Pumkinc 1

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PUMKINC. Sara Nicolás ÓscarRull

Ilustraciones:

DanielEstandía


Se trataba de uno de esos juegos que estaban prohibidos en su casa. Sus padres opinaban que eran extremadamente violentos, tanto, que quien jugaba a ellos también se volvía violento. Por supuesto para Alberto esto no tenía ningún sentido. En primer lugar porque no se podía considerar peligroso a un puñado de píxeles y gráficos. Cuando en el juego un personaje mataba a otro este no moría en realidad: todo era una ilusión. ¡Sus padres deberían saberlo! Y en segundo lugar porque nadie se volvía nada solo por mirar una pantalla. Al fin y al cabo su madre se pasaba horas viendo programas de cocina y aun así se le quemaban las tortillas. Así que después de apagar la consola Alberto seguía siendo tan incapaz de matar una mosca como al principio. Pero era lunes, y nada de lo que opinaran sus padres tenía la más mínima importancia. Eran las seis y cuarto, así que le quedaban dos horas de absoluta diversión.

7


bía entrado en sus dominios sin su permiso. Bastaba con una ligera huella sobre la alfombra, la marca de un pulgar sobre la mesa, una diminuta pestaña sobre la estantería... De hecho, el primer día que Alberto se quedó solo, cometió la imprudencia de jugar a la consola en el cuarto de su hermana. Cuando ésta regresó y entró en su habitación, se detuvo repentinamente olisqueando el aire. –¡AQUÍ APESTA A ALBERTO! –chilló. Y eso que Alberto se había duchado aquella misma mañana. Después le obligó a frotar con lejía la parte de la alfombra en la que se había sentado. –Frotarás hasta que desaparezca tu hediondo olor –le ordenó. Desde entonces Alberto no permanecía en aquella habitación más de un minuto. Así que aquel lunes cogió la consola y fue con ella a su habitación. Tras enchufarla, levanto el colchón y sacó un juego que tenía escondido. Se llamaba “Vaqueros contra zombis” y en la carátula podía verse una enorme y temible calavera. 6


Tragamanzanas

–Ni se te ocurra tocar mis cosas –entonó Irene en fa mayor. Después, el coche se puso en marcha y Alberto lo observó desaparecer calle abajo. Cuando estuvo seguro de que se habían ido cerró la puerta y pegó un gran salto. –¡Yuhuuuuu! –exclamó. Su estupenda tarde daba comienzo. Lo primero que hizo fue cerrar el libro de matemáticas. Y lo segundo tirar el bocadillo de chorizo a la basura. Después corrió hasta su armario, cogió dos guantes negros de lana y con ellos puestos se dirigió a la habitación de su hermana. Tenía la intención de coger prestada su videoconsola, y necesitaba los guantes para no dejar huellas. Quizás ahora penséis que Alberto era un poco exagerado, pero es que entrar en la habitación de Irene y coger su videoconsola, era tan peligroso como entrar en la cueva de un dragón y pretender robar su tesoro. Uno debía ser extremadamente cauteloso, ya que como el dragón su hermana tenía un olfato finísimo, y en seguida notaba si alguien ha5


prometía que las cumpliría a raja tabla. Y si sus padres no hubieran tenido tanta prisa se habrían dado cuenta de que su hijo prometía con las piernas cruzadas. Así que ya conocéis a Alberto, como os he dicho un niño muy normal. Con una estatura normal, una familia normal y que, como a casi todos los niños normales, le gustaba saltarse las normas.

CIERTO LUNES DE PRIMEROS DE MAYO, a las seis menos tres minutos, Alberto estaba en la puerta de la entrada despidiendo a su familia. Como siempre habían estado casi diez minutos recitando lo que Alberto no podía hacer, y otros cinco diciendo lo que sin duda alguna debía hacer. Pero por fin ya estaban los tres metidos en el coche con el cinturón puesto. –¡Y que no se te olvide hacer los deberes! –gritó su padre. –Termínate el bocadillo de chorizo –exclamo su madre. 4

Abre el libro...

...haz que ocurra.


