El racionalismo

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TEMA 2: EL RACIONALISMO. 1.- RACIONALISMO: CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO 2.- RACIONALISMO: CARACTERÍSTICAS GENERALES 3.- DESCARTES: EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA MODERNA A. BIOGRAFÍA B. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO: EL PROBLEMA DEL MÉTODO 1. Las reglas del método 2. El principio de la duda: partir de la nada 3. La primera verdad: el cogito 4. Criterio de certeza C. RAZÓN Y REALIDAD: LA TEORÍA DE LAS TRES SUSTANCIAS 1. La sustancia pensante (res cogitans) 2. La sustancia infinita (res infinita) 3. La sustancia extensa (res extensa) D. EL DUALISMO ANTROPOLÓGICO Y SUS CONSECUENCIAS E. LA MORAL POR PROVISIÓN: EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD

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1. RACIONALISMO: CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO Descartes y los otros racionalistas desarrollan su obra y su pensamiento durante el siglo XVII en el continente europeo. Se suele definir este siglo como un periodo de la historia afectado por una crisis universal que se extendió a lo económico, social, político e, incluso, lo espiritual. Ello resulta visible, en primer lugar, en el terreno de la economía. Los desequilibrios entre población y recursos, propios de la estructura económica de la sociedad preindustrial, se agravaron como efecto de las malas cosechas y de las periódicas crisis de hambre. En el campo de la política, el siglo XVII también se caracteriza por su inestabilidad. Abundan las revueltas y las guerras. En Francia, patria de Descartes, se registran conflictos campesinos debido a los impuestos y al hambre. Existen muchos antagonismos entre nobles y burgueses, señores y campesinos. La Alemania de Leibniz también sufre una gran crisis de Estado. Después de la Guerra de los Treinta años aparece como un país dividido en múltiples territorios. En Holanda, tierra de Spinoza, menos aquejada por la crisis, existe un ambiente de tolerancia y libertad. La burguesía ejerce el poder y abunda el comercio marítimo y el florecimiento de la industria. En lo cultural, florece el movimiento barroco, que también protagoniza la crisis de la sensibilidad y la necesidad de vivir apasionadamente. Existe un ambiente en el que junto al exceso y el desbordamiento priman el pesimismo, la fugacidad y el escepticismo. La búsqueda de Descartes de una certeza demuestra la necesidad de tener un asidero al que poder agarrarse. En el ámbito religioso, destaca la Contrarreforma, que fue, para unos, un movimiento surgido dentro de la Iglesia católica para luchar contra la Reforma realizada por los protestantes. Para otros, la verdadera reforma de la Iglesia, que se hubiera producido igualmente si no hubiera existido el protestantismo, pues cuestiones como la corrupción, que afectaba a muchos religiosos y a la propia jerarquía eclesiástica, escandalizaban al pueblo llano y eran un peligro para la unidad y la santidad evangélica que la Iglesia propugna. Entre las manifestaciones más significativas de la Contrarreforma podemos señalar:  El Concilio de Trento  La fundación por San Ignacio de Loyola de la Compañía de Jesús  La reforma de la orden carmelita por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.  La Inquisición, de la que se sirvió la iglesia católica por mantener la unidad doctrinal de tipo religioso y político. En Francia proliferan diferentes credos religiosos: calvinistas, hugonotes, jansenistas, quietistas y oratorianos. En Holanda existe un cierto enfrentamiento entre las creencias tolerantes de la burguesía (arminianismo), las del pueblo (gomarismo) y las de la nobleza (calvinismo). En Alemania luchan los católicos, protestantes y calvinistas. Ante este contexto de crisis, se intentan buscar soluciones en todos los ámbitos.  Se procura favorecer la producción nacional (mercantilismo) como medio para sostener un modelo político: el Estado absoluto.  La monarquía absoluta aparece como el mejor remedio para garantizar la paz y la seguridad. Así, este siglo será el del absolutismo: Luis XIV y Richelieu (Francia), Guillermo III de Orange (Holanda) y el conde de Olivares (España), entre otros.

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 La manifestación del barroco como cultura urbana y de masas, ayuda a la propaganda política.  Finalmente la filosofía racionalista intenta solucionar la crisis de pensamiento creada por la nueva ciencia y el hundimiento de la escolástica medieval.

