TRAVEN cr贸nica y no ficci贸n
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noviembre 2015
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Fanzine de crónica y no ficción Año II Número VII
Editor Víctor Santana
Diseño Editorial Eugenio Cristo
dirección editorial Xilo Guerra
Fotografías de portada y contraportada por Irving Cabello. Todos los textos son responsabilidad de sus autores. TRAVEN es una publicación trimestral independiente. Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional. Contacto: travenfanzine@gmail.com. Noviembre 2015
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ÍNDICE Nana y yo fuimos al ballet del Kremlin Antonio Tamez
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Acker y Podolsky José Eugenio Sánchez
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Noches infernales cerca delAdrián fin del mundo Roman 18
Quién diablos es Laila? Dalia Perkulis
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NANA y yo fuimos al ballet del kremlin ANTONIO TAMEZ Imagen: Antonio Tamez
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Daban una adaptación de Las Bodas de Fígaro. Me estaba quedando dormido. Había desarrollado una técnica para mantenerme despierto: pellizcarme los muslos cuantas veces fuera necesario. Ya me habían salido moretones. Era Rusia y yo tenía jet-lag y veinticinco años. —Nana —dije en voz baja. —¿Qué pasa? —Me estoy quedando dormido. —Antón... —Necesito comer algo. —¿Te quieres ir ya? —No es mi culpa, es el cambio de horario. —¿De qué me estás hablando? La gente de las butacas contiguas pedía que nos calláramos. Cuchichéabamos en castellano. Me puse de pie y caminé despacio rumbo al pasillo intentando no golpear las rodillas de nadie. Nana me siguió molesta.
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Terminamos en el McDonald’s del G.U.M. en donde comimos cheeseburgers mientras los empleados limpiaban y recogían para cerrar. —¿En qué estás pensando? —pregunté después de haber pasado casi un minuto contemplándola mientras masticaba su hamburguesa. Sus ojos azules y su cuerpecito liso y eslavo me volvían loco. —Estoy pensando en el futuro — respondió levantando la mirada. —¿En nosotros? —No, en nosotros no— dijo —, en El Futuro. Estoy pensando en el futuro de la humanidad. —Tú siempre estás pensando en robots —le dije —y piensas que los robots son más grandes que este amor. Chupé el popote de mi coca cola. Nana se soltó a reír. —Pero los robots no pueden amar —continué —, los robots fueron puestos aquí para cuando la humanidad se vaya a la mierda. De alguna manera nosotros somos los robots de Dios. La única diferencia entre nosotros y los robots es el hecho de que Dios nos hizo con amor y nosotros hicimos a los robots conodio, con un odio antiguo y frío. El Golem del odio. Tal vez nosotros tampoco sabemos amar, tal vez nosotros únicamente conocemos el odio. Nana cogió una papa frita y me señaló con ella. —Muy bien señor sabelotodo —dijo—; vamos a tomar los últimos cincuenta mil años de la historia de la humanidad. Cincuenta mil años de cien mil que lleva el género Homo Sapiens caminando sobre este planeta— aclaró—; y los vamos a dividir en generaciones de treinta. Asentí con la cabeza y bebí más refresco. Nana mordió su patata. —Si hacemos esto —continuó— tendremos mil seiscientas generaciones; de las cuales mil trescientas
habitaron en el Paleolítico, doscientas treinta y nueve en la antigüedad, treinta y nueve en la Edad Media, dieciocho en el Renacimiento y únicamente las cuatro últimas generaciones han conocido la luz eléctrica. Las cuatro últimas generaciones humanas, de alrededor de tres mil doscientas ¿Qué te parece? A Nana la conocí a través de Couch Surfing. Nana era una ingeniera en mecatrónica que vivía en Stuttgart y trabajaba para el proyecto que la corporación Bayer tenía para lograr la dominación mundial. Nana había realizado una estancia profesional de cinco meses en una de las plantas de esclavos que la corporación Bayer tenía en Querétaro. Nos habíamos enamorado en aquella ciudad. Ella también era una esclava de la corporación Bayer aunque no lo supiera, una hermosa cautiva eslava con grilletes de oro. Aquella era mi primera vez en Rusia. Percibí de Moscú que era una ciudad con muchísimos cables sobre las calles y me puse a pensar en lo que Nana trató de decirme la noche en que fuimos al ballet del Kremlin. Que la infraestructura eléctrica en Moscú se manifestaba como una instalación dental. Que los cables sobre las calles decodificaban el código de un pentagrama de pensamiento subterráneo. Que de cierta manera esta figura conectaba los esqueletos de los boyardos con los de los heresiarcas ortodoxos y con los oligarcas modernos. Quizás esa era la manera en que funcionaba la mente de los moscovitas, habitantes de una ciudad gris en la que llovía todo el otoño. Una ciudad con ancianos y camellones arbolados y edificios podridos de multifamiliares que se repetían por manzanas coronadas por cuatro anillos periféricos. Torres de construcción en los tejados y grandes tiendas
de IKEA. Ciudad rayada de anchas cintas de asfalto infestadas de autos descompuestos. Autos viejos pasando bajo los cables; autos extrañísimos como el Xigulei, o el Volga, o el Latvia; y camiones de carga que ruedan sobre la ciudad cargando cadáveres. Una ciudad con zapatos, con jóvenes de traje que viajan en el metro cansados, con mujeres hermosas, con pobreza, con plantas nucleares, con supermercados y alcohol. Además del ballet del Kremlin asistimos a la Galería Tetiakovskaya que poesía una colección vastísima y fulminante: los sagrados íconos de Andrei Rubliev, el Iván el Terrible salpicado por la sangre de su propio hijo pintado por Ila Repin, las oscuras geometrías de Tatlin, los espesos paisajes de Vrubel y lafamosa marina de Valentin Serov en donde aparecía Pedro I dando zancadas como un abducido por los pantanos de San Petersburgo. A la tarde siguiente, mientras nos refugiábamos de una lluvia helada, una anciana nos revendió boletos para un concierto rarísimo de las principales baladas del cine soviético cantadas por algunos de los propios actores de las películas. Una ganga, según esto. Nana se sabía casi todas las canciones y cantaba a coro. Yo tenía que pellizcarme los muslos más o menos cada quince minutos. Dos noches más tarde me divertí muchísimo en el Gran Circo de Moscú. Imaginaos: arquitectura brutalista, palomitas, familias ruidosas, osos montando diminutas motocicletas dentro de la esfera de la muerte. Y todo esto con una brutal comezón en los testículos. Conocí los Belomorkanal esa misma noche. Nana y yo paramos en un puesto de revistas antes de llegar a casa y le pidió al despachador un paquete de cigarrillos para mí. Jamás había visto nada semejante; el diseño
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de la caja era socialismo puro, previo a la Segunda Guerra Mundial. Los cigarrillos parecían balas y para un extranjero como yo resultaba difícil adivinar por dónde tenían que fumarse. Su precio era el equivalente a seis pesos mexicanos. Por supuesto eran una mierda, la mayor parte de su contenido estaba compuesto por aserrín mezclado con tabaco. Nana me explicó que en Rusia eran consumidos únicamente por dos sectores sociales: los adictos seniles que se habían quedado con ese malvicio de la Unión Soviética y los marihuanos que preferían ahorrarse el dinero de los papelillos. Picaban y solían apagarse solos. Preví en ellos un posible método para dejar de fumar. El fin de semana los padres de Nana nos invitaron a su dacha. Tomamos el tren rumbo al sur. Atravesamos los suburbios y su instalación dental. La enorme antena de televisión de Moscú pasó por las ventanas del tren como un cíclope destructor
y clavó su único ojo en nuestros corazones. Descendimos en la estación del pueblo de Vestí. Piotr, el padre de Nana, pasó por nosotros en su Kía rojo. La barriada trepaba por las colinas y la estructura de la red eléctrica nos exponía sus muelas. Las calles no estaban asfaltadas. Por lo general el gobierno no les daba ningún tipo de mantenimiento. Los baches causados por el uso y las inundaciones salpicaban la ruta como las cicatrices de un bombardeo. Los padres de Nana solían pasar los fines de semana en su dacha. La cabaña original estaba construida con madera y constaba de un solo cuarto y una cocina pequeña. Había sido levantada cincuenta años atrás por los padres de Svletana, la madre. —Aquí dormían mamá y toda su familia —me dijo Nana mientras yo dejaba caer nuestras maletas en la alfombra de la entrada—. Durante el
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invierno los animales también tenían que dormir aquí dentro. Mamá me contaba que para ir al baño debía salir a mitad de la noche y atravesar la cocina. Ahí estaban las gallinas y una vaca y un cabro negro muy grande que se ponía en la entrada delante de mi madre, que era una niña chiquita, y no la dejaba pasar por nada en este mundo. A mi mamá le daba muchísimo miedo el cabro negro y prefería contenerse las ganas hasta la mañana siguiente. Además de la cabaña principal estaba una huerta y una construcción que databa de los años ochenta, de dos plantas, con una habitación en la de arriba y un sauna en la de abajo. Varios vecinos hacían uso del sauna, puesto que aquella dacha formaba parte de una propiedad fraccionada con los hermanos de Svletana. Por la tarde Piotr y Svletana asaron brochetas de shaschlick y prepararon el
