1_9788411832670

Page 1



Fuego, furor y fe. Europa en llamas (1450-1525). Rebeldía y lucha social en Sagunt y el Camp de Morvedre


Comité Científico De La Editorial Tirant Humanidades Manuel Asensi Pérez Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València Ramón Cotarelo Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia M.ª Teresa Echenique Elizondo Catedrática de Lengua Española Universitat de València Juan Manuel Fernández Soria Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València Pablo Oñate Rubalcaba Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València Joan Romero Catedrático de Geografía Humana Universitat de València Juan José Tamayo Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales


Pablo Pérez García

Fuego, furor y fe. Europa en llamas (1450-1525). Rebeldía y lucha social en Sagunt y el Camp de Morvedre

tirant humanidades Valencia, 2023


Copyright ® 2023 Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito del autor y del editor. En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com.

© Pablo Pérez García © TIRANT HUMANIDADES y CENTRE ARQUEOLÒGIC SAGUNTÍ EDITA: TIRANT HUMANIDADES C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia TELFS.: 96/361 00 48 - 50 FAX: 96/369 41 51 Email:tlb@tirant.com www.tirant.com Librería virtual: www.tirant.es ISBN: 978-84-1183-267-0 MAQUETA: Innovatext Si tiene alguna queja o sugerencia, envíenos un mail a: atencioncliente@tirant.com. En caso de no ser atendida su sugerencia, por favor, lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro Procedimiento de quejas. Responsabilidad Social Corporativa: http://www.tirant.net/Docs/RSCTirant.pdf

6

Índice


Índice

Preliminar.................................................................................................................................................

9

Capítulo Primero De la rebelión popular al crimen de sedición: el incendio del comunalismo europeo (1450–1525).....................................................................................................................................

13

La conflictividad y la violencia: de «parientes pobres» de la revolución a «clave» de la cultura política republicana popular..............................................................................

15

«Pueblos» y «comunidades»: entre la conciencia, la memoria y el mito....................

19

El «hombre común» y el imperativo del «bien común»: revueltas populares y comunales del Renacimiento .................................................................................................

27

Respuesta del emergente estado y de la penalística ante las revueltas populares y comunales: la ampliación de los supuestos del crimen de lesa majestad .............

35

Capítulo Segundo Europa en llamas (1450–1525).........................................................................................................

41

Revueltas urbanas en la Europa del Renacimiento.............................................................

43

Revueltas campesinas en la Europa no germánica ...........................................................

50

Las revueltas campesinas en la Europa germánica (1460-1525).....................................

63

La guerra de los campesinos alemanes (Bauernkrieg) de 1525......................................

82

Capítulo Tercero La conflictividad ibérica (1450–1525)...........................................................................................

93

La revolta forana mallorquina (1450–1452)..............................................................................

96

La revuelta irmandiña (1467–1469)..............................................................................................

100

La conflictividad política y social en Cataluña durante la segunda mitad del siglo XV (1462–1486)...................................................................................................................................

105

Índice

7


8

Rebelión de las Alpujarras de Granada (1499–1500)............................................................

109

Las Comunidades de Castilla (1520–1521)...............................................................................

112

La Germanía de Mallorca (1521–1523)........................................................................................

126

Capítulo Cuarto La Germanía de Valencia (1519–1522)...........................................................................................

137

Una pacífica revolución popular con objetivos comunales y confederales que, finalmente, no fue............................................................................................................................

138

El adesenament y las milicias agermanadas..........................................................................

156

La cultura del comunalismo plebeyo: adaptación y exacerbación...............................

174

Capítulo Quinto La Germanía en Sagunt y el Camp de Morvedre: rebeldía y lucha social...................

183

Viejas y odiosas querellas: la ofensiva de la capital y de los caballeros contra Sagunt..................................................................................................................................................

184

Llamas antes del nacimiento de la Germanía.......................................................................

192

La rápida radicalización de Sagunt y su transformación en reducto agermanado.

195

Morvedre agermanado: ruptura vecinal y faccionalismo social.....................................

198

Sagunt agermanado: una «república de contribuyentes» (a la fuerza)......................

203

Exacerbación y depuración agermanada: la matanza de los defensores del castillo...

207

Consecuencias a corto y a medio plazo de la batalla de Almenara..............................

210

Sagunt, villa ocupada: los castigos, alojamiento de tropas y la implacable sanción económica..........................................................................................................................................

