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Educación comprehensiva Memorias: vine, vi y ¡chao!


Comité Científico De La Editorial Tirant Humanidades Manuel Asensi Pérez Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València Ramón Cotarelo Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia M.ª Teresa Echenique Elizondo Catedrática de Lengua Española Universitat de València Juan Manuel Fernández Soria Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València Pablo Oñate Rubalcaba Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València Joan Romero Catedrático de Geografía Humana Universitat de València Juan José Tamayo Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales


Sergio Clavijo

Educación comprehensiva Memorias: vine, vi y ¡chao!

tirant humanidades Bogotá, 2023


Copyright ® 2023 Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito de los autores y del editor. En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com.

Clavijo, Sergio, 1955- , autor. Educación comprehensiva. Memorias : vine vi y ¡chao! / Sergio Clavijo. -- Primera edición. -- Bogotá: Tirant Humanidades, 2023. 163 páginas : fotografías a color. Incluye referencias bibliográficas. ISBN: 978-84-1183-273-1 1. Clavijo, Sergio, 1955- , - Correspondencia, Memorias, etc. 2. Economistas – Biografías. I. Título. LC: HB123.C7 CDD: 330.092 ed. 23 Catalogación en publicación de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz

© Sergio Clavijo

© TIRANT LO BLANCH EDITA: TIRANT LO BLANCH Calle 11 # 2-16 (Bogotá D.C.) Telf.: 4660171 Email: tlb@tirant.com Librería virtual: www.tirant.com/co/

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Índice Prólogo................................................................................................................................

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Capítulo I. Infancia feliz y Juventud “no vigilada”...........................................................

15

Capítulo II. Trabajo de economista y lecciones de vida.................................................

57

Capítulo III. Posgrado y políticas públicas..............................................................................

83

Capítulo IV. Centros de pensamiento.......................................................................................

127

Capítulo V. Desafíos generacionales y ¡chao!......................................................................

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Referencias........................................................................................................................

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Prólogo Estas memorias provienen de recordar cómo mi carrera de economista terminó mezclando los intereses académicos con el mundo práctico de las políticas públicas. En particular, me sirvió de pivote la introducción que hiciera, en 2023, al libro que escribimos con Nelson Vera sobre Banca Central, Política Monetaria y Mercados Fintech (Editorial Tirant Lo Blanch); allí se inició esta aventura de “recordar es vivir”. Allí relataba lo extraño que resultaba vaticinar que alguien, en medio de movimientos estudiantiles izquierdistas de los años 1970-1980, pudiera inclinarse por llegar a especializarse en dichos temas monetarios y financieros. En efecto, el grueso de los inquietos estudiantes nos movíamos al calor de los ecos de las revueltas de Mayo-1968 en Paris, cuyo mantra era “prohibido prohibir” (interdit interdir). Y hasta creíamos que la égida del cambio ocurriría bajo los designios de los movimientos “mamertos” del PC-Rusia, China-Maoísta o de obreros de avanzada liderados por el mundo Trotskista de la Internacional Socialista. La conclusión allí relatada es que la búsqueda de coherencia entre lo que se planteaba, sus instrumentos y los fallidos resultados de tal revolución pronto nos llevaron a abandonar tal quimera socialista. Nos pasó rápido la “viruela izquierdista” tan pronto tuvimos que salir, a los 23 años, a buscar lo del arriendo. Como verá el lector más adelante, el hilo conductor de estas memorias tiene que ver con la importancia de la educación de manera comprehensiva (con “h”), mezclando la educación formal con la experiencial; es decir, educación que abarca un amplio espectro del conocimiento. El mensaje general en este frente es que no basta con ser bueno en el área escogida a nivel personal, sino que precisamente trascender al interior de nuestras propias vidas requiere una visión más integral y multidisciplinaria, pues con este enfoque holístico nos enriquecemos todos. En el primer capítulo de estas memorias presento el contexto de haber crecido en familia de clase media, en la Bogotá de los años sesenta, con un objetivo familiar claro y la creación de hábitos conducentes a

