Haarpengers1

Page 1

ร s c a r R u l l

S a r aNi c o l รก s

BURPBOY


Me hubiera gustado agradecérselo pero no pude. Algo ocurría en mi interior. El estómago no paraba de retorcerse como si tuviera un enorme bicho que buscaba la salida. –Oye ¿estás bien? –preguntó Alejandro. –¡Buuuuurrrp! –un enorme eructo fue la única respuesta que pude darle. Tan grande y tan sonoro que estaba seguro de que se había escuchado al otro lado de la calle. Y en ese mismo momento, como si de un eco se tratara, un trueno partió el cielo en dos y comenzó a llover. Quién lo hubiera dicho dos minutos antes, cuando el día era caluroso y despejado. –¡INAUDITO! –escuché decir a mi padre cuando entré en casa –Hace apenas una hora teníamos puesto el aire acondicionado y ahora tendremos que encender la calefacción ¿es que el tiempo se ha vuelto loco? –Bueno, bueno no seas tan exagerado, Sergio –le calmaba mi madre –ya sabes cómo es la primavera; lo mismo hace sol como enseguida se 11


que hacer algo desagradable por obligación, seas rápido. Y justamente eso era lo que me proponía a hacer. Me bebería toda la botella de una sentada y acabaría con aquello cuanto antes. Es más, me juré que después de eso no volvería a jugar a “El que falla, la paga”. Y esta vez sí cumpliría mi juramento. Al principio su sabor no me pareció desagradable. Tenía un regusto a regaliz aunque muy azucarado. Pero cuando apenas llevaba la mitad sentí que ya estaba demasiado lleno para continuar. Fuera lo que fuese aquel brebaje parecía triplicarse una vez llegaba a mi estómago. Y en seguida su sabor dulzón se volvió cada vez más amargo. Tuve que parar cuando sentí la primera arcada. –Tienes que bebértelo todo –dijo Alejandro. Fui incapaz de responder. Me tapé la nariz con una mano y volví a beber. Esta vez noté como mis tripas se retorcían, no les gustaba eso que les estaba dando. A mí tampoco. Incliné un poco más la botella y apuré hasta la última gota. Después arrojé el casco al suelo. –¡Muy bien! –aplaudió Andrea. 10


Tragamanzanas


–¡Oh vamos! –protesté –eso que me pedís es peligroso ¡podría enfermar! –En esta pandilla no queremos un gallina –respondió Jorge mientras corría en busca de la botella –además, deberías sentirte honrado por beberte la última botella de Haarp-cola del mundo. Y es que en eso consistía la prueba: en beberme el botellín que no había roto. El último que quedaba, además, puesto que habíamos terminado con todas las reservas. –Pero… pero… eso debe llevar años caducado. ¿Y si me muero? –No creo que te mueras –dijo Alejandro abriendo la tapa con una piedra –. Como mucho pasarás una inolvidable noche sentado en la taza del wáter. Todos comenzaron a reírse. Yo cogí la botella de malas formas y la observé. El líquido interior era de color marrón, algo traslúcido. Me pregunté cuanto tiempo llevaría allí dentro, aunque en realidad era mejor no saberlo. Me acerqué la boquilla a los labios y me preparé para beber. Mi padre siempre dice: “David, hijo, los tragos amargos, cuanto antes los pases mucho mejor”. Que en realidad quiere decir que cuando tengas 8

Abre el libro...

...haz que ocurra.


Texto : Óscar Rull y Sara Nicolás. Ilustraciones : Óscar Rull Primera edición: Marzo, 2014 Manzanares el Real, Madrid. Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.

www.tragamanzanas.com edicionestragamanzanas@gmail.com

Este libro fue personalizado para David D. M.

–¿Queréis callaros? –les recriminó Andrea –así no podrá concentrarse. Sonreí amablemente. Aunque en realidad lo que me apetecía era tirar la siguiente piedra directamente a la cabeza de alguno de esos dos. Así aprenderían. Si supiera seguro que les iba a dar quizás lo hubiera hecho. ¡Zas! esta vez la piedra fue a dar en la base de la viga, a tan sólo unos centímetros de la botella. –¡Por poco! –exclamó Alejandro. Aquello me animó, si hubiera levantado un poco más el brazo le habría dado. Entonces pensé que podía hacerlo, que no tenía más que concentrarme mucho. Imaginarme que yo era un fantástico arquero, y aquella polvorienta y vieja botella un troll repugnante que quería acabar con mi reino. Sólo tenía que apuntar directamente a su corazón, justo allí donde estaba escrita la segunda “A” de “Haarp”. Estiré la goma tanto como pude, aguanté la respiración y solté. ¡Crack! hizo la piedra al partirse en dos contra una columna. El botellín-troll, sin embargo, seguía intacto burlándose de mí. –David la paga, David la paga –volvieron a canturrear Óscar y Jorge. 7


O la peor de todas. Entrar en el solar del viejo Ildefonso y conseguir llegar al otro lado sin que Simón, un caniche con muy mala leche y experto en destrozar espinillas, te pillara. Supongo que ahora entenderéis por qué odiaba aquel juego. Pero a mis amigos les encantaba. –Tu turno, David –dijo Andrea pasándome el tirachinas. A ella le había bastado solo con dos tiros. Me puse en pie. Antes de colocarme en posición eché un último vistazo por la ventana, pues todavía aguardaba la esperanza de que en el último momento paSara algo que evitara el fatal desenlace. Cualquier cosa me valía. Que de pronto todos los tirachinas se partieran en dos, que la policía nos sorprendiera y nos echara de allí a gritos, o incluso que una nave alienígena aterrizase en ese momento con la intención de destruir la tierra. Pero no ocurrió nada. Como siempre. ¡Fiuuuuuuu! Silbó la piedra antes de estrellarse contra la pared. Ni si quiera había pasado cerca de la botella. –David, David hoy te beberás tú el botellín –canturrearon Óscar y Jorge. 6



