La crítica literaria chilena

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crítica literaria chilena PAT R I C I A E S P I N O S A H E R N Á N D E Z ( E D I T O R A )

la crítica literaria chilena Pontificia Universidad Católica de Chile Facultad de Filosofía • Instituto de Estética


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l a crítica liter aria chilena. actas del primer coloquio de crítica liter aria en prensa Primera edición: enero de 2009 isbn 987-956-14-1039-8 © Patricia Espinosa Hernández, 2009 © Instituto de Estética Pontificia Universidad Católica de Chile, 2009 Av. Jaime Guzmán Errázuriz 3300 • Providencia Diseño y edición: Tipográfica • www.tipografica.cl Impreso en Chile • Printed in Chile Queda prohibida toda reproducción de este libro sin permiso de los editores.


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contenido

Presentación .................................................................. 7 lorena amaro castro «¿Quién vigila a los vigilantes?». Algunas ideas sobre la crítica literaria reciente en Chile ....................... 9 álvaro bisama Apuntes desde la zona fantasma. Diez anotaciones sobre la crítica literaria en Chile .................................. 21 gabriel castillo fadic Escritura crítica como filosofía .................................... 31 roberto contreras Una especie de instrumento óptico .............................. 39 patricia espinosa hernández Residualidad y resistencia en la crítica literaria ........... 47 pedro pablo guerrero Escenificaciones de la crítica literaria chilena................ 57


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carlos labbé Marginalia lectora ....................................................... 71 alejandro lavquén Apuntes para un coloquio sobre crítica y literatura ..... 83 camilo marks Las aventuras de un chino en China (o de un crítico en Chile) ............................................. 91 carlos ossa La crítica o ¿el criptograma del dominio? .................. 103 grínor rojo Crítica de la crítica .................................................... 113 felipe ruiz La persistencia de Ignacio Valente en la crítica chilena actual ......................................... 127 Sobre los autores ....................................................... 135


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presentación Patricia Espinosa Hernández

La crítica como discurso en permanente configuración, en permanente crisis frente a la hegemonía cultural, simbólica e ideológica, nos animó a configurar esta convocatoria de sujetos que ejercen la crítica tanto en el espacio académico como mediático. No puedo dejar de señalar que los textos devenidos de ambos territorios no se instalarán jerárquicamente en este volumen. Se suele atribuir a los textos generados en la academia una autoridad devenida de la acumulación de saberes metodológica y teóricamente legitimados. Desde allí se tiende a descalificar a la crítica instalada en los massmedia. Vieja y, actualmente, inútil polémica. Creo que ambas escrituras generan saber y/o conocimiento, y que también ambas escrituras pueden ligarse a la resistencia o a la complicidad con los discursos de poder que hoy impone la institucionalidad del mercado. Más aun, todo pareciera indicar la casi total hegemonía de las políticas mercantiles impuestas por los grandes grupos editoriales y que se expresan sin contrapeso en los escasísimos espacios dedicados a la literatura en los medios de comunicación masivos. A pesar de todo, seguimos queriendo problematizar un territorio que se está volviendo asfixiante por su homogeneidad. Para eso nada mejor que retomar la sana costumbre de juntarse a debatir. En 1995, la Universidad de Concepción organizó un encuentro sobre la crítica; en el 2003, la 7