Texto : Óscar Rull y Sara Nicolás. Ilustraciones : Daniel Estandía Gárate Primera edición: Abril, 2014 Manzanares el Real, Madrid. Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.

www.tragamanzanas.com edicionestragamanzanas@gmail.com

Este fue personalizado para Alberto G. C.

das las familias hacían. Y ahora os estaréis preguntando qué pasaba los lunes ¿verdad? Pues lo que pasaba lunes es que por la tarde Irene tenía clases de canto, así que a las seis en punto sus padres y ella se marchaban de casa dejando a Alberto sólo durante dos horas. Supongo que a muchos de vosotros esto os aterraría, y preferiríais ir con los demás a escuchar como Irene soltaba gorgoritos, pero para Alberto aquel era el mejor momento de la semana. Porque de seis a ocho podía hacer lo que quería. Podía sentarse a ver dibujos hasta hartarse. Podía hurgar en la despensa y robar un par de onzas de chocolate. Podía saltar en las camas. Podía curiosear en los cajones de sus padres. Y sobre todo, podía colarse en la habitación de su hermana y jugar a la videoconsola. Evidentemente nada de esto estaba permitido. Por lo que todos los lunes, antes de irse, sus padres soltaban una retahíla de órdenes y prohibiciones. Alberto entonces 3


Su madre tenía unas suaves manos de madre capaces de medir la fiebre con la precisión de un termómetro. Le gustaba reír muy alto, resoplar cuando quería gritar, y cocinar; aunque esto último no se le daba bien. Por eso, lo que más solía decir era: “Alberto, cómetelo todo”. Y por último estaba su hermana Irene que como todas las hermanas mayores siempre parecía enfadada. Cambiaba de frase favorita varias veces al día, pero si había una que se mantenía inalterable desde que Alberto naciera era: “Si tocas mis cosas te corto las manos” Aunque sabía que era terriblemente corriente, Alberto estaba satisfecho con su familia. Quizás, si alguien le hubiera dado a elegir, hubiera preferido una familia de exploradores, o de superhéroes, pero aún así no se quejaba. O no demasiado. Al fin y al cabo sus padres le querían, le llevaban a jugar al fútbol y en verano le permitían hincharse a helados. Y si esto no fuese suficiente para conformarse estaba lo de los lunes, que era algo que no to2

PuMKinc. Sara Nicolás

Daniel Estandía

Óscar Rull

Tragamanzanas

“A mi querido ahijado Alberto, con mucho cariño, Cathy “



A

lberto Gutiérrez tenía nueve años y era un niño muy normal. Tenía una estatura media, el pelo castaño, y le gustaban las mismas cosas que a casi todos los niños de su edad. Vivía en una casa que era muy parecida a la mayoría de las casas. Y como todavía era pequeño no vivía solo, sino que lo hacía con su familia que, por supuesto, también era muy normal. Su padre se pasaba la mitad del día trabajando y la otra mitad diciendo lo mucho que trabajaba. Y cuando llegaba a casa lo que más le gustaba era quitarse los zapatos y sentarse delante del televisor. Como muchos padres tenía varias frases favoritas, y entre ellas la que más repetía era: “Alberto, ve a hacer los deberes” 1


Su madre tenía unas suaves manos de madre capaces de medir la fiebre con la precisión de un termómetro. Le gustaba reír muy alto, resoplar cuando quería gritar, y cocinar; aunque esto último no se le daba bien. Por eso, lo que más solía decir era: “Alberto, cómetelo todo”. Y por último estaba su hermana Irene que como todas las hermanas mayores siempre parecía enfadada. Cambiaba de frase favorita varias veces al día, pero si había una que se mantenía inalterable desde que Alberto naciera era: “Si tocas mis cosas te corto las manos” Aunque sabía que era terriblemente corriente, Alberto estaba satisfecho con su familia. Quizás, si alguien le hubiera dado a elegir, hubiera preferido una familia de exploradores, o de superhéroes, pero aún así no se quejaba. O no demasiado. Al fin y al cabo sus padres le querían, le llevaban a jugar al fútbol y en verano le permitían hincharse a helados. Y si esto no fuese suficiente para conformarse estaba lo de los lunes, que era algo que no to2

PuMKinc. Sara Nicolás

Daniel Estandía

Óscar Rull

Tragamanzanas

“A mi querido ahijado Alberto, con mucho cariño, Cathy “


Texto : Óscar Rull y Sara Nicolás. Ilustraciones : Daniel Estandía Gárate Primera edición: Abril, 2014 Manzanares el Real, Madrid. Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.

www.tragamanzanas.com edicionestragamanzanas@gmail.com

Este fue personalizado para Alberto G. C.

