Algunos escritos, que tanto gustan a
muchos paisanos,
publicados en Facebook por
Moreno El Mayor, Antonio Bermejo Moreno, natural de La Haba, socio y gran amante de nuestro pueblo.
Quintana de la Serena, marzo de 2015.
Recopilación realizada por Victoriano Rodríguez Dávila
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¡CHASCHO, MHA GUSTAO: TÓCAME MUCHO MÁS! ¡¡¡FELICIDADES!!! Acabo de leer el libro “Tócame otra vez” (Miguel Costa y Ernesto López, Ediciones Pirámide) y quedo gratamente convencido de que toda relación es manifiestamente mejorable, sobre todo, en los anestesiados paréntesis de desgana sexual en los que cincuentones y sesentones nos vemos inmersos. Recomiendo encarecidamente su nada frívola lectura, ques mu amena y nos sugiere y persuade de que avivar el deseo sexual es tan posible como hermoso: yo, que defiendo ese placer como un bien tan espiritual como terreno - que en absoluto es contradictoriome reafirmo en mi perseverancia de establecer estrategias eróticas que alejen el hastío de mi estilo de vida. Y subrayo y hago mía la aseveración de los autores cuando concluyen en la conveniencia de darnos, además, un espacio personal e intransferible para no asfixiar con el tedio el mundo de satisfacciones al que tenemos derecho. Lee este libro que te va a sorprender, lo pasarás bien, te hará reflexionar y te llevará a transitar nuevos caminos antes ignorados para ubicarte, mu lentamente, en el cielo de Ítaca. Si no lo tiene tu librero, pídeselo a la Casa del Libro ques mu eficiente y económica en su entrega. Miguel Costa, es un eminente extremeño cuyo bagaje intelectual está incidiendo sustancialmente en el campo de la psicología clínica: psicólogo, master en Salud Pública (Premio Cultura de la Salud 2010), director del Centro de Hábitos Saludables de Madrid Salud, profesor asociado en la Facultad de Psicología de la UAM, también en la UNED, conferenciante muy demandado por fundaciones nacionales e internacionales, prolífico escritor, es autor de extraordinarios libros en los que con exquisita delicadeza, profundo respeto y mucho compromiso ético, vierte los resultados de sus estudios y experiencias en el manejo de problemas y conflictos interpersonales. Algunas de sus obras más conocidas son “Consejo psicológico”, un verdadero tratado para encarar la descarnada adversidad y el posicionamiento ante decisiones difíciles; “Los secretos de la dirección”, un sabio discernimiento sobre el control emocional, la formación del líder y de la satisfacción y los sinsabores que su función encierra; “Educación para la salud”, los porqués y la manera adecuada de transitar la niñez y la adolescencia asumiendo los desafíos y riesgos que en ellas se plantean; “Manual para la ayuda psicológica”, donde Miguel –profesor de formadores- da luz a los
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educadores sociales y profesionales de la salud en general, aportando mucha claridad al oscuro mundo de la depresión, la ansiedad y el desasosiego. Termino diciendo que la mejor obra de Miguel Costa Cabanillas, está inédita: está viva en su cotidiano proceder, en su conversar, en su sabia humildad, en su admirable paciencia (que derrocha especialmente con los niños), en su inalterable buen humor, en su compromiso ético….., y en la madrugada: espacio en el que nunca el sol le sorprende en la cama, sino pensante y escribiente en sus entrañables despachos de La Haba o Madrid, lugares donde sigue ardiendo el deseo que hace tantos años le encendió nuestra Pepa. Por sus posicionamientos éticos y su saber, hombres como él son necesarios para gobernar con acierto los conflictos sociales, humanizar el pensamiento en la alta dirección de las empresas y en la regeneración del liderazgo político.
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¿UN ARO DE PEDIDA?...., SON 120 000 EUROS, SEÑOR. La noticia la dio Europa Press al comienzo de esta semana: “La Policía Nacional ha detenido en Sevilla a una joven niñera de 27 años como presunta autora del hurto de un anillo de platino valorado en 120.000 euros y propiedad de la familia para la que trabajaba. Según informa la Policía en un comunicado, la joven aprovechó la relación de confianza que mantenía con la víctima….”, Bueno, intento seguir esta noticia para saber si el juez -una vez detenida la chica y puesta a su disposición- la ha enviado a prisión provisional o ha optado por decretar su libertad condicionada; es importante saberlo para seguir tomando el pulso a una Justicia que muchas veces actúa según el perfil del administrado: con premura, casi apabullante, en los casos de Garzón y Elpidio José Silva (jueces juzgados); y con calculada premiosidad, con paso tardo, en asuntos Gurtel- Correa, Blesa, Urdangarín y señora (presuntos ladrones por juzgar). A ver cómo termina el caso de esta humilde niñera que ha INTENTADO hurtar –porque no lo ha logrado- un aro valorado en 120.000 euros. No quisiera explicarme mal o que se me malentendiese porque, volviendo a la noticia que nos ocupa, quiero declarar que si yo formara parte de un jurado convocado para dilucidar sobre la culpabilidad o inocencia de esta empleada, votaría lo que me dictase mi conciencia acorde con las pruebas; pero en el imposible caso de tener que aplicar la Ley, en caso de culpabilidad declarada, lo consideraría simplemente una falta: libertad inmediata y –por el sofocón de la doña- condenaría a una sanción de importe testimonial en base a los siguientes fundamentos: l) ¿Por qué la empleada de hogar estaba obligada a saber que el anillo que intentaba sustraer tenía un valor de 120.000 euros y no de 120?, a ver si va a resultar que la preparación para detectar el valor del lujo es innato en la plebe y ajeno a la nobleza, joé. 2) El tan reiterado anillo no llegó a salir de la casa de la señora dueña, sino que apareció “debajo del cojín de uno de los sillones del salón”: con este extremo en manos de un abogado de abolengo, como los que defienden a los despreciables ladrones que se guarecen en despachos enmoquetados, la noticia no daría ni para una línea de periódico, el asunto quizá hubiera sido sobreseído. Para los que conozcan las AA.PP., los 120.000 euros, sólo “se habrían cambiado de partida presupuestaria" (de sitio, jejeje), pero nunca salieron de las arcas públicas.
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3) Qué perversidad social, qué inversión de nuestro hermoso lenguaje, llamar “VÏCTIMA” a la “LEGITIMA DUEÑA" del anillo que se intentó sustraer, uno de los muchos que parece atesorar (lo entrecomillado es literal de la policía y de los medios), ¿aónde está el daño causado a la dueñona para que sea “víctima", ¡por dios? ¿Ha aportado la señora la factura de la joya, impuesto de lujo e IVA declarados, que acredite como “legítima”, esa propiedad? Si en vez de esta niñera la ladrona fuera una infanta (porque las infantas son de carne y hueso), el abogado defensor, el fiscal, el juez y el sursum corda, exigirían kilos de documentos y hasta rastrearían el origen de ese dineral gastado por el novio en su pedida amorosa antes que nadie osara detenerla, ¿o no? No volvamos a la época del Difunto, ¡por la virgen de Lantigua!, olvidémonos de la anécdota de esta niñera-caco ¿o caca?, de “El Lute” y de su cabestrillo, que ahora tocan corbatas y guantes blancos: las de Blesa, Cotino, Fernández, Recio, Lanzas, Camps, Urdangarín y señora, Correa, el Bigotes, Matos, Arenas, Cascos, Bárcenas, Cospedal, la Trompa de Eustaquio y el coño de la Bernarda,
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A PROPÓSITO DE LA SIEGA
(Fotografía de Pepi del Forcallo Gómez-Coronado).
No me alcanza la memoria más allá de los años cincuenta, pero he de decir -muy seriamente- quentonces, un jabeño que no supiera segar…., “no era un hombre completo”. Como medio pueblo sabe, en Magacela eschangaron dos novios a punto de casarse porque, según dijo la novia, : “mi padre me ha dicho que no puedo casarme contigo porque no sabes segar”…… , aluego, la madre dél (en plena calle y estrujándose el mandil) le contestaría berraqueando y levantando las manos al cielo: “¡¡¡POS QUE LE CASEN CON LA MÁQUINA DE LA SEÑÁ AMELIA, QUE SIEGA Y ATA!!!”, jejeje. Aquellos segadores eran todos mu delgaos, Calzaban unas ABARCAS con suela de cuero, también de caucho, que sujetaban a sus pies mediante cordones o simples cuerdas de pita. En la mano izquierda, los queran diestros, para evitar JIFES se proveían de un DEDIL de madera y cuero que resguardaba los dedos meñique, anular y medio: dejando libres el índice y el pulgar para mejor BRACEAR los tallos del cereal a segar (normalmente cebada, trigo, avena o centeno). Algunos, los más cautos, se
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resguardaban la muñeca izquierda y el pecho con lona o MATERIAL, todo ello para trabajar con menos riesgo al empuñar el indispensable JOCINO con mango de madera pero con hoja afiladísima de acero con el que a GOLPES limpios iban segando MANOJOS, con estos se hacían GAVILLAS y, aluego, con ellas se componía un JAZ. Cuando la extensión de la sementera lo requería se contrataba un ATAÓ que reataba los jaces, y a todos ellos les dirigía un MANIJERO, quera el hombre de confianza del dueño: aunque en nuestro pueblo estas tareas eran ejecutadas en general por la propia familia dado que apenas existían latifundios. Los jaces eran apilados en CARGAS desde donde se enjaretaban en el carro con las espigas convenientemente dispuestas para que no se desgranaran con el traqueteo, y de allí se trasladaban a la ERA: donde dispuestos los jaces en una PARVA circular, eran triturados por el entrañable TRILLO para después, cuando soplara el viento gallego o solano, proceder a la LIMPIA separando la paja del grano mediante el AVENTEO con bieldos, bieldas, o incluso cribas y cribones. El grano al costal y la paja al pajar: recuerdo el ajetreo de los carros, las mulas, sus chispeantes cascos al anochecer, bieldos, JORCAS, y a los labraores con pañuelos anudados en la cabeza encerrando en los pajares aquél bálago sagrado, a sabiendas de quera el pan de invierno pa sus bestias. La siega, con aquella calorina de julio sin sombra donde guarecerse, la duración de la jornada de trabajo sólo regulada por la luz solar y el ritmo que imponía el manijero o la cuadrilla misma, quizá fuera una de las tareas más duras que realizara el hombre dentonces. Recuerdo que en el JATO, arrumbado en algún lindón o CIMBRANTO, con algunas gavillas de las segadas convenientemente dispuestas, era el lugar donde se improvisaba el endeble sombrajo donde se comían aquellos trozos de tocino con veta que sabían a gloria: era un manjar aquél tocino; como lo era la morcilla negra “ la buena, de hígado” y aquél chorizo embuchado en tripa natural chorreante de grasa y pimentón que se cortaba con navaja de Teodomiro sobre un pan blanquísimo cocido con leña de jara; y agua fresquita, muchagua -pa no AÑUJARSE- que se bebía de aquellos culones búcaros de barro del Cerro Magacela que se taponaban con un corcho atao a una de sus dos asas: cada segador disponía de uno destos barriles igual que de su talega de tela a cuadritos blanquiazules, o blanquinegra si había luto.
