Relatos de Bilbao

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RELATOS DE

BILBAO HABLEMOS EN ‘BILBAINO’ UN PUENTE SOBRE EL CORAZÓN SECRETOS DE MERCADOS Y MINAS UN PALACIO `TXIKITO´ Y ENCANTADO EL ‘ARRIAGA’ Y SUS ESPÍRITUS EL GARABATO DE BILBAO EL TERRITORIO DEL TILO DE ESCALONES, PUENTES Y PASADIZOS ‘PUPPY’ Y EL GIGANTE DE TITANIO MUS EN TIEMPOS DE GUERRA LA CASA DE LAS LEYENDAS SABOR A BILBAO


ARTXANDA

RELATOS DE

BILBAO

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Edición: 2014 © Ayuntamiento de Bilbao Edita y coordina: Ayuntamiento de Bilbao Plaza Ernesto Erkoreka, 1. 48007 Bilbao Textos: Jon Uriarte Lauzirika Fotografías: Ayuntamiento de Bilbao Traducción: Bitez Impresión: xxxxx D.L.: xxxxx

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HABLEMOS EN ‘BILBAINO’ 1 UN PUENTE SOBRE EL CORAZÓN 2 SECRETOS DE MERCADOS Y MINAS 3 UN PALACIO `TXIKITO´ Y ENCANTADO 4 EL ‘ARRIAGA’ Y SUS ESPÍRITUS 5 EL GARABATO DE BILBAO 6 EL TERRITORIO DEL TILO 7 DE ESCALONES, PUENTES Y PASADIZOS 8 ‘PUPPY’ Y EL GIGANTE DE TITANIO 9 MUS EN TIEMPOS DE GUERRA 10 LA CASA DE LAS LEYENDAS SABOR A BILBAO

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RELATOS DE BILBAO

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‘BILBAINO’ El ‘Botxo’. Así llamamos nosotros a Bilbao. Incluso ‘Botxito’ cuando exige un plus de cariño, por encontrarnos lejos de él. Y a lo largo de las siguientes páginas lo vamos a recorrer juntos, como dos amigos cuando uno le enseña su casa al otro. Mostrando lo que hay, lo que hubo y lo que significa. PERO ANTES DE PISAR LAS ACERAS debemos preparar el verbo. En Bilbao tenemos cuatro lenguas. De la cuarta hablaremos al final de estas líneas. Las otras tres son el euskera, el castellano y el idioma del ‘Botxo’. Cierto que todas las regiones y ciudades tienen su propio lexicón, pero nosotros lo llevamos al extremo. En ocasiones son palabras o expresiones nacidas de otras lenguas. Pero existe un puñado cuyo origen es tan desconocido como interesante. Como el propio ‘Botxo’. Viene a significar agujero. Historiadores y lingüistas no se ponen de acuerdo sobre posibles orígenes. Así que, como la vida son tres días y dos salen nublados, nos limitaremos a contar un fragmento de nuestra singular lengua ‘bilbaina’. Observarán que no hemos tildado el gentilicio. La respuesta es sencilla. Somos ‘bilbainos’ con diptongo. Como decía Unamuno y antes Quevedo o Cervantes, el ‘bilbaino’ y el ‘bizkaino’ o ‘vizcaino’, si lleva tilde no es verdadero. Siempre tres sílabas, nunca cuatro. Y dicho esto, arrancamos con el saludo. No se asusten si alguien les suelta un «¡Qué!» rotundo mirándoles a los ojos. No es un preguntar agresivo, sino un saludar diferente. Pueden responder con un socorrido «¡aupa!». Más allá de grito deportivo de ánimo, y según tono, sirve de saludo, de apoyo emocional o de condolencia. Pero si el giro de cabeza es ligero, conlleva indiferencia. Al despedirnos un «bueno» o «beno», bastan. El más oficial sería «agur». Aunque, pese a lo que parece, no significa adiós sino saludo y muestra de respeto. Quizá porque a los vascos en general, y a los ‘bilbainos’ en particular, no nos gusta despedirnos. En cuanto a la forma de denominar a los demás, ‘txirene’ es esa persona «perejil de todas las salsas», que no se pierde una fiesta o evento, porque es en sí misma una fiesta andante, plagada de ocurrencias. Si le dicen ‘pitxin’ es un gesto cariñoso que significa pichoncito. Pero se emplea de manera popular para mostrar simpatía. En cambio un ‘txotxolo’ es una persona simple y un ‘sinsorgo’ alguien con tan poca seriedad como gracia. Al pringado que aguanta lo que le echen, le decimos ‘baldragas’. Al pesado, ‘cansagarri’. Y al tipo de formas toscas y de poco lucir, ‘jebo’. Al mentiroso ‘bolero’, porque echa a rodar bolas que crecen. Al loco, ‘chiflado’. Dicen que puede venir de tocar el chiflo o silbato. Para el llorón tenemos la palabra ‘mañoso’ y por ello, al llorar por llorar, le llamamos ‘hacer mañas’. Un ‘chico viejo’ o ‘birrotxo’ es un solterón sin visos de cambiar de estado. Y si escuchan que alguien es un ‘peste’, le están mencionando a alguien cargante. Un ‘borono’ es un paleto. No confundir con aldeano, ya que estos suelen ser muy listos. Conocido el personal y la fauna ‘botxera’, vayamos ‘de potes’ o, lo que es lo mismo, a tomar algo. Para eso, si vamos con amigos, diremos que vamos con ‘la cuadrilla’. Y si la cosa apunta a fiesta, que vamos de ‘parranda’. Es costumbre que las rondas se paguen de manera alternativa, entre las personas de la cuadrilla, hasta que todos coticen alguna. Otra opción es poner ‘un bote’ o fondo, puesto a partes iguales por todos, que lleva con responsabilidad uno de sus componentes. También llamamos ‘bote’ a la propina. Si van de ‘pintxos’, pequeñas tapas que se sirven en las barras de los bares y restaurantes, sepan que en Bilbao también se conocen como ‘banderillas’. Sigamos. El ‘txoko’ es una sociedad compuesta por un grupo de amigos que se reúne para comer, cenar o tomar algo. Su carácter gastronómico es su razón de ser. Antaño era privilegio exclusivo de hombres, pero por fortuna esta máxima ya es pasado. Eso sí, siempre son ellos quienes cocinan, preparan y recogen la mesa. Por lo general están situados en lonjas. No crean que venden pescado. En Bilbao todo local es ‘lonja’. Un ‘zurito’ es un corto o media caña y ‘una caña’ equivale a una doble de Madrid o Barcelona. Un ‘txikito’ es un vaso de vino. El ‘txakoli’ es nuestro vino por excelencia. Puede ser blanco, el habitual, o tinto para gustos más autóctonos. Y si quieren tomar la última, pidan una ‘espuela’. Ah, si la comida es excelente y abundante, será una ‘jamada del copón’. Si hablamos de estados de ánimo o de salud, cuando alguien está ‘larri’ es que tiene el estómago mal, tirando a triste. Y el que anda ‘kili-kolo’ va regular de salud o de ánimo. Un ‘trompalari’ es un borrachín y ‘pisar iturri’, ‘ir perfumado’ o ‘pillar castaña’ significa que ha

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bebido más de la cuenta. También se llama ‘kurda’ a la borrachera. Allá por 1984 hubo un curioso club en Bilbao llamado ‘Kurding Club’. Estaba compuesto por jóvenes de buena familia y mejor bolsillo. Tenía como máxima el disfrutar de la fiesta y del buen beber, en sus famosas citas culturales. Al menos así las denominaban ellos. También cabe reseñar que al coche del Ayuntamiento que recogía en las calles a los que habían bebido en exceso, para llevarlos a dormir entre rejas, era conocido como ‘Kurding Car’. Lo más llamativo es que lo de ‘kurda’ viene porque alguien hizo correr por la Villa que los kurdos eran un pueblo de mucho beber. Añadamos que un ‘iturri’ es una chapa de botella. Su nombre proviene de una mítica gaseosa ‘bilbaina’ llamada ‘iturrigorri’ que aún hoy, aunque fabricada en otras tierras, continúa existiendo. Por cierto, en Bilbao no hace frío, sino ‘fresco’. La lluvia fina que moja sin darnos cuenta se llama ‘sirimiri’. Y cuando las aguas inundan las calles o la ría se desborda tenemos un ‘aguadutxu’. Y ahora hablemos de la comida. Si alguien dice ‘le pegaría un tarisco’, se refiere a que le daría un mordisco o dentellada. Un ‘tanque’ es un vaso grande y un ‘katxi’ un vaso, por lo general de plástico, que contiene cerveza o vino con cola, es decir ‘kalimotxo’. Aquí los calamares a la romana son ‘rabas’ y los mejillones ‘mojojones’. Las ‘vainas’, judías verdes y las alubias, judías rojas. Si esta últimas llevan morcilla, chorizo y tocino, hablamos de alubias con ‘sacramentos’. Los bígaros, pueden ser mencionados como ‘caracolillos’ o ‘magurios’. En cuanto a la ‘antxoa’, pregunten en un restaurante y evitarán errores. Sobre objetos y nombres, a la capucha de una prenda de abrigo le llamamos ‘choto’, a un tres cuartos impermeable ‘trinchera’ y a una cazadora ‘chamarra’. Un estante en Bilbao es una ‘balda’. Al cubo de agua le decimos ‘balde’, para referirnos al dinero hablamos de ‘chines’ y si echamos un cohete estamos lanzando un ‘chupín’. Decir ‘tu-ru-rú’ a alguien, para indicar que no se está de acuerdo o que «de eso nada», es también nuestro y proviene del francés. En cambio lo de llamar ‘calcos’ a los zapatos no tiene claro su origen. Pero a los zapateros en Bilbao se les llamaba ‘calqueros’. Además solo en nuestra tierra se hace ‘chinchín’ al brindar. Una expresión que proviene de un antiguo instrumento militar, compuesto por campanillas. Respecto a lugares singulares y otros asuntos, no existe parte antigua de la ciudad. Aquí lo llamamos ‘Casco Viejo’, el ‘Kasko’ o, aún mejor y más autóctono, las ‘Siete Calles’. El parque de Doña Casilda es el ‘Parque de los Patos’. Y San Mamés siempre fue conocido como ‘La Catedral’. Por cierto, no existe el nuevo campo. Es el mismo, girado 90 grados. Por supuesto jamás digan ‘el Bilbao’ para hablar del equipo de fútbol de la Villa. No existe. Hubo uno llamado así y se disolvió para integrarse en el viejo, primigenio y único Athletic Club. Al que cariñosamente llamamos «Athletic». Antes de terminar les vamos a contar un secreto: tenemos un color más que el resto. El ‘azul Bilbao’. Búsquenlo. Dicen que es el de los pañuelos de fiestas, del cielo limpio tras la lluvia un atardecer de verano y el que utilizó el ejército estadounidense en la Guerra de la Independencia tras ser llevadas allí las telas por un comerciante del ‘Botxo’. Por cierto, a los ‘bilbainos’ también nos llaman ‘chinbos’, ‘chimbos’ o ‘tximbos’ en recuerdo de un pájaro que antaño poblaba los cielos y árboles de la Villa. Si quieren saber más sobre expresiones y palabras existe el ‘Lexicón bilbaino’ de Emiliano de Arriaga donde encontrarán auténticos tesoros. Otro día seguiremos caminando por él. Hoy tenemos otro recorrido por hacer. ¿Recuerdan que les decía que existía una cuarta lengua en Bilbao? Pues se llama ‘ría’, en femenino, y es la que hoy vamos a seguir.

¿Nos acompañan?


