabía qué hacer más. El estaba pensando,...pensando y pensando, hasta que le vino una idea. Después de un rato, cogió otra vez el gallo y lo tiró al cuarto de las monedas, pensando que iba a tragarse unas monedas y se moriría. Pero no fue así como el caballero quería. El gallo, tragó todas las monedas y después salió y se fue otra vez por la ventana del caballero diciendo: -Kikiriki caballeros grandes.. -¡Devuélveme la bolsita con dos monedas!
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Ahora después de todo lo que pasó, el caballero le devuelve la bolsita con dos monedas. El gallo fue muy feliz y se fue a su casa dejando al caballero tranquilo. Llegó a su casa y desde la puerta empezó a cantar: -¡ Kikiriki! Kikiriki! Kikiriki! El viejo reconoció la voz de su gallo y salió fuera feliz. Su gallo se puso muy grande y gordo de modo que no lo reconoció. Entonces el viejo le abrió la puerta. El gallo le ha traído muchas monedas y mucha riqueza. El viejo no podía creer cuántas monedas y riqueza tenía. Después pasó un rato y vino la vieja, y cuando vio que que el viejo era muy rico se puso muy nerviosa y le dijo: -¡Oye! Tú, viejo, ¿no me das una moneda y un poco de riqueza? -Si quieres monedas y riqueza, pelea con tu gallina para que te traiga, dijo el viejo. La vieja se puso muy nerviosa y con mucha rabia se fue a su casa. Y el viejo se quedó muy feliz con su gallo y con su riqueza.
Cristina Cristea Elena - 4º B
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Un regalo inesperado Las primeras luces de un nuevo día se colaban por las rendijas de la persiana. Había llovido muchísimo desde poco antes de las Navidades, y así había continuado durante todo el comienzo de la primavera, de forma que esos rayos de sol que iban inundando mi cuarto me parecían inusualmente vigorosos, casi estridentes, de un amarillo chillón poco apropiado para aquella mañana. Había dormido muy mal. Aún aturdida por la sensación de no haber podido descansar, recordé que, en medio de la noche, un fuerte ruido me despertó (quizá un portazo en el piso vecino, o, peor aún, uno de esos desgraciados accidentes de tráfico que sucedían con cierta frecuencia en la rotonda próxima a mi edificio). Fue un golpe seco, rotundo, que pareció encontrar su eco en el silencio de la madrugada. Más tarde, intenté obstinadamente recuperar el sueño, pero sólo lo conseguí a medias. En ese estado de duermevela escuché las campanadas de las dos, las tres, las cuatro. Luego, creo, conseguí atrapar el sueño. Aunque quizá tendría que decir el mal sueño, o los malos sueños, para ser precisos. Recordé, vagamente, que en uno de ellos estaba con mis padres y mi hermana en un gran aeropuerto -de no sé qué ciudad- donde por megafonía se hablaba en una lengua que me era desconocida. Aguardábamos, pacientemente, a que nos llegara el turno para facturar nuestro equipaje. La cola era larguísima. Por fin, cuando apenas nos faltaban cuatro o cinco personas hasta el mostrador, la señorita que se encargaba de atender nuestra fila se levantó y nos gritó –en varias lenguas y bastante histérica- que el vuelo había sido cancelado. Por lo visto un desastre natural (¿una erupción volcánica?) hacía imposible la navegación aérea. En ese momento, creo que me obligué a mí misma a despertarme: el desorden me desagrada y había oído hablar muchísimo aquellos días del caos aeroportuario que había producido la erupción de un volcán islandés de nombre impronunciable. No tengo palabras para describir el gran alivio que sentí al tomar conciencia de que seguía en mi habitación. Pasaría un buen rato hasta que por fin pude recuperar el sueño. No sé cómo, aparecí en lo que debería ser un gran salón de actos. Estaba sentada en una silla muy incómoda, fría y deslizante, provista por su lado derecho de una especie de bandeja plegable a manera de escritorio. Miré a mí alrededor. Reconocí a varios de mis compañeros entre otras muchas caras desconocidas. De pronto, lo supe: era un examen. Y yo no estaba preparada para hacerlo. Varios profesores iban repartiendo las pruebas. Sentí como mi ritmo cardíaco se iba acelerando, conforme se acercaba el profesor que me daría el folio impreso con las preguntas. ¿De qué sería el examen?
Tuve que dejar esa pregunta sin respuesta, porque, al girarme en mi cama intentando escapar al chorro de luz que me venía de frente, casi me da algo al ver que el reloj de la mesilla de noche marcaba las ocho y diez. ¿Por qué no había sonado el despertador? ¿Cómo era que mis padres o mi hermana no hicieran ruido alguno? ¿Seguiría soñando? Toqué el despertador para asegurarme. No había duda, estaba despierta. A toda velocidad salí de mi cama, sentía una sequedad atroz en la boca
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y un nerviosismo próximo al pánico me impedía poner orden en mis ideas. ¿Había terminado mis deberes el día anterior? De pronto me percaté. No. No los había terminado, porque el día anterior era sábado y había pospuesto para hoy domingo la redacción del cuento que tenía que hacer para la clase de Lengua. Así que, en vez de volver a meterme en la cama, y disfrutar sin prisas las primeras horas de una plácida y primaveral mañana de domingo me puse a escribir.
Miguel Fortes Sánchez- 1º ESO-A
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El sueño cumplido En la época de 1975 había un hombre llamado Alfonso, tenía alrededor de unos 50 años aunque su con su buen aspecto parecía tener muchos menos, tenía una mujer llamada Lola de 48 años y un único hijo, Antonio con 16 años de edad. Alfonso era muy cristiano y siempre había soñado con poder volver al año 0 y ver el rostro de Jesús y comprobar si todo lo que decía la Biblia y la Iglesia sobre todos sus actos y hechos eran verdad; soñaba cada noche con ese sueño cumplido, con estar allí, cuerpo presente sin más, viendo lo que había sufrido Jesús durante su vida. Este sueño siempre lo contaba entre amigos, entre su familia y todos se reían de él porque sabían que ese sueño nunca se vería cumplido; menos su hijo Antonio al cual le contaba cada detalle, cada lugar, cada objeto que veía en sus sueños y él se quedaba admirado porque tenía tanta fe que no dudaba para nada que eso fuese cierto. Alfonso era científico y trabajaba en el laboratorio secreto de la Nasa, que se encuentra bajo tierra a una profundidad de 100 metros y de vez en cuando hacía descubrimientos increíbles, hasta que un día mientras estaba en su casa sin nada que hacer, pensó en crear una máquina capaz de tele transportar a una persona durante un período de 7 días y en el tiempo deseado. Pero el principal problema es que esa persona tele transportada ocuparía un lugar en ese tiempo y pensó en cambiar a una persona por la transportada durante siete días y después todo volvería a la normalidad en el tiempo y lugar correspondiente sin alteración alguna. Como su sueño más ansiado y esperado era poder ver a Jesús pensó que al tener sólo siete días prefería verlo en su pasión, muerte y resurrección antes que verlo de niño jugando como un inocente. La máquina era muy grande y compleja debido a que tenía que caber en ella una persona de pie, y lo más complicado era hacer la primera prueba con un animal, entonces se llevó su gran máquina en una grúa especial para la Nasa hasta el lugar donde él trabajaba investigando. Cuando la máquina estaba ya situada y preparada para hacer la primera prueba introdujeron a un ratón blanco y lo situaron para mandarlo a la época de los dinosaurios y que a su vez este animal se cambiase por otro para no poder alterar ni el lugar ni el tiempo. Enviaron al ratón durante dos horas solamente por si ocurría algún fallo poder interrumpirlo rápidamente sin necesidad de esperar mucho tiempo, entonces delante del jefe de la Nasa y de todos los científicos pusieron en marcha el gigantesco proyecto creado por Alfonso. Pulsaron el botón rojo y la máquina empezó a hacer ruidos diferentes pero en un pis pas el ratón se desvaneció y desapareció por completo, todo el mundo se quedó impresionado de la gran actuación de la máquina pero esperaba lo mas difícil traer a un animal en su lugar y esperar dos horas hasta que el ratón volviese a lugar inicial. Al pasar aproximadamente 45 minutos la máquina empezó a echar humo y a volver a hacer todos los ruidos anteriores. De repente apareció un pájaro muy raro con alas muy grandes y pico azul. Todos se quedaron alucinados y no pudieron explicar el porqué de esa aparición tan rara, no se atrevieron a sacar al pájaro de aquel lugar porque pensaban que se alteraría al lugar y el tiempo, entonces esperaron lo que quedaba para las dos horas. Al pasar el tiempo previsto la máquina tele transportó al extrañó pájaro y devolvió al ratón, entonces Alfonso fue testigo de que su invento había sido un éxito, entonces él quería cumplir su gran y ansiado sueño a la semana siguiente. Después de darle mil vueltas y de preguntarle a su familia qué hacer tomó esa decisión; el día 1 de abril se introdujo en la máquina, estaban todos sus amigos y sobre todo su familia para ver como se hacía realidad el sueño de Alfonso, después de realizar algún que otro ajuste pusieron la máquina a funcionar y Alfonso desapareció en la nada.
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Nuestro protagonista sin darse cuenta ya estaba allí en Jerusalén en mitad de la plaza viendo como Pilatos se lavaba las manos ante Jesús, la cara de éste tenía un resplandor tan divino que Alfonso no pudo verle bien la cara, cuando Jesús cogió la cruz y anduvo tan sólo tres pasos miró a Alfonso y le dijo no llores por mi ya que mi reino no es de este mundo, díselo a todos los tuyos y haz que te crean la palabra, como única es la palabra del Señor. La máquina tuvo un fallo y tan solo pasó 2 horas cuando ya Alfonso volvió a la Nasa, no fue sustituido por nadie y tan solo le creyó su hijo.
Antonio Jesús Galán Cazorla-4ª D
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La historia de Danauta Una tarde de verano, calurosa y aburrida estaba yo tumbado en una hamaca viendo el agua del riachuelo cercano correr y oyendo el zumbido de las moscas al pasar cerca de mí. Como no tenía nada que hacer decidí ir a ver qué hacía mi abuelo; éste estaba al parecer igual de aburrido que yo, releía un viejo periódico con aire somnoliento, así que le pedí que me narrase la historia más extraña que haya oído nunca. Mi abuelo se incorporó ligeramente, carraspeó y frunció el ceño como si hiciese memoria y al cabo de unos segundos, empezó a hablar: -Hace casi 55 años fui a Egipto, a un viaje de negocios que debía hacer pues trabajaba en el negocio de la piel y debía ir a donde fuese necesario para hacer una entrega. Cuando llegué a El Cairo lo primero que vi fue el aeropuerto que era diminuto, con una pista que bien pudiera ser una carretera ligeramente más ancha de lo normal. En la salida, coches, bicicletas, animales y demás vehículos indescriptibles, híbridos entre bicicletas, carros y coches, transitaban caóticamente en todas las direcciones. Sabía que debía ir en autobús hacia una ciudad cercana al canal de Suez, Al-Hafair. En el autobús, busqué sitio libre pero estaba atestado de gente y cuando creía que tendría que bajarme, un hombre egipcio me indicó por gestos que allí había un sitio libre al lado suya, así que avancé entre los equipajes y la gente hacia donde estaba y me senté, le di las gracias en francés y el hombre pareció asentir, y volvió a bajar la vista hacia el libro que estaba leyendo, era un libro de paginas amarillentas, con el encuadernado de cartón del mismo color forrados de piel. Inmediatamente sentí la curiosidad de preguntarle de qué iba la lectura, a lo que él me respondió en un torpe francés: -Se trata del trabajo de la vida de mi padre, una recopilación de cuentos tradicionales egipcios que de no ser por él se hubiesen perdido, ¿quieres leer alguno?, de todas formas mis ojos ya están cansados y voy a dormir un rato pues el viaje es largo. -Así que empecé a leer, bueno, a intentar leer pues estaba en árabe, pero menos mal, me di cuenta antes de despertar al propietario que al lado estaba la traducción al francés, así que empecé por el primer capítulo: Hace largos años, un hombre y una mujer del Sudán se casaron y decidieron irse a vivir al bosque pues deseaban vivir en un entorno natural. Obtenían de la naturaleza cuanto necesitaban ya fuese fruta de los árboles, carne de los animales o agua para beber y lavarse del lago cercano. Tenían una hija mayor que se llamaba Sarra y un hijo menor al que le pusieron de nombre Danauta. Un día el padre se puso gravemente enfermo al infectársele una herida al caerse de un árbol para coger miel de abeja y viendo próxima su muerte llamó a su esposa y a su hija Sarra: -“Me voy a morir y me gustaría, ya que no voy a poder ver a Danauta crecer que procuréis que no llore nunca”. La madre al poco tiempo también enfermó y antes de morir le pidió a Sarra que cuidase de Danauta y que no llorase nunca y se murió después de que la última de estas palabras saliese de su boca. Entonces la hermana empezó a moler el trigo para hacer la comida y cuando terminó fue a buscar la leña que le habría de servir para encender el fuego; cuando regresó con un haz de leña se encontró que Danauta había mezclado la harina con ceniza, Sarra tiro las ramas y exclamó: - ¿Qué vamos a comer ahora que has mezclado la harina con ceniza? Entonces Danauta iba a llorar y Sarra le dijo:
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-No llores que tu padre y tu madre me encargaron que tu no llorases nunca. Tenían un hórreo de maíz, otro de sorgo, otro de habichuelas y otros cereales, entonces Danauta le dice a Sarra: -Voy a quemar el horno de maíz. -No lo quemes porque entonces nos vamos a quedar sin comida. -Si no me dejas quemarlo lloro. Entonces como los padres no querían que llorase, Sarra le dejó que lo quemara. Danauta hizo lo mismo con los otros tres hórreos. Cuando ya no quedaba nada de comer se fueron a una ciudad donde una de las esposas del rey acogió a Danauta y a Sarra en su casa y los alimentó, hasta que Danauta le dijo a Sarra: -Quiero que me dejes en el suelo (puesto que Sarra llevaba siempre a Danauta a cuestas) porque quiero jugar con el hijo del rey. El hijo del rey cogió un palo y Danauta otro y comenzaron a jugar hasta que Danauta le sacó un ojo a su compañero de juegos. Sarra cuando se enteró dijo: -Hemos de huir pues el rey nos perseguirá hasta hacernos pagar con la muerte tu fechoría. El rey movilizó a todo su ejército, lo mismo la caballería que los soldados, y cuando tenía cercados a los hermanos, se subieron a un árbol gigantesco cercano. Ya estaban a salvo y Sarra se puso a descansar, pero Danauta dijo que quería orinar sobre la cabeza del rey… -No lo hagas porque nos cogerán y nos matarán, susurró Sarra. -Si no lo hago lloraré, quiero orinar en la calva real, contestó Danauta. Cuando al rey le cayó aquel líquido exclamó: -¡Esto es porquería! Miró hacia arriba y vió a los dos que estaban en las ramas; mandó serrar el árbol y cuando éste estaba a punto de caer, pasó por allí un gavilán gigantesco y se posó donde estaban; aprovecharon el momento y se montaron en él para librarse de que los cogiese el rey. Cuando iban volando Danauta se dió cuenta de que el pájaro tenia un orificio debajo de las plumas de la cola y le dijo a Sarra: -Quiero meter el dedo en el agujerito que tiene el pájaro debajo de la cola. Sarra se negó a esto pero como Danauta amenazó con llorar al final asintió, en cuanto Danauta introdujo el dedo por la cavidad el pájaro plegó sus alas y cayeron en picado hacia una ciudad amurallada, en cuyas puertas principales había una vieja que los acogió.
