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ANÁLISIS Y PRÁCTICA DE LA MEDIACIÓN INTERCULTURAL DESDE CRITERIOS ÉTICOS

MARÍA JESÚS MARTÍNEZ USARRALDE RAFAELA GARCÍA LÓPEZ

tirant lo b anch Valencia, 2009


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© MARÍA JESÚS MARTÍNEZ USARRALDE RAFAELA GARCÍA LÓPEZ

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ÍNDICE Introducción ..........................................................................................

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Capítulo Primero Mediación y cultura de mediación. Hacia su conceptualización .......

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Capítulo Segundo La mediación intercultural. Funciones, perfil y relación con la vertiente socioeducativa .......................................................................................

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Capítulo Tercero Ética profesional del mediador intercultural ......................................

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Capítulo Cuarto La práctica de la mediación intercultural desde criterios éticos .......

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Anexo I Propuestas de análisis de diferentes casos ..........................................

141

Relación de cuadros y gráficos .............................................................

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Referencias bibliográficas.....................................................................

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INTRODUCCIÓN Hace aproximadamente un par de años, con las propias autoras del libro, tuve la suerte de participar en un Proyecto de Investigación financiado por la Generalitat Valenciana culminado en una monografía, cuyo subtítulo aventuraba que la mediación “había llegado para quedarse…”; pues bien, con esta nueva aportación intelectual de mis compañeras en la que se profundiza sobre las enormes potencialidades educativas de las técnicas mediadoras, no sólo esa provisión adquiere parámetros de sostenibilidad definitiva, sino que se pone de manifiesto su futuro, cada vez más necesario y esperanzador al mismo tiempo. Y es que en una sociedad globalizada, en constante proceso de cambio y con una acusada tendencia al conflicto, la mediación, en cualquiera de sus ámbitos básicos de actuación, se presenta como una herramienta inexcusable. Necesitamos resolver conflictos interpersonales de muchos tipos: educativos, culturales, laborales, familiares, de pareja, sanitarios…, y como no podemos o no sabemos hacerlo por nosotros mismos, debemos acudir a la intervención de un profesional que, con la adecuada formación técnica y un férreo compromiso ético, nos puede ayudar a mejorar nuestros recursos de comunicación y sentar las bases para una mejora en la gestión y resolución de los conflictos planteados. Sin embargo, y a pesar del avance experimentado en algunos escenarios de intervención como el familiar o el legal, entre otros, la figura del mediador no acaba de encontrar el adecuado reconocimiento de su rol profesional. El libro que presentan las profesoras Mª Jesús Martínez Usarralde y Rafaela García López pretende contribuir a la regulación del ejercicio profesional y desarrollo de las competencias éticas, de una tipología de mediación, la intercultural, cuya difícil y, a veces, desamparada actuación precisa de una reglamentación concreta de sus funciones y competencias profesionales, al objeto de disponer de mejores instrumentos para la toma de decisiones en situaciones dilemáticas, contribuyendo a desarrollar su imprescindible compromiso ético.