2. RACIONALISMO: CARACTERÍSTICAS GENERALES El racionalismo es una corriente de pensamiento que reconoce que la razón se basta para el conocimiento. Huye, por tanto, de toda creencia infundada o superstición y no reconoce más evidencia que la aportada por la sola luz de la razón. En el contexto de la filosofía, este término denomina una corriente filosófica surgida en el siglo XVII y que tiene como representantes principales a:  René Descartes (La Haye, Francia, 1596-1650).  Nicolás Malebranche (París, 16381715).  Baruch Spinoza (Ámsterdam, 1632-1677).  G. Wilhelm Leibniz (Leipzig, 1646-1716). Se suele contraponer el racionalismo a otro movimiento aparecido paralelamente en Inglaterra, el empirismo de Locke, Berkeley y Hume, que analizaremos en el tema siguiente. Los rasgos principales de la filosofía racionalista son los siguientes: A. Plena confianza en la razón humana. Los racionalistas entienden que la razón es la única facultad susceptible de alcanzar la verdad. La oposición medieval entre razón y fe es sustituida ahora por la contraposición entre verdades racionales frente a los engaños o ilusiones de los sentidos. La razón se opone a sensibilidad, experiencia, conocimiento propio de los sentidos, no a fe. Existe una propuesta subjetivista: el hombre es un ser vuelto sobre sí mismo. Las cosas son sólo conocidas en las ideas. La realidad del mundo ya no es evidente, tiene que ser deducida. Se niega, pues, la experiencia sensible. B. Existencia de ideas innatas. Los racionalistas siguen la tradición de Platón, que entendía que el conocimiento verdadero podía ser alcanzado a través del recuerdo, al estar las ideas de algún modo «presentes» en el alma humana. Los racionalistas afirman que la conciencia posee ciertos contenidos o ideas en las que se encuentra asentada la verdad. La mente humana no es un receptáculo vacío, sino que posee naturalmente un número determinado de ideas innatas. A partir de estas ideas se fundamenta deductivamente todo el conocimiento. Su característica principal es la evidencia. En Descartes, las ideas innatas y, dentro de ellas, la idea de Dios garantizan y son la base para la plena certeza de todos los saberes, desde la física hasta la metafísica. C. Búsqueda de un método adecuado para el razonamiento. Los racionalistas toman como modelo el método utilizado por la matemática y la geometría. Descartes lo desarrolló en su obra “Reglas para la dirección del espíritu”; Spinoza en el “Tratado de la reforma del entendimiento” y Leibniz en su obra “De arte combinatoria”. Este método no sólo pretende escapar del error, sino conseguir, además, la unificación de las ciencias e incluso la creación de una mathesis universales o ciencia cierta de carácter universal que pudiera utilizar un lenguaje simbólico matemático con el que analizar y reducir a lo simple (lo cierto) toda Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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proposición compleja de la ciencia. El método tiene por finalidad la conquista de la verdad a través de la búsqueda de los elementos evidentes que son conocidos mediante una intuición intelectual (a priori), independiente del ámbito de la experiencia. D. Propuesta metafísica basada en la idea de sustancia. La metafísica racionalista reduce la división categorial de Aristóteles a tres únicos fundamentos: sustancia, atributos (esencia o naturaleza de la sustancia) y modos (calificaciones, afecciones y variaciones de la sustancia). Suelen entender por sustancia «aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir» (Descartes). La sustancia es la primera idea innata, de la que todo se deriva por proceso deductivo. No todos los pensadores racionalistas admitieron el mismo número de sustancias, ni le otorgaron las mismas características:  Descartes afirmó la existencia de tres sustancias distintas (res infinita o Dios, res cogitans o pensamiento y res extensa o sustancias corpóreas).  Spinoza afirmó la existencia de una única sustancia: «Deus, sive natura».  Leibniz, sin embargo, señalaba la existencia de infinitas sustancias simples o mónadas. E. El mecanicismo. Descartes y Spinoza aceptan la visión científica del mundo predominante en el siglo XVII. El mundo es concebido como una máquina despojada de toda finalidad o causalidad que vaya más allá de la pura eficiencia. Las causas eficientes son sólo movimientos que dan lugar a otros movimientos. Todo es explicado por choques de materia en el espacio (lleno) y no existen fuerzas ocultas o acciones «a distancia». El mundo es como un mecanismo gigante cuantitativamente analizable. Descartes extenderá esta explicación a los cuerpos de los animales e incluso al humano, si bien dejó al margen el alma humana o sustancia pensante. Como hemos visto en el renacimiento frente al organicismo aristotélico se impone en la época moderna el mecanicismo. Frente a la concepción de un universo como un gran organismo natural, regido por causas finales y en el que participan fuerzas antropomorfas (amor, odio...) y en el que se interesan por el qué eran las cosas, la ciencia moderna explica el universo como una máquina. En este mecanismo no hay más que la materia y el movimiento con sus leyes. Todo queda reducido a lo medible. Las causas que cuentan ahora son las eficientes y sólo interesa cómo ocurren los fenómenos. La reducción de los elementos significativos a los cuantificables permitió la matematización de lo real. Autores destacados en este aspecto son Galileo y Descartes. Desde esta nueva perspectiva se crea un mundo abierto, indefinido, gobernado por leyes formulables matemáticamente que permiten la predicción: ¡sirven en la práctica! Y todo por someter la realidad física a conceptos matemáticos: «El libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos», decía Galileo. El nuevo concepto de ser el que más importa será lo cuantificable: su masa y su fuerza. La Física deja de lado a la metafísica y explica todo por causas mecánicas independientes de todo proceso teleológico. En este determinismo surgirá el problema de la libertad del hombre. Pero en este nuevo universo mecánico el hombre ya no encuentra su lugar y se repliega en la intersubjetividad. La nueva filosofía estará centrada en el sujeto.