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Cuando se aproximaba el ocaso la vieja cerró la puerta de las murallas y ya nadie podía entrar ni salir; Danauta le preguntó que por qué ya nadie podía entrar ni salir, a lo que la vieja le contestó que por la noche venía el Dodo que es más grande que un elefante pero no es un elefante, más largo que una serpiente, pero no es una serpiente, y más fuerte que un león pero no es un león y echa por los ojos fuego como si fueran soles y al que le hace cara lo fulmina. Como es natural, Danauta dice que quiere enfrentarse al Dodo y arrima leña y piedras a la muralla para encender una candela y calentar las piedras hasta ponerlas al rojo vivo; previamente Danauta se había fabricado unas tenazas y cuando apareció el Dodo, dijo su cantar: -“¡Yo soy el Dodo, el terrible Dodo, que fulmino a todo el que me hace cara¡” -“!Yo soy Auta, que no temo a nada ni a nadie!” Entonces el Dodo enfurecido se acercó lanzando amenazas hacia las murallas, pero Danauta le lanzó una piedra y otra y otra hasta que consiguió derribar al Dodo, se bajó de la muralla y le cortó un pedazo de rabo al Dodo y se fue a dormir a casa de la vieja. Todos los ciudadanos habían oído la pelea que había tenido el Dodo con Auta y a la mañana siguiente los cortesanos le dijeron al rey que alguien había matado al Dodo. Los heraldos del rey dijeron que el que presentase el rabo del Dodo sería recompensado. Los vecinos empezaron a llevar rabos de animales: rabos de burro, de jirafa, de camello…pero ninguno coincidía; cuando los excluyeron a todos se presentó el pequeño Auta con el rabo del Dodo; pudieron comprobar que efectivamente era el rabo del Dodo y el rey lo recompensó con cien doncellas, cien caballos, una gran casa cerca de palacio y tierras con sus correspondientes criados que las cultivasen y así Danauta se hizo rico y vivió feliz por el resto de su vida. -Y ya no pude leer más cuentos porque el autobús llegó a su destino. Aunque me quedé con ganas de escuchar otro cuento me fui pensando en escribir el que me habían contado, que tampoco tenía desperdicio alguno.
Jacob García Cabezas -4º ESO D
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Tsunami Es la última semana de vacaciones que pasaré en Canarias, en una casa que compramos entre toda la familia y que en verano compartimos. Esta tarde voy con unas amigas de aquí, Marta, Carlota y Alba, a la playa; allí es, por cierto, donde conocí al chico de mis sueños: Pedro. Lo conocí un día mientras jugaba a voleibol. Se nos fue la pelota, él la cogió y me la dio. Nada más verlo sentí un flechazo. Él me preguntó si podía jugar. - Claro ¿Cómo te llamas?-le dije - Pedro ¿Y tú? - Yo soy Gloria, ¡venga, vamos a jugar! Comenzamos a llevarnos bien, entablamos conversación y nos dimos cuenta de que éramos el uno para el otro. Una vez en la playa busco a mis amigas y a Pedro. Están esperándome en el lugar de siempre. Hace un día espléndido y la mar está serena. Estamos en el agua durante un buen rato. Luego me salgo aunque las chicas siguen en el agua y me tumbo a tomar el sol. Pedro también se sale y se sienta a mi lado. Todo parece perfecto. De repente veo en el horizonte muy a lo lejos lo que parece ser una gran ola. Entonces oigo mucho alboroto a mi alrededor; los socorristas comienzan a decirnos que vayamos lo más lejos de la playa que podemos, hacia el interior; nos piden que no cunda el pánico, que sólo es una ola con un tamaño un poco más grande de lo normal. Yo creo, o quizás quiero creer, que no es lógico, que algo así está previsto, que si realmente pasase algo, lo hubiésemos sabido gracias a las nuevas tecnologías, así que me tranquilizo. A pesar de eso corro como si me fuera la vida en ello. Cojo mis cosas, llamo a las chicas y nos vamos todos corriendo de allí. No podemos ir muy rápido, hay demasiada gente. Todo el mundo, al igual que nosotros, huye como puede, aunque todo se ha convertido en un caos. Aquel lugar ya no es seguro. Me atrevo a mirar hacia atrás esperándome lo peor. Esperando que la ola ya nos haya alcanzado y que no podamos hacer nada. Pero gracias a Dios aún está muy lejos. No me quedan esperanzas ya que me fijo y veo que se acerca a gran velocidad. Sé que es demasiado tarde, que no hace falta seguir huyendo, que esa ola es más rápida y más grande que yo, que cualquier esfuerzo que ya haga resultara inútil, así que hago lo único que creo que servirá de algo: deseo por… los segundos, quizás, de vida que me queden, que todos mis seres queridos, que mi familia, no esté cerca, no lo suficiente para que la ola los engulla, y grito para mis adentros, esperando que de alguna manera sobrenatural lo sientan o escuchen, que les quiero. Resulta extraño la de cosas que vienen sin previo aviso a mi cabeza en ese momento; toda mi vida pasa fugazmente, como se ve en las películas: los buenos momentos, los malos, las risas, los llantos, etc. Siento entonces que algo o alguien tira de mí. No puedo creer lo que veo cuando, con los ojos entornados, encuentro a Pedro arriesgando su vida para salvar la mía cuando la ola, sin previo aviso, nos alcanza. Veo que a pesar de que nos arrastra él lucha por la vida, agarrado al tronco de un árbol. Ojalá pudiese ayudarlo pero he tragado tanta agua que no puedo casi respirar. Entonces comienzo a ver borroso todo lo que ocurre y me desmayo.
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Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy en la camilla de lo que parece ser un hospital. Veo a Pedro sentado a mi lado. Me abraza. Está despierto y cuando me ve dice justo lo que quería oír. -Estamos a salvo.
Celia García Jiménez - 2º ESO A
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Pulgarcito Érase una vez una familia pobre,que tenía tres hijos. No tenía comida para darles, así que sus padres decidieron llevarlos al bosque. El más grande era Pulgarcito que escuchó lo que decían los padres y fue metiéndose piedras en el bolsillo. Cuando su padre los llevaba, Pulgarcito dejaba una piedra en el camino para que pudiera regresar. Su vecino tenía que darles un dinero que lo tenía prestado. Su madre hablaba con su marido, para que se fuera a traer los muchachos. Pero Pulgarcito escuchó desde la ventana lo que decía su madre. Tocó en la puerta y gritó “ mamá estamos aquí”. Su madre los abrazó fuerte y los metió en la casa. Les ha dado de comer, pero no tenía mucho, y decidieron llevarlos de nuevo al bosque. Esta vez Pulgarcito no se llevó piedras sino pan. Pero el pan fue comido por los pájaros y no sabían regresar. Buscando el camino para regresar....... encontraron una casa. Se acercó y tocaron en la puerta y les abrió una mujer. La mujer asustada los metió en la casa, pero la casa era de un caníbal. Su marido llegó . La mujer asustada los metió debajo de la mesa . Entró en la casa el marido y le pidió que le preparara algo de comer . El caníbal se sentó a la mesa, donde estaban los muchachos . El hombre olió la carne fresca y le pidió a su mujer que los llevara a un cuarto, porque al día siguiente, él se iba encargar de ellos. Los muchachos escucharon al hombre y se cambiaron de cuarto con las muchachas del caníbal. Por la mañana fue a matarlos pero mató a sus niñas. L a mujer asustada cogió algo de dinero y a los muchachos y los llevó a su casa. Felices se quedaron sus padres que todavía vivían, los abrazaron fuerte y vivieron muy felices.
Estera Harbuzaru - 4ºB
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La leyenda de John el Rojo Cuenta una leyenda que un hombre llamado el LABRADOR fue encontrado muerto en una esquina en la que había dibujada una cara ( cuya señal era de un asesino en serie llamado John el Rojo ) . Un mentalista llamado Patrick James, que se había obsesionado con él , después de que él matara a su mujer y a su hija, en los casos del FBI se implicaba para intentar ayudar a encontrarlo . Tras el asesinato antes cifrado empezaron a buscar testigos y sospechosos, pero no encontraron, sólo localizaron a su madre; ella decía que no lo veía desde hacía 20 años lo cual a Patrick le extrañó mucho, ya que los asesinatos habían comenzado 20 años atrás . Él pensó que podía ser John el Rojo, pero se dio cuenta de que no podía ser él pues minutos después le llamó dándole datos que solo él podía saber . Al final no se resolvió el asesinato pues al ser John el Rojo no lo pudieron encontrar , otra vez .
Vanesa Hidalgo Quintero - 1º ESO A
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Una historia para contar a los nietos Todo ocurrió en 2011 cuando John anotó el triple de “Los Ángeles Lakers” que trajo la victoria a Los Ángeles. Su vida cambió y empezó a jugar más tiempo, se casó y tuvo dos hijos. Pero una tragedia le cambió la vida. La policía creyó que John se hubiera dormido, pero todo cambió cuando vieron los frenos cortados, incluso tuvieron unos sospechosos que fueron interroqados. Llamaron a un detective llamado Waston, éste interrogó a los vecinos, pero sólo obtuvo unas tijeras llenas de aceite y unas huellas de zapatos. Investigó y descubrió que sólo había dos tiendas que los vendía. Fue a hablar con los dependientes de las tiendas y uno le dijo que fueron robados. Waston miró las cintas y vio que eran dos personas de color negro. No dudó en ir a preguntarle a John si tenia algún enemigo y éste respondió que si, que podrían ser dos ex-jugadores de baloncesto de los “Boston Boys” despedidos tras la derrota. Waston fue a interrogarlos y estos confesaron y fueron detenidos. John se hizo piloto de Nascar y ganó muchos trofeos.
Joan Vlad, Valentín - 1º ESO A
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Amigos de cuatro patas Hace un tiempo, una bonita yegua parió un potro al que llamaron Lucero, éste creció muy feliz en su establo junto con otros de su misma especie. Lucero era un potro demasiado curioso al que le gustaba conocer mundo, ya que solía ver caballos salvajes unidos en manada por sus alrededores. Lucero llevaba varias semanas buscando la manera por donde salir del establo, ya que éste quería conocer mundo, hasta que una noche se fijó que un trozo de valla estaba deteriorada y se podía salir haciendo un poco de fuerza. Lucero esperó a la noche siguiente para salir ya que un compañero suyo del establo lo había visto empujando la valla y no quería que nadie lo viera escaparse ya que él quería irse solo a la aventura. Al llegar la noche siguiente Lucero salió del establo sin hacer ruido y se marchó. Estuvo varios días desorientado comiendo del pasto que encontró y bebiendo de los arroyos. A esto que en una ocasión una manada salvaje se encontraba por allí y tuvo la suerte de que una yegua se acercó a él y Lucero nada más verla se enamoró de ella cuyo nombre era. Deseada, entonces éste se unió a su manada donde fue muy bien recibido. En su establo donde vivía lo echaban de menos hasta que un día Lucero fue a visitarlos por la noche con Deseada y los caballos del establo se alegraron mucho de volver a ver a Lucero, pero desde aquel día Lucero no volvió a visitarlos, ya que éste tuvo que marcharse con su nueva manada. Lucero y Deseada tuvieron dos potrillos, ellos cuatro vivieron muy felices por aquellos pagos con todos los de la manada. Pero al cabo de diez años a Lucero se le ocurrió separarse de su manada con sus hijos y Deseada e irse con su antigua manada al establo a la que echaba mucho de menos. Cuando llegaron los cuatro sus antiguos compañeros no lo reconocían ya que habían pasado muchos años, su dueño extrañado de que había cuatro caballo más por el establo se acercó a ellos y descubrió que era Lucero acompañado de tres caballos más; como vio que éste no quería separarse de su familia los metió a los cuatro en el establo con los demás. Lucero se puso muy feliz de estar donde nació acompañado también de su familia y así vivieron todos muy felices toda la vida.
Lidia López Aragüez - 2ºESO- A
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Metin
Érase una vez un reino en el que empezaron a caer metin’s y dividió el reino en tres: Reino Chunjo,Reino Shinsoo y Reino Jinno:Había cuatro tipos de luchadores para luchar en las guerras y defender su reino, ésos eran: Guerrero, Ninja, Sura y Chamán. Los metin’s son piedras mágicas que caen del cielo en cualquier lugar desconocido del reino y cuando las golpean salen animales poseídos por el poder de la piedra y hay que derrotarlos. Había un guerrero llamado SoulOfKing que hacía misiones del biólogo,capitán,herrero, guardian, etc… Su amigo Maxsimus a veces lo llevaba al Desierto Yongbi y lo subía de nivel más rápido, y mientras Maxsimus no estaba,SoulOfKing iba con Dexpernar,Thekiing96 o Stylus97 a levear matando minions que son siervos salvajes, infanterías salvajes...que están en City2 que es otra aldea del reino. Para comprar el caballo se necesita ser nivel 25, SoulOfKing ya es 28 pero está esperando subir algunos niveles más para poder matar a los Arqueros Salvajes, pues en la misión para conseguir caballos hay que matar 30 de esos en 20 minutos. Cuando consiga el caballo irá a mazmorra de monos que sueltan medallas de caballos que sirven para subir el nivel del caballo haciendo una misión;las medallas de caballos cuestan 200.000 YANG (el método abreviado seriá 200K) y para ser un gran guerrero SoulOfKing se esforzará al máximo para subir niveles y ser uno de los mejores en Reino Chunjo.