213

¿Qué fue de los 500 ocupantes de Sagunt?.........................................................................

219

Apendice Situaciones revolucionarias, agitaciones, rebeliones y revueltas populares en Europa (1450–1525)..............................................................................................................................

229

Notas..........................................................................................................................................................

235

Índice


Preliminar

Entre 1450 y 1525 se produjeron en Europa no menos de 80 episodios graves de violencia que implicaron a comunidades enteras.1 Esta fase ha sido calificada como «la era de la revuelta» por el historiador y profesor de estudios hispánicos de la Universidad de Chicago, Miguel Martínez.2 Campesinos, artesanos y, en ocasiones, mineros, comerciantes, artistas, notarios, sacerdotes y religiosos tomaron las armas para enfrentarse a sus señores, a las autoridades locales, a los ministros del rey e, incluso, al propio monarca. Este tipo de manifestaciones de malestar y de contestación ha dejado tras de sí muy pocas huellas documentales y, todavía menos, textos producidos por sus protagonistas. Desde luego, la acción se imponía a la palabra en estos casos, pero la derrota de las reivindicaciones populares también solía saldarse con una sañuda damnatio memoriae que incluía la destrucción de cualquier vestigio de los anhelos y esperanzas que hubieran animado la causa de los rebeldes. Más allá, pues, de las crónicas donde los vencedores resultan sistemáticamente exaltados y justificados, de las causas penales —si se conservan— que sirvieron para condenar a los alzados y, si las hubo, de la relación de sanciones pecuniarias, los especialistas disponen de un material muy limitado para abordar este tipo de fenómenos. Los historiadores se han sentido atraídos por el estudio de los contextos y las causas de este tipo de violencias colectivas armadas, de sus protagonistas, de sus reivindicaciones explícitas y de sus resultados a corto y largo plazo. No todas las revueltas fueron derrotadas. Algunas estuvieron a la altura de sus enemigos, gozaron de una excelente organización y contaron con el apoyo de aliados poderosos. Los irmandiños gallegos y los remensas catalanes, por ejemplo, fueron respaldados por los reyes de Castilla y de Aragón en su lucha contra la aristocracia gallega y la nobleza catalana. La ciudad de Gante consiguió resistir durante casi un siglo, desde 1449 hasta 1540, a los intentos de sus señores —los duques de Borgoña, primero, y los archiduques de Austria, después— de controlar sus finanzas y limitar su autonomía. En la ciudad de Florencia, una constitución republicana que contemplaba una amplia representación política de su compleja sociedad urbana se mantuvo en pie durante casi dos décadas, desde el exilio de Piero II de Médici en 1494 hasta el regreso del papa León X, Giovanni de Médici, y de su sobrino Lorenzo II en 1512. Aunque Preliminar

9


no fueron muchas las revueltas triunfantes, las que conocemos corresponden a la segunda mitad del siglo XV. Ninguna de las que se produjo durante el primer cuarto del siglo consiguió alcanzar sus objetivos más allá de un tiempo muy limitado. En aquellos momentos, el poder del emergente Estado —su amplísima disponibilidad de recursos financieros, su sofisticada tecnología militar y sus ejércitos integrados por soldados profesionales— hacía inviable ya el éxito de cualquier ofensiva popular armada. El período comprendido entre la revolta forana mallorquina (1450) y la guerra de los campesinos alemanes, o deutscher Bauernkrieg (1525), constituye, pues, el eje de inflexión del proceso histórico de nacimiento del moderno Estado, cuya primera formulación teórica se alcanzará con los Seis libros de la República (1576) de Jean Bodin. La expansión y fortalecimiento del poder real convirtió el recurso a las armas en sedición, es decir, en un crimen político de primer grado castigado con las penas económicas y corporales más graves. La abundancia, contigüidad y frecuencia de los fenómenos de contestación popular armada de la etapa 1450–1525 permiten explicar convincentemente principios establecidos con firmeza por la historiografía jurídica y la historia social de la justicia penal, como la extensión del delito de lesa majestad a acciones y situaciones que hasta entonces habían quedado al margen del mismo,3 o el extraordinario incremento de los delitos sancionados con la pena de muerte en el tránsito del siglo XV al XVI, precedidas, en no pocos casos, de terribles aflicciones y tormentos.4 El recurso a las armas no solo se dio en todas las manifestaciones de protesta social y política que consideraremos en este libro. En su versión más elemental —la fuerza bruta de los soldados profesionales y la represión selectiva con que fueron reducidas las revueltas de aquella etapa— o más sutil —la del discurso jurídico enarbolado por los juristas, mediadores intelectuales entre el poder político y la sociedad— la violencia fue un factor clave de la construcción política de la incipiente monarquía absoluta. En el caso hispano, la violencia política parece haber sido uno de los rasgos más característicos del vacío de poder producido tras el fallecimiento del rey Fernando el Católico,5 así como del ascenso al trono y primeros años del reinado de Carlos I de Habsburgo.6 La guerra de las Comunidades, la lucha contra los agermanados valencianos, la reducción de la resistencia en las poblaciones de Xàtiva y Alzira y de la propia Germanía de Mallorca, y, ya por último, la derrota (1526) de los mudéjares alzados en la sierra de Espadán, renuentes a aceptar el bautismo obligatorio decretado en 1525 constituyen, precisamente, los episodios de disidencia 10