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RELATOS DE BILBAO

un

puente sobre el corazón

Dicen que el mar es masculino cuando lo ves desde tierra y femenino cuando navegas por sus aguas. Y algo de eso pasa en Bilbao con la ría. Cierto que un río cambia de género cuando se acerca a su desembocadura y se llena de sal, pero hay algo más. Lleva sabor a madre. Y un olor inconfundible. El de la vida que viene y va, desde antes de que pisáramos este planeta. Porque ella siempre estuvo ahí. Por eso vamos a visitarla en este viaje que ahora iniciamos. ••••••

B

ilbao no es sino el hijo predilecto de la ría. Y para conocerlo, hay que hablar antes con ella. Un buen lugar es, sin duda, el Puente de San Antón. El que unió desde ambas márgenes desde la noche de los tiempos. La espiritual y la carnal. Vieja iglesia y nuevos tiempos. Las dos partes del corazón de una Villa. Así fue, incluso, antes de que fuera fundada. Por eso vamos a viajar hasta el lugar donde todo comenzó. Tres siglos antes, año arriba o abajo, existía un almacén de mercancías donde ahora nos encontramos. El lugar que ocupa la iglesia de San Antón. Fue construido sobre la roca más grande, de manera que las aguas la bordearon, recorrieron y, muchas veces, inundaron. Como los amores que matan, la ría deja estar, pero de vez en cuando recuerda quién manda. Bien lo sabían nuestros antepasados. Por eso construyeron una muralla, que pueden ver si entran en la iglesia y miran tras el altar. Pero primero vayamos al puente. Dicen que también existió antes de que Don Diego López de Haro fundara la Villa. De hecho no es uno, sino muchos. Tantos como veces ha renacido. Ya en 1334 hicieron uno en madera para sustituir al anterior, que se fue con las aguas tras una riada. En 1463 se rehízo en piedra con traza gótica y en 1593 se destruyó por otra riada. Los frecuentes ‘aguadutxus’, que es como llamamos aquí a las lluvias que inundan, sobre todo, las partes bajas de la Villa y las zonas cercanas a la ría, lo dejaron malherido y tuvo que ser demolido en 1882. Es entonces cuando surgió el nuevo puente. Por cierto, también se le llama ‘de Atxuri’, por la ubicación del

lado en el que se encuentra la iglesia del santo. Destruido durante la Guerra Civil, se reconstruyó al final de la contienda. Sepan además que hubo un tiempo en que convivió el viejo puente con el nuevo, hasta que el primero fue derruido. Imaginen un pueblo capaz de tirar abajo el símbolo de su ciudad en pro del progreso. Así somos en Bilbao. Tan tradicionalistas como progresistas. Tan románticos como prácticos. Por todo ello, pasear por este puente es recorrer nuestra historia. Aunque les invitamos a que miren también hacia arriba. ¿Ven a esa figura en lo alto? Es el Giraldillo. Lo escribo con mayúscula pues es uno y propio. Tiene ocho pies de altura, es de bronce y habla con las gaviotas. Tal es su estrecha relación, que si ellas lo visitan sabemos que viene tormenta. A cambio, el Giraldillo les cuenta los ‘susedidos’, que es como llamamos a los cotilleos y a los sucesos, o las viejas historias de antaño. Como la de las sirgueras que ocupaban las riberas de la ría hasta comienzos del siglo pasado. Mujeres de delantal y pañuelo en la cabeza que recorrían los márgenes tirando de las sirgas o maromas para arrastrar con sus brazos las barcazas, camino del mercado y las minas. De ellas escribieron ilustres plumas, de aquí y de allá, sorprendidas ante tamaña fortaleza y cruel destino. También les cuenta el Giraldillo que la famosa sardinera que recorría la orilla usaba a veces transporte público. El tren de Santurtzi olía diferente si llegaban o se iban con sus joyas marinas. Tampoco se olvida el vigía de San Antón de incluir en su relato las aventuras de quienes nadaron en la ría, por trabajo, apuesta o simple placer. En 1839 un bando prohibió

bañarse desnudo en ella o hacerlo, pese a mantener ropa y pudor, en horario laboral. Muchos desafiaron la norma. Quizá porque, en el fondo, tenemos algo de atlantes. Y por eso se sigue contando la leyenda del hombre de Liérganes. ¿No la conocen? Pues asómense desde el viejo Puente, escuchen al vigía y miren hacia el interior de las aguas.

El ser que se entregó a las aguas

A mediados del siglo XVII en un lugar de la vecina Cantabria llamado Liérganes, vivió el matrimonio Francisco de la Vega y María de Casar, con sus cuatro hijos. Tras quedarse ésta viuda, mandó al segundo de los vástagos, Francisco, a estudiar a Bilbao. La idea era que aprendiera el oficio de carpintero. Y eso hizo hasta que en 1674, víspera de San Juan, se fue a nadar a la ría con unos amigos. Se lanzó al agua, comenzó a nadar y, de repente, le perdieron de vista. Como era buen nadador no le dieron importancia. Pero según pasaban las horas, comenzaron a temer lo peor. Llegada la noche, lo dieron por muerto. Cinco años más tarde, unos pescadores que faenaban en la bahía de Cádiz buscando camarones vieron algo extraño en la aguas. Un ser marino con apariencia humana. Y como apareció, volvió a desaparecer. Para su sorpresa, volvieron a verlo más veces. Hasta que un día, aprovechando la marea baja, lograron atraparlo entre sus redes. Al subirlo a cubierta, descubrieron que era un joven, de piel muy blanca y cabellos rojizos. Pero había algo más. Unas grandes escamas bajaban de su garganta hasta el estómago y otras tantas recorrían la espina dorsal. Asustados, le llevaron al convento de San Francisco.

POR SI TE INTERESA…

En las obras de restauración integral de la iglesia, que tuvieron lugar entre 1996 y 2003, se descubrió un muro de 2 metros de anchura, rodeando la llamada roca de Atxuri, que dicen enlazaba con el lienzo de la muralla que procedía de la calle Ronda.

En la puerta de entrada a la iglesia aparece escrito: «Agregada a la Basílica de San Juan de Letrán», que no es otra que la Catedral de Roma. Además, el trazado de la iglesia junto con el puente forman parte del escudo de la Villa.

El puente de San Antón actual fue construido entre 1871 y 1877 por Pablo de Alzola y Minondo y Ernesto Hoffmeyer. Es un puente de piedra, formado por dos ojos separados por un tajamar. Lo construyeron cerca del lugar que ocupaba el primigenio puente

medieval. Por cierto, cuando se tiró el antiguo y pese a ser el símbolo de la ciudad, nadie protestó. Curioso en un pueblo aferrado a las tradiciones. Quizá pensaron que todo sacrificio es aceptable cuando se buscan nuevos caminos.

Allí, tras intentar liberarle del demonio a base de exorcismos y plegarias, fue interrogado en varios idiomas. Nada dijo. Pero cuando menos lo esperaban, pronunció una palabra «Liérganes». Tras varias pesquisas, descubrieron que existía una localidad, cercana a Santander, con ese nombre. Y decidieron que un fraile, llamado Rosendo, llevara al joven a dicho pueblo. Quizá allí, estuviera la respuesta. Así fue. Poco antes de llegar se adelantó al grupo y caminó hacia la casa de María de Casar. Al verlo, ella le reconoció y rompió en sollozos. Y allí se quedó. Pero nunca volvió del todo. Vivía en su propio mundo. Iba descalzo y a menudo desnudo. Lo mismo le daba por comer, que por ayunar durante días. Apenas hablaba. Hasta que una mañana, nueve años después, se lanzó de nuevo a las aguas y volvió desaparecer. Pero esta vez, se fue para siempre.

Como los amores que matan, la ría deja estar, pero de vez en cuando recuerda quién manda Dado que la ría sirve tanto para partir como para llegar, continúen con nosotros en este viaje. Para que no se pierdan, la tendremos como referencia. Siempre fue así. De hecho las calles arrancan junto a las aguas o con ellas como punto de partida. Tanta es su importancia, que le hemos pedido perdón. Hubo un tiempo que nos dio riqueza a cambio de perder su limpieza. A veces se enfadaba. Como en 1983 cuando se desbordó llevándose a Bilbao y otras localidades consigo. Pero aprendimos. Le hemos devuelto su esplendor con un intenso plan de regeneración y una inversión sin precedentes. Pueden hacerlo por tierra o por agua. Porque ella, agradecida, se deja de nuevo surcar y hasta nadar. Por cierto, tiene hasta su día. El 22 de junio. Siempre hay que celebrar el cumpleaños de los seres queridos. Al fin y al cabo, somos una tierra que huele a mar. Un lugar donde las aguas surcan el corazón de la Villa bombeando vida y muerte, comedia y drama. Donde hoy vamos y mañana volvemos, pero nunca nos detenemos. Porque eso es la ría y eso es esta Villa, desde que alguien decidió que el mundo tendría ombligo y se llamaría Bilbao.


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SECRETOS DE MERCADOS Y MINAS

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Una moneda siempre tiene dos caras. Y la economía de Bilbao también las tuvo. Las dos ‘M’. Mercado y Minas. De manera que unas veces caía de un lado y otras del contrario. O no. Porque ambas convivieron desde los orígenes como dos novios que se miran desde ambos lados de la ría. ••••••

N

o se podría entender el nacimiento de Bilbao sin la ría y su crecimiento sin lo que sucedió en sus riberas. Por eso vamos a seguir el recorrido, sin alejarnos mucho del Puente y la iglesia de San Antón. Porque un par de metros mal medidos bastan para encontrarnos con un gigante que sabe lo que es vivir pegado a las aguas. El Mercado de la Ribera. La gastronomía para los vascos viene a ser una religión. De ahí que Bilbao tenga por templos a tiendas, restaurantes y mercados. Ejemplo de ello es éste lugar. No hace falta que necesiten viandas para llenar estómago, despensa o cazuela. Incluso puede que estén de paso y no tengan previsto comprar. Da igual. Alimentar el ojo es una práctica tan ‘bilbaina’ como efectiva. Y si luego se llevan una joya culinaria a sus hogares, miel sobre hojuelas. Así que vamos a visitar el mercado. Que, sea dicho de paso, no es uno cualquiera. Es el más completo, según el ‘Guinnes’, y el cubierto más grande de Europa. Es ese edificio gris, con detalles en rojo, negro y blanco que reposa cual barco anclado en la ribera. O como estación de tren, aguardando vagones invisibles. Incluso a modo teatro, esperando que suba el telón y bajen los sueños. Porque, en realidad, es todo eso y mucho más. El mercado comenzó a crecer en este lugar por su ubicación. Todo empezó en el XIV, cuando los puestos de frutas, verduras, pescados, carnes y especias se situaron en la Plaza Vieja, pegando a San Antón. Y por aquello de resguardarse de la lluvia fueron cubriéndose. Pero no era suficiente ni cómodo. Así que, en 1928, comenzó a construirse el edificio que tienen ante ustedes. Un año más tarde abría sus puertas. Entonces el barco surcó mares, la estación recibió pasajeros y el teatro inició la obra más universal. La del día a día de una villa en movimiento. Luego recorreremos su exterior. Ahora entremos. Actualmente hay 60 puestos, el 207 es el más veterano. Despacha chacinas, derivados del cerdo y pertenece a una familia que ha pasado testigo comercial y puesto de generación en generación. Así lo atestiguan las fotos que allí encontrarán en las que aparecen descargando un carro de caballos. Por entonces, frente al mercado, estaba la fábrica de hielo, al otro lado del Puente de la Merced. Un puente que son dos. El de San Francisco, que ya no existe porque un incendio acabó con él, y el de la Merced, que ocupa su lugar y esconde una leyenda.

Si se acercan verán unas extrañas figuras junto a las ocho farolas. Son dieciséis seres alados, dispuestos en parejas, a ambos lados del puente. Dicen que es cosa del ingeniero que lo diseñó, tras quedarse prendado de una historia que recorría las calles a principios del siglo XV. Al parecer estos seres vivían en las zonas boscosas del actual barrio de San Francisco. Y algunas noches recorrían las orillas. Poco o nada se sabía sobre ellos. Ni siquiera si eran macho o hembra. Solo que iban en pareja, buscando almas tristes y solitarias. Cuando llegaban a su vera los rozaban con sus alas. Y, al hacerlo, las personas cargaban energías, rezumaban optimismo y encontraban su felicidad. Quienes buscaban pareja la encontraban y quienes la tenían, afianzaban su amor. Quizá no crean en leyendas. Pero, si pasan por allí, toquen sus alas por si acaso. Pero antes hablemos de aquellas minas que hoy son recuerdo. ¿Saben que aún existen?

La riqueza de las minas

Hasta mediados del XIX cualquier habitante de Bizkaia podía extraer la mena. De hecho apenas era necesario escarbar porque el mineral estaba por todas partes. Pero todo lo bueno se acaba y el asunto pasó a explotarse por un selecto puñado de empresas. Desde siempre los arrabales combinaron actividad portuaria y minera, dada la riqueza del subsuelo. ¿Ven la orilla frente a San Antón y el Mercado de la Ribera? Pues tanto hacia el mar como hacia el barrio de La Peña hubo minas. Algunas famosas. Como las de La Julia, San Luis, Malaespera o la Abandonada de Miribilla. Una zona, por cierto, cuyo nombre viene de ‘Mira-villa’, por ser la parte alta desde la que se divisaba Bilbao. Y si rica era su superficie, aún más lo fueron sus entrañas. De ahí que despidiéramos al XIX y recibiéramos al XX «agujereando el agujero». El ‘Botxo’ fue más ‘botxo’ que nunca. Casas y barrios crecían a la par que salía el mineral de la tierra. Hasta que cerrando el pasado siglo, por los 70, las lámparas se fueron apagando. Tan solo quedan los recuerdos de los últimos mineros. Pero las galerías están ahí. ¿Ven el muelle de Marzana? Por él desemboca una que llega desde los bajos de Bilbao la Vieja para morir en la ría. Si tienen la suerte de coincidir con marea baja, verán lo que queda del cargadero donde arribaban las gabarras para llevar material camino de Sopuerta o de los Altos Hornos. Incluso dicen que guarda los viejos raíles por donde viajaron las vagonetas. Tiene un aire tan distópico, que ha acogido rodajes de anuncios, documentales y películas.