Pablo López López - 1º ESO D
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La niña del vestido de oro Érase una vez, una niña llamada María que estaba paseando por un bonito bosque, de pronto se encontró a un bello príncipe, ella se enamoró de él y él de ella, pero no podían estar juntos, porque la madre del príncipe, que se llamaba Isabel, no quería que estuviesen juntos. El príncipe se llamaba Juan. No los dejaban estar juntos porque Isabel temía que al ver cómo era María, sería capaz de hacer todo por él. Entonces Isabel le puso varias pruebas muy complicadas de hacer. La primera era pasar unos laberintos y encontrar la salida, la segunda era cruzar con una barca una cascada, la tercera era pasar por un puente que estaba a punto de caerse y la cuarta y última prueba era pelear con unos leones. Ya a cambio tendría al príncipe y un vestido de oro que le añadiera. Entonces María aceptó hacer las pruebas; al día siguiente empezó adentrándose por un laberinto que era más grande que el castillo, se perdió en él y estuvo más de un día perdida, dando vueltas para encontrar la salida. Al fin de cuatro días pudo encontrarla: cuando salió del laberinto tuvo que andar 5 kilómetros para encontrar la cascada y cuando la encontró, no había barca, tuvo que buscar una solución. Y se le ocurrió una idea, buscar madera, construir y hacer ella misma una barca. Al cabo de dos días acabó la barca y se puso en marcha para cruzar la cascada. Ella tenía mucho miedo pero al final lo consiguió, cuando llegó abajo descansó y al día siguiente empezó con la tercera prueba. Cuando iba por la mitad del puente se rompió y ella se agarró y siguió escalando. Cuando llegó al fin lo consiguió, pero estaba muy cansada. Al día siguiente tomó rumbo para el establo donde estaban los leones, cuando llegó, ella no tenía espada y se tuvo que hacer una ella misma, cuando se la hizo, empezó a pelear con los leones y al final los mató. Ella al fin consiguió su vestido de oro y su príncipe. Se casaron y fueron muy felices.
Paloma Martín Jiménez - 2º ESO A
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La naturaleza del hombre Y estaba ahí sin poder moverse, sabiendo que su amiga moriría, impotente, sin nada que hacer... Vio que Karina estaba en peligro, que no habría escapatoria y que ningún pacto podría solucionar el conflicto… El remordimiento le consumía por dentro. Al saber que su coche estaba hecho pedazos por el anterior atentado, rompió la ventanilla del hallado en mitad de la carretera, un modelo viejo pintado de blanco que apenas arrancaba… coche práctico para una bomba.
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Madrid, capital de España. Para muchos, el hogar de todos los días, igual que para Carlos. El chico se ganaba el pan trabajando como repartidor de Telepizza, arriesgando su vida por las calles madrileñas, acelerando para que las pizzas no se enfríen. Su vida no era lo que él esperaba: vivía en un piso de 40 metros cuadrados, un asco de lugar en el que no se podía diferenciar la cocina del baño. El amor aún no le había sonreído nunca en su vida; de hecho, nunca había tenido una novia de verdad, de las duraderas… sintió el amor físicamente, pero los sentimientos nunca se habían manifestado. Se quedaba despierto hasta tempranas horas de la mañana pensando cómo rehacer su vida, empezar de nuevo, subir de nivel, y hasta ahora sólo vio una solución a su infelicidad y a su escasez de dinero: el ejército. Pasaron dos meses y Carlos seguía sin dormir, pero por otro motivo: ahora tenía que decidir entre su vieja vida o las Fuerzas Armadas Españolas. Una decisión impensable (en el buen sentido de la palabra) pero a la vez comprometedora, algo que podría acabar con el sueño de una persona, pero si se tiene suerte, el sueño sólo podría ser el empiezo de una nueva era. Decidió quedar con su mejor amigo y hablar de ello, decidirlo entre los dos. Al llegar los dos al bar de enfrente, se sentaron y pidieron cada uno una cerveza. Nada más se fue la camarera, Carlos le dijo a su amigo Miguel:
―Oye, tío… he pensado alistarme, a ver si salgo del agujero, ¿sabes? Quizá fue demasiado directo. Era fácil ver que Carlos no salía ni se relacionaba mucho. Miguel, comprendiendo la situación, dijo:
―Sé cómo estás, hermano... yo también pasé por esto varias veces, ¡pero sabes que ahora me va bien! Seguro que podrás salir de ésta sin arriesgar tanto la vida, como lo hice yo.
―Pero tú has salido adelante porque tienes unos estudios, ¡lo tuyo fue cuestión de tiempo, nada más! ¡Lo mío es diferente! ¡Completamente diferente! ¡Yo no pude estudiar! Miguel, avergonzado por no haber podido dar una mejor respuesta a su amigo, sin pensarlo cambió de idea y dijo:
― ¿Sabes qué? ¡Tu idea es buena, tío! ¡Hazlo! ¿Por qué no? Si no te matan ahí, te matarás tú con la moto de las pizzas. Di que sí, que el pájaro es la clave y te vas volando. Pero eso sí, no irás solo. Te acompaño.
― ¿Y tu empleo en la oficina, qué? ¿Lo vas a dejar sólo para acompañarme? ― ¡Sí, tronco, si! ¿Qué te parece? ―La verdad: no me parece una buena idea, ¡pero me alegro de tenerte a bordo! Miguel siempre quiso ser militar, era su sueño, pero no quiso empezar su vida por ahí ya que nunca pudo echarle agallas a la vida, o por lo menos eso es lo que él decía. Este fue el primer motivo de su decisión al saber que si ingresaba ahora, sería más fácil junto a su mejor amigo. Al final, todo había
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sido por interés, o mejor dicho simbiosis: los dos serían compañeros por lo menos durante la instrucción.
Son las 5.30 de la mañana, y suena la alarma para que todo el mundo se vista y proceda al entrenamiento de armas. Es el último día en el que van a estar juntos Carlos y Miguel. Se acaban de enterar que les mandan a Iraq para servir al país en donde más les necesitan. Por lo que parece, se reencontrarán ahí después de un mes, aunque nada está seguro. Un mes es mucho tiempo y alguno de los dos la podría palmar de un momento a otro en algún que otro conflicto bélico. Dos semanas después, al despertarse nota algo raro: su unidad parece menor… falta gente.
―¡Sargento! ¿Dónde están mis compañeros? ― ¡Saluda, soldado! ― ¡Sí, señor! ¡Buenos días, señor! ―Soldado, sus compañeros están dentro de un avión con rumbo a Pakistán, y no puedo facilitarle ningún tipo de información adicional, lo siento. Asuntos clasificados.
― ¡Sí señor! Gracias señor. ―No hay de qué, pero dame las gracias cuando vuelvas de tu nuevo destino. Carlos no supo qué decir. El típico <<sí señor>> no salió de su boca.
― ¡Soldado! ¡Firme! Este documento es para ti. Te reunirás con tu amigo… ¿cómo se llamaba?... ah, sí. Miguel García. Sobre todo, vuestra misión será sobrevivir. Suerte, soldado. Carlos estaba eufórico, saltaba mentalmente de alegría. Al mandarle a Iraq, le subirán el sueldo, y además estará acompañando a su amigo en las misiones. No se podía pedir más. La duración del vuelo fue de 5 horas, interminables para Carlos. Necesitaba ver a su amigo. Lo único que sabía sobre Miguel es que estaba vivo, y que le encontraría al llegar a Iraq, en la base del norte del país. El avión aterrizó. Le montaron en un Mercedes para pasar desapercibido y le llevaron al campamento. Se bajó del coche y un sargento lo metió dentro del local.
―Bienvenido, soldado Carlos Salazar. Yo seré tu sargento durante casi todas las misiones en las que participarás. Por cierto, me llamo Aleix.
― ¿De dónde es usted, sargento? Preguntó Carlos. ―De Vizcaya, soldado, de Vizcaya. ― ¿Y usted, soldado? ―De Madrid, señor. -Dijo con un tono de miedo. ―Entonces no nos llevaremos muy bien… o quizá sí… la guerra junta corazones con un mismo ideal y separa mentes de distinto pensamiento. Sigamos. Te ayudaré a orientarte por la base. En su paseo por el complejo, Carlos apenas escuchaba las descripciones que el sargento Aleix le daba sobre las diferentes habitaciones. Sólo pensaba en ver a su amigo y nada más.
―Y aquí está el dormitorio común… -dijo el sargento. ―Señor, ¿puedo entrar para buscar a un conocido? ―Claro, soldado, como en tu casa… al fin y al cabo será tu casa durante bastante tiempo -dijo Aleix con un tono irónico. Nada más entrar, Carlos empezó a llamar a su amigo:
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―Miguel García… ¿Está aquí Miguel García? Nadie respondió. Todo el mundo tenía algo que hacer: ver fotos, escribir sus diarios, rezar por sus vidas y la de sus familias de España, ordenar la ropa…
― ¿Alguien de aquí se llama Miguel García? -Insistió. ― ¿No era ése el que pisó una mina la semana pasada? -Se escuchó una voz al fondo del dormitorio. ― ¿Qué dices? ¡Ese era Miguel Ángel Gutiérrez! -Respondió alguien de la sala. ― ¡Menos mal!, Carlos aliviado. Se dio cuenta de que la situación era peligrosa en cuanto al conflicto, en cuanto a la vida o la muerte. Casi al mismo tiempo cuando quiso salir de la habitación, Miguel entró por la puerta y se toparon cara a cara:
― ¡Carlos, tío! ¡Qué alegría verte, tronco! ¿Qué tal tu vida? ¿Mejorando? ― ¡Empieza tú, ya que seguro que tendrás algo que contar! -Dijo Carlos. Y así se pasaron las cuatro horas siguientes, contándose cosas que les pasaron por aquí y por allá. Miguel le estuvo contando que la semana pasada lo cogieron por sorpresa en una emboscada, al lado de Mosul, una ciudad del norte de Iraq, y que le dispararon por ambos lados del coche. También le dijo que eso no era gran cosa, ya que pisar minas que los enemigos enterraban por la noche en descampados era más probable que pasar por todo eso. Un ejemplo de ello era el difunto Miguel Ángel Gutiérrez que explotó literalmente la semana pasada. A media noche se presentó el sargento Aleix con un papel en la mano:
―Al soldado Carlos Salazar y Miguel García les toca trabajar hoy. Señores, pónganse las botas, el chaleco y demás y vénganse fuera al lado del Hummer por favor. Medio asustado, Carlos empezó a prepararse para su primera misión en Iraq, mientras Miguel actuaba como si nada hubiera pasado, con total normalidad y sin alterarse lo más mínimo. Salieron fuera en donde les esperaban dos desconocidos y el sargento.
―Preséntense, soldados. -dijo Aleix. ―Soldado Carlos Salazar, ¡a sus órdenes, señor! ―Soldado Miguel García, ¡señor! ―Bien. Hoy daréis un paseo: llevareis a estos dos V.I.P. del gobierno hasta la ciudad problemática de Mosul, la de la emboscada de la semana pasada, en este Hummer blindado. No os acerquéis demasiado a los vehículos aparcados en la carretera, porque siempre pueden ser coches bomba. Nadie los deja ahí con buena intención. Al estar en campos abiertos, acelerad hasta una velocidad considerable para evitar lo de las sorpresas de la semana pasada… y creo que eso es todo. Podéis iros.
― ¡Señor, sí señor! -gritaron los dos a la vez. Durante el camino estuvieron charlando sobre mujeres, dinero, y un montón de cosas más con las dos figuras importantes, objetivos de la misión. Al rato, apareció el silencio que siempre corta las conversaciones por falta de ideas. Poco a poco, el ambiente se fue calmando, los V.I.P. se durmieron, y los 2 soldados hacían su trabajo (yendo por la misma carretera de la semana pasada, la carretera de la emboscada, que era una recta de 5 kilómetros de largo y unos 10 metros de ancho) hasta que de repente se escuchó un silbido, y a los 3 segundos, un haz de luz tomó forma delante del coche.
― ¡Proyectil! -gritó Miguel. 25
― ¿Pero qué coño?... ¡Cuidado! Parece que Carlos vio otro objeto volando hacia ellos desde su izquierda e impactó en un coche aparcado en medio de la carretera, el cual quedó hecho pedazos.
― ¡Acelera! ¡Acelera! -decía Miguel sin parar y con pánico. Después del incidente, empezó a caer una lluvia de balas sobre el coche, lo cual tranquilizó un poco a los pasajeros, ya que el coche estaba preparado para tal situación. La noche acabó sin ninguna baja, gracias al vehículo bien preparado.
―Si no hubiera sido por el viento que modificó la trayectoria del proyectil… -dijo Carlos. ―Ya ves que sí… -respondió Miguel con voz baja. ― ¿Y ahora qué? Habrá que volver a la base, y ése es el único camino. Me refiero al camino que acabamos de recorrer.
―Yo opino que nos quedemos aquí hasta mañana. Seguro que no se atreverán a dispararnos cuando es de día, ya que nosotros también tenemos armas y a la luz del sol podemos verlos antes de que nos sorprendan.
―Bueno, con la charla que me has dado seguro que he aprendido más que un libro abierto. ―No exageres, hombre -dijo Miguel con un tono de superioridad. ― ¡Es coña tío, lo decía con ironía, no te emociones! Y empezaron a reír a carcajadas, como si no hubiera mañana. Al día siguiente llegaron a la base felices, con vida y sin ningún rasguño. Al juzgar por el coche, deberían haber muerto varias veces. Las ruedas del vehículo explotaron por culpa de los impactos de bala (menos mal que iban preparadas para poder seguir rodando hasta la base), las puertas y las ventanillas no tenían arreglo, de hecho, uno de los cristales blindados no aguantó la presión de la lluvia férrea y cedió, dejando la cabeza de uno de los funcionarios al descubierto. Al analizar el coche a fondo se dieron cuenta del milagro que acababan de vivir.
―La suerte existe… -dijo Carlos. ― ¡Y cuánto! -replicó Miguel. Se fueron directamente al comedor, después de asearse y cambiarse de ropa. Al rato, una señorita, hembra en toda regla, un poco canija pero de una belleza considerable, se les acercó y dijo:
― ¿Puedo sentarme a vuestro lado? Acabo de llegar a la base y aún no conozco a nadie. Por cierto, me llamo Karina.
―Hola, Karina. (Dijo Carlos), al cual Miguel siguió: ―¿Qué tal…? A Carlos le encantó Karina desde el primer día. Las dos semanas siguientes se hicieron muy buenos amigos. Pasaba mucho más tiempo con ella que con Miguel, su buen y fiel amigo, y eso que los habían puesto juntos a los tres en las misiones de transporte. Le hablaba de sus hazañas, de su vida, y no se cortó al hablarle de sus sentimientos. Karina se sintió igual de atraída por él, y colaboraba en las discusiones, describiéndose a sí misma, y el 8 de septiembre de 2001, en una sesión nocturna de simulacro, él la besó en la oscuridad. 9 de septiembre de 2001. La base estaba en alerta: uno de los soldados estuvo pasando información confidencial a los enemigos, poniendo en peligro todas las operaciones. Carlos inmediatamente pensó en el día de la emboscada. A lo mejor, si el soplón no hubiera existido, ese transporte hubiera sido como un pedido de pizza para él. ¡Qué escoria de personaje el soplón ese!
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―Si lo encuentro, ¡lo parto a puñetazos! ―Tranquilo, Carlos, no te precipites. Cabe la posibilidad de que todo sea un error, y que nadie hiciera nada.
―No lo creo, es demasiado obvio. Todo lo que pasó, el tipo que explotó pisando la mina, la emboscada… alguien tiene que ver con todo esto.
―Seguro que… Karina fue interrumpida por el sargento Aleix.
