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EL ORIGEN DEL LENGUAJE

ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA

Valencia, 2010


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© ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA

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ÍNDICE PRÓLOGO ..............................................................................................

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UN PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO ...........................................

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EL ORIGEN DEL LENGUAJE, ¿FUE GRADUAL O REPENTINO?...

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EVOLUCIÓN DE LAS LENGUAS Y EVOLUCIÓN BIOLÓGICA ........

43

¿EXISTE UNA SOLUCIÓN INTERMEDIA? ........................................

73

EL PROTOLENGUAJE, PRIMERA FASE DE LA EVOLUCIÓN LINGÜÍSTICA ...............................................................................................

85

EL CÓDIGO DE LA VIDA COMO ORIGEN FORMAL DEL LENGUAJE ....................................................................................................

109

OTRA VEZ LA SOCIEDAD Y LA CULTURA ........................................

145

BIBLIOGRAFÍA .....................................................................................

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PRÓLOGO El presente manual se escribe a priori y a posteriori al mismo tiempo. Lo normal es que, cuando un tema resulta polémico, cuando las evidencias científicas todavía son pobres o ambas cosas, los estudiosos prefieran abordarlo de manera relajada y, en el fondo, menos comprometida, mediante el género ensayístico, un género que mira hacia adelante. Pero también existe la posibilidad contraria, que es la propia de la divulgación científica, un género que mira hacia atrás: destinados a un público amplio y no especializado, se escriben textos que no dicen nada nuevo, nada que en los artículos científicos no se haya demostrado sobradamente, pero que se justifican por la forma didáctica de presentarlo1. Este texto quiere ser las dos cosas a la vez: lo he concebido como un ensayo de divulgación científica sobre el origen del lenguaje. Y es que últimamente nuestros conocimientos sobre el origen del lenguaje han crecido de manera espectacular al tiempo que la polémica ha salido de las aulas y de los laboratorios para instalarse en las páginas de los periódicos y en la red. Parece que si algún tema monográfico del ámbito humanístico puede interesar hoy en día a los estudiantes y al público en general es el del origen del lenguaje. No está claro empero desde qué ángulo habríamos de abordarlo. Antaño fue un asunto del que se ocuparon las religiones, más tarde, los filósofos, hoy interesa a los lingüistas y a los biólogos. Parece, pues, que el tema del origen del lenguaje surge en la típica encrucijada interdisciplinar, que es una

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Hay una abundante bibliografía de ensayos sobre el origen del lenguaje, así como de manuales divulgativos. Entre los libros más recientes accesibles en español pueden citarse el de Kenneally (2009) y el de Olarrea (2005) respectivamente. Hay una buena revisión de bibliografía reciente en A. Alonso-Cortés (2009): Language Origins: a review of recent research, e-prints Complutense.


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cuestión que debería abordarse en las Facultades de Letras y en las de Ciencias al mismo tiempo. No obstante, llevamos algunos años en los que la frontera que separa las Ciencias de las Humanidades no ha hecho sino ahondarse. Se suele creer que la razón estriba en la creciente especialización que hace impensable que ahora exista alguien que, como Leonardo, se llegó a mover cómodamente en ambos dominios. Sin embargo, contra lo que pueda parecer, la razón de que el foso se vaya ensanchando no es que las Humanidades se hayan vuelto poco científicas, sino, al contrario, que con el pretexto de ser más científicas, han dejado de interesar al ser humano. O sea que la dificultad no radica en el objeto de investigación, sino en la imposibilidad de encontrar investigadores motivados. Las Ciencias cada vez apasionan más a la gente, vivimos el siglo del interés por la ciencia. Y mientras tanto, paradójicamente, las Humanidades languidecen porque se han convertido en una labor burocrática rutinaria o, lo que es peor, en una práctica sectaria. Ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio. La investigación en el ámbito humanístico carece de sentido si lo que se investiga, el objeto humano, no interesa al ser humano como sujeto al mismo tiempo. Las Ciencias buscan la verdad del mundo natural, por lo que no necesitan preocuparse por lo que puedan pensar los científicos, los estudiantes o el gran público. Las Humanidades nunca han funcionado así. Su papel, el de Sócrates y el de Marx, el de Piaget y el de Erasmo, ha sido ofrecer análisis que ayudaran al hombre y a la sociedad a conocerse mejor y a obrar en consecuencia. Pero curiosamente, mientras que del lado de las Ciencias cada vez nos preocupamos más de la socialización y de la legitimación social del conocimiento —en esto consiste la divulgación científica—, del lado de la Humanidades nos hemos empeñado en construir un tipo de investigación carente de interés humano, parcial y decididamente árida. Si algún ámbito disciplinar puede considerarse prototípico en esta —disparatada— tendencia es la Lingüística, identificada abusivamente demasiado a menu-


