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De regreso al punto de partida Los hijos del magma

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El calccio

El calccio

Al llegar a Nairobi, la capital del país, todo era igual que en México, pero en otro continente. Los albergues y reservas eran un destino turístico muy popular, en donde todos se tomaban la misma foto con la jirafa y los cachorros de león. Me decepcioné tanto, que en el año nuevo cené solo en el hotel; parecía que la idea del viaje era un fracaso, abatido anímicamente, salí a tomar el fresco a la calle, justo a las doce de la noche y me encontré un cuidador de carros con quien me hice compañía. Era un hombre de Tanzania, el país vecino del sur y me habló de sus reservas naturales, que no eran tan visitadas como las de Kenia por no ser del bloque económico occidental; me explicó lo del Presidente de Zanzibar, es decir, que tenían dos presidentes simultáneamente, lo cual me pareció fascinante y más cuando me contó que en esa isla había nacido Fredy Mercury y que habían sido colonia alemana a diferencia de Kenia, que habían sido colonia británica.

Me entusiasmé mucho. Volví a sentir las alas en los tobillos que me obligan siempre a volar, recordé otros viajes de cuando era libre, antes de caer en las redes de las cadenas de subempleo. Abandoné mi grupo de exploradores europeos, me quité las pulseras de papel que te identifican como huésped del hotel y dejé la zona turística keniata; tomé un bus como cualquier otro habitante local, rumbo a la frontera sur, sabiendo que en Kenia se puede sobrevivir hablando inglés, pero una vez cruzando la frontera ya no hay idioma en común.

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La costa musulmana tanzana tiene ciudades fascinantes como Dar es-Salam, Mombasa y la capital Dodoma, estaban muy pero muy lejos, al igual que la isla de Zanzibar. No sabía qué hacer, me quedé en la frontera pensando, cuando un promotor turístico me abordó para venderme un tour por la reserva nacional de Amboseli, a lo cual yo respondí que eso estaba en Kenia y yo quería conocer Tanzania.

Las fronteras realmente no existen, me respondió sonriente el chico y me explicó que en esa reserva se puede visitar una aldea de aborígenes nómadas, lo cual me pareció interesante, así que le pagué para ir a tomar unas fotos. La vista era imponente, el Kilimanjaro es la montaña más grande del mundo y se pueden formar diez o doce remolinos simultáneamente, de allí la traducción de Amboseli: “donde sopla el diablo”; sonaba embrujador, pero seguía siendo foto pagada; sin mayor relevancia, podíamos tomar fotografías con los onagros (burros salvajes) y con unos pocos aborígenes que hablaban inglés fluido, entre ellos, Shu-Ho quien me trataba muy frío y cortante sólo repitiendo el texto que todo turista debe saber. Cuando terminó el espectáculo, los turistas deben de regresar a su hotel en el transporte oficial y los aborígenes se quedan a comer antes de partir a sus comunidades, esa es la rutina de todos los fines de semana para atender a los visitantes extranjeros.

Al final, yo solo pregunté al guía: ¿Qué es lo que comen los aborígenes?

Y el líder de la comunidad, sentado en cuclillas, levantó lentamente la cara y con su rostro negro de mirada profunda respondió agresivo: Comemos tripas asadas de vaca ¿quieres?

Pues la verdad a mí me encantan los tacos de tripa así que respondí que sí, que sí quería, lo cual irritó más al incrédulo líder de la carpa y me rebatió en tono burlón:

No es lo que se acostumbra comer en España, ¿cierto?

Le respondí fuerte y claro que no sabía, pues no era español… A lo que él me respondió asombrado:

Entonces de dónde eres, que te escuché hablar español.

Le respondí que de México, a lo que visiblemente reaccionó; repentinamente cambió su trato, se puso de pié, me saludó de mano y se presentó como Shu-Ho, de la tribu Masái.