sauna. Además de Piotr, entró Andrei, uno de los primos de Nana. Piotr y Andrei platicaron en ruso, yo en castellano. Nana fungió de intérprete. Andrei era un programador del sur de Moscú que acababa de comprometerse y recién había comprado un Audi. Como todos los programadores de la Tierra que he conocido, se hallaba convencido de que Dios a su vez era un programador y que había encriptado nuestra realidad en algún ordenador del universo. —Lo que marca la diferencia entre una especie y otra es la adn —me dijo sudando a chorros—; las características de cada especie se hallan determinadas por un tres por ciento de la cadena de adn, mientras que el noventa y siete por ciento restante es compartida por todas las demás especies de la bilogía de la Tierra y probablemente de otros planetas. Esta
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proporción es la misma que existe entre lo que conocemos de la realidad y lo que nos hace falta por conocer. Hay un noventa y siete por ciento de probabilidades de que nuestras vidas sean una completa simulación digital y un tres por ciento de certeza de que nosotros en este sauna de verdad estamos aquí. Todos nos quedamos pensativos. —Andrei —llamé un minuto más tarde—; ¿qué relación podría existir entre la ingeniería genética y la programación digital? —Bueno — dijo Andrei exprimiéndose el sudor de las cejas—, considerando que el adn contiene instrucciones genéticas utilizadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos conocidos, el equivalente podría ser el código mismo. Si las instrucciones de un programa que se llamase antonio.dart fueran dadas mediante un lenguaje High Level (los lenguajes de programación como Java, Dart o C++), en los que yo escribo, y después fueran traducidas a un lenguage Low Level o lenguaje binario, resultaría: void main() {} de nuevo: void main() { print(“Antonio is a writer”); } Esas tres líneas de código se compilarían a algo parecido a 101010101010101 y esos 101010101010101 equivaldrían al adn de antonio.dart. El resultado en la consola sería: MBP-de-Andrei:~ Simonov$ dart antonio.dart Antonio is a writer MBP-de-Andrei:~ Simonov$ inicio, desarrollo, fin. —¿Quién escribió nuestro adn? —preguntó Andrei y comenzó a car-
cajearse—; supongo que esa pregunta toca ser respondida por la literatura. Al salir del sauna brindamos con vodka y pepinillos salados. Encendí un belomorkanal. Comimos schaschlick con ensalada. Animado por el vodka, le quise contar a Piotr acerca de los temascales en México. Le dije que los temascales eran construcciones redondas, muchas veces realizadas con materiales naturales. Le hablé sobre las rocas volcánicas que proporcionaban el calor en el interior del temascal y que popularmente eran conocidas con el nombre de “abuelitas”. Que la puerta del temascal se abría únicamente cuatro veces para meter más abuelitas, y que entre puerta y puerta la gente se quedaba a oscuras y sudaba por unos veinte minutos aproximadamente. Le dije bromeando que la idea original de los pueblos prehispánicos había sido construir una máquina del tiempo con los materiales que tenían a su alcance. —Suena bastante lógico —afirmó Piotr—, la puerta debe ser abierta cada cuatro veces por los cuatro cuadrantes del reloj, ¿no es cierto? El tiempo es circular, mide trecientos sesenta grados. Todo eso se debe al sol, que es un disco y que por lo general es el Dios principal de las culturas antiguas. La lógica de Piotr me dejó sin palabras. La televisión estaba encendida. Daban las noticas en el canal oficial. Vladimir Putin tomaba unas vacaciones por la república de Irkutsk. El presidente aparecía caminando por el bosque con un rifle en la espalda, practicando la cacería, deshaciéndose de la camiseta y pescando truchas en un río de aguas heladas. —Ese Putin—dijo Andrei, sarcástico—; ¡puro músculo! —Los rusos —comenta Piotr sirviendo otra ronda de vodka—, se hallan a mitad del camino entre los
jardines del palacio de Versalles y las hordas de Gengis Kahn. Levantamos nuestros vasos y los empujamos de un golpe. De regreso en Moscú Nana me llevó al parque de exposiciones. Había una muestra de tractores, animales de granja, semillas, forrajes y mermeladas. Al final del parque había un mercadillo en el que vendían libros viejos y ropa extraña. Bandas locales de black metal se disputaban el escenario bajo la réplica semioxidada de un cohete Soyuz. Los integrantes de la banda que tocaban en ese momento venían disfrazados de guerreros vikingos. Nana me señaló a lo lejos un bloque de edificios abandonado entre la hierba. Me explicó que eran las antiguas instalaciones de la agencia espacial soviética en donde había trabajado su madre antes de darla a luz. Nana desconocía lo que había o hacían ahí dentro. Imaginé maniquís; polvorientos y descuartizados maniquís metidos adentro de cajas húmedas; poblando habitaciones, pasillos, escaleras, sanitarios. También imaginé ropa, aburrida, ropa comunista. Al salir de la feria tomamos el metro y atravesamos la ciudad. Antes de irme quería ver Moscow City, el próximo distrito financiero que los oligarcas levantaban en un estuario del Moskova. Era tan reciente que Nana todavía no lo conocía. Fuimos los únicos en descender en aquella estación. Todo estaba nuevo y en silencio; como si la inauguración acabara de ser hacía muy poco tiempo o fuera a ocurrir dentro de los próximos días. Al salir a la superficie no pudimos llegar a ningún lado. Una maya ciclónica y señalética de construcción nos obstruían el paso. Los rascacielos fosforescentes brillaban debajo de la gran niebla. Una llovizna helada nos cortaba la cara.
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—Hicimos este viaje en vano — declaró Nana. —A mí me parece bastante genial —respondí. —No se puede ver nada. —Pero lo importante no es ver, Nana, lo importante es que hemos llegado hasta este punto de la historia y eso es lo que cuenta. Nana se cruzó de brazos. Encendí un belomorkanal. —No puede ser que estés fumando eso —me dijo—, te vas a enfermar. —Pero si tú me lo compraste. —Sí, pero no pensé que fueras capaz de fumártelo en serio, pensé que le ibas a dar un par de caladas y que después ibas a decir “bueno, estos cigarrillos son una mierda” y listo, te los ibas a guardar como un recuerdo. Pero mira, ya casi llegas a la mitad del paquete. Aquella noche comenzó el desmantelamiento de Moscú. A este fenómeno que poseen algunas capitales del mundo también se le conoce como doblar el espaciotiempo. Se hizo evidente cuando miré a Nana empacando sus cosas y me puse a hacer lo mismo sin decir nada. Eso era todo, pensé, ahí se terminaba Moscú. Después de eso no parecía quedar demasiado; aunque todavía estaba la cena, el desayuno, la ducha; todavía la radio encendida en la cocina toda la noche y todo el día, aun cuando no hubiera nadie en casa. El servicio meteorológico anunció que nevaría por la tarde. Piotr y Svletana nos llevaron al aeropuerto en su Kía rojo. Nana y yo no viajábamos juntos. Ella tenía que volar a Stuttgart para seguir adelante con la dominación del mundo. Yo regresaría a México para hacer mis cosas y seguir haciendo poco dinero. El asunto estaba en que el vuelo de Nana salía desde el aeropuerto de Shermétyevo, al norte del anillo periférico. El mío salía desde Domedédovo, al sur. Dos horas de diferencia distaban entre la salida de cada uno. Todos en el Kía íbamos en silencio, muy nerviosos. El anillo estaba
infestado de automóviles y camiones de carga llevándose los despojos de Moscú en sus remolques. Piotr tamborileaba con los dedos en el volante. Svletana tarareaba una canción. Cogí la pequeña y fría mano de Nana. —¿Y qué tal que empieza a nevar antes de que me vaya? —le dije. Nana resopló. —Te preocupa la nieve —respondió—, a mí me preocupa que no vayamos a llegar a tiempo al aeropuerto. —A mí no me preocupa eso — contesté—, yo preferiría perder ese cochino avión y ver la nieve a cambio. Nana sonrió. —Antón —me dijo—: la nieve no es un país. —¿Qué quieres decir? —Hablas de la nieve como si fuera un lugar definido que pudieras buscar en un mapa, o peor aún, una tierra mitológica: La Nieve. —¿Pues qué esperabas? Yo nunca he visto la nieve, en México prácticamente no hay. —No es tan romántico—, dijo Nana poniendo de nuevo la vista en el tráfico. En Shermétyevo, Piotr y Svletana se despidieron de Nana. Después nos dejaron solos. Nos dijimos adiós sin demasiadas palabras y sobre todo sin estar muy seguros de volver a encontrarnos. Nana desapareció por la valla de seguridad y muchas cosas dejaron de existir a partir de ese punto. El desmantelamiento de Moscú siguió adelante como si la ciudad hubiera sido un set de filmación y ya no sirviera para nada. Piotr, Svletana y yo montamos el Kía rojo. La barrera del idioma nos impidió establecer conversación. Cerré los ojos y me quedé dormido, ésta vez sin necesidad de pellizcarme los muslos. Cedí al sopor moscovita porque de cualquier modo los edificios al otro lado del anillo estaban siendo desmontados por las torres de construcción, como si fueran paneles de tabla roca. También, estoy seguro, desatornillaron los bloques de la carretera que dejábamos atrás. Otros
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trabajadores enrollaban la instalación eléctrica en carretes gigantes y los metían dentro de camiones enfilados uno detrás del otro. Lo último en quedar en pie fue el aeropuerto de Domedédovo en donde me despedí de Piotr y Svletana con un abrazo y un bolshoi spasibo. Ya no volvieron al Kía rojo. Tomaron uno de los autobuses en donde metían a todo el personal, a todos aquellos quienes habían participado del gran montaje de Moscú; al primo Andrei, al vendedor de tabaco, a la anciana que nos había revendido los boletos para el concierto de la música del cine soviético, a los osos motociclistas y a Vladimir Putin. Desde luego aquella tarde no nevó.
