EL MITO DE SÍSIFO LA EDUCACIÓN Y LA VIDA

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EL MITO DE SÍSIFO, LA EDUCACIÓN Y LA VIDA Dr. Marino Latorre Ariño Universidad Marcelino Champagnat Enero 2020 Lima, Perú Este año, 2020, se cumplen 60 años de la muerte del filósofo existencialista francés Albert Camus. Camus escribió en ensayo El mito de Sísifo, que se publicó en 1942. En él aborda el sentido de la existencia y afirma que si no hay un Dios que dé razón y sentido, la vida es absurda y cada uno puede hacer con ella lo que quiera. Para expresar sus ideas utiliza el mito griego de Sísifo. Salazar (2020) publicó un artículo en El Dominical del periódico El Comercio, de Lima (05/01/2020, p. 4) titulado Un Sísifo inconsciente y al hilo de sus reflexiones se me han ocurrido a mí las que presento a continuación. Sísifo es condenado por los dioses a subir una roca hasta la cima de una montaña desde donde ésta volvería a caer por su propio peso. Es el absurdo del trabajo de un hombre. Subir la roca de la existencia a una cima, luego ver cómo cae y luego volverla a subir, una y otra vez… No hay recompensa ni alivio. El momento más importante para Sísifo es cuando, luego de subir la roca, ve cómo vuelve a caer. Esa mirada es el gesto de tomar conciencia a algo importante, existencial. En ese instante se da cuenta de lo absurdo de su tarea (de la vida, el existencialismo) pero la sigue llevando a cabo una y otra vez. Ese es su castigo: vivir en el absurdo. No puede dar sentido ni a su vida, ni a su castigo. Sísifo no es dueño de su destino; no puede dar sentido a su castigo ni encontrar alegría en su calvario. Ese es el peor de los castigos que pueden dar los dioses. Falta de conciencia del hombre contemporáneo George Orwel publico la novela 1984. Imaginó un mundo vigilado, en el que nadie era libre. El personaje principal, Winston Smith, trabaja escribiendo la historia de su país por mandato del Partido Único. Smith intenta escapar de la vigilancia del Gran hermano. Hoy vivimos en una realidad parecida a la que describió Orwel en su novela y la del mito de Sísifo de Camus, pero (según el filósofo coreano Byung-Chul Han) con una diferencia entre nuestra sociedad y la de la novela: la conciencia. Según este autor, Sísifo, por lo menos, reconoce el absurdo de su existencia; en cambio, el hombre actual no es consciente de que lo dominan; vive como si fuera libre y sin embargo vive encadenado. Intenta escalar en el sistema económico y al hacerlo piensa que se está realizando libremente, pero si piensa y toma