para romperla. Yo odiaba aquel juego. Lo odiaba casi tanto como hacer deberes. Quizás si mi puntería fuese tan buena como la de Alejandro podría divertirme, pero no era el caso. Rara vez conseguía acertar al blanco, y cuando lo hacía era pura casualidad. Y entonces me tocaba pagar ¡y de qué modo! Con mis amigos no valían las ñoñerías. El que perdía tenía que realizar una prueba que previamente habíamos pactado. Y no os penséis que eran sencillas, nada de chorradas como besar a una chica, contar un verdad vergonzosa o meter la cabeza en la fuente de la plaza. No. Nuestras pruebas eran duras de verdad, de las que te hacían desear desaparecer o convertirte en uno de esos ratones que desde su rincón te miraban con lástima. Podía tocarte ir al supermercado y comerte tú sólo, sin que el guarda te descubriera, una bandeja de doce palmeritas de chocolate. El dolor de tripa –o de orejas si te pillaban– estaba asegurado. O bien tenías que colarte en el partido de básquet de los mayores, quitarles la pelota y chutarla tan lejos como pudieras. ¡No os podéis imaginar la de collejas que me llevé por hacer esto! 4

Mi nombre es David, tengo nueve años, y voy a tirarme un eructo tan fuerte que provocaré un vendaval de setenta kilómetros hora, más o menos. Y no estoy exagerando. Ni haciendo un chiste. Tampoco os estoy engañando. No soy un fanfarrón que, en un alarde de ingenio, llama vendaval al enfado que se pillará su madre cuando escuche el eructo. En absoluto. Os lo cuento tal como ocurre: la flatulencia que voy a tirarme ayudará a espantar a los operarios que, con sus excavadoras, pretenden destrozar este bosque de hayas en el que me encuentro. Porque de eso se trata, de salvar el bosque. Ésa es la razón por la que estoy acumulando un montón de gases en el estómago. Sé que todo esto os debe parecer muy raro. Pero es que todavía no os he contado que además 1


de David también me llaman Burp-boy, el chico eructos. Soy uno de los cinco integrantes de Los Haarpengers, un grupo de superhéroes de barrio con poderes no muy glamurosos pero sí eficaces. El mío son los eructos, claro. Cada vez que me tiro uno cambio el tiempo. Sí, como lo leéis. Soy capaz de provocar tormentas eléctricas, lluvias torrenciales, nevadas e incluso puedo traer el verano más caluroso en pleno mes de enero. Lo sé. Una auténtica locura. Os podría contar miles de cosas al respecto, pero como siempre dice mi padre “A camino largo, paso corto” que significa que cuando tengas que hacer algo complejo lo mejor es ir despacio, poco a poco. Así que para que podáis entender la razón por la que estoy aquí defendiendo el bosque a golpe de gas, será mejor que nos remontemos al principio; cuando comenzó toda esta historia. El pasado mes de mayo…

–Bueno ¿a quién le toca tirar ahora? – preguntó Óscar sosteniendo el tirachinas. Andrea y yo nos miramos. Ambos sabía2

mos que me tocaba a mí, pero también ambos sabíamos que yo no quería tirar, así que Andrea, en un alarde de gran compañerismo, cogió el tirachinas diciendo: –Sigo yo. Es mi turno. Todos nos apartamos para dejarla tirar. Nos encontrábamos en el viejo edificio de Las Golondrinas. Un lugar ruinoso con techos desconchados, paredes pintarrajeadas, escombros repartidos por el suelo, y decenas de ratones. Hacía mucho tiempo había sido una vieja embotelladora de refrescos Haarp, pero la empresa había cerrado incluso antes de que yo naciera. Para nosotros era un lugar fantástico. Nuestra guarida secreta. Allí podíamos estar tranquilos sin que nadie nos molestara. Y eso es fenomenal cuando se tiene ocho años y se vive en el mismo barrio que el matón del colegio. Aquel día jugábamos a “El que falla, la paga” un juego que nosotros mismos nos habíamos inventado. Cogíamos cinco botellines de Haarp-cola (solían estar tirados por cualquier rincón) y los poníamos sobre una viga que había en el suelo. Después, tras distanciarnos unos metros, había que tirar a dar con nuestro tirachinas. Cada uno de nosotros contábamos con tres oportunidades 3


de David también me llaman Burp-boy, el chico eructos. Soy uno de los cinco integrantes de Los Haarpengers, un grupo de superhéroes de barrio con poderes no muy glamurosos pero sí eficaces. El mío son los eructos, claro. Cada vez que me tiro uno cambio el tiempo. Sí, como lo leéis. Soy capaz de provocar tormentas eléctricas, lluvias torrenciales, nevadas e incluso puedo traer el verano más caluroso en pleno mes de enero. Lo sé. Una auténtica locura. Os podría contar miles de cosas al respecto, pero como siempre dice mi padre “A camino largo, paso corto” que significa que cuando tengas que hacer algo complejo lo mejor es ir despacio, poco a poco. Así que para que podáis entender la razón por la que estoy aquí defendiendo el bosque a golpe de gas, será mejor que nos remontemos al principio; cuando comenzó toda esta historia. El pasado mes de mayo…

