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TRAVEN cr贸nica y no ficci贸n

002 junio 2014


traven Fanzine de cr贸nica y no ficci贸n A帽o I N煤mero II


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Editor Víctor Santana

Diseño Editorial Eugenio Cristo

dirección editorial Xilo Guerra

Fotografía de portada por Jesús Flores. Todos los textos son responsabilidad de sus autores. TRAVEN es una publicación trimestral independiente. Junio 2014.


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ÍNDICE


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Esta noche quiero volar Nazul Aramayo

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Funeral

Noel RenĂŠ Cisneros

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Estampas de un viaje a La Habana II Joserra Ortiz

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Odio Francia VĂ­ctor Santana

tim:

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Pionero del bareback Wenceslao Bruciaga


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Esta noche quiero volar Nazul Aramayo Imagen: Francisco Javier Romero Varo

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Estamos en los separos de la Colón no porque nos hayan robado la noche sino porque metieron al bote a David, primo de mi novia, junto con dos amigos, por beber afuera de la casa. Lili, mi morrita, se acerca a su primo

que se aferra a los barrotes y que no para de decir que le avise a su tío, que lo sacará de inmediato… Me quedo a medio camino cuando veo a un grupo de travestis salir de una celda escoltados por un policía que les indica dónde pagar el resto de la multa. Reconozco a uno de los travelos y lo saludo. Se llama Pascual,

mejor conocido como Pay, es un joto ruco, de cuerpo atlético (siempre anda en shorts de mezclilla y playeras ajustadas), cabello largo y güero oxigenado, me confiesa que sólo caminaban por la calle cuando una patrulla se les cerró, se bajaron los policías y tras no acordar una transacción de mamadas gratuitas,


Stevie Glynn los macanearon y subieron por putos. ¿Putos… quiénes? ¡Pero si aquí todos son putos!, contesta Pay, indignado. Se voltea con sus comadres que le rascan hasta las lentejuelas al vestido para acabalar la multa por andar de vestidas en las calles de una ciudad que hace años perdió la vida nocturna. Nos despedimos

entre la arritmia de risas y taconazos en el concreto. Lili regresa, le pregunta por el tío de David al encargado de informar el nombre de los ingresados y su respectiva multa. Contesta que esta noche no trabajó y que necesita no sé qué tantos papeles para saber lo que pasó y, en fin, burocracia de madrugada.

Después de hacer llamadas telefónicas infructuosas a la tía, a la mamá, a números que no contestaban y de nuevo a la mamá y a la tía, y de conocer que la suma de la fianza para liberar a David en ese momento ascendía a más de dos mil pesos, Lili y yo creemos que la decisión más sensata es encerrarnos en un motel.


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La noche de Torreón es un cadáver. Y una maquila de muertos. La noche ha desaparecido. La noche como se conocía: de carros nuevos en las avenidas, de música golpeando las paredes de antros y casas, de tránsito y escándalo, de congales abarrotados, de putas cobijadas por neón, de bailes, drogas, policías domados con la sola mención de tu apellido o la insinuación del billete de la más ínfima denominación; noches de feria porque en esos años sí había dinero, feria, varo, ilusión maquilera y fabril que se desnudó el 13 de mayo de 2007, el primer atentado contra el expresidente de Gómez Palacio, Carlos Herrera, sobre el Diagonal Las Fuentes en Torreón. Desde entonces las autoridades y la ciudadanía firmaron el acta de defunción de la noche torreonense. Y asumieron un toque de queda tácito.

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Esta noche quiero volar. Recuerdo esa cumbia de la primera noche que pasé con Lili. Una cumbita entonada por Kombo Kolombia, un grupo vallenato de Monterrey desaparecidos, torturados y asesinados la madrugada del 25 de enero de 2013. Lili camina de un lado a otro, platica con primos, invitados, me abraza aunque esa noche no suenen cumbias colombianas sino punk rock. La mamá de Lili le prohibió a Crome, el hermano de Lili, festejar su cumpleaños adentro de la casa por lo que la jardinera y la calle está aperrada de morros de un promedio de diecinueve o veinte años. Y es que después de seis años refugiados en bares que luego los revientan a plomazos, la generación de nuevos morros ha tenido que conquistar su derecho a divertirse. Recuperar la esquina o la calle como si se tratara de un órgano vital invadido por el cáncer. En esas estamos cuando miro que Lili y un grupo de mujeres se mete a la casa, las sigo por iniciativa de mi