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3. DESCARTES. EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA MODERNA A. BIOGRAFÍA René Descartes nació en La Haye de Touraine (Francia) el 31 de marzo de 1596, en el seno de una noble familia francesa. Su madre murió al año de nacer Descartes, lo que afectó a su salud. A los 9 años comienza sus estudios con los jesuitas en el colegio de La Flèche en Anjou, donde permaneció desde 1604 hasta 1614. Aquí cultivó una gran afición a las matemáticas y un cierto escepticismo con respecto a las demás ciencias. En 1616 se graduó en Derecho por la Universidad de Poitiers. Sin embargo, no se encontraba realmente satisfecho de la enseñanza que había recibido. Descartes se interesó pronto por las matemáticas, única disciplina que puede considerarse un «auténtico saber», porque es la única que nos aporta «certeza» o imposibilidad de dudar. Posteriormente se dedica al esparcimiento y los viajes. En 1618 se alista en el ejército del príncipe Mauricio de Nassau, en Holanda. En esta época conoció al que despertaría en él la inquietud por las cuestiones científicas, el médico Isaac Beeckman. En 1619 se traslada a Alemania, donde se incorpora al ejército del duque de Baviera. Ese mismo año, el 10 de noviembre, descubre su verdadera vocación: la filosofía, y se apasiona por la cuestión del método, único camino que permitirá recomponer y unificar no sólo la pluralidad de ciencias, sino la propia sabiduría humana. Entre 1620 y 1629 se dedica a viajar, iniciándose en una nueva experiencia que «el estudio de las letras» no le podía ofrecer: aprender del «gran libro del mundo». Vive en París y finalmente se retira a Holanda, lugar que se convirtió en el refugio de numerosos filósofos y científicos debido a su tolerancia y donde Descartes vivió con algunas interrupciones hasta 1649. Comienza su época creadora. En 1628 termina su obra fundamental: Reglas para la dirección del espíritu, entre 1633 y 1634 escribe el Tratado del mundo, en 1937 publica el Discurso del método, en 1641 sus Meditaciones metafísicas y en 1644 los Principios de filosofía. En 1649 Descartes es invitado por la reina Cristina de Suecia a Estocolmo con el fin de instruirla en su filosofía. Al partir deja en la imprenta su obra Las pasiones del alma. Otras obras: Geometría (1637), Tratado del ser humano (1634). En Suecia, Descartes se encontraba solo y atareado en algunas cuestiones enojosas, como la elaboración de unos poemas para un ballet conmemorativo de la Paz de Westfalia. El 11 de febrero de 1650 muere de una neumonía. En Descartes confluyen una variedad de influencias. Tuvo contacto con la escolástica, si bien confiesa que abandonó ese método que le querían imponer en su educación en La Flèche. Además, hay bastantes aspectos que parece tener en cuenta de la filosofía de Agustín de Nipona: el procedimiento de la duda, la superación del escepticismo, las ideas innatas, el cogito, la prueba de la existencia de Dios que se basa en la idea innata de infinito. Existen elementos estoicos en su pensamiento (los estoicos eran muy leídos en tiempos de Descartes), como la localización del alma en el cerebro o la moral provisional. Luis Vives también está presente en el tratado de las pasiones. De la misma manera, la gente de ciencia de su tiempo: Isaac Beeckman, Mersenne, etc., que le proporcionan su interés por el modelo matemático. Finalmente, el escepticismo de los Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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pensadores franceses Pierre Charron y Michel de Montaigne, presentes sobre todo en la duda metódica cartesiana.

B. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO: EL PROBLEMA DEL MÉTODO La dispersión anárquica que reinó en el Renacimiento tuvo su reacción ya a partir de la mitad del siglo XVI, que es cuando comienza a sentirse vivamente la necesidad del orden, de la disciplina y de un método de análisis y estudio de la realidad. Descartes llega al descubrimiento de su método mediante la consideración del procedimiento matemático. Parte de la estimación de que este método debe tener valor universal, para lo que se propone tres objetivos:  Formular unas reglas.  Fundamentar metafísicamente el valor absoluto y universal del método.  Demostrar su fecundidad en las distintas ramas del saber. La reacción cartesiana contra el escepticismo, sumada a su interés por la ciencia, va a significar el afianzamiento en el rechazo del error y en la búsqueda de la verdad. Descartes se dispone a investigar con la finalidad de determinar algo con certeza, incluso si acerca de ese algo se puede pensar que no existe conocimiento verdadero alguno. Descartes nos proporciona la siguiente definición del método: «Conjunto de reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales quien las observe exactamente nunca tomará nada falso por verdadero y, no empleando inútilmente esfuerzo alguno de la mente, sino aumentando gradualmente la ciencia, llegará al conocimiento de todas aquellas cosas de las que sea capaz». 1. Las reglas del método Descartes señala cuatro reglas para dirigir la razón «en orden a procurar la verdad». Las dos primeras conforman lo que se ha dado en llamar la parte analítica del método y las dos segundas la parte sintética. a) Evidencia. Aceptar sólo lo que es claro y distinto. Una idea es clara en tanto que se presenta manifiesta en la inteligencia que la intuye. Una idea es distinta cuando está separada de otras ideas y, por tanto, no contiene nada que pertenezca a las demás ideas. A través de la intuición llegamos a la evidencia. b) Análisis. Consiste en «dividir cada una de las dificultades a examinar en tantas partes como se pueda, y en cuantas se requiera para resolverlas mejor». c) Síntesis. Consiste en «conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para subir poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos; y suponiendo un orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros [...]». Esta regla supone el procedimiento ordenado propio de la Geometría. Ese orden supuesto es para Descartes el de la deducción, que es una intuición sucesiva de las naturalezas simples y de las conexiones entre ellas, que procede, por una parte, descomponiendo el objeto en sus elementos más simples (análisis) y, por otra, reconstruyendo deductivamente el complejo o compuesto a partir de lo simple (síntesis). Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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d) Enumeración. Hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que podemos estar seguros de no omitir nada. Estas cuatro reglas simples componen la parte constructivo-positiva del método cartesiano, que según nuestro autor reunía las ventajas de los métodos de la lógica, del análisis geométrico y del álgebra. Tres nociones sostienen el entretejido de estas reglas positivas y, por consiguiente, justifican la pretensión de certeza del método: la intuición, la deducción y el orden.  La intuición es la base del conocimiento, por lo que separamos lo verdadero de lo que no es cierto. Es una especie de «luz o instinto natural», por el que captamos, sin posibilidad de error y de forma inmediata, los conceptos simples, que surgen de la razón misma. Afirma nuestro autor: «Entiendo por intuición, no la creencia en el variable testimonio de los sentidos o en los juicios engañosos de la imaginación —mala reguladora— sino la concepción de un espíritu sano y atento, tan distinta y tan fácil que ninguna duda quede sobre lo conocido, o lo que es lo mismo, la concepción firme que nace en un espíritu sano y atento, por las luces naturales de la razón».  La deducción o inferencia nos permite derivar nuevas ideas a partir de las que ya conocemos. Es una intuición sucesiva de las naturalezas simples y de las conexiones que existen entre ellas. Según nuestro autor, la deducción «consiste en una operación por la cual comprendemos todas las cosas que son consecuencia necesaria de otras conocidas por nosotros con toda certeza».  Finalmente, el orden nos permite situar, en el lugar del caos aparente de la experiencia sensorial, una disposición racional, que es justamente el objetivo de la ciencia.