–Bueno ¿a quién le toca tirar ahora? – preguntó Óscar sosteniendo el tirachinas. Andrea y yo nos miramos. Ambos sabía2

mos que me tocaba a mí, pero también ambos sabíamos que yo no quería tirar, así que Andrea, en un alarde de gran compañerismo, cogió el tirachinas diciendo: –Sigo yo. Es mi turno. Todos nos apartamos para dejarla tirar. Nos encontrábamos en el viejo edificio de Las Golondrinas. Un lugar ruinoso con techos desconchados, paredes pintarrajeadas, escombros repartidos por el suelo, y decenas de ratones. Hacía mucho tiempo había sido una vieja embotelladora de refrescos Haarp, pero la empresa había cerrado incluso antes de que yo naciera. Para nosotros era un lugar fantástico. Nuestra guarida secreta. Allí podíamos estar tranquilos sin que nadie nos molestara. Y eso es fenomenal cuando se tiene ocho años y se vive en el mismo barrio que el matón del colegio. Aquel día jugábamos a “El que falla, la paga” un juego que nosotros mismos nos habíamos inventado. Cogíamos cinco botellines de Haarp-cola (solían estar tirados por cualquier rincón) y los poníamos sobre una viga que había en el suelo. Después, tras distanciarnos unos metros, había que tirar a dar con nuestro tirachinas. Cada uno de nosotros contábamos con tres oportunidades 3


para romperla. Yo odiaba aquel juego. Lo odiaba casi tanto como hacer deberes. Quizás si mi puntería fuese tan buena como la de Alejandro podría divertirme, pero no era el caso. Rara vez conseguía acertar al blanco, y cuando lo hacía era pura casualidad. Y entonces me tocaba pagar ¡y de qué modo! Con mis amigos no valían las ñoñerías. El que perdía tenía que realizar una prueba que previamente habíamos pactado. Y no os penséis que eran sencillas, nada de chorradas como besar a una chica, contar un verdad vergonzosa o meter la cabeza en la fuente de la plaza. No. Nuestras pruebas eran duras de verdad, de las que te hacían desear desaparecer o convertirte en uno de esos ratones que desde su rincón te miraban con lástima. Podía tocarte ir al supermercado y comerte tú sólo, sin que el guarda te descubriera, una bandeja de doce palmeritas de chocolate. El dolor de tripa –o de orejas si te pillaban– estaba asegurado. O bien tenías que colarte en el partido de básquet de los mayores, quitarles la pelota y chutarla tan lejos como pudieras. ¡No os podéis imaginar la de collejas que me llevé por hacer esto! 4

Mi nombre es David, tengo nueve años, y voy a tirarme un eructo tan fuerte que provocaré un vendaval de setenta kilómetros hora, más o menos. Y no estoy exagerando. Ni haciendo un chiste. Tampoco os estoy engañando. No soy un fanfarrón que, en un alarde de ingenio, llama vendaval al enfado que se pillará su madre cuando escuche el eructo. En absoluto. Os lo cuento tal como ocurre: la flatulencia que voy a tirarme ayudará a espantar a los operarios que, con sus excavadoras, pretenden destrozar este bosque de hayas en el que me encuentro. Porque de eso se trata, de salvar el bosque. Ésa es la razón por la que estoy acumulando un montón de gases en el estómago. Sé que todo esto os debe parecer muy raro. Pero es que todavía no os he contado que además 1



O la peor de todas. Entrar en el solar del viejo Ildefonso y conseguir llegar al otro lado sin que Simón, un caniche con muy mala leche y experto en destrozar espinillas, te pillara. Supongo que ahora entenderéis por qué odiaba aquel juego. Pero a mis amigos les encantaba. –Tu turno, David –dijo Andrea pasándome el tirachinas. A ella le había bastado solo con dos tiros. Me puse en pie. Antes de colocarme en posición eché un último vistazo por la ventana, pues todavía aguardaba la esperanza de que en el último momento paSara algo que evitara el fatal desenlace. Cualquier cosa me valía. Que de pronto todos los tirachinas se partieran en dos, que la policía nos sorprendiera y nos echara de allí a gritos, o incluso que una nave alienígena aterrizase en ese momento con la intención de destruir la tierra. Pero no ocurrió nada. Como siempre. ¡Fiuuuuuuu! Silbó la piedra antes de estrellarse contra la pared. Ni si quiera había pasado cerca de la botella. –David, David hoy te beberás tú el botellín –canturrearon Óscar y Jorge. 6


Texto : Óscar Rull y Sara Nicolás. Ilustraciones : Óscar Rull Primera edición: Marzo, 2014 Manzanares el Real, Madrid. Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.

www.tragamanzanas.com edicionestragamanzanas@gmail.com

Este libro fue personalizado para David D. M.

–¿Queréis callaros? –les recriminó Andrea –así no podrá concentrarse. Sonreí amablemente. Aunque en realidad lo que me apetecía era tirar la siguiente piedra directamente a la cabeza de alguno de esos dos. Así aprenderían. Si supiera seguro que les iba a dar quizás lo hubiera hecho. ¡Zas! esta vez la piedra fue a dar en la base de la viga, a tan sólo unos centímetros de la botella. –¡Por poco! –exclamó Alejandro. Aquello me animó, si hubiera levantado un poco más el brazo le habría dado. Entonces pensé que podía hacerlo, que no tenía más que concentrarme mucho. Imaginarme que yo era un fantástico arquero, y aquella polvorienta y vieja botella un troll repugnante que quería acabar con mi reino. Sólo tenía que apuntar directamente a su corazón, justo allí donde estaba escrita la segunda “A” de “Haarp”. Estiré la goma tanto como pude, aguanté la respiración y solté. ¡Crack! hizo la piedra al partirse en dos contra una columna. El botellín-troll, sin embargo, seguía intacto burlándose de mí. –David la paga, David la paga –volvieron a canturrear Óscar y Jorge. 7


–¡Oh vamos! –protesté –eso que me pedís es peligroso ¡podría enfermar! –En esta pandilla no queremos un gallina –respondió Jorge mientras corría en busca de la botella –además, deberías sentirte honrado por beberte la última botella de Haarp-cola del mundo. Y es que en eso consistía la prueba: en beberme el botellín que no había roto. El último que quedaba, además, puesto que habíamos terminado con todas las reservas. –Pero… pero… eso debe llevar años caducado. ¿Y si me muero? –No creo que te mueras –dijo Alejandro abriendo la tapa con una piedra –. Como mucho pasarás una inolvidable noche sentado en la taza del wáter. Todos comenzaron a reírse. Yo cogí la botella de malas formas y la observé. El líquido interior era de color marrón, algo traslúcido. Me pregunté cuanto tiempo llevaría allí dentro, aunque en realidad era mejor no saberlo. Me acerqué la boquilla a los labios y me preparé para beber. Mi padre siempre dice: “David, hijo, los tragos amargos, cuanto antes los pases mucho mejor”. Que en realidad quiere decir que cuando tengas 8

Abre el libro...