novia. En el pasillo se encuentran con otras morras a quienes miran a los ojos y chocan intencionalmente y luego piden perdón. Lili sube al baño, la espero abajo. Regresa corriendo como puede, como si no trajera tacones del 15, sale corriendo al patio y escucho que vomita. Se enjuaga la boca y me dice que a la morra prieta que acaba de salir le apestaban reculero las patas y amaga con seguir vomitando pero sólo escupe en el lavabo de la cocina. Afuera Crome ha dejado de tocar con su trío de rock punk. Ahora suenan cumbias villeras. Lili y yo nos sentamos. Bote en mano, pies recargados en la jardinera, no hace falta decirlo, sabemos que hemos resucitado, como en otras colonias que organizan bailes en la calle, como las fiestas de los maquileros al terminar la jornada en la madrugada, como las casas que semejan trincheras frente a los antros rafagueados; lo sabemos, hemos resucitado la noche. Porque la noche es un territorio que se conquista.


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Hasta que, sin luces ni torretas, una patrulla de la municipal descarga a sus hombres. Agarran a los morros que no alcanzaron a meterse a la cochera, les tiran el pisto y los bolsean. Lili camina directo a ellos sin intimidarse. David, su primo, y los demás les entregan los celulares a Lili. No valen verga esos putos, dice Lili. ¿Cuáles putos? ¡Todos! Los pendejos pocoshuevos amigos de mi primo, el tonto de mi hermano, mi mamá no vale verga, si ya sabe cómo es para que lo deja... y el vecino, él fue quien le habló a la poli. Nos trepamos a mi carro mientras otro primo de Lili golpea a un morro. El primo asegura que le faltó el respeto a su novia. La conquista dura poco pero la noche sigue y, ya lo saben, la mataremos en un cuarto mientras en el cable pasan Buscando a Nemo. A veces la victoria consiste en fraguar a little bit of heaven en este rancho culero. Torreón es la clase de ciudad que encierra a sus travestis y a sus jóvenes por andar en la calle. Hasta el vecino te pone el dedo.


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funeral

Noel René Cisneros Imagen: Koré


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Crecer en ejido siendo un niño que a todas luces da trazas de que será joto hace que desde edad temprana no puedas reconocerte en los otros, los demás niños que te molestan por “tus maneras”. Prefería comer bizcochos mientras las señoras platicaban y bebían café que estar con la rechola de vatos que jugaban a la baraja. Para los padres aquello no deja de ser alarmante: el niño que sólo hace cosas de niñas y todas esas historias. Muchas veces trataron de corregirme. Algo de aquello me quedó, comol tabú de llorar en público que fue tan difícil de romper. Apenas tuve oportunidad abandoné aquel clima. Preferí, por mucho, el anonimato de la ciudad. Las visitas esporádicas a la familia en el pueblo no me obligaba a repetir la tensión de mi infancia. Si quería podía acompañar a las mujeres a preparar pan, o a los hombres a arrear vacas. En los funerales prefería estar dentro de la capilla, en el chisme a mediavoz de las conocidas y dolientes, que afuera, también en el chismorreo, con los

hombres alrededor de las brazas de un troncón de encino. Aquello fue así hasta la muerte de mi abuelo, el padre de mi padre. Una neumonía acabó con él, aunado a las complicaciones de la hipertensión y de la diabetes. No fui muy cercano a él, su carácter y mis maneras no permitieron que nuestros lazos se estrecharan en la infancia. En sus últimos días entendí mejor a ese hombre y, eso percibí, él me dio una mirada menos severa. Falleció al iniciar la primavera. Se aviso por la radio a amigos y familiares del deceso. Se llevó el cuerpo a la capilla del ejido y se le veló. La familia se preparó para recibir gente, se preparó menudo, se consiguieron vigas de encino para mantenerlas encendidas durante el velorio. Las mujeres se mantuvieron en la capilla. Entraban, nos daban el pésame a los deudos, veían el cuerpo y se sentaban, cuchicheaban entre ellas un murmullo sordo. Los hombres igual daban sus condolencias y veían el cajón, para salir con