2. El principio de la duda: partir de la nada El punto de partida del método es la duda metódica. La duda cartesiana no es escepticismo, sino un procedimiento dialéctico de investigación, encaminado a desprender y aislar la primera verdad evidente, la primera idea clara y distinta, la primera naturaleza simple. La duda es la aplicación al problema del conocimiento del método del análisis, que hemos descrito en las reglas del método. Por tanto, después de tener en cuenta las reglas del método y después de un examen crítico de todas las verdades, Descartes quiere llegar a distinguir lo verdadero de lo falso y así encontrar un fundamento Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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sólido de la certeza. Sin embargo, considera que, para llegar a esa certeza absoluta, es preciso comenzar dudando. Si las reglas representan la «parte constructiva» del método, ahora estaríamos ante la «parte destructiva». Esta duda es universal, porque se someten a la duda todas las certezas existentes, toda clase de conocimientos, todo lo que tenga una posibilidad mínima de ser falso. También es metódica, porque no se trata de una posición escéptica, sino de un instrumento para alcanzar la verdad, la certeza. Es teorética, porque cuestiona los conocimientos y tiene la pretensión de repensar la teoría filosófica desde sus fundamentos. La duda es voluntaria, porque poner la duda en práctica depende de nuestra voluntad de dudar; y es exagerada, porque nos invita a dudar no sólo de lo que es claramente falso, sino también de todo aquello que pueda suscitar en nosotros cualquier sospecha de duda. Nuestro autor señala cuatro criterios que justifican su duda metódica: a) Notamos que los sentidos nos engañan. Dado que nos engañan a veces, no son fiables y hasta podríamos sospechar que nos pueden engañar continuamente. Por tanto, no nos sirven para un conocimiento cierto. b) Confundimos el estado de sueño y de vigilia. No existe un criterio claro para distinguir ambos estados. Por tanto, no debemos dar crédito a una parte de nuestros conocimientos que se derivan del estado de sueño y de cuando estamos despiertos. c) Podríamos proponer la hipótesis del Dios engañador. Admitimos la creencia de que Dios es todopoderoso, pero nada parece impedir el que nos haya podido crear con una naturaleza que nos condicione a cometer errores y que, por tanto, dudemos de la certeza de nuestros conocimientos. d) Añadimos la hipótesis de un genio maligno, que es una reproducción que sustituye al Dios engañador. Podemos suponer la existencia de un ser poderoso y astuto que emplea toda su habilidad en engañarnos y conducir al error y a la equivocación a nuestro conocimiento. Como señala García Morente, la hipótesis del genio maligno necesita, para ser destruida, la demostración de la existencia de Dios. Sólo cuando sabemos que Dios existe y que Dios es incapaz de engañarnos, sólo entonces queda deshecha la última y poderosa razón que Descartes adelanta para justificar la duda. ¿Qué significa esto? Significa el planteamiento y solución de un grave problema lógico, que luego ocupará hondamente a Kant: el problema de la racionalidad o de la posibilidad de conocimiento de la realidad. El genio maligno y sus artes de engaño simbolizan la duda profunda de si en general la ciencia es posible. En consecuencia, la duda más radical queda incorporada al método y parece sumergirnos en las tinieblas del escepticismo. De nada estamos ya seguros. 3. La primera verdad: el cogito A partir de esa duda universal, aparece la primera verdad y certeza. La base primera de la filosofía cartesiana es: «pienso, luego soy» (Cogito ergo sum). El cogito no es un razonamiento, sino una intuición, la intuición del yo como primera realidad y como realidad pensante. Indica García Morente que el yo es la naturaleza simple que, antes que ninguna, se presenta a mi conocimiento, y el acto por el cual el espíritu conoce las naturalezas simples es, como ya hemos dicho, una intuición.

