Rodrigo Dada
TRAVEN
Fanzine de crónica y no ficción Año I Número 1
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Directora editorial: Xilo Guerra. Editor: Víctor Santana. Diseño Editorial: Eduardo Tapia. Portada: Rodrigo Dada. Todos los textos son responsabilidad de sus autores. TRAVEN es una publicación trimestral independiente. Registro en trámite. Impreso en Querétaro con un tiraje de 2,000 ejemplares. Febrero 2014.
Rodrigo Dada
ÍNDICE 04 La ciudad que ya no se divierte Reinventamos Lavapiés porque tenemos treinta, estamos 08 asustados y quizá somos felices Daniel Herrera
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Julio Santamaría
Estampas de un viaje a La Habana I Joserra Ortiz
Mis Renteras
José Eugenio Sanchéz
De un mensajero a otro Luis Alberto Arellano
Hayao Miyazaki en las fiestas de la Cruz Horacio Lozano
Conductas Autodestructivas Rodrigo Solis
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La ciudad que ya Daniel Herrera
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e mudé a la calle de las putas el mismo día que la democracia llegó a México. Esa calle de Torreón se llama Avenida Morelos. Esta ciudad desértica al norte del país, en los últimos años se ha vuelto famosa por ser una de las ciudades más peligrosas no sólo de México sino del mundo. Todavía no comprendo por qué se afirma que la calle de las putas es una avenida, cuando apenas permite cuatro carriles en doble sentido y dos de ellos están ocupados por los autos estacionados, además de que prácticamente no está arboleada.
También tiene un camellón donde cada dos o tres metros hay palmeras altísimas que hacen distintivo al centro de la ciudad. Hace muchos años por ahí se paseaban las buenas y respetables familias de la ciudad, pero desde hace doce años se pasean las mujeres y hombres que gustan venderse públicamente, algunos son hombres vestidos de hombres, algunas son mujeres vestidas de mujeres, algunos son hombres vestidas de mujeres y otras son mujeres vestidos de hombres… todo es tan confuso. El asunto es que llegué a esa calle el día que el PRI perdió por primera vez las elecciones federales. Después de terminar la mudanza, desde ese departamento en el segundo piso, pude escuchar cómo algunos salían en auto a pasear por la calle celebrando el triunfo de su candidato. Esa noche no imaginé que la exitosa vida nocturna y putera tenía los días contados. Pero me adelanto, para contar cómo la violencia del narco y los gobiernos conservadores han destrozado la vida prostibularia de mi ciudad debó ir más atrás, a 1991, cuando nadie pensaba que el PRI perdería una elección. Fue en enero de ese año que un presidente municipal, Carlos Román Cepeda, en un arranque de ingenuidad religiosa moralista, decidió cerrar la zona roja de golpe, fue tan sabio que nunca imaginó que todos los que vivían del sexo decidirían esparcirse por el centro de la ciudad como una costra sexual. Ubicada en la colonia Maclovio Herrera, pronto aquel lugar fue una molesta piedra en el zapato de la alta sociedad de Torreón. Las señoras elegantes se escandalizaban ante todos y cada uno de los presidentes municipales.
Ninguno quiso solucionar el problema. Hasta que llegó, casi heroico, Carlos Román y obedeció a aquellos que deseaban no toparse con aquella inmoralidad ingresando a Torreón. Porque, sí, la zona roja estaba justo a la entrada de la ciudad, así que era imposible no verla. Y, habrá que dejarlo claro, el presidentito no hizo todo esto como una manera de combatir la delincuencia, la trata de blancas, la prostitución infantil, sino lo hizo porque era importante quedar bien con la doble moral de los habitantes más poderosos de esta ciudad, todos ellos muy respetables, por supuesto. Así fue que la prostitución llegó a la calle Morelos. Todos los que se dedicaban a la compra y venta de sexo se diseminaron por el centro de la ciudad, como una marea imparable. Por esa calle caminaban no sólo mujeres y hombres que se vendían, también los padrotes, y en auto los consumidores. Todo tipo de autos llegué a ver, muchos eran último modelo. También había autos que apenas podían andar, pues de todo hay en las viñas de la prostitución. Habrá que decirlo, las muchachas siempre fueron muy educadas, cuando pasaban caminando, hasta me saludaban: “Buenas noches”, decían. “Buenas noches, con cuidado”, respondía yo. Siempre he sido un caballero. También los travestis saludaban, aunque eran más efusivos: “Hola, papito sabroso”, decían. “Buenas noches, cómo está”, respondía yo amablemente. Los que no saludaban, e incluso se ponían agresivos, eran los clientes, más de una vez, en medio de la noche, mientras caminaba para llegar al departamento, me sentí en peligro cuando me confundían preguntándome cuánto costaba llevarme a la cama. A mis respuestas, no tan amables, se enfurecían.
a no se divierte Muchas veces temí que llevaran alguna pistola lista para dispararme. Pero jamás sucedió, quiero decir que nunca me dispararon, aunque alguno que otro sí hizo amago de bajarse del auto para golpearme. No pasó nada más, eso era todo, todos hacían sus negocios con cierta paz. Algunos hombres iban y contrataban mujeres, otros, hacían como que buscaban mujeres y al final subían a algún travesti. Eran adorables. Una vez un amigo mío decidió, en medio de la borrachera, que era momento de buscar una puta por la Morelos, yo intenté disuadirlo: estaba borracho y cansado. Pero insistió, así que ahí vamos en el auto sobre la Morelos, él con medio cuerpo fuera del auto, como perro, hasta que llegamos a la Plaza de Armas, y mientras se estacionaba, nos abordaron media docena de travestis. Me ofrecieron las delicias del sexo anal y yo sólo afirmaba una y otra vez: “No, gracias, que solo soy el chofer”. Mientras hacía esto, mi amigo, absolutamente borracho, decidió tomar la mano de uno de aquellas vestidas y comenzar a cortejarla. Yo le decía, una y otra vez, que se estaba enamorando de un hombre, no de una mujer. A esto no le veo nada de malo, simplemente tenía que hacerle la aclaración. Carajo, qué complicado es ser políticamente correcto.
mancharle los zapatos a alguna de aquellas travestis y eso sí sería un gran problema. Entonces tuve que tomar una decisión radical y alejarnos con rapidez mientras recibía múltiples insultos de parte de todos: de mi amigo que creía perdido el amor de su vida y de las vestidas que esperaban algo más de nosotros. La vida nocturna era eso: algunas aventuras simpáticas sin peligro de terminar muerto. Incluso entraba a lugares francamente peligrosos. Me fascinaba un lugar espantoso que se llamaba el “Imagina”, creo que hacía referencia a la canción de Lennon, pero adentro no había ni paz ni amor ni hermandad. Lo que había era un grupo de rancheros tocando cumbias, hombres que venían de trabajar: albañiles, obreros y algunos delincuentes menores y también mujeres, muchas, que cobraban el baile por canción a diez pesos. El espectáculo era maravilloso, quizá, de los momentos más tristes de la humanidad. Bueno, el momento más triste era cuando me daban ganas de ir al baño y descubría que los lavabos en realidad también funcionaban como mingitorios.
Pero jamás sucedió, quiero decir que nunca me dispararon, aunque alguno que otro sí hizo amago de bajarse del auto para golpearme.