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acker y podolsky josĂŠ eugenio sĂĄnchez Imagen: Sinclair Castro
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kathy acker novelista punk neoyorkina surgió en el rollo cultural en manhattan aunque su vida la hizo en california: [la conocí por benjamín tamez afuera del saborns de morelos cuando me mostró un libro de ella que recién había comprado en mc allen: -don quixote- luego leí dos novelas que publicaron en anagrama (aborto en la escuela y don quijote que fue un sueño)] se decía que era fuertemente influenciada por burroughs los fluxus margarite duras y deleuze: inmediatamente me enganchó su prosa de rabia anárquica y cultura erudita que se mezclan en una cuchara textual que se diluye y arde como cuando una aguja rompe una vena muy áspera: sus imágenes son brutales y sus frases son piedras en la frente: o sea: en una primera lectura no le entendí: estaba boquiabierto gozando la miseria del hombre como un plato de sopa: los préstamos y plagios de los clásicos se me escurrieron sin celebrar su existencia: los mitos se me hacían nuevos: todo cuerpo en la lujuria es bello: hasta en el incesto y la violación: escenas perturbadoras que reconfortan que el fin de la humanidad acaba al marchitarse un cuerpo: y que este también pueda ser una bitácora donde el infortunio documente sus buenas tardes: donde la sensación de esperanza cae cuando una lanza cruza un molino de viento: después conocí el imperio de los sinsentidos: un libro donde una pareja de locos anárquicos: piratas que se dedican a escudriñar el móvil de la muerte y la vida de una persona es un clon de la vida misma donde la persona que sufre tiene una sombra que rie: en abril de 1996 acker fue diagnosticada con cáncer de mama y se le practicó una mastectomía doble: en menos de un año escribió su pérdida de fe en la medicina convencional en un artículo que publicó en the guardian “el don de la enfermedad”: donde explica que después de la cirugía sin éxito: y sintiéndose mutilada física y emocionalmente rechazó la pasividad del paciente y comenzó a buscar el consejo de los nutriólogos acupunturistas y curanderos y psíquicos y herbolarios chinos: ella no encontró atractiva la idea de ser un objeto de estudio -como en la medicina occidental- y decidió ser el paciente que se convirte en un vidente: un buscador de sabiduría donde la enfermedad fuera el maestro y el enfermo el aprendiz: después de buscar e intentar varias formas de medicina alternativa en inglaterra y estados unidos: kathy acker murió en una clínica de tratamientos de cáncer en tijuana en la habitación 101: poco antes le escribió a su tatuador:
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un marinero es un ser humano que ha cambiado la pobreza por la riqueza de una realidad imaginaria una actitud que lleva implícita la destrucción de la sociedad una actitud por ende delictiva de criminal fugitivo indigente que odia la propiedad volátil como el tiempo y el marinero hará naufragar cualquier vida atada a la tierra los muertos matan un marinero tiene un amor en cada puerto y sin embargo no sabe amar por muchos corazones que tengan tatuados en el culo el marinero anhela un hogar pero su amor verdadero es el cambio la estabilidad en el cambio y el cambio en la estabilidad sólo ocurren en la imaginación por eso no crecen rosas en las tumbas de los marineros
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sophia podolsky: una poeta belga que se suicidó a los 21 años en 1974 (se desconoce el método pero se presume pasó diez días en agonía: como si amara el fastidioso tema del desenlace): ella dejó la prepa para irse a una comuna de artistas en montfaucon research center donde hizo caligrafía y dibujo y poesía y diseño gráfico: luego anduvo en hospitales psiquiátricos de bruselas y parís tratando su esquizofrenia: en esos paisajes publicó un libro a los 19 años (el país donde todo está permitido -edición facsimilar de 280 páginas-) y antes de morir dejó una serie poemas (la reina de nieve) en la revista luna park: se encuentran pocos datos de su vida: hay vidas que caben en un par de maletas y romances del tamaño de una postal: el amor se cae en un inbox y el ruido es inmortal: también aparece como cesárea tinajero en los detectives salvajes de roberto bolaño: emerge turgente como una intelectual que lidera el movimiento literario realismo visceral: por alguna causa abandona al grupo para irse a sonora y desde ahí su paradero es desconocido: su búsqueda ha generado la trama de la novela y muchas ventas de libros: otra pista posterior es que fue vista como “luna que recogí de la oscuridad de tus ojos” en algún poema: supongo que nos caería bien o no sé: el mundo de unos no es el de todos:
no hablo solamente en nombre de los junkies drogados atascados y de la embriaguez de la vida del amor sino sobre todo de lo desconocido del otro mundo obsesivamente de hecho (algo histérica) del bien del mal del horror de la maravilla del dolor del delirio (del fuego) entre otros el vicio de escribir al servicio del vicio libre vicio al servicio de la libertad primero matar después haber matado luego nacer tener que nacer haber nacido mick jagger y su colombia no tienen nada de raro pero si hubiera sido china o cachemira nada habría sido diferente pero a dónde vamos a meter nuestra indiferencia y a buscarla
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NOCHES INFERNALES CERCA DEL FIN DEL MUNDO ADRiÁN ROMÁN Imagen: Irving Cabello
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1 Un manojo de putas hermosas podría ser una buena inversión, pero un par de putas feas son el mejor negocio del mundo. Garantizado. La genial iluminación me llega mientras desembolso seiscientos pesos argentinos. Más resignado que un boxeador cuando le piden que entregue el cinturón al nuevo campeón. ¿Cómo es posible que esto nos suceda aquí, en pleno centro de Buenos Aires, donde las mujeres hermosas son más abundantes que las Coca-colas frías? Me río. Es la mejor estafa del mundo, les digo al extenderles los billetes. ¿Cuál estafa, papi? Me contesta la señorita que estaba atendiéndome. Si te lo dijimos al entrar, claramente. Llevo menos de dos minutos sentado en este lugar, un par de tragos de cerveza y me han hecho sentir más pendejo que nunca. Caminábamos por Florida, una de las calles más concurridas del microcentro de Buenos Aires, cuando de pronto, en una esquina, aparece una mujer alta, de muslos largos y generosos, caderas anchas y un culo donde uno podría pasar el resto de sus días sin lamentarse por nada. Su sonrisa te invitaba a confesarle el peor de tus pecados. Chichis no muy grandes asomaban por su escote. quizá no muy grandes, pero antojables. Chicos, nos dijo, pasen sin compromiso; hay variedad de chicas lindas, barra libre por cien pesos. ¿Cien pesos barra libre y mujeres desnudas? Ni siquiera tuvimos que pensarlo, nos volteamos a ver y seguimos a la mujer que nos estaba prometiendo el paraíso. Necesitaba frotar mis manos contra el cuerpo de otra mujer para olvidarme de ti lo más pronto posible. Cuando vi lo que llegó a mi mesa pensé que dios no estaba de mi lado. Aquella mujer pasó su brazo por mi espalda. La mesera trajo cuatro tragos que nadie había pedido. La mujer que se fue con Israel era más joven y graciosa. En mi vida he entrado a cientos de table dance, la experiencia me decía que en algún lugar había más mujeres. ¿Debería beber cerveza? La
mujer insistía en sobarme la entrepierna, pero mi pene estaba triste y enojado. Te extrañaba y la mujer que estaba tratando de acariciarlo no le gustaba en lo más mínimo. ¿Pero si tú estás cogiendo con alguien más, por qué yo no? Aunque tenga que pagar. Algo instintivo me hizo girar la cabeza. Una alerta. Dos tipos gigantes, uno justo en la mesa detrás de nosotros y otro más cercano a la puerta de salida. El más cercano a mí levantó su copa para brindar conmigo. Sonreía. ¿Dónde se encontraba el ángel que nos arrastró hasta acá? Con ella no me importaba perder los mil doscientos pesos completos. Todas están ocupadas, no las podemos molestar, me dice mi acompañante mientras me besa el cuello. No voy a cogerme a una mujer que no me gusta y además pagarle. En la mesa se produce un silencio incómodo y sepulcral. Vamos a hacer un trío dice la chica que se sentó con Israel. No. No quiero. El baño se encuentra en la parte baja. También los cuartos para los encuentros privados. Todas las puertas están abiertas. ¿Y las otras chicas? La noche ya llegó. En la televisión de un café repiten los goles del Barcelona vs el Bayern. El viento nos lleva sin dirección alguna. No debe ser fácil ser puta y que te rechacen, dice Israel. No contesto. A pesar de caminar un chingo, cuando llegamos a casa no quiero dormir, quiero cocaína y alcohol. Tomo un taxi rumbo a los bosques de Palermo. Te gustaría tanto esta zona: travestis entre frondosos árboles, con sus zapatillas altas andando entre el pasto y el lodo. Un tren pasa muy cerca, haciendo un ruido potente y repetitivo, conmovedor. Y desde aquí se logra ver el hipódromo. Las vestidas son hadas perversas que surgen de entre la maleza de la noche. No, no son más lindas que en México. Cualquiera de esos podría estar en Tlalpan. Incluso el que usa
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sólo tanga y arriba un escote prolongado que deja ver unas flácidas tetas, y cada que se acerca un auto da la vuelta para mostrar cómo mueve las nalgas. Es una especie de isla en la que se encuentran. Hay autos lujosos que se los trepan y arrancan a toda velocidad. Algunos autos se estacionan en el medio de esta isleta y ahí son despachados. Bajo la ventanilla y le pregunto a uno, ¿Tienes merca? Cuestan cien pesos los envoltorios de plástico. No son bolsas, no son grapas, son unos envoltorios raros, imprácticos. Te gustaría estar aquí. Casi puedo ver tus ojos fulgurosos de sorpresa mientras el taxi avanza de regreso a mi refugio temporal. Ha sido un mal día, aunque quizá la sexoservidora tuvo un peor momento que yo. O los jugadores del Bayern. Siempre hay alguien que se la pasa peor que uno. No. Eso es mentira. Nadie se la pasa peor que uno mismo.