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Lo peor del día era restablecerse de aquella indispensable CABEZÁ que se echaba después de comer….. ¡QUÉ GALBANA SE SUFRÍA AL RETOMAR LA SIEGA, SEÑOR!
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Acifalfa/Mango/Aguacate. Un convento, el papel de estraza y un incipiente otoño: a esto me lleva una azufaifa. Y a mi madre. La semana pasada, Santi “Tortera” me regaló una bolsa de acifalfas auténticas (desconozco de qué arbol) questoy degustando esta noche con esos otros dos manjares que podéis ver en el retrato. Tengo el recuerdo de una monja mu fea, quizá Sorbelén, echándome las acifalfas en un cartucho de papel basto, mu antipático al tacto, y un patio blanquísimo presidido por aquel precioso árbol que -por su rareza- cándidamente tildé de “árbol sagrado que sólo puede crecer en los conventos”, mama, y toma los tres reales que me han devuelto de la peseta. Y ella que no creas, hijo, resulta que nuestro pariente Antonio “El banquero”, parece questá echando parriba otro acifalfo como el de las monjas: y esto me pareció una profanación terrible a mis siete añitos. Es como si me hubieran dicho que don José, aquél párraco con bonete, hubiera tenido un hijo sin mujer, pero….., pero, ¿cómo es posible, mama, hacer una cosa asín!, un pecado, pero mortal entre los mortales, casi un sacrilegio, ¡por dios y la virgen de Lantigua! Y hubieron de pasar un par de añitos para desenredar este misterio de cómo un simple artesano podía tener en su corral un acifalfo y dormir sin confesarse. Muchos años después, ¡jo!, no sé cuántos más han de pasar, seguimos con el enredijo de cómo puede haber un solo dios, si el padre es dios, el hijo es dios y el espíritu santo es dios, mama, y dice un ciego argentino questo de la trinidad es una aberrante sociedad de un Padre, un Hijo y un Ave: "no tentiendo, hijo, será como los acifalfos, anda, déjate de tontunas y come acifalfas”.
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ALGUNAS DE LAS PRIMERAS GRANDES SENSACIONES. Una, Los hombres, en nuestra torpe y grosera vanidad, siempre queremos ser el primero para con la mujer; ellas, más sutiles e inteligentes, prefieren que el hombre del que se trate sea el último en su vida. Pero unos y otras, todos sin excepción, tuvimos nuestro primer amor. Yo, como es seguro que vosotros también, disfruté y sufrí esa perturbadora experiencia en el entorno de la adolescencia jabeña (o quintaneja) y sentí, entre otras sensaciones: alegría incontenible, deseo exacerbado, estremecimiento, celos, miedo, tormento, y el desquiciado latir del corazón. Dos, Mu fuertes, aún chiquininos, hubimos de aparentar ser pa desprendernos de lo nuestro y de los nuestros; pa cambiar los caminos escoltados de jarales y encinas por los gigantes de cemento; y pa mantenernos en la ciudad donde cambiamos lasaguas del sudor por las lágrimas: la despedida primera siempre es un desgarro, ¡quéramos mu chicos, joé! Tres, Las sensaciones al rodar en nuestro primer coche (antes conducido por otros, sin embargo), también nos aceleraban el corazón como el primer amor: y casi siempre, como él, terminaba roto y causándonos alguna que otra herida.
(La pintura es de Antonia del Olmo)
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ARRUMACOS DE POBRES, las entrañas de lo entrañable. Macuerdo cuando, en la mesa, mi padre -y otros padres- quería agradarme y mostrarme su cariño con recursos que solo los humildes manejan, escuchábamos cosas asín: -¿Pa quién vaser este tostón calentitooooo?-, lo decía extrayendo de la sartén de migas rechinantes aquellas bolas de pan ardientes y tan sabrosas, cambiándoselas de mano pa enfriarlas y aluego meterlas en mi boca. -¡¡¡Pa mi niña este gallo!!!-, jejeje, y cortaba para ti esa “cresta” de sandía rojísima y dulce sin cáscara que -convexa- solía quedarse prominente en una de las mitades. -Esta tetita caliente del pan…., ¡pa mi fulaniiiiiiito! -María, por favor, échame la cabeza desa rosca: quesque a mi Antonio le gustan con delirio, mujé-, esto en la churrería mirando a los “muñuelos” y apretándote la manita. -Este jigo conestalmendra…., ¡pa mi mangurrina! -Esta esquinita de uva temprana, ¡pa mi niño! Era todo tan sencillo y natural, y a veces triste como la nana de Miguel; me pregunto si se mantendrán estos entrañables refuerzos damor en las costumbres del extremeñerío de consola.
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COCINANDO JABAS, y recordando a jabeños. Este mediodía he cocinado unas habas con pollo: un plato mu gustoso, nutritivo y realmente económico. He cogido un puñado de habitas verdes, he cortado las vainas a trocitos y las he puesto a cocer en agua con una cucharadita (de las de café) de sal. (Recuerdo haber oído contar cómo el cabo Sánchez, comandante de puesto de la guardia civil en el pueblo hasta primeros de los sesenta, obligó a un jabeño a comerse el contenido de una talega llena de habas verdes cuando, movido por la jambre, fue sorprendido in fraganti apropiándose dellas: y aluego le obligó a comerse la talega misma). He puesto una vasija de paella al fuego y he vertido un vasito (de los de vino) de aceite, donde, después de salarlos, he frito ocho trocitos de pollo que una vez que se han puesto dorados los he reservado aparte hasta nueva orden. Y en el mismo aceite, he preparado un sofrito clásico de cebolla, pimiento y tomate. (“Ranilla”, q.e.p.d., buena gente, crió un pollo que creció tanto que un día -subido en el brocal de la estercolera- le igualó en altura; y el jodío pollo le retó pegándole un buen picotazo en la barriga. “Ranilla”, quera mu bajito el hombre, le dijo al gallo: “Ya semos los dos igualitos de grande”, cogió el astil de un pico que tenía a mano y de un metío bien dao acabó con él, y aluego se lo comió con tomate). Después de hervir el agua durante media hora, las habas estaban en su punto, las he echado en el sofrito, igual que los trozos de pollo: añadiendo un ajo, un trozo de perejil y una cucharadita de sal que previamente había machacado en el almirez: todo diluido en un chorreoncito de vino blanco que he removido con la macha. (“Bocalmendra”, fue uno de los primeros traficantes de ajos que hubo en la comarca de La Serena: se ganó la vida comerciando con ellos y le cabe el honor de haber sido el pionero en dar a conocer al ajo jabeño como uno de los más apreciados en la provincia. Un día le regaló un precioso cobre trenzado con las mejores cabezas a un piloto de los que fumigaban el maíz en los regueríos de Don Benito, y el joven aviador le quiso agradecer su gesto invitándole a viajar de copiloto en su aparato. “Bocalmendra” aceptó el reto y se dispuso a volar con la misma ilusión que lo hiciera el Principito en su avión de aluminio: preso inmediato de un ataque de mareos y vómitos, el jabeño se cagó de miedo, ámoh, se lo hizo literalmente encima, aterrizó loaíto vivo como un niño de pañales; y la cagueta le
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persistió durante una semana hasta quel miedo le salió del cuerpo y le hicieron efecto los sellos de Tanagel). He removido todo el contenido con una cuchara de palo para rehogar y mezclar el sofrito, las habas y el pollo con cinco puñaditos de arroz – que para dos personas, está bien-, vertiendo a continuación en la paella el agua todavía caliente en el que han hervido las jabas: dos veces el volumen del arroz. Y a fuego vivo lo he mantenido un cuarto de hora, consiguiendo un arroz suelto y con un apropiado grado de dureza; si lo queréis comer a cuchara, semicaldoso, el volumen de agua debe ser el triple que el del arroz. Me ha salido riquísimo, la verdad. Lástima que las habas sean congeladas: me relamo al pensar cómo me sabrán las que cocine esta próxima primavera en La Jaba con unas costillitas de cochino negro.
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CUANDO NO EXISTÍAN LAS BICICLETAS PARA NIÑOS. (Yo tuve una “Supercil”, la mejor entre mil) Estas cosas no se pueden decir en público, pero como aquí leo “¿qué estás pensando?”, sólo me lo digo a sí mismo y ya está; y quiero decirme que: “¡¡¡ ABORREZCO LA BICICLETA, COÑO!!!”, porque las venas freudianas que vienen de chico no tienen cura. La aborrecí para siempre a la edad de diez años porque su uso me infligió mucho miedo y no menos sufrimiento. No, no me caí más de lo normal, no es eso, es que la recuerdo asociada a los temores en la oscuridad por la que transitaba en las cerradas noches de invierno, al infernal e insufrible viento de cara, a la inefable sensación de frío en aquellos diciembres del diablo y a los horribles y ulcerosos sabañones que señalaban a los niños callejeros. También, lo asocio a mi debilidad de niño enclenque, indefectiblemente condenado a la última posición en cuantas festivas y horribles competiciones me forzaban a disputar; sufrí el terror del “sacasevos” latente en los espesos aligustres de la carretera, y el miedo en los tuétanos que produce imaginar el abrazo de la blanquinegra palidez de la “santa compaña” justo en las gradas del cementerio: allí, donde el miedo atenazaba mis piernecillas haciéndome asistir despierto a la horrible pesadilla de no poder avanzar a pesar de esforzarme en ello hasta la extenuación. Aborrecí la bicicleta por el complejo que me producía pesar menos kilos que ella y creerla muy mayor , ¿o muy alta?, para mí, jejeje: nunca me pude sentar en su horrible sillín, porque no alcanzaba a los pedales y me obligaba a ejercer la lisiada fealdad del pedaleo inclinado con las piernas bajo el cuadro, condenándome –una vez más, después de mi cagada en la escuela- al más espantoso de los ridículos y a la cruel burla de toda la canalla infantil. En fin, no quiero ni ver la bicicleta, porque entonces no tuvo piedad de mí: me torturó inmisericorde con sus salidas de cadena en los llanos, sus pinchazos en las bajadas y su perezoso rodar ante el más tibio repecho. Todo lo tenía que hacer yo, y yo no podía hacerlo todo: así que la cogía de “cabresto”, por los feorros cuernos del manillar, y de muy mala gana la hacía rodar a pie sin pronunciar palabra ni alegrarla una sola vez tocando su estridente timbre, tal era mi enfado: ya en casa, le asignaba la cuadra como cobijo, por burra. (Unos años después, con un rodaje aproximado de 47.000 km., aparte de que crecí unos centímetros, no muchos, ya vino el progreso simpar del Difunto: que nos trajo el invento de la manopla de berbetón hecha en casa, el saco de plexiglás del “Nitrato de Chile” que –con un agujero para entrar la cabeza- nos hacía de impermeable, y unos
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cuantas hojas del diario “¡Arriba!” (hurtadas a la basura del ayuntamiento) para guarecernos el pecho del frío, así cualquiera. Unos años después, quería decir, montar en bicicleta ya era otra cosa: pero así y todo, la sigo odiando).
