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LA SOCIEDAD DE HOY, ¿EN MINORÍA DE EDAD? Dr. Marino Latorre Ariño Universidad Marcelino Champagnat – Lima, Abril, 2017 El sociólogo español Javier Enzo afirma que al inicio del siglo XXI, estamos viviendo las generaciones más inmaduras de la Historia. El sociólogo vasco se refiere a sociedades del primer mundo, pero se puede extrapolar a los países en vías de desarrollo. Hay “jóvenes de treinta años” que, pudiendo vivir una vida autónoma prefieren vivir con sus padres como si de un hotel se tratara – sin pagar, ¡claro!--; en el hogar paterno encuentran todos los derechos y comodidades del niño y ninguna obligación de adulto. Es “un estilo de vida”. Vivir la existencia como una yuxtaposición de diminutos instantes placenteros; es “vivir en el vacío”, pero sin tragedias ni apocalipsis; vivir en el encanto de estar desencantados; no hay metas a las que llegar, somos viajeros sin rumbo ni brújula… “La búsqueda de Ulises ha llegado a su término cuando ha descubierto que no hay nada que buscar” (Nietzsche, F.). Solamente quieren vivir el “carpe diem”, es decir, “vivir el día a día” y “el momento a momento” sin un fin determinado más que esperar lo que trae el vivir; entienden la vida como una sucesión de momentos placenteros sin objetivos ni fines concretos. A mi parecer este es el mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea; la suicida idea de que el único fin de la vida es pasárselo bien; solo se trata de vivir lo mejor posible, con pocos compromisos y muchos placeres, como si el futuro no existiera y a vida no tuviera un sentido y una proyección. Ya en su tiempo Óscar Wilde decía que “hoy en día para formar parte de la buena sociedad, uno tiene que alimentar a la gente, divertirla o escanda-lizarla”. En la postmodernidad la razón ha entrado en crisis, ha perdido fundamento; se acabaron las certezas; no hay verdades absolutas de alcance universal; en la modernidad había razones, en la post-modernidad hay caprichos. De esa manera aparece el “hombre light”, un ser superficial, lleno de cosas pero vacío de ideales valiosos, incapaz de asumir compromisos y responsabilidades. Se vive una vida sin imperativo categórico, sin proyecto, una vida vivida en función de las motivaciones del momento, una vida abierta a las mil posibilidades como oferta de la seducción a la carta y de la sex-ducción, como dice Lipovetsky, G. ¿Cuál es la razón? La comodidad. Es mucho más cómodo vivir sin responsabilidad, no cumpliendo los deberes del ciudadano adulto y buscando mil excusas frente a la realidad de la vida; he oído algunas de éstas como lo injusta que es la sociedad y la vida, la suerte que tienen algunos y la mala suerte que tengo yo, la poca consideración que tienen conmigo, etc. Es el comportamiento infantil del niño que no quiere tomar la sopa o no quiere irse a la cama o levantarse de ella a la hora establecida y se rebela y da una pataleta. La inmadurez es una pandemia en la que privan el capricho y la satisfaccfión del más mínimo deseo, pero todo al momento. Como aquel creyente que pedía a Dios: “¡Dios mío!, dame paciencia, pero ya…”
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Ante todo esto algo tendrá que hacer la familia y la escuela, empezando por el comportamiento de los padres y profesores y por las autoridades nacionales en materia educativa. Hay que reconocer que en el pasado han existido políticas educativas populistas –de quienes quieren congraciarse con los estudiantes en nombre del progresismo-- que han hecho mucho daño a la educación: a los profe-sores, a los padres y a los mismos estudiantes. Una cosa es exigir el respeto a los estudiantes por parte de los profesores y otra muy diferente es conceder a los alumnos todos los derechos y ninguna obligación, y a los docentes todas las obligaciones y casi ningún derecho. Estoy convencido de que el niño y el adolescente no pueden formarse sin esfuerzo, trabajo y voluntad; es lo que yo llamo “la pedagogía del esfuerzo y del trabajo bien hecho”. A través de la pedagogía del esfuerzo, tratamos de que los niños, adolescentes y jóvenes adquieran un carácter y una voluntad firmes, una conciencia moral equilibrada y valores sólidos en los que fundamenten su vida. Yo creo que todo aquello que elimine el esfuerzo y la planificación personal en el aprendizaje –autoregulación--, no es educación; es dejar al estudiante abandonado a su libre desarrollo. Esta forma de educar –deseducar, diría yo-confunde lo que el estudiante quiere con lo que el estudiante necesita; falta la distinción entre deseos y necesidades y de esa forma la educación queda a merced de las veleidades del momento y del capricho infantil. Dice E. Morin (2006) que “la crisis que actualmente vive la sociedad, sólo se puede detener si existe una metamorfosis en la humanidad, a partir de una reforma del pensamiento y de la educación...”