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conciencia se dará cuenta que por mucho dinero que gane, por muy alto que sea su estatus social, está metido en una “jaula”, aunque sea de oro… pero, al final, en una jaula. De ahí que proliferen los trastornos mentales y la depresión. Todo es consecuencia de la “falta de sentido” en la vida, de que habla Víctor Frank. Sísifo es consciente de su condena y de su trabajo de levantar la roca y eso le hacer ser libre porque Sísifo domina la roca y la levanta hasta la cima, una y otra vez. Hoy es la roca la que domina a Sísifo. Sísifo es empujado por la roca. El hombre de hoy solo es tal en tanto que trabaja y produce para el sistema que lo domina. Hoy, quien no tiene trabajo y no trabaja (y son muchos millones de personas…) no cuenta en el sistema, es un parásito social y entra a formar parte “del baile de los que sobran” … Pero hoy ya es imposible escapar del sistema, como pretende Winston Smith, pues Google, Facebook y otras compañías han desarrollado algoritmos que, no solo indican cuál es el mejor camino para llegar a un determinado sitio, utilizando el GPS --es el caso del programa Waze para navegar en la conducción-- sino que el sistema nos manipula sin darnos cuanta. Cuando el “Gran hermano” nos ofrece una información o ventaja de forma gratuita, no es totalmente gratuita, pues la pagamos dando nuestros datos: correo, teléfono, dirección, profesión, etc. para luego ellos utilizarlos en su propio provecho para mandarnos información y propaganda de productos. Es el cebo que nos pone para que como peces indefensos mordamos el anzuelo y quedemos prendidos de él. El resultado puede ser un estado policíaco orweliano, sin darnos cuenta. Los defensores de la individualidad y privacidad humana están amenazados no desde afuera, (el Gran hermano que vigila) sino desde dentro. Hoy, todos hablan de la individualidad; atención personalizada, educación individualizada, diversión personalizada, respuesta a sus necesidades; todos son como los sastres que “hacen los trajes a medida” o como los zapateros “zapatos a su medida”; pues dicen que responden a necesidades y deseos únicos de los que demandan sus servicios. Amazon emplea algoritmos que estudian a las personas y usan su conoci-miento para recomendar productos. Cuando leo un libro virtual el Kindle supervisa, --un algoritmo digital-- ve lo que me agrada, lo que leo deprisa o despacio, lo que releo, dónde hago una pausa, lo que señalo, y cuando tenga la información biométrica podrá saber qué frases me emocionan, las que aumentas la presión arterial, etc. La red digital (el Gran hermano, de Orwel) nos vigila y desconectarnos supone la muerte (Harari, 2016, p. 373). Cuando entro en la tienda virtual de Amazon, el Kindle de Amazon aparece y me dice: “Sé que libros te gustan, qué libros has comprado anteriormente, etc. Sé tus gustos… Este libro es nuevo y te gustará…Te lo recomiendo…”. Hemos perdido la privacidad de nuestras sensaciones, alegrías, sufrimientos y hemos transferido la información a algoritmos que están fuera de nosotros y eso lo hemos hecho de forma voluntaria, pero sin darnos cuenta.

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Con las sucesivas revoluciones industriales (Cornejo, 2020, p. 15) la población se ha incorporado a la vida económica, cultural y social y ha surgido la “cultura de masas”. En la segunda mitad del siglo XX, con la movilidad de las personas, el acceso masivo a la cultura y la llegada de Internet cambió el estilo de vida. La cultura se ha convertido en “la industria cultural”, es decir que, hasta la cultura se ha convertido en una mercancía que se produce, se compra y se vende a gusto del consumidor. El consumo masivo impone no solo la producción sino “la reproducción masiva” de productos estándar que se encuentran en todos los lugares del planeta para satisfacer las mismas necesidades de los ciudadanos. La singularidad de ser humano debido a la etnia, país de nacimiento, cultura, etc. ha desaparecido al quedar homegenei-zada por los productos culturales que utiliza. El advenimiento de la tecnología digital se ha impuesto como un imperio omnipresente en el planeta Tierra. Adorno y Horkheimer –fundadores de la Escuela de Frankfurt-- afirman que “la racionalidad técnica es la racionalidad del dominio mismo de la técnica sobre el hombre”. Para estos autores la cultura de masas es el entretenimiento, un dispositivo de control y dominación del trabajador durante su tiempo de ocio. La secuencia frenética de los dibujos animados, el martillear del chun, chun, chun de la música moderna es una forma de quebrantar la lentitud que la vida exige para ser fructífera. Han hecho desaparecer la “sociedad del caracol o la tortuga” para introducir la “sociedad de la liebre y el relámpago” … Hay que habituar al personal desde su más tierna infancia y, en los dibujos animados, el Pato Donald recibe puntapiés a fin de que los espectadores se habitúen a recibir los suyos (Cornejo, 2020, p.15). El hombre racional ha sido derrotado como sujeto pensante pues ha perdido su capacidad crítica, autocrítica y su resistencia frente a la cultura de masas que todo lo arrasa de manera implacable y eficaz como un nuevo Leviatán. Hace pocos días realicé con un centenar de estudiantes de la universidad – estudiantes que han concluido sus estudios de licenciatura y están para graduarse-- la siguiente experiencia. Yo, que acostumbro a llegar siempre muy puntual a la clase, aquel día llegué, exprofeso, 20 minutos tarde; los estudiantes, extrañados de la tardanza, pero inquietos esperaron en el aula. Pasaron los minutos y no llegaba el docente; cuando habían pasado los 20 minutos, entré parsimoniosamente en el aula. Me senté detrás de la mesa y me crucé de brazos, mirando a los estudiantes; de forma progresiva se fue haciendo silencio, hasta el silencio total; yo seguía mirando sin decir nada… y así, se pasaron, 5, 10, 15 minutos, en total silencio. Fue tal el realismo escénico que a los 10 minutos una estudiante se levantó, salió y fue a avisar al decano: “El profesor debe estar enfermo, pues lleva ya varios minutos sentado y no habla…”. Al momento llegó el decano a preguntarme qué me pasaba. Yo le dije que esto era parte de una escena para darles una lección; ya tranquilo se fue. Pasados unos 15-20 minutos me levanté y me dirigí hacia la puerta de salida, pero, antes de cruzar el dintel de la puerta, me giré y, dirigiéndome a los