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Ramón López Martín

El libro se ha estructurado en cuatro capítulos básicos. En el primero, desde una perspectiva general, y a la luz de las modernas teorizaciones nacionales e internacionales, se pretende conceptuar la mediación, analizando los argumentos positivos y negativos de la misma; se presenta, a continuación, una tipología de mediación para concluir con las fases de la misma, a modo de una introducción fundamentante del sentido y significado de las técnicas mediadoras. En el segundo, igualmente de manera precisa y documentada, se profundiza en las funciones, perfil y carácter socioeducativo del mediador intercultural, desde cuatro modelos tradicionales: asociativo, institucional, cooperativo y autónomo; por otro lado, en el marco de una actualizada visión del modelo de aprendizaje por competencias, se proponen tres grandes ámbitos de formación curricular: conocimientos (saber), habilidades (saber hacer) y actitudes (saber estar), para concluir aportando algunas reflexiones sobre las potencialidades y obstáculos en la institucionalización de la figura del mediador intercultural. En el tercer capítulo, entrando ya en una dimensión ética de análisis, se aborda un cuarto ámbito de formación (saber ser profesional), referido a los valores, actitudes y principios éticos que un profesional de la mediación intercultural debe conocer y practicar. Relacionar la cualificación profesional con la mediación intercultural y las funciones básicas que desempeña supone desarrollar tres dimensiones: teleológica, normativa y pragmática. La primera se sintetiza en la mejora del entendimiento entre las diversas culturas, como fin prioritario y último de la mediación intercultural; la búsqueda de principios y normas que orienten la actuación profesional, concreta la segunda; finalmente, por lo que respecta a la perspectiva pragmática, desarrollada en el cuarto capítulo del texto, aborda la justificación de la necesidad de una formación ética sólida y expone los escenarios básicos de esa formación: conocimiento de principios y su aplicación práctica, análisis de actitudes y valores implicados en el ejercicio de la profesión y estudio de procedimientos para desarrollar valores, actitudes y toma de decisiones éticas. No se sustraen, las autoras de la monografía, a presentar —a modo de “buenas prácticas”— ejemplos de situaciones conflicti-


Introducción

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vas, con un análisis clarificador de los valores y dilemas morales empleados para afrontarlas. Con todo, se acaba realizando una propuesta de —a mi modo de ver— algo más que un borrador de código ético para los mediadores interculturales. En definitiva, la búsqueda de un adecuado equilibrio entre la necesaria solidez de la formación de la personalidad de las diferentes culturas y la gestión democrática de esa diversidad, el trabajo por conseguir que las diferencias no acaben convirtiéndose en desigualdades o la construcción de los cimientos de una pedagogía de la interculturalidad, son los retos a abordar en el futuro inmediato, cuyos pilares de reflexión quedan expuestos a lo largo de estas páginas. Éstas son, querido lector, alguna de las razones que desde mi corto entendimiento sobre esta temática merecen destacarse a la hora de argumentar y animar a la lectura de este interesante y lúcido trabajo; sin duda, hay otras que no he sabido observar, pero que son consustanciales con la probada competencia y dominio de las autoras sobre este emergente ámbito de dedicación educativa, como es la mediación intercultural. En cualquier caso, sirva el afecto desde el que están escritas estas líneas para suplir las deficiencias del intelecto.

RAMÓN LÓPEZ MARTÍN Universitat de València



CAPÍTULO 1

MEDIACIÓN Y CULTURA DE MEDIACIÓN. HACIA SU CONCEPTUALIZACIÓN Conocemos a la ‘mediación natural’ como acción espontánea que uno lleva a cabo, en líneas generales, cuando se aproxima al marco de referencia del otro. De hecho, se ejerce la mediación, incluso de manera informal, con muchas personas (familiares, amigos, conocidos, colegas en la profesión) y en múltiples entornos, a fin de solucionar problemas que se presentan en la vida diaria. Puede decirse, así, que la mediación, como tal, parte de la alteridad y tiene sentido desde y con la alteridad. Dicho de otro modo, pero desde el referente más inmediato, ‘el problema del otro’ no es sino el ‘problema de uno mismo’. A su vez, éste nos viene dado en forma de múltiples manifestaciones: de alteración a la paz social, de amenaza a nuestra economía o incluso a nuestra autonomía, por poner algunos ejemplos significativos. Sin embargo, y paradójicamente, si bien lo anterior es cierto, por otro lado la mediación necesita ‘al otro’, en sensu lato. Se trata, en definitiva, de trabajar con las personas, con los otros. Precisamente, la mediación se consolida como “un proceso donde se concede poder a las personas participantes, se trabaja sobre sus posibilidades y deseos y en el que son las partes las que recuperan y controlan las decisiones sobre sus propias vidas” (Hoyos, 2007, p. 16). Pero la mediación va más allá, porque es en esa confrontación a la que asistimos donde nos encontramos, además, con nuestra propia identidad, al tiempo que se ofrece como una ocasión para crecer como profesional y como persona. Dicho de otro modo, la mediación puede erigirse en instrumento a partir del cual confrontarnos de manera autocrítica a nosotros mismos y reflexionar sobre las preconcepciones y prejuicios que, a veces no conscientemente, distorsionan tanto la visión de uno mismo como la de los demás.