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dotarnos (a un total de diez hijos) de bases educativas para llegar a ser “buenos ciudadanos”. A varios amigos que compartí borradores de ese periodo de infancia y juventud “les sonó” positivamente este como el eje bajo el cual crecía la clase media en la Bogotá del momento. Otros lectores más jóvenes me pidieron que ahondara sobre las limitaciones que se tenían en temas de comunicaciones en los años setenta (¿Una carta tomaba 3 meses en llegar a Estados Unidos? Y ¿Cómo así que tan solo había dos canales de TV en Bogotá y, además, en blanco-negro con horarios de solo seis horas de programación?). Tengo especial agradecimiento con mi hermano (mayor) Hernando (el mayor de seis varones) por haberme dado útiles sugerencias como “editor en la sombra” de todo este escrito, a nombre de los baby-boomers. Y también van mis agradecimientos a mi nuera, yernos, hijos y a mi señora, María Claudia, por toda la detallada retroalimentación que me dieron sobre mejores formas de relatar y dar contexto histórico. Mi hija Irene hizo las veces de editora en la sombra a nombre de las nuevas generaciones, así como Tatiana Dangond y Fabio Rodríguez Duarte, a nombre de la Editorial Tirant, también me aportaron mucho a la hora de imaginarnos cuáles son esos desafíos educativos de las nuevas generaciones. Igualmente, agradezco a mi amigo contemporáneo Ignacio Zuloaga por sus valiosas sugerencias y empatía, primero como easy-riders (esos rebeldes motociclistas que se inmortalizarían en la taquillera película con música de Steppenwolf de 1969) y después como banquero con intereses académicos, ayudando a pensar una Colombia mejor. El segundo capítulo extrae algunas lecciones de vida sobre esos 45 años de trajinar profesional, las cuales he tratado de presentar con una arista que pudiera resultar atractiva para las nuevas generaciones al contrastar su medio con el nuestro de 30-50 años atrás. Sé bien que lo vivido por nosotros los baby-boomers es diferente a lo que experimentan las nuevas generaciones, pero guardo la esperanza de que el trazado de objetivos de vida y la persistencia requerida para llevarlos a cabo seguirán teniendo muchos factores en común. 12

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El otro elemento común en esta trayectoria de vida ha sido “el factor suerte” en materia de oportunidades. En su aprovechamiento se combinan elementos de desarrollo cognitivo (el IQ) y de sensibilidad social o de “inteligencia emocional”. Como veremos, aun los más adinerados enfrentan retos de vida que exigen superar frustraciones personales o profesionales; y, en este sentido, dicen los expertos que la vida, en sí misma, tiene importantes elementos democráticos, pues todos debemos hacer esos esfuerzos diarios de superación y aguante frente a adversidades. El tercer capítulo se refiere a las experiencias de un profesional maduro transitando por los momentos difíciles de la Colombia del periodo 1990-2005, bajo amenaza guerrillera, de narcotraficantes y con el desafío de ayudar a estructurar un mejor país, aprovechando la adecuada Constitución de 1991. Considero que el balance de país (1990-2023) ha sido exitoso, bien que se mida contra el Estado cuasifallido de los años 19701990 o respecto de la América Latina actual. Colombia había logrado durante el periodo de prepandemia reducir la pobreza del 50 % hacia el 35 % y reducir la inflación (que tanto afecta a esos pobres) del 30 % hacia el 6 % (en promedio anual), al tiempo que evitamos periodos prolongados de crisis (salvo por 1998-2001). Sin embargo, el entorno regional es desafiante. El abrazo de Lula a Maduro, en compañía de otros dirigentes regionales (incluyendo a Boric y Petro, en mayo del 2023) nos habla de una región que ha perdido su afinidad con la democracia representativa y ese progreso socio-económico (antes señalado). Pero todavía tenemos la oportunidad de salir mejor librados que nuestros pares (Chile o Perú) y, sin lugar a dudas, mucho mejor que lo ocurrido en Argentina, Venezuela o Nicaragua. Los capítulos cuarto y quinto buscan hablarle a las nuevas generaciones sobre desafíos de comunicación efectiva y aplicar esas lecciones para lograr una educación-amplia y, al mismo tiempo, relevante para la forma de vida que se escoja. Mencionamos allí los desafíos de sentar bases de buena lectura, buena escritura y, sobre todo, capacidad de reflexión, siendo esta última seriamente amenazada por comunicaciones

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digitales más bien de tipo superficial y pasajeras. Con razón se habla de que “la simple atención” es el “nuevo commodity” que reclama el mundo, pues dicha atención está constantemente amenazada por los “likes” o por “los anzuelos-digitales” (click-baits) dispuestos allí como trampas que tan solo conducen a la superficialidad y carencia de análisis profundos. Allí incluimos algunas referencias al desafiante mundo que hoy nos plantea el advenimiento de la inteligencia artificial. Espero entonces que las generaciones contemporáneas a la mía encuentren en este escrito identidades de vida y que las generaciones más jóvenes extrapolen experiencias útiles para fraguar sus propias vidas. La portada de este libro simboliza entonces la dedicatoria de esta obra a las nuevas generaciones, especialmente a mis seis nietos, quienes deberán crecer y madurar al calor de esta combinacion educativa entre lo formal (IQ) y la habilidad de relacionamiento social (EQ). Esta imagen candida de Albert Einstein, segun la escultura exhibida en Washington DC, nos debe invitar a reflexionar sobre la esencia de la vida a través de la educación comprehensiva y su legado a nuevas generaciones.