Pablo Pérez García


política y religiosa más conocidos de la violenta implantación de la dinastía Habsburgo en tierras de la Península Ibérica. Estos y otros acontecimientos semejantes —como en Tenochtitlán, por ejemplo— contrastan con «la imagen del surgimiento accidental y armónico del Imperio de Carlos V como resultado del azar biológico y de intrigas de salón, [constatándose] fácilmente el protagonismo de las poblaciones locales en su conformación y, por supuesto, la referida generalización de la violencia del poder local en la mayor parte de los territorios implicados».7 Entre 1450 y 1525, Europa entera vio cambiar varias veces de soberano a las monarquías reinantes, hundirse las escasísimas repúblicas «populares» todavía existentes, surgir nuevas y poderosas dinastías —como los Ruríkovich en Rusia o los Vasa en Suecia— y conformarse grandes imperios, como el Otomano —que, en 1453, con la conquista Constantinopla, abrió las puertas griegas de Europa— o el de la casa de Habsburgo (1519), reforzado con sus posesiones americanas y las coronas eslavas de San Esteban y San Wenceslao (1526). La Europa de 1525 se parecía poco a la de 1450. Guerras civiles, conquistas, matrimonios de Estado, operaciones militares de todo tipo habían modificado sus fronteras. Y, por si todo ello fuera poco, la ofensiva musulmana en el Mediterráneo oriental y occidental había trazado una nueva línea de tensión y reparto de esferas de influencia —que Pierre Chaunu denominó «frontera de cristiandad»–mientras los reformadores alsacianos, suizos y sajones, herederos, en cierto sentido, de la rebelión religiosa de lolardos y de husitas, iniciaban una operación de desmontaje político y religioso de Europa que se plasmaría en aquello que, también Chaunu, bautizó como «frontera de catolicidad».8 Aunque los modernistas solemos reservar este término para referirnos al siglo XVII, no cabe duda de que el período 1450 fue una etapa de crisis política, religiosa, social y económica inserta en aquello que los especialistas han denominado crisis bajomedieval o crisis de la Europa feudal.9 Nuestro estudio, sin embargo, no seguirá la estela trazada por trabajos tan meritorios como los de Yves–Marie Bercé, Perez Zagorin, Guy Bois, Charles Tilly o Hugues Neveux, que, no obstante, serán profusamente citados a lo largo de las páginas que siguen. No pretendemos profundizar ni en el conocimiento de la crisis bajomedieval, ni tampoco analizar las revueltas populares a través de sus perfiles sociológicos, ni desentrañar la miríada de motivaciones que lanzaron a los granjeros y los artesanos del Renacimiento al campo de batalla, ni siquiera deseamos enriquecer el conocimiento de la cultura popular a través del estudio de sus rituales de violencia colectiva. Nuestro trabajo se sitúa, más bien, en la órbita de la obra sugerente y rica en matices de Peter Preliminar