El asunto es que mi amigo no se daba por enterado y yo preocupadísimo porque podría vomitar afuera del auto y
La tranquilidad también reinaba en los tables. Las chicas hacían sus bailes y los hombres babeábamos como perros. Los meseros servían bebidas adulteradas y los gorilas de seguridad se tornaban violentos a la primera provocación. Las bailarinas se ponían borrachas y se les trababa la mandíbula por culpa de la coca y los dueños cobraban con alegría todo al doble. El alcohol y la cocaína corrían por gargantas y narices, y el dinero pavimentaba todos los gustos de los clientes. Lastimosamente, siempre he sido un pobretón y apenas podía comprar un par de cervezas, pero vaya que las disfrutaba, quiero decir que les daba traguitos para que me duraran más. Sí, cuánta miseria, carajo, ustedes no saben lo que es tomar dos cervezas en cinco horas. Extraño tanto esas épocas de pobreza y paz. Porque ahora los dueños de
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la ciudad no son los ciudadanos ni el estado, los dueños son los sicarios, los halcones y los puchadores. El narcotráfico, pues. Y en especial poseen todos los negocios que impliquen alcohol, juego o sexo. Entonces, la ciudad experimentó un cambio radical, en pocos meses la vida nocturna murió. No sólo los tables o los prostíbulos desaparecieron, sino que casi todos los bares cerraron o recibieron la visita del narcotráfico. En algunos casos para extorsionar a los dueños, en otros para ejecutar a alguien dentro del lugar o para realizar masacres como las que experimentaron los bares Las Juanas y El Ferrie. Dos lugares, entre otros donde hubo muchos muertos y no aparecieron en las noticias internacionales como se esperaría. Las noches alegres comenzaron a menguar. Casi todo cerró, uno por uno fueron esfumándose, gracias a las extorsiones de los dos carteles que se encontraban enfrentados en la ciudad, pero, sobre todo, también fue gracias a que el actual gobernador del estado, Rubén Moreira, tiene en su mente una fijación moral donde los casinos, los tables y las prostitutas son los culpables de todo lo malo que pasa en las ciudades de Coahuila. Su visión es tan limitada que ni siquiera ha argumentado con claridad por qué es necesario clausurar todos esos lugares. Incluso siente aversión hacia el alcohol y los bares, pero la industria cervecera es muy poderosa en este país, así que ha preferido no meterse en esos asuntos.
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DANIEL HERRERA (Torreón, 1978) es escritor, profesor y periodista. Ha publicado en distintas revistas nacionales y es autor de los libros: Con las piernas ligeramente separadas (ICOCULT, 2005), Polvo rojo (Ficticia, 2009) y Melamina (Tierra Adentro, 2012). JESÚS FLORES, (Torreón, 1978) Exposiciones individuales: Western Sun, 2014 / Gallery of Famous Tightrope Walkers and Escapists, 2012 / Voluble Natura 2008 / Earth and Wind Genesis, 2007 / Everyday Tourism, 2006 / Habitable Emptiness, 2005 / N. I., 2003 / Technicolor Insomnia, 2003 Exposiciones colectivas: Pingyao International Photography Festival 2013. You, the others; Latin American Queer Selections. Anonymous Gallery, Mexico City, July 2013 / Manifesto: Homo Videns Ludens. Fototeca Nacional. Pachuca, Hidalgo, 2010 / Mexican Contemporary Photography. Siófok, Hungary, 2010 / Creation in Movement (FONCA 2008-2009). Ex-convento del Carmen, Guadalajara, Jalisco, 2009 / XII Photography Biennial (selected). Centro de la Imagen, Mexico City, 2006.
Pronto pasamos de algo así como doce tables y más de treinta “salas de masajes”, a ni un solo table y apenas catorce burdeles, luchadores solitarios contra el gobierno local y estatal empeñado en cerrar todo los lugres donde el hombre termina convertido en un vil animal perdido y degradado. Y es que para las autoridades, el alcohol, el juego y las mujeres son el origen de toda la maldad. Esta posición es moralista y miope. ¿Por qué Moreira está tan obsesionado? ¿Cómo pasamos de un gobierno municipal dominado por el PAN, un partido mucho más conservador, a un gobierno priista, se supone más liberal, pero que se comporta como el primero?
...la vida nocturna murió. No sólo los tables o los prostíbulos desaparecieron, sino que casi todos los bares cerraron o recibieron la visita del narcotráfico. En algunos casos para extorsionar a los dueños, en otros para ejecutar a alguien dentro del lugar o para realizar masacres como las que experimentaron los bares Las Juanas y El Ferrie.
Atacados por múltiples frentes, las putas, las madrotas, los meseros, los dueños, todos tuvieron que recular. El golpe también afectó a las que se vendían en la calle, patear las banquetas se volvió peligroso. Aunque, pronto encontraron un nuevo nicho: la policía federal. Esa policía lista para no defendernos, se dedicó a contratar a todas las mujeres que laboraban en la Morelos y alrededores. Y de pronto, ya no había chicas para los civiles, si es que algún civil deseaba acercarse al hotel del centro donde estaba apostada la policía federal. Pero digamos que eso fue un caso excepcional.
Aquí viene lo que realmente me tiene preocupadísimo, en ascuas. Si Torreón se distinguió por ser una ciudad caliente y borracha, y ahora sólo le queda el alcohol y el Santos para desahogarse, ¿qué es lo que va a hacer? Si ahora salir a divertirse se ha convertido en un peligro, con la posibilidad de ser uno de los tantos cuerpos que abarrotan la morgue del hospital universitario local, me preguntó, ¿qué van a hacer los hombres de esta ciudad?, ¿acaso dormirán con sus esposas y novias todas las noches? Las bailarinas se han mudado a otras ciudades, los dueños desaparecieron y los meseros ahora manejan taxis. Tal vez el sexo en Torreón se vuelva más aburrido, las pocas prostitutas que quedan también se cansarán de atender a los mismos hombres. Lo más probable es que todo ese mundo que explotaba todos los días, ahora tenga que recluirse y esperar mejores tiempos, a que pasen los políticos moralistas pero ineptos, a que pase la crisis económica y a que la violencia disminuya a niveles aceptables.
El panorama no es alentador para el mundo sexual de Torreón, la ciudad que ahora es caliente sólo gracias a su clima desértico. Tal vez es momento de que todos nos refugiemos en la cerveza, esa es una buena idea, ahorita mismo voy por una y… TRAVEN
Foto: Jesús Jesús Flores Flores.
Reinventamos Lavapiés p estamos asustados y qui
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Julio Santamaría
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n piso en Tirso de Molina. Al principio de la noche hacemos un repaso de los libros leídos por cada uno de nosotros en el último mes. Alguien nombra Tiempo de silencio de Martín Santos y a la memoria me viene uno de los capítulos finales de la novela. Un libro que nos resultaba un auténtico ladrillo allá por los diecisiete y que la providencia quiso que fuese el texto a analizar en el examen de selectividad.
