EL PROFESOR Y LA EVALUACIÓN FORMATIVA

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EL PROFESOR Y LA EVALUACIÓN FORMATIVA Dr. Marino Latorre Ariño Universidad Marcelino Champagnat Lima, 2020 Los tiempos han cambiado, el escenario también y cuando cambia el escenario todo cambia. Hemos pasado de la evaluación entendida como un examen, prueba o control, (¡vaya tres palabras comprometedoras…!) a hablar de la “cultura evaluadora” que implica cambios importantes en la forma de evaluar a los estudiantes. Hace 50 años evaluar consistía en formular varias preguntas o problemas a los estudiantes en determinados días, darles un tiempo para responderlas y calificar las respuestas con una nota. En la mayoría de los casos se trataba de constatar cuánto sabía reproducir el estudiante o de cuánto se acordaba de lo que el docente –depositario del saber-- había explicado en clase. Quien mejor lo repitiera tenía un premio que consistía en una buena nota. Hoy en día la evaluación es otra cosa. No se trata ya poner notas a los estudiantes sino de ayudarles a aprender mejor; se ha potenciado la evaluación formativa que sirve para retroalimentar tanto al docente en su práctica pedagógica como al discente en su aprendizaje. La evaluación se hace para ayudar a aprender tanto al docente como al estudiante. Cambiar la manera de entender lo que es la evaluación ayuda a cambiar la forma de entender la enseñanza y el aprendizaje. La evaluación se ha convertido en el punto neurálgico, vertebrador y regulador de los procesos de aprendizaje y de enseñanza (Castillo y Cabrerizo, 2012, p. 414). 1. La cultura evaluadora Sabemos que se ha dado un giro copernicano a la didáctica; el estudiante es ahora el protagonista del aprendizaje y se sitúa en el centro del proceso y el docente es un mediador, de presencia ligera, diseñador de situaciones de aprendizaje, impulso de procesos de aprendizaje, diseñador de estrategias, etc. El docente es el catalizador del aprendizaje, con cuya sola presencia todo empieza a funcionar. A este cambio didáctico sigue un cambio en la evaluación que ha dejado de ser meramente sumativa-promediativa para en formativa, orientadora, motivadora y retroalimentadora, de los procesos de aprendizaje. Son funciones nuevas para adaptarse a la nueva realidad educativa (Castillo, 2002). La evaluación no se preocupa solo de medir, sancionar o valorar el rendimiento de los estudiantes, sino que antes se preocupa de saber cómo se han producido, por qué se ha producido o no se han producido y buscar una explicación que permita tomar medidas de intervención y mejora. Esta nueva actitud evaluadora es mucho más educativa y responsable, pues tiene un carácter formativo y prestigia y fundamenta el trabajo profesional de los docentes.


Se evalúa para mejorar la práctica docente, corrigiendo prácticas ineficaces y para mejorar el aprendizaje de los estudiantes, favoreciendo la corrección de errores. En la evaluación de proceso todos aprenden: evaluadores y evaluados. Para ello la evaluación debe ser entendida como el punto de encuentro didáctico en el que todos reciban información para conocer qué, por qué y cómo necesitan cambiar, para mejorar. 2. La evaluación, punto de encuentro didáctico En los lugares donde hay mucha gente, se habilitan puntos de encuentro, lugares para reunirse las personas, para comunicarse o por otro motivo concreto. La evaluación será, pues, el punto de encuentro del acto didáctico, en el que confluyen los tres elementos del triángulo interactivo: estudiante, profesor y conocimientos.

C

Evaluación. Punto de encuentro

E

P Acto didáctico

La educación es un acto de comunicación entre humanos –docentes y estudiantes-- a través del proceso didáctico. La comunicación educativa presupone dos extremos: el docente y el discente, el donante y el que recibe, el que conoce y el que debe aprender. La educación actual hace más incidencia en el aprendizaje que en la enseñanza, en el estudiante más que en el maestro, por eso hablamos de procesos de aprendizajeenseñanza más que de enseñanza-aprendizaje. La comunicación supone trasvase de información. Exige un “acuerdo”, en el que intervienen la percepción mutua, la experiencia y la modificación de la conducta; los resultados de una relación son la comunicación recíproca, la comprensión mutua, el mejor funcionamiento psicológico y mayor satisfacción de todos. Cuando se considera la evaluación como punto de encuentro didáctico, “la evaluación se ha convertido en la clave que facilita la comunicación entre docente y estudiante, es decir, es el vehículo para una aproximación acerca de las representaciones que tienen los estudiantes y el docente sobre los contenidos” (Quinquer, 2001, p. 12). En el encuentro el docente puede comunicar al estudiante los fines que quiere conseguir con la enseñanza, le instruye sobre los contenidos y le dice cómo va a ser evaluado; el estudiante receptivo se preocupa por lograr aprender los conocimientos. Esta es la única posibilidad para que haya diálogo entre personas