11


Blickle.10 A lo largo de los cinco capítulos que componen nuestro libro hemos tratado de reconstruir, siguiendo al gran historiador germano discípulo de Gunter Franz, la cultura política popular republicana cuyos tres grandes pilares fueron el «hombre común», el «bien común» y el comunalismo. Siguiendo un camino descendente de lo general a lo particular, trataremos de situar estos tres grandes principios en el centro de nuestro estudio de las sucesivas crisis políticas y sociales populares del Renacimiento. Descontado el capítulo primero, de un contenido algo más teórico, recorreremos la geografía europea tratando de descubrir no tanto los motivos, ni la sociología de las revueltas populares, cuanto la cultura política popular republicana dentro de la cual se insertaban y las fórmulas organizativas que escogieron los «comunes» para contrarrestar el poder creciente de sus enemigos y del mismo Estado moderno. Aunque solo dedicamos dos capítulos —el cuarto y el quinto— a la Germanía valenciana, necesitábamos los dos anteriores —donde repasamos las revueltas europeas y peninsulares— como referencia y punto de comparación. Sin este contraste hubiera sido muy difícil caracterizar la Germanía como una frustrada revolución popular con objetivos comunales y federativos que, en pocas palabras, constituye la conclusión fundamental de nuestro trabajo. Dentro del fenómeno agermanado, el caso saguntino, a diferencia de la propia ciudad de Valencia y del radicalismo encubertista setabense, demuestra que hubo una Germanía comunalista fuertemente politizada, comprometida con la transformación de la nobleza en una clase contribuyente, defensora a ultranza del real patrimonio y del realengo, y seguramente al margen de las ensoñaciones milenaristas que suelen atribuirse al conjunto del movimiento agermanado: un mundo feliz, sin impuestos, sin gobierno, sin leyes, sin otra religión que la de Cristo, asambleario, igualitario … Un mundo de hermanos y no de hombres que, en definitiva, ni podía existir entonces, ni existirá jamás. Pablo Pérez García

Universitat de València

12

Pablo Pérez García


Capítulo Primero

De la rebelión popular al crimen de sedición: el incendio del comunalismo europeo (1450–1525)

Entre 1450 y 1525 estallaron en Europa no menos de 80 conflictos de gran intensidad promovidos por trabajadores urbanos, artesanos, menestrales y campesinos. Pese a sus diferencias, la mayor parte ha recibido el calificativo de «rebeliones» o «revueltas», ya que sus protagonistas acabaron recurriendo al uso de una violencia de gran intensidad —a las armas— para defenderse y para atacar.11 Algunos tuvieron una duración muy corta, apenas se extendieron más allá de su epicentro y carecieron de cualquier tipo de connotación religiosa, como la llamada «revuelta antifiscal de Agen» (1514). Otros se prolongaron en el tiempo, afectaron a comarcas muy extensas y estuvieron poderosamente influidos por inquietudes espirituales, escatológicas y por la misma reforma protestante, como la «Guerra de los Campesinos alemanes» (1524–1525). La Germanía de Valencia forma parte de este ciclo de enfrentamientos armados. Comenzó en la ciudad del Turia (1519) y se extendió (1520) por la mayor parte de un reino que los líderes del movimiento consideraban de gran reputació i crèdit, aunque xic por potencial económico y sus reducidas dimensiones.12 Inicialmente pareció existir un consenso entre los oficiales reales y el «pueblo» de la capital para defender las fronteras del reino de Valencia. Pronto, sin embargo, surgieron unas desavenencias que se agravaron cuando la nobleza rechazó de plano las demandas populares y cuando el monarca, finalmente, retiró su apoyo inicial al movimiento. Las acciones audaces y los enfrentamientos iniciales desembocaron en una guerra que causó cerca de 12.000 muertos, entre los cuales hubo un importante número de vasallos musulmanes de la nobleza regnícola. Esta circunstancia confirió a la Germanía una cierta dimensión de «cruzada religiosa» que todavía se acentuaría más durante la primavera y el verano de 1522 con la irrupción del mesianismo «encubertista».13 El fuego en el que ardió el palacio vizcondal de Chelva o con el que fueron abrasados los rebeldes sitiados en la iglesia de la Ollería fue el instrumento de un furor incontenible espoleado por un fervor religioso radical que, de alguna manera, justifican la reunión de estos tres elementos en De la rebelión popular al crimen de sedición: el incendio del comunalismo europeo (1450–1525)