Boca era un cliché En el barrio de Boca todo es cliché: turistas, tangueros, parrilas, colores llamativos en láminas viejas, algunas que datan del capicúa 1881, estatuas de Evita, Maradona y Gardel, vías inservibles de un tren fantasma, gatos, pintores trabajando al aire libre, tiendas de suvenires, relieves de marineros, y un chingo de veces la bandera y la playera de su equipo. Tengo la sensación de conocer sólo la superficie adornada de esta ciudad. El olfato me dice que hacia abajo hay mucho más. Las parejas que bailan tango para los turistas se esconden a contar el dinero que éstos les dejan en un
sombrero de fieltro. Hay una estatua de un bombero que rescata a un niño. En unos días se juega el segundo de tres súper clásicos argentinos, Boca vs River. Se han juntado, la suerte de que se encontraran en semifinales de la Copa Libertadores y en el torneo local. Un grupo de hombres revende boletos en una esquina mientras un pedazo de costilla arde encima de unas brazas. Una hermosa fábrica abandonada de ladrillos rojos es testigo de todo. Del cielo baja un calor que me hace pensar que las flamas más altas del infierno provienen de la bóveda celeste. En las calles los niños ofrecen marihuana al pasar. Cuando entras al Obrero te recibe un aroma a pollo, limón y marisco. Todo mezclado, todo como si se tratara de una suave mano que te invita a sentarte. Es uno de esos raros lugares que tiene sopas en su carta. La generosa cantidad de dos. Es un bodegón, alto, carismático, con fotos pegadas en las paredes, fotos de Maradona y otros. Playeras, banderines. Más cerca de este restaurante la zona deja de ser turística o eso aparenta. Ya se ve el barrio, lo bravo, eso que a todos nos espanta de la pobreza. Si no tomaba una sopa pronto, mi garganta corría el riesgo de volverse para siempre frígida. No más humedad en ella. Nunca. Esta sopa sabe a todo lo que la hace sopa: col, calabaza, queso y esparragaos. Es humeante, generosa como en el arquetipo. Nos sirven también berenjenas en aceite de olivo. La dirección es, Agustín R. Caffarena #64. Es poco más barato que el resto de los lugares en el centro. Pedimos unas papas fritas y un ojo de bife. Y lentos, como días tristes, vamos saliendo de este mítico barrio a donde las Chivas de Guadalajara vinieron a bailar a uno de los mejores equipos que han tenido.
Recoleta Caminamos derretidos entre las tumbas de Recoleta. Lujosas tumbas. Mucho lujo para tratarse de la pinche muerte. Y no se trata de que yo sea mexicano. Es que nos borraremos y no lo impedirán ni estas piedras bien labradas. Nos borramos y se borran los que aquí nos pondrán. Por eso hay tumbas que ya nadie pela, que son como esas muelas abandonadas al fondo de la cavidad bucal, y en donde puedes extender la mano y levantar la tapa de los féretros. El sol despliega un talento de artista al hacer algunos juegos de luces sobre los mausoleos, sobre los árboles o sobre los gatos, que un día sacarán a todos los humanos vivos de este lugar. Y los muertos y los gatos tendrán un territorio pacífico. Teniendo como fondo un cielo de nubes violáceas en forma de inmenso rebaño, caminamos por avenida Leandro N. Alen, y otro rebaño, más inmenso y hermoso que el de las nubes, un rebaño de mujeres caminan en sentido contrario a nosotros. Todas cansadas luego de una jornada laboral. Unas me miran como si fuera yo un molusco que ha decidido conocer la ciudad, otras hacen abiertos gestos de rechazo al ver mi hambrienta mirada. Quisiera convencerlas, sin mediar una sola palabra, que se vayan conmigo a la cama. Las nubes se han ido acurrucando unas junto a otras para convertirse en una masa anaranjada que acompaña y mira al bonche de oficinistas que indiferentes cruzan avenida Belgrano. Alvear es una calle de lujo llena de edificios fresísimas con galerías de arte y joyerías. En estas banquetas no abunda la caca de los perros, como en casi todo el resto de la ciudad.
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Nos sentamos a beber una cerveza frente al panteón y el día se apaga. No, nuestro caminar no tiene ningún sentido.
El lugar más grasoso de Palermo Su primera virtud es que nunca cierra. La segunda es que es muy barato. Se encuentra cerca de avenida Santa Fe, en Armenia y Gümez. Es una tiendita con parrilla. Hay hamburguesas triples, choripanes, sándwiches de bondiola y deliciosos panchos con papas fritas encima. Casi todos los paquetes incluyen un vaso de refresco. Es un lugar en donde a los taxistas les hace el diez por ciento de descuento todo el día. Cualquier cosa que pidas escurrirá grasa. Deliciosa grasa tan alivianadora de las crudas. Uno come rodeado de gente de a pie y de palomas que son como indigentes gandayas que se acercan sin miedo a robar la comida de tu plato.
El patio de Montevideo El lugar se encuentra en Corrientes y Montevideo. Es amplio, casi al aire libre. Te sirven vino en jarras de
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metal. Y mientras comes y comes y la parrillada parece no perder un solo gramo de su abundante carne, tú bebes y bebes, como pez en el río para al final darte por vencido y mirar la carne restante como si fuera un rival que te ha derrotado.
El Cocodrilo Los taxistas son verdaderos dueños de las ciudades. Un taxista fue quien me llevó por vez primera a nectar drogas con las vestidas. Otro me vendió un tubito con la mejor coca que probé en Buenos Aires. Y a éste le dije, llévame a un bar que esté abierto a esta hora y que tenga muchas mujeres. Pero son las seis de la mañana, me dijo un poco desconcertado. Algo debe haber, le dije. Ok, contestó poniendo en marcha el auto. Llegamos Alejandro y yo. Reguetón, espejos y mujeres con poca ropa. Whisky, muy caro whisky. La ventaja es que uno se puede encerrar en el baño y darse tremendos jalones de coca. Y salir, y dejar que tus manos bajen por ese delicioso cuerpo delgado, que se detengan un poco en los senos y mirar su carita cachonda restregarse contra la columna de concreto, besarla el cuello. Los que conocen el Jacalito en avenida Medellín, en la Ciudad de México, les encantará este lugar, una versión muy mejorada. Al amanecer estamos bebiendo con el dueño y los empleados, incluidos meseros, chicas, y taxistas. Todos somos tan felices a esta hora. Todos tan borrachos y drogados. Pinches noches, ¿por qué se acaban?