Este fragmento, sin embargo, se ha convertido en un recuerdo al que acudir cuando se me plantea la idea de empezar algo, una especie de mantra que me previene que los principios son sólo el aviso de que existen finales: Si no encuentro un taxi no llego. ¿Quién sería el Príncipe Pío? Príncipe, príncipe, del fin, principio del mal. Ya estoy en el principio, ya acabó, he acabado y me voy. Voy a principiar otra cosa. No puedo acabar lo que había principiado. ¡Taxi! ¿Qué más da? El que me vea así. Bueno, a mí qué. Matías, qué Matías ni qué. Como voy a encontrar taxi. No hay verdaderos amigos. Adiós amigos. Adiós amigos. ¡Taxi! Por fin. A príncipe Pío. Por ahí empecé también. Llegué por Príncipe Pío, me voy por Príncipe Pío. Llegué solo, me voy solo. Llegué sin dinero, me voy sin…
Y en ese momento 2014, 1997, 1962 y los años cuarenta se confunden en un pensamiento y en un gesto que apenas resulta perceptible para los demás, mientras añado sin saber si alguien me escucha: “creo que no, jamás la leeré entera”. Tirso de Molina, Príncipe Pío, quizás podría hacer notar el envoltorio literario de muchos aspectos de mi vida, como si existiese una predisposición a que cualquier lugar que visito o cualquier situación en la que me involucro tengan un equivalente novelesco. Una compañera de la facultad era capaz de afirmar que vomitaba flores amarillas como las que llovían sobre Macondo, aunque se tratase de una indigestión por consumo excesivo de maíz. En realidad, como decía un profesor de mi adolescencia, todo está en los libros y pretender ser único es el pecado
de cualquiera que cuenta una historia. Todo ese afán protagónico se desvanece porque, al volver a la realidad del salón de Tirso, advierto que estar sentado junto a cuatro abogados tiene el encanto de que los descubras hablando de procedimientos penales y poniendo a parir una de las castas del sistema judicial español: los procuradores. Volviendo a la noche en cuestión, la idea, como digo, es empezar en Tirso, que es como el hall de Lavapiés, y sobre todo porque allí es donde vive el amigo que ha decidido que hoy toca tapear. En Madrid nos dio, o les dio, hace ya unos años por reinventar barrios, supongo que a imitación de otras grandes ciudades europeas. Siempre se pone de ejemplo Chueca, que pasó de ser el barrio de las putas, los yonquis y algún convento de monjas de clausura, a ser ese paraíso homosexual donde la libertad y la tolerancia se han travestido de tiendas de moda y del prefabricado gay way of life. La vecina Malasaña le siguió los pasos, o lo precedió, no sé, yo llegué a Madrid con dieciocho años, allá por 1997, con la mesa ya puesta. Quizás haya asistido al despertar de La Latina y quién sabe si al de Lavapiés, porque sigue en proceso. Para alguien que vive en Carabanchel, barrio de periferia, sigue persistiendo esa idea de que la antigua autopista de circunvalación de la ciudad, la M30, o el parque que la ha sustituido, revalorizando los aledaños y arruinando a la ciudad, son la frontera psicológica y cultural que se traslada incluso a Facebook, donde existe un grupo que reune a aquellos que sólo se acuestan con gente del centro. Endogamia elitista y geográfica.
porque tenemos treinta, izá somos felices Lavapiés sigue siendo un barrio de inmigrantes, lleno de tiendas, de restaurantes indios y paquistaníes, de negros en las plazas, de peluquerías árabes. En los últimos años, y últimos pueden ser quince o veinte, la zona se puso de moda entre la juventud más cercana a la izquierda, que lo ve como una antítesis de barrios como Salamanca o Chamberí, bastiones de la burguesía capitalina. En Lavapiés se ha restaurado bastante y eso encareció la vivienda, hasta que se nos pinchó la burbuja inmobiliaria. Salir por Lavapiés es ideológico. Hace años escuche a un tipo decir que no entendía qué hacían los típicos niños de papá por el barrio una noche de sábado, que si buscaban experiencias proletarias lo que tenían que hacer era trabajar. Y trabajar es una especie de El Dorado en este fallido milagro económico que se llama España. Esta noche somos cinco pero representamos con fidelidad el panorama de este país: dos parados, dos contratados y un emprendedor. Y aún así salimos de tapas y vinos. Cuando vienen de visita, los amigos de fuera dicen que España no puede estar tan mal, porque la calles, los bares y las terrazas siguen abarrotados, y no sólo los fines de semana. Yo siempre respondo lo mismo:
“es que estamos asustados”. Asustados porque con veintipocos o veintitantos pensábamos comernos el mundo, por muy topicazo que suene y sea el desengaño generacional más manido sobre el que se pueda escribir. Ahora montan en Lavapiés un festival de la tapa que, en un alarde de ingenio superlativo, se llama Tapapiés. Porque el barrio hay que reinventarlo o porque en realidad hay que potenciar lo que siempre fue: un barrio de obreros donde prima la tapa y no el gourmet. La oferta a la que se une medio centenar de bares consiste en tapas a un euro. Y la clave es ese euro, el precio para que los asustados lo estemos menos y hagamos honor a esa tradición española de estar fuera de casa el mayor tiempo posible.
...qué hacían los típicos niños de papá por el barrio una noche de sábado, que si buscaban experiencias proletarias lo que tenían que hacer era trabajar.
Somos unos asustados felices y somos capaces de pasar en cinco minutos del lamento por nuestra precariedad laboral a alabar las virtudes del camarero, y no precisamente en el ejercicio de su profesión. Hablamos de hipotecas con la misma facilidad que hablamos de la próxima fiesta del siglo. Confiamos en que la crisis será pasajera y mientras tanto nos enamoraremos o echaremos algún que otro polvo. Pasamos de un bar a otro de la calle Argumosa, mojándonos con la lluvia copiosa para aspirar tres caladas de un cigarrillo de liar.
Tapapiés es Lavapiés reinventándose y suicidándose para nacer como mariposa, sin saber que el encanto era ser gusano. Y nosotros somos treintañeros que nos reunimos en Tirso con la excusa de cenar tapas, pero que necesitamos sentirnos participes de esa reinvención, porque si no estaríamos más asustados. TRAVEN
JULIO SANTAMARÍA (1979) es licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Edición por la Universidad de Alcalá. Es socio y redactor de la revista digital EnCubierta.
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Estampas de un vi
Joserra Ortiz
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legué a La Habana después de más de veinticuatro horas de viaje. La noche anterior a mi salida hacia la isla caribeña, la pasé en el Camino Real del aeropuerto del DF, encabronado porque me cobraron por usar el internet. En un principio, pensé que a todos los que conseguíamos hospedaje rebajado se nos castigaba de esa manera, pero las pláticas entre fumadores hacinados a la puerta del hotel Me confirmaron que la cultura del abuso sigue siendo la norma en la industria mexicana del turismo, la misma que después de las malogradas remesas y el asaltado petróleo mantiene y sostiene a este país. En fin.
Ahora pienso en este episodio como un entrenamiento de lo que venía: en Cuba tuve que sobrevivir una semana completamente desconectado de la red. Me hospedé en el Hotel Habana Libre, sobre todo porque ahí se llevó a cabo el congreso de estudios trasatlánticos al que fui a leer una ponencia sobre nueva literatura policiaca en México. Originalmente hablaría también de dos textos españoles, pero uno no vale para nada la pena, ni el cansancio de leerlo, y el otro no es exactamente una novela detectivesca, así que finalmente los descarté. Nadie en mi mesa los echó de menos, porque nadie en mi mesa sabía de qué hablaba: para ellos lo nuevo sucedió hace treinta años. Belascoarán Shayne y Carvalho siguen siendo la novedad y la sorpresa. En la academia, el neopoliciaco latinoamericano será lo de hoy durante muchos años por venir, aunque a sus perpetuadores originales ya ni les interese, si es que no están muertos. Esas cosas. Pero a lo que iba: en el hotel había internet, pero solo en las computadoras de su centro de negocios, o algo así, y al exorbitante precio de catorce dólares la hora. Como todos, hice cuentas: eso eran suficientes mojitos. No podía desperdiciar el dinero. Como es muy difícil comprar viajes a Cuba desde los Estados Unidos, donde vivo, mi padre me ayudó a arreglar el viaje desde San Luis. Un paquete completo, vuelos de ida y vuelta a La Habana, transporte al hotel, desayunos incluidos y, lo más importante, la visa y un seguro médico. Tenía copias escaneadas de toda la papelería importante, pero como necesitaba la visa original, se me indicó que esperara a un señor en la fila del aeropuerto y él me la entregaría. Así que cuando fui a formarme a las cinco de la mañana comencé a buscarlo, pero no lo
encontré. Le pregunté por él a medio mundo y nadie lo conocía. Le llamé al celular que me dio para localizarlo y la única respuesta que obtuve fue la maldita grabación de “lo sentimos, el número que usted marcó está equivocado o se encuentra fuera del área de servicio”. Cabrón, mil veces cabrón, pensé cuando en el mostrador de la aerolínea tuve que desembolsar cuarenta dólares para comprar una visa nueva.