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Cuando esta mediación natural y espontánea a la que aludíamos líneas arriba se profesionaliza, nos encontramos con la mediación como herramienta profesional fundamental que ha emergido con fuerza en contextos primero americanos y posteriormente europeos. Precisamente, tal y como sostienen Pérez y Hoyos (2003), una primera diferenciación que cabría matizar para entrar en esta temática haría referencia a la mediación informal (la que se produce de manera natural y no organizada)1 y la formal. Partiendo, entonces, de esa ‘mediación formal y profesionalizada’ como eje vertebrador, en este capítulo vamos a ir dotando de entidad a la misma, a través de, al menos, cuatro referentes, tal y como se refleja en el gráfico, cuya retroalimentación entre sí es más que notable: la referencia a la definición, la tipología, los rasgos idiosincrásicos que podrían definirla y los ámbitos de actuación. Gráfico 1: Elementos definidores de la mediación.

DEFINICIÓN DEFINICIÓN

RASGOS RASGOS

MEDIACIÓN

TIPOLOGÍA TIPOLOGÍA

ÁMBITOS ÁMBITOS DE DEACCIÓN ACCIÓN

Fuente: elaboración propia.

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Mediación que, en palabras de Dantí (2003), forma parte de una actitud, un modo de enfrentarse a todo conflicto de modo dialogante y abierto y que, de manera natural, se pone en práctica en cualquier entorno que rodea al individuo. A lo anterior cabe añadir, como virtudes de la mediación informal, la fluidez, la flexibilidad, y la tendencia hacia la mejora en las relaciones humanas que se consigue a través de la misma (Torrego, 2003, p. 53).


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En lo que respecta, en primer lugar, a la definición de mediación, y teniendo presentes las consideraciones anteriores, en la actualidad conviven variadas maneras de entenderla e interpretarla. Conscientes, así, de que son muchos los autores que a su vez remiten a otros que han resultado significativos para ellos, y a fin de no resultar reiterativas, hemos optado por hacer una clasificación con las definiciones más actuales de los especialistas que se han dedicado a definirla en los últimos años. La intención será, igualmente, ofrecer argumentos sobre las tendencias observadas en estas interpretaciones, y, al mismo tiempo, justificar la defensa de una de ellas. Para ello, recurriremos de nuevo a otro gráfico, a manera de modelo heurístico, que ayude a estructurar y sintetizar las definiciones que nos parecen más significativas. Tras leerlas, analizarlas, reinterpretarlas y categorizarlas, dos son las líneas que actúan, a nuestro parecer, como ejes estructurantes de las mismas: las que hacen referencia a la mediación como ‘herramienta’ para la acción social a fin de conseguir ciertos logros (con lo que insisten en su instrumentalización) y los que se remiten a la misma como ‘cultura’. Desde esta segunda perspectiva, quizá más compleja, pero no por ello exenta de menor atractivo, un conjunto de autores nos invitan, de manera manifiesta, a compartir con ellos el arte de la mediación, es decir, a la necesidad de contar con una cultura mediadora que transforme los escenarios de relaciones humanas, en un sentido amplio.


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María Jesús Martínez Usarralde - Rafaela García López Gráfico 2: clasificación de las definiciones de mediación.

`MEDIACIÓN´ COMO…

I

I NN S ST TR U RM UE N M T EO

ACUERDO (Ortega)

ARTE (Marsal, Six)

NEGOCIACIÓN (Díaz Aguado)

AUTOCONOCIMIENTO (Mourineau)

ESPACIO DE COMUNICACIÓN (Domingo)

N T O

C C U U L

L T U R

T

TRANSFORMACIÓN CULTURAL (Boqué, Viana, Corbo)

A U

R A

RESOLUCIÓN Y GESTIÓN DE CONFLICTOS (Xares, Oliveira, Torrego, Ortega et al) )

MOVIMIENTO PARA LA CONVIVENCIA (Munné y Mac-Cragh)

Fuente: elaboración propia, a partir de varios autores.