2 Ojalá estuvieras aquí. Aún no amanece. Camino solo y borracho, enfurecido. Quisiera terminar con esta pinche ciudad a patadas. Casi se encuentran solas las calles. Ojalá estuvieras aquí. Pero no, mejor no. Porque quizá yo estaría ahora encabronado porque a ti te encanta bailar con cualquier pendejo que se te acerque. Y nos habríamos peleado en el antro. Yo habría azotado un banco contra el piso mientras tú sonreías con un pendejo peruano. Tú habrías cortado la conversación sólo para dirigirte a mí y decirme adiós. Te habría dicho que no, que mejor me retiraba yo. Ojalá estuvieras aquí, para sentir tu pelambre en mi rostro y al mismo tiempo ir presintiendo el aroma de tu playa, y mientras más me acerco, más claro es el rugido de tus olas chocando contra tus labios vaginales. Buenos Aires es una ciudad de constantes edificios altos. De carros viejos y bien cuidados, de bares que cierran y de otros que aprovechan y abren a esta hora. Es muy frecuente encontrar al diablo cuando no tienes ganas de verlo. Yo ahora lo llamo a gritos, y como si fuera un díler ignora mis llamadas. Ojalá estuvieras aquí para escuchar la voz de estos altos árboles que parecen condenados a cada madrugada contar la historia de su vida en ese hermoso y arrullador canto. Cada madrugada, como si se tratara de una condena, yo haría bailar mi lengua alrededor de tu clítoris. Mientras camino pienso que mi verdadera condena es caminar. Estoy tan encabronado que podría llegar en mi casa a la Santa María la Ribera y luego sacar a mi perro a pasear al panteón
de Recoleta. Y todavía tendría coraje. Tengo suficiente coraje para alimentar a todos los niños desnutridos del mundo. El coraje es el mejor combustible de un hombre. ¿Por qué chingados estoy enojado? No sé. Tú ni estás aquí, tú estás en tu casita, con tu novio, jugando a que nunca se van a separar, a que yo nunca te he besado las nalgas al despertar, a que jamás te he cargado en mi baño para hacerte el amor, juegan a que yo no te he lamido las axilas como si de tu piel brotara LSD. Y juegan a que mi perro no ha dormido nunca entre tus piernas y a que tú nunca te has despertado en mi cama gritando con voz de niña: Chokokripiiiis con leche, ¡yaaaaaaaaa! Y yo aquí, caminando como pendejo, sin un peso, ni argentino ni mexicano en las bolsas, con un poco de cocaína que consumo de vez en vez para seguir caminando, para ver si así se apacigua el vendaval de furia que me consume. A ver si se contienen las lágrimas que quieren nacer de mis ojos. Y me pongo a gritar: ¡Pinche Buenos Aires de mierda! Le pego un chingadazo a un árbol. No contengo las lágrimas; las jalo con todas mis fuerzas, las insulto y las meto a patadas: ¡Ora, cabronas! Al llegar a mi cuarto me hago una raya con la mitad de la coca restante. Intento dormir, la rabia y la cocaína mezcladas no son necesariamente buenos para conciliar el sueño. Me hago una chaqueta furiosa. Una chaqueta que es como una oración: Ángel de la guarda, protectora de mi lujuria, acurrúcame en tu lecho. Si quieres ábrele las piernas a todos los bomberos del mundo, a los putos argentinos, a la pinche policía, pero no me abandones ni de noche ni de día. Sé mi dulce y siniestra compañía.
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¿quién diablos es laila? DALIA PERKULIS
Tres mujeres de espaldas con vista a la playa. El primer personaje de izquierda a derecha es una niña de nueve años con un vestido largo azul claro que oculta sus pies; con manga corta bombacha a la altura del hombro y ajustada al brazo por arriba del codo. Su cabello suelto es lacio, color café oscuro y está volteada tres cuartos a la izquierda, acariciando un arreglo de flores anaranjadas con hojas verdes dentro de una canasta. En medio hay una señora de chongo improvisado al reverso de su pelirroja cabellera, con un vestido vaporoso anaranjado, largo hasta el suelo, toda
su espalda descubierta hasta la cintura excepto por dos delgados tirantes anaranjados que la cruzan en forma de equis. Con su brazo derecho abraza y mira de perfil en esa dirección al tercer personaje, una adolescente completamente de espaldas con un sombrero amarillo rodeado con un listón rojo atado en moño del lado derecho, un ligero vestido rojo hasta las rodillas, con tirantes en los hombros, la espalda alta escotada y una cinta amarilla alrededor de la cintura amarrada atrás. La señora de en medio, que es a quien más se le ve el rostro, tiene la oreja al descu-
bierto, los labios pintados de rojo, la ceja marrón claro, la nariz fina y una expresión amorosa. El suelo que pisan es café oscuro y de ahí las tonalidades del fondo ascienden a una franja gruesa amarilla primero, luego a otra azul claro, después una naranja y una rosa delgadas y finaliza de la mitad hacia arriba en un verde claro que es el horizonte. En el extremo superior izquierdo, una figura irregular color mostaza simula un pedazo de sombrilla que alcanza a colarse en la imagen y debajo de esta sombrilla se vislumbra una embarrada de la circunferencia amarilla del sol.
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A mí se me figura una mamá con sus dos hijas, por eso escogí este cuadro de Laila, porque tengo dos hijas. Ya está colgado en mi recámara, afuera de mi clóset. Mi hija menor shoteó; pidió ser la niña de azul y mi hija mayor dijo que “obvio” ella era la de rojo. A mí me quedó ser la mamá.
1 Mi amiga Jenny nos invitó, a todas sus compañeras del club de lectura, a ver cuatro de sus cuadros que exhibía en la Galería Pedro Gerson del Centro Deportivo Israelita como parte de una exposición colectiva de su taller de pintura. La exposición duraría un par de meses y casi todas nosotras llevamos a nuestros hijos dos tardes a la semana al cdi a tomar clases, así que en una de esas me di una vuelta a ver. Como todo lo que hace una cuando los niños están aparte, con toda parsimonia me di mi tiempo para recorrer la exhibición. Primero traté de reconocer los cuadros de mi amiga Jenny sin buscar su nombre, porque conozco su estilo así que me puse a prueba. Mi amiga Jenny, como casi todas mis amigas y como muchas seños conocidas, es un estuche de monerías: es economista, trabaja, corre maratones, pinta y todo esto en su tiempo libre porque es mamá de tres. Si hay una grata sorpresa y muy recurrente que me ha dado la maternidad es que conoces a las otras mamás en plan anti glamoroso, oliendo las colas de los bebés a ver si ya hay que cambiarles el pañal, cantando el “dale, dale, dale” en las fiestas, gritándole a los chamacos para que se pongan los zapatos, sonándoles los mocos, atascándose la comida cuando tienen cinco minutos para alimentarse, o
grabando video y tomando fotos en los recitales de los niños. Las conoces en plan de mamás pues. Interpretas —yo al menos— que son unas fodongas y pasas a lo que sigue. Ni siquiera merecen más de un minuto de tu reflexión. Luego los niños crecen, se ocupan y tienes más tiempo libre pero de todos modos debes de pasarlo cerca de ellos porque siguen siendo dependientes, entonces retomas tus hobbies y también te das chance de platicar con las demás mamás en plan tranquilo. Ahí es donde te das cuenta que son profesionistas. Ahí te enteras de las maestrías y doctorados, de los intereses, las aficiones y de los multi talentos, de los maratones, las acciones filantrópicas, las pasiones, y de que Jenny pinta, por ejemplo. Y que lo hace impresionante, con vigor de maratonista. Total que retraté mis cuadros favoritos de la exhibición general, se los envié a Jenny por Whatsapp y precedí las fotos de la oración Estas fueron mis pinturas favoritas. La felicité por su trabajo: entregadísimo, desbordado, apasionado. Le di mis paupérrimas (por neófitas) impresiones acerca su obra. Me agradeció muchísimo. Es humilde, entre tantas cualidades.
Sobre los cuadros que elegiste, se me puso la piel chinita. Me explicó que eran de una compañera de su taller, cuyo motivo de vida es la pintura. Yo ni siquiera me había dado cuenta que elegí tres obras de la misma pintora. Insisto, no vi los nombres más que para corroborar que distinguí las obras de Jenny. Luego sólo retraté mis favoritas, como es nuestro primer impulso para todo hoy en día teléfono en mano y las envié. Es impresionante cómo el arte no miente. Laila…, así se llama se vuelca en sus pinturas y claro, tienen que transmitir, a fuerzas. Casi llorábamos en el teléfono. Entre más me contaba de Laila, la pintora, más quería conocerla. Que tenía “tanto que dar”, que su familia era libanesa conservadora, cerrada, que la apoyaba, pero debería impulsarla más, lanzarla en grande. Que la maestra del taller alguna vez estuvo a punto de cerrarlo y se abstuvo por Laila, porque no podía hacerle eso, quitarle lo más preciado para ella. Que el estilo de Laila al pintar es muy inocente, sin barreras ni prejuicios, que “tiene que llegar de corazón a corazón, que no hay de otra”. Mi siguiente misión sería conocer a Laila.