das las familias hacían. Y ahora os estaréis preguntando qué pasaba los lunes ¿verdad? Pues lo que pasaba lunes es que por la tarde Irene tenía clases de canto, así que a las seis en punto sus padres y ella se marchaban de casa dejando a Alberto sólo durante dos horas. Supongo que a muchos de vosotros esto os aterraría, y preferiríais ir con los demás a escuchar como Irene soltaba gorgoritos, pero para Alberto aquel era el mejor momento de la semana. Porque de seis a ocho podía hacer lo que quería. Podía sentarse a ver dibujos hasta hartarse. Podía hurgar en la despensa y robar un par de onzas de chocolate. Podía saltar en las camas. Podía curiosear en los cajones de sus padres. Y sobre todo, podía colarse en la habitación de su hermana y jugar a la videoconsola. Evidentemente nada de esto estaba permitido. Por lo que todos los lunes, antes de irse, sus padres soltaban una retahíla de órdenes y prohibiciones. Alberto entonces 3


prometía que las cumpliría a raja tabla. Y si sus padres no hubieran tenido tanta prisa se habrían dado cuenta de que su hijo prometía con las piernas cruzadas. Así que ya conocéis a Alberto, como os he dicho un niño muy normal. Con una estatura normal, una familia normal y que, como a casi todos los niños normales, le gustaba saltarse las normas.

CIERTO LUNES DE PRIMEROS DE MAYO, a las seis menos tres minutos, Alberto estaba en la puerta de la entrada despidiendo a su familia. Como siempre habían estado casi diez minutos recitando lo que Alberto no podía hacer, y otros cinco diciendo lo que sin duda alguna debía hacer. Pero por fin ya estaban los tres metidos en el coche con el cinturón puesto. –¡Y que no se te olvide hacer los deberes! –gritó su padre. –Termínate el bocadillo de chorizo –exclamo su madre. 4

Abre el libro...

...haz que ocurra.


Tragamanzanas

–Ni se te ocurra tocar mis cosas –entonó Irene en fa mayor. Después, el coche se puso en marcha y Alberto lo observó desaparecer calle abajo. Cuando estuvo seguro de que se habían ido cerró la puerta y pegó un gran salto. –¡Yuhuuuuu! –exclamó. Su estupenda tarde daba comienzo. Lo primero que hizo fue cerrar el libro de matemáticas. Y lo segundo tirar el bocadillo de chorizo a la basura. Después corrió hasta su armario, cogió dos guantes negros de lana y con ellos puestos se dirigió a la habitación de su hermana. Tenía la intención de coger prestada su videoconsola, y necesitaba los guantes para no dejar huellas. Quizás ahora penséis que Alberto era un poco exagerado, pero es que entrar en la habitación de Irene y coger su videoconsola, era tan peligroso como entrar en la cueva de un dragón y pretender robar su tesoro. Uno debía ser extremadamente cauteloso, ya que como el dragón su hermana tenía un olfato finísimo, y en seguida notaba si alguien ha5


bía entrado en sus dominios sin su permiso. Bastaba con una ligera huella sobre la alfombra, la marca de un pulgar sobre la mesa, una diminuta pestaña sobre la estantería... De hecho, el primer día que Alberto se quedó solo, cometió la imprudencia de jugar a la consola en el cuarto de su hermana. Cuando ésta regresó y entró en su habitación, se detuvo repentinamente olisqueando el aire. –¡AQUÍ APESTA A ALBERTO! –chilló. Y eso que Alberto se había duchado aquella misma mañana. Después le obligó a frotar con lejía la parte de la alfombra en la que se había sentado. –Frotarás hasta que desaparezca tu hediondo olor –le ordenó. Desde entonces Alberto no permanecía en aquella habitación más de un minuto. Así que aquel lunes cogió la consola y fue con ella a su habitación. Tras enchufarla, levanto el colchón y sacó un juego que tenía escondido. Se llamaba “Vaqueros contra zombis” y en la carátula podía verse una enorme y temible calavera. 6


Se trataba de uno de esos juegos que estaban prohibidos en su casa. Sus padres opinaban que eran extremadamente violentos, tanto, que quien jugaba a ellos también se volvía violento. Por supuesto para Alberto esto no tenía ningún sentido. En primer lugar porque no se podía considerar peligroso a un puñado de píxeles y gráficos. Cuando en el juego un personaje mataba a otro este no moría en realidad: todo era una ilusión. ¡Sus padres deberían saberlo! Y en segundo lugar porque nadie se volvía nada solo por mirar una pantalla. Al fin y al cabo su madre se pasaba horas viendo programas de cocina y aun así se le quemaban las tortillas. Así que después de apagar la consola Alberto seguía siendo tan incapaz de matar una mosca como al principio. Pero era lunes, y nada de lo que opinaran sus padres tenía la más mínima importancia. Eran las seis y cuarto, así que le quedaban dos horas de absoluta diversión.