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estudiantes les dice: “Yo ya he pensado; ahora piensen Uds.”. Y me fui del aula por unos segundos… De regreso todos estaban expectantes, (¿por qué habrá hecho esto?, ¡es una nueva sorpresa, es una estrategia para hacernos pensar…!); hubo un diálogo inmediato, rico e interesante, y algunos estudiantes comentaron que muchas veces van al aula a ver qué ha pensado el docente y qué les dice, no a pensar ellos mismos… ¡Ahí quería llegar yo...! Hay estudiantes que pasan por la universidad, pero la universidad no pasa por ellos; van a la universidad para obtener un título, un papel que acredite que saben algo, pero no para aprender; son estudiantes “reproductores”, no “creadores de conocimiento”. Yamamoto (2019, p. 46) dice que cuando la mente está enfocada a la diversión, el dinero y sus signos exteriores, le queda poco espacio al cerebro para pensar, reflexionar sobre la realidad, ayudar a los que necesitan ayuda, a los temas trascendentes, a los valores y el cuidado del planeta. Parece que el excesivo interés por el dinero y la diversión embrutece al hombre. En la puerta de entrada de una universidad de Sudáfrica se puso este mensaje: “Destruir cualquier nación no requiere de uso de bombas atómicas o de misiles de largo alcance; solo requiere de un bajo nivel educativo, ignorancia de su historia y que sus estudiantes hagan trampas en los exámenes y ante cualquier dificultad que encuentren en su vida. Como consecuencia:     

Los pacientes mueren a manos de esos médicos. Los edificios se derrumban a manos de esos ingenieros. El dinero se pierde a manos de esos economistas y contadores. La humanidad muere a manos de esos eruditos religiosos. La justicia deja de existir a manos de esos jueces.

En síntesis: El colapso de la educación es el colapso de la nación”. Por esa razón hoy ya no se habla de países desarrollados y subdesarrollados; hoy se habla de países educados y países sub-educados. El estudio ya no es visto como un espacio de formación en competencias personales, profesionales y en valores, sino como un medio de conseguir dinero. Esto está relacionado con la tendencia de las casas de estudio (tanto de educación básica como de educación superior) por reducir la calidad la calidad de la educación y convertirla en un medio para conseguir empleo lo mejor remunerado posible. La educación ya no se entiende como un medio de realización personal, para desarrollar una biografía feliz y formal un profesional de excelencia, sino como una máquina de producir títulos que luego se convalidan por el mejor empleo y por la mayor cantidad de dinero posibles.