13


el título de este libro. Enfrentamientos semejantes se dieron en toda Europa durante la segunda mitad del siglo XV y el primer cuarto del XVI. Este segmento cronológico presenta dos grandes fases: la crisis de la sociedad bajomedieval, que se remontaría al segundo tercio del siglo XIV y alcanzaría los últimos años del XV,14 y la conflictividad del Quinientos, fuertemente condicionada por el reforzamiento del poder real,15 y por la efervescencia espiritual y religiosa promovida por la reforma religiosa.16 Este no es el único corte temporal que podríamos haber escogido. Por ejemplo, según Charles Tilly, entre 1492 y 1541 se produjeron en Europa un total de 61 situaciones revolucionarias.17 El historiador norteamericano considera que, hacia 1492, se estaba comenzando a imponer en Europa una economía dominada por el capitalismo mercantil, al mismo tiempo que se estaba formando un sistema muy consistente de estados soberanos empeñados en conseguir el monopolio de la fiscalidad y del ejército.18 El desarrollo del capitalismo, según Tilly, entrañó el surgimiento de tres tipos de conflictos «nuevos»: entre el capital y el trabajo, entre capitalistas y otros grupos sociales que también tenían derechos sobre los medios de producción, y entre competidores dentro de los mismos mercados.19 El crecimiento del estado, por su parte, implicó el enfrentamiento y la derrota de quienes también tenían derecho a detraer los recursos que la corona aspiraba a monopolizar: impuestos, propiedades y hombres.20 La elección de una u otra opción cronológica no es arbitraria. A diferencia del período 1492– 1541,21 la etapa 1450–1525 había conocido movimientos populares —rurales y urbanos— exitosos, precisamente porque la corona les prestó apoyo —cierto que sin excederse demasiado— frente a enemigos comunes, como la aristocracia terrateniente y la oligarquía burguesa. De haber tenido algún impacto, la memoria histórica de la resistencia de Flandes contra los duques de Borgoña, de los remensas catalanes o de los irmandiños gallegos tal vez hubiera estimulado a los agermanados a sostener sus reivindicaciones contra viento y marea. De hecho, los alzados valencianos nunca acabaron de creer del todo que habían perdido el favor del rey–emperador Carlos de Habsburgo. Al escoger el período comprendido entre la revuelta de Gante de 1449 y la Bauernkrieg alemana de 1525, aspiramos a mostrar que la memoria de los agermanados —gracias, sobre todo, a sus asesores letrados— estaba en condiciones de recordar movimientos semejantes que triunfaron gracias a sus alianzas y estrategias.22 Es verdad que los conflictos sociales no nacen ni concluyen siguiendo un cálculo de expectativas, pero no es menos cierto que durante la transición entre los siglos XV y XVI ningún poder singular podía reclamar todavía para sí una potencia coercitiva o quantum de fuerza violenta superior a los demás. Poco tiempo después, esta afirmación ya no sería cierta, 14

Pablo Pérez García


pues el poder de la corona habría superado con creces al de los restantes implicados.23 Como episodio de un tiempo histórico en el que las iniciativas audaces y la rebeldía a ultranza ni mucho menos estaban condenadas al fracaso,24 la resistencia de la Germanía de Valencia hasta finales de 1522 parece menos una reacción desesperada que una manifestación de plena confianza en el apoyo de la corona, escamoteado por los enemigos del movimiento. La conflictividad y la violencia: de «parientes pobres» de la revolución a «clave» de la cultura política republicana popular Las reflexiones de la filósofa

Durante prácticamente un siglo —desde mediados del XIX alemana Hannah Arendt (1906-1975) sobre la violencia hasta el ecuador del XX—, el análisis de los conflictos sociales que y la revolución han permitido podrían haber desembocado y que, en algunos casos, desemboenriquecer los objetivos de la investigación histórica sobre el caron en una revolución, se verificaba dentro de los parámetros conflicto, la contestación y la de la historia social. Ya fuera desde una perspectiva liberal o desconfrontación social. de una óptica marxista, se entendía que la conquista del estado como consecuencia de una revolución consistía en la transferencia del poder y del control del mismo de un grupo social a otro. Los liberales de tradición tocquevillana entendían que el grupo gobernante había planteado exigencias inasumibles a los gobernados mejor organizados y que éstos habían podido arrebatar el poder a los primeros. Los historiadores materialistas afirmaban que, tras haberse producido una contradicción entre control del poder político y control de los medios de producción, los propietarios de los segundos exigían la dimisión de los primeros para así poder ocupar su lugar, casi siempre por la fuerza. El papel de la violencia política, en una y otra posición, era distinto. Entre los marxistas, la violencia no era sino la inevitable «compañera» de la revolución, mientras que para los liberales era, más bien, su inevitable «instrumento». Los conflictos «menores» —aquellos que no aspiraban o no dieron lugar a un cambio constitucional o en la titularidad del aparato del estado— poseían una importancia histórica menor y, en todo caso, su estudio podía tener un interés meramente comparativo. Las algaradas, los motines, las «emociones» y conmociones, las conspiraciones y pronunciamientos armados, las De la rebelión popular al crimen de sedición: el incendio del comunalismo europeo (1450–1525)