Mientras documentaba, me fijé con más atención en los que serían mis compañeros de vuelo. Había familias completas cargadas de demasiadas maletas y bolsas, cajas y paquetes mal amarrados. Una de ellas tuvo un altercado con un guardia de seguridad y gente de la aerolínea porque la televisión LCD que llevaban excedía, por cosa de una pulgada, las medidas permitidas. Finalmente, no los dejaron pasarla y se las confiscaron. No vi a nadie ir detrás de esa tele cuando se la llevaban arrastrando. Pensé que no les importaba demasiado perderla. Detrás de ellos había un grupo grande de muchachos muy jóvenes con pla-yeras similares en las que se distinguían motivos católicos. Iban muy bien resguardados por un grupo de monjas que miraban atentamente la escena del televisor. La fila la completaban algunos cubanos disfrazados de Daddy Yankee, dos o tres parejas de mexicanos fofos y cubanas de revista, y los que obviamente realizaban su viaje con motivos de turismo político nostálgico que, me imagino, practicaban mentalmente la pose que tomarían cuando les sacaran sus fotos en la Plaza de la Revolución. Supongo que ellos son los que después de comprar memorabilia Che Guevara, se dedican al turismo sexual –las dos fuentes principales de riqueza en ese país, concluyo
iaje a La Habana I después de lo que vi a ojo de buen cubero. Por suerte me tocó sentarme junto a una pareja bastante amable que me repitió los consejos que otros ya me habían dado para disfrutar enormemente de La Habana (cosa que hice, por supuesto), e intenté dormir. Por desgracia, uno de los muchachos católicos se puso a cantar con su guitarra una de esas canciones sobre la amistad de Jesús y esos rollos. Si hay algo peor que un chairo, es un chairo cristiano. Lo sé: me eduqué entre ellos.
Fuera de eso, el vuelo fue placentero. Desembarcamos en orden y nos dirigimos al control de pasaportes y visas, donde me di cuenta de que no había sellos ni estampas; supongo que nadie quiere tener registro de su viaje a Cuba, no vaya a haber luego un problema cuando se le antoje visitar Disneylandia. De camino en búsqueda de mi equipaje, tuve que cruzar un control en el que varias enfermeras me hicieron un montón de preguntas respecto a mi salud. Ahí empezó mi experiencia cubana: apenas me escucharon hablar, una de ellas me pidió un billetito mexicano, por favor. Le dije que no tenía y ella me miró de mala manera. Se me ocurrió inventarle que mi dinero lo tenía alguien más que venía en otro vuelo y me lo entregaría en el hotel. No sé porqué le inventé eso, supongo que tenía que inventarle algo, pero no funcionó. Empezó a pormenorizar su cuestionario sobre mi estado de salud,
advirtiéndome las causas por las que se me podría negar la entrada. Entendí perfectamente lo que pasaba; saqué de mi cartera un billete de cincuenta pesos y me hizo deslizarlo abajo del cuestionario que dejó de leer inmediatamente.
mi mayor sorpresa, revisó cuidadosamente los pocos libros que llevaba, uno por uno, hoja por hoja. Incluso leyó las cuartas de forros.
Para recoger mi maleta tuve que esperar a que las familias de excesivo equipaje terminaran de agarrar todo lo que traían. Iba muy contento rumbo a la puerta de salida, cuando me detuvo un oficial para preguntarme a qué venía a Cuba. No tenía muchas ganas de hablar así que solamente dije “turismo” y seguí mi camino. Él me detuvo de nuevo. “Qué clase de turismo, qué piensa visitar.” “No sé,” le dije, “lo que ofrezca La Habana,” y enlisté los primeros lugares que me vinieron a la mente. “Cómo sabe de esos sitios, si es la primera vez que viene;” “este… supongo que son famosos.” “Así que solo va a estar en La Habana;” “sí,” le confirmé un poco harto. “Y cuánto tiempo,” “una semana.” “Y sólo es turista,” “sí.” “Con quién se queda, dónde se hospedará,” saqué los papeles de la reservación del hotel. “Y a quién conoce en la isla,” “a nadie”. “¿A nadie?” “A nadie.” Me llevó hacia una mesa para revisar mi equipaje; llamó a alguien más que vino a acompañarlo en la inspección. Sacaron todo: mis calzones, mis camisas, mis pantalones, mis menjunjes de limpieza personal, hasta desdobló mis calcetines. Para
“¿Y este es bueno?,” me preguntó señalando La generación Z y otros ensayos, de Alberto Chimal.
...supongo que nadie quiere tener registro de su viaje a Cuba, no vaya a haber luego un problema cuando se le antoje visitar Disneylandia.
“Más o menos. Les falta profundidad a algunas de las reflexiones y agudizar un poco la crítica en general,” le contesté con más ganas de pedirle que leyera la breve reseña que publiqué en goodreads. “En si, los textos son muy simples, por no decir simplistas y tienen poco rigor crítico y dialógico.” “Y por qué trae estos libros”. Le conté entonces que soy hispanista y que iba a aprovechar mis días en La Habana para ir a un congreso de estudios literarios
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trasatlánticos, donde leería un trabajo sobre lo que ya he dicho. También le dije qué libros españoles había desechado finalmente de mi reflexión y me quejé de lo mismo que ya me he quejado aquí. “Pero usted dijo que viene como turista… que está aquí para hacer turismo.” “Sí, eso dije.” “Pero ahora me dice que viene a un congreso.” “También. El congreso solamente dura dos días, el resto de mi estancia pienso visitar la ciudad y divertirme.” Llamó entonces a un tercer policía que, según esto, sabía todo sobre los distintos congresos que suceden en Cuba y que él confirmaría mi historia. Le dije que si quería confirmar mi asistencia a ese congreso podía llamar al joven que se había encargado, durante meses, de bombardear mi cuenta de correo con notificaciones sobre mi aceptación, asistencia, hospedaje y los abusivos costos del evento en el que los no cubanos pagábamos, más o menos, cien veces más que los nacionales. No exagero y tampoco me quejo: durante mi estancia en la isla me di cuenta que es una práctica común y corriente abusar así de los foráneos. Supongo que a todos nos creerán ricos.
él, no sé si lo conoceré durante el congreso, sólo sé que él lo organizó.” “Y después va a hacer turismo.” “Sí.” “Y con quién va a hacer turismo, ¿con este señor?” “¡No! Con ese señor no tengo nada que ver.” “Pero tiene su número.” “Si hago turismo lo haré con mis amigos y no con un señor que desconozco y que organizó el congreso,” dije casi gritando, desesperado por sentirme en un ridículo sketch de Chespirito. “Pero usted dice que no conoce a nadie en la isla, ¿cómo va a hacer turismo con amigos?” “No tengo amigos cubanos. No pretendía y ahora no espero viajar con cubanos.” “Entonces, con qué amigos va a viajar.” “Pues con amigos que vienen al congreso, gente de otros países.” “¿De otros países, no cubanos?” “Ajá.” “Dígame sus nombres.” Impaciente, tomé el programa del congreso y con un marcador amarillo, resalté los nombres de los conocidos y amigos con quienes me encontraría. Resalté también sus países de procedencia (Estados Unidos, Perú, España y Argentina), al igual que mi nombre.
“...durante mi estancia en la isla me di cuenta que es una práctica común y corriente abusar así de los foráneos. Supongo que a todos nos creerán ricos”.