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CUARTO MANDAMIENTO. En la época del Difunto, en los primeros años sesenta, uno ya tenía conciencia, como la tiene hoy, de que corrían malos tiempos para perseverar en la dignidad. Caí en la cuenta de que sólo vivíamos para trabajar, que trabajábamos sólo para poder comer, o sea, que aplicando la propiedad transitiva de la necesidad- el paupérrimo resultado de esta ecuación vital es que vivíamos para poder comer: y eso era mu pobre. Muchos de nosotros estuvimos cercados por la jambre, pero nos defendimos della. Yo, habiéndola rozado, no la sufrí; sí me embargó no obstante -aun siendo una triste paradoja- un inefable sentimiento de hartazgo cuando hube de comer durante trece días y catorce noches seguidos el mismo alimento: pan, garbanzos, tocino y morcilla. Siendo descreído, necesito quedar absuelto de algo tan reprobable cual es el crimen de tirar aquella entrañable comida, quemencanta como ninguna otra, y es por ello que quiero pedir públicamente perdón a mi madre por lo que hice: me acuso de haberla disgustado hasta el llanto, aquel lejano día, cuando estrellé contra la pared un plato lleno de cocido con toda la fuerza que acumula la silenciosa indignación. Mi pobre madre, que no podía ofrecernos otra cosa, miró con desolación a la pared recién encalada y ahora embadurnada de caldo, observando a continuación -estupefacta y boquiabierta- , cómo el suelo de la cocina quedaba anegado de algo parecido al vómito de un borracho. Del impacto que le produjo mi reprobable acción pasó a la ira y quitándose una alpargata amagó para darme en el culo: pero le pudo la misericordia y optó por meterse en la cama y llorar callada. Como penitencia, creo recordar que recogí una pequeña parte de lo tirado en el suelo y me lo comí. Y echado a siesta, YA INSOMNE, pensé que llevaba la misma vida que “La Condesita”, una burra mu abnegada que teníamos en la familia que comía a diario paja de rastrojera, yerba y un poco de cebada para poder tirar del arado y de su cuerpo al otro día, e, indefectiblemente, volver a comer paja, yerba y cebada y así sucesivamente: desde aquel momento me indigné, me torné rebelde y me prometí trabajar por algo más que no fuera la comida. Bueno, quería decir sencillamente que hemos de hacer algo para no permitir de ninguna de las maneras volver a trabajar sólo para comer, quel Difunto ya shamuerto, xd.
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EL DILEMA DE “JUANICO”. Para actualizar esta historia, tengo que recordar la primera parte (disculpadme la extensión del texto) escrita en aquél grupo que fue “Cosas” en julio de 2013: Juanico nació en Arjona, Jaén, y comenzamos nuestra amistad hace dos años cuando –digámoslo así- decidimos dejar de trabajar y, buscando nuevas aventuras y quehaceres, nos encontramos casualmente tratando de salvar la vida de un gatillo que se estaba ajogando en una tubería del extrarradio de Madrid: el misino escapó de aquello, pero ahora creo que se me está ajogando Juanico. ”Porque a mí, Moreno, esto de los gatos me ha perdío”, se queja; y me añade que ha estado 46 años esperando jubilarse para retornar a su pueblo y convivir con su hermana que es soltera como él, y “a ver ahora cómo dejo yo to esto solo, pa que aluego no me trabaje mi conciencia”. Por quitarle hierro al asunto, tomando un chato, le chincho diciéndole que si no se va a Arjona es porque no quiere, “¡tendrás aquí algún apaño, joé!”, le digo jocoso, y entonces, con los ojillos muy brillantes, me mira fijamente y me espeta solemne: “yo siempre he sido omnipotente”. A mí se me derramó el vino entre risas justo cuando -tratando innecesariamente de justificar su celibato- me desarma con su cándida confesión de que él sólo ha mantenido relaciones sexuales consigo mismo. Los gatos callejeros llevan aquí una vida perra: celosos de su libertad, tienen mucho miedo al hombre que les captura, los envenena o los delata ante sus verdugos oficiales: los policías de barrio. A los seis meses de edad una gatita ya puede parir, puede hacerlo tres o cuatro veces al año, y con camadas de cinco o seis gatitos la aritmética nos dice que el grupo de gatos resultante llega a ser insostenible en lugares donde el contáiner de basura, su moderno enemigo, ha impuesto una frontera infranqueable para su alimentación. Así que si no fuera por personas como Juanico, el sufrimiento y la mortalidad de estos animales, siendo ya altísimos, sería de un escalofrío vergonzante. En este dilema vive mi amigo: su hermana le espera en el pueblo para mitigar los golpes de su soledad, y él -víctima de una ansiedad preocupante- se siente incapaz de abandonar a su suerte a esta colonia de gatos a la que provee de pienso seco, latas de atún en escabeche, fideuá, mollejitas de pollo, algún lácteo y, sobre todo, agua: porque uno de los grandes problemas de los gatos -tanto o más que el comer- es dónde beber durante el verano, habiendo muchas veces que
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mueren en el intento por conseguirlo. Descartada la ayuda del Ayuntamiento, “porque estamos desbordados”, (en la colonia nuestra logran mantenerse vivos una media de treinta animalitos, más los tímidos que no se dejan ver), nos aconsejan –en la visita que hacemos a su departamento de Protección Animal- que nos pongamos al habla con alguna asociación (“GATA”, por ejemplo) donde practiquen un método al que se le conoce con el nombre de… (aquí, el pijoaparte que nos informa, al pronunciarlo se yergue para entonarlo con voz engolada) “TRAP-NEUTER-RETURN”, nos suelta. “Amoh, enjaular a los gatos, esterilizarlos y aluego darlos larga otra vez, ¿qué te parece, Juanico?”. En los dos años que le llevo observando nunca le había visto reír con tantas ganas, pero: “Mire usté, señorita, asín se va a acabá la vida en el mundo, ¿va a dejá usté a los gatos hueros como yo....?, ¡hay que joerse!”, contesta con risa entrecortada. Esta tarde, casi anochecido, que es cuando yo suelo ejercer de monaguillo en esa liturgia diaria que oficia Juanico para salvar a este mundo, su abatimiento era total. Ha parado abruptamente la tarea de higiene en los bebederos y, luego de invitarme a sentarme junto a él en un cimbranto pleno de grama, me ha trasladado con toda solemnidad el grito amenazante de su hermana: “¡O LOS GATOS…., O YO!”, ha tronado el móvil desde Arjona, “y ésta es mu cojonúa, Moreno”, añade temeroso. A él, que sufre horrorosas pesadillas y sueña con un sinnúmero de gatos escuálidos maullando a su alrededor implorándole misericordiosamente agua y comida, este ultimátum lo ha debido sumir en el terreno más lacerante de su angustia. Y dicho esto, como iluminado por ese ángel felino que también asegura visionar de noche, me ha mirado con sus ojos de pillo –como engatusándome- para anunciar que posee la solución perfecta: “TÚ, MORENO” TE QUEDAS CON LOS GATOS Y YO ME VOY P’ARJONA CON MI HERMANA”. No soy tan generoso como para querer asumir esto, y sólo con el hecho de oír tamaña propuesta creo que me acaba de transferir su ansiedad, ya veremos esta noche si también me transmite sus pesadillas y quién sabe si en el futuro me endosará su dilema. No lo sé, el tema queda abierto.
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El metro de Madrid. El metro de Madrid, Ana, es parte de los intestinos de la ciudad. Y su fauna y flora somos los soñolientos usuarios que, muy de mañana, rumiamos de pie los problemas que nos embargan. A veces, escuchamos algún suspiro anónimo que no es otra cosa que un contenido grito de resignación frente al sufrimiento callado. Si las cabezas pudieran escudriñarse, aparecería el mapa del sufrimiento de España: donde cada viajero sería un pueblo, por no decir una isla, en el que -prominentes- se elevarían las torres del miedo que marcan esta era de naufragio que no sabe a dónde va. En el Metro, como en la vida, todo el mundo trata de aferrarse materialmente a algo, cada uno a lo que alcanza: lo bajitos, a las barras verticales y los altos, a las del techo. Con cierto disimulo -a veces con alguna mueca- cruzamos nuestras miradas pero muy esquivamente y, como pudorosos o arrepentidos, volvemos a clavarlas al suelo regresando al insoluble problema que nos atenaza: ese resultado clínico que nos preocupa, el desaliento social de un hijo en paro que nos desgarra o el desamor o tedio propios que nos consume. Las estaciones del metro son días cortos de amaneceres y ocasos fugaces. Se intercambian espaldas que salen por rostros que entran, pero todo sigue igual ante los impasibles ojos de los que continúan el viaje. Reciclando a los carteristas, alguien debería emprender una gestión mágica del Metro; y que con una nómina selecta de ángeles cacos nos hurtase del alma alguna desazón de las que nos afligen…., y así sentir alivio al llegar a nuestro destino y poder exclamar eso de: ¡¡¡ANDA, COÑO, MHAN QUITAO UN PROBLEMA!!!, jejeje. (Pero esto es solo una mirada pesimista y triste del GRAN METRO DE MADRID: un crisol de sensaciones que merece vivirse).
