Por un cristianismo Creíble Reflexiones de un cristiano de a pie
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Pedro Miguel Ansó Esarte
Por un cristianismo Creíble Reflexiones de un cristiano de a pie Prólogo de José Arregi Epílogo de Juan José Tamayo
tirant humanidades Valencia, 2024
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Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid
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A todos los creyentes por inercia. Y a los que abandonaron sus creencias religiosas sin antes haberlas examinado
Índice
Prólogo.............................................................................................................................. José Arregi
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1.
Repensar nuestra fe y sus fundamentos.......................................
15
2.
¿Qué es el ser humano?..........................................................................
19
3.
El origen de las religiones.....................................................................
25
4.
La historicidad de Jesús..........................................................................
31
5.
Los evangelios, esos desconocidos.................................................
35
6.
La complejidad de los evangelios.....................................................
39
7.
Tres miradas sobre Jesús y una sobre el credo..........................
43
8.
El Jesús de la Historia...............................................................................
47
9.
Hijo de Dios o hijo de hombre............................................................
51
10.
Los milagros no existen..........................................................................
57
11.
Jesús contra el Imperio...........................................................................
61
12.
Dos parábolas sobre el reino...............................................................
67
13.
Las Bienaventuranzas: justicia del reino y plenitud personal.
73
14.
Bienaventuranzas para nuestros días.............................................
77
15.
¿Eucaristía o última cena?.....................................................................
81
16.
¿Resucitó o no?...........................................................................................
85
17.
Una ética radical y urgente...................................................................
91
18.
Pablo, un guardicionero visionario...................................................
97
19.
Y, sin embargo, creyente.......................................................................
107
20.
El origen laico de la moral.....................................................................
111
21.
La vida y sus sentidos..............................................................................
115
22.
Presente y futuro de la Iglesia.............................................................
119
10
23.
El papa Francisco........................................................................................
123
24.
De la religiosidad a la espiritualidad................................................
131
25.
A vueltas con el tema de Dios.............................................................
137
26.
La muerte como horizonte...................................................................
143
27.
Últimas consideraciones........................................................................
151
Epílogo: Repensar y redignificar el cristianismo.................................. Juan José Tamayo
153
Agradecimientos........................................................................................................
157
Bibliografía consultada...........................................................................................
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Índice
Prólogo José Arregi
Tienes en tus manos un pequeño gran libro, profundo y sencillo, interesante y ágil, crítico y exquisitamente respetuoso, lleno de información y lucidez. Cada capítulo, tan breve como sustancioso, me parece magistral en su sencillez: claro, ágil, sobrio, bello. Es un libro de plena actualidad, a pesar de lo que pudiera parecer por el tema del que trata: repensar el cristianismo. Repensar el cristianismo —sus formulaciones históricas, sus dogmas, ritos y cánones, todas sus instituciones, y también sus geniales y potencialmente inspiradoras intuiciones de fondo—, repensarlo desde nuestros grandes desafíos éticos, políticos, culturales, repensarlo todo, desde la A hasta la Z, de manera crítica, aconfesional y libre, me parece una tarea necesaria y fecunda para hoy. Es lo que se propone el autor, y lo hace excelentemente. Si el propio término religión proviene —así lo enseñó el sabio y crítico Cicerón (s. I a.C.)— del latín relegere (releer críticamente, mirar y remirar a fondo, reinterpretar sin cesar), ¿no sugiere su propia etimología que el hecho religioso surge en el fondo de la contemplación profunda, desapegada y crítica de los signos —el misterio, la belleza, el drama— de la realidad en su conjunto? ¿Y si la “relectura” es su origen no habrá de ser su destino permanente? ¿La religión, para serlo en su sentido más profundo y verdadero, no habrá de acompañarse de una reinterpretación constante de toda creencia, fórmula y forma religiosa precedente? ¿No hicieron eso todas las figuras de sabiduría profunda, religiosas o no? Así lo hicieron, en una época de hondas transformaciones culturales que K. Jaspers calificó como “tiempo eje” (entre los siglos VIII y III a.C.), Confucio y Laozi en China, Buda y Mahavira en la India, Zoroastro en Irán, los profetas de Israel, los grandes pensadores presocráticos de GrePrólogo