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Pedí permiso al oficial para buscar mi agenda entre mis cosas y le di el número telefónico del organizador del congreso. Él lo miro con desconfianza y encarándome me recordó que yo dije no conocer a nadie en Cuba. “No conozco a nadie en Cuba,” le respondí. “Pero me está dando el número de teléfono de un conocido.” “No lo conozco, no conozco a nadie; él nos dio su número a todos los asistentes al congreso.” “Y entonces con quién viene usted.” “Solo.” “Y a quién viene a ver.” “A ver, a ver, a nadie.” “¿Y este señor?”, preguntó señalando el teléfono garabateado en mi agenda.” “Este señor qué.” “¿Viene a verlo?” “No.” “¿No lo va a ver?” “No sé.” “…” “O sea, no vengo a verlo a
JOSERRA ORTIZ (San Luis Potosí, 1981) es escritor y doctor en estudios hispánicos por Brown University. Desde 2002 dirige las “Jornadas de detectives y astronautas”, donde edita el Cuaderno Rojo Estelar. Es profesor de español y de literatura latinoamericana en universidades de Nueva Inglaterra. En 2011 publicó el libro de cuentos Los días con Mona (FETA). RODRIGO DADA (San José, Costa Rica,1987) ha expuesto en El Salvador, Guatemala, Estados Unidos, España e Italia. En 2010 fue ganador en el festival de fotografía emergente Emergent Lleida. En 2011 obtuvo el Premio Arte Laguna (Italia), Under25, sección fotografía y fue finalista en el festival Icaro. Categoría Corto de ficción. En 2012 fue seleccionado para representar a El Salvador en el FOTOWEEK DC. En 2013 fue seleccionado para la Bienal de Artes Visuales del Istmo CentroAméricano (BAVIC).
No sé si quedó contento, pero ya no me dijo otra palabra. Me tuvo parado ahí durante quince minutos más mientras esperábamos al otro policía experto en congresos que nunca llegó. Finalmente me dejó ir y yo salí al aeropuerto paupérrimo de La Habana donde ya me esperaba, un poco harto, el chofer del transporte incluido en mi paquete turístico. Le hubiera contado toda esta historia si me gustara platicar con taxistas, pero es una costumbre que no tengo, así que miré por la ventana aquel paisaje maravilloso que conduce hacia la capital internacional de la revolución y esas cosas. Unos minutos después, vi pasar a nuestro lado a los que en el aeropuerto mexicano les negaron viajar con su pantalla de plasma enorme. Por supuesto, la llevaban amarrada al techo del coche. TRAVEN
Rodrigo Dada
Rodrigo Dada
JesĂşs Flores
Mis renteras José Eugenio Sánchez
aunque las tres son señoritas la más joven tiene 62 no me pidieron referencias: una dijo que me parecía a cristo espero no llegue el día en que me pidan les arregle la puerta el matamoscas la regadera ya me imagino yo con una estilson entrando al baño siendo testigo de una penosa tragedia: una mujer con piel de trapo y el cabello enjabonado diciendo: vente chiquito o si le tienes miedo al agua vamos a la alcoba nada más pásame el bastón sirve que me pegas con él TRAVEN
JOSÉ EUGENIO SÁNCHEZ (1965) Vaquero regiotapatío, inventor del fenómeno poético underclown. Entre sus libros se encuentran La felicidad es una pistola caliente, Physical graffity, El azar es un padrote y Tentativa de un sax a medianoche. Obtuvo el Premio Internacional de la Fundación Loewe a la Joven Creación. Fue invitado por el U.S. State Department al International Writing Program donde recibió el título de Honorary Fellow Writer de la University of Iowa. Fue becario de Jóvenes Creadores del FONCA y es Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
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Hayao Miyazaki en la
Horacio Lozano
Punk-Dadá & Relaciones Exteriores
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n 1999 Hayao Miyazaki vino a México. Mi querido amigo Gianfranco Conca trabaja en Relaciones Exteriores como Asesor Cultural, también tocaba en una banda de post-punk, o como ellos le decían: punk-dadaísta. Un viernes vino de visita a Querétaro, era invierno, me acuerdo porque estaba el árbol de navidad en Plaza Constitución. Me dijo que, desde hacía varios años, la embajada de Japón organizaba encuentros internacionales con países latinoamericanos, y que había un proyecto en puerta de traer a México una especie de fusión-aperitivo japonés, y que México sería algo así como el país anfitrión.
Confesó que en el fondo era una reunión de negocios, cuestión de zonas industriales y autos del futuro. El punto es que me asignaron al invitado de honor para mostrarle un poco de nuestra cultura y nuestras raíces, dijo Gianfranco igual que en las películas de misterio. ¿Y sabes quién es el invitado de honor? No, respondí intrigado. Hayao Miyazaki.
Toquín en el Pervertido de la Cloaca Gianfranco quería traer al Sr. Miyazaki a las fiestas de la Cruz, las fechas coincidían, dijo que los concheros lo iban a impresionar, que la música y el baile lo mandarían al demonio. Era una gran oportunidad. Llegaron en una camioneta blanca, los recibí en Plaza de Armas, venía con ellos un traductor japonés, joven, de poca estatura. Saludé con reverencia al Sr. Miyazaki y sonriente me dijo, a través del traductor (que a partir de aquí funcionara como en automático) “Bella ciudad en el bajo México”. Gianfranco tenía resaca, una noche antes había tocado con su banda en el Pervertido de la Cloaca y la fiesta se había puesto tan buena que el baterista arrojó la tarola a la cabeza de una chica que había ido desde Satélite. Quería dormir un poco, me pidió que paseara al Sr. Miyazaki mientras él descansaba. Me dijo que en el camino casi se guacareó sobre los pantalones impecables del traductor. Una pesadilla. Ninguno de los dos sospechó que me toparía con Saul Galo vestido de conchero alfa.
Tonacacíhuatl Llevé a Hayao Miyazaki a comer unas enchiladas queretanas y mantecado, paseamos por Santa Rosa de Viterbo y muchas otras iglesias, plazas y mercados, todo en el centro. Siempre tenía una reflexión y una duda, su facilidad de contemplación me dejó fascinado, parecía un maestro espiritual, en realidad, para mí ya lo era. Hablamos de literatura. Resultó que el traductor era también un gran lector, magnífico estudioso de Lev Tolstoi y Boris Vian, una locura. Miyazaki reía, se le veía contento. Yo quería hablar sobre sus películas, naturaleza y mitología. Pero todavía no era momento. Habíamos quedado con Gianfranco de vernos en el hotel para subir al Templo de la cruz y ver el ritual. Subimos por el Andador Libertad y un grupo de concheros pasó a nuestro lado con sus penachos coloridos, asombrosos, sonando de arriba a abajo; morenos, relucientes. Pude ver el rostro del Sr. Miyazaki lleno de asombro, fue trascendental. Pensé en su Princesa Mononoke y los jabalíes. ¡Janko!, me gritaron de pronto. Era Galo, con un penacho de 600 plumas, maquillaje blanco y negro, líneas de tiempo, vestuario sagrado completo, imponente. Le presenté a Hayao. Es mi mejor amigo, le dije al traductor, ambos japoneses hicieron reverencia, al presenciar eso me sentí extasiado. Orientales rendidos ante el gran Tonacacihuatl. Un bello instante que todavía guardo como el pan de muerto.
as fiestas de la Cruz Huele a carne quemada
cía que sus ojos se volvían salvajes a cada trago.
Galo nos arrastró entre humo de incienso, mujeres enormes, plumas de aves fénix, brebajes y sonidos enigmáticos. ¡Abran paso a mis amigos del Japón!, gritaba en todo momento entre risas y bailes. Llegamos al círculo donde él bailaría justo enfrente de la iglesia del Calvarito. El Sr. Miyazaki estaba hipnotizado con todo lo que veía a su alrededor. Un conchero pasó a su lado con una cabeza de coyote colgada del penacho, una mujer de piernas largas y brillantes se movía con éxtasis muy cerca del traductor. Hablaban entre ellos, murmuraban, no reían, los vi más serios que nunca.
Huele a carne quemada, dijo el Sr. Miyazaki.