Se trataba de un hombre culto con referencias históricas, sociales, geográficas y políticas. De inmediato me ubicó en el mapa California y los flujos de venta de esclavos negros de África a América. Yo le hablé esa primera vez de los cimarrones, la capoeira y el quilombo. Le sorprendió mucho los años y años de resistencia negra en américa.

Comimos y charlamos un par de horas comiendo tripas, alrededor de un comal con carbón al fuego que ardía fuerte; sentados en el piso, metíamos la mano al comal para tomar las tiras de intestinos asados y soplábamos fuerte para enfriar antes de meter cada pedazo a la boca.

De inmediato encontramos temas de interés en común, los nutrientes del nopal para erradicar el hambre en Somalia, el origen racial del ex Presidente norteamericano Barak Obama y del mexicano Vicente Guerrero; me habló del barrio donde creció el vocalista de Queen en la isla tanzana, etc.

La noche se hizo corta y debíamos marcharnos. Mi nuevo colega me invitó a volver a cruzar la frontera occidental para ser alojado en su casa. Le dije que sería la tercera vez que cruzara la frontera ese mismo día, me preocupaba que la policía migratoria fuera a pensar algo malo.

No vas a necesitar documentos, respondió mi nuevo amigo. En efecto, cruzamos por una vereda y no por la garita, que de por sí era sólo un cuarto con una pluma de paso y dos agentes que sellaban pasaportes y medio revisaban equipajes de viajeros.

Las policías de migración de todo el mundo son como el obstáculo del libre tránsito, sólo quieren ver qué les dejas de ganancia sin importar a dónde vas o de dónde vienes.

Pude ver que las fronteras realmente no existen, solo son invenciones del hombre occidental para formalizar el comercio y la propiedad; el tráfico legal e ilegal, el soborno y la propina, eran la misma cosa que en todos lados.

La sabana (que no la sábana con la que cubres la cama) es un ecosistema de transición entre el bosque y el desierto.

Al caminar por varias horas supe que sería una estancia larga, pues el horizonte parecía inalcanzable; al caer la noche decidimos hacer una pausa para tomar aire, encendimos una fogata y entre risas provocadas por mi inexperiencia en la sabana, acabé tirando mi pasaporte a la hoguera,

como un ritual en donde renunciaba a lo que era sin saber en lo que me convertiría. Ardía el fuego, como consumiendo mi pasado occidental y me permitía reposar la mirada en un oscuro horizonte que me llamaba a internarme en sus brazos.

Por la noche el frío pega fuerte en los huesos, se extraña el sol que por la mañana te sofoca y te puede matar. Sin embargo, aprendes rápido a comunicarte con el medio ambiente, ese conjunto de elementos físicos, químicos y biológicos en constante interacción en donde tú eres el nuevo en ese vecindario.

Caminamos por horas y lo único que pensaba era en lo que dejaba atrás; nadie me fue a despedir al aeropuerto y nadie me esperaba de regreso. Caminando sobre la terracería, siguiendo a mi nuevo colega rumbo a su comunidad, sólo me venía a la mente el resumen ancestral de la evolución.

El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. Y me vino a la mente, todo a la vez.

En el planeta tierra, desde hace millones de años se produce un proceso permanente de desplazamiento de placas tectónicas, tanto continentales como oceánicas; así es, la tierra está viva y se mueve todo el tiempo, formando continentes, archipiélagos, cadenas montañosas, lagos, océanos, y de ésta manera se conforman los ecosistemas y se generan los micro climas, esto es, el conjunto de elementos físicos, químicos y biológicos en constante interacción y transformación.

Hace millones de años atrás, hay un instante en la vida del planeta en el que una bolsa magmática gigante, es decir lava encapsulada en el subsuelo, llega a un punto de ebullición máximo y estalla.

Las dimensiones de dicho fenómeno fueron monumentales, al grado que la explosión provocó una fractura geológica de aproximadamente cinco mil kilómetros y generó que las dos placas tectónicas (Placa Nubia y Placa Somalí), iniciaran una trayectoria de separación y no de colisión como en otros casos en donde se producen cordilleras.