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LA PANTALLA MÁS DIFÍCIL ERA LA DE LA FÁBRICA. Luigi, el personaje principal, se encontraba rodeado por un montón de zombis que pretendían darle caza. Su única escapatoria era una pequeña ventana que tenía a la espalda, pero por más que buscaba no conseguía alcanzarla. Entonces, justo cuando una zombi de boca negra estaba a punto de morderle… –¡LO SABÍA! –gritó alguien a su espalda. Alberto dio un respingo. Tras él, en el quicio de la puerta, se encontraba su hermana señalándole con el dedo índice muy tieso. –Sabía que era esto lo que hacías cuando nos íbamos– dijo. Alberto se puso en pie de un salto. Consultó el reloj y vio que eran las ocho y cuarto ¡La alarma no había sonado! –Irene… yo… –musitó. Pero su hermana no le dejó continuar. Sacó la cabeza hacia el pasillo y gritó tan fuerte que las paredes vibraron. –¡Papá! ¡Mamá! ¡Venid a ver esto! –No, por favor, no te chives –suplicó. 8


“Felicidades. El PuMKinc. ha sido cargado correctamente. Pulse el botón verde para continuar”. Alberto pulsó el botón verde. Y la siguiente pantalla que apareció fue una especie de libro con un montón de nuevas instrucciones. “Guía del master, leer antes de jugar”. –¿Cómo que leer antes de jugar? –preguntó en alto Alberto –debe haber doscientas páginas por lo menos. Se puso en pie, apagó el televisor, y dejó el mando en su lugar sin apagar la consola. –Ya lo leeré mañana –pensó –si lo que me dijo el dependiente es cierto tendré todo el día para jugar. Y sin pensar en nada más se fue a dormir. CONSEGUIR ABRIR LOS OJOS A LA MAÑANA SIGUIENTE fue un verdadero suplicio. Por regla general no le costaba demasiado 24

Pero ya era demasiado tarde. Sus padres aparecieron tras la puerta. –¿Qué es lo que pasa? –preguntó su padre. –Esto es lo que hace Alberto cuando no estamos –anunció Irene sonriendo. Y como si fuese la presentadora de un programa de televisión, mostró a sus padres el panorama que tenían en frente. Justo en ese momento en la pantalla se veía la imagen de un vaquero rodeado por decenas de cadáveres sangrientos. Y entonces ocurrió una cosa muy curiosa, los padres de Alberto cambiaron de color. Parecían un pedazo de pan horneándose. Primero eran rositas, luego marrón claro, marrón oscuro, rojo y, finalmente, la explosión llegó con el color morado. –¡ALBERTO! –gritaron al unísono. Del susto Alberto dejó caer el mando que chocó contra el suelo. –¡Estás jugando a la consola! –exclamó su padre. –A un juego violento –añadió su madre. 9


–Y seguro que no ha hecho los deberes –apuntó Irene. Su padre entró a grandes zancadas en la habitación, recogió la caja del juego del suelo, y la observó con una mueca de asco. –¿De dónde has sacado esta cosa tan horripilante? –La alquilé –confesó. –¿Qué la alquilaste? ¿dónde? –los ojos de su padre echaban chispas. –En la tienda de videojuegos. Dos calles más abajo. –¡Oh, dios santo! –suspiró su madre. Y acto seguido comenzó a resoplar tan rápido que parecía un tren a vapor. –No me puedo creer que nosotros confiemos en ti y tú nos lo agradezcas así –dijo su padre. Se dirigió a la consola, extrajo el disco y lo guardó dentro de la caja –quiero que vayas ahora mismo a devolverlo. –¿Ahora? –preguntó alarmado Alberto –¡pero si es de noche! –Si eres tan mayor para desobedecernos, entonces eres igual de mayor para ir a la 10

más que tú, el master, pueda verlo. Al menos hasta que empiece la partida. “Para comenzar es necesario que tengas tantos sobres de nanorobots MK-3000 como jugadores haya. Los nanorobots MK-3000 son pequeños dispositivos a escala nanométrica… Alberto bostezó ¡Sin duda alguna eran las instrucciones más aburridas que había leído jamás! Decidió saltarse las hojas de características e ir directamente al inicio del juego. “Una vez la totalidad de los jugadores estén sumidos en un profundo sueño, el master tomará el mando 1 y realizará la siguiente secuencia: A-A-X-Y-X-X-B-A-LT-RT-ARB-RB-LB-A-Y-X.”. Alberto tomó el mando y realizó el combo de botones. De pronto en la pantalla del televisor aparecieron unas enormes letras de color azul. 23


–Cuando llegues al último nivel. Alberto asintió. Aunque lo cierto es que no sabía qué demonios había querido decir. [...]

tienda tú solo. –Pero… pero… –Alberto miró suplicante a su madre, a veces esta solía interceder en los castigos, pero en aquel momento seguía concentrada en resoplar. –Y más te vale que te des prisa o cerrarán –añadió Irene que sin duda estaba disfrutando de aquella situación. Alberto cogió la caja y comenzó a ponerse la chaqueta. –Y luego tendremos una larga charla –continuó su padre –no volverás a quedarte solo. Alberto abrió la boca para protestar, pero en el último momento decidió que era mejor no decir nada más. Se subió la cremallera y se encaminó a la entrada. –Y no se te ocurra hablar con desconocidos –oyó gritar a su madre justo cuando salía por la puerta. Como respuesta simplemente dio un sonoro portazo.