―Carlos Salazar, Karina Méndez, aunque alguien pase información desde la base, las misiones deben proseguir su curso. ¡Ya encontraremos a ese hijo de puta! No pasará desapercibido. Hoy me tenéis que llevar al centro del país. También os acompañará el soldado Miguel García, ya que siempre os asignamos las misiones a los tres juntos. Fue la misión más aburrida. Nadie habló ni una palabra. Sólo hubo silencio total. Pero de repente todo cambió bruscamente. Parece que pisaron una mina existente en el camino. El coche dio tres vueltas completas de campana y se quedó con tres ruedas, aunque aún se aguantó sin desmoronarse.
― ¿Qué ha pasado? ¿Qué pasa? ¿Qué…? ―Hemos volcado, señor. Parece que había una mina en el medio del camino. Karina, ¿estás bien? ―Sí, yo estoy bien. ¿Miguel? Miguel no hablaba. Tenía abierta la cabeza y sangraba. Se quedó inconsciente, y probablemente muerto.
― ¡Hay que despertarle! - Dijo Carlos. ― ¡Miguel! ¡Miguel! ¡Despierta! ¡Joder! Karina entró en pánico. ―Mmmmm… Por fin Miguel dio señales de vida. Intentó levantar su cabeza, que estaba apoyada en la puerta trasera izquierda, llena de sangre.
― ¿Qué ha pasado? Mientras Miguel preguntaba lo sucedido, un grupo numeroso de rebeldes se colocaron a unos veinte metros por el lado derecho del coche. Las balas no tardaron en acribillar la máquina que estaba casi completamente destrozada por el incidente.
― ¡FUERA YA! ¡POSICIÓN DE DEFENSA! -mandó Carlos. Sin ganas de esperar se bajó del coche, cogió el arma, le quitó el seguro, se la colgó del cuello mediante la correa táctica y se colocó bien el casco.
― ¡Karina! ¡Cúbreme! ¡Una granada serviría de mucho ahora mismo! ― ¡Entendido, jefe! Y tiró una granada por la trampilla que se situaba en el techo del Hummer. “BÚM”, se escuchó. Pareció que después de la explosión, los tiros se habían calmado, aunque no del todo. En el mismo momento, Carlos se levantó del suelo y empezó a vaciar el cargador hacia los que quedaban. Le sirvieron las 45 balas que tenía preparadas para terminar el ataque.
―Por lo menos hemos sobrevivido a esos cabrones. -dijo Karina. ―Vuestro trabajo sí que es duro, tengo que admitir. Os merecéis los salarios que os dan, y mucho más, soldados.
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Sin más que decir, el sargento Aleix se quedó callado hasta que llegaron los refuerzos y las ambulancias. Los agentes de sustitución apenas tuvieron tiempo de saludar al sargento.
― Tenéis que llevarme al centro del país. Tengo unos asuntos muy importantes, y me es imposible faltar a la reunión. ¡Vamos soldados! ¡Entrad en ese Mercedes con el que habéis venido y llevadme a donde os mande! Dos de los soldados ejecutaron lo que se les había mandado y prosiguieron la misión. En cuanto a Carlos y Karina, todo bien. Después de que le desinfectasen las pequeñas heridas a Carlos, Karina fue a ver en qué estado estaba Miguel. Al cabo de poco rato, Karina volvió del lugar en donde estaban las ambulancias para contarle a Carlos todo lo que averiguó sobre su amigo.
―Está… gravemente herido. No se sabe si sobrevivirá. ¡Qué dolor! Y empezó a llorar. Fue la primera vez que Karina lloró delante de Carlos. Él intentó consolarla para que se calmase, con abrazos cariñosos y besos en la frente. En el último momento, le dio un beso en la boca, para recordarle el cariño que le tenía y que no se preocupase. Las decisiones hacen que las vidas de las personas cambien de rumbo. Ya no quedaba nada que hacer por nuestro pobre Miguel. Los médicos que llegaron al lugar de los hechos cargaron el cuerpo de Miguel en una ambulancia, para que después se ocuparan de mandarlo a Madrid y de ahí sus familiares le hicieran los honores de enterrarlo, creyendo que ha muerto por una buena causa. ¡Y pensar que antes trabajaba en una oficina, alejado de la guerra! Carlos y Karina contemplaban el traslado de su difunto amigo mientras los refuerzos llegados removían el amasijo de hierros que antes se llamaba “coche”. Los forenses presentes limpiaban la zona de los restos de carne procedentes de los atacantes. Sin duda la granada que tiró Karina hizo gran efecto.
–...Oye... Yo voy a montar en la ambulancia con Miguel, ¿vale? Nos vemos en la base -dijo Carlos. --Iremos juntos, no quiero dejarte ir solo... Karina estaba un poco desconcertada sobre lo que pasó, si todo esto tenía sentido, sobre los conflictos, sobre la religión, sobre todo lo que provocaban las guerras: el odio, el egoísmo, la búsqueda de riquezas, los ideales sin razón. Se dio cuenta de que el incidente la afectó bastante en su forma de ver el mundo, en su manera de pensar. Iba con con los ojos abiertos todo el tiempo, como si estuviera en estado de shock. Mientras los dos iban acercándose a la ambulancia en donde Miguel estaba depositado, torció por última vez la cabeza para recordar aquel asunto como una simple imagen, y después de eso, dejó la mente en blanco. El conductor arrancó la ambulancia, con rumbo a la base. Dentro del vehículo estaban Karina junto a Carlos, y al otro lado estaba la camilla con los restos de Miguel ocultados por una manta blanca. --¡Que desastre! Mi único amigo, y va y se muere. --Tranquilo, Carlos, aún nos tenemos a nosotros. Sé que es difícil. --Y cuanto... y cuanto... Karina se dio cuenta de que Carlos estaba en el mismo estado que ella, confusión total. Ella lo consoló con un beso en la frente, y le dijo que no se preocupara, que todo iba a salir bien, que se irían a casa cuando cumpliera el contrato y empezarían una nueva vida formando una familia. Carlos le acarició la cara y se acercó a sus labios, quería agradecerle el cariño que le tenía, pero sus instintos no le dejaron terminar con lo que quería hacer, porque de repente escuchó un coche a todo gas acercándose cada vez más a la parte trasera de la ambulancia, y otro vehículo por el lado del conductor haciendo lo mismo. Karina y Carlos pudieron oír la voz del piloto pidiendo clemencia sin ningún resultado, ya que la bala destinada para su cabeza no tardó en aparecer. Se pudo percibir cuando alguien subió a la ambulancia en plena marcha, cuando abrió la puerta y cuando empujó el
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cadáver del chófer. Rápidamente cogió el volante y buscó los botones que apagaban las sirenas para así poder pasar inadvertido por la carretera, mientras se ponía cómodo en el asiento del conductor. Karina le dijo susurrando a Carlos al oído: --Aquí hay un problema. ¿Tienes alguna idea de lo que ha pasado? --Lo siento, pero no me puedo imaginar nada ahora mismo... sólo quiero dormir, me siento muy mal. --¡Ni se te ocurra dormirte ahora mismo, que tengo miedo! ¡Carlos! Sin querer pasó de los susurros a gritar el nombre de su amado por culpa del miedo que la situación le incitaba. El ahora nuevo chófer de la ambulancia se dio cuenta de que alguien estaba montado en la parte de atrás del furgón, así que se dispuso a abrir la pequeña trampilla metálica que cubría la minúscula ventanita que daba al compartimento. Al mismo tiempo, Karina escuchó el sonido típico de las trampillas de aluminio y se dio cuenta de la situación: ocurrió que los terroristas secuestraron la ambulancia porque creían que ahí estaba el sargento Aleix gravemente herido, que lo que querían era llevarse al sargento para después pedir un gran rescate. Sin esperar a que el terrorista abriera la totalidad del portillo, en cuestión de centésimas de segundo empujó a Carlos por la puerta trasera y le dijo que buscara ayuda. Carlos, sin enterarse de nada de lo que pasó por culpa de la brevedad y velocidad del asunto, se cayó sin más en el parabrisas del coche de terroristas que iba detrás del furgón. El que conducía dicho coche se asustó tanto que tiró del volante hacia la izquierda y obligó al vehículo a que empezara a dar vueltas de campana. Carlos, por culpa de la fuerza de la gravedad se deslizó a la derecha del coche, evitando así quedar atrapado en el accidente. Carlos no le prestó ninguna atención a lo que le acababa de pasar, ya que sabía lo que debía hacer: buscar ayuda. Obviamente los terroristas que iban en el coche implicado en el siniestro murieron en el acto, justamente cuando después de dar seis vueltas chocaron contra un edificio situado a pocos metros de la carretera. Después de caminar apenas media hora, llegó al punto de donde habían sido extraídos, el lugar del primer atentado de ese día, en el que aún se podían ver restos del Hummer destrozado. --¡Señor Carlos! ¡Señor Carlos! Venga aquí rápidamente! El primer soldado que lo vio venir se le acercó corriendo, dándole una noticia de última hora. --¿Qué ha pasado? ¿Qué pasa? Carlos se quedó pensando... no entendía qué podía ser más importante que su causa y lo que acababa de pasar. --Mire la tele, señor, están retransmitiendo en directo. Lo que la televisión proyectaba eran imágenes de una chica metida en una cueva,cuyo cuerpo bello vestía el uniforme militar típico de los soldados españoles, tenía los ojos vendados y las manos atadas, y al lado suya estaban dos tipos con máscaras pidiendo un rescate urgente. Al rato, la pobre chica tuvo fuerzas de gritar una única palabra, un nombre, el nombre de Carlos, con el mismo tono y timbre de voz que Karina, lo que podía significar sólo una cosa obvia. Carlos se desmoronó al darse cuenta de que su amada estaba secuestrada por los enemigos. “¡Pero si no ha pasado ni media hora! ¿Cómo han podido grabarlo todo tan rápido? ¿Y la cueva? Seguro que están cerca de aquí, no pudieron ir muy lejos, los cabrones.” -pensó Carlos. Y estaba ahí sin poder moverse, sabiendo que su amiga moriría, impotente, sin nada que hacer... vio que Karina estaba en peligro, que no habría escapatoria y que ningún pacto podría solucionar el conflicto… el remordimiento le consumía por dentro. Al saber que el coche estaba hecho pedazos por el anterior atentado, rompió la ventanilla del hallado en la mitad de la carretera, un modelo viejo pintado de blanco que apenas arrancaba… coche práctico para una bomba. Con la rapidez con la que un guepardo atrapa a sus presas, Carlos saltó dentro del Citröen por el hueco de la ventanilla rota y rompió de un movimiento la parte plástica del salpicadero para llegar a
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los cables. Los empalmó como le enseñaron en la instrucción y arrancó con la mayor energía posible, como una osa cuyo instinto es al ver indefensas a sus crías el saltar a defenderlos con todas sus fuerzas. Iba sin rumbo y de modo aleatorio, llorando porque estaba desesperado. Por fin encontró el amor verdadero, lo que nunca tuvo, y por culpa de una estúpida guerra su vida ya no tenía razón para existir. Lloraba y lloraba, y no podía parar, no se sentía con fuerzas como para acabar con el sufrimiento que experimentaba, un sufrimiento tan hondo. Circuló por las carreteras del desierto con el pedal pisado hasta el fondo, sin esperanza alguna de encontrar el paradero de esos malditos bastardos. Las lágrimas le empañaron la visión y los nervios controlaron sus movimientos, hasta que vio una luz viniendo en sentido contrario. Si no hubiera sido por ese coche que pasaba por ahí, no se habría despertado de su embriaguez emocional y no habría escuchado el tic-tac que se oía desde el maletero. Sin pensar abrió la puerta del copiloto y saltó del coche a toda prisa, mientras el Citröen iba a su rumbo aleatorio e invadía el sentido contrario, no pudiendo evitar la colisión espectacular con el coche que indirectamente le acababa de salvar la vida. Unos instantes después vino la explosión de la bomba de reloj escondida en el maletero del viejo montón de chatarra. 11 de septiembre de 2001. Las torres gemelas acaban de ser derribadas por fuerzas terroristas. En la base, todo el mundo está muy motivado en razón de ir a matar a cualquier habitante de Iraq. Carlos sigue callado. Ayer le dieron la noticia de que encontraron a Karina muerta a 5 kilómetros de donde él tuvo el accidente. Le dijeron que le darán un pase de tres meses para que vaya a Madrid a descansar y despejarse. Carlos aún no sabe qué hará después de vivir tan trágico romance, el único verdadero en su vida. No puede determinar si la decisión de alistarse al final fue una buena decisión, ya que conoció al amor de su vida, o una mala decisión, al perderlo todo de la noche a la mañana.
Adelin Mihai Cucicea - 2º Bach A 30
Un solo de clarinete Ramón vivía en un edificio que antaño fue alto pero que se había quedado enano frente a las enormes torres construidas a su alrededor, vivía en el centro de Madrid. Pronto llegarían las vacaciones y Ramón iría a pasar el verano a casa de sus abuelos, donde también vivía su tío que sólo era un año mayor que él. Vivían en Ribadesella, Asturias. El uno de Junio saldrían y el tres llegarían, el camino sería largo así que Ramón llevó todos sus cómics favoritos; salieron muy temprano, a las seis de la mañana, y a las nueve de la noche decidieron quedarse en un hotel; otra vez salieron muy temprano, para llegar a la fecha prevista. Ramón tenía muchas ganas de llegar, por la tarde casi habían llegado a Asturias, y después de un largo camino llegaron a Ribadesella, justo el día tres de Junio. Era una mañana soleada de domingo, y Ramón corrió a abrazar a sus abuelos, hacía mucho tiempo que no los veía, corrió hacia donde estaba su maleta y sacó un clarinete, su abuelo se quedó muy sorprendido ya que él era un gran aficionado a tocar el clarinete, igual que su abuelo. Pasaron unos meses y Ramón ya sabía tocar muchas canciones. Un día se llevó su clarinete al río para enseñarles a sus amigos una canción, pero cuando se iba a sentar, tropezó y se le cayó el clarinete al río; fue corriendo a la casa de sus abuelo y Manolo, su abuelo, cogió la lancha para intentar rescatarlo, pero el río era muy caudaloso y no pudo cogerlo. Ramón estuvo un mes muy triste y cuando llegaron a Madrid se encontraron en la puerta un paquete que ponía: Para Ramón de tus abuelos, lo abrió y era un clarinete igual a que perdió.
María José Navarro García - 1º ESO-A
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La pócima maldita
Érase una vez un científico chiflado que se pasaba la vida haciendo experimentos, ya sean buenos o malos. Cierta tarde, iba hacia el laboratorio para examinar todas sus pócimas. Inesperadamente, una de ellas se precipitó hacia el suelo y él no se dio cuenta.
Un hombre que pasaba por allí, la vio, y sin poder resistirse, tomó un poco de esa pócima. La dicha pócima, tenia el poder de volver a las personas, animales o cosas, gigantes.
El ingenuo hombre, se volvió gigante, y asustado al ver que la gente se hacía cada vez más y más pequeña, empezó a andar llevándose por delante todo lo que veía, ya fueran edificios o personas.