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cia (Parménides, Pitágoras, Heráclito, Tales ). Así lo hizo Jesús, crítico de la religión legalista, profeta de la misericordia sanadora. Así lo han hecho desde entonces, a lo largo de estos 2000 años, las y los testigos mejores de su Buena Noticia liberadora. Al alto precio de ser declarados e incluso quemados en la hoguera, fueron fieles al espíritu que animaba la tradición cristiana y lo liberaron de las formas rígidas del pasado para que pudiera inspirar el presente. Es lo que el Espíritu o la espiritualidad reclama hoy de las religiones establecidas. Hoy más que nunca, pues nunca los grandes sistemas religiosos, desde su origen hace unos 7.000 años hasta hoy, han conocido una crisis tan radical y general como vemos: la cosmovisión (dualista, fixista, antropocéntrica), la antropología, las categorías lingüísticas, los fundamentos sociales y éticos, la concepción de la vida y de la muerte que durante milenios les han servido de soporte ya no se sostienen. Los credos, códigos, rituales y organizaciones religiosas afrontan una crisis global, acelerada e irreversible. Y nadie “cree” lo que quiere, sino aquello que le resulta culturalmente creíble, razonablemente coherente. Si las religiones quieren ser fieles al aliento que las mueve, si quieren vivir y hacer vivir, habrán de estar dispuestas a despojarse de casi todas sus formas milenarias. Lo que vale de las religiones en general vale en especial para el cristianismo. Tenía razón John Shelby Spong, obispo episcopaliano y teólogo, cuando —¡hace ya 24 años!— escribió ¿Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir? (1999), uno de sus grandes libros. Pienso, en efecto, que esa es la alternativa. El dejar de repensarse y transformarse a fondo equivaldrá a morir. Y el simple perdurar como gueto social y cultural, equivaldrá también a morir, a dejar extinguirse la llama que movió a Jesús, el alma que late en el extraordinario patrimonio —vida, acción, pensamiento, literatura— de sus 2000 años de historia, el espíritu inspirador que ha animado lo mejor de sus 20 siglos. Hoy como siempre necesitamos aliento. Hoy más que nunca quizás. Vivimos una época de transformaciones más radicales y aceleradas y 12
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de desafíos más inquietantes que en ninguna otra época de la especie Homo Sapiens desde su origen hace 300.000 años. El equilibrio ecológico de la comunidad planetaria viviente, la convivencia justa y pacífica de la humanidad en su conjunto, la supervivencia del propio Homo Sapiens, todo está amenazado, todo está en juego. ¿Podrá todavía el cristianismo seguir alentando la vida? Solo un nuevo cristianismo, místico y liberador, plural y dialogante, desclericalizado y desjerarquizado, transreligioso y siempre itinerante, podría infundir aún el Espíritu universal de la Vida que, según el bellísimo mito bíblico de la creación, “vibraba en las aguas” del Génesis, el Espíritu de la Vida que —antes y más allá de toda forma religiosa y de toda frontera entre creyentes y no creyentes— sigue vibrando en la Tierra y en el Universo sin fin. ¿Podrá todavía el cristianismo —el cristianismo de la Iglesia Católica romana en particular— transformarse y vivir para inspirar, en un marco religioso o no religioso, al mundo post-religioso y post-positivista en que vivimos? Seria cuestión que tiene poco que ver con hacer predicciones de futuro. En cualquier caso, por este cristianismo transformado opta Pedro Miguel Ansó, sin confesionalismo de ningún tipo y sin renegar de sus raíces cristianas y de su profunda adhesión a la persona, al mensaje, a la utopía de Jesús que le siguen inspirando. Y debo decir que, tras haber dedicado mi vida a enseñar teología, cada página de este libro me ha resultado instructiva e interesante. ¡Gracias, Pedro Miguel! Aizarna, 15 de mayo de 2023
Prólogo
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1. Repensar nuestra fe y sus fundamentos