la cachucha o el sombrero entre las manos con los demás hombres. Algunos recordaban anécdotas de mi abuelo. Un tío juntó a algunos amigos suyos, a mi cuñado y conocidos del rancho para ir al panteón a hacer el hoyo. Terminaron después de las diez de la noche y cuando volvieron estaban tomados. Uno de ellos se quedó para velar el pozo, para que, como dicen, el diablo no fuera a entrar. Ardían los troncones de encino, los hombres se juntaban alrededor de las brazas, corría el viento frío de cuaresma. Adentro una tía abuela había llorado junto al cadáver como si llorase por su propia muerte, como lo hacía con cada difunto del rancho, para después sentarse junto a las demás mujeres, ya sin ninguna señal de alteración. Ella, católica devota, había dirigido uno de los rosarios. La esposa de mi tío, el fue a hacer el hoyo, dirigió otro de los rezos. El murmullo monótono y acarrerado de los padresnuestros y las avesmarías se combi-



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naba con el silbido del viento en las ventanas. Mi madre sirvió menudo, mi padre les habló a los hombres que estaban afuera para que pasaran a tomar un plato. Ayudé, con mis hermanas y mis tías, a servir platos. Y con ellas ayudé recogí el batidero. Al día siguiente fue la misa, se renovaron los llantos de la abuela, las tías y mis hermanas. Cargué el cajón con mi padre y mi tío, acompañé el cuerpo en la caja de una troca hasta el panteón. Volvimos a cargarlo. El sacerdote lo bendijo antes de que lo colocáramos en el hoyo. El aire levantaba

polvo y se llevaba los llantos. Lo bajamos al fondo del pozo. Cuando empezamos a palear, a escuchar el golpe seco de la tierra sobre el cajón, el dolor por la pérdida fluyó. Mi padre, su hermano y yo teníamos lágrimas en los ojos mientras echábamos pala tras pala sobre el cuerpo. No queríamos dejar de lanzar la tierra, el llanto que no derramamos en el funeral se iba con el esfuerzo. El cuerpo quedó cubierto, no veríamos nunca más su rostro. Volvimos al ejido, empolvados, con el viento dándonos en la cara.


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ESTAMPAS DE UN VIAJE A LA HABANA ii Joserra Ortíz Imagen: Stevie Glynn


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(continuación de Traven 001) Durante mis días en La Habana confirmé que el gusto y la nostalgia que sienten por la isla todos mis conocidos que han estado ahí, tiene razón de ser. En general, la gente es bastante amable, los precios son accesibles (pero no baratísimos), la vida es muy relajada y el sol revitaliza tanto el cuerpo, como el alma; hay buenos museos y galerías, así como excelentes sitios de interés histórico y, además, con los guías adecuados, como los que tuve, se come y se bebe bastante bien. Seguí todos los consejos de mi padre, quien ha estado en Cuba tantas veces que no sé cuántas son, y no me arrepiento. Igualmente confié en las recomendaciones y hallazgos de mi amiga Daniela, que no se equivocó en nada, tan solo en una cosa y desde aquí se lo reclamo nuevamente: las cubanas, amiga, no son feas ni bigotonas. No sé si era porque iniciaba una nueva etapa en mi vida con ese viaje, pero durante toda la semana me sentí como puberto que descubre las posibilidades de las tetas, de las nalgas, de las piernas, y cree que todos los rostros femeninos son la cosa más bella que hay en el mundo.

Nadie, sin embargo, me advirtió sobre los pocos pero lamentables horrores de ser turista en Cuba. Por ejemplo, la Habana vieja es un espectáculo maravilloso, sobre todo de noche y el comercio informal ofrece todo para todo tipo de visitantes: desde parafernalia revolucionaria, hasta libros raros, antiguos y primeras ediciones muy difíciles de conseguir en otros sitios –por no hablar de lo que en verdad mucha gente va a buscar a Cuba: licores y tabacos baratos (¿piratas, robados?), y carne de descuento para el coito comprado (eso sí, me sorprende que nadie, nunca, ofreciera drogas. Es extremadamente posible llevarse una niña que no ha cumplido los quince, pero por ningún lado ofertaban mota, coca, cualquier cosa). Por lo tanto, es imposible caminar tranquila y cómodamente por esas calles, no importa qué hora sea. No podré nunca hablar de las cosas maravillosas que puede haber en los aparadores del comercio cubano, porque cada vez que ponía mi vista en algo, un enjambre de personas se me arremolinaba hablando, o más bien gritando, al unísono. Si veía una camisería, me decían que la guayabera del cubano no es la que se ve en esa tienda, que