Comenzamos, de acuerdo con el gráfico, con las intervenciones que manifiestan un interés en la instrumentalización de la mediación, es decir, de la utilidad que subyace en la mediación en cuanto que ‘herramienta’ para alcanzar unos fines estipulados. Entre éstos últimos, las definiciones de esta categoría destacan fundamentalmente tres aspectos: el acuerdo y la negociación, el espacio de comunicación y la resolución de conflictos. Así, Ortega (1995, p. 33) hace referencia al acuerdo cuando sostiene que “La mediación es un mecanismo de intervención de terceras partes que busca contribuir a que las partes directamente involucradas alcancen un acuerdo mutuamente satisfactorio sobre las incompatibilidades básicas”. En la misma línea, aunque ciertamente orientado hacia la posibilidad de negociar entre los protagonistas intervinientes, para Díaz Aguado (2005, p. 18) “la mediación es una negociación asistida”. Otra de las aspiraciones se centra en establecer lazos comunicativos con el fin de llegar a los acuerdos. En este sentido, para Domingo (2003, p. 5), mediar tiene, al menos, tres sentidos: el primero de ellos se identifica con establecer nuevos escenarios de comunicación; el segundo, con transformar los conflictos en


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problemas. Mediar es, además, en tercer lugar, y siguiendo sus palabras, “ponerse en medio (tender puentes) para ser el medio (espacio de comunicación)”. Siguiendo a este autor, la mediación llega a tener hasta tres sentidos: – En el primero de los casos, la mediación parte de una lógica ternaria en la que las partes se comunican, al tiempo que el mediador genera nuevos escenarios para propiciar el encuentro. – En el segundo, Domingo sostiene cómo ha de transitarse de la consideración de conflictos (que reproducen intereses individuales) a los problemas (espacios de confrontación que requieren necesariamente de acuerdos), de la mano del mediador. – En el tercero, apela a la sensibilidad del mediador para establecerse en medio de las partes, de un modo equidistante, ejerciendo de puente para asistir, de manera imparcial, al definitivo encuentro. Finalmente, la óptica dentro de la cual se identifica un mayor número de autores dentro del análisis aquí realizado, necesariamente limitado como hemos advertido, se centra en identificar la mediación con un fin muy claro: gestionar y resolver los conflictos. Aparece, así, la alusión a un concepto que será intransferible a la mediación a partir de ahora: • Para Oliveira y Galego (2005, p. 61) la mediación es un método de resolución y gestión alternativa de conflictos, a través de la reorganización social y de la recomposición pacífica de las relaciones humanas, constituyéndose en enclave estratégico para la intervención social. • Xares (2001, p. 3) define a la mediación como “un procedimiento de resolución de conflictos que consiste en la intervención de una tercera parte, ajena e imparcial al conflicto, aceptada por los disputantes y sin poder de decisión sobre los mismos, con el objeto de facilitar que éstos lleguen por sí mismos a un acuerdo por medio del diálogo y la negociación”. • Torrego (2003, p. 11) defiende un concepto de mediación según el cual es “un método de resolución de conflictos en