Al inquietante sonido del silencio se añade el de un manantial que la recorre. Nos recuerda que una vez tuvo vida. De hecho, ella y otras, todavía guardan minerales. Pero ya no resultaría rentable su extracción. Como curiosidad, la puerta de acceso se encuentra junto a un restaurante de nombre ‘Mina’. Es de metal y tan discreta que nadie imaginaría que esconde secretos similares a los del Palacio de Granito de ‘La Isla Misteriosa’. Dicen que dentro no hace ni frío ni calor. Como si de un limbo se tratara. O de una luna. Porque así lucía toda esa zona hasta que fue rehabilitada, tras una importante inversión, que arrancó en 1992. Ahora la componen viviendas, parques y una vida que ya nada tiene de minera. Salvo un grito que nació allí y aún permanece: «¡Alirón! ¡Alirón! ¡el Athletic es campeón! ¡Empezando por Pichichi y terminando por Apón!». Es habitual emplear la expresión Alirón para hablar de éxitos deportivos. Pero nació en Bilbao. Sonó por vez primera tras ganar el Athletic Club la Copa, el 10 de mayo de 1914, ante el Club España. Aquél día pasó de los locales de cuplés a las calles de Irún, donde se jugó la final y después a Bilbao. Anteriormente, Teresita Zazá había incluido las palabras Athletic y campeón en una canción cantada por la artista Marietina, escrita por Retana y Aquino, que originalmente decía «En Madrid se ha puesto de moda la canción del Alirón. Y no hay nadie en los Madriles que no sepa esta canción. Hoy las niñas ya no entregan a un galán su corazón, si no sabe enamorarlas al compás del Alirón. ¡Alirón, Alirón, Alirón pom, pom, pom!». Tras escuchar corear al público bilbaino «[...] el Athletic es campeón», Zazá lo cambió. ¿Pero de dónde venía lo del Alirón? Pese a lo señalado por la RAE sobre el presunto origen árabe de la palabra, su adaptación deportiva tiene que ver con las minas de la ría de Bilbao. Siendo casi todas explotadas por británicos, cuando el acero era de buena calidad se colocaba un cartel en el que ponía ‘All iron’, todo acero. Esto suponía paga extra. De ahí el júbilo. Los mineros, que desconocían el inglés, lo leían y pronunciaban de manera literal. ‘Al-irón’. Y su adaptación al fútbol y a los éxitos del Athletic fue cuestión de tiempo. Quiso el destino que una gabarra utilizada en los años mineros e industriales fuera la nao en la que el equipo surcó las aguas, camino del Ayuntamiento, para celebrar ligas y copas en loor de multitudes. De alguna manera, todo volvía a su origen. Pero la de la gabarra es otra historia. Una de las muchas que nos quedan si siguen recorriendo con nosotros la ría de Bilbao.

PARA APUNTAR

En 1840 se comenzaron a cubrir los puestos y en 1870 ya estaban cubiertos la totalidad de ellos con una tejavana para sobrellevar las inclemencias meteorológicas. Poco después se construyó un recinto en hierro colado y forjado y cristal. En 1850 se estableció un servicio de control de calidad para el pescado, la leche y la carne. El 22 de agosto de 1929 se inaugura un nuevo edificio realizado en hormigón armado, obra del arquitecto Pedro de Ispizua y realizado en estilo racionalista. Entre 1872 y 1873 se construyó el primer horno alto vasco, que empleaba carbón mineral.

Alirón viene de las minas de la ría de Bilbao, cuando el acero era de buena calidad se colocaba un cartel ‘All iron’, todo acero. Esto suponía paga extra, y de ahí el júbilo


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RELATOS DE BILBAO

UN PALACIO

‘TXIKITO’ Y ENCANTADO ¿Les gustan las historias con pasadizos? ¿Y de lugares que no son lo que parece? ¿Saben cuál es el rincón de los ‘txikiteros’? ¿Y el origen del vaso más raro del mundo? Para responder a estas preguntas nos vamos hasta un palacio, que no es palacio. De hecho se le conoce como La Bolsa de Bilbao, aunque no contenga mercado de valores. ••••••

PARA APUNTAR

A principios de marzo de 1908, la crisis obrera por la que atravesaba Bizkaia provocó tensiones de todo tipo. Pero hubo una muy curiosa. Tocaron algo sagrado. El 4 de marzo, y por el aumento del impuesto sobre los vinos en función de su graduación, los dueños de los almacenes de vinos de Bilbao decidieron cerrar sus puertas y no vender a las tiendas y a las tabernas. Al cierre se unieron los taberneros, quienes, además de unos impuestos más bajos, exigían el derecho a poder abrir los domingos de feria. Fue una especie de ley seca para los habitantes de la Villa, quienes acabaron comprando vino en la parte trasera de las tabernas y de forma clandestina. Sea como fuere el pulso a aquel Alcalde Ibarreche y a las normas impuestas por las autoridades autóctonas y foráneas demostró que, en Bilbao, con el vino no se juega.

A

demás, no siendo taberna, se ofrece cual templo de sus máximos representantes. ¿Curioso verdad? Para conocerlo visitaremos las ‘Siete Calles’. Allí se encuentra el Palacio de Yohn. Conocido como el Centro Cívico del Casco Viejo. Cuentan que tuvo pasadizo y que llegaba hasta la ría. Si se asoman, cuidado con no caer, busquen una bóveda en dirección al Palacio. ¿La ven? Por ahí discurría. O discurre. Aseguran que sigue abierto. Lo utilizaban para transportar el género. Pero algunos creemos que su cometido era más pecaminoso. Al fin y al cabo en él todo es misterio. Empezando por su origen. La primera versión data del siglo XIV, cuando existía una casa torre junto a la muralla que rodeaba Bilbao. Por entonces quienes imponían su poder en Bizkaia eran los ‘jauntxos’ o familias poderosas. De sus primeros dueños no hay constancia, pero a mediados del XVI fue un tal Gaspar de Bilbao. Con los años lo heredó su hija María y después Magdalena, hija de ésta, que se casa con Francisco de Salazar. Éste último incluyó la torre, junto a otras, para la dote de su hijo. Fue este último caballero quien se empeñó en darle aire de palacio, en el siglo XVII. Así pasaron las generaciones hasta que Francisca Luisa de Salazar cambió su destino. En 1783 alquiló tres lonjas, entresuelo y un cuarto a unos comerciantes llegados del Reino de Bohemia.

La ley ‘txikitera’ dice que quien se incorpora paga y luego se sigue la ronda. Las tertulias tratarán sobre la tierra, la gastronomía, el clima o el Athletic. Están prohibidas las de política y religión. Los chistes, sobre todo los verdes, en voz baja, pero las carcajadas, altas y abiertas Los Groh y los Gotscher procedían de las tierras de los Habsburgo, que actualmente ocupan la República Checa y en concreto su capital Praga, y eran ferreteros. El negocio iba bien gracias a las minas y el comercio, pero al arrancar el siglo XIX hay disputas entre los herederos. Y un tal Juan Jorge Yerschik, socio de los Groh se hace con él. Pasan las décadas y siguen llegando ciudadanos de habla alemana. Así se referían a los alemanes, austriacos y húngaros que componían este colectivo dedicado a la ferretería, quincallería, porcelana

y cristalería. Pero un tal Leandro Yhon, empleado de Yerschik, le sucede al frente del negocio y lo convierte en lugar emblemático. El porqué se acabó conociendo como La Bolsa sigue siendo un misterio. Quizá responda a que había de todo o a la orografía del terreno. Lo único cierto es que así pasó a la historia antes de que existiera la Bolsa de Bilbao. Una vez más pasan los años y los propietarios hasta que llegan las inundaciones del 83 y lo arrasan todo. En 1987 el Ayuntamiento se hizo con él. En él encontrarán restos de la muralla y un mirador privilegiado que permite ver el nuevo Bilbao e imaginar el que fue. Pero antes acérquense al monolito de los ‘txikiteros’. Porque también está allí.

El ‘txikitero’, de Bilbao de toda la vida

Los ‘txikiteros’ no son raza ni especie, pero son nuestros y están en vías de extinción. Hablamos de ese grupo que recorre bares de vino en vino. Cada 11 de octubre tiene una cita con la Virgen de Begoña. O como aquí se la llama, ‘la amatxu’. Hay dos ramas. Los que cantan siempre y los que cantan a veces. Los primeros han pasado al imaginario compartido. Los segundos pasean aún por las calles. En ambos casos solo beben vino. Lo que le diferencia de ese otro grupo llamado cuadrilla que ingiere otras bebidas. Nunca come, aunque inviten. Tampoco se le verá emocionado ante un ‘pote’. Es una excusa para hacer senderismo tabernero. Y no es el ‘txikitero’ amigo de trago largo, sino de uno corto y solitario. El adecuado para poner punto y aparte y cambiar de taberna. En un grupo clásico, encontramos de cuatro a ocho componentes. Pero no hay norma escrita ni ley sagrada. Y si entrar no es fácil, salir es más difícil. La ley ‘txikitera’ dice que quien se incorpora paga y luego se sigue la ronda. Las tertulias tratarán sobre la tierra, la gastronomía, el clima o el Athletic. Prohibidas, política y religión. Los chistes, sobre todo los verdes, en voz baja. Las carcajadas, altas y abiertas. Y los cánticos, cerrados. Puedes reír con ellos, pero no les chafes el tono. El ‘txikitero’ opinará de cualquier tema aunque no tenga ni idea, algo muy de Bilbao, pero jamás sobre intimidades. Se han dado casos de ‘txikiteros’ que cincuenta años después desconocen el estado civil del resto. Acudirán solos, tengan o no pareja. Algunos son grupos de chicos viejos o solterones. Otros, casados

con derecho a fuga y ronda de potes. Por fortuna, ahora llevan usos y ritmos más suaves que antaño, y el beber es menos importante que el compartir recorrido, charla y bilbainadas. Al fin y al cabo llevan con orgullo, entre la ría y el cielo, la banda sonora de nuestra Villa. En cuanto al vaso de ‘txikito’, ya casi había desaparecido. Pero poco a poco regresa. Podrán encontrarlo en tiendas de regalos y en algún bar. Existieron varias versiones. La más popular ofrecía 623 gramos repartidos en 9,5 centímetros de alto, 6 de ancho y 5 milímetros en el borde. Para la base, 5,5 centímetros, y para el vino 4. Pero existía un modelo más radical. Solo un cuarto para líquido. Lo justo para un breve trago. Aunque el primero era el más utilizado. Su origen data de los tiempos en los que el vino llegaba en carros, transportado en pellejos. Por aquello de la temperatura era servido en jarras de loza y de ahí, al vaso. La primera de las versiones sobre su origen cuenta que la reina Victoria Eugenia visitó Bilbao en los años veinte, con sus hijos Carlos y Luisa. Para engalanar la Villa se colocaron lamparitas de cristal, con una vela en su interior. Alguien pensó que aquellos candiles podrían tener otros usos y los repartieron por bares y tabernas. Los tasqueros, viendo su diseño, decidieron usarlos como vasos. Y así surgió el uso y la bilbainada. «Disen que viene Erreña, a visitar Bilborá. El prínsipe txikito con ella vendrá…». Pero hay quien apunta a otro origen. El ebanista Miguel Gallaga acudió al palacio de la poderosa familia, vinculada a la siderurgia, Lezama Leguizamón para arreglar unos armarios. Al abrirlos, descubrió los vasos. En realidad eran probetas para guardar las muestras de los minerales extraídos en las minas. Eso explicaría su forma, culo y grosor. Y esta teoría añade que los famosos candiles de la bilbainada que antes les referíamos se colocaron por la visita de Amadeo de Saboya y no por la reina. Pero eran más altos, con más fondo y espigados. Tras su marcha fueron reciclados como vasos de ‘txakolí’ y no de ‘txikito’. Sea como fuere, el éxito del vaso de culo grueso provocó que una empresa de Badalona comenzara a fabricarlo. Hasta que, arrancando los noventa, se le arrinconó por la merma de ‘txikiteros’ y acusado de antiguo. Lo que son las cosas, con el tiempo aquel vasito feo se ha convertido en un hermoso cisne de cristal.


RELATOS DE BILBAO

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EL

‘Arriaga’ Y SUS ESPÍRITUS

Hay óperas con fantasma y teatros con espíritus. El Teatro Arriaga es de los segundos. Para conocerlo hay que recorrer su exterior, su interior y su inquietante historia. Ya antes de nacer, las llamas marcaron su vida. Fue cuando nació en Bilbao el germen de lo que luego sería el actual teatro. ••••••

T

iempos en los que el arte se mostraba a cielo abierto. Calles por butacas, ventanas por plateas y como telón el caer de la noche. Aquellos artistas y los que aplaudían desafiaban a la climatología esquivando lluvias y fríos. Nosotros no seremos menos y nos vamos a ir allí. Al Teatro Arriaga. No hay forma de perderse. Se encuentra en la ribera de la ría. Según bajamos por el puente del Arenal, a la derecha. Y le gusta exhibirse. Se le ve de lejos. Todo empezó en 1799 cuando, harta de perder la partida contra las nubes, la Villa decidió poner paredes y techo a actuaciones y representaciones. Primero erigieron un coliseo en la calle Ronda. Acérquense e imaginen la escena. En Bilbao cada calle tiene un secreto y ésta guarda muchos. Por ejemplo, qué pudo suceder para que una noche de 1816 sufriera un devastador incendio. Todo quedó reducido a cenizas. Fue un duro golpe para los amantes del arte y costó volver a emprender una empresa similar. Hasta que llegó una fecha clave: 1834. El año en que se levanta el ‘Teatro de la Villa’. Fue exactamente donde hoy está el ‘Arriaga’. Fueron tiempos complejos, porque tuvo lugar la primera Guerra Carlista. Y ya se sabe que en los conflictos bélicos, puentes y edificios singulares llevan las de perder, sea para detener al enemigo o para que no disfrute de ellos. El ‘Arriaga’ aguantó no una, sino dos Guerras Carlistas. Esos períodos en los que la ciudad estaba sitiada se denominaban ‘Sitios’. De las reuniones que se celebraban bajo un famoso tilo, del que hablaremos cuando visitemos el Arenal, surgió una sociedad llamada El Sitio. Pero regresemos al teatro. Medio siglo después de su construcción, guerras y penurias económicas lo dañan y es derribado. Curiosamente, como sucede con el campo de fútbol de San Mamés, tres años antes de su adiós habían comenzado las gestiones para levantar otro teatro allí mismo. En Bilbao nos gusta cambiar, pero manteniendo algo del ayer. Será el carácter. O que somos un agujero y, como tal, todo debe suceder en el mismo lugar. Lo que no impidió que hubiera debate. Los vecinos de Bidebarrieta se quejaron de que aquél edificio cerraría su salida a la ría. Y obligaron a los responsables a buscar una solución. Ésta llegó de la mano de Joaquín Rucoba, arquitecto nacido en Laredo, que amplió los muelles y reorientó el edificio.