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Por otra parte, al poner Descartes el fundamento de su filosofía en el yo, acude a dar satisfacción a la esencial tendencia del nuevo sentido filosófico que se manifiesta con el Renacimiento. Se trata de explicar racionalmente el universo, es decir, de explicarlo en función del hombre, en función del yo. Era, pues, preciso empezar definiendo el hombre, el yo, y definiéndolo de suerte que en él se hallaran bastantes elementos para edificar un sistema del mundo. La filosofía moderna entra con Descartes en su fase idealista y racionalista. El cogito es, por una parte, la primera existencia o sustancia conocida, la primera naturaleza simple; por otra parte, es también la primera intuición, el primer acto del conocer verdadero. Del cogito puede desprenderse el criterio de toda verdad, a saber: toda intuición de naturaleza simple es verdadera o, en otros términos, toda idea clara y distinta es verdadera, evidente. El cogito representa un acto del sujeto (el conocimiento), porque soy yo el que piensa. Nuestro autor describe el sujeto de la siguiente manera: «Yo soy una sustancia cuya esencia o naturaleza es pensar, y que para ser no tiene necesidad de ningún lugar, ni depende de cosa material alguna». La esencia de nuestra mente, por tanto, es pensar. Descartes logra conseguir la certeza o seguridad subjetiva de los conocimientos. Existe una equivalencia entre verdad y certeza. Las ideas para nuestro autor representan una mediación inevitable entre el sujeto pensante y las cosas. El pensamiento opera siempre sobre las ideas («imágenes de las cosas», «cuadros») no sobre las cosas mismas. Distingue tres tipos de ideas: a) Innatas. Las que el entendimiento posee por naturaleza, las «nacidas conmigo». Por ejemplo: el pensamiento, la existencia, Dios, la extensión. b) Adventicias. Aquellas que provienen de la experiencia externa; aquellas que «son extrañas y proceden de fuera». Por ejemplo: árbol, mujer, sol, calor. c) Facticias. Las que proceden de nuestra imaginación y voluntad; aquellas que son hechas o inventadas, fabricadas por el sujeto, a partir de otras ideas. Por ejemplo: caballo con alas, las sirenas, el dragón. Para Descartes, el auténtico conocimiento no surge ni del testimonio fluctuante de los sentidos (ideas adventicias), ni del juicio falaz de la imaginación (ideas facticias), sino sólo de la mente pura y atenta, que mirando en sí misma, logra descubrir sus verdaderos contenidos. El auténtico conocimiento tiene lugar por medio de las ideas innatas, que la razón encuentra en sí misma, y en consecuencia, el contenido que en esas ideas se presenta de modo claro y distinto coincide con la realidad. 4. Criterio de certeza Supone el descubrimiento de una verdad de la que no se puede dudar: el «pienso, luego soy». Es una verdad evidente, porque es clara y distinta, y por ello es cierta. Eso nos permite establecer un criterio o regla general: Son verdades ciertas aquellas que concebimos de manera clara y distinta. Están presentes en una mente atenta, que las diferencia de otras verdades que constituyen su contorno.

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C. RAZÓN Y REALIDAD: LA TEORÍA DE LAS TRES SUSTANCIAS Descartes define la sustancia como «una cosa que existe de tal modo que no necesita ninguna otra para existir». Este concepto es una de las ideas innatas y representa los elementos estables y permanentes de la realidad. El sistema de Descartes nos lleva a tres ideas evidentes que se corresponden con las llamadas tres sustancias:  El pensamiento o espíritu, el yo o el alma (res cogitans).  Dios (res infinita).  Las cosas o cuerpos materiales (res extensa).