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Universidad de Playa Ancha siguió sus pasos. Ha pasado ya un tiempo y nos preguntamos por qué no. Es decir, por qué no volver a reflexionar sobre la crítica, específicamente sobre la crítica literaria en prensa. Y en Chile. En el periodo 2000-2006. Abordar, entonces, problemas en torno al posible estatuto genérico de la crítica. ¿Quién hace crítica literaria? ¿Cuál es la posible función de la crítica hoy en día? ¿Habría una diferencia real entre literatura y crítica? ¿Ocurren desplazamientos/cruces hacia fenómenos de la política, la cultura y la sociedad? ¿Hay una nueva crítica? ¿Nueva con respecto a qué, a partir de qué lugares y sujetos? ¿Qué sucede con los medios y su posible ‘neutralidad’? ¿Hay algún crítico neutral? ¿Hay críticos desideologizados? ¿Quién gana con la posible desideologización? ¿Qué sucede con los medios, sus editores y el hacer crítico? ¿Cuál es la relación de la crítica con el mercado? ¿Se ha radicalizado la diferencialidad histórica entre crítica literaria generada en la academia y la publicada en prensa? La idea de este coloquio, realizado durante el mes de octubre de 2006 por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, ha sido plantear problemas, lanzar interrogantes que nos permitan cartografiar la escena actual de la crítica literaria nacional. El momento actual pareciera estarnos diciendo que no se requiere de los críticos, pero los hay. La crítica literaria en prensa, por su parte, intenta hacer ficción, se narrativiza, pero instala cánones y se inserta en los códigos del espectáculo. ¿Será posible resguardarnos de la crítica literaria farandulizada? ¿Les/nos importa realmente? Agradezco a cada uno de los participantes de este libro por aceptar la invitación, igualmente al Instituto de Estética, al Comité Editorial del Área Publicaciones y, especialmente a su director Jorge Montoya V., por el interés y apoyo para publicar este volumen.


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«¿quién vigila a los vigilantes?». algunas ideas sobre la crítica literaria reciente en chile Lorena Amaro Castro

El título de esta presentación proviene del cómic The Watcher, «Los vigilantes», de los ingleses Alan Moore y Dave Gibbons. Los vigilantes son viejos superhéroes, la mayor parte de ellos proscritos o retirados; algunos incluso actúan como servidores de la cia, en un mundo paralelo en que Estados Unidos ha ganado la Guerra de Vietnam y las posibilidades del planeta Tierra son ya muy pocas. Esta cita parece ajena al contexto en que hoy nos reunimos, por lo que intentaré precisar por qué he pensado en ella. La analogía, como ya adivinarán, consiste en restringir las posibilidades de la crítica a su función más denostada: la de plantearse a sí misma en calidad de guardiana de un canon o un orden establecido. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con un aspecto enraizado en el término mismo de «crítica», esto es, su relación con la crisis, con los momentos límite, con el despuntar de lo diferente. Sin duda, muchos críticos se han visto a sí mismos como vigilantes blandiendo la espada afilada del «buen gusto»; si bien desde el nacimiento del «hombre de gusto» en el siglo xvii, se constata que a mayor empeño del gusto por liberar al arte de contaminaciones o impurezas, «tanto más impura y nocturna se torna la cara 9


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que el arte vuelve hacia aquellos que han de producirlo» (Agamben, 2005: 34), lo cual acaba por explicarnos la historia del arte moderno y contemporáneo como una historia, afortunadamente, del mal gusto, del desborde, del exceso e incluso de la destrucción. Mal por los vigilantes. Pero me interesa señalar la posible analogía pensando sobre todo en las derivas de la crítica, particularmente en Chile. En este sentido, podríamos pensar en antiguos críticos como «vigilantes» dotados de superpoderes, quienes dictaminaban qué debía ser leído y qué no, de acuerdo con parámetros doctrinarios y estrechos. O podríamos recordar que se ha hablado hasta la saciedad del «crítico único» o «monocrítico» chileno de los años ochenta que, cual Dr. Manhattan del cómic, aparece como un superhéroe o, más bien, un supervillano, hipertrofiado y semidivino, cargando la culpa de 25 años de crítica monológica. Por último, podríamos advertir, como ocurre en el guión de Moore, que no faltan quienes lleven los carteles «El fin se acerca», ante el derrumbe de la axiología estética o las sospechosas mixturas literarias y críticas de la llamada posmodernidad. Todavía me atreveré a llevar esta engañosa analogía un poco más lejos. La pregunta se dirige no a los vigilantes, sino a quienes los vigilan. Éste es el vacío que desencadena los desafortunados sucesos del cómic. Los vigilantes, fuera de todo control, actúan como una policía enloquecida, como agentes fascistoides que deciden sobre la muerte y la vida. ¿A dónde apunta todo esto? ¿Debiera haber vigilantes para los críticos chilenos? Obviamente no es allí donde pienso llegar. Sí observar un detalle: que la crítica mediática, desde el año 1990 en adelante, ha sido objeto permanente, en espacios como éste y en otros más vinculados con el mundo editorial o el ámbito artístico, de ataques, estigmatizaciones y ninguneos, provenientes principalmente de los escritores que se sienten incomprendidos por los críticos y de los crí-


