Tragamanzanas
Abre el libro...
...haz que ocurra.
Texto e ilustraciones: ร scar Rull y Sara Nicolรกs. Primera ediciรณn: Junio, 2013 Manzanares el Real, Madrid. Esta obra estรก sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.
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Este fue personalizado para Juan R. M.
ColecciÛn Aon Óscar Rull
Sara Nicolás
Juan Grampus
1 JUAN GRAMPUS Juan Grampus era un pirata muy joven. El pirata más joven que jamás haya conocido el mundo piratil. Apenas había cumplido los siete años y ya era el capitán de una veloz fragata de tres palos y tan sólo seis cañones. Bajo sus órdenes tenía a treinta y cuatro hombres y medio, y aunque ninguno era demasiado fiero, cuando se ponían todos juntos con sus ropas rotas y sus pañuelos negros en la cabeza los demás barcos echaban a correr. O más bien a navegar. Que es en realidad lo que hacen los barcos. A Juan le conocían como el “Hijo del mar” ya que había sido criado por una manada de grampus, una especie de delfines grandes, de color gris y con dos rayas blancas a los costados. A veces se les confunde con las orcas, sólo
que los grampus son mucho más amables. Antes de que lo encontraran ya se hablaba de él. Hasta las tabernas de isla Tortuga llegaban marineros asegurando que habían visto un niño viajando a lomos de un grampus. Juraban haberlo visto con sus dos ojos, o con su único ojo, ya que en el mundo de los piratas había mucho tuerto. Pero por lo general nadie les creía, se reían de ellos o les tiraban a la cabeza una jarra llena de cerveza. Pero cierto día, la fragata del capitán Robbie “nueve dedos” encontró al niño. Al capitán Robbie le llamaban “nueve dedos” porque él aseguraba que ese era el número de dedos que tenía. Pero no era cierto. Tenía diez como todo el mundo. Sólo que simplemente sabía contar hasta nueve así que vivía convencido de que le faltaba uno. Cuando el capitán Robbie y su fragata vieron a Juan, este estaba nadando en mitad del océano. Aquello fue muy extraño, ya que el niño no estaba llorando ni parecía asustado como lo estaríamos tú o yo en una situación así, sino que parecía feliz y tranquilo. La fragata del
capitán se acercó tanto como pudo, y Robbie desde lo alto del casco le arrojó una soga y gritó: –¡Sube muchacho! Pero Juan, que entonces todavía no se llamaba Juan, comenzó a nadar más deprisa. Entonces Robbie gritó a su tripulación: –¡Que echen las redes! Y la tripulación dejo caer las redes pescando así al desdichado niño que trataba de huir. Cuando lo subieron al barco se dieron cuenta de que era muy pequeño, apenas tenía cuatro años. Su piel estaba arrugada a causa del agua y la sal, y además no sabía caminar. Estaba tirado sobre unas maderas y trataba de nadar por la cubierta. –¿Qué le sucede? –preguntó el pequeño Tim, un grumete de tan sólo doce años. –¡Diantre! que no sabe caminar – respondió Jack el “sindientes” – se cree un pez. –¿Un pez?– preguntó Tim abriendo mucho los ojos. –Sí, un grampus –dijo el capitán Robbie.
Después, mirando a su tripulación añadió –camaradas, creo que acabamos de encontrar al “hijo del mar”. Y todos los demás piratas exclamaron asombrados. Mientras tanto, la manada de grampus comenzó a nadar alrededor del barco profiriendo agudos chillidos.
Nadie sabía cómo había llegado Juan a convivir con los grampus. Ni siquiera el propio Juan lo recordaba. A veces, en sueños creía ver un hombre que se le acercaba sonriente y le cogía en brazos. El hombre era muy grande y en uno de sus brazos llevaba tatuado una especie de enorme orca saltando sobre un arpón. Pero todo estaba muy borroso como suele estarlo en los sueños, y Juan suponía que aquello no significaba nada. Le llamaron Juan en honor a Juan el Satisfecho, un pirata que había muerto la semana anterior mientras comía una enorme cantidad de carne ahumada, su favorita: “Esta carne está de muerte” fue lo último que dijo justo antes de caer sobre el plato.
Así fue como Juan pasó a ser parte de la tripulación del capitán Robbie “nueve dedos”. Los demás tripulantes en seguida se encariñaron con el niño. Bueno, con el niño y con los tres grampus que desde entonces siempre les acompañaban. Y con el tiempo Juan no sólo aprendió a caminar, hablar y navegar, sino que se convirtió en el capitán de la fragata. El capitán más joven y atípico que haya existido jamás en el mundo piratil. Pero todo esto ocurrió justo después de que el capitán Robbie muriera. 2 LA MUERTE DE ROBBIE “NUEVE DEDOS” El capitán Robbie era un hombre alto, rechoncho y de pelo negro y rizado. Su piel estaba tostada por el sol, y era tan dura que parecía cuero. Tenía un gran vozarrón que se podía escuchar a varias millas de distancia. Y como la mayoría de los piratas lo que más le gustaba era cantar y beber ron.