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En la época del Difunto… Vicks VapoRub. En la época del Difunto creíamos que el fármaco por excelencia para aliviarnos los síntomas catarrales era el famoso Vicks VapoRub, pero lo que nadie leyó nunca en el prospecto es que, para que surtiera efecto, tenía que ser untado por las hermosas manos de una madre. El resfriado común no tiene cura, está muy dicho: siete días de malestar con tratamiento o una semana de padecimiento sin medicarse, y no hay tercera vía. Constipado, catarro, o “trancazo”, de esta infección viral no se libra nadie, ¿quién no ha contraído un resfrío este invierno? A mí con esto me pasa como al galgo de Lucas: “cuando salía la liebre le entraban ganas de c….”; el resfriado casi siempre me hace trizas un viaje, me ausenta de una cena o me aplaza una reunión, en definitiva, me hace comportarme como un malqueda. Ya moribundo 2013, que no ha sido excepcional –en todas las acepciones-, tuve que meterme en gayola sin fuerzas, como un pajarito desvalido, aunque -por citar lo positivo- aproveché para reflexionar sobre las causas que pudieran infligirme los dos catarros que indefectiblemente padezco cada año: a primeros de agosto, uno y a finales de año, el otro; siempre es así y no creo que el frío o el calor influyan en ello. Creo que opinar sobre esto no resulta osado dada la impotencia de la comunidad científica quien, estando a punto de darnos un cedé con nuestro mapa de adeene, se siente incapaz de solventar una dolencia tan común y sempiterna: antibióticos, vitamina ce, antihistamínicos, antitusivos…., nada vale. La tos, el estornudo, las secreciones, los dolores de espalda y cabeza, el malestar general…, todo se mantiene hasta que los virus causantes son fagocitados por el macro ejército de minúsculos soldados inmunitarios que mantenemos en nuestras entrañas: esto es lo único que se sabe. Pero yo quiero añadir aquí que, desde que me conozco, mis catarros – que son temibles por la tos seca y perruna que me embarga- los contraigo cuando se dan estas cuatro circunstancias: reparto más besos de los habituales, arrecia mi insomnio, observo de cerca las aves migratorias y, por eso de los saludos, dejo de restregar ajo en las tostadas del desayuno. He leído algo al respecto y estoy casi convencido, aun pareciendo estrambótico, que los factores que cito pueden ser causales. Lejos de la temible tos y el aturdimiento, termino significando el mayor estrago que a mi modo de ver produce un catarro: trastocar los botones gustativos de la lengua en su alianza con el paladar, anulando la placentera sensación de saborear un buen vino, gejegej
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ENSEÑAR: esa hermosa profesión. Hoy, a las maestras y maestros jubiladas, queremos trasladarles nuestro agradecimiento; a las/os ejercientes, darles mucho ánimo y rogarles resignación; y a las/os estudiantes de magisterio les pedimos que no decaigan en sus ilusiones. En 1921, llegó a Don Benito un maestro granadino con el mandato de fundar las escuelas del Ave María, se llamaba José Fernández. Cuando echó a rodar aquel proyecto, después de la muerte en l923 del que fuera su mentor, el catedrático burgalés Manjón, don José apareció -a finales de los años veinte- como maestro en La Haba. Junto con otro colega extremeño, don Ángel (siento no tener más datos de él), iba a formar un núcleo docente digno de admiración y que hoy queremos remembrar. Los alumnos jabeños, niños nacidos alrededor de 1920, no les iban a defraudar. En el periodo de l928 a l934, adquirieron unos conocimientos excepcionales para el momento, sorprendentes para su edad y valiosísimos para su posterior actitud y aptitud ante la vida: sumar, restar, multiplicar, dividir, fracciones, raíz cuadrada, raíz cúbica, reglas de tres simple, regla de compañía, cálculo de superficies y volúmenes, etc., lo dominaban mejor que yo. Y en lo que a humanidades se refiere, cuando el 90% de los jabeños firmaban con el dedo, ellos escribían con tanta corrección que rara vez se les escapaba una tilde para una esdrújula, cosa que puede ser el descaraje para un crío de hoy pero que a mí me emociona todavía. Era tal la comunión que tenían con sus adorados maestros, que había que echarlos a la fuerza de la escuela. Recitaban los adjetivos, preposiciones, conjunciones, pronombres, y cantaban las conjugaciones verbales o la geografía española con el mismo desparpajo que hoy se rapea en algunas calles de Madrid. Aprendieron cosas tan prácticas (que pudieron ejercitar en el propio pueblo), como medir la superficie de fincas en fanegas y varas, calcular el peso de una vaca sin más báscula que un papel de estraza y un lápiz, o calcular con exactitud las arrobas de vino que tenían sus abuelos en pitarras y toneles. Pero lo más importante que les transmitieron sus maestros don Ángel y don José, fue su actitud para con sus semejantes, eso que entonces se llamaba urbanidad y hoy buena educación: sabían estar, agradar, respetar, esforzarse, sufrir y, lo más importante, ser ellos mismos. Don José se trasladó a Mérida cuando tenía 34 años donde fundó la primera escuela de maestría industrial de Extremadura: y murió feliz y lúcido –con alma de maestro antiguo- con más de cien años. Uno de sus alumnos jabeños, de la mano del todopoderoso Girón de Velasco,
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iba a liderar una de las obras más prácticas y aprovechables, pantanos aparte, que se erigieran en la época del Difunto: las Universidades Laborales, las universidades de los pobres. ¡¡GLORIA PA TÓS ELLOS!!.
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FRACASAR ANTES DE VIVIR, quimera de un jabeñito. Yo le acompañé una noche de luna llena a la dehesa, para que cumpliera con el rito clásico de torear desnudo bajo la soledad y los silencios imponentes de los cielos estrellados. No encontramos vaca alguna pero….., fue todo tan hermoso. Su nombre taurino era “Lucerito”, y desde aquel verano de 1967 no le he vuelto a ver. Mi amigo Julio Arias García “Lucerito” fue un Quijote jabeño que alimentó su infancia con la obsesiva ilusión de ser maestro del toreo, y yo -con el certero presagio de que nunca lo conseguiría- me convertí en una especie de “Sancho” que lo acompañaba en sus aventuras con la esperanza incierta de que, antes de que le empitonara un toro, un ataque de lucidez le atrajera a la realidad. Pero fue su ingenua osadía la que vino a darme la razón. Porque el diez de julio de aquel año, en la plaza de toros de Santa Amalia, Badajoz, quizá fuera en el cuarto toro de la tarde, que era el segundo para el diestro (y fraile) Juan García Jiménez “Mondeño”, cuando “Lucerito" -en el tercio de varas- saltó a la arena esgrimiendo como toda defensa un pañuelo de sonarse los mocos de color blanco muy bien planchado por su madre. No bien había dado dos pasos cuando, gracias al dios de los toreros encarnado en los peones, lo detuvo la Guardia Civil que en este caso ejerció de ángel de la guarda. El público -que en contra de lo que se cree muestra la misma crueldad para con el torero abatido que hacia el animal sangriento- le despachó con una estruendosa carcajada a la que él, perdido ya en las brumas del fracaso, fue totalmente ajeno. No fue mi caso pues, con un cuajo así de jondo, lloré furtivo su desgracia como se lloran los desamores en la adolescencia. Julio Arias “Lucerito”, realmente torear, lo que se dice torear, sólo lo hizo en el salón del bar “Canario”, desde donde los fervorosos aplausos de los jabeños -en su inconsciente ejercicio de desmentir el inconformismo, la rutina y la monotonía propios de sus vidas- le dañaron mucho abocándole a la quimera de alcanzar la gloria toreando: sin advertirle de los riesgos que le acechaban. “Lucerito”, envuelto en el olor a café y por la algarabía de los jugadores de cuatrola o dominó, seguía triunfando -tarde tras tarde- con su irrisorio capote blanco y refugiado tras el burladero de sus inmensas gafas de miope que no le permitieron ver que estaba soñándose. Hasta que en Santa Amalia, aquella cogida grave que le infligió la vida, le mandó a la Enfermería del Desencanto y la Emigración, donde todos los extremeños disponemos de un trampolín que nos impulsa al triunfo y una colchoneta usada para amortiguar los golpes del fracaso. Yo,
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creyente de que habemos muchos “luceritos”, confieso que quise ser cantaó dalante.
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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, que soñó un mundo. (Un arrumaco pa mi Enrique). Yo me jundí en su literatura con el coraje del que se cree poseído, y me dispuse a soportarla de por vida cuando, todavía caliente el cuerpo del Difunto, cayó en mis manos su “El Otoño del patriarca”: leí con fruición y del tirón sus 271 páginas en dos noches de insomnio mientras me hacía padre en la Zaragoza de 1975. Y, aluego, alucinado tiernamente por su ingenio, le busqué retrospectivamente y le seguí (como una adolescente y desquiciada fan seguiría a su ídolo) desde su “Tercera Resignación” (1947) hasta “Yo no vengo a decir un discurso” (2010). Entre estos dos hitos está todo Macondo, palabra que le fascinó desde que la observó puesta en la entrada de una explotación de bananos luego de pasar una estación de tren sin nombre ni pueblo a la que él tuvo que adosar una ciudad y darle vida para que el mundo mágico tuviera sentido. Ciudad, o quizás “un estado de ánimo”, como un Papa definiría -muchos años despuésel concepto de Cielo e Infierno, esgrimiendo el arma de la metáfora de Gabriel para tranquilizar a los que semos descreídos. Desde su muerte el Jueves Santo deste 2014, tan a la par y aparente como la de Cristo, no he querido -ni hubiera podido- mostrar mis condolencias por su pérdida física, pues mi pésame no tiene destinatarios: es como asistir a un entierro en el que al único que conocieras fuese al muerto. Aun así, le ha extrañado a mi pequeño entorno que no me haya concedido un pequeño desahogo personal que mitigara mi pena: pero estoy pegao al duelo y al dolor como las lañas a las tinajas. Dolor ampliado por la carencia total de dignidad en dos periodistas españoles que, por su mal hablar y peor escribir, no osaría nominarlos jamás, ya que su vileza extrema, su abyecta condición, les provee ampliamente de suficiente fama. Conocer a alguien “importante” siempre lo he entendido como un ejercicio relativamente fácil, si se pone en ello el empeño suficiente y si se suma al deseo vehemente de hacerlo todo el esfuerzo necesario; no obstante, en este caso y a pesar de haberlo intentado en más de una ocasión, como ya contaré, no lo he conseguido: mis intentos fueron fallidos porque creo que mis apasionamientos, y mis enamoramientos, me abocan siempre a lo raro y a lo estrambótico y me alejan de la sencillez razonada con la que suelo procurarme otras necesidades que sólo afectan al cuerpo. Hubiera dado ….., no sé lo que habría dado por conversar una hora con Gabo.
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Humor en la Pared del Parque, Quintana. ANTICIPO QUE SACO DEL CONGELADOR, PA MANUEL RODRÍGUEZ NIETO: Cada verano, mi amigo Antonio Pajuelo -que sabe que el vino bueno me gusta con delirio- me somete a un ejercicio de sinceridad para que opine sobre cómo le ha salido el vino hogaño: “ ¿qué te parece, Moreno, cómo está este vinazo?”. Él, mira cómo yo miro el color, lo muevo, lo huelo y me lo echo a la boca; y sigue mirándome fijo a los ojos, hasta que emita mi sentencia anual al respecto, la de todos los años, siempre la misma: “Este vino…., Porrita”, (porque yo le llamo por el diminutivo suave de su verdadero mote, ques ‘Porrajierro’), “este vino es brusco, alcohólico, turbio y está hasta un pelín picado, avinagrao, en definitiva, ¡¡¡ este vino es un puto brebaje, joé!!!”. Y su contestación es también la de siempre: que si nos hemos vuelto mu finos, que si menos química y más naturalidad, que si patatín que si patatán, y que me den por culo con ese vino que le he llevao pa cená: un vino flojo, amariconao y con mucha química. Claro, él no se da cuenta de que su paladar se adapta a su vino: cuando debería pretender lo contrario, que el vino se adaptara a su paladar, al mío y al de otros muchos, cuantos más mejor, mostrando un sabor civilizado al común de los degustadores. Porque, vamos a ver, el vino es un proceso vivo que por sí solo tiende al vinagre, y es por ello que el enólogo está para modificar, alterar, modular ese camino de transición en aras de –dándole química- conseguir un caldo agradable. Quiero decir, aun a riesgo de crear polémica en la Pared, que de eso se trata, yo declaro que (salvo rara excepción) en las pitarras extremeñas se hace mal vino: ya sé que esto es escupir parriba, pero lo veo así. Y es que para hacer buen vino no basta (como para hacer el chorizo, o el buen pan de pueblo de Angustias, o el queso de Inés) buena materia prima, paciencia y buenas manos: el vino necesita QUÍMICA. El jodío “Porrajierro”, concediéndome algo de razón, me dice que él le echa un poco de “sulfuroso”, joder, a ver: ¿Cuánto le echas?, y él que un puñao, y yo que eso es peligroso, y él –que confunde miligramos con gramos- insiste me espeta que: “ ¡al coño con tanta química!”, que las probetas y las pipetas se las pasa él por el forro, con tanta mariconada, joé. JAJAJAJAJA; y me lo paso bomba, claro, pero yo bebiéndome mi “Torre Julia”, o “Basangus”, o “Habla”, lo que se tercie. Y él su pitarrero.