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ticos inscritos exclusivamente en el ámbito académico, que observan la crítica mediática desde una lejanía escéptica, desconfiada o beligerante. Se trata de una vigilancia, efectivamente, pero una vigilancia que no necesariamente es punitiva. Despunta aquí, más bien, la idea del vigía siempre alerta a las transformaciones que acontecen en el horizonte. Hay que decirlo: sus comentarios debieran tener un efecto directo sobre la tripulación, pero es sobre la efectividad de la crítica de la crítica sobre la cual prefiero mantener cierta reserva: los circuitos mediáticos, en sus vínculos con el mundo editorial y las instituciones, siguen alimentándose y manteniéndose. Quizás sea prácticamente imposible percibir las pequeñas modificaciones, los leves cambios, que estas observaciones pudieran desencadenar, en caso de que desencadenen algo. No obstante, los vigías son necesarios para evitar los naufragios. La pregunta «¿quién vigila a los vigilantes?», no pretende ser apocalíptica ni integrada, ni establecer una analogía fácil y, por supuesto, equívoca, de la función del crítico. Simplemente me permite situar un tema que durante la Transición ha estado presente en varios coloquios y seminarios sobre la crítica literaria chilena. Recuerdo particularmente el que se hizo en la Universidad de Concepción, pero también otros, en la Universidad de Chile, la Sech y otros espacios. Al revisar los textos emanados de esos encuentros, se puede recoger una fuerte sensación de catástrofe o, al menos, de ausencia. Es usual que nieguen la existencia de la crítica en nuestro país. Pienso en quiénes y cómo construyen ese diagnóstico, pero sobre todo me provoca cierta perplejidad pensar cuáles podrían ser las eventuales diferencias entre aquellos históricos encuentros y la realidad de la crítica mediática que ahora estamos describiendo. Intuyo que esas diferencias existen, como enunciaré a continuación, y no sólo porque al retraimiento de la prensa escrita como


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espacio de debate público de ideas, comience, quizás, a contraponerse la participatividad originada en los blogs o páginas web de crítica, sino porque el mismo campo de la crítica, a mi modo de ver, pasa por una realineación. La crítica de la crítica, en sus tonos más sombríos, ha apuntado hasta ahora al carácter meramente descriptivo de las aproximaciones en prensa. Desde hace ya mucho, como lo demuestran textos escritos en los años cuarenta por Alfonso Reyes y otros, se denosta al crítico impresionista, principalmente cuando sirve a la conservación de un canon excluyente y ocultador.1 Y, en un plano local, se abomina del amiguismo, del argumento ad hominem, de las complejas relaciones entre el crítico, los autores y los mercados editoriales. Recientes polémicas, que seguramente serán abordadas en estos días, evidencian este mal de nuestra crítica literaria, acusada de provincianismo, pero por sobre todo —y aquí pienso en los sombríos pero a la vez lúcidos planteamientos de Guy Debord— responsable de su pobre y lamentable escena, de su vacía espectacularidad. El antiguo poder normativo de la crítica se diluye hoy frente a realidades más poderosas, realidades que afectan no sólo el trabajo del crítico apremiado por la hora y la entrega periodística —el pretendido vigilante—, sino también el de

1. Sobre este punto se podría hacer un nuevo acercamiento y escudriñar, quizás, a precursores de la crítica literaria latinoamericana que, como Alfonso Reyes, defendieron precisamente el impresionismo como una suerte de peldaño o trampolín hacia el juicio crítico, pero por, sobre todo, como reflejo de una iluminación cordial, que, lejos de la lectura del especialista, revela que la literatura puede llegar a todos los hombres. La superación del «especialista» como único agente autorizado para la crítica es una idea que merecería ser discutida en estos tiempos de irritante y tecnocratizado abuso de los especialismos. Reyes nos recuerda: aficionado = amateur = amante (Reyes, 1994).