...haz que ocurra.


Tragamanzanas


que hacer algo desagradable por obligación, seas rápido. Y justamente eso era lo que me proponía a hacer. Me bebería toda la botella de una sentada y acabaría con aquello cuanto antes. Es más, me juré que después de eso no volvería a jugar a “El que falla, la paga”. Y esta vez sí cumpliría mi juramento. Al principio su sabor no me pareció desagradable. Tenía un regusto a regaliz aunque muy azucarado. Pero cuando apenas llevaba la mitad sentí que ya estaba demasiado lleno para continuar. Fuera lo que fuese aquel brebaje parecía triplicarse una vez llegaba a mi estómago. Y en seguida su sabor dulzón se volvió cada vez más amargo. Tuve que parar cuando sentí la primera arcada. –Tienes que bebértelo todo –dijo Alejandro. Fui incapaz de responder. Me tapé la nariz con una mano y volví a beber. Esta vez noté como mis tripas se retorcían, no les gustaba eso que les estaba dando. A mí tampoco. Incliné un poco más la botella y apuré hasta la última gota. Después arrojé el casco al suelo. –¡Muy bien! –aplaudió Andrea. 10


Me hubiera gustado agradecérselo pero no pude. Algo ocurría en mi interior. El estómago no paraba de retorcerse como si tuviera un enorme bicho que buscaba la salida. –Oye ¿estás bien? –preguntó Alejandro. –¡Buuuuurrrp! –un enorme eructo fue la única respuesta que pude darle. Tan grande y tan sonoro que estaba seguro de que se había escuchado al otro lado de la calle. Y en ese mismo momento, como si de un eco se tratara, un trueno partió el cielo en dos y comenzó a llover. Quién lo hubiera dicho dos minutos antes, cuando el día era caluroso y despejado. –¡INAUDITO! –escuché decir a mi padre cuando entré en casa –Hace apenas una hora teníamos puesto el aire acondicionado y ahora tendremos que encender la calefacción ¿es que el tiempo se ha vuelto loco? –Bueno, bueno no seas tan exagerado, Sergio –le calmaba mi madre –ya sabes cómo es la primavera; lo mismo hace sol como enseguida se 11


pone a diluviar. –La primavera, la primavera –refunfuñó mi padre saliendo de la cocina –esto es culpa del cambio climático, que nos lo estamos cargando todo. Fue en ese momento cuando reparó en mí. Vestido con camisa y pantalones cortos estaba chorreando y tiritando en medio del recibidor. –Pero David… ¿de dónde vienes así? Mi madre salió también de la cocina y al verme se acercó corriendo, me puso la mano en la frente y me levantó la cara para mirarme mejor. –¿Te encuentras bien, cariño? ¡Estás pálido! Yo me sentía tan terriblemente mal que tenía ganas de llorar. –No me extraña –respondió en mi lugar mi padre –con este tiempo todos vamos a enfermar. –No seas agorero y ve a por una toalla –le ordenó mi madre. Después dirigiéndose a mí me preguntó –¿Te duele algo? –He comido algo que me ha sentado mal –respondí. –Está bien. Ven a la cocina que te prepararé algo caliente – Me rodeo el cuello con su brazo 12


–¡Un momento! –exclamó Alejandro. Había permanecido toda la tarde callado –quizás no nos están tomando el pelo. ¿Acaso no os parece extraño lo que ocurre con el clima desde ayer por la tarde? Cuando llegamos aquí hacía un sol del demonio ¿lo recordáis? ¡Si incluso metimos la cabeza en la fuente de la plaza! Pero luego, de pronto, comenzó a llover ¿recordáis en qué momento? –¿Después de que David eructara? –preguntó Jorge –¡Exacto! –exclamó Alejandro. –¡Oh, vamos! –dijo Andrea levantando los brazos. –No, en serio –continuó Alejandro –se tomó la cola, eructó y todos nos fuimos corriendo a casa porque tronaba. ¿Y luego qué? El resto de la tarde fue muy extraña: nevaba, llovía, hacía sol… ¡No tenía sentido! –¡La primavera! –respondió Andrea. Aunque ya no parecía tan convencida. –Tenemos que hacer que eructe de nuevo –dijo Jorge mirándome fijamente. Nada deseaba yo más en el mundo que eructar otra vez y así demostrar a mis amigos que no les engañaba, pero aquella tarde el volcán parecía dormido. 32

y me empujó lentamente hacia la cocina. Me senté frente a la mesa y observé llover por la ventana. –El pollo no ha podido ser –murmuró mi madre mientras rebuscaba en el interior de un armario –porque nosotros estamos bien, seguro que has debido comer alguna chuchería ¿verdad? Mira que te tengo dicho que no abuses, que tanto azúcar no es bueno. No dije nada. ¿Acaso debería contarle la verdad? Sería lo más prudente. A lo mejor era necesario que fuera al médico, o incluso al hospital ¡quizás necesitara un lavado de estómago! Aquella cosa podía estar envenenada ¿por qué no? Muchas veces había visto en las noticias familias enteras que habían fallecido por tomar alimentos en mal estado. –Nada, en la tele no dicen ni una palabra –dijo mi padre entrando en la cocina y poniéndome una toalla sobre los hombros. –¿Y qué quieres que digan? ¿Qué nadie se explica por qué llueve de pronto en primavera? –mi madre se rió –vamos, Sergio, esto no es más que un chaparrón, no deberías darle tanta importancia. Una humeante taza de manzanilla apare13