1. La sustancia pensante (res cogitans) El yo pensante es la primera sustancia que representa la primera verdad o certeza. La duda universal y metódica lleva al sujeto que conoce a la existencia de esta realidad. Nuestro autor afirma: «Nosotros somos una cosa que duda, entiende, confirma, niega, afirma, quiere y no quiere, y también imagina y siente». El atributo fundamental de esta sustancia es el pensamiento o conciencia. 2. La sustancia infinita (res infinita) La segunda de las sustancias es la sustancia infinita o divina: Dios. Para nuestro autor el yo pensante no es perfecto, pero posee la idea de perfección. Esta idea, que nace con nosotros (innata), es la idea de un ser perfecto, que es Dios. Es una sustancia increada, que piensa y que es causa de todos los seres creados. Dios es una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente. Dios es la garantía de la veracidad. Todo cuanto hay en nosotros viene de Dios, y por tanto, también nuestras ideas claras e distintas (evidentes). Descartes presenta tres pruebas de la existencia de la sustancia Dios: a) La idea de perfecto e infinito. Parte de la idea de perfección e infinitud que el sujeto puede tener, a pesar de no ser el sujeto ni perfecto ni infinito. La finitud que reconozco en mí es lo contrario de la infinitud que conozco en Dios. Él es la causa necesaria de la idea de Él que hay en mí. Descartes lo expresa así: «La existencia de Dios se demuestra por sus efectos, sólo por el hecho de que la idea que tenemos acerca de Él está en nosotros. La realidad objetiva de cada una de nuestras ideas requiere una causa en la cual Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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está contenida esa misma realidad, no simplemente de una manera objetiva, sino formal y eminentemente. Es un hecho que nosotros tenemos en nosotros la idea de Dios y que la realidad objetiva de esa idea no está contenida en nosotros, ni formal ni eminentemente y que no puede estar contenida en ningún otro más que en Dios mismo: por consiguiente esta idea de Dios que está en nosotros exige a Dios como causa suya, y consiguientemente Dios existe» (DESCARTES: Principios de filosofía). Su atributo es la infinitud. b) La contingencia del yo. Este argumento constituye una explicación de la primera prueba, pero introduce el principio de causalidad y, además, mezcla las ideas de contingencia y de conservación de los seres creados. Aquí Descartes llega a Dios como causa de su ser imperfecto y finito. Afirma que, así como yo no soy infinito y no tengo la totalidad de las perfecciones, el ser que tiene todas las perfecciones es por este hecho causa de sí mismo y, por tanto, existe necesariamente. Descartes lo expresa así: «A eso añadí que dado que yo conocía algunas perfecciones que me fallaban, no era yo el único ser que existiese, sino que era absolutamente necesario que hubiese otro ser más perfecto de quien yo dependiese y de quien tuviese adquirido todo cuanto poseía, pues si yo fuese sólo e independiente de cualquier otro ser de tal manera de que de mí mismo procediese lo poco en lo que participaba el ser perfecto, pudiera tener por mí mismo también, por idéntica razón, todo lo demás que yo sabía que me faltaba y ser, por lo tanto, infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía advertir en Dios» (DESCARTES: Discurso del método, I). c) El argumento ontológico. Es la prueba más conocida de Descartes. Tiene ciertas semejanzas con la de San Anselmo, aunque varía. El esquema de la demostración es el siguiente: la existencia es una perfección, Dios tiene todas las perfecciones, luego Dios tiene la existencia. Como nos indica García Morente, al igual que la existencia del yo ha sido, en el cogito, establecida por una intuición intelectual, también la existencia de Dios queda establecida en el argumento ontológico por medio de una deducción (que para Descartes es una serie de intuiciones intelectuales). La metafísica del cartesianismo y filosofías subsiguientes tienden inevitablemente a demostrar las existencias mediante actos intelectuales subjetivos. Al ser el yo, es decir, la inteligencia personal, su punto de partida, no podrán considerar las realidades fuera del yo como dadas, y necesitarán inferirlas, demostrarlas, pues la inteligencia conoce inmediatamente esencias, definiciones, pero no existencias, cosas exteriores. Éstas son siempre, en el racionalismo, inferidas mediatamente de las esencias. Esta distinción bastará a Kant para arruinar toda la metafísica cartesiana y abrir un nuevo cauce a la filosofía. Distinguirá la esencia o definición de la existencia. La esencia podrá ser objeto de conocimiento intelectual; pero la existencia sólo podrá ser objeto de conocimiento sensible. Para conocer una existencia no se precisará una intuición intelectual, sino sensible. El cogito y el argumento ontológico servirán para instituir ideas, pero no cosas existentes. Una vez demostrada la existencia de Dios, considera que encontró el camino seguro por el que, desde la contemplación de Dios, en quien están escondidos todos los tesoros de las ciencias y de la sabiduría, llegamos al conocimiento de las cosas restantes. En este contexto, Dios parece ser el nexo entre el mundo de los pensamientos (res cogitans) y el mundo de las cosas (res extensa).