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do con la Lingüística formal. ¿Para qué sirve?: nadie ha sabido responder todavía esta pregunta. Dicen que porque la teoría no necesita justificarse. Es posible. Pero entonces cabría plantear esta otra: ¿qué clase de contrastación empírica es capaz de aportar una disciplina que cambia de modelo cada década y en la que la justificación de este zarandeo epistemológico se reduce a las palabras de algún gurú al que, por razones de poder académico y pereza intelectual, acostumbran a seguir ciegamente los profesores de la materia? No es de extrañar que la Lingüística se halle en decadencia, en una profunda decadencia. Abandonada por los estudiantes, ignorada por la sociedad, nos debatimos en los estertores de su desaparición como disciplina académica. O es capaz de ocuparse de los temas que de verdad interesan o morirá como murieron otras materias que alguna vez llegaron a parecer indiscutibles. Por eso, el presente manual se ocupa monográficamente del origen del lenguaje: porque es un tema que nos toca de cerca a todos los seres humanos y porque no puede ser abordado tan sólo desde los desprestigiados paradigmas de la Lingüística, incapaces de dejar de mirarse el ombligo, sino que tiene que echar mano igualmente de otras disciplinas del ámbito de las Ciencias como pueden ser la Genética o la Bioquímica. Dudo que el lector pueda asomarse ideológicamente a las líneas que siguen de manera neutral, pero esto es más bueno que malo en un tema humanístico. El contexto histórico en el que surge el libro, marcado por la polémica entre el creacionismo y la ciencia, lo convierte por su propia naturaleza en un reto intelectual que no puede dejarle indiferente. Así que este no quiere ser sólo un manual que enseña, también se ha concebido como un texto que aspira a motivar. Sin embargo, bueno será dejar claro desde el principio que el presente trabajo asume la posición de la ciencia y que es, por tanto, contrario al creacionismo, aunque no se solaza, como suele ocurrir, en fustigar a los creacionistas. Por expresarlo de alguna manera, es como un tratado de Física que se ocupa del origen del uni-


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verso partiendo de la teorĂ­a del Big Bang, hipĂłtesis que no tiene nada de religiosa, pero que ha servido de consuelo a personas religiosas igualmente porque no la ven incompatible con sus creencias. Y es que el lenguaje representa para nosotros un estallido primordial: el que dio lugar al gĂŠnero humano.


UN PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO Esta época consumista que nos ha tocado vivir se caracteriza por el tono apagado de las disputas intelectuales. En otros tiempos, mucho más duros desde el punto de vista material, las cosas del pensamiento suscitaron apasionados debates, tal vez porque las conciencias no estaban adormecidas entre el último modelo de coche y la play station. Se debatía el modelo de sociedad, las ideas artísticas y literarias, las pulsiones nacionales, las opciones religiosas, prácticamente todo lo divino y lo humano. Hoy día lo humano ha pasado a un discreto segundo término: quien ahora mismo pretendiese reclamarse ferviente comunista o fascista, clasicista o barroco, anglófilo o germanófilo, sería motejado inevitablemente de fanático, anticuado y un punto ridículo. También lo divino está sometido a un descrédito creciente, aunque sólo dentro de la sociedad occidental: el Islam renace con fuerza, pero en Occidente nadie se molesta en polemizar con sus postulados, a la manera de Ramón Llull, tan sólo se le combate cuando es reclamado como legitimación de facciones terroristas porque en Occidente —léase en Europa y en América— proclamarse creyente, ya no digamos practicante, ha llegado a ser de mal gusto, algo socialmente propio de las devociones más o menos folclóricas de las clases populares. Lo que se lleva es la indiferencia o un agnosticismo elegante, ni siquiera el ateísmo. que recuerda demasiado al pasado. Un solo rescoldo de polémica permanece encendido: la disputa que enfrenta al evolucionismo con el creacionismo. Disputa asimétrica donde las haya: de una parte se alinea toda la ciencia moderna con el enorme peso social e institucional que la avala, precisamente en este siglo XXI definido como “el siglo de la ciencia”; de otra parte, una serie de instituciones surgidas del llamado cinturón bíblico de los EEUU, las cuales se han propuesto demostrar que la Biblia, y en particular los primeros capítulos del Géne-