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EL ASPECTO DE LA TIENDA POR LA NOCHE era muy diferente al que tenía durante el día. Para empezar los pasillos no estaban llenos de chiquillos curioseando por los estantes, sino que permanecían inquietantemente vacíos. De los altavoces no salía música alguna. E incluso el dependiente era diferente. Aún así Alberto se alegró de que todavía estuviera abierta, pues no quería tener que volver al día siguiente. –Vengo a devolverlo –dijo dejando el juego sobre el mostrador. El dependiente cogió el juego sin ni siquiera mirarle. Abrió la tapa y leyó la fecha de devolución que estaba impresa en una pequeña hoja de papel. –Todavía te queda una semana –respondió entregándoselo de nuevo. –Lo sé –contestó Alberto rehusando a cogerlo. El dependiente levantó la cabeza y por primera vez lo miró fijamente. Alberto se dio cuenta de que tenía la cara llena de manchas 12

–¿tienes hermanos? –Una hermana –¿Y qué tal es? –Un fastidio –Hum… en ese caso te daré sobres para tres jugadores. Introdujo la mano en la caja de metal y sacó tres sobres pequeñitos –Tienes que disolverlos en agua y hacer que se los beban. A ser posible antes de que os vayáis a dormir. Luego introduce el juego en la consola y realiza el combo de las instrucciones. Después ya puedes irte a dormir. Para cuando te despiertes por la mañana tu vida será otra muy distinta. –¿A ellos les pasará algo malo? –No, si tú no quieres. Lo único que te recomiendo es que te leas bien las instrucciones. Son un poco pesadas, pero es mejor que lo hagas. Tras decir esto, el dependiente le puso la mano en la espalda y le empujó hacia la puerta. –¿Cuándo tengo que devolverlo? 21


–Quiero decir, amigo, que si te lo llevas tus padres HARÁN TODO LO QUE TÚ LES ORDENES. Alberto le miró fijamente intentando descubrir dónde estaba el chiste. –Me estás tomando el pelo –dijo al fin. El dependiente se acercó a él, y puso su cara a tan sólo unos milímetros de la cara de Alberto. –El Pumkinc no es ninguna broma. Es un juego muy serio. Dime ¿Tú crees que el chaval que ha venido antes te estaba tomando el pelo? –No… –masculló. –Ese chico se llevó el Pumkinc hace dos semanas. Antes sus padres no le dejaban ni ver dibujos y mírale ahora, se ha convertido en nuestro mejor cliente. Juega una media de diez horas diarias. Alberto tragó saliva. Volvió a mirar la carátula. Sí, el chico del centro sonreía muchísimo. –Está bien. Lo probaré –dijo. –Estupendo –respondió el dependiente 20


rosadas, y unos ojos pequeños y vivos como los de una rata. –¿Qué sucede? ¿No te ha gustado? ¿No funciona bien? ¡No me digas que ya te lo has terminado! Su voz era aguda, también como la de una rata. –No… no es eso –se excuso Alberto–es solo que… bueno… que tengo que devolverlo. El dependiente frunció el ceño. –¿Tienes que devolverlo? –Le miró de arriba abajo y añadió –Ah, vale, ya entiendo. Dame tu carnet, por favor. Alberto rebuscó entre los bolsillos de sus pantalones preguntándose qué era lo que aquel tipo debía haber entendido. Pero en seguida supo la respuesta. –No es un juego muy popular entre los padres ¿verdad? –dijo. Asintió aliviado, no estaba mal saber que no era el único con ese tipo de problemas. –Si quieres puedo cambiártelo por otro más… más infantil –le propuso –tenemos algunos de carreras, de animales de granja e 14