. Estoy convencido de que la "política educativa y familiar de la vida fácil y cómoda para los niños" ha originado una generación sin concepto de la realidad, que ha llevado a las personas a fallar en sus vidas después de la escuela (Bill Gates). La educación en la familia y en la escuela se realiza con una mezcla bien dosificada de amorternura y exigencia adecuada a la edad. La radiografía de un mundo infantil y juvenil, --siempre hay honrosas excepciones-- es que son personas con escasa reflexión, sin pensamiento crítico, y con poca responsabilidad, la solidaridad, etc. Hace tiempo que me fijo en lo que hacen las personas en la calle, en la universidad, en el aeropuerto, en la espera del autobús o el metro, etc.; no logro encontrar a una persona sola; o están con otras personas o están con el celular, pero nunca solas. Se me dirá que están compartiendo con otros a través de la tecnología; es posible, pero me he dado cuenta de que “cuanto más conectados tecnológicamente, más desconectados de la realidad”. A veces mecruzo por las veredas con personas que van hablando en voz alta; supongo que están hablando con otra persona lejana; unos años atrás los tacharíamos de loquitos pues va hablando consigo mismo. Ya es hora de que empecemos a tomar conciencia de la influencia nefasta que pueden tener los medios digitales de comunicación en las personas y utilizarlos cuando haya necesidad, no de forma banal por pasatiempo o juego. Hay que brealizar un ejercicio de “desintoxicación” porque para muchos se ha convertido en una auténtica droga. Parece como si el objetivo final es vivir con comportamientos pueriles. No han leído al viejo Kant, cuando anima a los pueblos a salir de “la minoría de edad”; “Atrévete a pensar” era su eslogan y yo lo traduciría hoy por éste: “Atrévete a
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asumir responsabilidades y atrévete a arriesgar”… Solo el que se arriesga puede tener éxito y también fracasar; pero el fracaso puede ser una forma de enseñarnos cómo no se tienen que hacer las cosas. Sin embargo, hoy no es así; se quiere permanecer y disfrutar de los beneficios de la niñez, sin asumir las responsabilidades de la edad adulta. Este afán infantil se observa con el seguimiento de las modas. Yo veo todos los días en la universidad chicas que vienen con pantalones rotos, --algunos muy rotos-- como si de pordioseros se tratase. En los siglos pasados los que portaban vestidos rotos eran los pobres; hoy son los ricos. Todo es cuestión de perspectiva y de moda. En los siglos pasados, en Lima, la gente se levantaba temprano para ir a la iglesia; hoy se levantan temprano, pero para ir al gimnasio; antes se ayunaba para hacer penitencia; hoy muchas personas se someten a drásticas dietas –verdaderos ayunos de varias cuaresmas juntas-para guardar la línea. Los hechos se repiten pero los motivos han cambiado. Podríamos continuar con el seguimiento de los canales de TV, con las famosas novelas y otros programas. Me comentaba una profesora que un niño de nueve años de decía: “Mi mamá no puede ayudarme en las tareas escolares porque está muy ocupada cuando llego del colegio –5 de la tarde--; o está con sus amigas o está viendo novelas en la TV y después el programa Esto es guerra… Cuando terminan esos programas ya está muy cansada y no me puede ayudar”. Ante tanta inmadurez e infantilismo la gente no acepta el fracaso o las frustraciones, tan naturales y frecuentes en la vida; se desesperan, patalean, como los niños cuando no se les da el juguete que piden. Esta realidad se da en todas las profesiones y estatus sociales: políticos, periodistas, empresarios, profesionales de todo tipo, etc. Quieren conseguir todo sin costarles nada. Todos quieren llegar al podio de la fama, salir en la foto de los distinguidos. ¡Que hablen de mí!, parece ser su eslogan. Ya lo decía Sancho Panza: “Mi señor, don Quijote, lo importante es estar –aparecer-- en libros; me importa un higo lo que digan de mí…”. O aquel político que afirmaba: “Lo importante es que hablen de mí, aunque alguna vez hablen bien...” Esta inmadurez se observa en todas las clases sociales. Los políticos hacen extravagancias en el parlamento, en lugar de debatir se insultan; las gentes de distintas regiones del país cortan las carreteras para hacer oír sus reclamos, etc. Los unos lanzan insultos, los otros piedras, en lugar de dar razones y argumentos. En pedagogía se habla de que hay que “educar para la vida y enseñar a vivir”. Hay instituciones educativas que educan para ganarse la vida y otras enseñan a vivir; yo prefiero las segundas porque el que sabe vivir, sabrá ganarse la vida y además será feliz. Muchos padres, llevados de un falso amor a los hijos, les transmiten, sin darse cuenta, este mensaje: “Tú eres el mejor, tú te mereces todo, tú eres el centro de todo y de todos… la sociedad tiene que estar a tu servicio…”. Craso error y educación peligrosa, pues la vida pone a cada uno en su sitio y normalmente