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sis, deben tomarse en sentido literal. A primera vista parece el típico enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, como cuando la medicina es retada por la parapsicología o cuando la astronomía se cuestiona desde la astrología. Sin embargo, las personas con cierto nivel intelectual que se toman realmente en serio la metempsicosis o los horóscopos pueden contarse con los dedos de la mano, mientras que el creacionismo rebrota una y otra vez y empieza a extenderse fuera de los EEUU. Tengo la sospecha de que este vigor no es casual y que la obsesión por presentar como científico lo que no es sino un credo religioso expresado de manera metafórica esconde un hondo sentimiento de orfandad en el hombre occidental. El sentimiento religioso responde a una necesidad psicológica evidente, la de poder contestar tres preguntas acuciantes: ¿quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos? Los seres humanos nos las hemos formulado y nos las formularemos siempre, precisamente porque somos seres históricos con conciencia de su condición mortal. Los animales no necesitan creer en Dios, los humanos sí. Pero esta necesidad tan acuciante encierra en sí misma la semilla de su ilegitimidad: si necesitamos la divinidad psicológicamente, tal vez se reduzca a un mero constructo mental carente de verdad, algo así como las historias agradables y falsas en las que nos gusta pensar cuando estamos cogiendo el sueño. No es que la ciencia sea incapaz de plantearse dichas preguntas. Como dice Richard Dawkins (1976, 1), el polemista que con mejores argumentos ha sabido defender para el gran público la postura darwinista: “La vida inteligente sobre un planeta alcanza su mayoría de edad cuando resuelve el problema de su propia existencia. Si alguna vez visitan la Tierra criaturas superiores procedentes del espacio, la primera pregunta que formularán, con el fin de valorar el nivel de nuestra civilización, será: «¿Han descubierto ya la evolución?». Los organismos vivientes han existido sobre la Tierra, sin saber nunca por qué, durante más de tres mil millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de ellos. Por un hombre llamado Charles Darwin”.


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El camino no fue fácil. Desde que en 1859 se publicó El origen de las especies, admirable libro del que ahora celebramos el sesquicentenario, las ideas de Darwin fueron criticadas, ridiculizadas o prohibidas. Lo tacharon de ateo, lo caricaturizaron como un mono, condenaron a maestros que osaban enseñar su doctrina y hasta hace poco era obligatorio impartir creacionismo junto a la teoría de la evolución en algunos estados de EEUU. Inútilmente. Hoy la ciencia biológica resulta inconcebible sin la evolución, sabemos que la vida fundamentalmente consiste en organismos que evolucionan, del embrión al individuo adulto y de unas especies a otras. La postura creacionista, para la que el cuadro pintado por los primeros versículos del Génesis resulta indiscutible, no tiene ninguna posibilidad de imponerse, pues dicho cuadro supone la inmutabilidad de cada especie en sus caracteres primitivos, esto es, que el perro de Adán y Eva es como el de Juan y María, matrimonio limeño del siglo XXI. Sin embargo, el propio Darwin recogió testimonios empíricos que probaban lo contrario en su viaje de varios años en el Beagle y desde entonces las pruebas de la evolución son abrumadoras, en cantidad y en calidad. Tanto es así que la propia Iglesia católica acabó rindiéndose a la evidencia y el papa Pío XII aceptó el darwinismo en la encíclica Humani generis en 1951. Con un matiz, eso sí: el cuerpo de la especie humana —dice— procede por evolución de otras especies anteriores, pero el alma fue creada por Dios. ¿Es irrelevante este matiz? O dicho de otra manera: la evolución resulta probada —no es una mera “teoría” científica, como dicen los creacionistas—, pero el ámbito de las creencias religiosas es ajeno a este mundo y, por lo tanto, los creyentes están en su derecho de postular la existencia de un alma inmortal creada por Dios. No, no me parece un matiz irrelevante. Porque hay un aspecto que la teoría de la evolución todavía no ha resuelto y que tiene que ver con el alma. Y es que lo que en la terminología escolástica se conocía por “alma”, frente al “cuerpo”, era la vida intelectual en oposición