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aquel otro que, igualmente expuesto, puede mascullar con mayor tranquilidad su aproximación a los textos: el a veces enaltecido crítico académico. Para llegar a estas recientes transformaciones, me valdré de un texto previo, muy conocido, en que Bernardo Subercaseaux se refiere con rigor a las transformaciones sufridas por la crítica literaria chilena entre los años 1960 y 1982. Permítanme una síntesis de su trabajo: en lo que respecta al período iniciado en 1973, Subercaseaux ve una ruptura y disgregación de la evidente maduración crítica chilena, que había logrado, desde la universidad y traspasando sus nuevos saberes a otros ámbitos culturales, superar el impresionismo y también el positivismo que le habían sido propios hasta ese momento. El colapso de 1973 desarticula el proceso y las transformaciones de la crítica se ven condicionadas por tres variables estructurales: la marginación cultural, la mantención de un espacio público administrado y la creciente mercantilización de lo artístico-comunicativo (132-150). Subercaseaux hace dialogar la crítica con los acontecimientos sociales y políticos experimentados en Chile; procuraré, dejando clara la filiación con esa lectura y recalcando que se trata principalmente de algunas observaciones, cuando no de un estudio avanzado del problema, esbozar cuáles podrían ser aspectos de las nuevas transformaciones. Partamos por la primera «variable» aludida por Subercaseaux, relativa a la «marginación cultural». En este ámbito, podemos decir que a partir de la Transición se produce una apertura mediática que posibilita el ingreso de nuevas voces. Sin embargo, este presunto nuevo espacio se ve limitado por la realidad alcanzada por el mercado. El experimento económico iniciado en los años setenta no toca a su fin, muy por el contrario: se afianza. Aquella creciente mercantilización a la que alude Subercaseaux tiene un papel decisivo en el ámbito de la cultura, de allí situaciones como el cierre


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del diario La Época, o la dificultad con que se encontrarán quienes decidan emprender proyectos editoriales o periodísticos con independencia de las grandes multinacionales o los consorcios mediáticos chilenos. Se hace evidente la espectacularización de la cultura, el show del cual los libros comienzan a formar parte, la cultura ‘entretenida’ como proyecto estatal. El dilema ha sido ya bastante frecuentado: ¿democratización de la cultura, o pauperización y mercantilización de los contenidos relacionados con ella? El espacio público administrado que observaba Subercaseaux era el espacio delimitado por el autoritarismo. El espacio público actual parece autorregulado por leyes de oferta y demanda que responden a nuevas necesidades y posibilidades. Se trata de un espacio aparentemente ilimitado y, por ello mismo, heteroglósico, diferenciado, plural. Los noventa son los años de la gran transformación mediática, la apertura de una realidad virtual que a juicio de los entusiastas permitirá incorporar las diferencias y generar un auténtico diálogo, sin importar las particularidades étnicas o nacionales. Pero si somos menos entusiastas, nos veremos obligados a poner en la mesa las otras caras de este proceso, la homogenización de las experiencias, la dilución de la conciencia crítica, la absorción, por parte de un sistema aparentemente omnipotente, de las resistencias culturales. Es evidente la necesidad de una actividad crítica que no sea partícipe ni acomodaticia, que no sirva a la heteronomía del mercado, sino que sea capaz de plantear sus propios fundamentos. En este sentido, creo que han ocurrido varias novedades desde que Subercaseaux dio forma a su texto. Habrá que observar la dirección que tomen los nuevos críticos, que, como los de los años sesenta y setenta anteriores al Golpe, se han formado en el seno universitario, con altos niveles de excelencia. Creo observar, e insisto que todo esto forma parte de un inventario cuyos alcances no puedo


