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Grafitis en Concepción: El spray de la discordia

Por Macarena Cerda Morales

“Te amo, Camila”, “Muerte al Patriarcado”, “No + AFP” y los infaltables “Rusle” (o el sur, al revés) son solo algunos de los rayados posibles de encontrar al caminar por Concepción. Estos signos se sobreponen incluso uno encima del otro, hasta formar una maraña de garabatos de la que poco se puede entender. La misma que se multiplica durante las brumosas noches penquistas tras el paso de las escurridizas siluetas, cuyas manos bamboleantes hacen resonar las latas de pintura, procurando corromper hasta el último centímetro de pared virgen que pueda existir.

Concepción es por excelencia una ciudad universitaria, y por este mismo motivo alberga a una gran cantidad de jóvenes, siendo este grupo etario el más numeroso de la capital del Biobío. Actualmente, los habitantes entre 15 y 29 años serían alrededor de 60 mil 719, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en base al último Censo. Y tal y como defienden por ahí, ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.

El sociólogo, Magíster en Investigación y Desarrollo, Marcelo Mora- ga Catalán, explica que los rayados deben entenderse como expresiones culturales de ciertos grupos o comunidades, donde se manifiesta un punto de vista que simboliza o informa una manera de ser, sentir o demandar, cuestiones que la antropología y la sociología de las juventudes y de lo urbano han estudiado arduamente. Con respecto a su origen, el docente de la Universidad Católica de la Santísima Concepción comenta que “esta práctica se inicia en Estados Unidos, en los años ‘70, con expresiones en Filadelfia y Nueva York, como un correlato de otras expresiones po- líticas y musicales de ese espacio y tiempo”.

La mano que raya

El Tarde, de 22 años, es un grafitero penquista que desde 2018 deja su estela de spray a lo largo y ancho de la ciudad. Este personaje, que solicitó confidencialidad en cuanto a su nombre debido a las implicancias legales que conllevan su pasatiempo, ve esta actividad como una forma de liberación, una suerte de terapia que le permite estampar sus problemas y dolor en la muralla. “El olor de la pintura, el estar cambiando los caps, el andar vio’ de los pacos, todo eso me tranquiliza”, dice a mitad de la noche.

Este joven grafitero señala que la adrenalina que genera esta actividad es muy atractiva para él: “La vieja de la esquina te puede sapear, puede llamar a los pacos, arriesgai que te multen, pasar la noche en el calabozo, hasta que te peguen. Se arriesga mucho solamente por expresar tu arte, ¿cachai? Por eso hay que andar muy aguja para ser un grafitero de verdad”. Agrega que su motivación más grande para hacer esto es “cubrir esta ciudad entera de pintura”, añadiendo que la gente no se da cuenta de que “la ciudad, sus muros y edificios son cada vez más grises, lo que provoca que siempre andemos tristes” y que los grafitis son la manera de revertir esta situación.

El Tarde, como se presenta, cuyas intervenciones consisten en rayar su “chapa” o sobrenombre en cada lugar que pueda, señala que, si de él dependiera, preferiría que estuviera todo rayado y que la gente no le diera tanta importancia. “Encuentro que una expresión de arte jamás debe ser censurada, pero lamentablemente es así. La ley solamente vela por el control de las masas y que esté todo gris; es una forma de control de masas”, concluye.

La mano que borra “Quizás qué significan, a lo mejor estoy marcado y no lo sé”, comenta José Pablo Hormazábal Escobar, dueño del minimarket “El Vecino”, ubicado en la intersección de Janequeo y Barros Arana, en referencia a los múltiples rayados en la fachada de su establecimiento y su posible vinculación con la técnica de marcar las casas para robar, usada comúnmente por los amigos de lo ajeno. “La hemos pintado, pero la vuelven a rayar, a veces dura una pura noche, entonces preferimos dejar así no más”, dice resignado.

Don Pablo atiende su negocio en ese lugar desde hace más de ocho años, y cuenta que la dueña de “La Paz”, funeraria que colinda con su local, “tapó un mono la otra vez, porque daba a entender que estaba marcada. De hecho, la asaltaron el otro día no más”. Este comerciante talquino aspira a que no hayan más grafitis, ya que “al final perjudican la belleza que tiene la ciudad de Concepción”, pero sí que se multipliquen los clásicos murales que para este vecino “sí son arte de verdad”.

En su sector, dice Hormazábal, “no he visto limpiezas ni preocupación por parte de las autoridades. Yo barro hasta la esquina todas las noches antes de irme, saco la basura, pero la municipalidad es cero aportes”, comenta del accionar de la entidad municipal.

Al asunto de las marcas en casas y negocios con la intención de concretar un robo le teme también Raúl Umaña Espinoza, cuya grafiteada casa se encuentra en O’Higgins con Paicaví. “La ciudad se ve fea con tanto rayado, y uno no sabe tampoco si son rayados con alguna intención, como un tipo de marcaje”, declara. Este profesor de educación física indica que para él no vale la pena seguir repintando su casa, casi la única existente en el lugar, ya que la vuelven a rayar siempre.

“Destruyen algo que a uno le ha costado”, alega Alfa Loncón Montesinos (41), contadora, pero que hoy dedicada a la estética, cuyo local está a unos cuantos metros de “El Vecino”. Su emprendimiento lleva un par de meses de funcionamiento, pero señala que su fachada fue intervenida a pocos días de su llegada. “Es fome cuando pasa este tipo de cosas, porque hay que rápidamente volver a pintar por un tema de imagen, y se incurre en un gasto que no se tiene contemplado”, dice.