ellos podían llevarme o traerme, mandarme o mostrarme, prestarme o cambiarme, que ellos sabían donde estaba lo mejor, lo más barato, acompáñame, ven, mira, sígueme, vamos. Peor aún era si me detenía frente a una librería. Las voces insistían en que si quería libros ellos podían llevarme a donde había mejores libros, que ellos tenían el libro que buscaba, que ellos conocían a quien tenía el libro que no conseguiría e otro sitio, que mira chico, qué es lo que quieres, un libro, qué libro, yo tengo libros, ven conmigo, auténticos libros cubanos, libros revolucionarios, ¡libros de Padura!, gritaban, ¡de Chavarría!, aullaban cuando no sé cómo, quizá por años de entrenamiento en la mirada abusiva, entendían qué títulos más o menos me interesarían a mi. Nunca en mi vida he batallado tanto para quitarme a alguien de encima; los mandaba a la chingada y no se iban a la chingada, tenía que caminar varias calles, ignorándolos, moviéndome erráticamente, metiéndome a tiendas a esperar a que se cansaran de perseguirme o encontraran una nueva víctima en la calle y seguir mi camino. ¡Ahí va otro mexicano!, les decía, ¡ese sí trae dinero,


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lo conozco! Adiós. Cosa similar es el soundtrack eterno, monótono, del ambiente cubano. En La Habana cantan mucho y nadie lo hace de a gratis. A donde quiera que uno va se escuchan grupos de son y ritmos similares, tocando los grandes éxitos de siempre que vienen en todos los discos de música cubana que se venden en el mundo. Terminado cada set de canciones, un promedio de tres o cuatro piezas, viene la pedidera de dinero, una y otra y otra vez. En algunos lugares pasé tanto tiempo solo o acompañado, que la canasta se paseó frente a mis ojos hasta marearme. Los primeros días les daba algunos pesos cubanos que los músicos miraban con asco. Querían cucs, querían dólares. En lo bares, restaurantes y centros nocturnos, por ejemplo, además de los músicos están los bailarines que igualmente piden una cooperación después de deshacerse en la pista con gracia y galanura. No faltaba el distraído que terminaba bailando con la bailarina y tenía que desembolsar billetes más grandes que el resto.

Debo confesar que casi nunca usé los baños de esos establecimientos, porque temía encontrarme ahí con otro trío cantándome la del cuarto de Tula en el mingitorio de al lado y quitándome la inspiración. Mal chiste. La onda es que en La Habana por todos lados te piden dinero por cualquier cosa. Una amiga pagó por fotografiar a un perro, por no ir más lejos. Eso sí, algo que sí me habían dicho los experimentados, es que nunca le creyera a los vivales que en la calle juraran que llevaban días sin comer. No vi muchos, de hecho, solo una vez y frente a la Bodeguita del Medio. Pero ni les hice caso, porque estaba espantado de otro espectáculo denigrante y absurdo que sucedía adentro del que puede ser el bar más famoso de la isla: un grupo de mexicanos se paseaba una botella de tequila, mientras obligaban al conjunto cubano a cantar una y otra y otra vez las de “Cielito lindo” y “El rey”. Terminaban de cantar y gritaban esa pendejada de “Viva México cabrones”… en verdad que no hay nada más lamentable y triste que los grupos de mexicanos en el extranjero,

obligándose a perpetuar una mexicanidad extrovertida y molesta. Solo por eso no entramos a la Bodeguita y nos dedicamos a recorrer otros lugares igual de populares y quizá mejores. Esa noche descubrí que si creemos en que todos dicen la verdad en Cuba, la cantidad de músicos que pasaron por el Buenavista Social Club fue enorme, incontable. En muchísimos sitios anuncian que uno o varios de ellos tocan ahí. Haciendo cuentas, el Buenavista debió ser la orquesta sinfónica más grande del mundo. Tal vez dos de cada tres cubanos pasaron por sus filas. Quién sabe. Pero eso sí, todos muy chidos, muy amenos, los mojitos, los daiquirís, lo que se tome. No soy particularmente fan de la cerveza cubana. Siento que sabe a centavo. Un gran descubrimiento fueron los mojitos frapeados en un paladar del que he olvidado el nombre, pero donde comí como no había comido en todo el año, de bien y de abundante. Disfruté mucho, los sabores, las risas, los estragos: porque las noches comenzaban por ahí, en algún bar famoso, como el Floridita o