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ahora precisar, una joven generación de críticos poseedores de las herramientas teóricas y escriturales para generar una crítica no solo liberada de toda concepción parasitaria, esto es, una crítica textualmente enriquecida, sino también muy documentada. Quizás esos nuevos críticos habrán de poner fin al prolongado repliegue que en estas mismas sesiones hemos comentado, de los críticos universitarios, en sus aulas y revistas de investigación. Es una posibilidad. Pero también existen otras. Quizás estos nuevos críticos sirvan a poderes que ni ellos mismos logran intuir y la visible «posmodernización» de tradicionales suplementos literarios, sólo ayude a perpetuar la escasa conciencia crítica y la desaparición de escena de conceptos como ciudadanía, participación y compromiso. Vuelvo a los vigilantes: no necesitamos de críticos superlectores, sino de críticos que, humildemente, estimulen la discusión y puedan percibir y compartir la mundaneidad de los textos que leen. A este respecto, la vigilancia normativa y excluyente no sólo ha practicado la misoginia y el clasismo, sino que, además, invocando ciertos ideales trascendentes ha desconocido, muchas veces, un principio que al menos a mí me parece insoslayable: que la literatura, como planteaba Virginia Woolf, es una telaraña cosida a la realidad por sus cuatro costados. O, dicho en los términos empleados por Edward Said, que los textos son mundanos: «son hasta cierto punto acontecimientos, e incluso cuando parecen negarlo, son parte del mundo social, de la vida humana y, por supuesto, de momentos históricos en los que se sitúan y se interpretan» (Said, 2004: 15). El olvido de este aspecto sería un error que habría cometido no sólo una crítica periodística impresionista, hecha de espaldas a las circunstancias históricas y sociales, sino también —y aquí creo que es posible establecer analogías entre el mundo académico norteamericano y el nuestro— los críticos universitarios deslumbrados por una filosofía de la


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textualidad pura, que allá coincidió, sospechosamente, con el auge del reaganismo. Cuál es la necesidad de que la crítica se reposicione o efectivamente se esté reposicionando a este respecto, es una de las preguntas más urgentes en nuestro horizonte. En otros tiempos, el papel del crítico era el de servir de «abogado de lo nuevo, de lo porvenir o el buen gusto», como escribe el crítico colombiano Carlos Rincón. Hoy vivimos un momento de disolución de las jerarquías señaladas por estos conceptos y la crítica, convertida en metáfora para el acto de lectura (Rincón, 1989: 104), se expone a uno de sus mayores desafíos: no quedarse encapsulada en una concepción textualista, en una concepción ahistórica del texto, o en el espectáculo de la cita que sólo sirve para alimentar la vanidad del crítico y sus lectores. Pienso, como muchos, que la historia no se acabó y que, precisamente, la liberación de la crítica de su consabida función de termostato de la originalidad abre otras posibilidades. En la universidad, hoy releemos los textos buscando en ellos nuevas significaciones que aporten una dimensión distinta a nuestra comprensión histórica: en el ámbito latinoamericano, esta necesidad se ha hecho particularmente evidente. Sin querer actuar como vigilante de los vigilantes, quisiera decir que este tipo de labor, en un país en que se vivió de espaldas, durante mucho tiempo, a la producción cultural, sería un propósito nada desechable: emprender lecturas que resituaran las producciones de años anteriores. Y, muy particularmente en estos tiempos generar una crítica capacitada para enfrentar el aluvión de discursos urdidos en torno al Bicentenario de la República. Esto implica reformular la relación inmediata de la crítica con el presente, para proyectarla hacia el pasado y el futuro. Quizás como nunca, hoy las personas tienen acceso a la información. Pero información no es conocimiento ni


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comprensión. Pienso que una crítica mediática situada permitiría generar cartografías útiles, que ayudaran a combatir la inercia desde la cual muchos intelectuales, como ya se ha dicho antes en este coloquio, contemplan hoy la cultura y su sociedad. Cito: Únicamente haría justicia a su tarea el crítico literario que […] registrara en sus ideas algo de la sacudida que ha estremecido el suelo en que se mueve. Pero esto sólo podría lograrlo si al mismo tiempo se sumergiese en los objetos que se le ponen delante con libertad y responsabilidad plenas, sin ninguna concesión a la aceptación pública y a las constelaciones de poder y al mismo tiempo con la más precisa experiencia artístico-técnica…» (Adorno, 2003: 644-5).