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Universidades “de prestigio” y de “menos prestigio” –hablo de universidades extranjeras, no de las peruanas, por supuesto-- tanto públicas como privadas, tienen su responsabilidad pues las altas “autoridades” de las mismas presionan a los docentes que exigen calidad a sus estudiantes para que no desaprueben a tantos pues eso ocasionará que “los clientes” abandonen la universidad y esto afectará a los ingresos económicos de la misma. No importa lo que aprendan los estudiantes y si los estudiantes van a ser médicos matasanos o si los ingenieros construyen puentes que se caen pronto, o administradores corruptos. Estamos ante el negocio de la educación, ante el estudiante como cliente que siempre tiene razón y ante el docente como asalariado que debe cumplir las indicaciones del sistema empleador. La educación se ha convertido en una máquina de hacer dinero y un aliado estratégico del lujo y del estatus social. Byung-Chul Han afirma que el mundo está dominado por los macro-datos. Todo son números y el hombre se ha reducido a un conjunto de números de su DNI, pasaporte, tarjeta del sistema de salud, número de cuenta de tarjetas de banco, clave, código, usuario, contraseña, etc. El hombre del siglo XXI no domina los datos, son dominados por algoritmos lejanos diseñados por los ingenieros de Google, YouTube, Face Book, que manejan nuestra vida; la vida de la persona se ha convertido en el resultado de una operación algorítmica. Antiguamente tener acceso a información era tener poder, (Saber-conocer es poder, decía Locke), hoy en día tener poder es saber qué hay que seleccionar y qué hay que desechar (Harari, 2016, p. 430). En el pasado la censura funcionó al bloquear el flujo de la información. En el siglo XXI la censura funciona igual, pero de manera más sibilina: confundiendo y avasallando a la gente con información irrelevante –infoxicación-- que nos impide conocer la verdad de las cosas y de la vida. La gente ya no sabe a qué prestar atención y, a menudo, pasa mucho tiempo viendo y leyendo cosas intrascendentes (Harari, 2016, p. 70). A medida que acumulamos más datos y aumentamos la potencia de nuestros ordenadores los acontecimientos se tornan más erráticos e inesperados. Cuantos más datos tenemos sobre algo y mejor lo entendemos, rápidamente el conocimiento cambia de rumbo y el conocimiento queda desfasado. Pero el conocimiento intenta ampliar su campo del pasado, del presente y poder “predecir” el futuro… Pero el pasado y el presente son demasiado diferentes del pasado; ¿para qué estudiar las tácticas de las Guerras Púnicas o de las conquistas de Alejandro con el fin de adaptarla a la tercera Guerra Mundial? En el siglo XIX y bien avanzado el XX el homo sapiens era como una misteriosa caja negra cuyos mecanismos interiores eran desconocidos. Surgió el conductismo psicológico y pedagógico y a medida que los científicos fueron abriendo la caja negra se dieron cuenta de los mecanismos que había en ella…