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3. La sustancia extensa (res extensa) La tercera de las sustancias está representada por las cosas materiales (res extensa). Esta sustancia tiene como atributo fundamental el de la extensión, y una triple dimensión: figura, posición y movimiento. Como señala García Morente, de la existencia de Dios y sus propiedades deriva ya Descartes fácilmente la realidad de las naturalezas simples en general, y, por tanto, de los objetos matemáticos, espacio, figura, número, duración, movimiento. La metafísica le conduce sin tropiezo a la física. Ésta debuta en realidad con la distinción esencial del alma y del cuerpo. El alma se define por el pensamiento. El cuerpo se define por la extensión. Y todo lo que en el cuerpo sucede, como cuerpo, puede y debe explicarse con los únicos elementos simples de la extensión, figura y movimiento. Así pues, hay que considerar dos partes en la física cartesiana:  Una que trata de los sucesos en los cuerpos (mecánica).  Otra que se ocupa de definir la sustancia misma de los cuerpos (teoría de la materia). La física de Descartes es mecanicista. Descartes no quiere más elementos, para explicar los fenómenos y sus relaciones, que la materia y el movimiento. Todo en el mundo es mecanismo y, en la mecánica misma, todo es geométrico. Así lo exigía el principio fundamental de las ideas claras, que excluye naturalmente toda consideración más o menos misteriosa de entidades o cualidades. La física de Descartes es una mecánica de la cantidad pura. El movimiento queda despojado de cuanto atenta a la claridad y pureza de la noción; es una simple variación de posición, sin nada dinámico por dentro, sin ninguna idea de esfuerzo o de acción, que Descartes rechaza por oscura e incomprensible. En una primera parte de su física afirma que la causa del movimiento es doble. Una causa primera que, en general, lo ha creado e introducido en la materia, y esta causa es Dios. Una vez introducido el movimiento en la materia, Dios no interviene más, si no es para continuar manteniendo la materia en su ser; de aquí resulta que la cantidad de movimiento que existe en el sistema del mundo es invariable y constante. Pero de cada movimiento en particular hay una causa particular, que no es sino un caso de las leyes del movimiento. Descartes distingue tres leyes: a) Ley de inercia: toda cosa permanece siempre en el mismo estado, mientras no sea cambiada por ninguna causa exterior. b) Ley de dirección del movimiento: un cuerpo en movimiento tiende a continuarlo en línea recta, según la tangente o la curva que describa el móvil. c) Ley del choque: en el choque entre dos cuerpos no se pierde movimiento, sino que su cantidad permanece constante. Leibniz corregirá la física de Descartes al afirmar que no es la cantidad de movimiento lo que se conserva constante en la naturaleza, sino la fuerza viva, la energía. Pero Descartes, en su afán de no admitir nociones oscuras, considera las nociones de energía o fuerza como incomprensibles, porque no son geométricamente representables, y las desecha para limitarse a concebir en la materia la pura extensión geométrica. La segunda parte de la física estudia la teoría de la materia. La materia no es otra cosa que el espacio, la extensión pura, el objeto mismo de la geometría. Las cualidades secundarias que percibimos en los objetos sensibles (color, sonido, gusto, sabor, olor, tacto) son intelectualmente inconcebibles y, por tanto, no pertenecen a la realidad. La

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materia se reduce a la extensión en longitud, latitud y profundidad, con sus modos, que son las figuras o límites de una extensión por otra. En conclusión, podemos afirmar que no sólo el universo físico, sino incluso las plantas, los animales y el cuerpo humano son puros mecanismos. Sólo existen fuerzas mecánicas que actúan en el universo. Todos los seres son como máquinas construidas por Dios. Toda actividad vital no es más que la reacción físico-química a ciertos estímulos que nos impresionan. A modo de resumen, podemos afirmar que «el mano a mano entre el cogito y el infinito» concluye en la creación y querer divino (contingencia radical). El orden necesario del racionalismo nace como efecto de la libertad divina. Existe un «necesitarismo consecuente con la creación». La certeza de todo depende de esta verdad: Dios es el soporte de todo lo contingente. La nada, la creación, la voluntad, la libertad y el querer son conceptos radicales en Descartes. Son los que le convierten en «padre de la modernidad».