ció de pronto frente a mí. Puse las manos a su alrededor, y a pesar de que quemaba yo ni siquiera lo note. –¿En serio esto te parece normal, Silvia? – continuó mi padre –Lo extraño no es que llueva en primavera, lo extraño es que lo haga de repente. Dos minutos antes no había ni una sola nube en el cielo, ni siquiera una pequeña brisa. Y de pronto… es como si alguien hubiese volcado un cubo de agua sobre nosotros. No tiene sentido. “Las nubes siempre preceden a la tormenta”. –Tú y tus frases –respondió mi madre. Después poniéndome una mano sobre el hombro me susurró –Bébetela ahora que está caliente. Te sentará bien. Mire el líquido verdoso y lo olí. Lo último que me apetecía del mundo era beber pero por otro lado pensé que si la manzanilla conseguía hacerme vomitar, y muchas veces lo hacía, luego me sentiría mucho mejor. –Además, no es la primera vez que vemos algo así –mi madre regresaba a su discusión –¿o no te acuerdas aquel día en Cullera? La lluvia nos cogió tan de improviso que todavía estábamos en bañador en la playa. –No, eso no tuvo nada que ver. Por la ma14

Y echamos a correr de nuevo. –¿DE VERDAD ESPERÁIS QUE NOS VAYAMOS A CREER esa sarta de tonterías? –preguntó Andrea con los brazos cruzados sobre el pecho. Eran las cinco de la tarde, acabábamos de salir de colegio y habíamos convocado una reunión en Las Golondrinas. –No son tonterías –respondió Óscar –lo he visto con mis propios ojos. De su boca salió ese viento –y al decir esto señaló a la calle. El viento continuaba soplando con fuerza, y desde allí escuchábamos las vallas de metal zarandearse –Pues si tan cierto es que eructe ahora mismo y traiga lluvia –propuso Jorge. –Bueno… en realidad no funciona así –dije. –¿Ah no? ¿entonces cómo funciona? –preguntó Andrea mirándome desafiante. Me encogí de hombros. Llevaba toda la mañana intentando eructar sin conseguirlo. Por culpa del fuerte viento ni siquiera habíamos tenido hora de recreo. –Mejor me voy a casa –anunció Andrea cogiendo la mochila –ya he escuchado demasiadas tonterías por hoy. Tengo un montonazo de deberes y… 31


mo pero el malestar de estómago se había aliviado. Echamos a correr. El viento seguía soplando y la gente buscaba refugiarse en las tiendas o portales. La verdad es que parecía un vendaval. A nuestro lado las mesas y sillas de las terrazas caían al suelo, y los toldos se agitaban peligrosamente. Finalmente nos detuvimos en un callejón tratando de recuperar el aliento. –¿Có… cómo has hecho eso? –preguntó Óscar sin apenas voz. –Es lo que intentaba explicarte esta mañana –respondí –desde que ayer me bebí la Haarpcola, cada vez que me tiro un eructo cambia el tiempo. Óscar me miró fijamente, aunque no sentí incredulidad en sus ojos. –¿Y puedes hacer que el viento pare ahora mismo? Negué con resignación. –No, salen cuando ellos quieren. Se quedó callado, parecía estar pensando algo. Finalmente me agarró otra vez el brazo y dijo. –Vamos, tenemos que convocar una reunión urgente. 30

ñana ya lo sospechábamos ¿recuerdas? Estuvimos a punto de quedarnos en el hotel cuando… –No, no, no –interrumpió mi madre –la mañana que estuvimos a punto de quedarnos en casa fue la de la niebla, la que yo te digo es del año anterior, cuando Irene era pequeña y… Deseé que se callaran. Lo deseé con todas mis fuerzas. No podía comprender cómo eran capaces de tener una discusión tan estúpida mientras su hijo mayor agonizaba en la mesa. Lentamente me acerqué la taza a los labios y di un sorbo. Uno muy chiquitito, pero al parecer fue más que suficiente para enfadar a la cosa esa que había en mi estómago. –¡Buuuuuuurrppp! –un enorme eructo salió a traición, mucho más largo y sonoro que el anterior. Tan fuerte fue que mi hermana Irene, que jugaba en el suelo con sus muñecas, dio un respingo. –¡Madre mía, David! –exclamó mi madre – lo tenías bien guardado ¿eh? Sonreí avergonzado. De pronto me sentía mucho, mucho mejor. –Es que la manzanilla es mano de santo –dijo mi madre –si te la bebes entera ya verás como para… 15


–¡Inaudito! ¡Inaudito! –exclamó mi padre señalando a la ventana. Tenía los ojos tan abiertos que cualquiera diría que acababa de descubrir un fantasma. Todos miramos a la ventana, y entonces comprendimos que era aquello que tanto sorprendía a mi padre: ¡Estaba nevando! ¡En pleno mes de mayo! Unos copos grandes, blancos y redondos. –Esta bien, quizás sea hora de que vayamos a ver si dicen algo en el televisor –musitó mi madre boquiabierta.

MEDIA HORA DESPUÉS ME ENCONTRABA EN MI HABITACIÓN mirando a través de los cristales de la ventana. Me había puesto un chándal seco e incluso había necesitado un par de calcetines gordos porque comenzaba a hacer mucho frío. Mis padres estaban en el salón, y llevaban un buen rato cambiando de un canal a otro en busca de algún noticiero que les explicara qué estaba ocurriendo. Pero a nadie parecía importarle 16