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Hay científicos que quieren reducir la conducta humana a mecanismos neuronales y procesos electroquímicos. Para ellos las palabras libertad, alma, conciencia, identidad, etc. son términos vacuos sin significado alguno. No existe el libre albedrío; lo que existe es un mecanicismo predeterminado por un “algoritmo biológico perfecto” que conduce la materia de la que está hecho el animal humano (Harari, 2016, p. 312). Hasta hoy una inteligencia elevada siempre ha ido de la mano de una conciencia desarrollada. Esto era propio del ser humano. Ahora se ha desarrollado la inteligencia artificial (IA), no consciente, mucho más potente que la de los humanos, que puede realizar tareas como reconocer patrones, y que utilizan algoritmos no conscientes que superan a la inteligencia cognitiva humana. Y aquí viene la pregunta: ¿Qué es realmente importante la inteligen-cia o la conciencia? (Harari, 2016, p. 341). ¿Qué harán los humanos conscientes e inteligentes cuando tengamos algoritmos no conscientes, pero muy inteligentes, capaces de hacer casi todo mejor que nosotros? ¿La inteligencia artificial reemplazará a la del hombre? ¿Será una bendición o una maldición? Ante estas preguntas el arequipeño Omar Flórez, estrella en Silicon Valley, se mostró tranquilo: “Preocuparse hoy por eso es como preocuparse por la sobrepoblación de Marte” (Revista Caretas, nº 2616, 14/11/2019, p. 44) De la misma manera que el socialismo se adueñó del mundo prometiendo la salvación mediante el vapor y la electricidad, en las próximas décadas las tecnoreligiones podrían conquistar el mundo prometiendo la salvación median-te algoritmos y genes. Los gurús de las altas tecnologías de Silicon Valley prometen la felicidad, la paz, la prosperidad e incluso la vida eterna (la inmortalidad), pero aquí en la Tierra y con la ayuda de la tecnología en lugar de después de la muerte. Se habla del tecnohumanismo. Hace unos 70.000 años le evolución cognitiva transformó la mente del homo sapiens, y esto le permitió construir ciudades, imperios, inventar la escritura, el cálculo diferencial, crear máquinas y dominar el átomo, etc. con lo que un simio africano pasó a ser dueño del planeta y del mundo. El tecnohumanismo predice que el homo sapiens, tal como lo conocemos, ya ha terminado su recorrido histórico y que debemos utilizar la tecnología para crear un homo deus superior. Este conservará algunos rasgos humanos esenciales, pero gozará de capacidades físicas y mentales mejoradas para poder seguir siendo autónomo incluso frente a los algoritmos externos. La inteligencia se está escindiendo de la conciencia y se está desarrollando a gran velocidad.

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El tecnohumanismo (o transhumanismo) afirma que unos pocos cambios adicionales en nuestro genoma y en nuestro cerebro bastarán para producir una segunda revolución cognitiva. Si la primera evolución produjo al homo sapiens ahora se podría producir el homo deus dando acceso a ámbitos inimaginables y convertirnos en los amos de nuestra galaxia (Harari, 2016, p. 383). A finales del siglo XX nació por clonación la oveja Doly. El año 2018 el investigador chino He Jiankui anunció que había logrado traer al mundo gemelos alterados genéticamente. Para hacerlo utilizó un software de edición de genes conocido como CRISPR. Pero alterar un gen puede traer conse-cuencias impredecibles pues se sabe que los genes tienen muchas funciones. El investigador se enfrenta a una posible condena de tres años de cárcel y al pago de unos cientos de miles de dólares. El gobierno chino manda un mensaje: con los genes humanos no se juega. Si Hitler y sus acólitos totalitarios quisieron conseguir el superhombre mediante la limpieza étnica y de manera violenta, el tecnohumanismo del siglo XXI quiere alcanzar el mismo objetivo de manera más pacífica, con ayuda de la ingeniería genética, la nanotecnología y los interfaces cerebro-ordenador. ¿Tomamos conciencia de esta realidad? ¿Vale la pena vivir así? Hay que tomar conciencia de todo esto. De ahí la importancia que va adquiriendo en la sociedad de hoy el coaching, el mindfulness, etc. Ahora que “dios ha muerto” (Nietzsche) ya no hay nadie detrás del mundo, con recompensas o castigos, y entonces aparece el sistema económico neoliberal que presenta el único camino posible. O entras por ese camino o desapareces del algoritmo. El mismo sistema es el responsable e impide que la gente sea consciente del absurdo de esta vida. El sistema mismo, a través de sus algoritmos, es quien empuja la roca hacia la cima de la montaña y la hace caer, sin que nos demos cuenta. Camus nos enseña que solo a través de la toma de conciencia de nuestra realidad y tomando la vida y las decisiones en nuestras manos, podremos llegar a ser libres. REFERENCIAS

Cornejo, P. (2020). La cultura de masas bajo lupa. El Dominical, El Comercio (05/01/2020). Harari, Y. N. (2016). Homo Deus. Breve historia del mañana. México D.F.: Pinguin Random House Yamamoto, J. (2019). La gran estafa de la felicidad. Lina, Perú: Paidós.

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Salazar Núñez, J. M. (2020). Un Sísifo inconsciente. El Dominical, El Comercio 05/01/2020.

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