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el que las dos partes enfrentadas recurren voluntariamente a una tercera parte imparcial, el mediador, para llegar a un acuerdo satisfactorio”. • Para Ortega y Del Rey (2003, p. 93) la mediación es “la intervención, profesional o profesionalizada, de un tercer experto en el conflicto que mantienen dos partes que no logran, por sí solas, ponerse de acuerdo en los aspectos mínimos necesarios para restaurar una comunicación, un diálogo que, por otro lado, es necesario para ambos”. El mediador, en este caso, y como insisten las tres últimas definiciones, ayuda a las partes implicadas en el conflicto, desde su postura imparcial y neutral, a que sean ellas mismas las que busquen soluciones, potenciando, en todo momento, la comunicación entre ellas2. Desde el otro eje estructurante, la mediación como ‘cultura’, nos llegan las definiciones que la asimilan a ‘arte’, a ‘autoconocimiento’ y a ‘transformación cultural’3. Para Marsal (2005) la mediación es un arte. Y, matiza, un arte difícil de afinar, apasionante. En la misma línea, Six (1990, p. 231) sugiere que la mediación es “a la vez una técnica y un arte, sobre todo un arte, pero el arte exige mucha paciencia y mucha técnica”. Y es que mientras el arte requiere, como indica Boqué (2003) creación, originalidad e innovación, la ciencia nos remite a otros parámetros tangencialmente opuestos que tendrían que ver más con la eficiencia, la sistematización y la precisión. Lo que sí está claro dentro de esta perspectiva es que el mediador trabaja con sujetos que se erigen en protagonistas únicos en si2

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Esta primera agrupación de definiciones se identificaría con las teorías emitidas desde la Escuela de Harvard y su modelo tradicional lineal de mediación, centrado en la resolución de conflictos y problemas y la opción de una solución en la que ‘todos ganen’. Este modelo es estudiado con profundidad en Munné y Mac-Cragh (2006) y Hoyos (2007). Por su parte, estas definiciones se ajustarían más al modelo transformativo de Bush y Foger, bajo cuyos parámetros se establece el conflicto como una oportunidad de crecimiento y su fin no se centra tanto en el acuerdo como en la transformación de la relación entre las partes, así como el restablecimiento de una comunicación entre las mismas. También en Munné y MacCragh (2006) y Hoyos (2007).


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tuaciones irrepetibles. Estas condiciones llevan a que no sea posible predecir qué sucederá ni planificar el desarrollo de los sucesos con excesiva antelación. El dominio en técnicas, estrategias de trabajo y solución de problemas será de gran utilidad, en este caso (Boqué, 2003, p. 49). Esta primera definición queda enriquecida, además, con el hecho de que la mediación se erige en una herramienta de autoconocimiento y que, por tanto, el éxito o no de la misma queda delegado en la responsabilidad de todos los individuos. Así lo entiende Mourineau (1997, p. 3), quien sostiene que la mediación pretende ‘dar luz’, a la manera socrática, de modo que ayude a las personas a conocerse mejor a sí mismas, al tiempo que el mediador ha de permitirles darse cuenta de su habilidad para encontrar su propio camino en la vida: “La mediación abre la puerta, pero depende después de cada individuo continuar por el camino”. Como paso siguiente, arte y autoconocimiento conducen, de manera natural, a la necesidad de contar con una cultura de mediación que pueda explicar o, mejor, transformar las relaciones entre los sujetos. Desde esta visión que se identifica con la transformación cultural se sitúa Viana (2005), al defender que la mediación no es una manera de resolver conflictos, sino una forma de gestión de la vida social. De este modo, y basándose en la experiencia de los centros escolares mediadores, sostiene que la mediación no es, repito, una estrategia que sirva para resolver todo tipo de conflictos; “es una herramienta que aporta un cambio de cultura encaminada a la promoción del diálogo como estrategia de resolución de conflictos que rebaja la tensión en el centro, facilita la comunicación, el conocimiento del otro y la empatía, es una herramienta más al servicio de la mejora y la convivencia pero no es, ni debe ser, la única, sino que debe ir acompañada de otras medidas (…); existe peligro de que se devalúe o que se distorsionen sus objetivos cuando se lleva a cabo a la ligera o sin la suficiente formación, supervisión y seguimiento” (Viana, 2005, p. 332). De este modo, se están demandando renovados retos a la mediación desde los dispositivos culturales, entre los que se incluye el desafío de la formación de los involucrados. Aunque para