cientos de juegos de todo tipo. –¡Increíble! –exclamó fascinado Alberto. El dependiente se acercó a una pequeña caja de metal, introdujo la contraseña y sacó un juego. Se lo entregó. Alberto observó la carátula y frunció el ceño. No comprendía a qué venía tanto misterio. Tan sólo se veía un retrato de familia en la que todos se mostraban excesivamente felices. En el centro, sobre un enorme sillón orejero, había un chico de su misma edad que sin duda alguna era el que mostraba la mayor sonrisa. Bajo el título podía leerse “Un juego para toda la familia” Alberto se lo devolvió decepcionado. –¿Un juego familiar? No veo que tiene de interesante. –¡No es un juego cualquiera! –respondió el dependiente molesto –Funciona con nanotecnología, y como te he dicho es simulación virtual. Si te llevas este juego te aseguro que todos tus problemas se habrán acabado. –¿Quieres decir que si me lo llevo mis padres me dejarán jugar todo lo que quiera? 19


tenía que manejar un montón de personajes. A lo mejor tenía que moverlos para construir una gran casa. O conquistar un castillo. O incluso convivir con otros personajes. En realidad no eran demasiado divertidos, porque al final uno se pasaba la mitad de la partida alimentándoles, echándoles a dormir u obligándoles a ir al baño. –Bueno, pues el PuMKinc. es un juego de simulación pero llevado a otro nivel. A un nivel más… real. –¿Cómo de real? El dependiente volvió a mirar a su alrededor. Pareció dudar durante unos segundos y al final dijo. –Ven conmigo. Alberto pasó al otro lado del mostrador y le siguió por la trastienda hasta una puerta de metal. Entonces el dependiente sacó un manojo de llaves que colgaba de su cuello, y abrió la cerradura. Entraron en una alargada sala en penumbras. No era muy grande, pero estaba repleta de estanterías que llegaban hasta el techo. Y en estas se amontonaban 18

incluso uno que es la delicia de los progenitores: “El juego de los diez mil puzzles” –A mis padres solo les gustaría un juego que se llamase “El de las diez mil normas” –contestó Alberto aburrido. –¿Así que son de esos? –apuntó el dependiente tecleando en el ordenador. Parecía que iba a añadir algo más, pero en ese momento un muchacho entró en la tienda y puso un juego sobre el mostrador. –¡Fabuloso! –exclamó. Alberto observó al recién llegado. Se trababa de un chico al que conocía de vista, vivía en su misma calle y era dos años más pequeño que él. Miró a su alrededor buscando a algún acompañante, pero curiosamente el chico estaba allí solo. –¿Ya lo has terminado? –le preguntó el dependiente sonriendo. –Es un vicio –respondió el muchacho –¡Me lo he terminado en sólo tres días! –¡En sólo tres días! –Alberto estaba tan impresionado que no se dio cuenta de que intervenía en una conversación ajena –¿Y tus 15


padres te dejan jugar tanto? El chico le miró extrañado. –Claro ¿a ti no? Frunció el ceño. No comprendía la pregunta. Lo normal es que todos los padres pusieran veto a las horas de consola de sus hijos. –No, claro que no. Sólo me dejan jugar los fines de semana. –Bueno, eso es porque todavía no has jugado al juego adecuado –respondió el chico. Y luego comenzó a reír. El dependiente se echó a reír con él. Y Alberto, aunque no comprendía el chiste, también rió para que no pensaran que era un bobo. –Hoy me llevaré la segunda parte –dijo el chico cuando acabaron las risas –me han contado que es tan real que hasta la habitación se llena de vísceras. El dependiente volvió a reírse. Sacó un juego del estante y se lo entregó. –Este tómatelo con calma ¿quieres? De lo contrario te pasarás todos los juegos que tengo en menos de un mes. El chico asintió. Cogió el juego y lo me16

tió en una pequeña bolsa. Después se volvió hacía Alberto y le dijo: –Olvida los juegos de vaqueros, tú lo que necesitas es el PuMKinc. Y tras decir esto se marchó. –¿QUÉ ES EL PUMKINC.? –preguntó cuando se quedaron solos. –Es lo último en simulación virtual doméstica–respondió el dependiente entregándole el carnet. –¿Pero por qué ese chico dijo que lo necesitaba? ¿qué tiene de interesante un juego que va de calabazas? El dependiente miró a su alrededor, y después hizo un gesto a Alberto para que se acercara. –Bueno... no va exactamente de calabazas –susurró –en realidad es algo más… sofisticado. ¿Sabes lo que son los juegos de simulación? Alberto afirmó con la cabeza. Los juegos de simulación eran esos en los que uno 17