Como la mayoría de las personas de la cultura occidental he recibido desde los primeros días de mi vida una educación religiosa dentro del catolicismo. Y, como a tantas personas, se me bautizó a los pocos días de nacer y acudí a las correspondientes catequesis (en aquellos tiempos decíamos “ir a la doctrina”). Recuerdo todavía aquellos catecismos elaborados a base de preguntas y respuestas cortas del tipo: “¿Quién es Dios?” Respuesta: “Dios es nuestro padre celestial que está en los cielos”. “¿Cuáles son las personas de la Santísima Trinidad?” Respuesta: “Las personas de la Santísima Trinidad son tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Dudo mucho de que en aquellas edades entendiésemos lo que aprendíamos de memoria y de que estos contenidos nos sirvieran realmente para conducirnos luego por la vida. Pero eran tiempos de obediencia y respeto y era peligroso salirse del marco de las normas y pautas sociales. En mi familia, como en tantas otras, se cumplía con las “obligaciones” del rezo del rosario, la bendición de la mesa, la confesión y el cumplimiento del precepto religioso de asistencia a la misa dominical. Y, como muchos niños, aprendí y ejercí de monaguillo. Podría decir que en mi infancia absorbí una religiosidad tradicional, una religiosidad rural de misa y catecismo. Pero tuve la suerte de que mi familia me enviara a los doce años interno a un colegio diocesano de Pamplona dirigido por sacerdotes de mentalidad muy abierta para los tiempos que corrían (gobernaba entonces con puño de hierro un señor que se decía “Caudillo por la gracia de Dios”) y allí evolucioné hacia una religiosidad progresista y liberal, basada en la renovación que supuso el Concilio Vaticano II. Gracias a la formación recibida en este colegio Repensar nuestra fe y sus fundamentos
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pude pasar de una religiosidad infantil de catecismo a una religiosidad adulta de Evangelio y a tener una manera más amplia de ver el mundo. Creo que esto fue fundamental para que en mi adolescencia pudiera empezar a vivir la sexualidad propia de un adolescente sin culpabilidades y para que, muchos años después, descubriera (soy de vocación tardía) y viviera mi condición homosexual sin ningún problema, salvo los que tuve con mi señora madre y que hoy están felizmente superados. Acelerando un poco la síntesis de mi biografía, para no cansar al respetable, diré que profesionalmente he trabajado en tres centros religiosos de enseñanza concertada; que he militado en una comunidad cristiana de base; que he presidido celebraciones de la Palabra; y que he hablado a mis compañeros de claustro en más de una ocasión del Evangelio de Jesús. Y ahora que me he jubilado y voy a vivir el tercer y último acto de esta tragicomedia que es la vida, me he propuesto revisar con tranquilidad, sin las urgencias del día a día, mis ideas y creencias religiosas, profundizar en ellas, ver qué hay en el fondo de una religiosidad que tanto nos ha condicionado en nuestra manera de pensar y de actuar en la vida, de ver el mundo y de vivir nuestra propia sexualidad; y en un ejercicio de absoluta sinceridad presentarlas a los demás por si pudiera ayudarles a hacer su propia reflexión y clarificación. Creo, además, que ya ha llegado ya la hora de que los seglares tomemos la palabra y seamos capaces de exponer nuestro pensamiento a público escrutinio porque mucho se nos ha hablado a los seglares, pero se nos ha dejado hablar muy poco; hemos tenido muy poca voz y ningún voto dentro de la institución eclesial. Una polifonía de voces siempre será enriquecedora. Vendrá bien recordar aquí el consejo de Pablo a los tesalonicenses: “No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y retened lo bueno.” (1 Tes 5, 19-21). Que así sea. Avanzo el plan general del libro para que el lector tenga una visión de conjunto. Comenzaré con una breve reflexión sobre la naturaleza humana y seguiré con la cuestión de cómo y por qué surgieron las reli16
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giones. A continuación, abordaré la figura de Jesús y lo que ha supuesto el cristianismo. Pasaré luego a hacer una reflexión sobre la Iglesia y su futuro. Y, como broche final, haré unas consideraciones sobre el sentido de la vida y de nuestra condición finita. Diré, por último, que he realizado un esfuerzo por utilizar un lenguaje claro y preciso, alejado de todo retoricismo, y también de la jerigonza pretenciosa e ilegible con la que se presentan en ocasiones los textos de carácter filosófico y teológico y que impiden a muchas personas el acceso a este tipo de reflexiones. Este no es un libro de investigación, que quede claro para no engañar a nadie, sino de divulgación de las conclusiones a las que he llegado. En ellas he intentado ir tan lejos cuanto mi inteligencia y sinceridad me lo han permitido. Por ello he desprovisto al texto de aparato crítico y de bibliografía a pie de página. La fundamentación de algunas afirmaciones podrá encontrarlas el lector en la bibliografía referenciada al final del libro. He de señalar también que he dado mayor credibilidad a las investigaciones realizadas mediante el método histórico-crítico y a las fuentes independientes, es decir, no sujetas al escrutinio y censura eclesiásticos. Incluir todo lo anterior al hilo del texto creo que sería más un estorbo que una ayuda para un libro que no tiene más pretensión, como he señalado, que animar a que cada lector revise sus creencias, profundice y saque sus conclusiones. Que sean ellos los que juzguen en qué grado lo he conseguido.