Evaluar es conocer, contrastar, razonar y aprender. Hay que considerarla como una actividad que invita a seguir aprendiendo y descartar la idea que “la evaluación es un apéndice de la enseñanza” y que solo tiene que ver con la evaluación del conocimiento acumulado en un tiempo. Para que la evaluación se convierta en un instrumento de aprendizaje es necesario que el docente dé a conocer con anterioridad los conocimientos que se van a evaluar, los criterios de evaluación, los procedimientos que se van a utilizar en la evaluación y la calificación de los mismos. Terminado el examen continúa el diálogo didáctico sobre los aciertos y errores detectados y las ayudas que se necesitan. Este diálogo enriquece el acto pedagógico pues proporciona mayor responsabilidad al estudiante, le permite tomar conciencia de su esfuerzo y así mejorar su rendimiento académico. Si a todo lo anterior le añadimos que la educación tiene que desarrollar integralmente a las personas para que se integre en la sociedad, la función del docente se hace más compleja pues pasa a ser un orientador de los estudiantes. El docente se convierte en un líder del proceso educativo que programa, orienta, asesora, facilita, evalúa, etc. expresiones, todas ellas, que expresan una tarea mucho más compleja: educar. La evaluación formativa prepara para la sumativa, pero es muy diferente, pues “una cosa es recoger la cosecha (evaluación sumativa) y otra distinta cuidar y fertilizar nuestro campo de manera eficaz para que nos dé una buena cosecha (evaluación formativa)” (Morales, 2009). 3. La evaluación formativa Según Condemarín y Medina (2000), la evaluación formativa es un proceso que retroalimenta el aprendizaje, posibilitando su regulación por parte del estudiante. De esta manera, él, junto al educador, puede ajustar la progresión de los aprendizajes y adaptar las actividades de aprendizaje de acuerdo con sus necesidades y posibilidades. A este respecto Perrenoud, citado por Condemarín y Medina (2000), indica que “la evaluación formativa permite saber mejor dónde se encuentra el estudiante respecto a un aprendizaje determinado, para también saber mejor hasta dónde puede llegar”. Dunn y Mulvenon (2009), la consideran como un conjunto de procedimientos de evaluación, integrados en el proceso de enseñanza-aprendizaje, orientados a modificar, mejorar y comprender mejor el aprendizaje por parte de los estudiantes. La evaluación formativa proporciona la información necesaria y oportuna para tomar decisiones que reorienten los procesos de aprendizaje de los estudiantes y las estrategias didácticas utilizadas por el docente. Existe una relación entre las funciones de los tres tipos de evaluación, diagnóstica, formativa y sumativa. ✓ La función diagnóstica permite al docente identificar ritmos, estilos de aprendizaje del estudiante, así como, su nivel de logro de habilidades, destrezas, competencias, actitudes o valores. Por esta razón la evaluación diagnóstica no debe limitarse a saber solamente los conocimientos de los estudiantes, sino que debe identificar también las habilidades y las actitudes que posee, es decir, cuán