El científico, que no tardó mucho tiempo en enterarse, corrió para hacer una pócima para que volviera a ser normal. Cuando la terminó se apresuró hacia la ciudad donde se encontraba el hombre.
Primero, le tuvo que tranquilizar y explicárselo todo, y después le dio la pócima y se la tomó. Todo volvió a ser como antes,.como tenía que ser. Y los daños causados en la ciudad, los pagó el científico, por supuesto.
Carmen Oviedo Jiménez - 1º ESO A
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Secuestro Me desperté sobresaltada en mitad de la noche como tantas veces me había ocurrido. Había pasado todas las noches en vela desde mi vuelta a casa. Tenía debajo de mis ojos unas profundas y oscuras ojeras debido a las imágenes perturbadoras que aparecían en mi mente cada vez que cerraba los ojos. Mi vida ya no era normal , nunca lo sería, porque lo que había ocurrido hace tres meses marcó mi vida para siempre, estaría en mi corazón y me causaría dolor. Las noches que estuve despierta recapacité sobre si podría haber hecho algo para evitarlo. Hace tres meses, en una calurosa tarde de final de verano, mi amiga Clara y yo fuimos a dar un paseo . Mientras Clara me esperaba sentada en el borde de la acera , yo fui a comprar unos helados . A la vuelta vi que un hombre intentaba meter a mi amiga en un coche, ella gritaba desesperada, y yo sin pensármelo dos veces, me tiré encima de aquel individuo para intentar ayudar a Clara. Pero esto no dio resultado y acabamos las dos dentro del coche . Recuerdo que me pusieron un trapo en la boca , desde ese momento no me acuerdo de nada más hasta que abrí los ojos en una oscura y húmeda habitación. Cuando conseguí adaptarme a la oscuridad pude ver a Clara a mi lado, la zarandeé y ella abrió bruscamente los ojos. Nos dimos cuenta de lo que estaba pasando y empezamos a razonar sobre porqué nos habían secuestrado a nosotras, mejor dicho, a ella si yo no hubiera intervenido. Llegamos a la conclusión de que nos habían secuestrado porque Clara era la hija del importante juez que había mandado a la cárcel a unos poderosos miembros de una banda terrorista . En la parte superior de la habitación había una pequeña ventana, así que Clara se subió a mi espalda e intentó mirar. Lo único que vio fue plantas y árboles aunque no podíamos estar muy seguras porque mis piernas se zarandearon y caímos al suelo. Por suerte no nos hicimos nada. No sé cuanto tiempo pasó hasta que una mujer de tez morena, ojos verdes y bastante alta vino a traernos comida. Cuando la dejó a nuestro lado nos dedicó una sonrisa cariñosa como si se compadeciera de nosotras, no hizo nada más, se fue. No probamos la comida por miedo a que estuviera envenenada o tuviera algo. Pasamos varios días sin comer nada pero ya no podíamos más, y aprovechamos que la señora nos trajo la comida, para abalanzarnos sobre ella. La mujer se rió, por primera vez nos dirigió la palabra. Nos preguntó sobre nosotras, nuestros nombres, edades, aficiones y otras cosas más y a pesar de la desconfianza, la contestamos. Cuando se fue, Clara y yo hablamos de ella, y pensamos que sólo nos quería utilizar para después matarnos. Comenzamos a hablar sobre cómo escapar pero no teníamos ninguna idea, no se nos ocurría nada y además no sabíamos cómo era el lugar donde nos encontrábamos. En ese preciso momento llegó la señora y no sé si escucharía algo, pero miró a Clara y comenzó a llorar. La consolamos y cuando se tranquilizó le preguntamos porqué había llorado y nos dijo que Clara le recordaba a su hija muerta .
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Le preguntamos por su familia y nos contó que habían sido asesinados por las personas que nos tenían como rehenes y que a ella no la habían matado para tenerla de sirvienta. Ella nos habló sobre lo mal que lo estaba pasado con nuestros raptores, cómo venían constantemente gente secuestrada aunque casi nunca les hacían daño . Clara que era muy lista le hizo sentir mal, le dijo que a su hija no le gustaría que estuviera aquí ayudando a esa gente y que a lo mejor ella se le parecía tanto porque tenía que ayudarla a abrir los ojos. Bueno no sé bien como lo hizo para convencerla pero al día siguiente trazó un plan para ayudarnos a salir . También nos dijo su nombre, se llamaba Nadia. Por la noche ella vendría a recogernos, nos liberaría y escaparíamos. Y así fue. Esa noche vino a por nosotras nos trajo ropa de abrigo para las dos, porque estábamos en una montaña e iba a hacer mucho frío. Cuando salimos de la habitación tuvimos que pasar al lado de un hombre, que llevaba un arma en la mano, lo que nos puso a todas muy tensas. Clara le dio un golpe a una estatua que cayó y despertó al hombre violentamente. Él dio un grito y luego empezó a disparar como un loco. Una de las balas alcanzó a Clara en la barriga. Cayó al suelo retorciéndose de dolor y gimoteando. Yo la miraba petrificada, no me podía mover. A mis espaldas escuchaba voces de gente alarmada, supuse que ya estarían todos despiertos, y en ese momento desperté de mi ensoñación . Entre Nadia y yo la cogimos y empezamos la huida. Cuando salimos de la casa Nadia se echó a Clara a sus espaldas y me dijo que corriera todo lo que pudiese. Yo le hice caso. Corrí todo lo que pude, y justo antes de entrar al bosque vi como las mataban a las dos, como sus cuerpos ya sin vida caían al suelo . Ya nunca la vería .Siempre echaría de menos su risa ,sus tonterías, la forma de animarme...ya nunca estaría. Y esa mujer, Nadia que nos había intentado ayudar, que había sufrido tanto, al menos estaría con su familia. Pensé en todo esto mientras corría montaña abajo, mientras esquivaba las ramas que venían hacia mi y mientras llegaba a un pequeño pueblo, donde me ayudaron. Nadie sabe lo duro que fue para mi el entierro de mi mejor amiga, porque ella me prometió que las dos saldríamos vivas y que siempre estaríamos juntas y sin embargo todo fue diferente. A lo mejor estaría aquí a mi lado si yo hubiera ayudado a Nadia a cargar con ella , si hubiéramos ido a comprar los helados juntas, si no hubiera sido tan cobarde, a lo mejor ella todavía estaría aquí. He pasado otra noche en vela, tengo que ir al psiquiatra, aunque todo me da igual, sigo yendo cada día a visitar la tumba de mi amiga, ella que me ayudó a vivir, la que siempre estará en mi corazón.
Ana Belén Parra Serrano - 2º ESO A
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Harry, el perrito valiente Érase una vez un perrito llamado Harry. Era blanco, con manchas marrones y los ojos verdes. Nació el veinte de agosto de 2007. Estaba en un campo con sus dueños y su madre, cuando de pronto ésta se marchó dejándolos solos a Harry y a sus pequeños hermanitos. Sus dueños no sabían qué hacer con ellos y decidieron sacrificarlos o darlos a la perrera, donde también terminarían sacrificados. Pero un vecino los escuchó y colgó una foto de los perritos y un anuncio, por si alguien quisiese quedarse con ellos y cuidarlos. El vecino habló con los dueños de los perritos para que supieran lo que estaba haciendo y que no los dieran a la perrera ni los sacrificaran. Pasaron los días y los días, pero nadie llamaba para recoger un cachorro, así que el vecino y sus dueños decidieron volver a poner el anuncio cuando Harry empezó a ladrar. Todos esperaban que fuera alguien para recoger a los perros, pero se dieron cuenta de que era un ladrón que solo quería fastidiar. Éste ató a las tres personas en el tronco de un árbol y a los perritos en el hierro de una puerta. Pero Harry fue muy listo y se escapó de allí para buscar ayuda y evitar la muerte de todos los que lo querían y lo cuidaban. Harry llegó hasta el pueblecito que había en la cima del monte de enfrente, donde casualmente encontró un coche patrulla, al que llevó hasta el campo, donde estaban sus hermanitos, sus dueños y su vecino. Cuando la policía llegó allí, detuvo al ladrón y llamó a unos amigos suyos que eran cazadores para que se quedaran con los perritos y sus dueños decidieron quedarse únicamente con Harry, ya que les había salvado la vida y, que de no ser por él no podrían contarlo.
Ana Ramírez Ruiz - 2º ESO-A
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La mentira duele En un fantástico bosque vivían muchos animales: la señora hiena, la liebre mentirosa, el pájaro simpático, la mosca inteligente… El rey del bosque quería hacer una gran fiesta en su palacio y todos los animales del bosque tenían que hacer dulces, pasteles, piñatas... La liebre como era “súper” “mega” “híper” y más mentirosa que ninguno dijo: -“Voy a hacer un pastel con una fruta que es de otro planeta”. Los demás animales estaban muy cansados de escuchar una y mil mentiras de la liebre y decidieron castigarla con una idea que se le ocurrió a la mosca inteligente: -“Esta noche, señora hiena, vas a ir a hacer caca a la puerta del palacio”. Y así fue, a la mañana siguiente cuando el gato que limpiaba el palacio, descubrió el pastel fue corriendo a decírselo al rey. -“Querido rey, en la puerta hay un pastel de cacaa……” Y el rey muy contento, pensó y dijo en voz alta: de caramelo. El gato contestó: -“No, no, no…. Será mejor que usted lo vea”. Cuando el rey vio que el pastel era de caca, se enfadó tanto, tanto, tantísimo que mandó a llamar a todos los animales del bosque para que la mosca que tenia un olfato buenísimo descubriera de quién era la caca. La mosca dijo: -“Señor rey, definitivamente la caca es de la liebre”. La liebre pataleaba y gritaba enfadada porque la caca no era de ella pero así se dio cuenta de que las mentiras dolían y, jamás volvió a mentir.
Marina Recio Ramírez- 1º ESO-A
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La maldición Hubo una vez, en un país llamado Torrent un castillo en el cual había un rey al que mataron y su alma sigue por esos reinos intentando castigar al que le dio su muerte. El rey se llamaba Francisco y su mujer Luisa, eran muy felices y tuvieron una hija llamada, Isabela. Cuando Isabela se hizo mayor, era bella, con un pelo muy largo, rubio, de ojos azules y muy buena persona. Todos los hombres de ese país estaban enamorados de ella, pero ella no se quería casar, hasta que encontró a su alma gemela, un campesino que habitaba cerca del castillo, y se enamoraron mutuamente. A partir de ahí, fueron amigos, pero un hombre, el que más quería a Isabela, quiso matarlo. El día de la boda fue todo muy bien hasta que apareció el hombre malvado e intentó matarlo pero el rey se interpuso y el asesinado fue él. Desde entonces el rey Francisco busca sin compasión al hombre que le quitó la vida, para castigarlo y hacerle pagar por lo que hizo. Los años pasaron, e Isabela y su madre murieron marchitadas como una flor, poco a poco, con la tristeza de la muerte de su querido padre. Hoy en día se sigue escuchando el susurro de una voz lejana en el castillo, incluso la gente del pueblo ha visto la silueta de el rey Francisco vagar por los jardines y pasillos del palacio.
Irene Robles Doncel - 1º ESO-A
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El azar nos puede atrapar Jesús encontró la primera foto un domingo del mes de julio, poco antes del mediodía. Estaba tirada en el suelo, frente al edificio del Ayuntamiento, y la vio por casualidad. Al agacharse a recoger aquel pequeño papel rectangular, comprobó que se trataba de una foto tamaño carné. Y fue entonces, cuando percibió un estremecimiento interior que aceleró los latidos de su corazón. Se sintió como si de repente lo trasladaran a otro lugar donde la realidad se borraba y desaparecían las personas que caminaban a su alrededor, como si solo existiera la cartulina que concentraba su mirada. Tenía su imagen sobre la palma de la mano. La foto solo reproducía la cabeza y una parte mínima del torso de la mujer retratada. Pero a Jesús le daba igual, no necesitaba ver más para sentirse fascinado contemplando ese rostro. ¿Cómo olvidar la intensidad con la que lo miraban aquellos ojos? Entró en una cafetería próxima y se sentó en una de las mesas libres, todavía impresionado por lo que acababa de experimentar. Pidió un café con leche y cuando el camarero se alejó, abrió la palma de la mano, contempló la foto de nuevo y se quedó admirado ante la belleza que le sonreía. La sonrisa estaba en los ojos, en aquellos ojos grandes y vivos, del color de la miel; había en ellos una especie de brillo irónico, que era lo que transmitía la sensación de que aquella mujer estaba sonriendo. Eran esos ojos lo que más le atraía a Jesús, aunque el óvalo de la cara, enmarcado por el pelo castaño a la altura del cuello en una media melena recta, también le parecía perfecto. Después de pasar bastantes minutos contemplándola mientras el café se enfriaba, Jesús, se dio cuenta de que la foto tenía un nombre escrito por detrás: Elena. Pero no había nada más: ni los apellidos, ni un teléfono, ni una dirección. Tan solo el nombre, Elena; porque este nombre era una rotunda confirmación de su existencia, de que no estaba contemplando una imagen distante e inalcanzable. Aquella mujer era real y próxima, era alguien que había perdido la foto que él había tenido la suerte de encontrar. Y eso quería decir que, en aquel mismo momento, ella estaría en algún lugar de la ciudad, paseando, leyendo, desayunando, soñando... Era real, tan real como él. Y, por lo tanto, existía también la posibilidad de encontrarla, de conocerla y si todo iba bien, de iniciar con ella una relación. Aquel pensamiento se le presentó con tanta claridad que, por unos instantes, se sintió mareado, como si la cabeza le diera vueltas y perdiera la noción de donde estaba. Cuando reaccionó, ya había tomado una decisión: encontraría a aquella Elena que acababa de irrumpir en su vida de manera tan extraordinaria. No podía ser tan difícil, Vélez-Málaga tampoco era una ciudad tan grande. La encontraría y le devolvería la foto, y le contaría después los rodeos que había tenido que dar hasta encontrarla; eso sería, seguro, un pretexto excelente para comenzar su relación. Una relación que solo podría ir bien, cada día mejor, porque algo le decía a Jesús, que todo aquello no podía ser fruto de la casualidad. De sobra sabía que la vida de las personas está hecha de azares que pueden cambiar nuestra existencia en un momento. Pues bien, allí tenía él el golpe de azar que, quizá sin saberlo, llevaba meses esperando. Su soledad, que duraba ya más tiempo del que hubiese deseado, estaba a punto de acabar. En cierto modo, ya había terminado, porque la aparición de la foto era, sin duda, el primer paso, el prólogo de una relación que imaginaba repleta de alegrías. Ya más calmado, convencido de que tomaba la decisión correcta, comenzó a pensar en una estrategia para buscarla. Había encontrado la foto en la acera, cerca de las dependencias del ayuntamiento, un dato que lo ponía tras una pista segura, tal vez fuera una empleada del mismo. Fue entonces, cuando se acordó de Manuel, uno de sus mejores amigos en los años del instituto. Sabía que trabajaba de informático en el departamento de estadística del ayuntamiento. Seguro, que él podía hacer la gestión que se le acababa de ocurrir. Por suerte, conservaba su teléfono en la agenda. Lo llamó inmediatamente. Tras los inevitables saludos y lugares comunes, pues hacía tiempo que no se veían, Jesús, pasó a explicarle el motivo de su llamada: —Verás, es que hay una chica que se ha colocado hace unos días en el Ayuntamiento. Necesito saber cómo localizarla: un teléfono, su dirección, el correo electrónico, me da igual. Pero solo sé que se llama Elena. —Como su amigo no decía nada, seguramente sorprendido ante una petición tan insólita, añadió—: Seguro que tú tienes acceso a las bases de datos del ayuntamiento, te será muy fácil saber cuántas “Elenas” se han matriculado estos días. Tienen que ser pocas, no es un nombre muy común.