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el París y terminaban, gracias a los amigos que sirvieron de anfitriones, en bares más fresas, como sacados de la Condesa o de la Roma en el df, allá por Vedado (supongo), o no sé por dónde porque nunca terminé de conocer la geografía urbana de Cuba. Y había lugares lindos y caros, donde comimos y pagamos como si estuviéramos en el SoHo o en La Latina, y otros como el Yellow Submarine que parcían bar “alternativo” regiomontano de 1998. Y toda la semana busqué, por cierto, quien me llevara a ver escena, quiero decir, quien me tomara de la mano y me dijera, mira por aquí vamos a escuchar rap cubano, o gótico cubano o punk cubano. Alguien que me pasara unos discos de las Krudas o del Porno para Ricardo, pero nadie sabe, nadie supo… quizá la próxima vez que vaya. Es que he de volver, para regresar sin todos esos recuerdos que todos quieren que les cuente. Para ir y de nuevo perder mi cámara de fotos que tenía las pruebas de todo lo que cuento y otras cosas, por ejemplo de la última discusión

en el bar Santander o la Plaza de la Revolución. Quiero volver, porque en La Habana la mañana de pronto se hace de noche y la noche dura toda la semana hasta que se debe regresar al aeropuerto y partir. En esa noche eterna, de caminatas largas junto al malecón, de pláticas con propios y extraños, de bailes y caderazos, de esquivar cubanos que a fuerza quieren que les invites un café, un ronsito, que te las lleves a la cama por un precio que no terminan nunca de decir mientras quieren hipnotizarte, pocos se dan cuenta de que la verdadera belleza de la ciudad no radica en las caderas y las piernas negras que no se dislocan con el ritmo del son; pocos se enteran que el capital cultural que hay que defender de ese estado mutante flotando en medio del Caribe, no es el beneplácito morboso de la ruina que la mayoría de sus visitantes contempla entre suspiros, ni mucho menos el socialismo extravagante que practican. Lo que más vale la pena de La Habana, de esa ciudad donde la noche se ilumina por el sol más grande que jamás he visto, es


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el silencio. La tranquilidad. La ausencia de todo ruido que se respira cuando uno no está en la Habana Vieja. Cuando uno se pasea por las calles de El Vedado o Miramar, o camina los grandes bulevares donde no pasa nada. Donde no camina gente. Por donde no hay casi coches, ni motos, ni bicicletas y lo más importante, lo más extraño, donde no hay publicidad de ningún tipo. No creo que exista otro lugar como este donde no haya letreros de nada, ni espectaculares, ni banderas comerciales. Solo la desnudez de una ciudad que no funciona como tal. De una ciudad que no está atrapada en ningún pasado, como algunos suponen, sino que vive eternamente en una realidad extravagante y sobria, que carece de las marcas ideológicas más fuertes del siglo xx que todos conocemos o conocimos: una ciudad donde se pretende que no existe y no se comercia con todo aquello que te ofrecen a grito pelado los negros en el centro, y todos quieren una pantalla de plasma gigante, con conexión a internet.


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odio francia VĂ­ctor Santana Imagen: GaĂŤlle Namont


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1 “Pide coca cola, wey, no hay pedo” me dijo Gaëlle cuando llegó el mesero. “Un fanta, s’il vous plait” dije por chingar pero me corregí y pedí una coca. Gaëlle preguntó por los vinos. Pidió que le trajeran los malbec e inspeccionó las etiquetas. Escogió un chileno con una acuarela de unos perros acurrucados en el porche de una casa de campo. El mesero volvió con mi coca y la copa de Gaëlle. Estaba por ocurrir el momento ridículo donde descorchan la botella y el cliente da el visto bueno al vino. Pensé preguntarle a Gaëlle si alguna vez había devuelto una botella, pero

recordé la respuesta: su papá devolvió una botella cuando ella tenía ocho años. Sabía metálico, como si, según su papá, una llave se hubiese abierto camino hasta el fondo de la barrica. Los franceses atesoran esos pinches momentos únicos. No quieren que se repitan. Qué mamones. Que cultura tan mamila. Saqué el celular y entré a Growlr. Cuatro osos merodeaban los alrededores, ninguno cogible. Gaëlle aceptó el vino y el mesero nos dejó solos. Gaëlle degustó ruidosamente. “Vas a ver, wey, que ahorita que le des un trago a tu coca vas a poner una sonrisota como la mía.” No quise discutir las diferencias químicas entre el vino y la coca. Nuestras sensaciones no serían ni remotamente parecidas.