desarrolladas tiene las herramientas de aprendizaje para querer aprender y poder aprender. ✓ La función formativa permite recopilar información acerca de los desempeños de los estudiantes en un momento determinado del proceso y, con base en esta, atender sus particularidades y tomar decisiones oportunas para realimentar, reorientar y brindar el acompañamiento, en aquellos casos que así se requiera, para garantizar el éxito en el aprendizaje. ✓ La función sumativa, posibilita constatar y certificar el logro de los aprendizajes de los estudiantes al concluir el año escolar, o un nivel determinado, los aprendizajes conseguidos y las capacidades y competencias desarrolladas, para poder consignar una calificación. La evaluación formativa tiene por objeto mejorar las actuaciones futuras del estudiante y del docente; tiene dos dimensiones: la formativa y la formadora, pues ayuda al estudiante personalizar y mejorar sus procesos de aprendizaje y a definir a dónde quiere llegar. Ha sido tradicional en la evaluación recurrir a la penalizan de los errores y fallos, como medio de ajuste, control y opresión. Hay que advertir que el error es consustancial con el aprendizaje. Nada se aprende por hacer algo bien. Se aprende de los errores advertidos y reflexionados. Los errores nos muestran lo que necesitamos mejorar. Sin errores, ¿cómo sabríamos qué tenemos que trabajar? Cada error enseña al hombre algo que necesitaba aprender. Si alguna vez hubo un nombre inapropiado, fue el de “ciencia exacta”, aunque se asigne a las matemáticas. La ciencia siempre ha estado llena de errores. El día de hoy no es la excepción. Los errores son buenos errores cuando se tiene la genialidad de corregirlos, pues si cerramos la puerta a todos los errores, también la verdad se quedará fuera. Si no se está cometiendo ningún error, no se está innovando o investigando, pero si se cometen los mismos errores, no se está aprendiendo. Un entorno que no arriesga, que no innova, nunca producirá conocimiento; simplemente repetirá lo que ha hecho siempre. Un equipo o una persona que innova, en ocasiones comete errores, pero si estos se producen en el entorno adecuado se convertirán en valiosas fuentes de conocimiento de las que extraer lecciones. El error es una parte valiosa del proceso de aprendizaje. Hay que pasar de considerar el error como algo negativo a una posibilidad de aprendizaje. Aprender de los errores es lo formativo y lo formador; es aprender a aprender… también de los errores (Castillo y Cabrerizo, 2012, p. 425). 4. El profesor formador-entrenador antes que juez La labor del docente se parece más al director técnico de un equipo, al preparador físico, etc. que el árbitro o juez de línea del partido. El entrenador conocerá las posibilidades del deportista, le ofrecerá los mejores ejercicios de entrenamiento y corregirá sus errores


para conseguir su mejor rendimiento –evaluación de proceso--. Otra cosa será el día del encuentro en el que el entrenador observará su desempeño y tomará decisiones – evaluación sumativa--. En el proceso de entrenamiento acompaña y en el proceso final levanta acta del desempeño. El docente, actuando como un experto crítico y reflexivo, es el diseñador de situaciones de aprendizaje que permitan a los estudiantes adquirir las capacidades y competencias (la forma física y mental) que les permitan enfrentarse a los problemas (competiciones) que les presente la vida personal y profesional. Lo característico y esencial de la evaluación formativa es su carácter dialógico que se realiza entre el docente y el estudiante mientras se realiza el proceso de aprendizajeenseñanza. Para que la evaluación se convierta en un instrumento de aprendizaje es necesario que se produzca el diálogo didáctico docente estudiante, que haya retroalimentación. ¿De qué le serviría al deportista entrenar un día y otro, jugar un partido y otro, si no recibe información de sus técnicos sobre su desempeño y sus posibilidades de mejora? REFERENCIAS Castillo Arredondo, S. (2002). Compromisos de la evaluación educativa. Madrid, España: Pearson. Castillo Arredondo, S. y Cabrerizo Diago, J. (2012). Evaluación educativa de aprendizajes y competencias. Madrid, España: Pearson. Condemarín, M. y Medina A. (2000). Evaluación de los Aprendizajes: un medio para mejorar las competencias lingüísticas y comunicativas. Ministerio de Educación, Chile. Dunn, Karee E. and Mulvenon, Sean W. (2009). A Critical Review of Research on Formative Assessments: The Limited Scientific Evidence of the Impact of Formative Assessments in Education. Practical Assessment Research & Evaluation, 14 (7). Recuperado de http://pareonline.net/getvn.asp?v=14&n=7. Morales, P. (2009). Ser docente: una mirada al estudiante. Guatemala: Universidad Rafael Landívar. Quinquer Vilamitjana, D. (2001). La evaluación ¿clave del aprendizaje?, en Evaluación para aprender. Madrid: Escuela Española. ///////////////////////////////////////////////////////


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