Aquí se está llevando a cabo un rito, no molestar
forma de lle“...nos arratró entre gar Noconhabía Gianfranco, supuse que se preocuparía y nos iría a buscar a mi casa en humo de incienso, Villa Oporto. Llegamos concheros mujeres enormes, plumas esquivando exorcizados y puestos de Por la noche iban de aves fénix, brebajes fritangas. a encender el tradicional castillo. La música no frelos cuetes seguirían y sonidos enigmáticos. naría, tronando. Saul Galo se comprometido a Abran paso a mis amigos había bailar con el grupo de San Francisquito Apatzinguán (Los Tlacuaches), su penadel Japón”. cho, taparrabos, y esquirlas
Galo se acercó a Miyazaki y le dijo: Todo esto es como en sus películas, aquí también las vemos. Hoy pago una manda que le hice a la Virgen y voy a bailar hasta el amanecer.
Y comenzaron los tambores, las flautas, el fuego, la tarde prendida. Unas mujeres con taparrabos color rosa ácido se le acercaron al traductor y le dieron un chorro de pulque que escupió, después le ofrecieron mezcal y pare-
secas de sonido ancestral atadas a los tobillos, eran prestadas.
Nos resultaba extraño tener que pugnar con él. Su extrema flacura lo hacía parecer un fantasma prehispánico, sabio y peligroso; no era el guerrero sangriento ni mucho menos el sacerdote distante, era algo así como un semi-
dios psicótico del Sangremal: experto en mujeres morenas y elementos del cosmos contemporáneo. Su peregrinaje por los pasillos de Villa Oporto ocasionaba un eco antiguo y místico. Estaba agotado de tanto bailar. Se le notaba abstraído y mentalmente apaciguado. Miyazaki y el traductor habían tenido el detalle de comprar cervezas y ron. La fiesta en Villa Oporto apenas comenzaba, la fiesta en el Barrio de la Cruz apenas comenzaba, Santiago Apóstol de los niños héroes apenas se levantaba con su espada de fuego. Nosotros, los testigos, tomamos la evidencia y dejamos que nos inundara con sus calores etílicos. Afuera, los concheros bebían pulque, comían peyote y fumaban tabaco oscuro para espabilar la debilidad. Eran épocas de
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gloria y fertilidad. Poco a poco Saul Galo y el Sr. Miyazaki se adaptaron a la noche. Regresaban de sus respectivos trances, se situaban de nuevo en la tierra baldía de nuestro cerro americano. En un despliegue pop, Galo le puso al traductor, que ya llevaba varios mezcales, el gran penacho sobre su cabeza, el pequeño japonés simuló un baile similar a los que había visto en estas extrañas tierras, después hizo una danza japonesa tradicional que todos aplaudimos con placer y alegría porque había sido hermosa. El traductor volvió a ser joven. Saul Galo tomó el penacho y lo colgó a la entrada de Villa Oporto. Marcando territorio sagrado. Aquí se está llevando a cabo un rito, no molestar. Apenas el cielo mostraba las primeras equivalencias y mientras el ron y la cerveza y el mezcal circulaban, algunos de nosotros guardábamos silencio para vislumbrar un poco de esto y un poco de aquello. Como insectos sin bautizar. Éramos nuevos en esto del mundo y sus hechizos, éramos nuevos en básicamente todo. Lo único que queríamos era ejercitar la memoria y el deleite. La presencia de Hayao nos llenaba de vida. Los cuetes mártires retumbaban en toda la manzana como señales de guerra. Y es que también había una guerra, nos quedaba lejos, pero la gente moría. Todo esto nos atiborraba de resignación, las fuerzas invisibles que se invocaban en esos momentos nos daban el poder que necesitábamos para asimilar el presente.
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Las calles y sus habitantes bucólicos navegaban en blancos ríos de pulque. Se podía oler cómo se fermentaban, y entonces alguien sacó los instrumentos y comenzó la música, la poesía, los corales, la ceguera temporal. Todos los testigos nos sentíamos limpios, radiantes, Saul Galo también, Hayao Miyazako también, Gianfranco Conca también, el traductor también, las plantas y los indóciles también.
HORACIO LOZANO WARPOLA (México D.F., 1982) Ha escrito los libros Neónidas: 2006 -2008, Lago Corea y Física de Camaleones. Apareció en la Antología Besar de Lengua y editó el Embutido de Poetas - Muestra de Poesía Mexicana Actual de Mamá Dolores Cartonera. Es fundador de los proyectos Ciudad Q / Inventario Territorial, Cine Panorama y Laboratorio Murciélago. Actualmente colabora en distintas revistas bajo el seudónimo de Jänko Erwin y fue ganador del IX Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende 2014 en la categoría de poesía. EUGENIO CRISTO VIVANCO (Monterrey, 1981), arquitecto y artista plástico, es autor del proyecto digital Banquetas Monterrey y editor de la revista Residente. Desde 2001 ha expuesto de manera individual y colectiva en distintas ciudades de México y el extranjero. En 2010 realizó la exposición Open wide, ese en Monterrey, En 2012 realizó en Saltillo, la instalación al aire libre Oh, Ciudat, banquetasmty.blogspot.com, quiero-ciudat.tumblr.com
El resplandor del castillo en llamas llegó hasta los pasillos de Villa Oporto. Pólvora quemada y destellos nebulosos se alzaban hacia el cielo como serpientes, Sr. Quetzalcóatl, entre aullidos y aplausos de la multitud dilatada. Más tarde, el cielo se despejó y el espacio hizo una meticulosa lectura acerca de nosotros. Nos leyó a todos, uno por uno, y terminamos agotados. Iluminados. Entre amigos.
Ponte una película de Miyazaki Al día siguiente los restos de botellas y plumas reposaban como caídos de una batalla. Galo había sido el último en dormirse, casi al amanecer, un canto final lo arrastró al sueño. Gianfranco y los japoneses habían desaparecido en algún momento de la madrugada. Las calles estaban en silencio, el Sangremal sudaba su resaca, necesitábamos recuperarnos.
Hierba y pan de dulce Los penachos se habían quedado atrás, las castañas, los tatuajes, el seppuku, Totoro. Habíamos vuelto al lado humano y nos apaleaba con fuerza en la psique y en los músculos. Muchos de los testigos desaparecieron, se esfumaron entre la pólvora humeante y los charcos de caguama tibia. Villa Oporto parecía un réquiem mexica, el sol vibraba y nuestros cuerpos se sentían como fláccidos espejismos en un desierto del bajío. Los sobrevivientes éramos tres: Galo, por supuesto, A.C (habitante de Villa Oporto y coleccionista) y un servidor-testigo. Nos fuimos salvando con carnitas, cueritos, coca-colas y algodones de azúcar. Recogimos el desastre de la noche anterior. Nos recostamos en el sofá y Galo me dijo: Ponte una de Miyazaki.
La Princesa Mononoke Este apartado no es para contar la película, ni mucho menos para reflexionar acerca de ella. Esto es un post-párrafo. En donde los testigos se conmueven pensando en Hayao Miyazaki. Japón en el Barrio de la Cruz. Miyazaki está muy cerca. ¿La película les quitó la cruda? Sí ¿La historia los conmovió hasta las lágrimas? Sí ¿Sintieron nostalgia y profunda tristeza? Sí ¿Pero fue tristeza de la buena? Sí.
Los bosques del Calvarito Todo en Villa Oporto se fue aclarando. Los ancestros parecían estar reflejados en cada piedra y en cada grieta. El tiempo transcurrido vibraba lentamente en los hemisferios como si aquí y allá fueran lo equivalente. Todo y todas la cosas al mismo tiempo. Nadie aguanta, ni los concheros, ni los japoneses, ni los bosques del Calvarito, ni los bosques de Kioto, ni los bosques que están entre nosotros. Hoy, seguimos siendo el ciervo azul, lobos blancos y gigantes y jabalíes vengativos con el hombre. También guerreros. Saul Galo y Hayao Miyazaki y el traductor dejaron Villa Oporto, pero el penacho sigue colgado en la entrada. TRAVEN Jänko Erwin es antropólogo y naturalista. No ha tenido apoyos del gobierno, ni becas, ni publicaciones, ni ha aparecido en antologías o fanzines. Nunca ha ganado un premio, nunca ha recibido algún reconocimiento. Casi nadie lo conoce. Pero no se siente solo.