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Corbo (1999, p. 148), la mediación también implica una cultura institucional en la que se posibilite la escucha, se cuestionen las prácticas tradicionales y se suspendan las manifestaciones reduccionistas y lineales de los conflictos. Finalmente podemos concluir este primer apartado cuyo cometido ha sido revisar algunas definiciones recientes del concepto remitiéndonos a la triple definición de Boqué (2002), dado que, de alguna manera, hace referencia a los dos ejes comentados, cuando identifica a la mediación con: – Un intento de trabajar con el otro, y no contra el otro, en busca de una vía pacífica y equitativa para afrontar los conflictos, en un entorno de crecimiento, de aceptación, de aprendizaje y de respeto mutuo. – Un proceso de comunicación horizontal en el que el mediador crea las condiciones para que los protagonistas del conflicto puedan compartir inquietudes y planteamientos, puntos de vista y limitaciones con el ánimo de ponerse de acuerdo. – Una vía voluntaria y confidencial para explorar los conflictos en la que los protagonistas toman sus propias decisiones mediante consenso y sin estar coaccionados por ninguna clase de poder. Como fruto de las reflexiones anteriores, acaba definiendo la mediación como “un proceso ternario en que los participantes, mediador y protagonistas, exploran voluntariamente la situación conflictiva para facilitar una toma de decisiones conjunta liderada por los protagonistas” (Boqué, 2003, p. 124). Destaca, así, el papel neurálgico adoptado por los participantes en cuanto a protagonistas. Abundaremos sobre esta idea más adelante, al hablar de las funciones de la mediación. Retomando ahora, de nuevo, el gráfico inicial, en segundo lugar, tal y como se ha podido deducir de las definiciones, la mediación acredita una serie de rasgos que la convierten en una estrategia significativa para el encuentro y el afrontamiento de conflictos, apelando esta vez a la profesionalidad de la figura del mediador (Giménez, 1997; Jares, 2001; Díaz Aguado, 2003; Lacomba, 2004; Hoyos, 2007):


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o La participación en el proceso es voluntaria por definición, esto es, las partes participan libremente, desde su firme voluntad de hacerlo. o También se apela a la confidencialidad de la misma: como señala Hoyos (2007), dado que se trata de espacios en los que se expresa libre y abiertamente, tanto en sesiones conjuntas como en las privadas (denominadas ‘caucus’), esta realidad ha de ser compensada con la acreditación de asegurar una confidencialidad bajo la cual nada de lo relatado en el proceso se puede utilizar fuera del mismo, aunque existan, lógicamente, límites a esa confidencialidad4. o La referencia a una relación ‘ternaria’, es decir, la presencia del mediador como profesional experto en el conflicto, que no tiene poder para imponer una solución, sino que son las personas intervinientes las que, en todo momento, protagonizan tanto el proceso como los resultados5. Jares (2001) deduce, precisamente de esta realidad, su carácter educativo, dado que las personas mantienen en todo momento sus capacidades de aprendizaje y actuación para concertar el acuerdo. De ahí también que se infiera de lo anterior que la mediación establece un poder renovado a las partes (conocido en otros ámbitos como ‘empowerment’) y consigue que las personas se involucren desde las potencialidades que otorga esta modalidad de encuentro. o Lacomba (2004) reconoce cómo los procesos de mediación establecen una nueva dinámica para las partes del conflicto, en la que ‘todos ganan’, pero además supone la aceptación previa de un código común en el cual la legitimación

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Tal y como cita la misma autora “los límites de la confidencialidad para las personas mediadoras son el conocimiento de delitos de orden público, violencia familiar u otras situaciones de riesgo, desprotección o peligros reales que pudieran afectar directa indirectamente a las partes implicadas en el conflicto” (Hoyos, 2007, p. 17). Ahora bien, como apostilla muy convenientemente Boqué (2003), el mediador tampoco puede quedar fuera, con la excusa de que él no debe influenciar, tomar las riendas del caso, decantarse por uno más que por otro. También se requiere, por tanto, su compromiso como profesional, que no estará reñido con la aspiración de ‘neutralidad’ frente a la situación.


