Filósofos medievales

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El desarrollo de la filosofía medieval: – – – –

Agustín de Hipona. La Escolástica. Tomás de Aquino. Guillermo de Ockham.

El encuentro entre la filosofía griega y la religión cristiana fue complejo. Por un lado algunos filósofos cristianos pretendían conciliar la fe cristiana con la razón filosófica, mientras que otros proponían una radical separación entre el ámbito de la revelación y el de la reflexión racional. Los autores griegos y latinos de la época, por su parte, criticaban y rechazaban de plano a la nueva religión que introducía conceptos, a sus ojos, absurdos y escandalosos como la encarnación de Dios. No obstante, la síntesis entre razón y fe se fue imponiendo gracias a autores como Agustín de Hipona (354-430), aunque la filosofía para los teólogos cristianos estuviera, casi siempre, supeditada a la verdad de la religión. El mismo Agustín de Hipona, fuertemente influenciado por el platonismo y rechazando el pensamiento de Aristóteles, es un ejemplo claro de esta sumisión de la razón a la fe con su famosa frase “Cree para comprender”. Para Agustín no existe una distinción precisa entre fe y razón, toda vez que existe una sola verdad que nos es revelada por la religión cristiana. La razón solo es útil para conocer mejor esa verdad y penetrar en ella, pero Agustín siempre subraya que sin la creencia en los dogmas de la fe no podríamos conocer nada. Para Agustín el hombre adquiere la verdadera sabiduría cuando capta las verdades necesarias y universales que son asimilables a las ideas platónicas. Sin embargo, mientras que las ideas platónicas son autónomas, las verdades necesarias y eternas de las que habla Agustín están en la mente de Dios. ¿Cómo se alcanza, pues, la visión de estas verdades en la mente divina? Solo si Dios concede al alma mortal del hombre la iluminación, ya que la razón por si misma no se basta para conocer la realidad última, sino que necesita del concurso de Dios. Debido al colapso político e ideológico que supuso la caída de Roma, la filosofía tendió a confundirse con meros comentarios de textos sagrados o la cristianización de autores paganos. Sin embargo, a comienzo del siglo IX empieza a resurgir la reflexión filosófica aunque muy constreñida por la celosa vigilancia de la Iglesia Católica. En este contexto nace la escolástica, movimiento teológico y filosófico que intentó usar la herencia filosófica de la antigüedad griega y latina para comprender la revelación religiosa. Aunque su esencia era fuertemente cristiana, la escolástica tuvo una formación muy dispar: por un lado bebía de la tradición de la antigüedad pagana, y por otro, sufría influencias de la filosofía árabe y judía. Precisamente esta variedad de fuentes hizo que el pensamiento escolástico tuviera un propósito firme de consolidar sistemas de explicación totales y cerrados que no entrasen en contradicción con los dogmas de la Iglesia. Por esto quizás se ha señalado que la escolástica sufrió una excesiva dependencia del principio de autoridad y abandonó la reflexión filosófica libre que existió en la antigüedad. De todos modos la escolástica sufrió una evolución que la llevó con el tiempo a transformarse a sí misma. En la primera etapa de la escolástica, que va del comienzo del IX al fin del XII, no se distinguía claramente entre fe y razón. En este primer período, se consideraba que la verdad era un atributo de Dios y que Dios mismo era quien concedía al hombre la fe y la razón, por lo tanto, no podía existir contradicción entre estas dos cualidades. En la segunda etapa de la escolástica, del siglo XII al fin del XIII, los autores escolásticos son influidos por el redescubrimiento de Aristóteles a través de los filósofos judíos y árabes. En este periodo los pensadores cristianos se hacen conscientes de que razón y fe tenían solo un ámbito en común pero que no todo el conocimiento de la fe es accesible por la razón ni viceversa. Un ejemplo emblemático de este periodo es Tomás de Aquino (1224-1274). Existe para Tomás un doble orden de verdad sobre Dios: las verdades que sobrepasan la razón y aquellas verdades que son alcanzables por la razón natural del hombre; el hombre por sus