Era un estupendo capitán. Justo con su tripulación y rudo con sus enemigos. Sabía ser compasivo, pero cuando se enfadaba, a menudo perdía los estribos. Y entonces era capaz de romper el palo mayor de un único puñetazo. Por fortuna se enfadaba poco. Sólo cuando alguien no guardaba los modales. Y es que, el capitán Robbie “nueve dedos” era tremendamente educado. Excesivamente educado. Educadísimo. Obligaba a todos sus tripulantes a darse los buenos días y las buenas noches. Y si a alguno se le olvidaba le mandaba limpiar las redes. Tenían que comer todos juntos, bien sentados y después de lavarse las manos. Y nadie podía levantarse hasta que no hubiera acabado el último comensal. Si mientras comían eran atacados por enemigos, los piratas tenían que permanecer sentados, masticando con la boca cerrada, mientras escuchaban silbar bombas por encima de sus cabezas. –Es de mala educación levantarse mientras otros comen –decía Robbie limpiándose el bigote con una servilleta.
También les hacía lavarse los dientes tres veces al día, por eso la tripulación del capitán Robbie era la que mejor dentadura tenía de todo el Caribe. La mayoría conservaba todos sus dientes, excepto Jack que había perdido más de la mitad en una pelea. Si sorprendía a algún marinero cometiendo alguna pequeña falta como dormirse en horas de trabajo, le pedía por favor que no lo volviera hacer. Pero ¡ay si le escuchaba eructando en la mesa! Entonces le enviaba a remar a las galeras durante toda una semana. Sí, Robbie “nueve dedos” era el capitán más educado de cuantos surcaban los mares. Pero al final fue ese exceso de educación lo que le terminó matando. Ocurrió durante una cena con el gobernador de Isla Cristina y varios de sus hombres. Querían tratar con Robbie importantísimos temas de alta mar. Pretendían que Robbie y su tripulación se convirtieran en corsarios. Los corsarios eran también piratas, sólo que a las órdenes de un gobernador o un rey.
Esto podía ser muy cómodo, ya que contaban con el beneplácito de los gobernantes, y en caso de ser capturados no serían ahorcados, que era lo que les sucedía a los piratas corrientes. Pero por otra parte perdían su libertad, y gran parte del botín que tendrían que entregar a su nuevo jefe. Robbie no estaba dispuesto a trabajar bajo las órdenes de nadie, pero como era tan educado, aceptó escuchar la propuesta del gobernador y además invitarle a probar sus mejores pescados y carne ahumada. El gobernador era un hombre oriundo con un apetito insaciable, que para colmo comía muy despacio. –Hay que masticar cada bocado setenta y dos veces –decía –para evitar los ahogamientos. Así que las reuniones con él podían alargarse horas y horas. En aquella ocasión, al poco de sentarse a la mesa, el capitán Robbie sintió unas enormes ganas de hacer pis, pero su extrema educación no le permitía levantarse de la mesa, y mucho
menos para ir al servicio. Así que aguantó. Aguantó el primer plato. El segundo. Y también el postre. Finalmente estuvieron comiendo durante dos días, y para cuando el gobernador se dispuso a levantarse de la mesa, Robbie ya estaba sudando y a punto de desmayarse. Sólo cuando el último de los hombres del gobernador puso un pie en tierra, Robbie se dejó caer contra el suelo, con la vejiga tan hinchada que parecía un enorme balón de fútbol. Tenía la cara verde, y apenas podía hablar. Aún así, antes de expirar dedicó sus últimas palabras a Juan, que le observaba con lágrimas en los ojos. –Es mejor morir como un hombre educado que vivir como un gorrino –dijo. Y murió. Después le arrojaron por la borda y cayó al mar. Que es lo que se hacía con los piratas cuando morían. Con el capitán Robbie muerto a la tripulación no le quedaba más remedio que encontrar un nuevo capitán.
3 EL CAPITÁN JUAN GRAMPUS A la mañana siguiente de la muerte de Robbie, se llevó a cabo la votación para nombrar al nuevo capitán. Juan Grampus fue el escogido. Se levantaron 32 manos derechas y una mano izquierda. La izquierda correspondía a Adam “medio–hombre” al que llamaban así porque le faltaba la mano derecha, uno ojo, una oreja y una pierna. De esta forma, por unanimidad, Juan Grampus pasó a ser el capitán pirata más joven del mundo piratil. Y también el más atípico. Juan no se parecía en nada a un capitán pirata. Para empezar no infundía ningún temor, que era lo que se esperaba de un capitán pirata en aquel entonces. Más o menos como Barbanegra. Un famoso pirata que daba tanto miedo que las madres lo nombraban para conseguir que sus hijos obedecieran. –Si no te lavas las manos vendrá Barbanegra y te las cortará –decían. Y los chiquillos corrían a por el jabón y no paraban de frotar hasta que sus manos pa-
recían plata pulida. Barbanegra era tan terrorífico que con sólo mirarle hasta las hombres más fuertes se echaban a llorar. Tenía una espesa y trenzada barba negra que le llegaba hasta el pecho. Era grande y fuerte, tanto que podía luchar con tres enemigos a la vez y no recibir ni un solo puñetazo. Cuando atacaba se ponía mechas encendidas en la cabeza, lo que le daba un aspecto mucho más feroz. Y además siempre llevaba el pecho lleno de pistolas, dagas y puñales. Posiblemente fue el capitán pirata más terrible que haya conocido jamás el mar. Evidentemente Juan no era Barbanegra. Por no tener no tenía ni barba ni bigote. Era bajito como cualquier niño de siete años, y estaba muy delgado. Además no le gustaba pelear. Ni correr. Ni saltar. Ni subir a sitios altos. Ni beber ron. Lo que a él de verdad le interesaba era aprender. Aprender e inventar. Entonces ¿de qué les servía un capitán pirata al que no le interesaba comportarse como un capitán pirata? Os preguntaréis.