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del otro, la voluntariedad de participación en el proceso de mediación, el apoderamiento del conflicto por las partes o el compromiso con los acuerdos alcanzados, entre otros, definen el desarrollo de un proceso donde habría que hablar de la ‘invisibilidad’ del mediador. Éste no hará sino permitir ir alcanzando criterios comunes y compartidos entre las partes que faciliten la definición de acuerdos consensuados y voluntariamente aceptados. Se ha comprobado, corroborando al autor, que aquellos acuerdos establecidos por las partes tienen un grado de cumplimiento mayor que las decisiones impuestas por autoridades externas. o Vinyamata (2003) y Munné y Mac-Cragh (2006) apelan a las actitudes que debiera acreditar un mediador, relacionándose muchas de ellas con rasgos psicológicos, y que se sintetizan en: la capacidad de escucha y paciencia; la capacidad de potenciación de soluciones que aporten las partes en conflicto; la confidencialidad, optimismo, capacidad para transmitir serenidad, capacidad para desarrollar el sentido del humor, sencillez en la expresión, al exponer lo que es y lo que pretende la mediación con el fin de que pueda ser comprendida con facilidad, sensibilidad ante las emociones de las personas, y, al mismo tiempo, capacidad para no dejarse influir por las expresiones del conflicto, y, finalmente, ética, entendiendo como tal la capacidad de proponer actitudes éticas desde una visión pragmática. o Hoyos (2007), finalmente, hace referencia a la informalidad, flexibilidad, eficacia y rapidez del proceso mediador. Al mismo tiempo, la alusión a estos rasgos iniciales del modus operandi del mediador puede enriquecerse con la revisión de los argumentos que Duriez (1997) aporta con respecto al sentido de la mediación, en dos connotaciones diferentes: como respuesta a la desaparición de ciertos intermediarios sociales que existían antes de su generalización y, más ampliamente, como necesidad surgida de la propia sociedad que demanda a este tipo de mediadores (citado por Llevot, 2004, pp. 117-118). Con respecto al primer aspecto, la mediación como respuesta a la desaparición de intermediarios que actuaban antes de la


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normalización de los procesos de mediación, el autor expone algunas argumentaciones, a favor y en contra de éste: Cuadro 1: argumentos positivos y negativos en torno a la mediación (I). ARGUMENTOS POSITIVOS

ARGUMENTOS NEGATIVOS

- La mediación realiza una mejora de los servicios públicos y sociales próximos. - Es una intervención complementaria y suplementaria a la de los trabajadores sociales. - La mediación permite el ejercicio de un derecho particular: el derecho de la palabra y a escuchar con un reconocimiento de la diversidad y de la diferencia. Es un instrumento de lucha contra la exclusión.

- La mediación hace surgir una comunicación deficitaria. - La introducción de un intermediario entre usuarios y servicios públicos y sociales debilita los dos polos. - La mediación realiza una bifurcación de los problemas y enmascara las dificultades institucionales.

Fuente: Duriez, citado por Llevot (2004b), pp. 117-118.

En lo que respecta ahora a la mutación que está sufriendo la sociedad actual y los disfuncionamientos relacionales que provocan que, entre instituciones y poblaciones, surja de manera inapelable esta figura, puede argumentarse que: Cuadro 2: argumentos positivos y negativos en torno a la mediación (II). ARGUMENTOS POSITIVOS

ARGUMENTOS NEGATIVOS

- Los mediadores son unos negociadores de la transición.

- La mediación puede comportar un freno a la evolución necesaria de las instituciones, de los trabajos y de las personas (despreocupación de las responsabilidades). - No es suficiente que una iniciativa nazca del terreno para ser buena.

Fuente: Duriez, citado por Llevot (2004b), pp. 117-118.

Para concluir, en un sentido u otro, es decir, ya sea reconociendo las consecuencias que está detentando la figura de la mediación (relatadas en el primer cuadro), ya sea arguyendo a las causas que motivan su aparición (en el segundo), subyace la necesidad perentoria de contar, al menos coyunturalmente (si hacemos excesivo caso a los argumentos negativos) con este profesional y con esta modalidad de intervención.


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