unas bermudas cortas, un bañador, un gorro, una bufanda, unas chanclas veraniegas y una gorra para el sol. Los cuatro, incluido Óscar, me miraban atónitos. –Jope, tío, tienes que estar verdaderamente majareta para llevar todo eso en la cartera ¿eh? –dijo Mario –pero mejor para mí porque me lo voy a quedar. Y tras decir esto me arrojó al suelo. Caí de culo, y el duro golpe contra el asfalto no sólo me provocó mucho dolor, sino que finalmente dio rienda suelta al eructo que guardaba contenido. –¡Buuuuuurrrpppppp! Fue enorme. Me pareció que duraba siglos. Era como si un huracán escapase de mi boca. Y algo así debió ocurrir porque inmediatamente comenzó a soplar un fuerte viento. Tan fuerte que la gorra de Mario se desprendió de su cabeza y echó a volar calle abajo. –¡Mi gorra! –exclamó corriendo tras ella. Los otros dos chicos corrieron tras él y mientras se alejaban me di cuenta de que Alejandro tenía razón: ¡Mario tenía una enorme calva en la coronilla! –¡Vámonos! –gritó Óscar tirando de mí. Me puse en pie. El culo me dolía muchísi29


pero tal como lo dije había sonado a que un chico como él jamás se interesaría por un puñado de libros porque era un zoquete. Lo cual era cierto, pero no debía decirlo así... en su cara. Una enorme garra me asió por la pechera y me levanto unos diez centímetros del suelo. Y al mismo tiempo una punzada de dolor me atravesó el estómago de lado a lado. Los gases iban a explotar de un momento a otro. –¿Acaso estás burlándote de mí, eh, rata asquerosa? Moviendo los pies en el aire negué con la cabeza. Mario me miraba fijamente, tenía una mirada aterradora, pensé que en cualquier momento podría fundirme sólo con sus ojos. –Gancho, quítale la mochila y mira lo que hay dentro –ordenó. El tal Gancho me quitó la mochila de un tirón mientras yo seguía en el aire. Mis tripas se estaban removiendo otra vez, y yo solo esperaba aguantar el eructo el tiempo suficiente para no tirármelo en su cara. Imaginaros lo que podría ocurrirme si lo hacía. Abrió la mochila y comenzó a sacar su contenido. Unos cuantos libros, una bolsa con el almuerzo, un paraguas pequeño, un chubasquero, 28

demasiado. Sólo una emisora local se había interesado por el fenómeno, aunque afirmaban que se debía a un capricho de la primavera. Abajo, en la calle, un grupo de adultos y jóvenes jugaban a construir un muñeco de nieve. Todos vestían bufanda y gorro, y seguro que más de uno había tenido que ir a buscarlos en lo más fondo de su armario. ¡Cualquiera diría que aquella mañana nos habíamos despertado con un sol infernal! Y aunque a mí todo aquello también me parecía muy extraño, aquella tarde ya tenía más que suficiente con mis propios problemas. Continuaba con el estómago revuelto. Si bien después de eructar me encontraba mejor, la verdad es que la tregua no duraba demasiado. Era, para que me entendáis, como si en mis entrañas hubiese un volcán. Un enorme volcán de lava marrón, viscosa y burbujeante que no cesaba de hervir y emanar vapores. Estos vapores eran los que se iban acumulando, y acumulando, haciendo que mi tripa se hinchara, me apretara y doliera. Y cuando el estómago ya no podía albergar más, el vapor explotaba como una olla a presión y salía por mi boca en forma de eructo. Después me sentía increíblemente libera17


do. Aunque aquello sólo duraba unos minutos, porque como el volcán continuaba encendido los vapores volvían a llenarlo todo. Y ahora mismo estaba a punto de explotar de nuevo. Apreté un poco la tripa, para ayudar al eructo a salir. –¡Buurrp! –surgió uno muy pequeño que casi parecía un hipo. Entonces ocurrió algo muy extraño. Dejó de nevar. De golpe. Como si alguien hubiera cerrado un grifo imaginario. Un segundo antes nevaba mucho y al instante siguiente no caía ni un copo. Pero no sólo eso. Sino que las nubes se apartaron repentinamente como si de un telón de algodón se trataran, mostrando tras ellas un hermoso cielo azul despejado. Me quedé anonadado. Tan anonadado como la gente de la calle que habían dejado de jugar y miraban al cielo. Todo era muy raro, no tenía ni pies ni cabeza. ¿Qué extraño fenómeno podía estar provocando unos cambios tan bruscos? Mi estómago se removió de nuevo y de pronto me asaltó una duda: ¡los eructos! Los último que había sucedido justo antes de que dejara de nevar es que yo había eructado. También había sido lo último que había ocurrido justo antes de 18

LE DI UNA CANICA PICADA, DOS CROMOS REPETIDOS y un paquete de chicles al que le faltaban dos. Lo puse todo sobre su enorme manaza. Óscar, por su parte, no había encontrado más que un céntimo roñoso. Nos miró a los dos fijamente durante diez interminables segundos. –¿Estáis de broma? –bramó arrojando nuestras pertenencias al suelo –¿qué clase de basura es esta, eh? –Sí, eso, basura –repitió uno de sus amigos. Uno al que ya le había comenzado a nacer le bigote, lo que le daba un aspecto muy extraño. –¡No tenemos nada más! –protestó Óscar. –¿Ah no? ¡Pues entonces vaciad vuestras mochilas –nos ordenó. –En ellas solo hay libros –dije –no creo que te interesen. Mario “Puño de acero” se puso rojo como un tomate, y Óscar me miró moviendo la cabeza de un lado a otro. Fue cuando me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. En realidad lo que yo pretendía haber dicho es que nuestras carteras estaban repletas de cosas aburridas, 27


gustosamente a realizar sus exámenes finales. Le gustaba la pelea y además estaba pirado. Siempre llevaba puesta la gorra y contaban los mayores que hacía unos años un profesor se la había intentado quitar, pero apenas la había rozado cuando “Puño de acero” se puso en pie y le asesto un puñetazo en toda la cara. Le rompió la nariz en varios trozos ¡A un profesor! Aquello le valió una semana de expulsión, claro, pero desde entonces nadie volvió a cuestionar lo de su gorra en clase. Y por supuesto no se la tocaban. Alejandro decía que la llevaba porque tenía una calva en la coronilla. Fuera como fuese lo cierto es que para enfrentarse a él hacía falta mucho más que agallas. Y nosotros no teníamos nada de eso. Oh, sí, ya lo sé, yo de pronto tenía súperpoderes, los mismos que ahora me hacen capaz de detener excavadoras de diez toneladas, pero es que aquel día, aquella mañana en la que “Puño de acero” nos tenía acorralados, yo todavía no sabía dominarlos. Los eructos salían solos. Lo más que conseguía era adivinar cuando estaban a punto de salir, y recuerdo que aquella mañana sabía que no faltaba mucho para que ocurriera. El estómago se retorcía de un lado a otro. 26