propios medios no puede conocer toda la realidad de Dios ya que Dios es perfecto y el hombre imperfecto. La religión da a los hombres una serie de verdades para ser creídas por fe, algunas de estas verdades el hombre las podría alcanzar con ayuda de su razón natural aunque otras están más allá de su capacidad. Por ejemplo, la fe nos trasmite la existencia de Dios pero para Tomás la existencia de Dios también la podemos demostrar por la razón; sin embargo, el misterio de la Trinidad según el cual Dios es uno y trino al mismo tiempo escapa a la comprensión racional pero debemos creerlo ya que nos ha sido revelado por la religión. No obstante es importante advertir que la razón nunca se opone a la fe si es bien empleada, sencillamente, la razón no alcanza todo el conocimiento posible de la realidad divina y debe ser complementada por la revelación. Durante todo el siglo XIV se desarrolla la tercera etapa de la escolástica, en donde el divorcio entre fe y razón se consuma. Ejemplo de esta etapa es Guillermo de Ockham (¿12851349?) a quien su postura de que fe y razón son facultades totalmente independientes y distintas le valió la acusación de herejía. La fe depende de la revelación así que no necesita de la razón que no puede aportar nada a la fe. La razón es una facultad otorgada por Dios al hombre para que este se guíe en el mundo, por lo tanto, no necesita de la fe en su ámbito propio. Por esta razón Ockham en religión mantiene una postura “mística” y contraria a la teología ya que no es posible un “conocimiento racional” de la revelación divina. Pero, por otro lado, mantiene una postura radicalmente empirista en lo concerniente al conocimiento mundano. En definitiva, Guillermo de Ockham fue uno de los precursores de la separación entre el pensamiento racional, ya sea ciencia o filosofía, y la religión. [1001] Fuentes consultadas: http://www.webdianoia.com/medieval/agustin/agustin_filo.htm http://es.wikipedia.org/wiki/Escol%C3%A1stica


AGUSTÍN DE HIPONA (354-430) Agustín de Hipona es un teólogo cristiano de los siglos IV y V, considerado como uno de los más importantes representantes de la patrística latina. Intentó conciliar la religión cristiana con la filosofía griega frente a posiciones fideistas parciales, aún así su pensamiento está marcado por una fuerte supeditación de la razón a la fe.

Prioridad de la fe sobre la razón: El encuentro entre la filosofía griega y la religión cristiana fue complejo. Por un lado algunos filósofos cristianos pretendían conciliar la fe cristiana con la razón filosófica, mientras que otros proponían una radical separación entre el ámbito de la revelación y el de la reflexión racional. Los autores griegos y latinos de la época, por su parte, criticaban y rechazaban de plano a la nueva religión que introducía conceptos, a sus ojos, absurdos y escandalosos como la encarnación de Dios. No obstante, la síntesis entre razón y fe se fue imponiendo gracias a autores como Agustín de Hipona, aunque la filosofía para los teólogos cristianos estuviera, casi siempre, supeditada a la verdad de la religión. El mismo Agustín de Hipona, fuertemente influenciado por el platonismo y rechazando el pensamiento de Aristóteles, es un ejemplo claro de esta sumisión de la razón a la fe. El autor cristiano elaboró una teoría del conocimiento para fundamentar su tesis de la primacía de la fe sobre la razón. Para Agustín existen tres tipos de conocimientos: el sensible, el racional inferior y el racional superior. El conocimiento sensible es el grado más bajo de conocimiento ya que necesita de lo corporal para realizarse, como trata del ámbito material y mudable no genera ciencia sino solo opinión. El conocimiento racional, en su vertiente inferior, capta la universalidad de la realidad sensible, percibiendo patrones y regularidades en el mundo; este tipo de conocimiento sí puede generar ciencia como las matemáticas pero aún depende del mundo mutable para actualizarse. Por último el conocimiento racional superior, también llamado por el de Hipona sabiduría, es el conocimiento de las verdades inmutables y eternas, en lenguaje platónico, es el conocimiento de las ideas. Sin embargo, mientras que las ideas platónicas son autónomas, las verdades necesarias y eternas de las que habla Agustín están en la mente de Dios. ¿Cómo se alcanza, pues, la visión de estas verdades en la mente divina? Solo si Dios concede al alma mortal del hombre la iluminación, ya que la razón por si misma no se basta para conocer la realidad última, sino que necesita del concurso de Dios. Para Agustín no existe una distinción precisa entre fe y razón, toda vez que existe una sola verdad que nos es revelada por la religión cristiana. La razón solo es útil para conocer mejor esa verdad y penetrar en ella, pero Agustín siempre subraya que sin la creencia en los dogmas de la fe no podríamos adquirir verdadera sabiduría. De aquí su famosa frase “Cree para comprender”.