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Capítulo I.

Infancia feliz y Juventud “no vigilada” Cuando éramos pequeños, mi madre decía que debíamos prepararnos para la vida como si fuera un emprendimiento conquistador romano de gran aliento y con la meta en mente de poder gritar al final, como el emperador Julio Cesar, “... Veni, vidi y vinci” (vine, vi y vencí). En mi caso puedo garantizar las dos primeras exclamaciones ... vine y viví intensamente, lo de si triunfamos —o no— lo están evaluando mi señora, nuestros 3 hijos (Laura, Irene y Mateo) y los 6 nietos, quienes andan también en su intenso vivir. Estas memorias buscan recrear la oda a la vida que cada uno de Uds., queridos lectores, ha vivido a su manera y seguramente con similar intensidad; todos hemos enfrentado ‘esos golpes de suerte de los dados de la vida’ que nos abren caminos inesperados y que nos ponen inusitados desafíos. Vine, viví y chao, pues ya estoy despidiéndome: “gracias a la vida, que nos ha dado tanto”, al decir de la canta-autora chilena Violeta Parra. La familia y el ascensor social

Nací en marzo de 1955, en una familia de clase media que habitaba el conocido barrio que llevaba el nombre del estadio de fútbol “El Campín”, en Bogotá; pero mis primeros recuerdos de pertenencia a algún lugar en realidad aparecen a la edad de los cinco años. En esa época de 1960, mis padres anunciaron que nos mudaríamos a un lugar más amplio, pues en la familia ya éramos siete hermanos y, a pesar de ser esa una casa de dos plantas, ya decían sentirse estrechos. Nos trasladamos al barrio “La Merced”, muy cerca del colegio de San Bartolomé, y las coordenadas de la calle 34 con carrera 5 significarían para mí los ‘meridianos’ de una niñez y juventud muy felices.

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La familia continuaría creciendo hasta completar cuatro hijas y seis hijos, prole que solo podía ser sostenida por el arduo trabajo de ‘don Hernando’, quien ejercía como ingeniero-práctico (no graduado), en el campo del aire-acondicionado; y ‘doña Delfina’, socióloga graduada en el Rosary College de Chicago en 1946, quien entonces ejercía como ejecutiva de las petroleras y después en el Banco de Bogotá, al lado de Jorge Mejía Salazar. Ambos provenían de familias numerosas (ocho hijos en familia de papá y doce hijos en la de mamá); y como la nuestra era igualmente voluminosa, no tengo mayores recuerdos de ‘aquelarres’ familiares con mis abuelos. A mi abuelo paterno (Miguel) no llegué a conocerlo, pero papá relataba que había sido un hombre dedicado a su trabajo como operador en Ferrocarriles Nacionales, lo cual le permitió levantar su abultada familia con ingresos estables. Sin embargo, sus ingresos eran apenas medidos para pensar en completar para un buen bachillerato en colegios privados a todos sus hijos. En el caso de mi padre, el hecho de haber tenido suficientes competencias en lengua inglesa le permitiría vincularse a empresas petroleras desde joven y allí forjarse un excelente futuro. Un elemento muy valioso de su ADN era la tranquilidad con que abordaba problemas complejos, tanto a nivel profesional como en el día-a-día; nunca le escuchamos hablar mal, y en sus momentos de mayores reproches a nuestro díscolo andar, el peor insulto era un “... ¡¡¡Carajo!!!”, señal de que la situación estaba muy, pero ¡muy delicada! Con los años todos mis hermanos aprendimos (sin nunca hablar explícitamente de ello) que el buen hablar era una virtud de muy pocos; la norma social era mostrar algo de compostura en presencia de mujeres, pero tan pronto se tenía una reunión de varones, se emprendía casi que una competencia por ver quién ‘se destacaba’ en materia de groserías y obscenidades, lo cual siempre a mí me dejó un mal sabor. Entre mis hermanos, por el contrario, buscábamos aplicar la mayor cantidad de sinónimos para practicar el buen hablar y nuestra madre nos estimulaba dichas conver-