D. EL DUALISMO CONSECUENCIAS

ANTROPOLÓGICO

Y

SUS

Descartes diferencia el alma y el cuerpo, con lo que establece un dualismo. Llega a afirmar que el cuerpo no es más que una estatua o máquina de tierra que Dios forma expresamente para hacerla lo más semejante a nosotros posible. Al alma sólo pertenece el pensar, mientras que el cuerpo, al ser una característica de la extensión, sólo podrá modificarse por figura y movimiento. El cuerpo se reduce, de esta manera, a una máquina regida por las leyes de la física, y la vida a un movimiento mecánico, principalmente en los animales, que carecen de alma y pensamiento. Descartes, quizás inspirándose en Galileo, distingue dos tipos de cualidades en los cuerpos:  Primarias. Aquellas que se derivan de la realidad fundamental, de la extensión o magnitud: la figura y el movimiento. Son objetivas y atribuibles a los cuerpos. Caen bajo el ámbito del orden y de la medida y, por tanto, de la matemática. Son: extensión, tamaño, figura y movimiento. Las estudia la geometría analítica.  Secundarias. Las producidas por la acción mecánica de los cuerpos. Son subjetivas y atribuidas a los sentidos: color, sonido, gusto, sabor, olor, tacto. Nuestro autor siente la necesidad de superar la radical separación entre el alma y el cuerpo, y por ello llega a afirmar que el alma está unida a todo el cuerpo, concretando esa unión en la glándula pineal, que sitúa en el centro del cerebro. En ella se funden las sensaciones corporales y, a través de ella, el alma recibe los estímulos orgánicos bajo la forma de representaciones confusas. Considera Descartes que, en esa interacción, es el alma quien siente, no el cuerpo, aunque las sensaciones, que provienen de los órganos de los sentidos, sean ideas confusas, maneras confusas de pensar. En consecuencia, es el alma la que percibe y sufre las pasiones (deseos, tristeza, alegría, admiración, odio), que Descartes explica en el contexto de su radical mecanicismo. La historia de la reflexión filosófica sobre la relación entre el cuerpo y la mente a partir de Descartes es la historia de los innumerables intentos por escapar del punto muerto cartesiano. Las primeras maniobras de esta clase, como las de Malebranche, Spinoza, Leibniz y los materialistas franceses La Mettrie y Cabanis, fueron formuladas en el contexto de la metafísica, como respuesta directa al dualismo cartesiano. Las perspectivas posteriores, que se originaron en el siglo XIX, necesitaron reconciliar la Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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evidencia alcanzada a partir de la localización de las funciones cerebrales y los desórdenes nerviosos funcionales con las teorías prevalecientes en biología y psicología. Estas discusiones reflejan la nueva aceptación de que el cerebro hace el papel de órgano de la mente. A pesar de que estas teorías de las relaciones entre mente y cerebro —epifenomenalismo, interaccionismo, monismo de aspecto dual y teoría de la materia mental— fueron formuladas en el contexto de la ciencia, estaban también orientadas a soslayar el punto muerto cartesiano. Un intento alternativo es el de Nicolás Malebranche (1638-1715), quien argumenta que las dos sustancias de Descartes, mente y cuerpo, no tenían relación causal. Dios era la única causa verdadera. No sólo no hay influencia de la mente sobre el cuerpo o del cuerpo sobre la mente, sino que no hay causalidad operativa alguna excepto cuando Dios, la única causa verdadera, interviene para producir las regularidades que experimentamos. Así, por ejemplo, cuando una persona quiere mover un dedo, da ocasión para que Dios mueva el dedo; el que un objeto aparezca en el campo de visión de una persona, sirve de ocasión a Dios para producir una percepción visual en la mente de la persona (ocasionalismo). Otro intento mucho más duradero de responder al punto muerto cartesiano fue el de Baruch de Spinoza (1632-1677). Aunque ambos coincidían en que el mundo de la conciencia y el de la extensión estaban cualitativamente separados, Spinoza rechaza el punto de vista cartesiano de que la conciencia y la extensión son dos sustancias finitas. Para él son atributos de una única sustancia infinita. Esta sustancia, Dios, es la esencia universal o naturaleza de todo lo que existe. Otra reacción al dualismo cartesiano es la de Leibniz, que presenta la famosa descripción del paralelismo psicofísico, en la que adopta una metáfora ocasionalista para sostener el punto de vista de que el alma y el cuerpo existen en una armonía preestablecida. Comparando el alma y el cuerpo con dos relojes que están en perfecto acuerdo, Leibniz argumenta que hay sólo tres posibles fuentes para su concordancia. Puede ocurrir por influencia mutua (interaccionismo), a través de los esfuerzos de un experto operario que regule los relojes y los mantenga de acuerdo (ocasionalismo), o en virtud del hecho de que han sido construidos desde el comienzo para que su futura armonía esté asegurada (paralelismo). Leibniz rechaza el interaccionismo, porque es imposible concebir partículas materiales pasando de una sustancia a otra y el ocasionalismo por invocar la intervención de un Deus ex machina en la serie natural de los fenómenos. Permanece el paralelismo: la noción de que la mente y el cuerpo existen en una armonía que ha sido preestablecida por Dios desde el momento de la creación.

Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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E. LA MORAL POR PROVISIÓN: EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD El alma, al no estar sujeta al mecanicismo universal que rige la realidad de las sustancias extensas, incluido el cuerpo, es el fundamento de la libertad humana. En ella existen acciones, que dependen de la voluntad, y pasiones, que son involuntarias. Distingue tres tipos de pasiones: a) Pasiones fisiológicas (admiración, cólera, alegría, tristeza), en las que la sensación se impone al sujeto. b) Pasiones psicológicas (deseo, esperanza, temor, amor, odio) que pueden provenir tanto del sujeto como del objeto. c) Pasiones morales, aquellas que se relacionan con el libre arbitrio en nosotros y en los demás como la generosidad. Se trata de no estar dominado por las pasiones y dejarse guiar progresivamente por los dictados de la razón y las enseñanzas de la experiencia hasta apropiarse de la voluntad y hacer un uso correcto e íntegro de nuestra libre elección. La razón es la única que puede valorar, y por tanto inducir a aceptar o a rechazar determinadas emociones. La sabiduría consistirá en tomar el pensamiento evidente (claro y distinto) como norma no sólo de pensar, sino también de vivir. Para ello propone una moral por provisión. La moral por provisión Descartes dice que para coronar su moral examinó las profesiones con la intención de elegir la que considerase mejor y pensó, sin despreciar las demás, que la mejor era la que él había elegido y que estaba poniendo en práctica, pues la más noble misión del ser humano es la de cultivar la razón. Para este ejercicio, el individuo tiene que vivir en sociedad, lo que obliga a acomodarse en cada ocasión al ambiente en el que se mueve, sin renunciar a unos principios morales mínimos y a una finalidad individual, motor de toda acción, que posibilite realizar aquello que se juzgue como lo mejor: vivir lo más felizmente posible. Para cultivar la razón y avanzar en el conocimiento de la verdad (para ser feliz), establece una «moral por provisión», basada en tres máximas: a) Conformidad con las leyes y religión del país donde uno habita. b) Conformidad en el ánimo con todo lo que nos rodea. c) Moderación en los deseos. Sólo poniendo en práctica la constancia de la voluntad podemos alcanzar la verdadera felicidad, según la recta razón. Descartes no atribuye provisionalidad a su moral, sino que la entiende como una obligación para la constitución tanto de su actitud vital, como de su «oficio» de pensar. En definitiva, en la ética cartesiana la voluntad queda sometida a la guía de la razón que orienta todo nuestro pensar y actuar.

Tema 2: El Racionalismo. Descartes.

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