“¿Qué ves en tu celular?” aunque Gaëlle es enemiga del uso desmedido del smartphone, no había rencor en sus palabras. “Nada, estaba leyendo sobre Saint-Malo” mentí. “¿Qué cosa?” “Lo de siempre, que es una ciudad reconstruida después de la guerra.” “Puedes leer después, ¿por qué no le echas una ojeada?” Asentí y salí de la terraza para ver qué sobresalía de las murallas. Lo único que vi fue la punta de la torre de la Catedral de San Vicente. Tan sutil y tan rosada que parecía una raya hecha en el cielo con una uña con la intención de dar aquel paisaje una leve señal de arte. No mames, cómo odio Francia. Volví y Gaëlle había colocado su Holga en la mesa. “Tómame una foto” me dijo.


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2 “Toma una foto de la playa, quiero que aprendas juegos de luz” me dijo y deslizó la mano sobre la barda de piedra. “Mejor tómala tú” le entregué la Holga con desgano. “De qué pinche humor amaneciste” me dijo pero volvió a la buena ondez para enervarme “¿no la recorriste, verdad? Ya está” dio un clic y me explicó que las fotos se sobrepondrían y que el resultado sería tan imprevisible como mágico. “La Holga es el Minimoog de las cámaras, así de inestable.” Quise contradecirla pero era una analogía acertada. “Mira” dijo y se giró para fotografiar otra perspectiva del mar, y cuando lo hizo agregó “ahora te voy a tomar una foto a ti, encima.” “No, gracias.” “Qué mamón.” “Como quieras”, dije y me recliné en la barda con furia. Me arregló las solapas del abrigo y tomó la foto. Trató de sobarme la nuca pero le quité la mano. “¿Pues qué traes, wey?” “Hazte la que no sabes.” “¿Estás enojado por que te dije que no pidieras coca cola con las crepas?” “Sí.”


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“Qué ridículo eres. Te perdiste la oportunidad de comer crepas con sidra, como es la tradición.” “Me vale verga la tradición.” “Y a mí me vale verga que te valga verga.” “No me gusta la sidra.” “Ni la has probado.” “En México también venden sidra, Gaëlle.” “Pinches sidras culeras de México. No puedes comparar una sidra bretona con la sidra del Santaclós. No mames.” “Sí, Gaëlle, nuestras navidades fueron nacas. Somos unos descastados.” “¿Sabes qué creo, wey?” “¿Qué?” “Que en realidad estás encabronado por otra cosa?” “Ajá, ¿por qué?” y no quería que lo dijera pero era inevitable. “Porque no quise coger contigo, ¿no es eso?” “Ay, no mames, eso me vale verga.” “Entonces, ¿vas a estar encabronado todo el día porque te recomendé que pidieras sidra en lugar de coca cola?” “¿Sabes?, en realidad sí estoy enojado porque no quisiste coger conmigo. Una vez. ¿Qué te cuesta?” “No.” “¿Por qué no? ¿Porque no se debe coger con el amigo puto? ¿Ese es tu estúpido postulado?” “Ya supéralo, wey.” “No, supéralo tú”, pero claro, yo era quien tenía que superarlo.


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tim: pionero del bareback Wenceslao Bruciaga Imagen: Eugenio Cristo Vivanco


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Treasure Island Media es una compañía con sede en San Francisco que produce pornografía gay estrictamente sin condón. Es decir, filman y distribuyen videos bareback, término que se utiliza para denominar el sexo sin protección entre hombres y, en muchos casos, con el fin de infectarse de vih voluntariamente. Treasure

Island Media o tim como también se le conoce, existe desde 1998 cuando su fundador, Paul Morris, tuvo la arriesgada idea de rodar videos pornográficos fuera de las líneas habituales: sin una historia base ni hilo conductor, nada de música de fondo, cámaras fijas o iluminación calculada. Un formato parecido al documental cuyas