padres te dejan jugar tanto? El chico le miró extrañado. –Claro ¿a ti no? Frunció el ceño. No comprendía la pregunta. Lo normal es que todos los padres pusieran veto a las horas de consola de sus hijos. –No, claro que no. Sólo me dejan jugar los fines de semana. –Bueno, eso es porque todavía no has jugado al juego adecuado –respondió el chico. Y luego comenzó a reír. El dependiente se echó a reír con él. Y Alberto, aunque no comprendía el chiste, también rió para que no pensaran que era un bobo. –Hoy me llevaré la segunda parte –dijo el chico cuando acabaron las risas –me han contado que es tan real que hasta la habitación se llena de vísceras. El dependiente volvió a reírse. Sacó un juego del estante y se lo entregó. –Este tómatelo con calma ¿quieres? De lo contrario te pasarás todos los juegos que tengo en menos de un mes. El chico asintió. Cogió el juego y lo me16

tió en una pequeña bolsa. Después se volvió hacía Alberto y le dijo: –Olvida los juegos de vaqueros, tú lo que necesitas es el PuMKinc. Y tras decir esto se marchó. –¿QUÉ ES EL PUMKINC.? –preguntó cuando se quedaron solos. –Es lo último en simulación virtual doméstica–respondió el dependiente entregándole el carnet. –¿Pero por qué ese chico dijo que lo necesitaba? ¿qué tiene de interesante un juego que va de calabazas? El dependiente miró a su alrededor, y después hizo un gesto a Alberto para que se acercara. –Bueno... no va exactamente de calabazas –susurró –en realidad es algo más… sofisticado. ¿Sabes lo que son los juegos de simulación? Alberto afirmó con la cabeza. Los juegos de simulación eran esos en los que uno 17


tenía que manejar un montón de personajes. A lo mejor tenía que moverlos para construir una gran casa. O conquistar un castillo. O incluso convivir con otros personajes. En realidad no eran demasiado divertidos, porque al final uno se pasaba la mitad de la partida alimentándoles, echándoles a dormir u obligándoles a ir al baño. –Bueno, pues el PuMKinc. es un juego de simulación pero llevado a otro nivel. A un nivel más… real. –¿Cómo de real? El dependiente volvió a mirar a su alrededor. Pareció dudar durante unos segundos y al final dijo. –Ven conmigo. Alberto pasó al otro lado del mostrador y le siguió por la trastienda hasta una puerta de metal. Entonces el dependiente sacó un manojo de llaves que colgaba de su cuello, y abrió la cerradura. Entraron en una alargada sala en penumbras. No era muy grande, pero estaba repleta de estanterías que llegaban hasta el techo. Y en estas se amontonaban 18

incluso uno que es la delicia de los progenitores: “El juego de los diez mil puzzles” –A mis padres solo les gustaría un juego que se llamase “El de las diez mil normas” –contestó Alberto aburrido. –¿Así que son de esos? –apuntó el dependiente tecleando en el ordenador. Parecía que iba a añadir algo más, pero en ese momento un muchacho entró en la tienda y puso un juego sobre el mostrador. –¡Fabuloso! –exclamó. Alberto observó al recién llegado. Se trababa de un chico al que conocía de vista, vivía en su misma calle y era dos años más pequeño que él. Miró a su alrededor buscando a algún acompañante, pero curiosamente el chico estaba allí solo. –¿Ya lo has terminado? –le preguntó el dependiente sonriendo. –Es un vicio –respondió el muchacho –¡Me lo he terminado en sólo tres días! –¡En sólo tres días! –Alberto estaba tan impresionado que no se dio cuenta de que intervenía en una conversación ajena –¿Y tus 15


rosadas, y unos ojos pequeños y vivos como los de una rata. –¿Qué sucede? ¿No te ha gustado? ¿No funciona bien? ¡No me digas que ya te lo has terminado! Su voz era aguda, también como la de una rata. –No… no es eso –se excuso Alberto–es solo que… bueno… que tengo que devolverlo. El dependiente frunció el ceño. –¿Tienes que devolverlo? –Le miró de arriba abajo y añadió –Ah, vale, ya entiendo. Dame tu carnet, por favor. Alberto rebuscó entre los bolsillos de sus pantalones preguntándose qué era lo que aquel tipo debía haber entendido. Pero en seguida supo la respuesta. –No es un juego muy popular entre los padres ¿verdad? –dijo. Asintió aliviado, no estaba mal saber que no era el único con ese tipo de problemas. –Si quieres puedo cambiártelo por otro más… más infantil –le propuso –tenemos algunos de carreras, de animales de granja e 14

cientos de juegos de todo tipo. –¡Increíble! –exclamó fascinado Alberto. El dependiente se acercó a una pequeña caja de metal, introdujo la contraseña y sacó un juego. Se lo entregó. Alberto observó la carátula y frunció el ceño. No comprendía a qué venía tanto misterio. Tan sólo se veía un retrato de familia en la que todos se mostraban excesivamente felices. En el centro, sobre un enorme sillón orejero, había un chico de su misma edad que sin duda alguna era el que mostraba la mayor sonrisa. Bajo el título podía leerse “Un juego para toda la familia” Alberto se lo devolvió decepcionado. –¿Un juego familiar? No veo que tiene de interesante. –¡No es un juego cualquiera! –respondió el dependiente molesto –Funciona con nanotecnología, y como te he dicho es simulación virtual. Si te llevas este juego te aseguro que todos tus problemas se habrán acabado. –¿Quieres decir que si me lo llevo mis padres me dejarán jugar todo lo que quiera? 19