Adecuación del orden político a la fe: En el hombre existen dos inclinaciones, según Agustín, la del amor propio que nos lleva al pecado; y la del amor a Dios que nos lleva a la virtud. En base a estos dos impulsos humanos Agustín de Hipona traza su teoría de las dos ciudades. Para el filósofo cristiano, la comunidad de los fieles que se guían por el amor a Dios es la ciudad de Dios, siempre enfrentada a la ciudad terrena de los hombres que se aman a sí mismos. Como en casi todos nosotros viven enfrentados la carne y el espíritu, todos somos miembros de estas dos ciudades que están en una perenne pugna. La ciudad de Dios es la comunidad de los santos y solo vencerá definitivamente cuando llegue el fin de los tiempos, por lo tanto, la ciudad de Dios no es una utopía factible en el tiempo como la ciudad ideal de Platón, sino una realidad que se efectuará solo tras el Juicio Final. El orden político (ciudad terrenal) es fruto del pecado original, no entraba en el plan original de Dios, pero el creador tuvo que instituir el Estado para que el hombre pudiese tener un control colectivo sobre los apetitos de la carne. Esto nos lleva a la idea agustiniana de que el Estado solo es justo cuando los hombres virtuosos gobiernen sobre los pecadores en la medida que lo permita


el orden terrenal. Como la virtud y la sabiduría verdaderos solo proceden de Dios, la ciudad terrenal será más justa cuanto más se adecue a la ciudad de Dios, quedando claro, por supuesto, que esta adecuación nunca será perfecta hasta el fin de los tiempos. Si los gobernantes no se rigen por el amor a Dios sino por el amor propio e incitan a la población a amarse a sí mismos, en vez de a Dios, la diferencia entre una banda de ladrones y un Estado es de tamaño pero no de esencia. Sin amor a Dios, o en otras palabras, sin justicia no hay verdadero Estado. El objetivo de toda formación política justa es la paz entendida como tranquilidad y armonía social; en este orden terreno justo los hombres viven en el amor a Dios y al prójimo. La teoría del derecho del de Hipona es un reflejo de su filosofía política. En la cúspide de todo derecho está la Ley de Dios que es la razón divina, la ley que ordenó el universo. En un segundo nivel, está la ley natural, que es la imagen de la Ley de Dios que el hombre puede captar con su raciocinio; por ejemplo, la norma “matar a un inocente está mal”. Por último, la ley temporal es la ley de los hombres según aparece en cada sociedad. Lógicamente la ley de un Estado será justa solo en la medida que derive de la Ley de Dios a través de la ley natural. La filosofía política de Agustín justificó la mentalidad medieval que reivindicaba la primacía del poder espiritual de la Iglesia sobre el poder político terrenal.

Fuentes: http://html.rincondelvago.com/la-patristica-y-la-escolastica.html http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/estado/2009/09/san-agustn.html http://www.webdianoia.com/medieval/agustin/agustin_filo.htm


COMENTARIO DE TEXTO DE AGUSTÍN DE HIPONA: "Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe, igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo; donde no hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses comunes y, por tanto, no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede haber política." (AGUSTÍN DE HIPONA, La ciudad de Dios, XIX, cap. 23).


TOMÁS DE AQUINO: Tomás de Aquino es un pensador cristiano del siglo XIII. Su filosofía supone un intento de conciliar la religión con el pensamiento racional. Especialmente importante en la historia de la filosofía son sus cinco vías para demostrar la existencia de Dios con la mera razón.