únicas secuencias son de sexo explícito y sin ningún tipo de mensaje o advertencia sobre sexo seguro. Supe de ellos desde que escribí aquel reportaje sobre las primeras fiestas bareback o a pelo en San Francisco para el número cero de Replicante. Años más tarde tarde, pude colarme a una habitación del


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Beck’s Motorlodge Hotel sobre la Market Street de San Francisco, a menos de cinco cuadras del Castro, la calle gay más famosa del mundo, para ver como se grababa un video de tim. No puedo negar que la experiencia fue una mezcla de sensaciones donde se licuaban la excitación y ese miedo y adrenalina similar a cuando te asaltan en una calle oscura. Fogosidad y turbación, sobretodo cuando veía que hombres de aspecto tan sano como sus rectangulares y macizos pectorales penetraban o eran penetrados por otros tipos cuyo estado de vih avanzado podía calcularse según el rastro que en sus pieles dejaban los cócteles retrovirales, lúgubres cartografías de cicatrices y moretones sobre cuerpos que si bien es notorio sus visitas al gimnasio, pareciera que adelgazan con cada arremetida cuya fuerza hace que el colchón chille, mapas de humanidad socavada que suelen brotar en lo alto de la espalda y descender hasta la cintura y las nalgas y probablemente sea en el culo dónde más hinchados y morados se ponen. Fue un tanto sorprendente enterarme que tan sólo una mitad de los actores estaban contratados con algún tipo sueldo, la otra parte no. Muchos de los hombres que aparecen a cuadro están ahí por voluntad propia, con el único objetivo de vivir la aventura de ser actor porno y jugar a la

ruleta rusa de salir infectado, lo cual es lo más probable. Suelen rentar dos o tres cuartos de moteles cerca del aeropuerto o del Beck’s, edificios donde no se cuestione la reputación de los clientes que van a hacer de todo menos dormir. La grabación es “en tiempo real”, los camarógrafos suelen ir sin camisa y con una mano, generalmente la izquierda, graban las secuencias con la cámara que se mueve del hombro a la cintura, dependiendo de las necesidades del ángulo. mientras con la otra se estiran la verga. En las habitaciones restantes suele haber entre siete y una docena de hombres que esperan su turno de salir a cuadro, no hay fluffers oficiales (como se les dice a las personas encargadas de hacer sexo oral con tal de que el pene no pierda su erección minutos antes de grabar la escena). Aunque es bastante común que en estos cuartos de espera surja una fiesta de forma inesperada, tantas hombres excitados y vergas paradas y ansiosas terminan por cegar la dinámica políticamente correcta de lo que al final es una grabación cinematográfica. Sin cámaras, los hombres empiezan a intercambiar besos y caricias y entonces alguien corre al otro cuarto para informar de la acción que sucede detrás de cámaras y que, dada la espontaneidad con la que se están dando las mamadas y penetra-

ciones, sean secuencias valiosas pero sobretodo irrepetibles, entonces los camarógrafos abandonan la escena planeada para empezar a registrar la improvisada bacanal, y así es como suelen darse las ya legendarias escenas de orgías de tim. Por supuesto que desde sus inicios tim ha sido atacada por firmas como Colt y Titan Media, quienes acusan a Paul Morris y su compañía de irresponsables al mandar al infierno todo tipo de lucha y educación sobre el vih, aparte de promover una imagen errónea y autodestructiva del hombre homosexual, reforzando un terrible cliché que puede predominar en el escarnio heterosexual. Aun así, con toda la artillería moral en contra de tim, el éxito de la firma del señor Morris aumenta a pesar de la crisis económica que azotó a los Estados Unidos, los dólares se acumulan en jugosas sumas en las cuentas bancarias y en las producciones, y en más hombres que quieren participar en sus videos, con o sin un pago de por medio. Tampoco esa artillería fue suficiente para que el centro de estudios y arte urbano Slougth Foundation en Filadelfia, tomara como pretexto los videos de tim para montar una exposición explícita y evidentemente polémica: On bareback subcultures and the pornography risk. Y desde luego, tim ya no es la única compañía que produce videos gay bareback.