que empezara. Y también había eructado un segundo antes de que, en Las Golondrinas, tronara y diluviase. Pero ¿era posible? Me pregunté. Era demasiado absurdo pensar que mis propios eructos estaban afectando al clima. Tan absurdo que por un momento me reí de mi mismo. –La cola no solo te ha afectado al estómago, sino también a la cabeza ¡Estás majareta! –me dije. Pero no las tenía todas conmigo. Si yo estaba loco o no sólo había una forma de averiguarlo: tenía que volver a eructar. –¿Qué quieres otra manzanilla? –me preguntó mi madre incrédula cuando aparecí en la cocina. Estaba subida en una banqueta intentando encender el aire acondicionado –con el calor que hace más te valdría tomar un agua con limón. –No, prefiero una manzanilla, de verdad. La anterior me sentó estupendamente. Me miró fijamente, ella sabía que yo odiaba la manzanilla. Aún así traté de sonreír para parecer lo más inocente posible. –Con este tiempo no me extraña que estemos todos majaretas –murmuró. Con la bebida aún demasiado caliente re19


gresé a mi cuarto. Volví a asomarme a la ventana. Hacía tanto calor que ya no parecía mayo, sino mitad de agosto. En la plaza el muñeco de nieve se derretía lentamente, mientras los niños jugaban al fútbol. Los abrigos y bufandas hacían las veces de portería. –Si estoy en lo cierto pronto volverán a ponérselos –me dije. Bebí manzanilla. Y no ocurrió nada. Volví a beber. Y aparte de un pequeño retortijón el volcán permaneció tranquilo. Necesité apurarme la taza entera y aun así esperar casi diez minutos para que el gas saliera. Pero finalmente lo conseguí. –¡Buuuuuuurrrppppp! –un estupendísimo eructo. Y entonces ocurrió. Las nubes esponjosas que habían desaparecido regresaron de golpe, como una manta de color grisáceo que alguien nos hubiera puesto encima. Y en menos de dos segundos comenzó a llover. Los niños de la calle gritaron y se apresuraron a coger sus cosas. –¡Inaudito! ¡Inaudito! –exclamó mi padre en el salón. –¿Inaudito? –pensé yo satisfecho –¡esto es fantástico! 20


ellos. –¿Dónde creéis que vais, eh? –se puso delante nuestra con las piernas abiertas y los brazos en jarra. Después, se giro la gorra de baseball con la visera hacia delante, extendió su enrome manaza y añadió –Control de aduanas. Que significaba que había que darle todo lo que tuviéramos en los bolsillos. Maldije mi suerte, mientras metía las manos en los bolsillos y sacaba lo que tenía.

AHORA DISCULPAD QUE INTERRUMPA UN MOMENTO el relato, porque estoy seguro que más de uno se estará preguntando por qué no nos defendíamos o por qué nos limitábamos a obedecer como asustadas ovejitas. Pues por una razón muy simple: porque le llamaban “Puño de acero”, ya os lo he dicho. Estaba dos cursos por encima nuestro y se suponía que al año siguiente debería pasar al instituto, aunque nadie estaba muy seguro de que lo lograra. En el colegio estábamos tan cansados de sus abusos que cualquier niño se habría ofrecido 24

A LA MAÑANA SIGUIENTE MI AMIGO Óscar y yo nos dirigíamos al colegio. Hacía un estupendo día primaveral, y eso que había estado lloviendo toda la noche. Pero al despertar había vuelto a eructar y por fin la lluvia había cesado, aunque sólo yo sabía que aquello no duraría mucho tiempo, pues mi estómago comenzaba a hincharse de nuevo. –Tienes que leerlo, de verdad David, en cuanto lo devuelva a la biblioteca deberías pasar a buscarlo porque es lo más… Óscar me hablaba emocionado de un cómic que había encontrado. Pero yo no le prestaba atención, estaba sumido en mis propias reflexiones. Quería explicarle lo de mis nuevos poderes pero por otro lado no encontraba la forma de hacerlo ¿cómo decirle a alguien que cada vez que te tiras un eructo cambia el tiempo, y esperar a que no te tomen por chalado? Buscaba no sólo las palabras más adecuadas, sino reunir el valor suficiente para poder pronunciarlas. –Óscar, necesito decirte algo –le interrumpí. Pero él no me hizo caso, estaba tan inmerso en su narración que aunque me hubiese eva21


porado no se habría dado cuenta. –Y entonces cuando llegó al sótano ¿sabes lo que descubrió? –decía –¡tres cucarachas parlantes! Pero eso no era lo mejor de todo ¿sabes qué era lo mejor? Pues lo mejor era que además podían predecir el futuro ¡Imagínate! –comenzó a reírse –tres cucarachas inmundas que no sólo hablan sino que además pueden decirle a uno lo que va a pasar al día siguiente. Pero esto es sólo el principio, porque luego el tipo va y… –Óscar, en serio, tienes que escucharme. Y de pronto se calló. Creí que por fin había captado su atención así que me lancé: –Esto que voy a contarte te va a sonar muy…uhm… bueno, muy raro. Posiblemente sea lo más raro que vayas a oír en tu vida pero… –¡Es terrible! –exclamó. Fruncí el ceño. ¡Si todavía no le había dicho nada! –Bueno, no es tan terrible –me excusé –en realidad si lo piensas detenidamente… –No, no, me refiero a eso. ¡Mira! Seguí la dirección de su dedo y entonces vi que había un enorme cartel amarillo colgado en una de las vallas del edificio Las Golondrinas. Tenía impreso el sello del ayuntamiento, y en 22