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LA AMANTE VIEJA, (al filólogo Felipe Arias, que ama a París y el realismo del XIX) Al abrir el buzón y ver una carta a la antigua, con mi nombre, apellidos y dirección escritos a bolígrafo, el sello de Correos “matando” al Rey y un extraño remite con la leyenda de “Tu amiga errante”, no he podido por menos que sorprenderme primero porque estos envíos ya no se estilan- para después quedarme atónito leyendo su contenido que, sin quitar ni poner co ma alguna y no exento de rubor, he decidido trasladar al lector para amortiguar mi impacto. Dice así, Estimado Moreno. Luego de ejercer de esposa y madre ejemplar durante treinta y cinco años, las brumas del tedio que sufro me han echado en los brazos de otro hombre. La infidelidad, que es el camino que puede llevarte unas veces al cielo y otras al infierno, a mí me ha domicilado en el voluptuoso desasosiego que infiere todo lo clandestino. Si bien -me da cosa confesártelo- a mis sesentaiún años, este hombre (once años más joven que yo) no ha hecho sino avivar el fuego de la pasión que estaba arrumbada en lo más hondo de mis entrañas de mujer. Este hombre, amigo Moreno, me ha hecho cambiar los razonamientos por las emociones y trascendiendo los límites de la pasión, siento que ha emergido un amor que necesito imperiosamente para sentirme viva: para bien o para mal, no dependo de mí. Confieso que he aprendido a mentir desde que el hombre bueno que me espera en casa ha pasado a ser “el otro”: ¡Ay!, cómo mi sensibilidad de mujer amante comprende ahora todos los espacios del corazón de aquélla “ Madame Bovary” que leí en mi juventud; éste, mi hombre –sí, me complace llamarlo así- prefiere el mapa transitado de mi piel al de la tersura que le ofrece la juventud a la que todavía tiene acceso; él, que se deleita frotando los huesudos nudillos rojos de mis manos de las que - siempre antes de besarmelame y succiona las yemas de “ tus traslúcidos y largos dedos de pianista”; el que intuye el disimulado nácar en mi teñida cabellera rubia ; el que dice encantarse bebiendo agua salada en los surcos de mis ojeras cuando me emociono hasta el paroxismo; este hombre joven que un día me encandiló al declararme su estremecimiento ante la primera mirada, levemente estrábica, de mis ojos verdes; este hombre, Moreno, también te lo confieso, va a llevarme inexorablemente a la perdición. No vengo a que me absuelvas porque todavía no he encontrado a
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dios, y, además, los desasosiegos que inflige mi adulterio los considero penitencia suficiente y lo asumo como el precio justo a pagar por la inefable felicidad que me procuran nuestros efímeros encuentros. El amor tardío, el que se da en los ocasos, achica el tiempo y comprime los espacios de tal manera que no pueden explicarlo las leyes físicas, algo inverso a la lentitud enervante con que transcurre la eterna agonía del desamor que arrastro en casa como una cruz. Y a pesar de ello, milagrosamente, escondidos en un arrabal como dos delincuentes fugitivos, ardientes de pasión, caí en la cuenta de que en toda mi vida anterior quizá no hubiera recibido tanto amor como en esas briznas de vida condensada. Le amo, Moreno, y no te imaginas cómo me reprimo al negarle –no obstante- sus requerimientos constantes a que le proclame y recite esa letanía de “te quiero, te quiero, te quiero, ..”; a él, que todo lo puede en mí, que ha trastocado el orden doméstico del que me creía orgullosa artífice y donde mis hijos, y el “otro”, todo lo cotidiano, ha sido barrido en un santiamén hacia un estadio lejano y difuso en el que convivo presa de un aturdimiento por el que transito sonámbula en mi propia casa. Sí, me recato en los “te quiero”, que me serían gozosos de pronunciar, y se los niego porque al verbalizarlos me subrayan mi inacción como mujer que si fuera valiente debería dar pábulo a esta confesión que solo te confío a ti y colgarla como un pasquín en todos los postigos del pueblo. Sus afanes en la cama, querido Moreno, transitan el ascendente trecho que marcan dos hitos: desde el poema más sublime al más gutural y animalesco estertor con que se corona el placer. Y en el desconcierto que me produce su total entrega, le hago la apresurada promesa de que “seré tu amante eterna”, ofrenda espiritual que a él (creyente, católico practicante, de confesión semanal) se le antoja obscena, no le gusta, quizá por entender la palabra hermosa de “amante” como prosaica; y, cada vez que esto ocurre, hacemos una parada silenciosa en este viacrucis del placer para clavarnos una mirada tan cercana…, que nuestros ojos dejan de ver para sentir el cosquilleo tibio y recíproco de pestañas: para luego, literalmente, introducir sus labios en mi boca susurrándome ese “te veo tan joven…..” que me enciende, Moreno; o ese otro presagio de que “tú y yo terminamos juntos”, que me asusta y me hace volver los ojos a mi casa presa de ansiedad y misericordia. Las despedidas son siempre episodios lacerantes; me reprocha mi desdén una vez consumidos nuestros efímeros encuentros, o la falta de detalles y delicadeza en la distancia, y por Dios que no es
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así: ÉL, este hombre joven y hermoso, es la única verdad del teatro en el que se han convertido nuestras vidas. No condesciende en que yo carezca de la libertad que él ahora disfruta (fruto de su valiente divorcio, aun siendo tan pío) después de romper las cadenas de un matrimonio fracasado, padecido, casi tenebroso que le hizo proferir valiente ese grito de “¡Hasta aquí!”; pero no quiere asumir que a mí me aterre dar ese campanazo, desde luego por mi cobardía, por no instalar en el escarnio y en la orfandad moral a “los míos”, a los que me anegan de hastío, a los que engaño. De ahí que te dirija esta carta de desahogo, para consolarme con esta confesión tan sincera que quizá, perdóname, lo único que consiga sea aumentar tu desconcierto y amortiguar mi culpa. Por contártelo todo, querido amigo, anoche me mostré totalmente desnuda ante el inmisericorde espejo de mi dormitorio, al que sólo me atan los grilletes legales del matrimonio, y constatando los amoratados vestigios de su encendida pasión (que, por su premura, a veces se torna, penosamente, en una táctica amatoria de urgencia), me pregunté y ahora te pregunto a ti, amigo mío, qué es lo que habrá visto este hombre en esta jubilada de pechos caídos que él logra, cual ilusionista, se me antojen todavía turgentes. Miedo tengo a preguntarle qué espera de mí, dado los once años de calendario que nos separan, cuando, en este ya de por sí devastado cuerpo, la pasión se apague y no pueda compensarle sino con ternura y delicadeza a tanto sentimiento y deseo exacerbados: él me contestaría, tengo ese pálpito, que mis ansias de amar y mi delicadeza serían suficientes. Y no creas, Moreno, que yo lo vea como improbable: pues en mi cuerpo y en mi alma, que estaban yermos desde hace una eternidad en un desabrigado páramo, ahora –habitados por él- se ha desatado un torbellino de sensaciones nuevas que me han hecho renacer. ¿Por qué no poder prolongar esto de por vida? Ningún amor contrariado de mi juventud lo reconozco como tal: ¡ESTE ES EL AMOR PRIMERO!, debía estar por ahí latente y cercano…, pero no nos cruzamos a tiempo para que yo le dirigiera esa mirada tibiamente estrábica, querido jabeño, que él asegura fue el big-bang de este mundo de dos. Ex/tre/ma/dura, a diecinueve de octubre de 2014.” Y yo no sé a quién ni qué contestar a todo esto.
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LA PREDICCIÓN DEL TIEMPO EN LA ÉPOCA DEL DIFUNTO. En el número 16 de la calle Iglesias, en La Jaba (hoy calle Hospital núm. 7), vivía Tío Alejo “el de la Carmen de Sergio”. A finales de los cincuenta, cuando yo era mu chiquinino, le recuerdo como el más ajustado predictor jabeño del tiempo en aquellos años. Solía sentarse por las mañanas, y nunca por la noche, en un sillón de bayuncos y madera -probablemente hecho por Antonio “el Banquerillo”- desde el que se quejaba el hombre de dolores en huesos y articulaciones, pero siempre antes de decir dónde le dolía, predecía el tiempo hasta con tres días de antelación: “Mañana se quita el gallego, vendrá el solano y algún trueno vadá por la Lapa porque me duele este costillar derecho,” y así era. Según la parte del cuerpo que le doliera, anunciaba el comportamiento inminente del tiempo: prever que venía la lluvia, para él no era ningún secreto: “Pasao mañana van a sonar las canales, porque cómo me duelen las jodías rótulas”. Cuando le dolía la cabeza en agosto se preocupaba mucho, porque anunciaba tormentas mu secas y las viejas de la calle se preparaban pa cantar el Trisagio. Un día, Tío Alejo se quedó perplejo cuando un “ditero” que venía de Mérida (esta profesión consistía en vender cacharritos de adorno, “baratijas a plazos”), trató de vender en la calle unos gallos hechos de barro que traía desde Portugal: “Si el gallo está de color azul, buen tiempo; y si se pone violeta, agua”, decía el charlatán aquel a las sonrientes mujeres del Altozano: y alguna dellas picó, a pesar de que Tío Alejo les reprochara que el gallo no averiguaría las siestas con remorata, el cambio de solano a gallego, si la tormenta vendría de la Sierra Ortiga o de La Lapa o de dónde coño vendría: todo aquello fue un palo pa él. Aluego vino Mariano Medina, junto con la televisión, quien desde 1956 prestó un gran servicio, sobre todo a labradores y marineros, por sus magníficas y acertadas predicciones meteorológicas, un buen doctor en Física-Química y campechano comunicador al que antes, en el programa “Cabalgata fin de semana” de la hoy Cadena Ser, le bautizaron como “El hombre del tiempo”. Unos años después, allá por 1967, le acompañaba Eugenio Martín Rubio (segundo hombre del tiempo), otro tío mu listo y todavía más afable por su finísimo humor, porque Mariano era más profesoral: a veces, cuando la pertinaces sequías del Difunto, Eugenio terminaba sus intervenciones televisivas con la promesa de afeitarse el bigotillo si no llovía, y una vez tuvo que cumplirlo porque, aunque llovió, lo hizo
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con dos días de retraso respecto a su pronóstico: cosa que Tío Alejo, ya fallecido el hombre, no le hubiera perdonado. Hoy día, qué decir. Llego al pueblo -las últimas dos merendillas de Semana Santa lo he hecho con una semana de antelación- y mi amigo Pablo “Carilla” saca el revólver de la funda y me alerta y me amenaza con el méteo: “ Prepara las catiuscas pa los muchachos que Lantigua vastá embarrá”, y se confunde poco. En esto hemos progresao, pero no sé si es bueno porque la Jira, la Merendilla, está empequeñecida por estas previsiones tan adelantadas. Y aluego, que to hay que decirlo, …….., es que no se hace ni una joía rogativa a nuestra Señora de Lantigua como aquellas que oficiaba aquél cura al que apodamos “el Padre Regaliz”, jejeje. Yo añado, por mis observaciones, que cuando los gatos “se achorizan”, esto es que se arquean como un colgaero de morcilla jabeña, bostezan y se tornan aún más perezosos, el tiempo cambia a “peor” aunque el cielo nos muestre el más inocente de los azules.