Los terremotos subsecuentes profundizaron la falla geológica y separaron mediante la aparición de una grieta y un lago gigantes, el éste geográfico del continente (lo que hoy es Kenia y Tanzania) del resto de la masa continental. La pequeña parte que quedó en ruta de separación se secó rápidamente y apareció la sabana, mientras que en la parte central del continente (lo que hoy es El Congo) se preservó el clima ecuatorial, es decir, altas temperaturas, lluvia todo el año y abundantes bosques, valles y praderas siempre verdes.

La sabana es un ecosistema hostil, una gran llanura con sequías frecuentes, escasa vegetación y grandes depredadores. Las fronteras naturales generaron zonas protegidas que preservan el ecosistema y la vida salvaje, particularmente El Serengueti, Arusha, Amboseli, Kilimanjaro, Massai Mara y el Cráter del Ngorongoro.

Así, mientras los primates del lado frondoso seguían siendo consentidos por la madre naturaleza con comida deliciosa al alcance de la mano, los primates de la zona árida afrontaron un nuevo escenario de supervivencia que los obligó a adaptarse al medio para no extinguirse. Este antecedente nos explica en pocas palabras la gran marcha de la humanidad, una historia de evolución basada en la capacidad de adaptación al medio y en lo gregario, como sustancia activa de la civilización.

Afrontar colectivamente la adversidad ambiental y la movilidad de las manadas nómadas de homínidos, trajo consigo la transformación de sus propias estructuras morfo-funcionales. Al no tener árboles que trepar nuestros ancestros debieron erguirse y caminar en dos patas, lo cual les liberó y acortó los brazos y la cola. Con los brazos libres, experimentaron la elaboración de herramientas para cazar.

El papel de la caza y la recolección en la evolución del mono a hombre se antoja como fundamental, pues la entonces organización más rudimentaria para distribuir tareas fue la base de nuestra actual sociedad en el marco del Estado-Nación.

Al transitar de vegetariano a carnívoro, el ser humano fue adquiriendo mayor volumen muscular y estatura, lo que traía como resultado más y mejor cacería de otros animales para comer.

Por otro lado, el haber incluido proteína animal en su dieta, permitió desarrollar cada vez más masa encefálica; de 350 a 1,400 centímetros cúbicos de cerebro hemos ganado en estos breves millones de años; y finalmente, el migrar para explorar nuevos escenarios, ambientes y contextos, permitió nuevas conexiones neuronales para resolver problemas y abstraer conceptos, es decir: el desarrollo de la conciencia.

El hambre, el frío, la reproducción y el instinto se complementaron con nuevas partes del cerebro, que permitieron desarrollar la memoria, la fascinación, las emociones y los lazos entre pares, lo cual nos separó en definitiva del resto de los animales; sólo el humano odia, es vengativo y sólo el mismo humano planifica, añora y suspira.

Se tiene registro de al menos otras ocho especies de homínidos que experimentaron la evolución, pero sólo nosotros lo-

gramos seguir adelante, los demás se extinguieron. Una vez dominantes de la sabana, salimos a conquistar el mundo por Asia, Oceanía, Europa y finalmente, América.

Pero antes de sembrar la semilla de las distintas civilizaciones, fuimos educados por los animales, quienes nos dieron ejemplos y lecciones de vida determinantes para sobrevivir en la sabana.

Esas enseñanzas fueron las que transformaron mi vida.

Conforme fueron pasando los días y meses, fui perdiendo ropa occidental; la camisa me la envolví en la cabeza para soportar el sol, los pantalones los rompí para ventilar y fui tirando poco a poco el peso de la mochila, adquiriendo indumentaria de la comunidad; me esforcé mucho para hablar suajili y poder interactuar con los demás miembros del clan.

Sólo conservé mi cámara de video, hasta donde me alcanzó la cinta y una pequeña libreta, donde hacía anotaciones importantes.

CAPÍTULO III

Safari Masái

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