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Al principio, su amigo Manuel opuso una débil resistencia. Que si la confidencialidad de los datos personales, que si las dificultades para acceder a los listados actualizados... Jesús, empleó toda su labia, y no le hizo falta insistir mucho para convencerlo. Quedaron en que se verían por la tarde en la cafetería Dalí, y así de paso tomaban unas cervezas para celebrar el reencuentro. A las ocho, Jesús ya estaba sentado en una de las mesas de la terraza del Dalí, que a aquella hora aún no se había llenado de gente. Su amigo no tardó nada en llegar. El tiempo y el trabajo los habían distanciado sin que ellos lo desearan, así que los dos se sentían alegres con aquel reencuentro. Se saludaron con efusividad, recordaron viejas anécdotas de los años en el instituto, hablaron de sus respectivos trabajos... Jesús estaba ansioso por conocer la información que Manuel le traía, así que, a la primera ocasión, le pidió que se la mostrase.
—Aquí tienes a tus Elenas. —Manuel le entregó unos folios doblados que sacó del bolsillo—. He mirado en todos los departamentos, desde el primero hasta el último. Creo que salen doce “Elenas”. Nada más verse con las hojas en su poder, Jesús esperó impaciente el momento de acabar la reunión. A eso de las nueve, pretextó que tenía una cita algo más tarde, a la que no podía faltar. Manuel no puso objeción a marcharse, también él tenía que ocuparse aún de algunos asuntos. Se despidieron con vagas promesas de volver a encontrarse y luego cada uno se fue por su lado. Ya en su casa, Daniel examinó la lista. Doce personas en total, tampoco eran tantas. Como Manuel solo le había facilitado las direcciones, elaboró un nuevo listado con los nombres agrupándolos por la proximidad de sus domicilios, y después diseñó cuatro itinerarios que recogían todas las calles que aparecían en la lista. Al día siguiente, se vistió con una ropa más formal, buscó la cartera de cuero que había heredado de su padre y se lanzó a recorrer el primer itinerario. Su intención inicial había sido la de adoptar el papel de vendedor, pero pronto la descartó; sabía que la gente no los veía con buenos ojos y solía cerrarles la puerta en las narices. Al final, decidió hacerse pasar por empleado de una empresa de sondeos que elaboraba un estudio sobre el uso de la informática. La noche anterior había preparado en el ordenador unos folletos con unas preguntas generales que le servirían de cortina de humo para sus verdaderos propósitos, así como unas tarjetas de una imaginaria “empresa consultora “, que imprimió en una cartulina de color crema. La primera de la lista era Elena González Pérez. Vivía en la calle Venezuela, en un edificio que debía de tener más de treinta años. El portal era amplio, con las paredes recubiertas con láminas de madera oscura, y estaba decorado con grandes fotos de la ciudad en blanco y negro. El ascensor, estrecho y ruidoso, lo llevó hasta el quinto piso. Se sentía como si estuviera representando una escena que ya había visto un montón de veces en la pantalla. En las películas nunca se acertaba a la primera, pero Jesús sabía que la vida real no tenía por qué ser como la reflejada en el cine. Quizá allí, detrás de la primera puerta, se encontraba la mujer que había cautivado su corazón. Le abrió una señora mayor, tan gorda que debía de tener dificultades para entrar en las habitaciones, a no ser que en aquella casa las puertas fueran de un ancho especial. Lo miraba con desconfianza, ocupando todo el espacio que dejaba la puerta entreabierta. -Buenos días, me gustaría hablar con Elena —saludó Jesús, procurando aparentar un aire profesional.
—Elena soy yo —contestó la mujer, con un tono seco. —Verá, yo con quien deseo hablar es con Elena González —insistió. Aquella señora tenía que ser algún familiar, quizá se trataba de la madre de la chica.
—Es mi hija —contestó la mujer. Después, añadió recelosa—: ¿Y qué es lo que quiere? —Estoy haciendo una encuesta promovida por la Universidad de Málaga. Desean conocer los hábitos de consumo informático del alumnado universitario. Ya sabe: Internet, correo electrónico, chats...
—¿Una encuesta? También decía lo mismo otro hombre que pasó por aquí la semana pasada. Y lo que quería con tanta encuesta era vendernos una enciclopedia que costaba un ojo de la cara. ¿No vendrá usted con la misma historia?
—Yo no vendo nada, señora. ¿Acaso tengo yo pinta de vendedor de enciclopedias? Ya le he dicho que estoy realizando una encuesta y que necesito hacerle unas preguntas a su hija.
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La mujer, tras mirarlo de arriba abajo, le pidió que esperase y cerró la puerta. Cuando se volvió a abrir, ante Jesús apareció una chica joven, con el pelo recogido en una coleta. Llevaba una camiseta rosa de tirantes y un pantalón vaquero ya muy gastado. Le pareció un dato que lo ponía tras una pista segura. Elena seguramente era una estudiante de los últimos años, su rostro indicaba que ya había dejado atrás la adolescencia. Al ir a matricularse, lo más probable era que se le hubiese caído una de las fotos necesarias para hacerlo, la misma que el azar había encaminado hasta sus manos. Atractiva, sí, pero nada tenía que ver con la persona que él estaba buscando. Aunque no pudo evitar la desilusión, Jesús utilizó la estrategia que había ideado para un caso así. Tras preguntarle por los estudios que realizaba, le hizo una batería de preguntas tan comunes como fácilmente olvidables. La chica tenía muchas más ganas de hablar que él, así que se limitó a escucharla y a hacer como que anotaba las respuestas a sus comentarios. Diez minutos después, estaba otra vez en la calle. Tachó el primer nombre de la lista y se dispuso a continuar su búsqueda. Aquel día no tuvo suerte en ninguna de sus visitas. Algunas de las chicas se mostraban maleducadas con él; otras, antipáticas; la mayoría, indiferentes. Y lo que era peor: ninguna de las “Elenas” que fue conociendo se parecían en nada a la de la foto. Había tres que estaban ausentes de su domicilio; por un tiempo, le hicieron albergar alguna esperanza, pero pronto quedaron también descartadas: una de ellas llevaba dos semanas de vacaciones en Marruecos; otra estaba pasando el verano en Canarias; la tercera había ingresado en el hospital hacía varios días por un problema de apendicitis. Ninguna de ellas podía ser la mujer que había perdido las fotos delante del ayuntamiento. La búsqueda que había iniciado con tanta ilusión ya no daba más de sí. Le costó tres días superar la depresión que lo tuvo encerrado en su domicilio, contemplando una y otra vez las fotos de aquella mujer que ya sentía tan próxima a él como si la conociera desde siempre. Finalmente, decidió que nada se arreglaba recluyéndose en casa, que la única solución pasaba por buscarla en el laberinto de la ciudad: en las calles, en los parques, en las cafeterías, en los comercios, en los cines... ¿Quién sabía si las fotos no eran su hilo de unión? Si el azar las había puesto a su alcance, nada le impedía pensar que podría cruzarse con aquella mujer en cualquier momento… El día que reanudó su búsqueda por la ciudad tropezó con una segunda foto. Fue a media tarde, en el espigón del puerto de La Caleta de Vélez. Se había acercado hasta allí cansado de tanto caminar; deseaba sentir la brisa del mar en la cara y contemplar el batir insistente de las olas, que aquel día eran más grandes de lo habitual. Cuando se sentó a descansar en un bloque de granito, se fijó en lo que quizá solo él podía ver: a sus pies, mezclado en el suelo con tierra y restos de césped seco, había un trozo de cartulina que cogió con una súbita emoción. Al darle la vuelta, sintió un fugaz vértigo. Sí, allí estaba otra vez la imagen de Elena, allí estaba una segunda foto que debía de llevar tirada ya varios días, pues aparecía manchada y muy descolorida por el sol. Pero era ella, sin duda, y por detrás también figuraba el nombre, aunque se encontraba tan sucia que apenas se distinguían ya las letras. ¡Aquella era la señal definitiva, no podía tratarse de otra cosa! Era la confirmación de su futuro, el azar no puede ser tan persistente. Aquella mujer y él estaban destinados a encontrarse, ahora tenía una seguridad absoluta. Aunque fuera una persona entre trescientas mil, encontrarla no sería imposible. Solo había que recorrer las calles una y otra vez, no detenerse hasta tropezar con la mujer que su corazón ya había elegido para siempre. Y así, un día tras otro, Jesús recorrió incansable las calles de la ciudad, observando con ilusión y esperanza a cada una de las mujeres con las que se cruzaba. A veces había alguna que se parecía mucho a la Elena de sus sueños, y cuando la descubría en la distancia, todo se alborotaba en su interior; pero luego pasaba a su lado y la desilusión lo cubría como una negra nube de tristeza. Únicamente se dio por vencido cuando ya había empleado más de un mes en aquella búsqueda obsesiva. El quince de agosto, contemplando las calles de la ciudad vacías por el día festivo, decidió que había llegado el momento de aceptar la realidad, el momento de reconocer que el azar también puede ser cruel y arrebatarnos ese hilo de ilusión con el que, a veces, intentamos mantener encendida la luz de nuestra vida… Antes de subir al autobús, Elena tiró en el andén la última foto. Nadie más que ella se fijó en aquel rectángulo de cartulina perdido en el cemento, cubierto enseguida por una primera pisada que apagó su brillo inicial. A aquella pisada le sucederían otras más, pues el tren estaba a punto de salir y era mucha la gente que iba y venía por la estación. Allí se quedaba su último retrato; quizá alguien reparase en él dentro de algunas horas, o varios días más tarde. O, tal vez, no lo encontrara nunca nadie y acabara mezclado con todas las basuras que un empleado recogería al día siguiente y que, una vez compactadas con otros residuos, arderían en la incineradora más próxima. Preferiría que
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acabase en manos de alguien, claro que sí, pero tampoco le desagradaba imaginarla convertida en un poco de ceniza y de humo. De cualquier manera, el rito ya estaba cumplido. Desde que la lotería primitiva había sido especialmente generosa con ella y le había permitido abandonar para siempre el trabajo rutinario de la oficina, Elena gastaba buena parte de su tiempo en viajar, pues siempre había sido su mayor ilusión. Le gustaba hacerlo sola, fuera de los circuitos turísticos que había frecuentado al principio y que solo le mostraban lugares tópicos y sin alma. Solía quedarse durante una o dos semanas en la ciudad elegida, sumergiéndose en la vida que bullía por sus calles y plazas. Le encantaba asistir a fiestas y conciertos, observar a la gente y hablar con ella, caminar por los lugares concurridos y también por los más solitarios. Siempre en busca del alma secreta que toda ciudad guarda. Había sido en su primer viaje, en Santiago de Compostela, donde había tomado la decisión de dejar abandonadas ocho fotos suyas en distintos lugares de cada ciudad que visitaba. Una al llegar y otra al marcharse, esas eran obligadas. Las restantes, las dejaba caer en aquellos lugares donde, por alguna razón, la alegría de vivir se le manifestaba con especial intensidad. Visto desde fuera se trataba de una práctica ridícula, era consciente de eso. Como una “performance” particular, de la que ella era la única autora, espectadora solitaria. Pero dejar aquellas fotos era para ella un modo de prolongar su estancia, una forma de conseguir que, tras su marcha, algo propio permaneciera en los lugares donde había sido feliz: su rostro y su nombre, lo más personal y auténtico que le podía ofrecer a la ciudad que la había acogido. En el fondo, sabía que no había nada nuevo en su acción, pues era como una versión moderna de los tiempos en que los visitantes grababan sus nombres en las paredes de los monumentos para indicar que un día estuvieron allí. Un ridículo afán de eternizarnos que quizá no podamos evitar. Mientras el autobús se alejaba de la ciudad, Elena comenzó a fantasear con el destino de las fotos que había dejado en esta ocasión. Ocho imágenes en una ciudad inundada de luz y del salitre de las aguas mediterráneas. Le gustaba imaginar que otras personas podrían encontrarse con alguna y seguir el juego que ella repetía tantas veces: Quizá alguien, en aquel mismo momento, estaba imaginando quién sería aquella Elena que miraba desde la foto abandonada. Se trataba de una fantasía inútil, lo sabía, pero no hacía ningún daño dejándose llevar por ella. Nada le impedía soñar con las vidas de las personas que, tal vez, en aquel mismo instante soñaban también otras vidas para ella, como en un juego de ruleta que solo el azar podía controlar.
Alfonso Román Muñoz – profesor de E.F.
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Un error ADVERTENCIA Esta historia contiene un fragmento de la vida de una persona normal y corriente, a la que por circunstancias ajenas a su voluntad, se ve envuelta en una situación a la vez absurda y dramática, pero también confusa y lamentable. Fue escrita en un cuaderno, que casualmente me encontré una de esas tardes, en que a uno le da por revolver y hojear documentos, papeles, libros y escritos guardados en un baúl de la casa de mis abuelos. He recogido la historia tal y como me la encontré, aclarando y comentando algunos pasajes para entender mejor su contenido. Estoy seguro -dijo el doctor Ramírez, médico de la ciudad- que nadie ha celebrado la Navidad de forma tan original como lo hizo uno de mis pacientes, el año pasado. Diciendo esto, el médico abrió el cajón de su mesa y me entregó un cuaderno de mediano tamaño, escrito con letra grande e irregular. Lo abrí por la primera página: "A MI ESTIMADO Y ADMIRADO AMIGO, EL DOCTOR RAMÍREZ". RUEGO AL SEÑOR DOCTOR: ENCONTRÁNDOME
DESDE HACE MÁS DE TRES AÑOS INTERNADO EN UN
HOSPITAL MANICOMIO,
HE INTENTADO ACABAR CON EL
ERROR QUE ME CONDUJO HASTA AQUÍ, A PESAR DE MI ESTADO PSICOLÓGICO COMPLETAMENTE NORMAL. VECES DE PALABRA Y POR ESCRITO AL SEÑOR
DIRECTOR,
ME
HE DIRIGIDO VARIAS
ASÍ COMO A LOS DEMÁS MÉDICOS, PARA SOLUCIONAR MI TERRIBLE
PROBLEMA, SIENDO EN VANO TODO RESULTADO.