El 31 de mayo de 1890 tras cuatro años, un millón de pesetas y más de un quebradero de cabeza se inauguraba el nuevo teatro. Su nombre, igual que la plaza, pretendía ser un homenaje a Juan Crisóstomo de Arriaga. Un músico tan enigmático como el propio teatro. Su nombre completo era Juan Crisóstomo Jacobo Antonio de Arriaga y Balzola. Si quieren saber dónde nació solo tienen que caminar un poco y llegar al 51 de la calle Somera.

comienzan a devolverle su esplendor. Y a falta de fuego, fue el agua quien lo golpeó. Sótanos y parte baja acabaron inundados en agosto del 83. Dolía verlo rodeado de fango, árboles, fragmentos de todo y nada y embarcaciones naufragadas para siempre. Pero el espectáculo debía continuar. Y tres años después, el 5 de diciembre, abría sus puertas. Desde entonces sigue ahí. A la vera de la ría. Por fuera luciendo neobarroco, por dentro guardando misterios.

¿Recuerdan que les dije que las calles guardan secretos? Para encontrarla deben plantarse delante del 12. Porque ese es ahora su número. Por ella correteaba Arriaga. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la parroquia de los Santos Juanes. Era el pequeño de ocho hermanos. Su padre, de nombre Juan Simón, era organista y fue quien le enseñó. No necesitó mucho. A los tres años ya tocaba el violín. A los once componía y deslumbraba con sus actuaciones y a los trece finalizaba su primera ópera. De ahí que, ya por entonces, le denominaran ‘el Mozart de Bilbao’. Si son amigos de las casualidades les gustará saber que nació exactamente cincuenta años después que el genio austriaco y que ambos fueron bautizados como Juan Crisóstomo. Y si Mozart murió joven, Arriaga aún más. Falleció con 19 años en París, donde había sido enviado por su padre cuatro años atrás para estudiar violín, víctima de una enfermedad pulmonar.

Si pueden, entren y suban las escaleras. Déjense llevar por la alfombra. Es de una única pieza y creada para este teatro. Tanto ella como sus predecesoras han sido caminadas por gentes que buscaban emociones en penumbra. Y a veces, algo más. Porque el espectáculo no está solo en el escenario. Hay tanto o más en sus rincones. Como en el palco inspirado en el ‘Orient Express’ o en los destinados antaño a las viudas, de carácter más austero y discreto. Si se fijan, todos descansan sobre ménsulas con forma de titanes. Atlantes poderosos que sostienen el peso de la curiosidad.

Las adversidades de un teatro único

Pero en el estreno del teatro no fueron sus partituras las interpretadas, sino ‘La Gioconda’ de Amilcare Ponchielli. Aunque hubo otras cosas que sorprendieron más aquél día. La iluminación eléctrica y una agradable novedad. Quienes no consiguieron una entrada pudieron seguir las actuaciones a través del teléfono, a razón de quince pesetas la llamada. Y así, con conferencias incluidas, arrancaba de nuevo el teatro. Pero nada es para siempre. Duró 25 años. El 22 de diciembre de 1914 un nuevo incendio acababa con él. Parecía la venganza del atormentado Erik, de ‘El Fantasma de la Ópera’. No hubo víctimas, pero lo arrasó todo. Y hubo que volver a empezar. En esta ocasión el arquitecto fue el ‘bilbaino’ Federico de Ugalde, que presentó el flamante edificio el 5 de junio de 1919. Esta vez sonó ‘Don Carlo’ de Giuseppe Verdi. Y a ella le siguieron otras. En 1977 fue declarado Monumento Histórico-Artístico. Pero no es hasta 1980 cuando

Al fin y al cabo ‘teatro’, palabra de origen griego, significa «lugar para contemplar». Y el ‘Arriaga’ tiene mucho que ver hasta cuando está vacío. En cada asiento hay un algo que lo habita. El eco de un Bilbao que nunca se quemó, ni se ahogó del todo. Pese al fuego, el agua y el tiempo, volvió a levantarse. Pocos teatros han vivido tantos infortunios, ni tantos cometidos. En sus bajos se instaló en 1854 el primer telégrafo eléctrico que comunicaba el puerto con el lugar de reunión de los comerciantes. Y en 1892 acogió a la recién nacida Bolsa de Bilbao. Además, para iniciar nuestras fiestas de agosto, el pregón y el lanzamiento del cohete, llamado ‘txupin’, de la ‘Aste Nagusia’ se llevan a cabo desde uno de sus balcones. Curiosamente, junto al pregonero y a la ‘txupinera’, lanzadora del cohete, aparece Marijaia. Señora de la fiesta. Icono de la Semana Grande. Y de la misma forma que el ‘Arriaga’ vive pegado a la ría y sufrió la ira del fuego, Marijaia cierra la fiesta quemada sobre las aguas de esa misma ría. Pero cada año vuelve a resurgir dispuesta a disfrutar de este corto rato que llaman vida. Igual que el ‘Arriaga’. Por eso cuenten por el mundo que hay un teatro en Bilbao donde no vive un fantasma vengativo, sino un espíritu invencible que sigue tan vivo como el primer día.

La alfombra del ‘Arriaga’, de una única pieza, ha sido caminada por personas que buscaban emociones en la penumbra. Y a veces, algo más. Porque el espectáculo no está solo en el escenario. Hay tanto o más en sus rincones

POR SI TE INTERESA...

Desde su apertura, el Teatro Arriaga fue considerado plaza de primera, lo que aseguró el paso por Bilbao de los principales actores y compañías del panorama teatral. Sólo la Guerra Civil supuso un freno, aunque recuperó la normalidad una vez terminado el conflicto. En la actualidad, el Teatro Arriaga es gestionado por una sociedad anónima, de capital enteramente municipal, que se constituyó el 3 de octubre de 1986.


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RELATOS DE BILBAO

El garabato de

Bilbao No hay ciudad, villa o pueblo sin casco antiguo o parte vieja. Salvo Bilbao. Existe un Casco Viejo. Pero nos gusta denominarlo ‘Siete Calles’. Explica mejor nuestros orígenes. Círculos y líneas dibujadas por el destino un día que cerró los ojos y se dejó llevar. ¿Han intentado adivinar mensajes ocultos en un garabato? ••••••

POR SI TE INTERESA... Hay historiadores que insisten en que Bilbao diseñó su casco primigenio con siete calles en mente desde un principio. Y que no fueron por tanto tres las diseñadas inicialmente. Hay documentos que dejan claro que ya en 1442 existían las ‘Siete Calles’, excluidas la Ronda de Arriba y la de Abajo. Y a ello hay que añadir Bilbao la Vieja, a otro lado del río, el arrabal de San Nicolás y el de Ibeni que se encontraban extramuros. En 1483 Bilbao se extendía por el Arenal y el Arrabal de San Nicolás. Así, poco a poco nacieron la calle Real, ahora de la Cruz, la calle Santiago, ahora Correos, en recuerdo de la oficina ubicada aquí en 1821, o la calle Bidebarrieta.

I

maginemos una población en medio de un valle, con caseríos y torres diseminados por él. La vida nunca fue fácil y menos en 1300. Por entonces, el ‘Botxo’ estaba rodeado de una muralla que unía las torres. En su interior guardaba tres calles. Tendería, Artekale y Somera. Las rodeaba un muro de seis metros de alto por dos de ancho, que empezó a construirse 34 años después de la fundación de Bilbao. Las disputas con la Tierra Llana, resto de Bizkaia, generaron más torres y muralla. De esta forma saludamos al siglo XV con otras cuatro calles: Belostikale, Carnicería, Barrenkale y Barrenkale Barrena. Y así llegamos al nombre de las ‘Siete Calles’. Somera, la calle de arriba, contaba con cuadras para caballos, tiendas y posadas. Artekale, la calle de en medio, estaba habitada por plateros, entalladores, carpinteros y calqueros, que era como llamábamos al zapatero remendón que colocaba su puesto en los portales. Tendería era cobijo del comercio textil. Dicen que fue en ella donde Isabel la Católica juró los Fueros vestida de aldeana. Belostikale por su parte, acogía a ‘pescateros’ y sardineras, dada su proximidad al mercado y mayor ventilación. Carnicería fue la ubicación del primer matadero. Era tal su actividad, que lo trasladaron por falta de espacio, higiene y las quejas sobre olores y suciedad. Barrenkale, la de abajo, siempre olió a bacalao, grasas, aceites, vinos y alcoholes. Aquí partían los boteros que llevaban a las gentes de un lado al otro de la ría. Era también famosa por el bullicio de los mozos de cuerda, sirgueras y cuberos que se encargaban del trabajo más duro. Y así llegamos a la séptima, Barrenkale Barrena, la de más abajo. Frecuentada por anguleros y mujeres reparando redes y aparejos, sabía lo que era sufrir los ‘aguaduchus’ más que ninguna. Con el tiempo llegarían más, como Pelota, del Perro, Cinturería, la Merced, Bidebarrieta, Correo, Sombrerería... Pero esa es otra historia. Quizá la descubran si entran al centro del garabato. A la Plaza Nueva. Dicen que todas las plazas mayores se parecen. Quizá por ello la nuestra nunca quiso el título de ‘Mayor’. Prefirió ser eternamente ‘Nueva’. La llamaron así para distinguirla de la ‘Vieja’, situada junto a San Antón. Su nombre inicial fue Plaza de Fernando VII. De hecho, estaba previsto que una estatua del soberano la presidiera. Pero el ‘Botxo’ tiraba a liberal cuando se terminó

y no fructificó. Como lo de llamarla, durante la Dictadura, Plaza de los Mártires. Porque siempre fue ‘Nueva’. Comenzó a construirse el 31 de diciembre de 1829 y se terminó el 31 de diciembre de 1849. Cerrando años y abriendo décadas. Hasta 1900 acogió organismos como la Diputación, la Escuela de Ingenieros, la Bolsa de Comercio, Correos y Telégrafos, la Sociedad Bilbaína o el Banco de Bilbao, donde ahora está la Real Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia. Su parte central llegó a acoger a la estatua del fundador, Diego López de Haro, que hoy encontramos en la Plaza Circular. Tuvo también su kiosco de música donde, en ausencia de maestros e instrumental, la chiquillería jugaba. Y una fuente con hermosos juegos de agua de dieciocho surtidores, más uno central, que dibujaban chorros en el aire. No es de extrañar que coqueteara con el agua. Porque fue Venecia. Para ello tuvieron que inundarla. Sucedió en 1872, con ocasión de la visita de Amadeo I de Saboya. Imagínensela llena de agua, como una piscina. No por inundación sino por chulería. Y eso que el agua muchas veces convirtió a Bilbao en Atlántida. Basta con adentrarse por la calle del Perro para comprobarlo. En la fachada del Río Oja, en el interior del Bar Xukela, amén de otros lugares y rincones, hay marcas que recuerdan la altura de las inundaciones del 83. Hablaremos otras veces de ellas porque pocas cosas definen mejor las reinvenciones de Bilbao y su extraña relación con la ría. Una dama que dio disgustos, pero también alegrías. Incluso nos entregó una novia blanca y radiante llegada de lejanos mares.

El exquisito manjar de la ría ‘bilbaina’

Arrancando octubre llega sigilosa. Apenas tiene tres años, pero carga sabiduría. Mil días largos empleados para llegar del suroeste de las Bermudas hasta su destino. De ahí que arribe nocturna y persiguiendo la luz, como el pirata que busca taberna para calmar sed y burdel para llenar soledades. Y algo tendrán nuestros muelles para que los frecuente tanto. Su nombre es ‘malacopterigio ápodes’. Llámenle angula. La novia de Bilbao. Porque frecuentará otras aguas, pero siempre tuvo un romance especial con las nuestras. Existen textos del siglo XVIII que hablan de que siempre fue deseada, escurridiza y cara. Lo que sorprende escuchando que hubo un tiempo en el que se tiraban por abundantes. Porque son muchas las crónicas que

hablan de escasez y alto precio. Por ejemplo, en 1834, en la Plazuela del Carmen en Madrid, se vendían angulas de Bilbao a 30 reales la botella, recipiente utilizado para portarlas. Y sin salir del ‘Botxo’, en 1870, subió de 6 reales a 40. No les digo nada en años posteriores. De ahí las frecuentes trifulcas y muertes de hombres y mujeres. Ellas también portaron con tino faroles. Sus olvidados nombres representan a todas las almas que buscaron el oro transparente en los alrededores de ‘la Isla’. Un pedacito de tierra situado a la altura de la Peña. Allá donde el Nervión se viste de ría. El lugar en el que se la comenzó a pescar en Bilbao. Con el tiempo se acabó denominando ‘de la Isla’ a toda angula capturada hasta más allá de los puentes de Bilbao. Es bajo ellos y cerca de los desagües donde se cría mejor. De ahí que lleve historia sucia. De la que no se quiere recordar cuando luce cual joya. Tampoco se cita su adiós a este mundo.