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2 La dirección es Bosque de Tejocotes #74, departamento 902, Colonia Bosques de las Lomas. Es uno de esos edificios construido hacia abajo del nivel de la calle, así que el piso nueve está a sólo un nivel de la Planta Baja y el elevador se abre enseguida. Directamente se accede al departamento y taller de Vivianne Mustri, donde me citó para entrevistarla un lunes a las 11:00 am. Me recibe café en mano, me ofrece uno. Le agradezco, al igual que le comento que he tenido la tentación de probarme en la pintura. —Yo tengo una teoría (nos sentamos), que el que sabe escribir puede dibujar, porque tiene la línea y sabe observar, que es lo más necesario —. Su acento es extranjero indeterminado para mí—. Hay que ver, observar y seguir la línea—. Del salón del fondo llega música clásica, preciosa, y barullo. Creo que están en plena clase. Hoy conoceré a Laila, ahí estará, eso no me dijo Vivianne cuando me citó. Vivianne (se pronuncia [Viviε] o “Vivián”) tendrá unos setenta años, es bajita y menuda, su cabello corto muy bien arreglado es de color café con mechones rubios, la tez blanca, usa maquillaje; sus facciones son duras, sus ojos grandes café oscuro, la nariz aguileña y los labios delgados. Viste jeans y playera con un delantal encima y zapatos cómodos. Su voz es frágil, delicada, femenina y su acento es europeo pero no francés, porque no habla con la “r” gutural sino más bien la pronuncia como “r” relajada, aunque sea doble, y tampoco tiene
acento de alemana o de Países Bajos. Todo el ambiente es acogedor y ella una mujer refinada. Helen Mirren sería ideal para interpretarla, con pupilentes café. Así como sale en una película reciente con Ryan Reynolds, de una señora mayor que regresa a Austria a recuperar una pintura que le fue despojada a su familia durante el Holocausto: Woman in Gold. Vivianne es el gurú de Laila. Gracias a ella, Laila le encontró sentido artístico a su vida. — ¿De qué depende el estilo de cada persona? — Del carácter. Si ves las pinturas de los famosos, luego luego dices ésta es de tal, aquella de tal, sin saber que es su pintura, porque ves su línea, ves su color, ves su tendencia ¡y su plática!— Agudiza la voz, lo hace cuando se emociona.— Entonces realmente es como hablar, es como escribir, como hacer un poema. —Jenny, por quien llegué aquí, me dijo algo que se me quedó muy grabado: “mira cómo el arte no miente”—le platico—, el estilo de Laila es único, como huella dactilar. —Exactamente, el estilo es muy auténtico, la línea y el color… dicen lo que eres. Aunque quieras parecer otra cosa, el arte dice lo que eres. —¡Hola Laila! —Aparece Laila que va saliendo del cuarto de la música y Vivianne la saluda en voz alta para que yo la note. La veo por primera vez y me emociono. —Yo na’más para ver —se excusa con lenguaje corporal por interrumpir. —¿Pongo la palangana? — pregunta
Laila. —Sí. Vamos a experimentar con el acrílico hoy —responde Vivianne volteando. —Cuéntame de su línea, su discurso, su plática —reanudo la conversación con Viviane. —Ella, pues su discurso es naïve, lógicamente. Dibuja muy bien, porque es muy severa con ella misma sobre las clases. —¡Laila!, estamos platicando de ti, ven —Vivianne levanta la voz para llamar a Laila. —Hola Laila, mucho gusto—, me presento. —Mucho gusto. —responde Laila y nos saludamos con un beso en la mejilla. —Ella es la que te dije que quiere hablar contigo porque le encantó tu obra. Te va a entrevistar al ratito — Laila sale de la sala y entra al estudio. —¿Cómo llegó Laila aquí? —pregunto. —La trajo su cuñada. Supo que iba a abrir un taller y me dijo “¿la podrías aceptar?”, dije “voy a tratar” y perfecto, ¡perfecto! Gracias a Dios muy muy bien. Congeniamos y la quieren mucho, muchísimo. —¿Y hace cuánto abriste el taller? —Hace vente años y está conmigo desde el principio. Hicimos una fiesta de vente años hace unos meses. Ella tiene muy buena memoria para las fechas y lleva el control exacto. Yo iba a cerrar el taller, pero por Laila no lo cerré, porque estoy encantada con su trabajo y su progreso. —¡Sí, me contó Jenny!
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—Sí… es muy naïve pero dibuja de maravilla, es muy disciplinada, muy cumplida con sus tareas. Pienso que es la que mejor dibuja del taller — vuelve a agudizar voz para decir esto último con toda delicadeza. —Qué bárbara. Mis respetos. Sí vi sus pinturas. Mi favorita de aquella exposición, la de:
una mujer sentada a la mesa con una taza de café. Su vestuario era como de cabaretera al estilo de Tolouse Lautrec pero en colores pastel, su corsé era rosa claro. Tenía texturas en relieve: la falda plumas blancas, los guantes y el sombrero un velo negro también sobrepuestos en la pintura. Era una mujer experimentada y serena a la vez.
La pintura se llama “Coffee Time”. —Sí lo manejó muy bien…, y le encanta. Le encanta experimentar mucho. Es atrevida, le entra parejo a todo y lo hace muy bien. Siempre es la primera en ponerse a hacer cosas nuevas, luego luego dice “yo”. — ¿Y han platicado con sus papás que deberían lanzarla profesionalmente, vender su obra? —No. —Tajante. Luego matiza — Sí, ella expone en todas las exhibiciones. Siempre que hay algo, ahorita viene una subasta en el Centro Comunitario Monte Sinaí, y le entró con tres obras también. Participa en todo, en todo. Está muy bien. —La llaman y responde en francés, Je viens. —Aquí se escucha francés, árabe y español.
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Vivianne Mustri empezó a pintar desde los trece años. A los quince o dieciseís salió de Líbano. Empezó con talleres de pintura y cuando sus hijos se fueron a la Universidad, se metió a estudiar la licenciatura en la Esmeralda. “Difícil en esos tiempos”, se metió a estudiar casada y con hijos. Después se fue a vivir a Montreal seis años. Regresó a Ciudad de México en 1991 con una exposición grande en Casa Lamm, con la que se consagró en México tras haberlo hecho en Canadá. Luego hizo una maestría en la Academia Nacional de San Carlos. Le sugirieron que diera clases y después de mucho pensarlo se animó con reservas. Abrió el taller hace veintiún años. Debutó como maestra en la Delegación Miguel Hidalgo y luego pasó por muchas sedes: Angela Peralta, San Isidro, Tecamachalco y luego se separó de su marido, ya bastante maduros. Él la apoyó hasta que ya no. Entonces fue cuando “se alocó” (sic.) y estuvo a punto de desistir como maestra. Volvió a San Isidro. Sus hijos le dijeron que “no era seguro, ma”, que salía muy tarde y era peligroso, así que compró su departamento actual; su prioridad al escogerlo fue que tuviera un espacio adecuado para acondicionar su taller. Da clases lunes y miércoles y los otros días va a trabajar, “de esto no puedo sostenerme”. Trabaja con su hijo en la venta de telas. Ella pinta en las tardes, en las noches, cuando tiene dos o tres horas de espacio. Desde que es maestra, a todos lados la ha seguido Laila en esta itinerancia. Laila, es obsesiva, dice Vivianne, de esas personas que no van a hacer algo que no soportan, pero que pueden hablar dos meses seguidos de algo que les entusiasma o les motiva muchísimo.
A Laila la traía al principio a clase su mamá y se sentaba atrás de ella, señalaba con el dedo y decía: “esa cara está horrible”, “que feos colores”, “no me gusta”. Por un rato pero muy corto Vivianne se lo permitió, luego se acercó a pedirle a la mamá que por favor dejara de opinar, que era un espacio donde su hija debía sentirse libre y suelta para expresarse, no limitada y controlada, menos juzgada. Por unas dos clases más Vivianne permitió el acceso de la mamá y luego se lo negó, la invitó pero sólo a traer a su hija hasta la puerta. “De ahí para afuera”. La madre se ofendió y Laila dejó de venir. Después de un tiempo volvió. Desde entonces, a Laila la lleva a clase un chofer. Vivianne y sus alumnas han viajado a ver exposiciones. A Oaxaca, a Zacatecas, incluso han ido a París. A Oaxaca y Zacatecas sí se llevó a Laila. A París no le dieron permiso sus papás y sí era demasiada responsabilidad. “Es pesado”, admite Vivianne, pero vale muchísimo la pena. Laila se pone nerviosa en los aviones y de vez en cuando se obsesiona con una idea, por ejemplo que se siente incómoda porque se ensució. Es demandante, pero jala parejo. La familia de Laila; papás, hermanos, cuñadas, van a todas sus exposiciones; hacen largos viajes a Miami y la llevan de compras, la visten muy bien, la cuidan mucho. Es gente de mundo, culta, pero conservadora. La cuñada de Laila, la esposa de uno de sus dos hermanos es la más liberal, ella es el conducto de Vivi con la familia. Los papás de Laila tardaron mucho en darle reconocimiento a Vivianne —quien se atreve a confesarlo sólo porque la cuestiono al respecto. — Se dan cuenta del crecimiento
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que Laila ha logrado. Vino nerviosa, sin entender, y ya sabes… tipo… difícil, difícil, pero luego a base de mucho cariño… y que todos la cuidamos mucho. Casi no falla. Además, ella tiene responsabilidades: Toma las fotos y videos del grupo, en nuestras reuniones, comidas, pláticas, visitas a museos. Ella es la “paparazzi” del grupo. Me ayuda a recordar cosas y a avisarle a las demás… o sea, muy… su-vida-es-el-taller. muy padre, y ella es una divina… Ha crecido muy padre y nos ha dado mucho ella también —recalca Vivi. —La estabilidad del taller está basada en ella. Está en toda la organización y tiene una memoria exacta. “Toca reunión, festejamos tal evento en tal fecha”. Es un ángel.