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saciones ‘investigativas’ de la lengua castellana. Claramente, esta virtud del buen hablar (evitando groserías) vale la pena continuar impulsándola entre las nueva generaciones, y no es esta una postura moralista (antiblasfemias, pues soy ateo practicante), sino de buena estética auditiva, para alimentar buenos sentimientos de energía positiva. Aquí cabe hacer una breve digresión sobre este tema del “buen hablar y de cariño con el idioma”, el cual imagino que es cada vez más demandante para las nuevas generaciones. De una parte, la homologación de género lleva ahora a hombres, mujeres, LBTGTIQ+ a igualarse en el tratamiento diario y, parece ser, que la norma es entonces poder hablar (todos por igual) una lengua altisonante y adjetivada de maldecir, malquerencia y poco edificante para el espíritu sonoro del buen hablar, como el arte que en realidad es. Este buen hablar, repito, no es tanto un tema de “elegancia” o de impresionar temporalmente a nuestros semejantes, sino más bien una buena práctica de vida que enriquece el espíritu, lo altiva, lo promueve hacia diferentes interpretaciones de lo que se siente y se transmite. De esta manera, del mismo modo en que lo haría la emoción que despierta una buena música, una buena expresión artística pictórica o una buena representación manual-tridimensional (esculturas); el simple intercambio de ideas con sonoridades alternativas de las palabras, rica en aristas interpretativas, debería ser un deleite más de las juventudes. Sin embargo, esto difícilmente ocurrirá si la ‘fuente de la cual beben” el léxico proviene de 140 —o más— caracteres, aderezados de groserías; se piensa que no se requiere leer, escuchar con atención, ni meditar profundamente sobre el léxico que nos transmiten nuestros contertulios. Al respecto, mi esperanza es que tan pronto unos pocos hagan eco de esta estrategia del buen hablar, ello debería volverse “viral”, pues es lo novedoso y lo que llama la atención, en esta ocasión no por repudio, sino por amable invitación sonora al alma de lo bello y diáfano, como lo es el buen hablar. Y esta reclamación al buen hablar, que podría sonar como la admonición de un “catano” fuera de moda, resulta que, además, conlleva el

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enfoque pro-buen idioma, el cual da réditos profesionales para todos aquellos que se emplearán en el mundo de las buenas y amplias comunicaciones (mediante escritura, tertulias, coloquios). En este sentido, Fareed Zakaria (2015) ha retomado la ‘cruzada’ pro-lenguaje y el mantenimiento de un enfoque educativo que denomina de “liberal-arts”, el cual da especiales réditos a “enseñar a pensar y a aprender”, antes de caer en la trampa de la especialización prematura que aniquila esa visión de conjunto, tan importante en la decisiones más cruciales. Además, debe promoverse la lectura (profunda, no en diagonal), la cual continúa siendo el principal instrumento conducente al desarrollo analítico requerido para la buena toma de decisiones bien informadas. El estar atado a las redes sociales, leyendo solo encabezamientos, no invita al cuestionamiento de los determinantes fundamentales; por esta razón las nuevas generaciones tienen el desafío de superar esta gran barrera inmediatista a la hora de pensar analíticamente. En días recientes reflexionaba con mis hijos sobre el futuro que le depara a mis nietos con la llegada de la “inteligencia artificial” bajo la forma de chatbots, los cuales son capaces de recopilar información y ordenarla a manera de “reportes” que compilan bastante bien la información global disponible en las redes (según la agudeza de las preguntas que se les haga a dichos chatbots). Pero resulta que tener la capacidad de hacer las preguntas claves supone tener un marco analítico de hipótesis, causas y efectos que cada individuo requiere en este proceso de construir la “madurez analítica”. Y de allí la importancia de la “educación liberal” (inquisitiva amplia) y del buen lenguaje como instrumento explorador primario para llegar a ello. En últimas, dichos chatbots ordenan la información disponible conforme a unos parámetros que se le ordenan, pero de ninguna manera sustituyen la creatividad analítica del ser humano, tal como bien lo ha sustentado el reconocido Chomsky (2002), con particular atención a la creatividad del lenguaje. Regresando al mundo familiar, en un par de ocasiones en que viajé de vacaciones a Cartagena, recuerdo ver al abuelo paterno Nilo muy solo, él