Relación entre fe y razón: Existe para Tomás un doble orden de verdad sobre Dios: las verdades que sobrepasan la razón y aquellas verdades que son alcanzables por la razón natural del hombre; el hombre por sus propios medios no puede conocer toda la realidad de Dios ya que Dios es perfecto y el hombre imperfecto. El ser humano se equivoca incluso al juzgar las realidades sensibles así que es evidentemente incapaz de alcanzar una realidad inteligible tan perfecta como Dios. La religión da a los hombres una serie de verdades para ser creídas por fe, algunas de estas verdades el hombre las podría alcanzar con ayuda de su razón natural aunque otras están más allá de su capacidad. Aunque parezca algo redundante que la fe nos muestre verdades que el hombre por sí mismo podría hallar Tomás de Aquino lo justifica diciendo que esas verdades reveladas pero accesibles a la razón natural del hombre como la existencia de Dios sólo se pueden descubrir tras mucho tiempo de estudio y ni todos los hombres pueden dedicarse a ese trabajo ni es conveniente que los hombres vivan su juventud sin estos conocimientos. Por otro lado, la razón se extravía con frecuencia y es habitual caer en el error pero si la fe nos muestra una verdad segura la razón sabe a donde dirigirse en sus investigaciones; si usando nuestra razón natural arribamos a un conocimiento que contradiga la fe eso nos mostrará claramente que nuestro razonamiento es erróneo. Las verdades que exceden nuestra capacidad racional y que la fe nos propone para ser creídas no pueden ser comprendidas por la razón. Por ejemplo, Tomás de Aquino dice que el misterio de la Trinidad según el cual Dios es uno y es trino a la vez no es algo comprensible por la mera razón pero como es un conocimiento que nos viene de la fe debemos creerlo asumiendo los límites de nuestra inteligencia. Esta imposibilidad de captar las verdades de la fe por la razón intenta marcar distancias con autores cristianos que creían que la razón humana podía penetrar en ámbitos que a juicio de Tomás de Aquino les están vetados. Aunque algunas de las verdades de la fe excedan la capacidad racional del hombre esto no significa que las verdades racionales sean contrarias a las verdades de la fe. Tanto los contenidos de la fe como la razón del hombre provienen de Dios que es bondadoso; la bondad de Dios nos asegura que nuestra razón, cuando es bien empleada, no yerra ya que Dios sería un maestro malvado si nos proveyera de una capacidad de la que haciendo un buen uso nos condujera al error. Por ejemplo, según Tomás de Aquino, podemos saber con la razón que Dios existe viendo su impronta en el orden del mundo pero no podemos descubrir toda su esencia que es infinita. Tomás de Aquino asume que la razón tiene la capacidad de conocer a Dios y la separa de la fe aunque sea supeditándola a ella. Esta separación entre la fe y la razón tendrá influencias enormes en la construcción de la mentalidad occidental.


COMENTARIO DE TEXTO DE TOMÁS DE AQUINO: "Para la salvación humana fue necesario que, además de las materias filosóficas, cuyo campo analiza la razón humana, hubiera alguna ciencia cuyo criterio fuera lo divino. Y esto es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la comprensión a la que puede llegar sólo la razón. Dice Isaías 64,4: <<¡Dios! Nadie ha visto lo que tienes preparado para los que te aman. Sólo Tú..>> El fin tiene que ser conocido por el hombre para que hacia Él pueda dirigir su pensar y su obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para su salvación, conociera por revelación divina lo que no podía alcanzar por su exclusiva razón humana. Más aún. Lo que de Dios puede comprender la sola razón humana, también precisa la revelación divina, ya que, con la sola razón humana, la verdad de Dios sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. Así, pues, para que la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue necesario que los hombres fueran instruidos acerca de lo divino, por revelación divina. Por todo ello se deduce la necesidad de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón, hubiera una doctrina sagrada, resultado de la revelación.” (TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología, I, c. 1, art. 1, trad. de José Martorell, Madrid, B.A.C., 2001, pp. 85 – 86)


GUILLERMO DE OCKHAM: Guillermo de Ockham, filósofo franciscano de finales del medievo, desarrolló una filosofía revolucionaria en su tiempo en la que separaba el ámbito religioso del político. Acusado de hereje por el papado, su nombre es famoso por "la navaja de Ockham", también conocido como "principio de economía", según el cual, entre dos explicaciones igualmente satisfactorias, la más simple es, probablemente, la acertada. Este principio y otras ideas de Ockham inspiraron, siglos más tarde, el nacimiento del método científico.