Aunque esta cita proviene de un horizonte lejano en el tiempo y en el espacio, la Alemania de posguerra, ya el propio título del texto de Adorno, «La crisis de la crítica literaria», tiene un ineludible aire de familia. El temprano rechazo de Adorno a las industrias culturales ha atravesado la segunda mitad del siglo manteniendo una extraña lozanía. Si bien se acusó a Adorno de sostener una postura aristocratizante, es innegable que su resistencia es la clave, al menos para mí, de su seductora juventud. Escojo este texto también como un modo de expresar mi desacuerdo con aquellos que sostienen que la lectura, la escritura y el ejercicio crítico son actividades categóricamente individuales. Hace unos días se puso en tela de juicio, en este mismo espacio, la concepción social del hombre. Quiero enfatizar, por el contrario, los peligrosos rasgos individualizadores y atomizadores del poder moderno, y llamar la atención sobre el modo de experiencia históricamente singular que enfrentamos. Para ello, recordemos que el ejercicio crítico


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emerge en la modernidad como ejercicio de ciudadanía y que muchos proyectos filosóficos recientes apuntan a señalar nuevas formas de subjetividad, que nos liberen de las estructuras totalizadoras del poder moderno, rechazando sus formas paradójicamente individualizadoras. En este sentido, sería saludable observar la crítica no como un ejercicio del superhéroe-lector ensimismado; la crítica siempre ha sido más que un ejercicio parasitario y constituye una búsqueda escritural con sentido. Se escribe porque se tiene algo que decir, un proyecto que compartir. Me preocupa el ejercicio crítico carente de ideas, sin un proyecto social o político; la literatura y la crítica, por cierto, no debieran renunciar a posibilidades que son tan suyas. Ricardo Piglia considera la crítica «la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas» (Piglia, 2000: 141). Pero autobiografismo no tiene por qué ser autorreferencia o narcisismo intelectual. Los textos críticos no tienen por qué ser bruñidas constelaciones de referencias textuales ni posmodernos mausoleos de ídolos literarios. Para terminar, subrayo —y esto apunta ya no sólo a la crítica mediática, sino a los que escriben sobre la crítica— que sólo la adopción de un punto de vista alerta a las transformaciones culturales y sus consecuencias sociales, puede orientar la necesaria investigación, aún por hacerse en Chile, sobre el lugar de la crítica literaria en la construcción del campo literario chileno. Y quiero recordar que todo lo que he planteado hasta ahora ha sido a modo de inventario, consciente de que para hablar de ciertas cosas hay que acercarse a las particularidades de los textos y los discursos, por lo cual pido disculpas en cuanto pueda haber parecido excesivo en mi aproximación al tema.


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Referencias Adorno, Theodor W. (2003). Notas sobre literatura. Obra Completa, VOL. 2. Madrid: Akal. Agamben, Giorgio. (2005). El hombre sin contenido. Barcelona: Áltera. Alonso, María Nieves, Mario Rodríguez y Gilberto Triviños. (1995). La crítica literaria chilena. Concepción: Aníbal Pinto. Piglia, Ricardo. (2000). Formas breves. Barcelona: Anagrama. Reyes, Alfonso. (1994). «Aristarco o anatomía de la crítica». En La experiencia literaria. México: Fondo de Cultura Económica. Rincón, Carlos. (1989). «Modernidad periférica y el desafío de lo posmoderno. Perspectivas del arte narrativo latinoamericano». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 29: 61-104. Said, Edward. (2004). El mundo, el texto, el crítico. Barcelona: Debate. Subercaseaux, Bernardo. (1991). «Transformaciones de la crítica literaria en Chile: 1960-1982». En Historia, literatura y sociedad. Ensayos de hermenéutica cultural. Santiago: Documentas, Ceneca y Cesoc.


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