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a la vida sensitiva. ¿Acaso los animales no poseen inteligencia? Los superiores, desde luego, sí manifiestan comportamientos inteligentes, pero cuando se habla de inteligencia-alma se está hablando de una propiedad exclusiva del ser humano, porque alma, lo que se dice alma, sólo la posee la especie humana y de ahí que sea exclusivamente suya la responsabilidad de relacionarse con la divinidad, según las religiones monoteístas. Y aquí entramos ya en un terreno de juego plenamente moderno. Los científicos no hablarían hoy de alma, pero sí de otra propiedad cognitiva que es exclusiva de nuestra especie: el lenguaje. El ser humano es el único animal que tiene lenguaje, o lenguaje-alma, para entendernos. Pero el surgimiento del lenguaje no está claro en términos evolucionistas, por lo que desentrañar esta cuestión resulta importante tanto para el creyente como para el no-creyente: para el segundo porque mientras no se demuestre que el lenguaje pudo surgir igual que las demás capacidades cognitivas de la especie humana, es decir, mediante evolución por selección natural, todo el edificio biológico estará bajo sospecha; y para el primero, porque si se alcanzase una explicación evolutiva y no simplemente inefable, se podría, bien derrumbar el edificio de la fe, bien asentarlo en convicciones científicamente comprobadas. Los creacionistas son conscientes de la importancia del lenguaje para sus postulados. Por eso, mientras que los divulgadores de esa doctrina se conforman con crear (es lo suyo) parques temáticos con maquetas de animales que simulan la fauna del paraíso terrenal, los creacionistas más serios, que también los hay, repugnan estos procedimientos y echan el resto en ponderar el obstáculo casi insalvable que el lenguaje representa para sus adversarios ideológicos, los evolucionistas. Considérense, por ejemplo, los argumentos manejados por Henry Morris (2001): 1) El lenguaje es la más importante propiedad exclusiva que diferencia al ser humano de los demás animales;


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2) La gramática generativa y, en particular, su fundador Noam Chomsky, que para el no iniciado se ha convertido en el prototipo de autoridad lingüística indiscutida, reconocen el hecho anterior y, por consiguiente, rechazan cualquier intento de explicar su aparición con el modelo evolucionista; 3) Todos los seres humanos normales llegan a hablar, no existe ninguna sociedad humana sin lenguaje; 4) Los intentos de enseñar a hablar a chimpancés y a otros animales nunca han superado la etapa inicial; 5) Incluso los evolucionistas más ortodoxos son conscientes de la dificultad de postular un desarrollo gradual del lenguaje. Por ejemplo Dawkins (1998, 294) escribe: “Mi mejor ejemplo es el lenguaje. Nadie sabe cómo comenzó … Igual de oscuro es el origen de la semántica, de las palabras y sus significados … Estoy inclinado a pensar que fue gradual, pero no resulta obvio que lo haya sido. Algunas personas creen que comenzó repentinamente, más o menos inventado por algún genio en algún lugar y en un determinado momento”

6) El lenguaje propició una capacidad intelectual que es la responsable de la superioridad de la especie humana sobre las demás, lo que lleva a Lieberman (1997, 27), un acreditado lingüista que se ha ocupado de estos temas, a recordar el evangelio de San Juan con su célebre versículo: “En el Principio era el Verbo y el Verbo era Dios”. Bueno, pues todo esto es cierto. Hablar es algo exclusivo de la especie humana y nadie puede ser ajeno al hecho de que representa una ventaja adaptativa incuestionable. Si los seres humanos hemos llegado a imponernos sobre las demás especies animales —otra cosa es si acabaremos dando al traste con el planeta entero— es sin duda gracias a las redes socializadoras que el lenguaje ha propiciado y al enorme acervo cognitivo que nos permite legar a las generaciones siguientes. En ausencia de lenguaje, la sociedad y la tecnología serían imposibles y estaríamos todavía en el paleolítico. Faltos de