Dicen que todas las plazas mayores se parecen. Quizá por ello la nuestra nunca quiso el título de ‘Mayor’. Prefirió ser eternamente ‘Nueva’ Como rea que pide cigarrillo antes de morir, pasa a mejor vida tras sentir una lluvia de tabaco, bañarse en agua limpia y cocerse ligeramente para quitar mucosidad, olor y recuerdos. Es aquí donde abandona su color parduzco y se viste de novia. Pero queda otra prueba. Sepárase del resto y caer cual paño de seda entre los tridentes. Un examen que siempre supera. Para degustarla hay que dorar unas láminas de ajo en aceite de oliva. Siempre en cazuela de barro. Añadimos guindilla cayena al gusto y echamos las angulas. Entre 100 y 150 gramos por persona. Damos unas vueltas y las servimos chisporroteando, como si llegaran enfadadas. Se comen con tenedor de palo. Pero, sobre todo, con el respeto que merece tan apasionante vida y tan entregada muerte. Como ven, este garabato tiene tantos trazos como historias. Les recomiendo que hagan como los niños y niñas de la Villa. Cada fin de semana bajan para buscar el cromo deseado y cambiarlo por otro. Dejen una historia suya y llévense una nuestra. Al fin y al cabo son como las angulas. Nacen en un lugar y viajan por el mundo buscando a alguien que de verdad merezca degustarlas.


RELATOS DE BILBAO

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ELTERRITORIO

DEL TILO Ya no está. Se fue una noche de viento sur. Lo hizo sin queja, pero con ruido. Recordando que fue legendario. Les hablo del Tilo de Bilbao. Verán que utilizo la mayúscula. No es error sino honor. El que merece este árbol que vivió en el Arenal. Tampoco busquen en su casa arena. Existió. Pero el progreso tapó los granos para permitirnos alcanzar el futuro. ••••••

L

o que no impide que podamos imaginar cómo era todo cuando Bilbao comenzó a caminar precipitado, cual niño que arranca a andar por el viejo Arenal. Así se denomina la margen derecha de la ría que se encuentra entre el Teatro Arriaga y el número 10 de Viuda de Epalza. 29.000 metros cuadrados. Su zona más ancha ronda los 125 metros. Fue un espectador privilegiado de la expansión de Bilbao fuera de las murallas.

Aquel Tilo fue testigo del primer soneto de amor que dedicó Unamuno a su amada Concha Lizarraga. Pero el no fue el único. Genios de la pluma como Ramiro de Maeztu y Ortega y Gasset también escribieron bajo su sombra. Imaginen lo que tenían que ser aquellas tertulias Para recorrerlo empezaremos por la mencionada Viuda de Epalza. Allí encontraremos el Palacio Gómez de la Torre, construido en 1798, considerado el primer edificio residencial neoclásico de la Villa. Si caminamos un poco pasaremos por la iglesia de San Nicolás de Bari, la calle del Arenal y el Teatro Arriaga. Si giran hacia el puente, llamado desde siempre del Arenal por su ubicación, aunque inicialmente lo bautizaran como Puente de Isabel II, descubrirán un aparcamiento. Pueden aparcar y recorrer el nuevo paseo de 440 metros de longitud que ven sobre él. Allí suelen colocarse las ‘txosnas’ de ‘Aste Nagusia’, las casetas de feria de nuestra Semana Grande, regidas por las comparsas. El resto del año, es un paseo que permite recorrer la ribera. Y ahí estaba el antiguo muelle. El lugar en el que desembarcaban especias y productos de ultramar. El Arenal era una especie de playa en el felpudo de casa. Como ven, luce hermosos árboles. Llegó a tener 284. Nogales, plátanos y, sobre todo, tilos. Hoy en día una centena resiste el paso del tiempo. Hubo uno que no lo logró. Pero, como decíamos, permanece en la memoria. El Tilo del Arenal. Para explicar lo que un árbol puede significar citaré al poeta ‘bilbaino’ Blas de Otero: «Si algo me gusta, es vivir. Ver mi cuerpo en la calle, hablar contigo como un camarada, mirar escaparates y, sobre todo, sonreír de lejos a los árboles». La nuestra fue siempre una tierra que respetó a los gigantes de madera. Como pueblo eligió al roble. El que sigue

en Gernika, siendo símbolo eterno. Pero hubo otros. Como este Tilo. Para conocerlo retrocederemos hasta 1809. Fue plantado en Abando. Siete años después se replantaba frente a San Nicolás, cerca del número 5 de la calle Arenal. Fuera por ubicación o tamaño, los vecinos decidieron compartir con él los momentos más relevantes y el día a día. Como Unamuno. Aquél Tilo fue testigo del primer soneto de amor que dedicó a su amada Concha Lizarraga. Y cuentan que fue donde vio parte de su pantorrilla. No era muy lanzado. Pero no fue el único que escribió versos bajo su sombra. También Ramiro de Maeztu que, a sus 18 años, ejercía de periodista en aquél Bilbao industrial. Y Ortega y Gasset, que estudiaba en la Universidad de Deusto al igual que otros genios de la pluma. Imaginen lo que tenían que ser aquellas tertulias. Aunque no todo fue literatura. Durante uno de los Sitios, en concreto el que tuvo lugar entre 1873 y 1874, los vecinos se citaban bajo él para conocer las novedades y obrar en consecuencia. De esta singular tertulia nació una de nuestras sociedades más famosas. La del ‘Sitio’. Y ya que hablamos de guerras, una de ellas tiene mucha culpa de la relación de Bilbao con el bacalao. Los vascos trajeron a Europa, desde Terranova, el famoso pez. Así lo afirman islandeses, escoceses y toda gente seria, incluidos los noruegos, que son los más expertos. Pero cuentan, aquí entra la leyenda, que lo del ‘Pilpil’ fue casualidad. Habiendo puesto un marinero unas rodajas al fuego, en una cazuela con aceite y ajos, tuvo que subir a cubierta. Al regresar, las olas habían obrado milagro. El aceite era salsa y el humilde plato indescriptible manjar. Al fin y al cabo, siempre acogimos al bacalao como propio. A veces, a lo grande.

Una bilbainada más

Como en 1835. Cuando un ‘bilbaino’ de apellido Gurtubay, realizó un pedido a sus proveedores. Este comerciante escribió «manden 100 o 120 piezas de bacalao de primera superior» y alguien entendió que la ‘o’ era un cero. Mandaron 1.000.120. Inenarrable. Coincidió la cosa con la Primera Guerra Carlista y no hubo forma de devolverlo. Fue una bendición. Se alimentaron con ellos mientras estuvieron sitiados. La monotonía del menú invitó a crear todo tipo de recetas. Desconocemos si es cierto, pero así se contó desde siempre a la sombra de aquel Tilo.

Y es que era mucho árbol. En los tiempos de una incipiente Bolsa de Bilbao, le llamaban ‘el salón municipal’ porque a su vera se hacían las transacciones. Un descendiente suyo se encuentra en el parque de Ametzola, en 1980 se plantó otro en el Arenal y otro más en el 89. Ya ven que es de larga sombra. Hasta su muerte fue propia de un relato de los hermanos Grimm. El 1 de abril de 1948, a la una y diez de la madrugada fue derribado por un temporal. De nada sirvió que sus raíces llegaran hasta la Plaza Nueva. Puede que fuera el viento. O el peso de sus secretos. No sería el más grande, ni el más frondoso. Pero fue un ‘botxero’ de pro. Y ya que hablamos de árboles, hagámoslo de los caminos que protegen sus ramas. Los tres paseos. El de los Curas, el de los Señoritos y el de la Alpargata. El de los Curas es el primero, si nos situamos con la ría a la espalda y miramos a la izquierda. Su nombre se debe a que por él paseaban los sacerdotes de San Nicolás camino de misa. Por el del centro caminaban los estudiantes y señoritos de familia bien buscando tertulia o unos ojos de los que enamorarse. El tercero, a la derecha, era frecuentado por mecánicos y gentes de otros oficios que se entremezclaban con modistillas y chicas del servicio doméstico. Por cierto, les recomiendo que bajen una mañana de domingo y recorran los puestos de flores. Imposible no llevarse un ramo. Y no les digo si se dejan embriagar por la música que proviene del ‘Kiosko’. Lo escribimos con K, para diferenciarlo de otros. No es un kiosco más. Modernista desde su origen, se construyó a mediados del XIX. Hoy en día guarda en su interior un café-bar que recibe a foráneos y nativos. Sea en este kiosko, en la Plaza Nueva o en la de Plaza de Toros de Vistalegre, no se pierdan a los músicos municipales. 52 profesores que forman parte de una aventura que nació en 1894. Serán ‘Banda’, pero suenan como Filarmónica. Aunque hay más músicos aquí. Frente al kiosko descubrirán una escultura del ‘bertsolari’ Enbeita. Los ‘bertsolaris’ son los improvisadores capaces de cantar unas estrofas, con su estribillo, partiendo de una palabra o idea sugerida por el público o alguien que les reta. Antes de continuar nuestro recorrido, busquen la sombra de los nuevos tilos. Aún son jóvenes. Pero crecen cada día. Así, cuando regresen, podrán descubrir las novedades de Bilbao. Bastará con que escuchen lo que las ramas le susurran al viento que viene y que va.

PARA APUNTAR Si bien el bacalao a la ‘bizkaina’ y, sobre todo, el bacalao al pilpil son los más conocidos fuera de nuestras fronteras, existe una receta muy popular entre las gentes de Bilbao. El bacalao al Club Ranero. También existió, a la izquierda del ‘Kiosko’, un palomar de los años 20, que se derribó en los 40, trasladándolo al estanque del Parque de Doña Casilda. El Arenal fue, en sus primeros tiempos, una zona de arenas y entrante de agua hasta el Portal de Zamudio. Era como un varadero de embarcaciones y asiento de astilleros.


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RELATOS DE BILBAO

DE ESCALONES, PUENTES

y

PASADIZOS

¿Saben cuál es la altura de Bilbao? ¿Y que hubo un tiempo en que los trenes llegaban al interior de los hoteles? ¿Se atreverían a cruzar un puente invisible? Para responder a estas preguntas nos vamos a ir hasta el Ayuntamiento. Sitúense delante de la escalinata. Y ahora suban al quinto escalón. ¿Conocen lo que dicen de él? ••••••

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a ría jamás será domesticada. Nació libre y así seguirá, pese al empeño por controlarla. De ahí que el actual Consistorio haya recorrido la Villa buscando acomodo. Recordarán que les contamos que, hasta el siglo XV, el Concejo se reunía delante de la iglesia de Santiago. Si llovía, lo hacían dentro. Tras compartir ubicación con el Consulado de Bilbao en el arranque del XVII, acabó levantando un edificio junto a San Antón. Y durante un tiempo siguió compartiendo casa con el famoso Consulado del que hablaremos más adelante. Pero el destino le puso en bandeja la opción de ocupar el lugar en el que se encuentra hoy. Se inauguró el 17 de abril de 1892. Y allí está. Con sus estatuas de la Ley y la Justicia, su flamante vestíbulo y su Salón Árabe. En este último se celebran las bodas civiles. Y si miramos hacia arriba veremos el balcón en el que los Reyes Magos, el Olentzero y las glorias deportivas nos han hecho reír y llorar de emoción a partes iguales. Pero, antes de todo, están los escalones. Entre ellos el quinto. El lugar donde Bilbao mira al mar sin verlo, para recordar que siempre fue más alto. 8,804 metros para ser exactos. Algunos dirán que es escaso. De hecho la ría lo ha superado en más de una ocasión, recordando que hay zonas que están por debajo. Lo curioso es que no lo marca el escalón. Sino un clavo situado en la parte trasera. Vayamos a la esquina entre Guardia Bernardino Alonso y Plaza Erkoreka. ¿Lo ven? Es el que está en medio del círculo. La placa del Gobierno Vasco despeja las dudas. Quizá les sorprenda la escasa altura respecto al suelo. Se debe al desnivel entre la zona posterior y la fachada del edificio. De ahí que el quinto escalón, marque la misma altura. El mar siempre ha sido nuestra segunda casa. Pero la primera es y será Bilbao. Los casi nueve metros de altitud siguen siendo discutidos. Hay quien apunta a poco más de seis. No somos expertos, pero algo nos dice que la respuesta está en ese escalón. Y no es el único misterio que hallarán aquí. ¿Se atreven a cruzar un puente invisible? Antes pasemos por el actual.

El Puente del Ayuntamiento. Se inauguró en 1934, fue volado en 1937 y vuelto a levantar en 1940. Para hacerlo se inspiraron en los puentes de Chicago. En concreto, el de la avenida Michigan. El ir y venir de los barcos provocó que fuera levadizo. De ahí que vean en él una caseta de mando y maniobras, a la que se accedía para abrirlo. En 1970 se selló para dejarlo fijo y la caseta fue empleada como taquilla de los toros o como punto de información turística. Y como el destino es caprichoso, tanto el del Arenal como éste, nos llevan hasta la Plaza Circular. El lugar que hoy acoge la nueva oficina de Turismo. Pasar por allí es la mejor forma de organizar sus días con nosotros. Y, de paso, pueden esperar al tren fantasma.