15


insurrecciones y levantamientos, las sublevaciones, las jacqueries, las rebeliones o las revueltas, y, en general, todas las manifestaciones públicas de disidencia subversiva podían, tal vez, ser ubicadas en una cierta escala de gravedad conflictiva según sus detonantes, motivaciones, duración, participantes, destrucciones, pérdidas, etc. En cualquier caso, contemplados desde la orilla de la historia social, ninguno de estos fenómenos conseguía despojarse de su apariencia de «hermano pobre» de las verdaderas revoluciones. Los grandes cambios sociales y políticos poseían un fermento integrado por «precondiciones» y un chispazo de «precipitantes»; por el contrario, las revueltas únicamente poseían «precipitantes». A mediados del pasado siglo XX, la irrupción de nuevas sensibilidades historiográficas que, siguiendo a Francesco Benigno,25 podemos calificar como «revisionistas», vinieron a arrumbar este doble «mito revolucionario» liberal y progresista. Es probable que no haya mejor modo de resumir la naturaleza de los cambios operados en la escritura de la historia de las revoluciones que enfatizar el cambio de escenario asumido por los especialistas al abandonar la historia social y ubicarse en el espacio de la historia política. Al abandonar la perspectiva sociológica y apostar por el análisis político, numerosas facetas «secundarias» del conflicto pasaron a ocupar un papel de primer orden, comenzando por la misma violencia. De «experiencia dolorosa» e «instrumento inevitable», la violencia, en el seno de la historia política, pasó a ser «piedra de toque» del conflicto mismo y, llegado el caso, de la represión y castigo subsiguiente de sus protagonistas. Más aun, así como para los historiadores de tradición tocquevillana o marxista la violencia resultaba inconcebible sino como fenómeno a posterori, para los historiadores «revisionistas» la violencia misma podía ser el origen —es decir, el a priori— de una revolución.26 Contradiciendo al general Carl von Clausewitz y su opinión de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, Hannah Arendt ha sostenido que la guerra produce revoluciones y la revolución engendra guerras.27 En efecto, algunas guerras ocasionan trastornos políticos de primera magnitud —la revolución rusa de 1917 o la revolución republicana florentina de 1494, por ejemplo— pero la práctica totalidad de los conflictos sociales dan pie a manifestaciones violentas de diferente grado de intensidad. A veces, las protestas no van más allá de las amenazas contra el causante de los abusos o el amedrentamiento de los oficiales públicos, pero, en ocasiones también, el conflicto degenera hasta dar lugar a una confrontación armada que dejará el campo de batalla sembrado de cadáve16

Pablo Pérez García


res y los árboles cuajados de cuerpos suspendidos de una soga. El primer objetivo del historiador del conflicto no puede ser otro que la detección de sus «violencias» para proceder, a continuación, a la graduación de las mismas; después, debe tratar de entender en virtud de qué tipo de tradiciones o convenciones se legitimaban sus manifestaciones, y, finalmente, tiene que evaluar sus consecuencias. Si para el «mito revolucionario» la violencia era un simple epifenómeno, para el «revisionismo conflictual» la violencia posee un carácter fundacional. Ciertamente, la violencia impone cesuras, delimita la sucesión de los acontecimientos, remata algo y da origen a algo nuevo, ramifica y complica la linealidad inicial del conflicto, y contribuye a explicar deserciones, adhesiones, enemigas y hasta el resultado mismo del final del proceso.28 Pero la violencia no es un instrumento intemporal. Cada tiempo, cada cultura y cada situación se enfrenta a la violencia de una manera distinta, de modo que su utilización, su dosificación y su justificación pueden presentar variaciones de una riqueza extraordinaria. La expresión de la violencia nos ayuda a conocer la sociedad que la produce, y, por tanto, sus manifestaciones poseen un valor heurístico de enorme interés para el historiador. De hecho, una de las aportaciones metodológicas más relevantes de los llamados «revisionismo» ha sido, precisamente, la reivindicación del estudio de la violencia. Entendida como «dispositivo»,29 la violencia dejaría de ser un mero instrumento del conflicto, para convertirse en un genuino síntoma del mismo, y, por tanto, en la forma o en materialización de un fenómeno cuyo significado, cuyos resortes y cuyas claves no podrían ser abordados sino a través del estudio de sus manifestaciones.30 Dado el origen social de las revueltas de la etapa que nos proponemos abordar, podría afirmarse, pues, que la violencia constituye, como poco, una de las claves —tal vez la más importante— de aquello que podríamos «cultura republicana popular del Renacimiento». Con independencia de sus tradiciones y especificidades locales, la cultura que compartieron los grupos populares de gran parte de la Europa del Renacimiento tenía, como componente básico, la religión cristiana. El cristianismo había llegado a un punto de ebullición en diferentes ocasiones a lo largo de la Edad Media. Las inquietudes espirituales y escatológicas habían agitado numerosas regiones europeas durante los siglos XIII, XIV y XV provocando la reacción de los autoridades eclesiásticas y civiles. Pero con independencia de este tipo de manifestaciones, la religión cristiana encerraba una cosmovisión que abarcaba tópicos, iconografías, un sistema de valores morales, tradiciones orales y textuales, una visión del mundo y de la propia historia, De la rebelión popular al crimen de sedición: el incendio del comunalismo europeo (1450–1525)