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lenguaje, no seríamos nada, una especie más de primates (el mono desnudo, como reza el título de un célebre best seller), la cual tal vez se habría extinguido hace muchos siglos, acosada por los depredadores y por los fenómenos naturales. Pero a partir de aquí, Morris cambia radicalmente el tono de su discurso y se convierte en un predicador. Así, comentando la cita de Lieberman, escribe: “Nuestro distinguido evolucionista británico se acerca aquí a un punto de vista bíblico, si bien evidentemente rechazaría indignado esta imputación … Aunque Lieberman no se proponía nada parecido cuando cita a Juan 1:1 de esta manera, realmente está dando la verdadera explicación del origen del lenguaje. En efecto, fue por “la Palabra” como “todas las cosas” fueron creadas en el comienzo (cfr. Juan 1:3), y esto incluye el lenguaje humano. No existe mejor —ni de hecho, otra— explicación viable y plausible”.

Y la cuestión es: ¿de verdad no existe otra explicación? En lo que sigue se examinará el problema del origen del lenguaje desde una perspectiva científica. Pero esto no significa por fuerza un rechazo de la postura religiosa. El tema del origen del lenguaje es sólo una de las preguntas que podemos formularnos sobre la cuestión del inicio. Los seres humanos también le damos vueltas al asunto del origen del mundo y aquí ciencia y religión no están necesariamente enfrentadas. Como dice John Gribbin (2007, 63): “Está ahora ampliamente aceptado que el Universo donde habitamos surgió de una bola de fuego caliente y densa llamada Big Bang. En los años veinte y treinta, los astrónomos descubrieron por primera vez que nuestra Galaxia es simplemente una isla de estrellas dispersa entre muchas galaxias similares, y que grupos de estas galaxias se están apartando una de la otra a medida que el espacio entre ellas se estira. Esta idea de un universo en expansión fue realmente predicha por la teoría general de la relatividad de Einstein, terminada en 1916, pero no se tomó en serio hasta que los observadores hicieron sus descubrimientos … Es la combinación de la teoría y de la observación lo que hace que la idea del Big Bang sea tan convincente; en los años sesenta llegó una clara evidencia, con el descubrimiento de un siseo débil de ruido de radio, la radiación cósmica de fondo, que viene de todas las direcciones del espacio y se interpreta como la radiación restante del mismo Big Bang”.


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Por supuesto la teoría, razonablemente confirmada, del Big Bang no es una demostración del punto de vista religioso sobre el origen del mundo, simplemente resulta compatible con él. De hecho, el propio Gribbin (2007, 77) sostiene un punto de vista que espeluznaría a un creyente ingenuo: “Personalmente mi favorita es la idea (que adquiere muchas formas diferentes) de que el tipo de fluctuación cuántica que dio nacimiento a nuestro Universo podría pasar en cualquier lugar de nuestro Universo en la actualidad … La implicación, naturalmente, es que nuestro Universo nació (o brotó) de este modo desde el espacio-tiempo de otro universo, y que no hubo un principio y no habrá un final, sólo un mar infinito de universos burbuja interconectados. Es incluso posible … que nuestro Universo pueda haber sido creado deliberadamente por seres inteligentes en otro universo, como un experimento de algún tipo”.

Dejo a la imaginación del lector las inferencias de todo tipo que se siguen de estas palabras. Sin embargo, una cosa es lo que sabemos —la radiación cósmica de fondo como prueba del Big Bang— y otra, lo que imaginamos. En lo que sigue y por relación al origen del lenguaje procuraré atenerme a los datos evitando las reflexiones de tipo ideológico, sobre las que volveremos en el último capítulo.