Repensar nuestra fe y sus fundamentos
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2.
¿Qué es el ser humano?
Creo que tiene cierta lógica que, antes de abordar las cuestiones religiosas, hagamos unas sencillas reflexiones sobre la naturaleza del ser humano. La imagen que las personas tenemos de nosotros mismos y del mundo nos viene dada fundamentalmente por el componente biológico heredado y por la cultura que hemos recibido a través del proceso de socialización. Así, por ejemplo, la recepción sensorial la tenemos delimitada por determinados umbrales (correspondientes a nuestra especie) por debajo o por encima de los cuales, aunque haya disminución o incremento del estímulo no hay modificación de la sensación. La educación (factor cultural) nos hace percibir en dos maderos cruzados un símbolo del cristianismo. El ser humano y sus creaciones son productos bioculturales. La Filosofía y la Psicología nos han enseñado que no conocemos —ni podemos conocer— el mundo tal cual es, sino tal y como lo percibimos. Es obvio que somos en parte el producto de lo que hemos sido y esto en el terreno cultural tiene tres pilares básicos: el judeo-cristianismo, la cultura griega y la romana. A los filósofos griegos les debemos nociones como ser, naturaleza, esencia, libertad, etc. Recordaba Juan Manuel de Prada en un artículo titulado “Sin solución” que el concepto de libertad aristotélica es la capacidad que el ser humano tiene para obrar como se debe dentro del “orden del ser”. En esta concepción se entiende que el ser humano tiene una esencia previa a la que debe estar sometido y que salirse de ella implicaría una auténtica ruina personal y social. Sin embargo, la filosofía contemporánea destruyó saludablemente este viejo concepto. Los filósofos existencialistas (Sartre, Ortega y Gasset) han insistido en que el ser humano no “es” sino que “va siendo”, que no tiene una esencia previa, sino que con sus actos (con libertad absoluta en Sartre y con libertad ¿Qué es el ser humano?
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limitada por la fatalidad en Ortega) va haciéndose, esencializándose, dotándose de una naturaleza. El filósofo francés Jean-Paul Sartre parte en su planteamiento de una concepción atea de la existencia y ve en Dios una amenaza para la libertad humana. Si Dios ha creado al hombre, le ha dotado de una esencia; luego el hombre no es libre. Pero como Dios no existe, el hombre “está condenado a ser libre”. La existencia precede a la esencia. El ser humano no tiene ya excusas ni valores previos a los que agarrarse: está solo ante la existencia con su absoluta libertad y con su total responsabilidad. Con sus libérrimas decisiones, irá dotándose de una naturaleza y fundamentando una moral. Está claro que la Iglesia católica es más aristotélica que sartriana, con las oportunas matizaciones. Entiende la libertad del ser humano como la capacidad que tiene para obrar dentro de la recta doctrina (ortodoxia), que curiosamente es ella la que la marca. A la Iglesia no le interesa fomentar una fe adulta, sino una fe infantil, una moral heterónoma, donde la obediencia a las normas y valores por ella establecidos les sirvan a las personas de guía para conducirse por la vida. Insisto en que a la Iglesia no le interesa que los cristianos salgan de la “minoría de edad” porque eso supondría para ella una pérdida de poder. El filósofo Kant definió la “minoría de edad” en el siglo XVIII como la incapacidad del ser humano de pensar por sí mismo. “¡Es tan cómodo ser menor de edad!” —escribía el pensador prusiano— “Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con solo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea”. Pero mucho me temo que este planteamiento de la Iglesia institucional, tan interesado en que sus fieles no salgan de la minoría de edad, está muy alejado de la libertad proclamada por la palabra y obra de Jesús. Aclararé que mientras no lo especifique, cuando hablo de Iglesia me referiré no a la comunidad de creyentes, sino al entramado institucional 20
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