17


y una escatología o itinerario para la salvación. La cultura republicana popular del Renacimiento hincaba sus fundamentos sobre cinco valores cristianos esenciales: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la justicia (distributiva) y la moralidad pública. Cualquier atentado flagrante contra estos valores podía desencadenar una respuesta violenta —individual o colectiva—,31 puesto que la violencia, como sabemos, todavía no formaba parte entonces de la economía de la ilegitimidad.32 Si trasladásemos los valores morales a los que acabamos de referirnos al territorio de la ética y de la política, de alEl historiador berlinés Peter guna manera quedarían perfilados los contornos de una Blickle (1938–2017) continuó cultura republicana popular que algunos autores como los estudios de su maestro, el profesor Gunter Franz, sobre Peter Blickle han denominado «comunalismo».33 Blicla revuelta de los campesinos kle ha insistido en la autonomía del comunalismo como alemanes de 1525, analizando «creación» de los burgueses y campesinos medievales. Al en profundidad las tres grandes claves de la cultura compartir valores, inspiraciones y cimientos morales con política popular republicana el cristianismo, el comunalismo podía coincidir con el pendel Renacimiento: el hombre samiento de Tomás de Aquino (1224–1274) o con las ideas común, el bien común y el comunalismo. de autores tan leídos como el dominico Tolomeo de Luca (1236–1327), el franciscano Francesc Eximenis (1330–1409), el catedrático Alonso Fernández de Madrigal (1410–1455) o el trinitario Alonso de Castrillo (14??–15??). Pero la publica utilitas o el bonum commune, objetivo primordial de una república cristiana bien ordenada, no era exactamente lo mismo que el gemeiner nutzen o el gemeinnutz que presidía la vida comunal y la convivencia política de las aldeas germanas de la Baja Edad Media.34 El bonum commune era un principio abstracto compatible con que su determinación y gestión pudiese ser llevada a cabo por «especialistas». El gemeiner nutzen, sin embargo, exigía consenso, decisiones adoptadas por mayoría, un gobierno representativo, así como procesos electorales y referenda democráticos y, en ocasiones, compromisos, juramentos y coniurationes que, entre iguales, difícilmente podrían adoptar otra forma que la del hermanamiento o germanitas.35 18

Pablo Pérez García


El republicanismo popular del Renacimiento podría ser, pues, el argumento de un capítulo específico dentro de la historia de la democracia en Europa.36 Aspectos escasamente problemáticos del mismo podrían ser la propia organización y funcionamiento de las comunas locales, los ideales políticos de naturaleza religiosa que animaban el orden comunal o el recurso a la violencia colectiva en defensa de los derechos comunitarios frente a agresiones internas o externas. Mucho más complejo y difícil sería determinar hasta dónde —y desde dónde no— podría hablarse de comunalismo republicano popular en la Europa de la Baja Edad Media y temprana Edad Moderna.37 ¿Sólo hasta donde hubo una tradición comunal documentable o un funcionamiento amplio, abierto y democrático de la vida concejil? ¿Podría servir este esquema para estudiar la vida comunitaria —y, por tanto, la conflictividad colectiva— de poblaciones que, como las valencianas de finales del XV y comienzos del XVI, carecían de una tradición comunal, o, como las francesas coetáneas, que poseían un grado mucho más bajo de comunalismo que las villas suizas, germanas, italianas38 y castellanas de la época?39 O, por el contario ¿habría que distinguir entre un modelo y otro, y, en todo caso, establecer las diferencias y graduaciones necesarias para poder situar ambos paradigmas dentro de una cierta escala de complejidad política? Este libro ha sido concebido para tratar de ofrecer una respuesta —provisional, matizable y discutible, o al menos, eso es lo que esperamos— a los interrogantes planteados. A lo largo de las páginas que siguen intentaremos ubicar la problemática agermanada dentro de su propio contexto histórico europeo. Trataremos de analizar sus raíces, rasgos y comportamientos con los restantes conflictos del período. Pero no desdeñaremos obtener los argumentos que precisamos para intentar contestar las preguntas que tanto nos interesan. «Pueblos» y «comunidades»: entre la conciencia, la memoria y el mito