EL ORIGEN DEL LENGUAJE, ¿FUE GRADUAL O REPENTINO? No es que varias ciencias no puedan ocuparse de un mismo objeto de estudio, pero que esté ausente la que le corresponde propiamente resulta increíble. En la fabricación de aviones intervienen, junto a la Ingeniería aeronáutica, la Física y el Diseño, p.ej., pero aquella resulta imprescindible. Por eso llama la atención que la Lingüística no se haya ocupado tan apenas del origen del lenguaje. Históricamente el tema lo suscitó primero la Religión y luego, la Biología. Casi todas las religiones suponen que el ser humano fue creado por algún dios y que, para hacerlo, le insufló el lenguaje. Así en el Génesis, cuando Adán da nombre a los animales. También en el Popol Vuh de los mayas y en tantos otros relatos de los orígenes. En cambio, la Filología o la Lingüística están ausentes. Peor aún: en 1866 los estatutos de la Société de Linguistique de Paris prohiben tratar el tema del origen del lenguaje. Poco después en la Linguistic Society of America un acuerdo de caballeros resuelve lo mismo. Para los lingüistas se trataba hasta hace poco de un tema tabú. La razón es que la respuesta de la Biología se enfrentaba a la Religión. Darwin, que en su gran obra fundacional (Darwin, 1859) no se había atrevido a enfrentar el problema representado por la especie humana para su teoría, lo hará doce años más tarde (1871, cap. 3) cuando postule explícitamente que el ser humano procede de los antropoides superiores y que el lenguaje viene de los gritos de los animales: “Respecto al origen del lenguaje articulado, después de haber leído, por un lado, los interesantísimos trabajos de Mr. Hensleigh Wedgwood, del Rev. F. Farrar, y del Prof. Schleicher y, por otro lado, las apreciadas conferencias del Prof. Max Müller, no tengo ninguna duda de que el lenguaje se originó en la imitación y modificación de varios sonidos de la naturaleza, de las voces de otros animales y de los propios gritos instintivos del hombre, con el auxilio de señas y gestos”.


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Sin embargo, mientras que la cuestión de la descendencia genética de la especie humana está hoy resuelta, no pasa lo mismo con el lenguaje. No es obvio ni mucho menos que Darwin tuviese aquí razón. Y, si no la tenía, ¿de dónde viene el lenguaje, al fin y al cabo la única propiedad que diferencia de manera radical al ser humano de los animales? Curiosamente, hoy que no existe autocensura ideológica, la ciencia del lenguaje sigue sin pronunciarse sobre su origen. Derek Bickerton (2003, 77), en su contribución a un libro colectivo sobre el tema, señala: “Me acerco al tema de la evolución del lenguaje como lingüista. Esto me pone inmediatamente en minoría, y antes de seguir adelante creo que merece la pena reflexionar sobre la rareza de este hecho. Si un físico se encontrase en minoría entre los que estudian la evolución de la materia, si un biólogo se encontrase en minoría entre los que estudian la evolución del sexo, nos sorprenderíamos, cuando no quedaríamos estupefactos. Pero una situación similar relativa a la evolución del lenguaje no impresiona a nadie”.

Por su parte, J. Newmeyer (2003, 58), otro acreditado lingüista que participa en el mismo volumen, se pregunta: “Para alguien que no sea lingüista la pregunta planteada al comienzo de este capítulo [¿qué puede decirnos la Lingüística sobre los orígenes del lenguaje] tiene que sonar extrañísima. Nuestra primera reacción sería preguntarnos quién sino la Lingüística se encuentra en posición de teorizar sobre el origen y la evolución del lenguaje. Después de todo, difícilmente encontraríamos artículos titulados “¿Qué puede decirnos la Botánica sobre el origen de las plantas?” o “¿Qué puede decirnos la Geología sobre el origen de las rocas?”. Sin embargo, al menos hasta hace muy poco, los lingüistas no tuvieron entre sus objetivos el de preguntarse por los orígenes de la facultad que constituye su objeto de estudio. La tarea ha sido emprendida por personas pertenecientes a un amasijo de áreas, desde los antropólogos hasta los neuropsicólogos pasando por los zoólogos”.