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LABRADORES SERENOS. Siempre he admirado el sentido común de los labradores jabeños. Esa virtud -que es una especie de camino alumbrado por la sencillez, que conduce siempre a lo más justo, a lo más beneficioso, a lo más razonable- junto con la honestidad, es el bagaje del que siempre han dispuesto nuestros agricultores. Eso es, juiciosos y honestos, así recuerdo a los labradores de mi pueblo. La tierra y la incertidumbre les abocaba a la austeridad en su actitud ante la vida y les hacía recios, vigorosos y fuertes ante lo adverso. Estos días los tengo en mis pensamientos porque no acaba de llover con generosidad y se lo juegan todo a esa carta. Producir sin destruir: esta ha sido la tarea natural del campesino jabeño, un hombre que lleva en su a-de-ene la convicción de que a la tierra no se la puede desvalijar, como la codicia ha hecho con las costas valencianas y en otras; y, afortunadamente, hasta los políticos en Extremadura –errores políticos aparte, que los ha habido- creo que han evitado crecer atropellando el medio ambiente: pues lo esencial de nuestra tierra sigue casi inmaculado, tenemos un tesoro, tal es su biodiversidad; y quizá lo que hoy llamamos “crecimiento” (aparentemente ajeno a nuestra tierra), mañana pueda ser el sarcófago del mundo; hemos de acumular menos bienes inútiles y aprender a vivir sencillamente: los campesinos jabeños eran maestros en este arte. Vale más el lenguaje de la dehesa extremeña, lo que nos dice el campo, que los ecos estridentes de los rascacielos: hemos de entendernos con la necesaria austeridad que nos hablan las encinas. Tiene que llover, ojalá y lo goce en mi próximo viaje, ojalá viera llover sobre los jarales que sustentan al Miravete, y ojalá llueva hasta que sajogue la central nuclear de Almaraz -esa cicatriz sangrante sobre el hermoso rostro de la dehesa- que pone el contrapunto a tanta belleza. Declaro también, aunque no sementienda, mi ligero disgusto por tanta carretera nueva en Extremadura porque ese culto a la velocidad no es entendible: los caminos nos han de llevar a los demás hombres, pero estos no requieren de tanta precipitación. Cuántas veces escuché que algunos labradores pudientes jabeños vivían míseramente. Hoy estoy convencido que no era así sino que vivían de manera sencilla, ubicados en la dignidad, en casas sobrias, frugales en casi todo: porque la sequía, la pertinaz sequía, les mantenía alerta ante el infortunio. XD, ¡¡Que llueva!! A cantaros Pablo Guerrero.
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LANCO, NEGRO Y VERDE. Lanzarote, Mariajosé, es un sueño en blanco y negro que tuvo César Manrique y que ha permitido conservar, entre otras muchas lindezas, los verdes colores de cactus y lagunas que engalanan la isla. Y así, hecho realidad, el blanco enjalbegado de sus casas, el verde de sus puertas y ventanas y el vómito negro de sus volcanes, configuran un armonioso, encantado y natural refugio que no tiene igual en ningún otro lugar del planeta: no es exagerado decirlo, está ahí y puede contrastarse. Si llegas a la recepción del hotel Las Salinas, en playa Teguise, comes en su restaurante, te paseas por sus jardines y te bañas en el agua de mar de sus climatizadas piscinas…, verás que en los murales de sus paredes, en el baile de árboles y plantas de sus patios y en el contraste blanquinegro de los suelos, está la mano y el alma de Manrique. Yo he ido a Lanzarote a ver dos viñedos, visitar dos bodegas, y a probar cuatro exquisitos vinos blancos; todos ellos de la tierra y uva llamadas Malvasía, son estos: el Grifo, La Geria, Bermejo y Yaíza. Pero claro, no pude sustraerme (esta vez en profundidad) a trastear durante días todos los rincones de esta isla. Escojo para vosotros estas cinco maravillas de Manrique: La cueva de los verdes, Los jameos del agua, El jardín de cactus, Restaurante en el Timanfaya y la genialidad subterránea de su propia casa -ahora Fundación César Manrique- en el Municipio de Tahíche. Y sobre todas ellas, adoso para siempre en mi memoria la obra que una artista llamada Naturaleza creó en el irrepetible Parque Nacional de Timanfaya: donde una cadena de volcanes, con géiseres de quinientos metros de altura, vomitaron lava en un fuego pertinaz que no cesó sino hasta consumir los años del señor que van de 1730 a 1736: un cura que lo vivió lo tiene muy bien escrito. Y Manrique logró un milagro: no hacer nada, conseguir quedarlo tal cual. Esa fue su más colosal obra. Y este jabeño estaría noches enteras contando las sensaciones que allí se sienten, pero sería largo y cansino: así que ahí os dejo esta breve pincelada a cuenta.
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LAS MÁQUINAS OBSOLETAS DE MATO, mitad cuento. Esto destar gordo sestá poniendo mu feo. Qué cosa me dio el sábado pasado cuando, en un hospital universitario, a donde tuve que ir a que me hicieran una resonancia magnética, el señor que tenía delante fue desechado de la prueba “porque la máquina, ques vieja, no puede con usté”, según dijo la enfermera y “lo que tenga que decir, en Atención al Cliente, por favor”, le remató. Por lo visto -el hombre pesaba 105 kilos desnudo- la jodía máquina tenía muy mala boca y no pasaba una: “¡ sólo de cien pabajo!”, y si no era así se le paraba el motor y no había nada que hacer. Al principio el señor debió asumirlo con educado estoicismo, según me contaron después los pacientes que esperaban, porque yo -que era el siguiente- ya estaba amortajado y ocupando mi sitio en aquel insufrible ataúd anegado de golpes y traqueteos. Todo pasó mu rápido. A pesar de los auriculares antirruido de los que me proveyeron, escuché un estruendoso golpe, a continuación el grito de la enfermera y luego percibí el parón total de la máquina. Parece ser que el hombre, después de rumiar el oprobio al que se vio sometido solo por el hecho de estar gordo, levantó amenazante los brazos mirando el techo, soltó un “¡¡¡¡¡me cago en dios!!!!!” que debió oírse hasta en lo más recóndito del hospital y a continuación descargó un brutal puñetazo en la puerta de “Resonancias” que dejó con un agujero así de grande: ese es el golpe que más me alarmó de todos, estando como estaba yacente en mi sepulcro. Claro, la enfermera se asustó: soltó los bártulos, salió de la sala y se puso a gritar desquiciada en medio de la planta semivacía a donde acudimos cuatro gatos en la mañana del citado sábado. Y yo, como un gilipollas, dando a la pera aquella para que me auxiliaran, para que me sacaran del nicho, y como si nada: se habían olvidado de mí, sencillamente. Escuchaba el runrún de la gente, la llantina de la enfermera y, la verdad, me parecía ridículo pedir socorro o algo así, pero es que algo tenía que hacer porque, ni pera ni leches, a mi no me escuchaba ni dios y la angustia me ahogaba. En esto que se hizo el silencio, sólo percibía algunos ayes y una conversación entre varias personas, lo intuí en seguida: eran los de Prosegur persuadiendo al gordo de que les acompañara. Y no me confundí, uno de ellos se adentró en la sala entablando una cháchara consoladora con la enfermera que se había olvidado de mí, quizá fueran segundos pero me parecieron una eternidad y,
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callado como un gilipollas, intenté en vano llamar la atención moviendo los dedos de los pies que estaban, creo, fuera de la sepultura, pero ni flores. Y fue entonces cuando grité con todas mis fuerzas: ¡¡¡SÁQUENME DE AQUÍ, COÑO!!! Sentí un revuelo de cuerpos y los pies de la enfermera que se acercaba resuelta a rescatarme; la mujer, deshaciéndose en perdones, me recompuso con mimo el sudario con el que creí morirme: y una vez secado el sudor del que te impregnan las pesadillas, me vine corriendo a casa. Muy buenos sueños tengáis.
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LAS PENSIONES EN LA ÉPOCA DEL DIFUNTO. (Vivencias y sensaciones de un hombre vulgar), 2ª edición, 2ª parte y final. Y yo, que no me atrevía ni a tutearla, busqué justificantes infantiles para escabullirme de mi intermitente timidez balbuceando algo inconexo sobre la inmunda pensión. Qué hacer, y qué decir, se preguntaban mis dieciocho años cuando, buscando también ella razones para su soledad, me confesó que su sueldo de Almacenes Arias lo dividía “entre el giro postal que es sagrao cada mes, pa que coma mi niño (porque yo tengo una criatura sin padre en mi pueblo), el pago de la pensión ésta y lo que mecho encima mío, ques mu poco”. (Contraponiendo esta bondad a la fría y calculadora actuación del personaje que dibujaba la novela de Darío Fernández Flórez, el alma se te encoge y concluyes en que no es lo mismo putear por codicia que ejercerlo por necesidad: y aquí me vienen a la memoria las sublimes redondillas de mi admiradísima Sor Juana Inés de la Cruz) Y a continuación me acribilló, -Y te digo más, que te llevo mirando dos meses de reojo sin que me digas ni mú: ¡Yo tengo coño p’hacer una partición más de mi sueldo y llevarte a un piso fuera de aquí! ¿Mentiendes? Y aquello me acojonó, me amedrantó hasta el paroxismo: el sol de la mañana anegó de luz la habitación, luego de que aquella noche terminase de tal forma y manera que no pueda describirse aquí. La pensión aquella, y todas las de la época, era un escenario en el que los hechos y ocurrencias que acaecían o se suscitaban, alumbraban un universo transparente en demasía que no daba sitio al recogimiento; todo se manifestaba, todo se comentaba, todo se sabía y lo que no, se intuía: y hasta los apartijos de precaria intimidad que pretendían ser las habitaciones, eran escudriñados por el Gran Hermano que representaba aquella mujer arpía que regentaba el negocio. La misma que, en plena comida del mediodía siguiente, con los ocho huéspedes cuchareando en los platos, se presentó en el comedor y con una mano enjarretada en la cadera y la otra señalándonos inmisericorde, sentenció: -TÚ Y TÚ, TERMINANDO DE COMER, PAGÁIS, COGÉIS LOS BÁRTULOS Y OS DAIS EL TOLI…., ¡QUE EN ESTA CASA DECENTE NO CABEN NI CHULOS NI PUTAS NI MARICONES! Esta afrenta pública, encajada en el más elocuente de los silencios, hizo que ella –envuelta en un llanto escandaloso- se perdiera para siempre; y yo aguanté el tirón, pero por muy poco más, pues –sin despedirme- perdoné el postre.