QUIÉN DIABLOS ES LAILA? ?
Cuando entras a casa de Vivianne saliendo del elevador, el flujo natural te lleva a la derecha rumbo a la zona de pintura. Del lado izquierdo, si te asomas, están la sala y el comedor, el área habitacional. Rumbo al área de trabajo hay una salita (donde me recibió Vivianne) que conduce a dos cuartos contiguos. Uno acondicionado como taller con un letrero ovalado de cerámica colgado a la entrada del lado izquierdo que dice en letras negras L’atelier de Vivianne sobre un paisaje de campo y cielo pintado en colores pastel. Ahí hay varios caballetes con sus respectivos cuadros en proceso y un ventanal con vista desde arriba a la vegetación tupida del bosque. El otro cuarto, que es el estudio y oficina de Vivianne, tiene más aspecto de esto segundo, aunque también con su caballete obra incluida; su mesa de
trabajo con pinturas, pinceles, botes, botellas, un librero abarrotado de libros de texto, de arte y de cuadernos, y un buró con un hermoso cuaderno de apuntes abierto. Laila está a solas en el estudio de Vivianne, porque va a hacer un experimento sobre el escritorio en una palangana con leche de almendra y pinturas acrílicas. Vivianne entra y le dice que escoja los colores que va a usar: Que piense, que no hay prisa, que lo que le nazca. Escoge rojo, verde, cobre y plata. Vivi se desplaza por pinceles. Sobre el buró hay un sketchbook, el cual hojeo con admiración. Vivi tiene libreros llenos de cuadernos de ilustraciones. Me cuenta que ha vendido algunos al Colegio de México para ilustrar libros. Son una belleza. Le explica a Laila cómo disolver la pintura “aguadito pero pesado”,
“con muy poca agua para que flote” en el líquido. Sale Vivi. Laila y yo nos quedamos a solas: —Laila, tienes 20 años en este taller. — Ventiún (pronuncia como Vivianne)—, corrige. Bien dicen que le gustan las fechas exactas. Sobre su ropa, viste una bata larga como de maestra de kínder que dice “Laila” con marcador a la altura del cuello. —Se dice fácil pero es una eternidad, ¿no? Llevas aquí la mitad de tu vida. ¿Vienes dos veces a la semana? —Dos veces a la semana. —Wow. ¿Y qué es lo mejor que te ha pasado aquí? —(Pausa) Dibujar. Como terapia. “Vivi le voy a hacer así y así”, se escucha desde el otro cuarto a una alumna. “Sí, perfecto”. Observo a Laila trabajar. Está vertiendo pinturas sobre la base de leche de almendra. Luego las esparce y si es necesario les da forma más fina extendiéndolas con el reverso del pincel. Posteriormente meterá el lienzo a la palangana y así dejará una impresión colorida en él. PARÉNTESIS He vuelto un par de clases después. A lo mejor tres o cuatro. Bueno ya me inscribí, pero eso es irrelevante. Las dos siguientes clases, tras haber limpiado con papel los excesos de pintura y haber corregido un poco por aquí y allá, Laila trabajará su lienzo sobre caballete, ya con la impresión seca, una imagen abstracta de siluetas orgánicas similares a flores y plantas sacudidas por una leve brisa. Eligirá colocarla verticalmente y pulirá las figuras a pinceladas. La firmará, quedará muy satisfecha con el resultado, la retratará con su iphone, la nombrará “Spring time” y subirá la foto a Facebook. FIN DEL PARÉNTESIS
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—¿Dime Laila, por qué no faltas al taller de pintura por nada del mundo? —Porque me gusta, por eso Pos sí, qué pendeja pregunta, me recrimino en silencio. La felicito por la exposición del cdi, especialmente por el cuadro “Coffee Time”. Me cuenta que volverá a exhibirlo en una próxima subasta, junto con otros tres: “Leyendo” (leiendo), “Pienso en ti” y “Sombrero rojo”. —¿Va a ser abierta al público? —No sé, pregúntale a Vivi. —“Coffee Time” fue mi favorito. —Aquí está, — Laila se dispone a mostrármelo en su teléfono. Recorre con el dedo las imágenes en la pantalla y, en lo que aparece, me va mostrando otras pinturas. — Estos son mis sobrinos nietos (se cuelan). —¿Con quién me pongo de acuerdo si quiero comprarte un cuadro, con Vivianne o contigo? —Como quieras. —¿Oye y no te molesta que esté aquí distrayéndote en lo que trabajas? —¡No, no! Para nada, para nada. —¿Y... a qué colegio fuiste? —A una escuela en Líbano hasta los 14. Y acá fui a una escuela que se llama Highschool porque fui al Liceo y no me aceptaron. Por eso. —¿Quiénes son tus pintores favoritos? —Marc Chagall. — sin titubear. —¿Y estas pinturas que me enseñaste, las que vas a exponer que me encantan, de dónde las sacaste? —De unas revistas y de Pinterest. Me gustaron y las saqué. Voy al taller con las demás alumnas. Cada una sentada frente a un caballete, su pintura y la foto de la imagen que está trabajando. —En general empiezan desde cero —explica Vivianne —, van manejando el claroscuro con el lápiz primero. Luego la combinación de color y luego la línea. Copian. Si les gustan las flores les doy flores, lo que me pidan. Nunca van a copiar igualito.