Y señala ejemplos concretos de Readings recientes sobre el tema en los que las contribuciones de los lingüistas son absolutamente minoritarias. Lo interesante son las razones que aducen para justificar esta falta de interés: a) Según Bickerton, la ciencia tiene miedo al vacío, y como no lo llenaron los lingüistas, acudieron otros;


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b) Según Newmeyer, lo que ocurrió es que la postura que debería haberse interesado más por el tema, la innatista (la de Chomsky), excluyó desde el principio cualquier explicación funcional darwiniana (esto es, adaptacionista), con lo que el interés de los lingüistas se cortó desde el principio. No estoy de acuerdo, creo que eligen un símil equivocado. Sería raro que un biólogo estuviese en minoría entre los que estudian la evolución del sexo (Bickerton) y sería raro que un botánico se preguntase sobre lo que puede decir su ciencia del origen de las plantas (Newmeyer), pero es que los lingüistas: a) Ni están en minoría entre los que estudian la evolución de las lenguas, puesto que prácticamente sólo lo hacen ellos y en el XIX (comparatismo) no hacían otra cosa; b) Ni se han planteado qué puede decir su ciencia sobre el origen de partes o categorías lingüísticas, porque entienden que es la pregunta elemental de la filología (¿cuándo y cómo surge el artículo en español?, etc.). Existe otra explicación para este malentendido: lo que los lingüistas no nos solemos plantear es algo más general, es el origen de la facultad lingüística. Pero en esto no diferimos tan apenas de las demás ciencias: Aunque la Biología sea la ciencia de los seres vivos, el origen de la vida (de los primeros organismos unicelulares autorreplicantes, muy parecidos a los virus) se lo plantean en realidad los químicos. Fueron los experimentos de Stanley Miller los que permitieron reproducir en el laboratorio, mediante la aplicación de la chispa eléctrica a una mezcla de vapor de agua, amoníaco, hidrógeno y metano, las condiciones de los tiempos primitivos y obtener así alanina, glicina, ácido aspártico y ácido glutámico, cuatro aminoácidos esenciales para la vida. Y no hay que olvidar que en ese mismo año de 1953 James Watson y Francis Crick, otra vez dos químicos,


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descubrieron la estructura del ADN apoyados por Rosalind Franklin, una físicoquímica. Aunque la Física es la ciencia de la materia y de la energía, hay que decir que la cuestión del origen no la han resuelto los físicos, sino la teoría de supercuerdas, la cual permite unificar las interacciones que ocurren en el interior de la materia y que tienen lugar en cuatro niveles energéticos muy diferentes (interacciones fuertes de fusión nuclear, interacciones electromagnéticas, interacciones radioactivas débiles e interacciones gravitatorias): la forma de las leyes naturales sólo es la misma en 18 estas cuatro interacciones por encima de 10 GeV, situación en la que las partículas se conciben como cuerdas, esto es, como binomios con una tensión entre sus extremos. Pero la teoría de cuerdas, resulta innecesario decirlo, es una teoría matemática. Así pues, que la cuestión del origen de la facultad del lenguaje casi no haya preocupado a los lingüistas era de esperar: es habitual que el problema de cómo se originó el fenómeno que constituye el objeto de estudio de una ciencia sea resuelto por otra ciencia. ¿Por qué?: porque un nuevo nivel es siempre una emergencia y, en cuanto tal, resulta de las condiciones existentes en el nivel inmediatamente inferior. Por ejemplo, los productos químicos que caracterizan a los seres vivos, no son ajenos a la Química: pero son los más complejos de la misma e implican una nueva dimensión, la de la Bioquímica. Los organismos están hechos de proteínas, que son cadenas de decenas de aminoácidos, que son estructuras bastante complejas de átomos de carbono y de nitrógeno: en comparación con ellos, la molécula de H O, de ClNa o de SO H parecen un 2 4 2 juego de niños. Por tanto, que el origen del lenguaje lo deban resolver otros es lógico. También la Biología es una Meta-Química y la Química es una Meta-Física. Lo sorprendente es que haya tres candidatos para resolver el problema del origen del lenguaje, según refleja la siguiente tabla en la que se resumen las tres principales propuestas que se han hecho:


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