La separación Iglesia-Estado: Frente a posturas que buscaban conciliar fe y razón, Guillermo de Ockham consideró que fe y razón son facultades totalmente independientes y distintas. La fe depende de la revelación así que no necesita de la razón que no puede aportar nada a la fe. La razón es una facultad otorgada por Dios al hombre para que este se guíe en el mundo, por lo tanto, no necesita de la fe en su ámbito propio. Esta separación entre el ámbito religioso y el ámbito mundano la extrapoló el filósofo franciscano a la separación entre el poder político (Estado) y el poder religioso (Iglesia), lo que le valió la condena por herejía. Según Ockham la plenitud de poderes del Papa en lo político y religioso es contraria a la enseñanza evangélica, el Papa debe ser un servidor de los fieles cristianos y su autoridad debe de estar limitada en todo momento por la expresión libre de la fe de todos los miembros de la Iglesia. Según este filósofo, que anticipa la Reforma protestante, ni el Papa ni los concilios pueden imponer verdades para ser acatadas por el resto de la comunidad de fieles, ya que para Ockham esta comunidad de fieles es la Iglesia misma. Niega el de Ockham la infalibilidad del Papa, al contrario, el Papa como hombre que es puede equivocarse, solo es infalible el cuerpo colectivo de la Iglesia formada por todos sus fieles. Por tanto, nuestro autor rechaza el orden jerarquizado y autoritario de la Iglesia de su tiempo, decantándose por una visión más democrática de la religión. Si el poder del papado está al servicio de los fieles en cuestiones religiosas, mucho menos potestad tendrá el Papa para inmiscuirse en asuntos políticos. La autoridad del Papa es solo religiosa y no debe entrometerse en los asuntos públicos. De esta manera, religión y política quedan delimitados como ámbitos paralelos pero separados hasta el punto que el filósofo cristiano considerará que el poder político no obtiene su legitimidad de Dios sino de que se atenga al bien común. Ockham elaboró una filosofía moderna en el medievo: se opuso a la subordinación de la razón a la fe, negó la autoridad y la infalibilidad del Papa, concibió una Iglesia democratizada y criticó al poder político que pretendía legitimarse en Dios en vez de en el bien común. Con este autor empieza el fin de la filosofía medieval, la asfixiante relación que durante toda la Edad Media existía entre Iglesia y Estado va poco a poco desquebrajándose hasta llegar a la ruptura que supuso la Reforma protestante y, con ella, a la Modernidad.


COMENTARIO DE TEXTO DE GUILLERMO DE OCKHAM: "Pero me parece que se ha de afirmar que de la potestad regular y ordinaria concedida y prometida a S. Pedro y a cada uno de sus sucesores por las palabras de Cristo ya citadas [“lo que atareis en la tierra, quedará atado en el cielo”] se han de exceptuar los derechos legítimos de emperadores, reyes y demás fieles e infieles que de ninguna manera se oponen a las buenas costumbres, al honor de Dios y a la observancia de la ley evangélica […] Tales derechos existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica y pudieron usarse lícitamente. De forma que el papa no puede en modo alguno alterarlos o disminuirlos de manera regular y ordinaria, sin causa y sin culpa, apoyado en el poder que le fue concedido inmediatamente por Cristo. Y si en la práctica el Papa intenta algo contra ellos [los derechos de los emperadores y reyes], es inmediatamente nulo de derecho. Y si en tal caso dicta sentencia, sería nula por el mismo derecho divino como dada por un juez no propio.”

(G. DE OCKHAM, Sobre el gobierno tiránico del Papa. Trad. P. Rodríguez. Madrid, Tecnos, 2001, pp. 60-61 [traducción adaptada]).


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