En conversación con El Penquista Ilustrado, el alcalde de Concepción, Álvaro Ortiz Vera, declaró que como municipio han creado una campaña de recuperación de los espacios públicos en diferentes sectores de la comuna, y que “en el caso del centro, lideramos una potente campaña para renovar, mantener y mejorar las fachadas, notificando a los centros comerciales, instituciones financieras, y organismos públicos para que hagan lo propio”. A través de la Dirección de Aseo y Ornato y de la Unidad de

Servicio de la Comunidad, según agregó, están periódicamente limpiando pintura de rayados y grafitis en infraestructura pública. Ortiz instó a la ciudadanía a cooperar con aquello, ya que “la idea es que entre todos y todas podamos tener una ciudad mucho más limpia y mucho más bonita”.

Desde la Dirección de Aseo y Ornato, indicaron que la Municipalidad pagó “un paquete completo” a la Empresa Servitrans para la recolección de residuos domiciliarios urbanos y barrido y limpieza de calles, contrato que incluye la limpieza de los rayados callejeros. El servicio cuesta $470 millones mensuales aproximadamente. La licitación de este contrato, con una duración de siete años, rige desde el 10 de abril de 2017 y expira el 30 de marzo de 2024.

La mano que pinta Contactarse con gente que tenga como afición grafitear es una misión compleja. Cada una de estas personas, tanto las que trabajan en solitario como aquellos que se reúnen en “crews” o grupos de grafiteros, son bastante esquivos al reflector de los medios por razones obvias. En nuestro país, las conductas asociadas al grafiti están prohibidas por la Ley N° 17.288 sobre monumentos nacionales y ordenanzas municipales. Las sanciones son penas de reclusión y multas, las que van desde una hasta 200 unidades tributarias mensuales.

Pero hay otra arista de estas expresiones artísticas callejeras que es imposible dejar de mencionar, puesto que también son parte de la estética penquista: los murales. Mientras viajaba en un microbús de la línea “Las Golondrinas” en dirección a mi casa un domingo por la tarde, atravesando la portentosa avenida Paicaví, divisé a un grupo de muchachos, cuyas manos trabajaban con presteza coloreando el muro de una vivienda. Sin pensarlo dos veces, me bajé del vehículo en cuestión para ver de qué se trataba.

Aquel mural resultó ser un proyecto de la Fundación Pongo, que intenta visibilizar los movimientos sociales que se dan en el territorio del Biobío y otras regiones en torno a la protección de zonas naturales.

Concepción está plagado de murales dedicados a la naturaleza y causas sociales, los cuales tienen una buena recepción en la comunidad.

Un gran coipo de color café y largos bigotes, que sostenía en su patita izquierda una bandera blanca con el imperativo “Cuídanos”, es el pro- tagonista del mural localizado en la esquina de Cruz con Paicaví, acompañado de un Fío-fío y unos Siete colores, aves endémicas de Chile.

Gustavo San Martín Gajardo, artista de 25 años que participó en esta obra de arte, declaró que “en torno a esto nos juntamos un gru- po de personas que pintamos y que tenemos ganas de dejar algo bonito aquí, con un mensaje para que la gente lo vea”. En cuanto a los grafiteros que inutilizan este tipo de murales, San Martín dijo que “hay que respetar el trabajo del resto. Es fome cuando se pasa a llevar el trabajo de la otra persona, porque hay tiempo, hay pintura, hay material”. No obstante, dice entender que es parte del oficio. “Es inevitable exponerse a que la gente intervenga tu trabajo, porque está en la calle, uno lo deja ahí y ya no es de uno, ya no es de nadie, es solamente de la calle”.

Ligado a lo anterior, un aspecto importante de este movimiento urbano o estilo de vida como afirman algunos, es su inherente relación con la cultura del Hip Hop, la cual contiene cuatro ramas: Break Dance, los raperos, el Dj y los amantes del spray. En el caso de los graffitis, hay una suerte de evolución en el arte. Distintos grafiteros dejan sus tags plasmados en una superficie urbana, pero junto con ello trazan también su evolución; desde bombas (graffitis rústicos de aspecto ancho y pegado) hasta creaciones más elaboradas.

Ciertamente, dentro de este mundo del arte urbano, es prácticamente imposible encontrar a un muralista callejero que no haya sido grafitero en sus inicios. Si no era profanando una muralla inocente y mirando cada tanto por sobre el hombro para ver si venían los carabineros y escapar ¿de qué otra forma habría aprendido a sostener la lata y tirar las líneas?

Quizás varios de los rayados, grafitis, tags o monos que podemos encontrar en la gran ciudad sean la respuesta de la juventud a la falta de educación y espacios para el arte en los liceos y universidades, oportunidades para expresarse y desarrollar sus habilidades libremente. Lo anterior no significa que no existan grupos con la intención de vandalizar por vandalizar las paredes, perjudicando a las personas comunes y corrientes en un acto de egoísmo y vulgaridad, casos en los cuales la ley ha de cumplirse a cabalidad sin derecho a reclamos.

Pero ¿quién sabe? Quizás el próximo Banksy -el controvertido y desconocido artista urbano británico- sea penquista, y cada noche se dedique a huir de las fuerzas policiales mientras deja inconclusa su ópera prima.

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