Eugenio Cristo Vivanco
De un mensajero
Luis Alberto Arellano 22
Q
uerido David S.J. Hodson:
No tengo más opciones que escribirte esta carta para agradecerte, de corazón, el haberme arruinado la vida. Te cuento un poco sobre mí. Era, lo veo ahora lejano, un escritor de medio pelo, arruinado, en una ciudad de medio pelo. Tenía un trabajo decente, algunos amigos cercanos, una mujer en mi vida. Ahora no tengo nada de eso, y todo gracias a ti. Fallout New Vegas es la más diabólica arma de destrucción masiva (uno
por uno, David, ahí está lo siniestro) que la humanidad ha conocido. Es el instrumento de evasión más perjudicial para la salud, la estabilidad y la continuidad de la especie humana. Y la amo profundamente. Bethesda es la compañía más despiadada y cínica del occidente, por encima de Facebook, Blackwater, Apple y Coca-Cola. Juego tras juego, horas tras hora, nos roban la poca plata que podemos conseguir cuando no estamos frente a la pantalla. Si lo conseguimos gratis, no podemos bajar las extensiones, que siempre son lo más alucinante del mundo. Así que nos tienen, me tienen, a su total merced. Hace un par de meses, en un intento de ponerme sobrio y conservar el único ingreso fijo que tengo en la actualidad, terminando mi doctorado, regalé mi consola. No tengo qué decirte la terrible agonía que he sentido desde entonces. Las noches de insomnio, los sueños asaltados por fragmentos de la historia del mensajero en las rutas del Mojave postapocalíptico. Las pesadillas donde un par de Deathclaws me emboscaban. La fría alucinación de encontrar a Raul Alfonso Tejada, el ghoul mexicano, (extrabajador de una compañía de petróleos) en la cocina de mi departamento. No voy a mentirte, David, las cosas han estado oscuras últimamente. Sé que debí ser fiel a mi visión y entregar el control remoto sólo cuando lo quitaran de mis frías y engarrotadas manos de cadáver. O desarrollar un estilo de vida ascético, que permitiera sólo lo mínimo (mi consola y yo). Pero fui débil, he tenido que sobrevivir. No hay punto medio entre Fallout y yo. He tenido separaciones con menos visitas al hospital, trastornos del sueño y de la alimentación, agotamiento físico y mental.
Lo realmente demoníaco es que supe que estás trabajando en un Fallout 4. Que te encuentras escribiendo la historia que luego será modelada y animada para las nuevas generaciones. Por favor, detente. Algo que me ayudó a soportar estos meses es el hecho de que terminé la historia incontables veces, y que pude recorrer, al menos una vez cada una, todas las misiones adicionales. Si amplías el universo Fallout me veré en un problema mayor. La sola idea de que existan zonas nuevas del conflicto moral en que envuelves la historia, y que esas zonas sean desconocidas para mí, me produce un dolor en el pecho que se mezcla con la emoción de la más tierna infancia ante la llegada de los Reyes Magos. Soy un hombre adulto, David. Tengo un hijo de casi la edad legal para jugar tu juego. No puedo solamente abandonarlo todo y renunciar a la vida para mezclarme alternadamente con todas las variantes de la saga. Solo te pido una cosa: lanza el juego después de 2015, cuando tenga entregada mi tesis. Que el dolor que siento ahora no sea en vano y pueda sobrevivir a mi doctorado.
“Bethesda es por encima de juego, horas tra cuando no esta podemos bajar
Lo que me consuela es la perspectiva de que no puedas realizarlo. Que no puedas conservar la tensión y las líneas
o a otro de divergencia entre la historia central que arma el universo propuesto y la historia personal que podemos desarrollar como jugadores. Esa ha sido la genialidad de Fallout: las perspectivas casi nunca entran en conflicto. O cuando
la hora de decir basta, David. Retírate ahora que estás en la cima. Deja al público rabiando por más. No seas ambicioso ni altanero, David. No nos crees falsas expectativas. No juegues con nuestros sentimientos. Fallout 4 debe
la compañía más despiadada y cínica del occidente, e Facebook, Blackwater, Apple y Coca-Cola. Juego tras as hora, nos roban la poca plata que podemos conseguir amos frente a la pantalla. Si lo conseguimos gratis, no las extensiones, que siempre son lo más alucinante del mundo”. lo hacen, es parte de la misma historia central. Sé que eso es un logro mayor. No menos que los detalles: las historias profundamente humanas de los Supermutants en la montaña; la venganza como leitmotiv y como herramienta en toda la historia; la esperanza de una sección sobreviviente de Enclave, en los graciosos pitidos de Ed; la fiebre caníbal de la White Globe Society. Esos logros los veo difícil de superar. Tienes que reconocerlo, David, Fallout New Vegas es tu Capilla sixtina; tu Revolver; tu Breaking Bad; tu The Shining; tu Confederacy of dunces. Creo que es
tener al menos el mismo nivel de intriga, de sensación de poder, de dilemas morales y de consecuencias desastrosas pero recuperables que tiene New Vegas. No juegues con nosotros, David, no somos tontos. O no demasiado. Y amamos New Vegas. Conocemos cada rincón de ese desierto. Hemos padecido, casi muerto de sed y hambre; hemos amado; hemos asesinado; hemos sobrevivido ahí. Conocemos qué bóveda almacena mutaciones vegetales en formas humanoides que se reproducen por esporas. Conocemos en qué rincón radioactivo se esconden armas
portentosas. Conocemos qué tiro de mina es la guarida de los Nightstalkers y cómo debemos combatirlos. Conocemos en qué túnel de metro habitan los Ghouls temibles y en cual no. Conocemos el paraje dónde cayó una nave extraterrestre y el paraje dónde se encuentra aterrizando. Conocemos qué se esconde en la boca de un tiranosaurio gigante de metal apuntando a un cruce de caminos. Conocemos qué clase de pervertidos querrían a una Ghoul campirana como pasatiempo nocturno. Hemos traficado, vendido drogas, reciclado armas, matado inocentes, salvado niños, auxiliado a los crucificados de la Legión, sobrevivido al envenenamiento radioactivo, a la abstinencia de drogas que ni siquiera pueden ser descritas. Hemos recorrido una y otra vez el mismo camino, matado a los mismo escorpiones y hormigas
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gigantes que lanzan fuego; hemos asesinado por corcholatas de colección; hemos probado a robots que tienen un chip de acompañante sexual; se nos ha engañado; hemos engañado; se nos ha intentado matar sin razón alguna, hemos devuelto el golpe. Estuvimos en batallas gloriosas, derrotamos a enemigos imposibles. Vimos la crueldad en los ojos del Caesar, y la indolencia en los ojos de la NCR. Conocimos la benevolencia y la furia de Mr. House. Tenemos cicatrices que gritan nombres propios. No trates de reciclar viejas historias venidas de versiones anteriores, te descubriremos tratando de potabilizar el agua de New Hampshire, por ejemplo. O si aparece un robot gigante combatiendo un Supermutant descomunal, nos
miraremos con asombro y furia. No intentes si no puedes, David. Somos duros, somos sobrevivientes. Hemos atravesado un desierto postapocalíptico lleno de criaturas indomables. Y aquí estamos. Me gustaría transmitirte que confiamos en ti. Pero no lo des por sentado. No queremos ser decepcionados, no vale la pena. Muchos no sobreviviríamos. Mi vida social se reduce a comentar Fallout con aquellos que lo han jugado. El resto del tiempo no tengo nada que decirle a nadie. Si nos fallas, enmudeceré por completo. Escribiré todo el tiempo cartas hostiles a Bethesda. Organizaré boicots descomunales, y luego entraré en una espiral de depresión y abandono. No nos falles, querido David. Porque si nos decepcionas, recuer da siempre: sé donde vives. TRAVEN
“...hemos asesinado por corcholatas de colección; hemos probado a robots que tienen un chip de acompañante sexual; se nos ha engañado; hemos engañado; se nos ha intentado matar sin razón alguna, hemos devuelto el golpe”.