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es el sitio que se ha buscado con su esfuerzo, trabajo, dedicación, honradez u holgazanería e irresponsabilidad. Todo es consecuencia de las decisiones de cada momento de la vida. Como decía S. Kierkegaard: “El futuro está cargado de presente y de pasado”. Y es que debe ser así, porque en la vida “no hay casualidades, hay causalidades”; el pasado es experiencia y aprendizaje, el presente es reto y desafío y el futuro se llama consecuencias, incertidumbre y creatividad. Concluyo estas ideas con esta pequeña historia dedicada a los padres, a los maestros y a las autoridades educativas, por si les sirve de reflexión. Bill Gates, dueño de una inmensa fortuna y sin embargo una persona sencilla, accesible y con una personalidad intensamente humana, fue invitado por un colegio de EE. UU. a dar un mensaje durante la graduación de los estudiantes que terminaban sus estudios en el colegio. Ese día Mr. Gates llegó en su helicóptero media hora antes de la función, fue presentado, tomó la palabra y fue conciso en su exposición. Sacó un folio y leyó lentamente, sin hacer ningún comentario, estas once reglas; al terminar dio las gracias, se despidió y se fue en su helicóptero. Habló menos de cinco minutos y le aplaudieron por más de diez, sin parar. He aquí las once reglas (para tomar nota y pensarlo bien): 1. La vida es bella, pero no es fácil; convéncete y acostúmbrate a ello. 2. El mundo no está preocupado por tu autoestima. El mundo espera que hagas algo útil por él, antes de sentirte bien contigo mismo. El mundo no hace favores. Lo que tú no hagas por ti mismo, nadie más lo hará. Olvídate. 3. No ganarás 20.000 $ al mes sólo por haber salido de la Universidad; no serás vicepresidente de una empresa con coche, radio y teléfono a tu disposición, hasta que con tu esfuerzo hayas conseguido comprar todo eso. 4. Si crees que tu profesor es duro, espera a tener un jefe. Ese sí que no tendrá vocación de enseñanza ni la paciencia requerida. 5. Vender chicles, periódicos o trabajar los días festivos no es ser de los últimos en la escala social. Vuestros abuelos tenían una palabra diferente para eso: lo llamaban oportunidad. 6. Si te equivocas, no le eches la culpa al destino, a tus padres, ni a la mala suerte. No lloriquees como un niño por tus errores. Corrígelos y aprende de ellos. 7. Antes de nacer tú, tus padres no eran tan críticos con los suyos como lo sois ahora. Ellos son así por pagar tus cuentas, lavar tu ropa y oírte decir que son “ridículos.” Por tanto, antes de salvar el planeta para la próxima generación, comienza limpiando las cosas de tu propia vida, empezando por tu habitación.
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8. La escuela puede haber eliminado la distinción entre excelentes, buenos y regulares…, pero la vida no. En muchas escuelas hoy no repites curso, hacen que tus tareas sean cada vez más fáciles y tienes las oportunidades que necesites hasta aprobar. Esto no se parece en nada a la vida real. Si fallas, estás despedido. No hay otra; así que acierta a la primera.
9. La vida no está dividida en trimestres. Tú no tendrás largas vacaciones de verano y no encontrarás quien te ayude a hacer tus tareas, ni podrás copiarle la prueba a tu vecino. Tus padres no irán a hablar con el director para disculparte. Tampoco tendrás jefes que se interesen en ayudarte para facilitarte que “te encuentres bien y seas feliz.” Todo esto y mucho más tendrás que hacerlo por ti mismo y en tu tiempo libre. 10. La televisión no es la vida real. Grábenselo bien en la cabeza; en la vida real las personas son verdaderas, no son actores. Dense cuenta de ello y dejen los videojuegos, el bar, los bailecitos y los amigos, y pónganse a trabajar. 11. Sé amable con los estudiosos de tu clase, aun con aquellos estudiantes que tú y muchos de tus amigos pensáis que, porque estudian mucho y son aplicados, son “tontos o sonsos”. Existen muchas probabilidades de que termines trabajando para uno de ellos. ////////////////////////////////////////////////