Las piezas que salen mejor es porque existe una plática con la obra. —¿Y qué cosas maravillosas has visto en tu taller, en tus alumnas? —El crecimiento es muy satisfactorio. Y el amor que le tienen al arte (en tono agudo). En un pizarrón que cuelga en el muro detrás de la mesa del café hay fotos de las pintoras del grupo emperifolladas en un evento. Laila sencilla y elegante, muy bien vestida, con un pantalón color crema, una blusa de rayas negro y crema, un collar discreto y peinada de salón. —¿Cómo sabes cuando un cuadro está terminado? —le pregunto a Vivi. —¡Esa es la gran pregunta! —se apasiona y sonrío involuntariamente como niña felicitada por la maestra. —Hay que saber cuando ya es suficiente y no atiborrar las pinturas. Luego por buscar la perfección les sigues metiendo y se arruinan. —¿Y cómo sabes si un cuadro tiene remedio o ya no se puede rescatar? —Le puedes borrar cuantas veces quieras y reanudar, pero hay que dejarlos reposar. Yo por eso trabajo unas tres pinturas a la vez. Cuando me atoro con una, la dejo reposar, agarro otra y luego la retomo ya con más claridad. Cuando Vivianne me explica los procesos, siento que me habla de escribir. O de cualquier objetivo en la vida. Mientras tanto Laila, ya volteó el lienzo boca abajo y “chupó rápido” (Vivi dixit) la imagen de pinturas acrílicas que flotaba en el líquido. —Si algo no te gusta lo chupas con el papel y “va de nuez”, le pones tantita leche y lo retocas. —Le explica la maestra. Ahora Laila estiliza las formas secando los excesos de pintura con papel y alargando formas a pinceladas. —Ve pensando cómo lo vas a poner si horizontal o vertical. —A ver Laila, enséñame tus fotos. ¡Parece que te quieren comprar un cuadro!,
¿cómo ves? —Los retratos femeninos que me encantan— le digo. —Tiende mucho hacia los retratos femeninos—corrobora Vivi y se dirige a Laila. —Mhm, ¡aquí está! — Me enseña imágenes en el teléfono. Me reencuentro con “Coffee Time”. —Tengo otros en el Ipad. —¿No lo trajiste? —le pregunta Vivi. —Sí lo traje. —se apresura a responder Laila en tono de “¡cómo crees que no!” —¡Ah! Enseña enseña, ella necesita ver las fotos para ver “qué onda”. —Cuando Vivi usa slang mexicano como “va de nuez”, “qué onda” y “está padre” en su papel de Helen Mirren con acento, te la comes. —Mira —muestra Laila —, este hice, se lo regalé al Dr. Cohen. ¿Te acuerdas Vivi? —Sí, le encantó. — “Ese el que hice” —me enseña me enseña cebras, caballos, orquídeas, mariposas, colibríes, una pareja dando un paseo en una plaza empedrada. La detengo en uno de tres mujeres de espaldas mirando a la playa. Me fascina. —¿De dónde sacaste este? —Ese lo dibujé de un libro, de las revistas de arte. —Sigue mostrando. —¿Este es Jerusalem? —pregunto sobre otro. —Sí. —¿Y has vendido cuadros? —No. Mmm. Ah, no me tocó. — Luce decepcionada. —Hice uno... Este, ¿ves? Mira, ese lo hice de mis papás. Me dio mucho éxito ése. Tomé una foto, traje una tela, lo puse en una tela, lo imprimí en la tela y después lo puse en el lienzo. Hice como tres. Uno para mi sobrino, uno para mi hermano que está en el horno porque hace pan y uno para mis papás. —Ahora ya me pusiste muy difícil
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escoger —le digo abrumada. —¡Ya sé! — me responde con una risa maliciosa, cargada de humor. —¿Por qué crees que no se han vendido? —Porque puse el precio más alto, creo. Por eso. 2,500 pesos háganme el favor. —La verdad lo valen. —Hay una persona que le gustó el de mariposas. El de las mariposas, ¿te acuerdas Vivi? Lo quiso una persona pero no lo llevó. —Ya me puso muy difícil escoger, ¡me gustan muchos! —Me quejo con Vivi y ella se ríe a carcajadas. —¡Pues hazle un precio muy especial y se lleva dos! ¡Órale, muy especial! —Le gustó el de tres mujeres, ¿te acuerdas? —Lo busca, se tarda en aparecer. —Me gusta, porque yo tengo dos hijas y se me figura una mamá con sus hijas. Estoy entre la mujer de espaldas, el de las tres mujeres, el del café o el del té. Son mis finalistas. Y dime Lalila, ¿dónde aprendiste tantos idiomas? —Desde chiquita. En Líbano hablaba inglés, francés y árabe en la escuela. Y aquí aprendí el español. Con mis papás hablamos árabe, con mis cuñadas español. —¿Y tú te llamas Laila por alguien, por algún pariente? —Mi abuela, en paz descanse. La mamá de mi papá. —¿Tus hermanos son hombres? —Soy la única niña. La última, la chiquita. Laila tiene dos hermanos y sus papás se llaman José y Lizette. Su padre
se dedicó a la joyería y al comercio de ropa, tuvo fábrica y tiendas. Ahora ya está jubilado en la casa. —Mis papás son primos. Me cuenta que su abuela paterna falleció de parto una semana después de que nació su papá, así que lo crió su tía la hermana de su mamá, la abuela materna de Laila. Su papá y su mamá crecieron en la misma casa y se casaron. Tiene el mismo apellido paterno y materno. Es un apellido árabe que se escribe diferente de como suena y es impronunciable. Laila nació el 16 de octubre de 1961. Salió de Líbano con sus papás el 26 de marzo de 1976, durante la Guerra Civil que inició en 1875 y terminaría hasta 1992. Pasaron un tiempo en Nueva York porque les costó trabajo conseguir sus papeles para entrar a México. Sus hermanos ya se habían adelantado. Fue naturalizada mexicana en el 2001. —Dime Laila, ¿qué cuadro te gustaría venderme de esos cuatro? —Pus todos. Jajaja... —El de las tres mujeres. ¿Ese qué vale? — ¡Ay! Lo que gustes, a ver no sé. —responde contrariada. —Consúltalo con Vivi y me dices. Me lo traes el miércoles y yo vengo a recogerlo y te lo pago, ¿sí? —Ok, el miércoles traigo el cuadro, el de tres mujeres que están abrazadas. —¿Has expuesto sola? —Mi hermano me está averiguando en una galería junto al Eno. Es un restaurante en Explanada (Lomas de Chapultepec). Tengo muchísimas obras. —¿50, 70?
—Más. Muchísimos más. Laila es muy inteligente, habla cuatro idiomas y tiene una memoria privilegiada, recuerda las fechas con exactitud. A lo mejor es algo así como superdotada, especulo. Tiene la voz grave y aguda a la vez. Físicamente es alta, fornida, algo caballona, tiene un aspecto súper árabe, la nariz ganchuda, la mirada café profunda, los ojos caídos y ojerosos, la tez muy blanca, es un poco dientona, la dentadura impecable y alineada, el cabello ondulado hasta los hombros, teñido de café rojizo y con frecuencia peinada de salón. Se traba al hablar, pero no sé si porque le cuesta trabajo o por el acento o porque está nerviosa de que la estoy entrevistando. Su discernimiento es total, así como su nivel de conversación y vocabulario.
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EPÍLOGO El siguiente miércoles llegué a las 11:00 am a comprar mi cuadro. Laila lo tenía listo. En vivo me gustó todavía más. Le pagué y pedí permiso de quedarme a probar la En el salón colectivo, Vivianne me sentó frente a un caballete, desmontó la tabla donde se recarga el lienzo, que sólo estaba sobrepuesta, y me la colocó en el regazo a manera de mesa. Me dio lápices, papel, algunas instrucciones y dos imágenes en blanco y negro para copiar: una hoja de maple y una esfera con claroscuros. Entonces Laila me dijo: “No te preocupes, cuando yo llegué no sabía ni agarrar el lápiz”.
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textos Antonio Tamez (1985) Narrador, gestor cultural y profesor. Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Querétaro. En 2005 estudió el Diplomado en Creación Literaria en la sogem de Querétaro. De 2006 a 2009 mantuvo el blog Neónidas, www.neonidas.blogspot.com junto a Horacio Lozano, José Velasco y Gerardo Arana. Ha sido becario del programa Jóvenes Creadores del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes en 2006, 2011 y 2014. Es autor de dos volúmenes de cuentos y colaborador de dos antologías del mismo género. Sus relatos y artículos han aparecido en diversas publicaciones, impresas y digitales. Fue coordinador del catálogo Ciudad Q, beneficiario del Programa de Apoyo a la Producción Artística del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes en 2010 y 2012. Actualmente vive en Querétaro en donde imparte clases de Historia y Literatura a jóvenes de bachillerato. José Eugenio Sánchez (Jalisco,1965) Vaquero regiotapatío, inventor del fenómeno poético underclown. Fue invitado por el U.S. State Department al International Writing Program, donde recibió el título de Honorary Fellow Writer de la Universidad de Iowa. Fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León, del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León (1997), del programa Jóvenes Creadores del Fonca (1997-1998 y 1999-2000) y actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Entre sus libros se encuentran Escenas sagradas del oriente (Almadía, 2009) , Galaxy limited café (Almadía, 2011) y Jack Boner and the rebellion (Almadía, 2014) Adrián Román (Iztacalco, 1978) Escritor y gestor cultural. Su promedio de la secundaria no llega al 7. En los noventa fue adicto al basquetball y al grunge. En los dos miles a la cocaína y al Jacalito. Actualmente busca nuevos caminos para explorar, como la novela y la crónica. Dalia Perkulis (México, D. F.,1975) Periodista por la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Colaboradora en animalpolitico.com y es ex colaboradora freelance de diversas publicaciones. Ha estudiado cine y literatura. Actualmente realiza estudios de Desarrollo Humano y terapia Gestalt. Dirige clubes de lectura y enseña lo que aprende. Es mamá de dos.
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imágenes Sinclair Castro (Colima, 1979) Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el ITESO, con estudios de cinematografía en la Universidad Iberoamericana campus D.F., Máster en Investigación en Arte y Creación por la Universidad Complutense de Madrid. Apasionado de la relación de la imagen / sonido, y de la manera en que el sonido altera la materia. Se encuentra en un continuo desarrollo en diversas formas de expresión; producción documental, diseño sonoro, realización musical, postproducción, medios digitales y video arte. Desde hace 10 años se ha presentado en festivales de Arte Audiovisual, galerías y museos con Asunción, un proyecto audiovisual en vivo. Tiene tres discos publicados con slzr , una banda de rock electrónico dentro del sello estadounidense Indian Gold Records. Su video Deriva fue seleccionado por el Festival Internacional de Video Experimental Ojo de perro No. 6 de Oaxaca de Juárez, su pieza Austral / Boreal fue apoyada por la Secretaria de Cultura del estado de Jalisco y presentada en el Museo de arte de Zapopan, el Festival Proyector13 en Madrid, España y en el Festival fonland en Coimbra, Portugal; fue seleccionado por WaterBodies international por el video Sin
niños no hay río. Irving Cabello (Ciudad de México,1988) Artista visual egresado de la Escuela Activa de Fotografía y de la Asociación Mexicana de Cineastas Independientes. Actualmente explora la introspección por medio de la imagen; paisajes construidos digitalmente, paisaje urbano, retrato y fotomontaje son los caminos que recorre en su trabajo diario como fotógrafo.
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