El Hotel Terminus, vanguardista para su época puesto que contaba con elevadores, también disponía de una pasarela. Ubicada en el segundo piso, discurría entre el hotel y la Estación del Norte. Atravesaba la calle y, estando tan alta y cubierta, permitía al cliente pasar de un lado a otro de manera discreta Jueves 29 de octubre de 1896. Media tarde. Horas antes un tren minero había salido de Ollargan dirección Abando. Todo iba bien hasta que perdió los frenos, chocó contra el tranvía de Orduña, atraviesó la pared de la estación y se empotró contra un hotel. Por suerte no hubo víctimas. Salvo una. El Terminus.

Inaugurado en 1891, aquél hotel ocupaba el lugar exacto en el que se encuentra la oficina de turismo. Su nombre respondía a la forma de designar a los hospedajes ubicados junto a las estaciones. Contaba con 102 habitaciones y capacidad para 200 personas. Todas tenían luz eléctrica y calefacción. Además sumaba otra novedad: los elevadores. Subir sin utilizar escaleras era algo mágico. Imaginen en él una gran recepción, cuarto de equipajes, baños, cocinas, salones y comedores. Tanto la vajilla como la cubertería fueron traídas de París y se convirtieron en las primeras que se grabaron en la Villa con el anagrama de un hotel. Tenía cinco plantas, si contamos la baja, aunque ocupaba cuatro. Era el único que comprendía todo un edificio. Pero había algo más. Una pasarela. Para conocerla, vayamos al segundo piso. Ahí estaba. En esa pared. Discurría entre el hotel y la Estación del Norte. Atravesaba la calle y, estando tan alta y cubierta, permitía al cliente pasar de un lado a otro de manera discreta. Pero el Terminus agotó su carbón monetario y siete años después cerraba sus puertas. El edificio pasó por varias manos hasta convertirse en sede de la antigua Caja de Ahorros Vizcaína y más tarde en una de la BBK. No deja de ser curioso que al otro lado estuviera ‘La Fonda de Lastra’, cuyo emplazamiento acabaría ocupando el BBVA. Si el Terminus era ‘el hotel de los pelotaris’, el de enfrente era ‘la fonda de los toreros’. De alguna manera, la Plaza Circular ha realizado su propio viaje. Al fin y al cabo, si se pierde un tren llegará otro. Por eso, mientras esperamos al vagón fantasma, regresemos un instante al puente. Pero no al que está, sino al que permanece invisible.

Tras inaugurarse el actual Consistorio se necesitaba un acceso al otro lado de la ría. La idea era unir el barrio de Sendeja y el Ayuntamiento con el Ensanche. Decidieron colocar un puente a un puñado de metros, aguas abajo, del actual. En realidad era una pasarela peatonal de dos tramos que giraban por medio de máquinas hidráulicas. Su nombre era Pasadera Giratoria de Hierro. Aunque fue rebautizado por la ciudadanía como Puente de San Agustín, en recuerdo del convento que hubo en su día, y después como el Puente del Perrochico. La culpa la tuvo el precio. Contaba con una garita donde los peatones pagaban cinco céntimos para pasar. Una moneda conocida popularmente como la «perra chica». Y siguió llamándose ‘Perrochico’ aunque acabó costando el doble.

Un puente con historia

Pero llegó la Guerra Civil y fue volado. Tras la contienda no se reconstruyó. Hay leyendas que aseguran que se utilizó para la construcción de actual Puente del Ayuntamiento o que emigró a Ondarroa. Pero simplemente desapareció. Como la pasarela de hierro de San Francisco en 1937, los dos puentes colgantes del mismo nombre en 1852 y 1873, el de madera de un solo arco en 1813, el de piedra en 1737 o el de madera de la Merced en 1874 y el de piedra y ladrillo en 1937. Y así podríamos retroceder hasta el primigenio de San Antón, que dejó al actual lugar en escudo. Pero el ‘Perrochico’ tenía algo especial. Fue el único de carácter privado. Según las crónicas tardaba un minuto en abrirse y cerrarse. Si pasan por allí, búsquenlo y jueguen como los niños de entonces. Aguantando la respiración mientras hace su recorrido. Sesenta segundos. Si lo logran, querrá decir que van bien de pulmones. Pero sobre todo, que aún son capaces de cruzar sobre puentes invisibles.

¿QUIERES SABER MÁS?

Bilbao llegó a tener dos alcaldes a la vez. Fue en 1435. Por entonces, tiempos de guerras de banderizos, existían dos grandes bandos que agrupaban a los más importantes linajes de entonces. Los ‘gamboínos’ eran pro-navarros y los ‘oñacinos’, pro-castellanos.

Los ‘gamboínos’ ocupaban el Valle de Arratia y parte de las Encartaciones. Los ‘oñacinos’ dominaban desde Larrabetzu hasta Plentzia y desde Gernika hasta Busturia. Y al no ponerse de acuerdo en Bilbao, decidieron que hubiera dos alcaldes. Uno de cada bando.

El actual puente de San Francisco o de La Ribera tuvo muchos antepasados. Entre ellos, suspendido por cadenas de hierro entre 1827 y 1852. A ese puente se refiere la popular canción: «No hay en el mundo puente colgante más elegante que el de Bilbao. Porque

lo han hecho los bilbainitos que son muy finos y muy salaos». Con el tiempo este sobrenombre lo adquiría en Puente de Bizkaia, conocido por la canción ‘Puente de Portugalete’.


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‘PUPPY’ Y EL GIGANTE DE

TITANIO Puede que hayan venido expresamente a verlo. Pero para entender algo hay que conocer su historia. Y aún más cuando se trata de alguien. Como sucede con el ‘Guggenheim’. Donde la mayoría ve un museo, nosotros vemos a un paisano que lo cambió todo. ••••••

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i antes fueron la ría, después las minas y posteriormente la siderurgia, tuvo que ser un gigante de titanio, con forma de barco, quien cambiara el rumbo de Bilbao. Antes de embarcarnos y conocer su interior les animo a que nos sigan por el camino que lleva hasta sus orígenes. Lo primero que descubrimos es su curiosa ubicación. Como si abrazara un puente. Su entrada parece ser puerta trasera y su espalda cara delantera. Conviene dar un rodeo y analizarlo por todos los ángulos. Como consejo apunten cuatro puntos para una buena foto. La calle Iparraguirre frente a ‘Puppy’, la Pasarela de Deusto, el muelle de Avenida de las Universidades y el Puente de la Salve. Pero vayan con ojo. Bilbao siempre ha sido una Villa de suelo singular. Sea por su baldosa o sus escaleras. Como las del ‘Guggenheim’. Conocidas como «las del paso del cojo», comprobarán que obligan a pisar de manera extraña. Mirando al frente, hacia abajo y midiendo bien. Las cosas no son porque sí. Fue un deseo del arquitecto, pero lleva otro mensaje. Ese caminar ha caracterizado la vida de nuestro museo. En 1991 el Lehendakari José Antonio Ardanza, el Diputado General Alberto Pradera y el Alcalde Josu Ortuondo firmaban el acuerdo con la ‘Fundación Guggenheim’, en Nueva York. Pero no fue fácil. El Museo nace en abril de 1991 durante una campaña electoral. Ortuondo y su equipo tenían claro que el futuro de Bilbao y de Euskadi pasaba por el turismo. La duda era cómo plasmarlo. El Ayuntamiento disponía de la Alhóndiga. Hoy es un lugar de referencia y, como decía el Alcalde Azkuna, el edificio que recogió el testigo del famoso museo. Pero, por entonces, era un viejo almacén de vino y aceite, que languidecía a la espera de un proyecto renovador. Mientras tanto los responsables del ‘Guggenheim’ apuntaban a Salzburgo, donde sus autoridades no se ponían de acuerdo. Así que contactaron con Thomas Krens, de la Fundación, y le invitaron a Bilbao. Tras recibirle comieron en la Plaza Nueva, pasearon por la costa y visitaron la Alhóndiga. No hizo falta más. Bilbao sería la elegida. Pero siempre que se comprometieran

las tres instituciones. Tras no pocas dudas y acuerdos, eligieron a cinco arquitectos, los trajeron y recorrieron la Alhóndiga, desde la calle, hasta la terraza.

Si quieren formar parte de una película, colóquense frente a ‘Puppy’, se sentirá transportado a la película de ‘El mundo no es suficiente’ de James Bond, donde el conocido espía aterrizaba tras lanzarse del 5º piso del edificio Uno de ellos, Frank Gehry, se fijó en los montes y quiso conocerlos. Y subieron al Balcón de Bilbao. Allá donde las parejas aparcan los coches y se entregan a la diosa Venus. Visto el panorama, pidió bajar al Puente de la Salve y después, al de Deusto. Por último, se acercó a la Campa de los Ingleses. Un lugar que, además de acoger circos y atracciones, fue cementerio británico hasta 1908, campo de fútbol del Club Acero y pista de aterrizaje del aviador Manuel Zubiaga. Entonces, surgió la magia. Gehry sacó su rotulador, una cartulina del Hotel López de Haro y dibujó cuatro líneas. Había nacido el ‘Guggenheim’. Pero había un problema. Los terrenos. Estaban ocupados por empresas de diferentes familias, dedicados a variados cometidos y salpicados por hangares y contenedores. En el último instante, cuando todo apuntaba a que no podría construirse, llegaron a un acuerdo. Pero hubo más curiosidades. Pasados los meses, Gehry aguardaba a su avión en el antiguo aeropuerto de Sondika. Debatía con técnicos y arquitectos sobre cómo vestir al museo cuando bajó la vista, señaló la barra de la cafetería y exclamó «¡El

‘Guggenheim’ se cubrirá con ese material!». Era titanio. La elección del color también fue curiosa. Cuando le sugirieron el azul Bilbao, alucinó. Tantos años de profesión y desconocía su existencia. Para entonces sabía de nuestra idiosincrasia y le pareció una idea genial utilizar un color con el nombre de la Villa. Es el que viste las oficinas del museo. Ya ven que hay mucho que ver. De lo contrario podrían perderse una buena amistad. La de ‘Puppy’. En los caseríos y casas vascas es frecuente llamar al perro ‘Lagun’. Significa amigo en euskera. Por eso, no debería extrañarnos que un can con piel de flores forme parte de Bilbao como si viviera aquí desde la noche de los tiempos. ‘Puppy’ nos robó el corazón nada más llegar. Aunque, como pasó con el museo, hubo quien no apostaba por él. ¿Quieren saber sus secretos? Es una estructura de acero recubierta de flores, con un sistema interno de irrigación, creado por Koons, en 1992, para una muestra en Bad Arolsen, Alemania. De ahí, pasó al Museo de Arte contemporáneo de Sydney. Pero en 1997 es adquirida por la Fundación Solomon ‘Guggenheim’, llega a Bilbao y lo adoptamos. Tras un primer vistazo, comprobamos que era un West Highland Terrier. Ocupa una zona que fue canina. Los vecinos solían pasear a sus mascotas por un parque que se hallaba donde ahora encontrarán la oficina de información. Estaba pegado a una gasolinera y en él parejas furtivas, viajeros camino del tren y perros buscando verde compartían tiempos industriales. Normal que se encuentre cómodo ‘Puppy’. Y eso que no pasa desapercibido. 12 metros de altura, 15 toneladas y tan lozano como el 15 de octubre de 1997, cuando fue inaugurado ante

Krens, Gehry y las autoridades. Pertenece a la serie ‘Celebration’, que incluye esculturas de cerdos, burros y elefantes. Aunque, recuerden lo que decíamos al principio, no es solo un perro. Ha participado en vídeos musicales y películas de todo tipo. ¿Quieren formar parte de una? Colóquense frente a él, en la acera de la derecha de la calle Iparraguirre. Justo, donde se junta con Mazarredo y Lersundi. El lugar exacto en el que James Bond aterrizaba, tras lanzarse del 5º piso del edificio, en la escena con la que arranca ‘El mundo no es suficiente’.

Las múltiples almas de ‘Puppy’

Antes de continuar vamos a contarles un secreto. Se llama ‘Puppy’ pero a veces es Milú, Blanquito, Zuri o Troy. Tiene tantos nombres como estrellas existen en el cielo. Tampoco es un West Highland Terrier siempre. Puede ser caniche, pastor alemán, collie, bóxer o, simplemente, perro callejero. Todos ellos están en ‘Puppy’. Por eso es tan grande. Me lo contó un niño hace tiempo. Su perro se había ido para siempre. En trece años solo le había dado un disgusto. No ser eterno. Al principió lloró. Fue antes de saber la verdad. Que los perros de Bilbao no se quedan en la Tierra ni van al Cielo. Tampoco viven reencarnados tras ser incinerados. Es otro su destino. Ser todos uno. Para formar un campo santo sin necesidad de cementerio. Un lugar donde las flores huelen a vida y están en movimiento. Así me lo contó aquél niño que de vez en cuando regresa para ver a su amigo. Sabe que nunca se irá. Por eso no lleva collar. Por eso será eterno. Aguarda a todos los niños y niñas que quieren saber a dónde se fue su amigo. Recuérdenlo al acercarse a él. Quizá aquel perro que formó parte de su vida y un día partió, esté ahí. En el corazón de ‘Puppy’.

POR SI TE INTERESA…

El museo cuenta con 24.000 m2 de superficie, de los que 11.000 están destinados a espacio expositivo. La plaza y la entrada principal del museo se encuentran enfilando la calle Iparragirre.