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LLAMANDO A OTRA PUERTA, esta vez jabeña. A mi modo de ver, la Etnografía como rama de la Antropología (como ciencia auxiliar de la Historia), está desaprovechada en el mundo de la enseñanza como una nueva Didáctica para despertar en los niños y adolescentes la curiosidad por saber cómo vivieron las generaciones que les precedieron: un espacio de exposición etnográfica sería una manera entretenida de aprender disfrutando, de comprender cómo llegamos a ser lo que somos al observar y razonar cómo fueron nuestros ancestros y, en el mundo de las sensaciones, sería como erigir un monumento a los que -siendo nuestros- ya no están, a esa gente sencilla que con su callado esfuerzo nos dejó un mundo bastante mejor del que encontraron. Porque un héroe, se puede forjar en un instante pero un hombre íntegro, sencillo y cabal, necesita de toda una vida para dejar su impronta: un espacio jabeño que los recordase sería una muestra de cariño hacia ellos. Ese continente puede ubicarse en cualesquiera de los espacios libres que tiene el Ayuntamiento, el coste de mantenimiento se reduciría a los trabajos de limpieza, su custodia lo podría atender un becario o el propio bibliotecario y el contenido correría a cargo de la generosidad jabeña: todos los cachivaches inservibles en los doblaos, donados o prestados temporalmente……., ¡AL ETNOGRÁFICO! Quién sabe hoy día lo que son las agujas de los tapiales; quién recuerda el porrillo de los machaquines; no sé quién podría explicar qué es un macho pilón; a ver quién nos aclara para qué se utilizaba el corvillo; quién del pueblo podría manufacturar un garlito de juncia; qué función tenía el trío de eslabón, yesca y pedernal; y echándole humor: estudiantes questudiáis en libros asín de gordos, ¿por qué los mulos cagan cuadrao teniendo el culo reondo? En fin, conocer estas cosas despertaría las ansias de saber del jabeñerío actual, le harían preguntar, divertirse, reconocer y aumentar el acervo cultural jabeño (¡SÍ, ESTO ES CULTURA!), mostrar agradecimiento y mantener en nuestra memoria el esfuerzo y las costumbres de nuestros antepasados. Fotografías antiguas, utensilios de labranza, herramientas antiguas de todos los artesanos, un caballito de cartón u otro juguete cualquiera, una enciclopedia antigua, una papeleta de pan de don Isidoro Blázquez, un reclinatorio de la iglesia, el portabulto de una “Supercil”, los fusiles de madera que había en la Hermandad, jejeje, la “HispanoOlivetti” que tecleaba don Victoriano Reyes, la bacía de latón para “bañar” del maestro Ricardo, la “plomá” de “Plomache”, el sombrero del guarda de la “Babaza”….., tantas cosas. Todo ello resucitaría el jabeñerío que ya es historia, y la Historia misma.
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MOMENTOS QUE NOS ROBÓ EL DIFUNTO (Reed.) (Sexto Mandamiento) Por explicártelo, jejeje, me pregunto quién no quiere viajar a su adolescencia para resarcirse de todo lo que uno, por hache o por be, dejó pendiente. Cuántos achuchones, caricias, palabras, besos, desahogos –de todo tipo- quedaron en simples deseos aparcados en los recovecos del corazón, y -ya hoy- cubiertos por las telarañas que teje el tiempo, los evocamos aunque sólo sea para que nos domicilien en los terrenos agridulces del abatimiento por altas dosis de melancolía: MELANCOLÍA, que no es otra cosa que esa desilusión constante en la que consiste la realidad. Pero, ¡fuera trabas!, nadie me impide viajar al pasado para soñar con lo que pudo haber sido y no fue. Así que, jejeje, prepárate…. ¡¡¡QUE NOS VAMOS DE GUATEQUE!!! Y en este viaje quiero llevarte a ti, porque es una segunda oportunidad que nos damos para recrearnos de una jodía vez en lo que deseábamos con todas nuestras fuerzas y no hicimos por aquello de parecer ñoñamente decentes. Y como los adolescentes sólo pensamos en bailar, acariciar, soñar y vivir: haz el favor de quitarme esos dos frenos de disco que son tus manos, que me impiden – compréndelo- pegarme a ti, qué digo pegarme, ¡fundirme contigo! hasta que emerja un tal Sabina y nos escriba una canción que nos lleve desnudos al desenfreno. Manda al carajo todas esas timoratas reprimendas de tu madre, el rictus amenazante de tu padre y las necedades premonitorias que escupen los púlpitos: ¡Relájate, por Dios, que quiero besarte! Pero besarte… hasta las entrañas, cubrirte entera de humedad hasta la grama misma que todas reserváis para no sé qué rito. Te lo ruego, no trates de que “corra el aire”, haz lo contrario a lo que te dicen, sé amoral, emplea la poca fuerza de tus brazos en apretarme hacia ti, coño, cambia el mundo y déjame inactivo por una vez: llévame tú, arrincóname, que debe ser como alcanzar la gloria.
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OFICIOS EXTINGUIDOS. Uno de los oficios más duros que el hombre haya podido ejercer es el de partir piedras: nuestro pueblo fue el campeón de esta dura disciplina. En Cáceres, les llamaban picapedreros (no confundir con canteros); en otros lugares, machacadores; y en La Haba, siempre fueron los MACHAQUINES: estoy convencido de que si hubiera sido un deporte reglado, los extremeños de la Serena habríamos sido campeones olímpicos. Desde que el sol salía y hasta el anochecer, el machaquín permanecía de pie, encorvado, con el porrillo de acero envarado en fresno en sus manos, cuando no la maza, para quebrar las durísimas piedras a base de golpes que debían percutir, inteligentemente, en el punto más apropiado. Antes del nacimiento del asfalto, las entrañas de los caminos y carreteras extremeños, los firmes y las calzadas por donde ruedan los neumáticos de los cómodos coches que conducen muchos niñatos de hoy, están regadas y compactadas con el anónimo y generoso sudor de nuestros machaquines. Las carreteras y caminos, desde los romanos hasta hoy, se han hecho siempre de la misma manera: se excava una caja profunda en la tierra, se la rellena de piedras, zahorras, arena y otros áridos, se compacta, se riega, se vuelve a compactar, se vuelve a regar, se repite varias veces el proceso y ya está. Bien, pero la piedra que se extraía de las canteras (no graníticas) tenía distintos grosores, digamos que entre 25 y 75 cm. de diámetro, y para que pudiera ser compactada a satisfacción necesitaba trocearse en partes más pequeñas –lo más homogéneas posible- no más allá de los 7 u 8 cm. de diámetro: esta reducción, de piedra grande a macadam (o macadán), es el trabajo que hacían nuestros sufridos machaquines antes de que aparecieran las máquinas. Sus servicios eran solicitados por todas las empresas del gremio a sabiendas de que eran los mejores en su oficio. Era una tarea tan dura que se retribuía con mucho más dinero que cualquiera otra desempeñada por braceros, se necesitaba mucha fuerza física pero no exenta de inteligente destreza; solían viajar en bicicleta recorriendo a veces más de cincuenta kilómetros diarios para dormir bajo techo, y cuando esto no era posible, o el cansancio les abatía, solían hacerlo bajo las estrellas a pie de tajo, al abrigo de alguna encina y teniendo por cama una mísera saca rellena de bálago: era mu épico todo aquello.
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Todos están muertos, pero mapetece mucho nominar algunos dellos para que, remembrándolos, sigan vivos en nuestra memoria: Delfín (o la bondad hecha hombre); José “El Tumbao” (vivía en la calle de la Perra, tres hijas preciosas); Juan Ramón (Padre de Antonio “Pincharrata”, luchador y poeta), Chichi, (uno de los cuatro maridos oficiales que tuvo la Romualda, quien –además- tuvo varios amantes, ¡qué peazo de mujer!); Alfonso (un campeón, casado con un familiar de la modista Ascensión, la “Cocó Chanel” jabeña); José “El Feo”, marido de la Fermina, hermano del municipal Gregorio y cuñado de Fray Fermín; José “El Guardia” (¡coño!, este está vivo), “El Colorao” (fuerte como las varas de fresno, noble testarón, emigrante palemania); Y recuerdo sobre todo a uno muy bajito, rubio, de ojos mu azules, muy risueño, que era el más fuerte de todos: ¡qué güevos tenía aquel tío!, seguía machacando y machacando con la luz de las estrellas porque tenía una prole que alimentar y nunca se conformó con el sueldo base. Era incansable, lástima que no pueda escribir su nombre. Hay una pregunta jabeña pa saludar: “¿Cómo va la cosa”?, a la que se suele responder: “Ahí vamos, MACHACANDO! Yo estuve allí para verlos, era el más joven, fui el pinche de verano. ¡¡¡GLORIA ETERNA PA NUESTROS MACHAQUINES!!!
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“QUIERO TANTO A MI PATRIA QUE LA VOY A PONER UN PISO”, en el día de la Hispanidad. (Por eso de “España patria querida”), Perich. Mu buenas noches a todos mis conocidos del Féisbuc en general, a la cincuentena de amigos que en él mantengo en particular y especialmente un abrazo, lleno de afecto y cariño, PANgustias y Pepa del Forcallo que han tenido la atención describir en mi muro durante mi ausencia, gracias. Me abrazo a todos -cada día encuentro más gozo en hacerlo- y os mando mucho afecto envuelto en animoso optimismo luego desta ausencia “sin red” en la que me he movido mucho para resarcirme del letargo y acuartelamiento anteriores. Y hablando de cuarteles: en el día de la Patria, que a mí nada memociona, quiero trasladaros el concepto que della tengo y que quizá no coincida con el vuestro. “LA PATRIA, sin orden. Mi patria es el granito, Sudor. Aquella inmensa Laguna, Infancia. Un puesto de chucherías, Nostalgia. Una sobria y recia encina, Calor. Mi patria es el pan de jara, Olores. Un cielo lleno de estrellas, La era. La perdiz muerta de un tiro, Pena. Un guateque clandestino, Amores. La Guardia Civil a caballo, La leña, Un autobús hacia el Norte, El desgarro, Una zahúrda en invierno, El barro, Un lagarto así de grande, Una peña. Unos ladridos nocturnos, El miedo. Una tormenta en la sierra,
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El granizo. La cabaña que no tuve, El cobijo. Lo que tú me prometiste, Un sueño. Mi patria es…., sólo eso.”
