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MITOS Y LEYENDAS

FORREST GUMP

-“Mi nombre es Forrest, Forrest Gump”.

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Una presentación que todo el mundo recuerda. Un personaje que, en su simplicidad, se convierte en un sabio. A pesar de sus supuestas limitaciones, Forrest tiene muchas virtudes, la bondad es una de ellas, sin olvidar sus capacidades físicas, a pesar de las dificultades con su espalda en su época de crecimiento.

Esa simplicidad es lo que le lleva a convertirse en una especie de máquina de aforismos que resumen su forma de ver la vida. Todo es sencillo, directo y llano.

Uno de los potenciales de nuestro querido Forrest está en su capacidad para correr. El famoso “¡Corre Forrest, corre!” con el que, por una cuestión de supervivencia, descubre una de sus habilidades, forma ya parte del imaginario popular. Correr como instinto primario de supervivencia.

A partir de ahí, es en un momento difícil de su vida cuando Forrest se destapa como ultrafondista. Tal vez una reflexión sobre las motivaciones personales para correr tan largo como se pueda. Ese momento en que nuestro héroe “-… sin ninguna razón en particular” decide salir a correr. Correr para huir, para olvidar los problemas cotidianos y, al menos un rato al día, concentrarse en uno mismo y en la reflexión.

Del mismo modo, en el momento en que Forrest dice “- La verdad, aunque yo siempre iba corriendo, nunca pensé que eso me llevara a ningún lado”, plantea una reflexión sobre la futilidad de correr. Futilidad que no inutilidad. Las mejores cosas de la vida suelen no servir para nada. Ese ejercicio de humildad plantea la verdadera importancia de correr en un mundo en que no lo necesitamos para sobrevivir: ninguna más allá del placer personal.

“Cuando corro, dicen que soy como el viento”. Forrest probablemente atribuye esta observación a la admiración que sienten los demás por sus habilidades como corredor, pero más allá, tiene también relación con la sensación de libertad que correr, cuando el cuerpo ha puesto el piloto automático y todo fluye, proporciona. La comunión del cuerpo con el entorno.

“Y cuando llegué, noté que ya había llegado lejos, y que tal vez debía dar la vuelta y continuar corriendo”. Porque lo importante no es el destino, la meta, si no el viaje. Da lo mismo que hayamos llegado, la finalidad es siempre seguir, siempre hay una dirección, aunque tengamos que darnos la vuelta.

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