El exterior del museo, cuyo perímetro puede recorrerse íntegramente, presenta diferentes configuraciones desde las distintas perspectivas y sirve también para la exhibición artística.

Debido a la complejidad matemática de las formas curvilíneas proyectadas por Gehry, decidió emplear un software utilizado en la industria aeroespacial, CATIA, para trasladar su concepto a la estructura y facilitar la construcción.

No hace falta que las cuenten. Tiene 33.000 finísimas planchas de titanio cubriendo toda su estructura. También está recubierto por una piedra caliza que fue muy difícil de encontrar, de un color parecido a la que se utilizó para la Universidad de Deusto.


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RELATOS DE BILBAO

MUS

EN TIEMPOS DE GUERRA

No llegué a saber el nombre de los otros tres jugadores. O quizá sí, pero por respeto no lo revelo. Tampoco el del cuarto. Porque su historia lleva tantos nombres como soldados hubo en todas las guerras. Bilbao y Bizkaia, al igual que el resto del País Vasco y el Estado español, vivió la peor de las contiendas. La que tiene lugar entre hermanos. ••••••

POR SI TE INTERESA... El trazado del Cinturón de Hierro transcurría por Zierbena, Muskiz, Galdames, Güeñes, Sodupe, Gordexola, Okondo, Llodio, Arrankudiaga, UgaoMiravalles, Arrigorriaga, Zeberio, Galdakao, Larrabetzu, Gamiz-Fika, Mungia, Loiu, Gatika, Laukiz, Urduliz, Berango, Getxo, Sopelana y Barrika. Existen además restos de la Guerra Civil que no pertenecen directamente al Cinturón, por ejemplo en Artxanda, pero que también merece la pena conocer. Tanto en Begoña como en otros barrios del Bilbao y montes cercanos existen restos de las batallas desarrolladas durante las dos Guerras Carlistas.

L

a Guerra Civil es la más incivil de todas. En este recorrido por Bilbao resulta obligado visitar rincones con olor a pólvora y sangre. Incluso antes de que llegara esa cruel guerra. De conflictos internos y externos hablaremos en las próximas líneas. Pero antes hablemos del mus. Porque esta Villa sabe lo que es resistir y apostarse la vida en cada partida. Como aquella noche de 1937. La Guerra Civil atravesaba su primera primavera oscura. Un puñado de hombres, atrincherados en los montes cercanos a Bilbao, esperaba a un Batallón que no llegaba. Algunos luchaban por sus ideales. Otros por inercia. Y a esas alturas, casi todos, por sobrevivir. La compañía había mermado tanto que apenas quedaba una sección. Tres pelotones mal contados. El suyo, lo componían trece hombres provistos de dos carabinas, fabricadas en Gernika, y tres pistolas. El resto, escopetas de caza y cuchillos. Y allí estaban, en lo alto de un monte. Con un ojo en los compañeros, el otro alerta y en las manos, cuatro cartas y un destino. La lluvia jugando al engaño vestida de sirimiri y ellos parapetados tras las ruinas de un caserío. Unos apostados y vigilantes. El resto presenciando, bajo una lona, la partida más surrealista de sus vidas. Por tapete, una manta vieja. Y como única luz, la vela de un candil. Solo jugaban los veteranos. Aquellos que se presentaron como voluntarios en el Ayuntamiento tras la aprobación del Estatuto y se enrolaron en una guerra que siempre tuvieron perdida. Arranca la partida. Pararon dos veces ante falsas alarmas. Fueron las dos horas más largas de sus vidas. La pareja ganadora respiró hondo. No hubo muestras de euforia. Solo un suspiro. Todos miraron a los perdedores. El más joven agachó la cabeza consciente de su destino. Primero le tocaría a su pareja de mus. Y cuando éste cayera, él sería el sargento del grupo. Mal asunto. En aquel monte y aquella guerra, los cabos, sargentos e incluso, algún capitán iban en primera línea. Hasta en eso eran un ejército peculiar. Dos días antes, un obús se llevó por delante el pajar de un caserío y a seis de los hombres que dormían en él. Entre ellos, el capitán y dos sargentos. Otro, malherido, había sido bajado a Bilbao. De ahí que aquellos soldados, con más voluntad que espíritu castrense, se jugaran el puesto de jefe al mus. El hombre que me contó la historia ganó aquel día. Más tarde perdería. Pero fue ya cuando la guerra

estaba sentenciada, una metralla había acabado con su ojo izquierdo y no quedaban hombres con quienes jugarse la suerte. Fue entonces cuando comprendió que era tiempo de partir. Primero a Francia y luego a América. Allí ganó y perdió, volvió a perder y volvió a ganar. Pero ya no fue en las cartas, sino en las cosas de la vida. Porque, para él, el mus nunca fue lo mismo. Jamás me reveló las cartas que le tocaron en aquella última mano. Da igual. Con el tiempo he comprendido que es lo de menos. No era una mano ganadora, sino superviviente. La de una partida de mus en tiempos de guerra. Aquella cuyas huellas pueden hoy conocer, si suben a Artxanda. El Cinturón de Hierro de Bilbao es la mejor metáfora de una Guerra Civil. Búnkeres y trincheras a lo largo de dos líneas defensivas, separadas 300 metros la una de la otra. El ingeniero que dirigió las obras fue Alejandro Goicoechea. El hombre que acabaría diseñando el famoso tren Talgo. Nunca tuvo muy claro aquel Gobierno Vasco sus ideas políticas, pero le encomendaron la misión. Y este, por ellas o por motivos que desconocemos, acabó facilitando la información al ejército sublevado y Bilbao cayó más rápido de lo previsto. Tampoco ayudó que el cinturón no estuviera acabado. Además, la Legión Cóndor y la Aviación Legionaria continuaron con sus bombardeos sobre la Villa. Anteriormente, los alemanes habían arrasado Gernika. Si el mundo lo supo fue gracias a George L. Steer, periodista del ‘Times’ que contó al mundo el bombardeo que inmortalizó Picasso. En aquellos días se hospedaba en el desaparecido Hotel Torrontegui. Pero si quieren seguir sus pasos acérquense al Hotel Carlton. Allí estuvo el Gobierno Vasco. Tenía habilitada una zona, a modo de despacho, que ocupaba la habitación en la que hoy se cambia el personal femenino del hotel. Y si se fijan en las escaleras del exterior, observarán unos agujeros. Son los antiguos respiraderos del bunker. Ahora es un bar que lleva el mismo nombre y se encuentra en el sótano del hotel. Hay una estatua del que fuera el Lehendakari entonces, José Antonio Aguirre, cerca de este lugar. Pero subamos ahora a Artxanda.

Funicular a los cielos ‘bilbainos’

Desde siempre fue lugar de peregrinación para disfrute del tiempo libre. Pero a finales del XIX la afluencia era masiva. Se construyó un casino, varios ‘txakolis’, en las faldas del monte había viñedos, y merenderos. Y en

1915 la Dirección de Obras Públicas aprobó el proyecto de un Funicular. Es al que vamos a subir. La maquinaria fue diseñada por una empresa suiza, especialista en trenes de montaña. Costó 488.407,30 ptas. En octubre del 1915 realizó el primer viaje. Tan importante fue, que bombardearon sus vías y la estación superior durante la Guerra Civil. No se reanudó el servicio hasta julio de 1938. Y entonces, volvió a llenarse de vida. En él viajaban enamorados, familias, curiosos… pero sobre todo, trabajadores. Mujeres y hombres que bajaban cargados de mercancías e ilusiones y subían con dinero para toda la semana. Porque todo tenía cabida en él.

‘La huella’, de ocho metros de altura, recuerda a los más de 40.000 ‘gudaris’ que lucharon en Euskadi por la democracia y la libertad. Y también nos recuerda que toda violencia es absurda Desde la vendeja que traían las aldeanas, hasta las mulas de carga o terneras camino del matadero. Por tener, tiene hasta crónica negra. El 25 de junio de 1976 tuvo lugar un fatídico accidente. Nadie murió, pero se volvió a anular el servicio hasta 1983. Y, lo que son las cosas, en agosto de ese año, las trágicas inundaciones también lo alcanzaron. El 4 de noviembre se restablecía el servicio. Y ahí sigue. Capeando problemas y crisis. Gracias a él podemos subir a la vieja usanza y visitar ‘La huella’. Esta escultura, de ocho metros y 8.000 kilogramos representa a una gran huella dactilar que recuerda a los más de 40.000 ‘gudaris’, soldados vascos, que lucharon en Euskadi por la democracia y la libertad. Y también nos recuerda que toda violencia es absurda. Cuando Bilbao cayó, los hombres que se quedaron para recibir al ejército vencedor y entregarles el Gobierno tenían orden de destruirlo todo. Pero volaron los puentes, no la industria. Había que seguir viviendo. Les criticaron por ello. Aunque el tiempo les ha dado la razón. Contemplen las vistas. Se puede perder una guerra, pero no la cabeza. Las siguientes generaciones no deben pagar la sinrazón. La tierra no es nuestra. Pertenecemos a ella. Así lo entendemos en Bilbao. Y por eso nos sentimos tan orgullosos de este singular agujero al sur de la vieja Europa, empeñado en seguir vivo, renaciendo cada día.


RELATOS DE BILBAO

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La casa de las

Leyendas Puede que tengan alma marinera y no lo sepan. El salitre es duende silencioso que acompaña sin hacerse notar. Para comprobarlo vamos a convertirnos en capitanes intrépidos. Bastará con acercarnos al Museo Marítimo Ría de Bilbao. ••••••

S

e encuentra cerca del Palacio Euskalduna y junto al Puente del mismo nombre. Allí donde estaban los Astilleros Euskalduna. Hablamos de un referente mundial en la construcción de barcos. La crisis y la reconversión industrial provocaron su cierre. Pero ni Bizkaia, ni Bilbao, serían lo que son sin aquellos años de poderío naval. De ahí que el Palacio Euskalduna tenga forma de barco. Quiere recordarnos que la vida es un eterno embarcar. De hecho es un centro de congresos y exposiciones que les animamos a visitar. Y después caminen un poco y lleguen hasta el Museo Marítimo Ría de Bilbao. Guarda la historia de nuestro pueblo a través de las naos que nacieron en sus riberas. Fue inaugurado el 20 de noviembre de 2003. Cuenta con una superficie de 27.000 m² de fácil recorrido, repartidos entre su interior y una explanada donde se conservan los diques del antiguo astillero. Encontrarán barcos, lobos de mar, una mujer con nombre de grúa y una humilde embarcación que llevó trofeos y gloria. Los vascos, por lejos que lleguemos, seguimos tocando la orilla. De ahí que la mar no sea para nosotros agua sino tierra. Por eso en 1282 participamos en la conquista del País de Gales junto al ejército anglonormando. En la Edad Media fuimos transportistas de mercaderes italianos y en 1393 frecuentábamos Canarias, el Golfo de Guinea o Terranova. Desde siempre existió en Cádiz un colegio de pilotos vascos y entre los siglos XIV y XV participamos en guerras, como la de los Cien Años entre ingleses y franceses. Fuimos pioneros en conquistas, exploraciones o la pesca de la ballena. Y hasta tuvimos corsarios. Quizá por todo ello, en siglo XIV creamos el Consulado de Brujas. Como consecuencia de las rutas abiertas al tráfico comercial a raíz de las Cruzadas, los mercaderes entendieron la necesidad de agruparse para mejor defensa de sus intereses. Estos organismos solían estar regidos por uno o más cónsules. De ahí su nombre. Y el de Bilbao marcó pautas en mares y océanos durante largo tiempo. Más de quinientos años después la Cámara de Comercio nos recuerda que nació de él. Ya ven que hicimos Historia. Y leyenda. La historiadora Mairin Mitchell cuenta que el primer rey de Kerry, en Irlanda, fue Eber. Un hombre llegado por mar «desde el norte de la Península Ibérica». Daba igual el lugar. Si existía, un marino vasco llegaría. Y todo eso lo encontrarán aquí. Incluida una dama. Está fuera. Se llama Carola. 60 metros, 224 toneladas y

levanta 30.000 kilos. Comenzó a construirse el 20 de agosto de 1954. La cabina de mandos está situada a 35 metros sobre el suelo y sus vistas son impresionantes. No siempre fue roja. Aunque sí vistosa. Los hombres se subían a ella para trabajar, pero también para contemplar a la mujer que inspiró su nombre. Se llamaba Carlota Iglesias Hidalgo, pero la llamaban Carol. Este fue el motivo por el que se convirtió en Carola para el pueblo. Decían que era muy bella. Pero, ya mayor, aseguró que no era especialmente guapa, aunque lucía unos pechos exuberantes. A los 20 años trabajaba en Hacienda Central de la Plaza Elíptica. Por la tarde iba pluriempleada a la asesoría de su jefe en Indautxu. Como vivía en Deusto, le venía bien cruzar en bote. Cuentan que los barcos se escoraban por dónde pasaba. Pero nunca se percató de su fama. En cierta ocasión alguien le soltó «Vamos a tener que prohibirle que pase por aquí porque nos está provocando pérdidas económicas señorita». Al parecer se trataba del Director, Don Elisardo Bilbao, responsable de la compra de la grúa. El caso es que ella, ingenua, rompió a llorar. Años después descubrió lo de la grúa y, con el tiempo, se jubiló. Moría el 26 de octubre de 2001 a los 76 años. Pero su mito sigue vivo. «¡Levanta más que la Carola!». Ese era el grito de guerra del astillero. Grosero, pero muy de la ría. ¿Saben que nunca se casó? —No encontré al hombre de mi vida— respondía. La mujer que levantaba pasiones no encontró a quien levantara la suya. Por eso luce tan hermosa como sola, enamorando a quien pase por la ría. Salúdenla y después dénse la vuelta. Esas embarcaciones que ven guardan millas y anécdotas. Desde el ‘Bizkaia I’ de salvamento, el remolcador ‘Auntz’ o el ‘Nuevo Antxustegui’, que permite ver cómo vive y trabaja un barco de bajura, hasta el ‘BBK Euskadi Europa’. En ese velero José Luis de Ugarte participó en la Vendee Globe del 93, una competición en solitario alrededor del planeta y sin escalas. Cuando le preguntabas por el fin del mundo apuntaba al Cabo de Hornos. El lugar que lord Thomas Cochrane, capitán que inspiró el Jack Aubrey de ‘Master and Commander’, desafiaba al choque de océanos. Cuando lo vean piensen en un hombre de 64 años surcando océanos como Accab tras Moby Dick. Aunque no hace falta salir lejos para sentir la gloria. Pregunten a la gabarra. Fue bautizada en 1960 como ‘Gabarra nº 1’ en los Astilleros Celaya, por encargo del Puerto Autónomo