Sin fuentes el estudio de las tradiciones populares y de las mentalidades colectivas resulta imposible. Ahora bien, ¿de qué tipo de documentos nos serviremos para abordar fenómenos que, por definición, no precisaban de la escritura para expresarse, transmitirse y modificarse? ¿Y qué decir del papel de los llamados «mediadores culturales»?40 ¿Seremos capaces de reconocer y diferenciar su impronta, o, por el contrario, tendremos que abordar su papel como un insoslayable peaje? En un interesante estudio sobre el vocabulario político castellano bajomedieval, Oliva Herrer menciona como fuentes de su aproximación al concepto «pueblo» las siguientes: Cicerón, De la rebelión popular al crimen de sedición: el incendio del comunalismo europeo (1450–1525)

19


la Segunda Partida de Alfonso X el Sabio, las Etimologías romanceadas de San Isidoro, la Glosa al Regimiento de Príncipes de Egidio Romano, el Vocabulario eclesiástico de Fernández de Santaella, el Vocabulario español–latino de Nebrija, un documento de 1503 procedente del Archivo Municipal de Medina del Campo, un par de textos de la Cortes de Ocaña de 1422 y de las Cortes de Palenzuela de 1425, un documento de la época de las Comunidades correspondiente a los capítulos de Valladolid, y algunos otros cosechados y publicados por diversos especialistas.41 Se trata, como vemos, de textos eruditos, cancillerescos, humanísticos y consistoriales. También disponemos de algunos otros escritos más próximos al medio cultural que nos interesa. Gracias al trabajo de Vicent J. Vallés, contamos, por ejemplo, con una transcripción de las instrucciones dadas por la llamada «junta de los trece» —la tretzena— de la Germanía valenciana a sus embajadores ante la corte del rey Carlos I de Habsburgo. Desde luego, estos textos reflejan las convicciones ideológicas y los objetivos políticos del movimiento agermanado.42 Pero ¿quiénes escogieron los términos, las locuciones y los giros de los mismos: los miembros de la tretzena o los notarios que los redactaron? Aunque difícil de dilucidar siempre, la duda no debe impedirnos avanzar. De hecho, si comparamos los textos valencianos y castellanos observaremos interesantes diferencias y, probablemente, muy significativas. Porque en los escritos castellanos se suele utilizar como sinónimos e intercambiables los términos «pueblo» y «comunidad». Pero esta sinonimia no se da en la documentación valenciana. La palabra «comunidad» no aparece nunca en las instrucciones de la Germanía a sus emisarios y procuradores. Hay, sin embargo, una población valenciana en cuyos documentos podemos detectar el uso término «comunidad». Se trata de Orihuela, cuyos síndicos y procuradores lo eran del poble e comunitat de la ciutat de Oriola.43 Nos ocuparemos del contraste entre el vocabulario político de la germanía valenciana y la oriolana o la ilicitana en el capítulo cuarto. En los textos valencianos, además, la palabra «pueblo» carece de una de las dos acepciones que este mismo término posee en Castilla. Oliva Herrer ha insistido en la complejidad polisémica de los conceptos «pueblo» y «comunidad» cuyo uso, en principio, considera equivalente o muy próximo en Castilla.44 El significado de «ciudad» o de «república» que, en ocasiones, los textos castellanos otorgan a las palabras «pueblo» y «comunidad» no ha podido documentarse en Valencia.45 La razón es muy sencilla. En tierras valencianas, el poble carecía de la autonomía —es decir, del derecho de auto–convocatoria, reunión y deliberación— no así comunitat y, por tanto, no siendo el poble, a diferencia de la comunitat, una 20

Pablo Pérez García


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.