–Quiero decir, amigo, que si te lo llevas tus padres HARÁN TODO LO QUE TÚ LES ORDENES. Alberto le miró fijamente intentando descubrir dónde estaba el chiste. –Me estás tomando el pelo –dijo al fin. El dependiente se acercó a él, y puso su cara a tan sólo unos milímetros de la cara de Alberto. –El Pumkinc no es ninguna broma. Es un juego muy serio. Dime ¿Tú crees que el chaval que ha venido antes te estaba tomando el pelo? –No… –masculló. –Ese chico se llevó el Pumkinc hace dos semanas. Antes sus padres no le dejaban ni ver dibujos y mírale ahora, se ha convertido en nuestro mejor cliente. Juega una media de diez horas diarias. Alberto tragó saliva. Volvió a mirar la carátula. Sí, el chico del centro sonreía muchísimo. –Está bien. Lo probaré –dijo. –Estupendo –respondió el dependiente 20


EL ASPECTO DE LA TIENDA POR LA NOCHE era muy diferente al que tenía durante el día. Para empezar los pasillos no estaban llenos de chiquillos curioseando por los estantes, sino que permanecían inquietantemente vacíos. De los altavoces no salía música alguna. E incluso el dependiente era diferente. Aún así Alberto se alegró de que todavía estuviera abierta, pues no quería tener que volver al día siguiente. –Vengo a devolverlo –dijo dejando el juego sobre el mostrador. El dependiente cogió el juego sin ni siquiera mirarle. Abrió la tapa y leyó la fecha de devolución que estaba impresa en una pequeña hoja de papel. –Todavía te queda una semana –respondió entregándoselo de nuevo. –Lo sé –contestó Alberto rehusando a cogerlo. El dependiente levantó la cabeza y por primera vez lo miró fijamente. Alberto se dio cuenta de que tenía la cara llena de manchas 12

–¿tienes hermanos? –Una hermana –¿Y qué tal es? –Un fastidio –Hum… en ese caso te daré sobres para tres jugadores. Introdujo la mano en la caja de metal y sacó tres sobres pequeñitos –Tienes que disolverlos en agua y hacer que se los beban. A ser posible antes de que os vayáis a dormir. Luego introduce el juego en la consola y realiza el combo de las instrucciones. Después ya puedes irte a dormir. Para cuando te despiertes por la mañana tu vida será otra muy distinta. –¿A ellos les pasará algo malo? –No, si tú no quieres. Lo único que te recomiendo es que te leas bien las instrucciones. Son un poco pesadas, pero es mejor que lo hagas. Tras decir esto, el dependiente le puso la mano en la espalda y le empujó hacia la puerta. –¿Cuándo tengo que devolverlo? 21


–Cuando llegues al último nivel. Alberto asintió. Aunque lo cierto es que no sabía qué demonios había querido decir. [...]

tienda tú solo. –Pero… pero… –Alberto miró suplicante a su madre, a veces esta solía interceder en los castigos, pero en aquel momento seguía concentrada en resoplar. –Y más te vale que te des prisa o cerrarán –añadió Irene que sin duda estaba disfrutando de aquella situación. Alberto cogió la caja y comenzó a ponerse la chaqueta. –Y luego tendremos una larga charla –continuó su padre –no volverás a quedarte solo. Alberto abrió la boca para protestar, pero en el último momento decidió que era mejor no decir nada más. Se subió la cremallera y se encaminó a la entrada. –Y no se te ocurra hablar con desconocidos –oyó gritar a su madre justo cuando salía por la puerta. Como respuesta simplemente dio un sonoro portazo.

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Pumki nc.esl oúl t i moenj uegosde s i mul aci ón domés t i ca y Al ber t o, unni ñodenueveañoshat eni do l as uer t edehacer s econunode el l os . Gr aci asalex t r añof unci onami ent odelj uego,Al ber t opas ar á una s emana i nol vi dabl e cont r ol ando as uf ami l i a.Per onot odos er át an f áci lcomo par ece cuando empi eceaj ugar . . .


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