de Bilbao. Pero no es gabarra sino pontona. Plataforma flotante sin propulsión ni gobierno, para trabajos portuarios de mantenimiento o soporte de grúas. Su trabajo era humilde y así seguiría de no ser por tres detalles. El primero tuvo lugar en 1924. El Acero Club, equipo de fútbol de Olabeaga, se proclamó Campeón de España en la serie B. El recibimiento fue por tren. Pero al llegar a Bilbao el armador Manu Sota decidió remolcar al equipo subido en una gabarra iluminada con antorchas desde el Arenal hasta el muelle de Olabeaga. El segundo detalle fue una bilbainada, canto típico de los ‘txikiteros’, que decía. «Por el río Nervión bajaba una gabarra, con once jugadores del Club Atxuritarra...». En realidad habla de una posterior celebración del Atxuri, pero fue tan famosa que en 1983 pasó de nuevo a las aguas.

La reaparición de la gabarra ‘rojiblanca’

Aurtenetxe, Presidente entonces del Athletic Club, cuenta que el Presidente de la Sociedad Coral de Bilbao, Gerrikabeitia, recordó la anécdota. Y de esa forma el equipo surcó las aguas camino del Ayuntamiento. Inolvidable la imagen de los trabajadores de Altos Hornos subidos a las grúas para saludar a los campeones y los puentes atestados de aficionados. Una escena que se repitió un año después para celebrar Liga y Copa. Se alcanzó el millón de personas. En 2009 la acondicionaron tras la propuesta de que Bizkaia luciera rojiblanca ante la final de Copa en Valencia. El Museo se prestó a acogerla y la Autoridad Portuaria la cedió. Recuperó el color azul Bilbao y se vistió de rojiblanca. Pero no ganamos y volvió a ser guardada. Lo mismo sucedió en 2012 cuando no se vencieron las finales de Europa League en Rumanía y de Copa del Rey en Madrid. Dadas las peticiones, este es el tercer detalle, el Museo Marítimo, el Athletic Club y la Autoridad Portuaria llegaron a un acuerdo. Que se quedara para siempre. La gabarra es la mejor metáfora de nuestro pueblo y del Athletic. Trabajadora, dura y con arrojo. Esa nao nos recuerda que los sueños, con trabajo y fe, se cumplen. Sucedió dos veces. Pero parecieron millones. Y debe saberse. Sobre todo las nuevas generaciones. Para que no olviden que la marea volverá a traer trofeos. Dependerá del empeño que pongan y de que alguien les cuente quiénes somos, frente a una gabarra, en la ribera de la ría. Da igual que sean de otro equipo o que aborrezcan el fútbol. Si entienden lo que significa lograrán entendernos como pueblo.

La gabarra es la mejor metáfora de nuestro pueblo y del Athletic. Trabajadora, dura y valiente. Nos recuerda que los sueños, con trabajo y fe, se cumplen. Sucedió dos veces. Pero parecieron millones

PARA APUNTAR El Consulado fue la institución que rigió el destino económico de Bilbao y se constituyó en tribunal para dirimir los contenciosos mercantiles. Llegó a tener representación en Brujas, de la cual queda como recuerdo, aún hoy, la Plaza de los Vizcaínos en dicha ciudad flamenca. El Puente de Deusto nació como proyecto en 1930. Las obras comenzaron en 1932 y terminaron el 12 de diciembre de 1936, iniciada ya la Guerra Civil, inaugurándose al día siguiente. En un principio fue levadizo para facilitar el tráfico naval. Desde 1995, únicamente lo ha hecho con motivo de celebraciones especiales. La inauguración del Puente de Euskalduna se realizó el 18 de abril de 1997. Está construido en estructura de metal y tiene 250 metros de largo y 27 de ancho.


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RELATOS DE BILBAO

SABOR A BILBAO

Bilbao comienza con ‘B’ de boca y termina con una ‘O’ de admiración. Porque engullir sin saborear no es comer, sino tragar. Aquí no solo se utilizan cinco sentidos. Hay un sexto. Y viene a ser la suma de todos ellos. De ahí que, mientras comemos, hablemos de adónde podemos ir a cenar. No es un feo a lo presente sino que un aroma lleva a otro y un sabor evoca ideas. Así que no se extrañen si mientras disfrutan de una cita gastronómica le organizan las de toda la semana. Usted déjese llevar. Empezando por un día de ‘pintxos’.

L

os ‘pintxos’ en Euskadi vienen a ser una alternativa al menú convencional. Antaño se degustaba de pie en la barra. Y va más con nuestro espíritu senderista-tabernario. Pero ahora es habitual que le ofrezcan una mesa para mayor comodidad. Hay tanta variedad como bares y restaurantes. Incluso tenemos alguno adoptado como la Gilda, con su guindilla, ‘antxoa’ y aceituna, que nació en honor de Rita Hayworth en la vecina Donostia y se quedó en Bilbao hasta hacerse ‘botxera’. Y otros autóctonos que ya casi no se encuentran como el grillo, a base de patata cocida, hoja de lechuga y cebolleta. Antaño se servían para amenizar el poteo de los ‘txakolis’. Un ‘txakoli’ era un local que, a diferencia de la taberna o la posada, ofrecía comida y el vino del mismo nombre, elaborado con uva de sus viñedos. Antaño, este vino típico de Euskal Herria era ácido y bajo en alcohol, pero ahora se encuentra a la altura de otros grandes blancos y su sabor y olor son únicos. Marida bien con pescados, especialmente con la ‘antxoa’, y con muchos ‘pintxos’. Por cierto, si alguna vez les dijeron que es tradición vasca guardar los palillos para mostrar a la hora de pagar los ‘pintxos’ que han comido, sepan que es una infamia. Jamás se ha hecho algo así. Aquí nos fiamos de usted y usted de nosotros.

La carolina exige habilidad y tiempo. Fue creada por un repostero ‘bilbaino’. Le puso ese nombre en honor a su hija, una niña enamorada del merengue Tampoco servimos el ‘txakoli’ como si fuera sidra, golpeando el líquido contra el vaso. El de Bizkaia, al menos, se ofrece con la liturgia correspondiente. Y no tiene por qué ser siempre blanco. Existe una variedad tinto. Aunque el habitual es el primero. Otro plato estrella son las rabas. Siendo calamares rebozados con una masa especial a base de harina y huevo, el corte del calamar y el tratamiento en cocina lo diferencian de platos similares. Podíamos hablar de manjares más contundentes como pescados, carnes y otros productos, pero lo mejor es que se pierdan por las calles y pregunten a las gentes. Estaremos encantados de responder. Nos gusta hablar de gastronomía. Y eso incluye los dulces.

Para comprobarlo viajemos a mediados del XIX. En las ‘Siete Calles’, las confiterías y pastelerías eran tan habituales que aún hoy sus aceras huelen a elegante café. Siendo Bilbao puerto de mercancías, nunca faltaron productos adecuados. Como la leche y los huevos autóctonos junto a las harinas y especias de lejanas tierras. Antonio Trueba, ilustre cronista, contaba que a principios de dicho siglo ya teníamos famosos cafés. Solían ser de ciudadanos suizos, italianos y franceses que arribaban a Bilbao. Como un tal Rovina, que abrió uno en la calle del Correo. Fue antes de la Guerra de la Independencia. En 1814 le traspasó el local a un suizo llamado Bélti que, a su vez, se lo traspasó a dos paisanos suyos que lo rebautizaron como Café Suizo. No es que se rompieran la cabeza con el nombre, pero utilizaron el ingenio para crear uno de los productos estrella de la gastronomía ‘bilbaina’. El bollo de mantequilla.

Un dulce con historia

Bernardo Pedro Franconi y Francesco Matossi, los suizos de esta historia, decidieron hacer una versión ‘bilbaina’ de los bollos de leche de su tierra, a base de harina, yema de huevo, mantequilla, leche y azúcar. Además de esponjoso y sabroso, contaba con una fina lluvia de azúcar. Y así lo encontrarán hoy en día en nuestras pastelerías. Pero una buena mañana se les ocurrió abrir un bollo por la mitad y añadirle una fina capa de mantequilla. Fue todo un éxito. Como ya ha quedado claro que eran originales montando negocios o elaborando pasteles, pero no para poner nombres, llamaron al invento «bollo de mantequilla». Y así deben pedir este bollo autóctono. Porque fuera de Bilbao ni está ni se le espera. Lo que resulta extraño teniendo en cuenta que estos caballeros montaron media centena de franquicias en ciudades como Madrid, Pamplona, Santander o Burgos. De ahí que sea un misterio que decidiera quedarse para ser leyenda. Pero no es el único. Que se lo pregunten al pastel de arroz. Algunos le llamamos pastel mentiroso porque no lleva arroz, aunque ese sea su nombre. La razón hay que buscarla en su origen. Cuentan que se hacía con el arroz con leche que sobraba, elaboraban con él una crema y la cocían con una tartaleta. Otra teoría es que hace siglos la harina que se utilizaba era de arroz y que cambió el material, pero no el nombre. Incluso hay quien apunta a una receta filipina, traída por los marinos. Sea como fuere lleva mantequilla,

leche, azúcar, huevo y un hojaldre que debe estar en su punto para dar contrapunto a la crema. Tanto este pastel como el bollo son ideales para un café o una taza de chocolate. Y sirven lo mismo de desayuno que de merienda o de cena ligera. En cambio la carolina es dama que exige habilidad y tiempo. Su origen es tan conocido como desconocido el nombre del creador. Un misterioso repostero ‘bilbaino’ que le puso ese nombre en honor a su hija. Una niña enamorada del merengue. Ya sabemos que no es fácil comerlo sin mancharse. Así que ideó una cesta de hojaldre sobre la que asentar una gran torre de merengue. Pero quedaba simple, así que añadió unas pinceladas de chocolate y otras tantas de huevo para añadirle gracia, sabor y una mayor consistencia. Es un pastel tan sabroso como llamativo. De ahí que haya protagonizado hasta carteles de fiestas, sonadas apuestas y una gracia que pasa de generación en generación. Cuidado al comerla no sea que alguien le manche la nariz con ella. Pero no es el único pastel que exige habilidad manual y bucal. ¿Conocen a nuestro ruso? Sí, ya sabemos que es pastel extendido por el mundo y que fue cosa de la granadina Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, quien tras casarse con el emperador Napoleón III llevó cocineros españoles en su séquito. Con motivo de la exposición Universal de París de 1855 se ofreció un banquete con un invitado de honor, su alteza el Zar de todas las Rusias, Alejandro II. Y como postre la emperatriz eligió este pastel. Tras probarlo el Zar quedó fascinado, pidiendo que le revelaran la receta. Y desde entonces fue bautizado con el nombre de Pastel Imperial Ruso. Aconsejamos que prueben el de Bilbao. Es más alto y esponjoso. Y ya de paso prueben los santiaguitos, bilbainitos, jesuitas, cristinas y trufas. O los toffes elaborados de la misma forma que aquellos que llevó un tal Arteagaveytia en el viaje del ‘Titanic’ y que reposan en el fondo del océano. Aprovechen para buscar los mazapanes y turrones. Sobre todo uno llamado ‘sokonusko’, que lleva tres sabores de chocolate y es uno de esos manjares de origen incierto que llegaron por mar para convertirse en ‘bilbainos’. Como ustedes si prueban nuestra gastronomía. Al fin y al cabo no hay mejor forma para entender a un pueblo que llevarlo dentro. Y no se preocupen si la maleta no da de sí. La mejor forma de conservar un buen vino o un gran plato es en los rincones de la memoria.



BILBOKO ISTORIOAK HABLEMOS EN ‘BILBAINO’ UN PUENTE SOBRE EL CORAZÓN SECRETOS DE MERCADOS Y MINAS UN PALACIO `TXIKITO´ Y ENCANTADO EL ‘ARRIAGA’ Y SUS ESPÍRITUS EL GARABATO DE BILBAO EL TERRITORIO DEL TILO DE ESCALONES, PUENTES Y PASADIZOS ‘PUPPY’ Y EL GIGANTE DE TITANIO MUS EN TIEMPOS DE GUERRA LA CASA DE LAS LEYENDAS SABOR A BILBAO


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