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textos Nazul Aramayo (Torreón,1985). Autor de la novela Eros díler (Jus: 2012) Ha sido becario del Programa Estatal para la Cultura y el Desarrollo Artístico de Coahuila (pecda) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (fonca) en el área de Jóvenes Creadores. Ha publicado cuentos y crónicas en RevistaReplicante.com. Es columnista y miembro del consejo editorial de SuplementoDeLibros.com Noel René Cisneros (Chihuahua, 1984). Estudió la licenciatura en Historia en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue becario del fonca Jóvenes Creadores 2010-2011, con el proyecto Trece Cuentos del México Antiguo. Actualmente es colaborador del Programa de Lenguas y Literaturas Indígenas del Estado de Chihuahua. Joserra Ortiz (San Luis Potosí, 1981), es escritor y doctor en estudios hispánicos por Brown University. Desde 2002 dirige las “Jornadas de detectives y astronautas”, donde edita el Cuaderno rojo estelar. Es profesor de español y de literatura latinoamericana en universidades de Nueva Inglaterra. En 2011 publicó el libro de cuentos Los días con Mona (feta). Víctor Santana (Tijuana, 1982), es doctor en Filología hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido profesor de Literatura Hispanoamericana Contemporánea en la Universidad de Monterrey y actualmente realiza una estancia de investigación posdoctoral en la Universitat Pompeu Fabra. Es autor de No es material para pistas de baile (cecut, 2013). Wenceslao Bruciaga (Torreón, 1977). Autor del volumen de cuentos Tu lagunero no vuelve más (Moho, 1999) y Funerales de hombres raros (Jus, 2011). Colabora en diversos medios como Milenio de Monterrey y Día Siete. Ha realizado entrevistas a distintos personajes de la cultura pop como Henry Rollins, John Lydon y Courtney Love. Su especialidad literaria abarca las crónicas subterráneas de la cultura americana gay en San Francisco, Nueva York y Portland.


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imágenes Jesús Flores (Torreón, 1978) Exposiciones individuales: Western Sun, 2014; Gallery of Famous Tightrope Walkers and Escapists, 2012; Voluble Natura 2008. Earth and Wind Genesis, 2007; Everyday Tourism, 2006; Habitable Emptiness, 2005; N. I., 2003 ; Technicolor Insomnia, 2003. Exposiciones colectivas: Pingyao International Photography Festival, 2013; You, the others; Latin American Queer Selections, Anonymous Gallery, Mexico City, July 2013; Manifesto: Homo Videns Ludens, Fototeca Nacional. Pachuca, Hidalgo, 2010; Mexican Contemporary Photography, Siófok, Hungary, 2010; Creation in Movement (fonca 20082009), Ex-convento del Carmen, Guadalajara, Jalisco, 2009; xii Photography Bienniale (seleccionado). Centro de la Imagen, Mexico City, 2006. Francisco Javier Romero Varo (Madrid, 1986) ha desarrollado su trabajo fotográfico y arquitectónico entre América Latina, Andalucía y Europa. En 2006 ganó el Premio Hernando Colón de fotografía. Ha expuesto en España y Sudamérica, y sus imágenes han aparecido en publicaciones del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Chile. La serie Santiago difuso está completa en fromeroarq.wix.com/santiago-difuso. Koré, Artista Plástico y Visual enfocado principalmente en el video arte y el short film, ha colaborado en varios proyectos de cortometraje profesional como Director de Arte y asistente de fotografía. Actualmente se encuentra en la post-producción de un proyecto sobre narcoterrorismo y porno futurismo en colaboración con el colectivo Ave de pico roto en la ciudad de Guadalajara. Stevie Glynn (Dallas, 1986), es fotógrafo y el grueso de su obra es una constante documentación de las escenas alternativas de San Francisco. Considera que su técnica consiste en paisajes, modelos, momentos, color y sentido de la aventura. Gaëlle Namont (Bernie, 1980) es fotógrafa y urbanista, actualmente reside en Rennes. En 2012 expuso en Monterrey y Reynosa Paysages intimes: la France ici et maintenant, colección de sus fotografías rurales de Francia. Eugenio Cristo Vivanco (Monterrey, 1981), arquitecto y artista plástico, es autor del proyecto digital Banquetas Monterrey y editor de la revista Residente. Desde 2001 ha expuesto de manera individual y colectiva en México y el extranjero. En 2010 realizó la exposición Open wide, ese en Monterrey. En 2012 realizó en Saltillo, la instalación al aire libre Oh, Ciudat. banquetasmty. blogspot.com, quiero-ciudat.tumblr.com


traven Fanzine de cr贸nica y no ficci贸n A帽o I N煤mero II


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