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LUIS ALBERTO ARELLANO (Querétaro, 1976) Es poeta y ensayista. Sus libros más recientes de poesía son Plexo y Bonzo. En ensayo ha publicado Fotogramas del ocio clase B. Parte de su obra poética ha sido traducida al catalán, inglés, alemán, portugués y francés. Incluido en la antología de ensayo El hacha puesta en la raíz; en el Anuario de poesía mexicana 2007; en Escribir Poesía en México; en Los más lindos poemas, 21 poetas mexicanos; en Remesa Poética de Ultramar/festival Latinale Berlín; en El Vértigo de los aires 2011; en Cajita de música, Poetas de España y América del siglo XXI; Sólo cuento, volumen V; El Mezcladito, poesía de América Latina.Tradujo Todo alrededor de lo que se vacía, de Linh Dinh, para Mantis editores; y Una probada de miel, de Bob Flanagan y David Trinidad, para Kodama Cartonera; ambos en 2013.
Rodrigo Dada
Eugenio Cristo Vivanco
Conductas autodestructivas
Rodrigo Solis
En el fondo las conductas autodestructivas no son tan malas, pensaba de cabeza, en un giro imposible que no podía terminar más que conmigo en el suelo del tercer carril de esta importante avenida. Me puse a pensar en las conductas autodestructivas casi en el mismo instante en el que salí volando. No recuerdo qué sucedió primero. Desperté, digamos, en el aire. Porque sonámbuleo casi todo el tiempo. No sé si a ti te pasa, pero yo la mayor parte de la vida voy dormido, mascando pensamientos sin interés colectivo. Rascándome el ego. Despierto porque caigo o caigo porque despierto. Una de las dos. Lo que no mata, engorda, decía la awela como pretexto para desayunarse un curadito de fresa. No es verdad. Hay cosas que nos merman. ¿En qué extrañas circunstancias la amputación te fortalece? Pero primero se muere lo más débil. Es el fundamento de gran parte de la medicina moderna: dar venenos que matarán primero a la enfermedad. Al cáncer. A la bacteria. Cortar el cacho enfermo. Quemar la verruga. Extirpar el tumor. No se cura, se quita, como la muela podrida, con la pena de muerte. Así me entreno: matando de mi cuerpo la parte más débil: la que se queda en el sudor, en la orina, en la baba. Como en esos viajes al infierno que hice entonces de más chamaco al dejarme caer se morían del miedo todos mis prejuicios. Esta vez cuando quise ir al infierno resulta que pavimentaron el camino. Ya es de cuota. Ya no pasa por ahí. Estaba tratando de pensar cómo llegué a este punto. Claro: yo buscaba el camino corto para ir a entrevistar al diablo. Y me encontré con el camino largo. Me acuerdo que pasé unos minutos antes la marca de los 200 kilómetros. Sentí como cuando nadas demasiado lejos de la orilla. Hace muchos kilómetros que estoy despedazado, recuerdo eso.
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RODRIGO SOLÍS (Ciudad de México) es narrador y cronista. Entre sus libros destacan Rolas choreadas, El silencio es 1 grito, Crónicas Bicicleteras, Una gringa en la cama y otras sutilezas. Su blog es http://chorochido.blogspot.mx/
La desesperación de quedarme sin fuerzas para regresar es el enemigo invisible que me hizo bloquear mi suspensión y elegir este camino rápido y corto y peligroso. La ilusión del hogar me apura, pero saber que es ilusión me desequilibra. Ahora que lo pienso empecé despedazado: fue el ardor de barriga lo que me hizo salir a la calle. El escándalo del corazón que se me rompía. La falta de rumbo me escupió para adelante. No te soporto ni un paso más, me dije hace una vida entera y me eché a correr. Y desde entonces me persigo por este laberinto negro. Hace unos minutos pasé la marca de: ya no puedo más. Entonces caigo y despierto, digamos simultáneamente. Ahí aparece el atajo al infierno. Y yo que crucé Texcoco como locomotora. Fui y vine por la ciénaga y acompañé al paso el acueducto. Puro combustible del bueno. Puro chuleando muchachas. Puro patear carros. Mear las tristes esquinas. Retratar lo roto. Cantar viejas melodías. Nota mental: Huir de mi. Abandonarme en la basura si no se puede en el infierno. Autodestruirme. Eso estaba yo haciendo cuando me quedé dormido en la bicicleta. Soñé amaneceres multicolor y todos los climas conocidos. En el amor tengo mucha suerte. 5 veces me he divorciado todas de la misma mujer. Te odio y me voy, me ha llegado a decir alguna vez. Casi siempre le doy la razón. También me odio y me voy contigo, le digo. Eso estaba yo haciendo: buscaba el camino corto al infierno y como no lo encontré, venía de vuelta, conmigo siguiéndome de cerquita como depredador como gorrón hambriento. Y yo como venadito cansado, ya venía pensando que me escapaba, que a 200 kilómetros se termina el frasco donde habito. Que había alcanzado la velocidad de escape. De pronto me encontré con un atajo para ir al infierno. Trae sólo lo que puedes cargar, me suspiró el diablo. (en el oído y en el ano simultáneamente). Minisuicidios. Como radioterapia incinerando un pedacito podrido. Cuando el cáncer está en una idea que empieza a crecer torcida y monstruosamente crece y aplasta y devora a sus hermanas, fantásticas y realistas por igual y derroca por la fuerza a todas las demás ideas y domina y gobierna. Y se te queda la mente como disco rayado repitiendo “soy buena onda, soy buena onda”. De eso te curas con un minisuicidio. Te fabricas una personalidad alternativa con esa idea. Le pones todas las desventajas que tiene ser como eres. Agrégale alguna adicción que quieras dejar. Y vas y lo tiras donde no lo puedas levantar nunca: como aquí donde voy a caer inevitablemente. Nota mental: No desparasitarse con tequila.
No pisar alacranes con pantuflas. No matar moscos con ametralladora. La autodestrucción es muy buena cuando no es definitiva concluí antes de comenzar todos los preparativos para colisión. En esos momentos en que el tiempo se vuelve mermelada o chapopote, según. Abandonen la nave, dice esa vocecita interna. Saco los pies de los tocles. Meto los codos. Aprieto las manos. Antes de que mi hombro derecho toque el piso empiezan a rechinar sus llantas los carros. Genuinamente dudo de mi sobrevivencia y aparece por si las dudas la carita de mi niña. Y en serio me entristece la posiblidad de no mirar el espectáculo que es su vida. Me dijo el abuelo, cuando platicamos de la muerte, que estaría chido no irse del mundo con tristeza, o con miedo. En todo caso enojarse. El abuelo se murió mentando madres. El tiempo se hizo tan lento que pude escoger mi estado de ánimo. No interesa cuál elegí. Después del hombro golpeó la rodilla. Las luces de los autos se ven muy amenazadoras desde el suelo. Para cuando es claro que no moriré ya había elegido las diez cosas por las cuales quisiera seguir pedaleando por las calles. Es importante que la autodestrucción no fue definitiva, excepto por la lucecita parpadeante y por esa parte de mi tan estúpida y arrogante que se fue al infierno. Estuve tomando aire un tiempo, no demasiado para que no se enfriara mi rodilla. Seguí. Despacio. Nadie me perseguía. Nadie me atacó. Volví a casa, completamente despierto. La casa era más real que nunca. Te perdono, dije desde la puerta, pero sóbame mis heridas. TRAVEN
Rodrigo Dada
Febrero 2014 www.travenfanzine.com