enormes letras rojas se podía leer “PRÓXIMA DEMOLICIÓN”. Un poco más abajo, ya en letras negras, decía: “El próximo miércoles 28 de mayo, se procederá al derribo de este edificio. Agradecemos que a lo largo del día retiren sus coches de las inmediaciones”. –¿Van a derruir nuestro cuartel general? – pregunté estupefacto. –Eso parece –respondió Óscar. –Pero… pero… ¿por qué? –Para que las ratitas como vosotros no puedan seguir infectándolo ¿eh? Quien dijo esto no fue Óscar, por supuesto, sino Mario alias “Puño de acero”, el chico más grande, fuerte y peleón de nuestro colegio. De pronto había aparecido detrás nuestra con sus dos secuaces, dos chicos igual de fuertes y cazurros que él. –Oh mira, los pobres haarpis están tristes –dijo burlonamente dando un codazo a uno de sus amigos –les van a destruir su guarida secreta y ya no tendrán donde refugiarse para jugar a las muñecas ¿eh? – Se echaron a reír. –Vámonos David –dijo Óscar cogiéndome del codo –llegaremos tarde al colegio. Pero no iba a resultar tan fácil librarnos de 23


porado no se habría dado cuenta. –Y entonces cuando llegó al sótano ¿sabes lo que descubrió? –decía –¡tres cucarachas parlantes! Pero eso no era lo mejor de todo ¿sabes qué era lo mejor? Pues lo mejor era que además podían predecir el futuro ¡Imagínate! –comenzó a reírse –tres cucarachas inmundas que no sólo hablan sino que además pueden decirle a uno lo que va a pasar al día siguiente. Pero esto es sólo el principio, porque luego el tipo va y… –Óscar, en serio, tienes que escucharme. Y de pronto se calló. Creí que por fin había captado su atención así que me lancé: –Esto que voy a contarte te va a sonar muy…uhm… bueno, muy raro. Posiblemente sea lo más raro que vayas a oír en tu vida pero… –¡Es terrible! –exclamó. Fruncí el ceño. ¡Si todavía no le había dicho nada! –Bueno, no es tan terrible –me excusé –en realidad si lo piensas detenidamente… –No, no, me refiero a eso. ¡Mira! Seguí la dirección de su dedo y entonces vi que había un enorme cartel amarillo colgado en una de las vallas del edificio Las Golondrinas. Tenía impreso el sello del ayuntamiento, y en 22

enormes letras rojas se podía leer “PRÓXIMA DEMOLICIÓN”. Un poco más abajo, ya en letras negras, decía: “El próximo miércoles 28 de mayo, se procederá al derribo de este edificio. Agradecemos que a lo largo del día retiren sus coches de las inmediaciones”. –¿Van a derruir nuestro cuartel general? – pregunté estupefacto. –Eso parece –respondió Óscar. –Pero… pero… ¿por qué? –Para que las ratitas como vosotros no puedan seguir infectándolo ¿eh? Quien dijo esto no fue Óscar, por supuesto, sino Mario alias “Puño de acero”, el chico más grande, fuerte y peleón de nuestro colegio. De pronto había aparecido detrás nuestra con sus dos secuaces, dos chicos igual de fuertes y cazurros que él. –Oh mira, los pobres haarpis están tristes –dijo burlonamente dando un codazo a uno de sus amigos –les van a destruir su guarida secreta y ya no tendrán donde refugiarse para jugar a las muñecas ¿eh? – Se echaron a reír. –Vámonos David –dijo Óscar cogiéndome del codo –llegaremos tarde al colegio. Pero no iba a resultar tan fácil librarnos de 23


ellos. –¿Dónde creéis que vais, eh? –se puso delante nuestra con las piernas abiertas y los brazos en jarra. Después, se giro la gorra de baseball con la visera hacia delante, extendió su enrome manaza y añadió –Control de aduanas. Que significaba que había que darle todo lo que tuviéramos en los bolsillos. Maldije mi suerte, mientras metía las manos en los bolsillos y sacaba lo que tenía.

AHORA DISCULPAD QUE INTERRUMPA UN MOMENTO el relato, porque estoy seguro que más de uno se estará preguntando por qué no nos defendíamos o por qué nos limitábamos a obedecer como asustadas ovejitas. Pues por una razón muy simple: porque le llamaban “Puño de acero”, ya os lo he dicho. Estaba dos cursos por encima nuestro y se suponía que al año siguiente debería pasar al instituto, aunque nadie estaba muy seguro de que lo lograra. En el colegio estábamos tan cansados de sus abusos que cualquier niño se habría ofrecido 24

A LA MAÑANA SIGUIENTE MI AMIGO Óscar y yo nos dirigíamos al colegio. Hacía un estupendo día primaveral, y eso que había estado lloviendo toda la noche. Pero al despertar había vuelto a eructar y por fin la lluvia había cesado, aunque sólo yo sabía que aquello no duraría mucho tiempo, pues mi estómago comenzaba a hincharse de nuevo. –Tienes que leerlo, de verdad David, en cuanto lo devuelva a la biblioteca deberías pasar a buscarlo porque es lo más… Óscar me hablaba emocionado de un cómic que había encontrado. Pero yo no le prestaba atención, estaba sumido en mis propias reflexiones. Quería explicarle lo de mis nuevos poderes pero por otro lado no encontraba la forma de hacerlo ¿cómo decirle a alguien que cada vez que te tiras un eructo cambia el tiempo, y esperar a que no te tomen por chalado? Buscaba no sólo las palabras más adecuadas, sino reunir el valor suficiente para poder pronunciarlas. –Óscar, necesito decirte algo –le interrumpí. Pero él no me hizo caso, estaba tan inmerso en su narración que aunque me hubiese eva21




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.