Lo que le voy a contar ocurrió el veinticuatro de diciembre de hace tres años. Yo estaba colocado en aquel entonces, como vigilante jurado en una oficina bancaria, pero hacia la mitad de mes tuve una discusión con el director de la sucursal, a causa de la dureza con que nos trataba. Al hablarle, me encontraba muy cabreado, hasta el punto de que lo insulté, y enseguida yo mismo dejé el trabajo. Al quedarme sin empleo en la empresa, decidí marcharme al pueblo de mis padres, "Peña del Hierro", en la provincia de Málaga, para pasar con ellos las fiestas de la Navidad. El tren que cogí iba muy lleno de viajeros, el compartimento en el que me acomodé se hallaba como todos, al límite de su capacidad. Uno de mis compañeros de viaje, era un joven estudiante de Historia del Arte, el otro, un pequeño comerciante, el cual en cada parada bajaba a la cantina de la estación para beber una copita de coñac y así poder entrar en calor. Este comerciante me dijo que tenía una zapatería en Madrid, en la calle Baja, aunque en este momento no me acuerdo de su nombre. No nos era posible conciliar el sueño, de manera que nos pusimos a conversar y a beber un poco, para matar el tiempo. A eso de la media noche, teníamos bastante sueño, pero no había espacio suficiente para echarnos. De pronto comentó el joven estudiante: -(¡Caballeros! Tengo una idea estupenda, pero a lo mejor no consienten ustedes en llevarla a cabo; uno de nosotros debe hacerse el LOCO, otro se sentará junto a él, y un tercero irá en busca del revisor y le dirá:"Señor, venimos acompañando a un paciente que no está muy centrado; hasta el momento ha venido tranquilo, pero ahora se está poniendo un poco nervioso; así pues, por la seguridad de los demás viajeros, lo más conveniente sería apartarlo." Todos estuvimos de acuerdo en que el plan era muy sencillo y práctico, pero ninguno de los tres quería aceptar el papel de LOCO. Entonces el pequeño comerciante, encontró una solución: -¡Vamos a echarlo a suertes! -dijo. Tomé parte en aquel estúpido juego. Y naturalmente, me tocó a mí la china gorda.
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La comedia con el revisor salió perfecta. Rápidamente nos instaló en compartimentos independientes. A veces, cuando el tren paraba en una estación, nuevos viajeros buscaban asiento apresuradamente. "Aquí hay dos sitios. ¿Abra usted enseguida!", le decían al revisor. "Perdonen ustedes, respondía, pero no estarían bien ahí... Va un enfermo... un loco..." Los viajeros no insistían y se marchaban al momento de nuestro compartimento. El plan se realizó muy bien. Después de habernos reído a carcajada limpia de la aventura, nos tendimos en los asientos y a los pocos minutos dormíamos como lirones. Cuando me desperté, era ya un poco tarde. Mis compañeros de tren se habían bajado en la estación anterior un rato antes. Sin embargo se hallaba ante mí, un tipo fuerte y alto, con uniforme de ferroviario. Me miraba con fijeza y observación. Fui a coger una toalla de la maleta para ir al cuarto de baño, pero apenas me acerqué a la puerta, mi nuevo "compañero" se levantó bruscamente, me cogió con fuerza y dominio entre sus brazos y me empujó sobre el asiento. Hacía un verdadero esfuerzo por quitármelo de encima:"las manos de aquel gorila me apretaban como un torniquete". -¿Qué quiere usted de mí? -grité, bajo el peso de su cuerpo-. ¡Váyase! ¡Déjeme en paz! Empecé a comprender la "terrible verdad". Cuando mi verdugo se calmó un poco le dije: -Está bien, le prometo no moverme. Pero ¡Por favor, suélteme!... Entendí al instante, que ninguna explicación serviría de nada con aquel animal. No podía hacer nada, sólo calmarme. Aquel error se arreglaría sin duda alguna. El tren se detuvo en la próxima estación. Oí en el pasillo, ya dentro del vagón en él que iba yo, una voz que preguntaba: -¿Está ahí el enfermo? Otra voz, respondió: -Sí, jefe. Se abrió la puerta y una cara se asomó con timidez, llevando en su cabeza una gorra de jefe de estación. Esperando que me sacara de aquella terrible situación; me levanté de mi sitio y exclamé con voz suplicante: -Señor, ¡por Dios! Cuando dije estas palabras, el jefe de estación, con cara de miedo se marchó y la puerta de mi compartimento se volvió a cerrar... Por fin, el tren se detuvo en la estación de Mantua. Pasados unos momentos vinieron en mi busca dos empleados. Me cogieron con todas su fuerza y me hicieron bajar del vagón. La primera persona a quien vi en el andén fue a un sargento de la policía, con un gran bigote y ojos penetrantes. Me dirigí al él con voz quejumbrosa: -Sargento, ¡por favor, escúcheme! ¡Se lo ruego! Hizo una señal a los que me llevaban, se acercó a mí y me preguntó con suma educación y cortesía, casi rayante en la presunción: -¿En que puedo serle útil? Yo, observaba que hacía un gran esfuerzo por mantener su sangre fría. Comprendí que debía hablar con absoluta tranquilidad; de lo contrario me tomaría por un maníaco. Y le conté, con voz serena y pausada, sin apresurarme, todo lo que me había ocurrido. Fue tan amable, que despidió a los que me conducían; después de que le prometiera no escandalizar, ni intentar fugarme. Pronto llegamos mi guardián y yo al hospital de "Los Biemprotegidos". Era la hora de la consulta y la espera no fue larga. A los pocos minutos, apareció el director médico acompañado de otros colegas, de unos quince estudiantes y enfermeros. El ínclito médico se aproximó a mí persona y mirándome fijamente con vista inquisitorial, empezó de la siguiente manera: -Aquí no tiene usted enemigos y nadie le hará daño. Sus enemigos no se atreverán a venir hasta aquí... Mire a su alrededor, no hay más que buena gente; algunos, incluso le conocen. Yo, por ejemplo... ¿No se acuerda de mí?
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Me tomaba de antemano por loco. Tuve ganas de decirle que estaba equivocado, pero no lo hice; comprendí que cada cosa que dijera, podría ir en mi contra y como una prueba de locura. De manera que preferí guardar silencio. Más tarde, el director me preguntó mi nombre y apellidos, edad, profesión, nombre de mis padres, etc. A todas las preguntas que me hizo, le di respuestas breves y concretas. -¿Hace mucho que está usted enfermo? -me dijo de pronto. Le contesté que no estaba enfermo y que gozaba de muy buena salud. -Sí, naturalmente -dijo él- No me refiero a una enfermedad grave, sino..., ¿Hace mucho que sufre dolores de cabeza? ¿No tiene alucinaciones? ¿Estremecimientos? ¿Pesadillas? ¿No podría contarme con detalle lo que hizo desde que sus compañeros de viaje, habiendo perdido el tren en la estación de Soria, lo dejaron solo en el coche? ¿Por qué agredió al revisor? ¿Y por qué amenazó al jefe de estación cuando quiso entrar en su compartimento? Repetí una vez más todo lo que le había dicho al sargento de la policía. Pero mi historia no fue tan lógica ni ordenada como la primera vez que la conté: Estaba incómodo por la mirada de los que me rodeaban. Por otra parte, me molestaba el empeño del director en hacerme pasar por un loco, de cualquier manera. En medio de mi relato, el director se volvió a los estudiantes y les dijo: -Si hubieran leído ustedes esto en una novela, hubieran dicho que el autor disparataba. ¡Es tan fantástico! Comprendí muy bien su ironía, pero no dije nada. -Continúe usted, se lo ruego -dijo el director con su voz amable. Continué mi relato. De pronto me hizo una pequeña pregunta inesperada. -Dígame, ¿en qué mes estamos? -En el mes de diciembre -contesté, tras una ligera vacilación, sorprendido por aquella pregunta. -¿Y cuál es el mes anterior? -Noviembre. Y esta vez tuve un momento de duda para acordarme de que mes precedía a noviembre, de manera que cuando me preguntó de nuevo, cuál era el anterior a éste, dudé unos segundos y contesté: -Septiembre. Es verdad, no recuerda usted bien el orden de los meses -dijo el director, dirigiéndose a los estudiantes-. Esto ocurre cuando el sistema nervioso está un poco desequilibrado... Bien, continúe...le escucho... La rabia me ahogaba y no podía contener por más tiempo la sangre fría. Lo reconozco; aquello fue una gran imprudencia, pero la insolencia del director me sacó de quicio, y le grité con coraje: -¡Idiota! ¡Imbécil! ¡Está usted más loco que yo! Hizo una señal con los ojos. Los enfermeros se arrojaron sobre mí. Enfurecido, golpeé a uno de ellos. Me echaron al suelo y me amarraron. -Esto se llama en Patología “Paranoia”, un ataque inesperado y violento -oí decir al director en el momento que me sacaban de la sala. Le ruego, señor doctor, que compruebe todo esto que he escrito: Soy víctima de un terrible error, y en este caso le suplico, le ruego me conceda la “libertad” lo antes posible. -¿Qué es esto doctor? -le pregunté, cuando devolví el cuaderno- ¿Es un capítulo de novela de ficción? ¿La charla de un verdadero loco? ¿Se han comprobado los hechos expuestos por el autor de estas páginas? Una sonrisa amarga y pasiva se dibujó en la cara del doctor Ramírez. -Exactamente, fue víctima de un error -me dijo al guardar el manuscrito en su cajón-. He hallado al estudiante nombrado por el “loco”: su nombre es Alejandro González. Me confirmó todo lo que acaba
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de leer. Todavía me dijo más: en la estación en que bajaron por última vez, dejando al supuesto loco solo en el compartimento, abusaron algo más de la cuenta del vino y siguieron con la comedia. Cuando perdieron el tren, llamaron rápidamente a la siguiente estación: "Hemos perdido el tren; estamos en la estación de Soria. Hagan ustedes el favor de vigilar a un enfermo que se encuentra en el coche cinco, compartimento treinta y dos". -Sin embargo, siendo así -dije bastante nervioso-, si usted sabe todo eso, ¿Por qué retener aquí a ese pobre infeliz?, Échelo, y si no puede hacerlo por sí mismo, haga lo posible por ayudar a solucionar una injusticia de este calibre. El médico se encogió de hombros. -¿No ha leído usted las últimas palabras de su cuaderno? El régimen brutal de la clínica ha cometido lo suyo: Hace un año que este hombre está reconocido como un enfermo mental de tipo esquizofrénico en el que los síntomas aparecen con plena claridad de conciencia, se perciben con nitidez y no de modo confuso o embarullado, como en los estados de obnubilación. Se han intentado delimitar los llamados “síntomas primarios”, cuya presencia decidiría el diagnóstico. “Formas clínicas”. Según los síntomas dominantes se delimitan cuatro formas clínicas: A) TIPO DESORGANIZADO: Domina la incoherencia, el carácter insípido, vacío. Conducta extraña, muecas, posturas extravagantes y profundo aislamiento social... B) TIPO CATATÓNICO: Los trastornos más llamativos son de los movimientos y de la expresión. Mutismo, estereotipias (repetición amanerada de gestos), negativismo, estupor y agitación. C) TIPO PARANOIDE: En el que predominan las ideas delirantes sobre los restantes síntomas. Las ideas delirantes tienen contenidos parecidos a los de los paranoicos (grandeza, persecución, celos, etc.), pero sin la sistematización de la paranoia. D) TIPO INDIFERENCIADO: Presenta síntomas sicóticos claros (de enfermedad mental) sin que encaje exactamente en una de las formas precedentes. “Presentación y curso”. En ciertas familias hay una clara predisposición. Es de aparición precoz, generalmente en la juventud. Se cursa en periodos o brotes, con intervalos de mejoría parcial. Después de cada brote suele acentuarse el nivel de deterioro o defecto esquizofrénico. “Tratamiento”. Es mixto, con medicaciones (neurolépticos), tratamientos biológicos y psicoterapia. Si el paciente mantiene la medicación es menos probable una recaída. Después de esta conferencia médica, no sabía que decir; tan solo pensé en ese momento: ¿Dónde está la locura? ¿En los seres que llamamos vulgarmente “locos” o tal vez en los que son considerados ordinariamente “personas normales”?.
Alfonso Román Muñoz
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María y la casa del árbol Maria era una niña muy estudiosa, alta, con gafas y que le gustaba leer. Tenía una hermana llamada Ani con 11 años, se llevaban entre ellas 3 años.
Sus padres se llamaban Juan y Eloisa (aunque la llamaban Eli), eran un poco estrictos con sus hijas, pero merecía la pena: María sacó todo sobresaliente y Ani también, por eso decidieron llevarlas a la casa de campo de sus amigos Javier y Marisa, para que pasaran el verano allí.
Bueno, así lo hicieron. Un sábado por la mañana temprano se fueron, hasta medio día no llegaron. Cuando se instalaron, María y Ani dieron una vuelta por la finca, (era muy bonita) y detrás de la maleza encontraron una casa encima del árbol muy grande; María intentó subir pero su madre la llamó para comer. Por la tarde, ella y Ana decidieron ir otra vez; subieron a la casa, y para el asombro de María estaba llena de libros, mapas y jeroglíficos que parecían mágicos o algo así; también había álbumes de fotografías ordenados por número, y antes de que María pudiera cogerlos sintió como los ojos se desorbitaban por que la casa se movía; ella y Ani se agarraron más fuerte dándose un abrazo y cuando abrieron los ojos estaban en el antiguo Egipto, con las pirámides etc… No daban crédito de lo que estaban viendo, se creían que era una alucinación. Pero al momento desapareció porque les llamó su madre para cenar y decidieron que al día siguiente volverían para seguir su aventura en Egipto.
Efectivamente al día siguiente volvieron y otra vez se transportaron al antiguo Egipto, pero esta vez cogieron un mapa que habían encontrado en un estante que ponía mapas y jeroglíficos, este mapa contenía todas las habitaciones y recovecos de una pirámide. Pero antes de bajar observaron que había un ritual, parecía que había muerto alguien importante, porque había mucha gente llorando que se dirigía a la pirámide y una tumba. Mientras ellas estaban fascinadas viendo el ritual desde la ventana de la casa del árbol, un gato negro se posó encima de la tumba del muerto y las miró fijamente a los ojos como si quisiera decirles algo.
Cuando acabó el ritual y la gente se metió en la pirámide con la tumba del muerto, María y Ani se bajaron de la casa del árbol y se dirigieron a la pirámide que estaba situada a pocos metros de ella. En la entrada había dos guardias, muy grandes y fuertes, que no le impidieron el paso, por ser unas extrañas que llevaban la ropa rara para esa época. Y dentro de ella se encontraron al gato negro, que les condujo, hacia la parte más baja y oscura de la pirámide, donde había una puerta; María decidió abrirla y dentro había joyas nunca vistas. En ese instante el gato sonrió al ver las caras de las niñas. Ellas decidieron volver a la casa del árbol, cuando subieron, se encontraron al gato negro, y delante de ellas se convirtió en humano. Les dijo que si guardaban el secreto, podían seguir teletransportándose a otras civilizaciones, pero si por el contrario comentaban algo de lo que habían visto tendrían graves consecuencias y podrían poner sus vidas en peligro.
