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OPINIÓN KILIAN JORNET
from Revista TRAIL n.93
VIRUS Y BACTERIAS
KILIAN JORNET
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Me encanta el entrenamiento físico. Años y años trabajando, viviendo casi en la abstinencia, en busca del momento idóneo, y efímero, que se acaba en un suspiro. Contrasta con la actividad intelectual, donde los conocimientos se adquieren y se acumulan constantemente. Al trabajar con el cuerpo nunca logras una ganancia que te pertenezca para siempre, que dure, porque siempre hay que entrenar con la misma intensidad a fin de aguantar el listón donde lo quieres tener. Hay un montón de deportistas que se han formado desde pequeños para competir y ser campeones; en cambio, números uno hay muy poquitos, solo los elegidos. En realidad, así lo que se crea son personas con un ego terriblemente inflado, indicio de una mochila cargada con muchas frustraciones. En lugar de eso, soy partidario de que los niños no se formen para ganar, sino para entrenar. Si esta fuera la tónica general, todo el mundo tendría su parte del pastel, bien rica y sabrosa, y la competición sería la guinda que aportaría el toque final. Tuve la suerte de que esto fue lo primero que me enseñaron tanto Maite Hernández como Jordi Canals en el centro de tecnificación. Entrenar era necesario, competir era opcional, y ya llegaría cuando tuviera que llegar. Esta idea me resultó muy útil cuando, al cabo de los años, ascendía el Everest.
Maite y Jordi también me enseñaron a ser metódico y analítico, a apuntar todo lo que guardara relación con mi rendimiento para poder analizarlo después y detectar cualquier aspecto que no hubiera funcionado bien. Eso implicaba hacer recuento de todo, del tiempo y los kilómetros de entrenamiento, y hasta de las horas de sueño —y si las había aprovechado—, los trayectos en coche o los periodos de enfermedad. Lo apuntaba todo, sin falta, en unos folios con cuadrícula, yo siempre tan meticuloso, y cada dos semanas, Maite y yo nos juntábamos para revisarlos y comentar juntos qué tocaba hacer la quincena siguiente. Con ella aprendí la importancia de ser preciso en las anotaciones y no obviar ningún detalle que, al cabo del tiempo, pudiera terminar siendo significativo. Recuerdo un día que estaba entrenando en el centro. Hacía mucho calor y, como siempre, yo no llevaba nada de líquido. Tras unas cuantas horas de actividad, tenía una sed que me moría y Maite me ofreció agua de su cantimplora. Cuando salté para atraparla, me la apartó de golpe. —Pero ¿no has aprendido nada de lo que te he enseñado? Imagínate que estoy resfriada y que te bebes esta agua que me he bebido yo, con todos los virus y las bacterias. ¿Qué haríamos con la semana de entrenamiento que tenemos planificada? .