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mismo me relató su vida de moderado hacendado en inmediaciones de los Montes de María, en aquel entonces departamento de Bolívar. Mi madre era la mayor de doce hijos y se caracterizaba por ser ‘echada pa’ lante’. Ella se vinculó al colegio Bifi de Cartagena y, por azares de la vida, desde allí viajó a la gélida ciudad de Chicago a estudiar sociología (sin todavía conocer Bogotá en aquel entonces). Mamá fue tremendamente generosa con su necesitada familia, por ejemplo, recuerdo que, además de los diez hijos que habitamos la casa, mamá recibía habitualmente a un familiar proveniente de Cartagena, quien buscaba albergue mientras se acoplaba a Bogotá, con el objetivo de continuar con sus estudios universitarios1. Esa pareja que fueron mis padres, se casó en medio del caos del 9 de abril de 1948. Con grandes esfuerzos se ubicaron en aquel barrio de clase media donde pagaban colegios privados a tal prole; querían emular en Bogotá el ‘sueño americano’ que les inspiraba la prole de los Kennedy. JFK gobernó los Estados Unidos (1961-1963) y junto con Jackey representaban la imagen preferida de mis padres; imagen que venía reforzada por la visita a Bogotá de JFK en 1961 (14 horas que dejaron “alianza para el progreso”, tal como lo había hecho Roosevelt en su visita a Colombia en 1934). Pero los Clavijo-Vergara carecían de los abundantes recursos heredados con los que contaban los Kennedy, de manera que mis padres debieron recurrir al tesón necesario de una pareja de trabajadores de tiempo completo para sacar adelante a una familia de diez hijos en la que todos, al final, se graduaron como profesionales, apoyados por créditos Icetex, durante las décadas de 1970-1980 (ver fotos 1 y 2).

1.

En la introducción al libro de Clavijo y Vera (2023) relato cuán importante fue la figura de mamá en su rol de profesional para mí y todos mis hermanos.

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Foto 1. Familia Clavijo-Vergara, de clase-media, en Bogotá (circa 1964), intentando emular a los Kennedy a punta de tesón.

Foto 2. Casa del Barrio la Merced (calle 34) habitada por ‘don Hernando’, ‘doña Delfina’ y sus diez hijos (circa 1964).

En una familia tan numerosa, la regla era que, después del cuarto hijo, los hermanos mayores se encargarían de la crianza de los menores, de tal manera que el resto del rebaño no se extraviara y siguiera las reglas básicas de sobrevivencia. Casi que saltando uno de por medio, se generaba una solidaridad de cuerpo: peleas por el mendrugo con el hermano contiguo, 20

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pero acción de solidaridad con los menores. Éramos tantos y con numerosos visitantes en simultánea a nuestra “popular casa”, que bromeábamos diciendo que mis padres al regresar al hogar saludaban a los hijos de los vecinos como si fueran propios y a algunos de nosotros (sus hijos) nos preguntaban… ¿Y tú cómo te llamas… llevabas tiempo sin visitarnos? Otra importante regla familiar era que solo los cuatro primeros estrenaban ropa (debido a que las tallas se les iban quedando cortas), de modo que entre lo demás se turnaban la ropa de mayor a menor, sin importar mucho que esta se fuera deteriorando. Para los varones, “la graduación de niñez” ocurría cuando abandonábamos el pantalón corto y el hermano mayor finalmente nos prestaba uno suyo que, por primera vez, nos cubría hasta los zapatos-pepitos. Y, por supuesto, los argumentos de quejarse porque aquella ropa heredada estuviera fuera de moda o algo raída nunca fueron aceptados en la ‘Constitución familiar’; así, pues, la insubordinación no ocurrió nunca en esa casa. Navidad era la época de excepción y esta siempre tuvo un significado especial, tal vez por ser la única del “estrene” de ropa o juguetes. La obsesión de mamá con la idea de que multitudes habitaran nuestra casa la llevaba a que, en algunas épocas navideñas, invitara a departir con nosotros primos de Cartagena y hasta, recuerdo, un par de hijos de familias de escasos recursos que nos apoyaban en las labores domésticas (… en esa época se hablaba de los “niños gamines” como un gran problema social). Esta última experiencia de invitar a compartir navidad con estos niños se suspendió tras un incidente en el que se extraviaron algunos elementos de la casa, cuyos detalles nunca supimos. En los años sesenta era común ver niños en condición de pobreza deambulando solos por la ciudad, sin familia que los apoyara, esta niñez era víctima de las llamadas ‘galladas’ o pandillas, las cuales usaban a los menores para cometer sus ´pilatunas´. Estos sobrevivían robando los limpiaparabrisas y las partes de los carros para revender dichas piezas en el mercado negro; era común verlos drogados a las entradas de los espectáculos pidiendo limosna.

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