María y Ani por suerte se tiraron todo el verano teletransportándose y conociendo distintas civilizaciones como aztecas, mayas, piratas, incas y andalusíes. Este secreto les acompañaría hasta sus tumbas.
Eva Romero Peláez – 2º ESO A
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Memorias de un cordobés Era ya sobre el año 1955, en un pueblo de grandes trabajadores y jornaleros de Córdoba, en una Andalucía de esfuerzo y de valor, donde vivía una familia de la época, ya con las manos callosas de una dura vida penosa y desapacible.
Mi padre Paco, o Paquillo, era una persona dedicada a nuestros olivos, vivíamos de ellos, no tenia estudios, pero con un esfuerzo y dedicación admirable a nuestra familia. Se levantaba cuando el sol salía y, cuando entraba, él lo seguía. Era una persona no muy contenta con el régimen franquista, pero mejor no hablemos de eso. Mi madre, Carmela, no tiene una vida mejor que mi padre, con diez años mis abuelos la metieron en una sastrería para que aprendiera a coser y a hacer sus labores que todas las mujeres de sus días tenían que saber (coser, bordar…), además de saber cocinar, lavar la ropa, planchar, limpiar, cuidar de mi familia, amasar para llevar el pan al horno de Pedro, el panadero, etc.
Tengo cinco hermanos. El mayor, como correspondía, tiene el nombre de mi abuelo paterno, Alejandro, que está en la mili, tiene 23 años, el segundo, como también correspondía, se tenía que llamar como mi abuelo materno, Andrés, tiene 21 años y estaba en la mili como mi hermano Alejandro, la tercera se tenía que llamar como mi abuela paterna, Isabel, que tiene 19 años y ayuda en la casa a madre con las tareas cotidianas y a cuidar de nosotros. Mis demás hermanos se llaman con el nombre del santo que nacieron, Juan, 15 años, Antonio 13 años, y es hora de ponerme a mí, Carlos que tengo 11 años. Yo ya había salido de la escuela y ayudaba a padre en los olivos. Mis aficiones después de mi duro trabajo, eran la de hacer carreras con mis hermanos a un cerro que hay en la huerta que era muy empinado y la de cazar pájaros con la escopeta de plomos de padre para que después mi hermana Isabel los friera ¡y qué buenos estaban! También me gusta jugar al fútbol con una pelota muy buena que me había regalado por mi cumpleaños mi madre que estaba hecha de la matanza del año pasado de la vejiga del gorrino. Era el mejor balón del pueblo y todos mis amigos querían jugar con él. También mis hermanos y yo hicimos un pequeño coche con los rodamientos del Seat del padre de Ernesto que se había roto y se había comprado uno nuevo, era el único coche del pueblo y cuando lo compró todo el pueblo fue a verlo con gran emoción. También jugamos a escondernos, un juego que me gusta mucho y que ganamos casi siempre Ernesto y yo. Pero no sólo tenía que ayudar en los olivos, también tengo que traer el agua desde la fuente de la plaza y traerle hierba fresca a nuestras dos mulas Pinta y Gordita además de otros trabajos.
Llegó enero y con eso la poda de los olivos, que es el trabajo que menos me gusta pero padre me dice siempre: “para subir una escalera siempre hay que subir el primer escalón”. Yo creo con esto, que para poder disfrutar de una buena cosecha hay primero que podar las ramas. Era el trabajo más pesado para mí, yo no cortaba porque padre siempre me dice: “esto es un trabajo para viejos tu ya aprenderás”, y me tocaba siempre con mis demás hermanos llevar el ramón al padrón o quemarlo. Yo prefería quemarlo porque a mí me gusta mucho el fuego, no sé por qué.
Era verano, sobre junio, y como todos los años en la campiña cordobesa, un calor de remate. Yo tenía que levantarme muy temprano sobre las seis de la mañana, para no toparme con el calor que empezaba a aumentar. A las once, llenaba el botijo y nos íbamos a la huerta que está justo al lado de los olivos. Allí tenemos unos tomates buenísimos, que son muy grandes, tienen el tamaño de más de una mano de grande y son rosas, lechugas, unas cebollas, unas matas de pepinos y de pimientos, calabazas y calabacines, y unas matillas de sandías y de melones, estas últimas son las que más me gustan, en el calor del verano se agradecen.
En estas semanas de junio llegaron las fiestas del pueblo que todos los niños del pueblo estábamos esperando. Había multitud de diversiones como el baile de pasodobles. El que más me gusta es la cucaña, que es un gran palo grueso liso impregnado por jabón y en lo alto cuelgan jamones. Yo me apunté con una peseta y media que siempre me da mi padre en las ferias y comenzamos a escalar
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allí. Los muchachos del pueblo luchamos por llegar antes que los demás, yo me escurría pero al final me agarré mas fuerte y gané. Cogí un jamón y toda la gente me aplaudía, lo pasé genial.
Los domingos era el día del señor y todo el pueblo iba a misa. Yo ese día no iba a trabajar y mi madre me daba mis pantalones más nuevos, mis zapatos limpios, etc. Todos tenemos que ir perfectos ya que era sólo un día en la semana.
Hacía ya tiempo que en el cementerio, por la noche, la gente y yo escuchábamos tiros. Nosotros no sabíamos qué era, mi padre me decía:” son cazadores nocturnos, porque algunas presas sólo se cazan por la noche”. Yo no me lo creía, así que Ernesto y yo nos propusimos investigar.
El caso sobre los tiros lo pospusimos para otros días, y seguimos haciendo nuestra vida. Hoy me tocaba como todos los días ir a la huerta, tenía que recoger unos pimientos para madre, que se le habían acabado, Ernesto vino conmigo, en un descanso nos dio por hacer una carrera al cerro y comernos los bocadillos allí. En lo alto se estaba muy bien, yo estaba tumbado y Ernesto estaba como investigando, hasta que escuché que me llamaba, y yo fui corriendo. Él estaba al lado de algo parecido una caja de piedra muy grande: “¡Carlos esto es una tumba!”. El se quedó allí y yo fui corriendo al pueblo a avisar a mi hermano Juan, él dijo que deberíamos llamar a don Pablo que era el maestro de escuela del pueblo para que dijese qué era, nosotros intentamos abrirla pero no se podía. A los diez minutos don Pablo vino en su bicicleta y la examinó. Concluyó, que la tumba pertenecía a algún romano de la batalla de Munda donde César tuvo que luchar contra Pompeyo. Llamamos al señor don José Campillos, que era el alcalde del pueblo. Éste mandó para allá a un conjunto de arqueólogos de Córdoba capital. Cuando se lo dijimos, el alcalde nos dio 500 Pts., que las repartimos entre los dos, a 250 Pts. cada uno. Mi padre se puso muy contento y usó el dinero para arreglar las goteras del tejado y con lo que sobró me compró un jersey nuevo rojo.
Vinieron de permiso mis hermanos Alejandro y Andrés, que estaban en la mili y me estuvieron contando lo mal que se pasa allí, las historias de la pobre gente, anécdotas de la mili ya que hacía un año que no lo veía, y me enseñaron sus escopetas. Estuvieron solo tres días y se fueron.
No paraban de escucharse todas las noches tiros en el cementerio, así que Ernesto y yo quedamos para hablar, de modo que decidimos ir esta noche. Sobre las once y media, nos preparamos y salimos hacia el cementerio. Era un lugar al que no me hubiera imaginado ir nunca por la noche.
Cuando llegamos allí había muchos militares con escopetas, como mi hermano Alejandro que estaba en la mili. De pronto vino un coche militar que descargó a montón de personas mugrientas y tristes, estaban todos llorando, se dispusieron en filas y allí estaba otro militar dando órdenes de pronto se pusieron a apuntarles y el capitán dijo: ¡fuego! Ernesto y yo corrimos hasta donde estaba el capitán y le pegamos una patada y de izquierda pronto escuché: ¡pegarle un tiro a esos insensatos! De pronto sentí un dolor en la pierna, fue lo último que escuché. Al día siguiente me encontré en mi habitación, desde ese momento les tuve fobia a los franquistas, y a mi padre le gustó. Me quitaron la bala y pronto me curé.
Esta es una parte de la vida de un pueblo de grandes trabajadores y jornaleros de Córdoba, en una Andalucía de esfuerzo y de valor.
Daniel Sánchez Frontana - 2º ESO A 48
La gran aventura de Madeleine
Había una vez una niña llamada Madeleine y tenía 7 años. Vivía con sus padres en un pueblecito que no tenía muchos habitantes. Era hija única. De todos sus familiares, vivían solo sus abuelos y ella en el pueblo y el resto vivía en otro país. Un día fue a casa de sus abuelos y cuando llega por el camino vio llamas saliendo por las ventanas y fue corriendo a por sus abuelos para salvarlos, cuando ya era demasiado tarde, pues sus abuelos habían muerto quemados. Llamó a los bomberos y llegaron muy rápido para apagar las llamas. Al siguiente día estos fueron enterrados y Madeleine estaba muy triste, ya que en el pueblo sólo vivían sus padres y ella. Allí no tenía apenas amigos, porque la mayoría de la población era adultos. Ella notaba raros a sus padres y entonces les preguntó qué les pasaba. Estos le dijeron que estaban pasando una crisis muy mala y que a lo mejor se iban a otro lugar y a ella le dejaban en el pequeño orfanato para siempre. Era lo que le faltaba a Madeleine, pues estaba ya triste por la muerte de sus abuelos. Llegó el día en que Madeleine se iba al orfanato y en vez de ir allí, cogió otro camino. Aquel camino iba a ser su gran aventura. Llevaba comida y bastante agua para aquella gran diversión que iba a ser para ella. Aquel camino le llevaba al bosque. Allí había muchos animales de cada tipo. Ya iba a anochecer y Madeleine encontró un pequeño árbol, en el que dentro había un gran hueco en el que ella iba a dormir. Pasó la noche y cuando se levantó un grupo de ardillas le traían bellotas para desayunar y ella las protegió dándoles un hueco en otro árbol para que éstas durmieran. Ya eran muy amigos. Madeleine echaba de menos su casa, pero sabía que si seguía buscando otro camino podía encontrar otro pueblo donde vivir. Ella decidió que se quedaría unos días en aquella zona del bosque y que cuando pasara unos días se iría. Al lado de su árbol había una madriguera con conejos y ella decidió quedarse uno, para no estar sola. Ese mismo día, por la tarde, fue a la montaña más cercana y empezó a escuchar ruidos de animales y eran zorros. Madeleine salió corriendo y cuando llegó a su árbol decidió no vivir más en ese bosque. Cuando siguió ese camino encontró un pueblo. Había un plaza muy grande y de pronto se encontró a sus tíos. Estos le dijeron que qué hacía por allí sola y ella se lo explicó todo. Vio también un cartel en el que ponía que la estaban buscando y sus tíos fueron a avisar que la niña que buscaban estaba con ellos porque su familia la había abandonado. Y un juez le dio permiso para que viviera con sus tíos y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Yolanda Sarmiento Miguel-1º ESO A
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El perro con esperanza
Érase una vez un hombre que tenía un perro llamado Bobbie que era mudo y no ladraba; entonces todos los días salían a pasear al parque, todos los perros le ladraban a él, pero él no podía. Un día fueron a un baile de mascotas de la ciudad y conoció a una perrita muy mona que se llamaba Lola. Ella fue secuestrada y los secuestradores le mandaron un mensaje a Bobbie que ponía...: “Querido Bobbie hemos secuestrado a tu querida Lola, si quieres recuperarla y recuperar tu voz ven al parque solitario, te esperara una gran sorpresa, ja ja ja”. Bobbie corrió hacia el parque solitario pero la puerta estaba cerrada; vio un conducto de aire y se coló por él y encontró un pasadizo secreto en el que ponía…:” Sigue las flechas y te llevarás a tu amada”; corrió hacia ella pero le impidieron el paso. De repente aparecieron unos matones, entonces bajaron del cielo las estrellas y le dieron a Bobbie el poder de ser más fuerte y Bobbie con su puño de acero derribó a los matones de un puñetazo y corrió hacia Lola y la rescató y al besarla pudo ladrar; volvió de nuevo con su dueño al parque y los perros que le ladraban se sintieron celosos al ver a Bobbie con una perrita tan mona y se hizo el dueño del parque, todos fueron amigos y fueron muy felices.
Noemí Santiago Arce - 2º ESO-A
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El hada y el ángel Era una vez un reino llamado Mar Azul que estaba en una gran isla rodeada de un mar casi inexplicable, su belleza era inigualable, los delfines danzaban por la mañana y por la tarde los bancos de peces saltaban formando pequeños arcos iris. En sus bosques las hadas iluminaban los senderos llenando de magia todo lo que a su paso estuviera. Mar Azul estaba gobernado por un rey cuya bondad, sabiduría, dedicación y amor era infinito. La gente era muy feliz, excepto una sola persona, el hijo del rey, el cual, aunque el rey y su pueblo le daban todo para que fuera feliz, el príncipe no lo era. Una mañana en medio del mar el príncipe vio una embarcación que se acercaba; lentamente se divisaba como crecía el horizonte. Pronto corrió a avisar a su padre de lo que pasaba. El pueblo, el rey y el príncipe se dirigieron hacia la costa para recibir a la embarcación. Pronto ancló en su costa y un bote que en la lejanía abordado, se dirigió velozmente hacia la costa. Todos estaban ansiosos de curiosidad, y en ese momento los ojos del príncipe cambiaron brutalmente, tomaron un brillo hermoso. Había visto a una dama, era una mujer verdaderamente hermosa, sus ojos eran como dos esmeraldas, sus cabellos suaves al viento le hicieron sentir al príncipe una sensación que jamás había sentido. Pronto recibieron a los extranjeros. Los extranjeros se hospedaron en el castillo, la alegría del príncipe se reconoció entre los sirvientes y el rey organizó una fiesta muy especial. Esa noche todos los habitantes del Mar Azul se acercaron: las hadas salieron de sus bosques para ver la gran ocasión, las estrellas brillaban como nunca, la luna daba su hermoso esplendor sobre las colinas de aquel castillo, en sus jardines las luciérnagas no dejaban de resplandecer. El príncipe se acercó a la dama y la invitó a bailar, ella aceptó. Bailaron toda la noche. Al amanecer seguían juntos no podían separarse, pero el sabía que ella debía partir con aquellos extranjeros. Surgió el momento de la partida, el no quería dejar a su amada. Aunque le dejó libre su camino, pocas fueron sus palabras. Se escuchó una voz dulce que le decía: - ¡Me quedaré por siempre, quisiera vivir a tu lado toda mi vida! El príncipe sintió el amor, el rey sabía que la vida de su hijo había cambiado y su pueblo era muy feliz. Ellos vivían todos los momentos juntos.
Patricia Zamora Ordóñez - 2º ESO-A