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RECUERDOS DE BARRO. La tinaja grande, esa vasija que sosiega, nacida adulta y obesa, fresca, de labios gruesos, amiga de rincones y oscuridades, vertedero de cántaros y cantarillas, fuente para relleno de barriles y botijos: esa hermosura cóncavo convexa que era la despensa de agua u otros fluidos, Cirilo la dejaba expuesta allá arriba, en su casa-taller del Cerro. Porque en La Haba nunca hubo artesanos del barro, era Magacela quien nos proveía de entrañables alfareros como Cirilo: un artista de porte aristocrático quien todos los jueves bajaba desde el cerro a vendernos sus trabajos. Lo recuerdo con su bonachona burra parda en la que -aparejada con una gran aguadera de cuatro jaques y adornada con tintineantes cascabeles en toda su jáquima- mostraba, como en un escaparate móvil, vasijas de todo tipo: cántaros, cantarillas, botijos de labrador, barriles domésticos, barreños, ollas, cacerolas, jarras, macetas y alguna tinajilla de muestra. Entre la “popi”, primero y el frigorífico, después, dieron al traste con la vida de búcaros, cántaros y tinajas. Quedaron vivas las hermosas macetas de barro de bello color rojo arcilloso, esos tiestos que con frondosas y verdeantes pilistras, aureolas y helechos amenizan todavía las aburridas procesiones jabeñas, pero que también están amenazados de muerte por el reino del maldito plástico. Ojalá que los trabajos artísticos en barro permitan que no se extinga del todo este tradicional oficio sereno. Hoy, Cirilo el alfarero, ¿sería un parado más? Cosa penosa.
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REEDITO DEL FORO ANTERIOR UNAS ÑOÑAS SENSACIONES MUSICALES. Pueden pasar los años, cambiar los regímenes políticos, sucederse el amor y el desamor, vivir una crisis y superarla, convivir con la enfermedad, observar cómo engordas y cómo tu carne apretada y tersa se torna ajada y se arruga, pasar de ser hijo a ser padre cuando no abuelo-, toda esta metamorfosis y mucho más no puede mermar la capacidad que tiene el ser humano de enardecerse al escuchar una canción -aquella canción- de tu juventud. Yo no he perdido un ápice de mi capacidad para excitarme e inflamar mis sensaciones y sentimientos cuando –en soledad elegida- disfruto de canciones tan sencillas como “Un sorbito de Champán”, “Noches de blanco satén”, “La Casa del Sol Naciente”, “Noche de relámpagos”, “Nila”, “Lola”, “Puente sobre aguas turbulentas”, “Cuando un hombre ama a una mujer”, “Yesterday”, y la mejor: “Let it be”….. Ya sé, ya sé: “Moreno y su nostalgia”, pero es que no lo puedo remediar. Porque cuando estas cosas las tocaban “Los Players”, y no del todo bien por cierto, bastaba para que corazones como el suyo y el mío se acelerasen hasta el desquicie. Pegar –sólo un pelín- tu mejilla a su mejilla amapolada era rozar el cielo; qué decir si tenías la percepción – quizá incierta- de que te apretaba tenuemente la mano como un guiño del incipiente amor que nacía: eso podía ser el acabose. Los corazones viejos como el mío que a su latir desenfrenado por el desgaste suman los latidos que añade la nostalgia, hay que cuidarlos para no morir de felicidad; porque no hay nada más sublime que observar cómo uno se enardece, indistintamente, con 16 o con 61 años: debe ser, jejeje, que sólo se invierte el número porque las sensaciones se niegan a reconocer la edad y permanecen intactas de por vida. ¡¡¡CUIDAO QUE ÉRAMOS PUUUROS, EH!!!
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SENTIDO Y VIVIDO EN PERSONA. (PANgustias). A su paso, la multitud le habría el camino; como una gran avenida de agua, como el caudal de un bravo río, sin fuerza que lo contuviera, este Hombre, con el pequeño séquito que le seguía, llegó como otras veces al mar de gente que bullía en la plaza de la Constitución de Aranjuez, mismamente en el ayuntamiento. En esta ocasión, porque no era la primera vez que oficiaba en este histórico lugar, accedió a ella por la calle del Gobernador y se dirigió con firmeza a una especie de jaima que –justo al lado de la escultura de Alfonso XII- otro grupo de incondicionales le tenía dispuesta. Unos decían que dentro de ella oraba; otros, los más escépticos, especulaban con que fuera un itinerante camerino: pero unos y otros -el gentío todo, mientras tantoaguardaban silenciosos como convocados al recogimiento por algo que no fuera de este mundo. De mediana estatura, de edad indefinible, con cabellos negros hasta los hombros y barba del mismo color aunque rala, este Hombre siempre impactó a los arancetanos que, cada vez más numerosos, le esperaban ojipláticos para ver con qué primicia les sorprendía. La primera vez que les cautivó lo hizo repartiendo pequeños relojes de arena que multiplicaban por dos el tiempo invertido en amar; y al otro día la noticia corrió como la pólvora: “¡es infalible, es milagroso!”, decían con voz radiante los jóvenes enamorados después de ajustar sus relojes convencionales. En otra ocasión, exhibió unos teléfonos hechos con madera de olivo- que, aparte de su función clásica, trasladaban olores entre los hablantes: yo, por azar, tuve el privilegio de acceder y utilizar uno de ellos, lo experimenté llamando a una amiga del Valle a la que pedí que zarandease la pringosa rama que tenía al lado…, y el olor inconfundible de la jara acompañó fugazmente a su voz: percibí la sensación tan efímera como nítida y no puedo ahora sino conmoverme al escribirlo; no me está dado narrar todo lo que sentí y ahora lo rememoro entre desconcertado y aturdido por la turbación que produce tener que aceptar lo irracional como evidente: confieso que olí a jara. MEDICAMENTOS, ¿para qué tanta oferta? (2/2) (B) El término inglés “contrails” puede traducirse por “estela o rastro”, esa que deja en los cielos el aire que expelen los motores de los aviones al condesarlo el frío de la alta atmósfera. Bien, esa estela, a veces está más baja de lo habitual, casi a ras de tierra, en vez de blanca es anaranjada y en ocasiones entrecortada en su trazado,
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como si entre un tramo y otro, en el trozo desdibujado, dejasen de funcionar los motores del aparato, que es cosa imposible, o bien mediara el tiempo necesario para cambiar un tanque o un envase de combustible: este fenómeno se conoce, siempre en inglés, con el vocablo “chemtrails”; estas estelas químicas están haciendo pensar al personal mosqueado que pudiera ser una siembra en nuestros cielos de venenos con virus, bacterias y asquerosidades que, entre otras cosas, infieren esta putada de gripe que me embarga a mí igual que a millones de españoles, y que además del sufrimiento que inflige nos rasca bien las faldriqueras para beneficio de las farmacéuticas. Pero lo que inquieta de verdad, es que la ONU – después de darse por aludida por medios de comunicación independientes- haya admitido que, efectivamente, se realizan ciertas “fumigaciones” aéreas en nuestros cielos pero que sólo tratan de frenar el calentamiento de los polos terrestres, (¿PERO SIEMPRE EN PAÍSES SUDAMERICANOS Y, POR SUPUESTO, EN ESPAÑA?, jejeje), ya veremos: ¡a ver si vamos a tener “Colza-2”! (C) Es evidente que la medicina alternativa de procedencia natural no puede ser patentada. Y es por ello que las farmacéuticas tienden a la bioquímica y persuaden a los gobiernos dúctiles de establecer la Ley de Patentes, para que durante 15 años desde la autorización del fármaco, la marca sea de la entera exclusividad de la farmacéutica productora, esto es, darle tiempo para forrase: aunque luego pase como con la talidomida o los parches transdérmicos (THS): transcurridos los 15 años de franquicia, nuevos estudios y las pertinaces estadísticas constataron las horribles consecuencias que causaron en muchas mujeres: alumbramientos de fetos deformes, la primera y un alarmante incremento de infartos, ictus y cánceres de mama, los segundos. En fin, que no veo yo a la pijaaparte de la Mato empitonando a una multinacional. (Disculpas pido por la extensión de lo escrito, y las hago extensivas a los profesionales de la cosa por lo que, profano uno, haya podido errar en los términos técnicos y to eso).
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SOROLLA Y LA DANZA. Milton Huntington, hombre rico y mu generoso, creador de la Hispanic Society de Nueva York, encargó a Sorolla en 1911 una serie de cuadros que recogiera la idiosincrasia de los distintos pueblos españoles; el pintor acabó su trabajo en 1919 y no pudo asistir a su inauguración (1921) por lamentables problemas de papeleo (¡Ay, Larra!), y murió en 1923 sin conocer su exclusiva sala neoyorquina, una joía pena. Fruto dese trabajo, el valenciano alumbró -entre otros14 cuadros (algunos a escala 1/1, verdaderos murales que suman 210 m/2 de pintura) que pudimos disfrutar en 2008 en ciertas ciudades españolas antes de que retornasen, para siempre jamás, a la ciudad americana. Entre ellos, está el que ofrece esta ilustración: un óleo sobre lienzo titulado “El Baile”, dedicado a Sevilla. Ya en 2013, Antonio Najarro, director del BNE, estrenó el 12 de junio en el Matadero de Madrid, su apuesta artística inspirada en la colección “Visión de España” para preservar la cultura dancística española: con su gran éxito, que aluego he tenido la fortuna de contemplar el reciente 27-4-14, el coreógrafo quiso celebrar el 35 aniversario de la creación de nuestro Ballet Nacional y el 150 aniversario del nacimiento de Joaquín Sorolla, de cuyos cuadros extrajo para su puesta en escena la fresca luz y el movimiento que lo caracterizan universalmente. A la derecha sos pongo una extraordinaria fotografía de la que no puedo citar su autor por desconocerlo, aunque tiene rasgos del fotógrafo leonés Jesús Vallinas: retrata a la perfección el movimiento y la vestimenta de bailarines del Ballet Nacional de España inspirado en Sorolla.
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UN GALLO JABEÑO. Dicen que los gallos no tienen manos porque las gallinas no tienen tetas, pero con reflexión propia concluyo en que carecen dellas porque aborrecen la caricia, así pues, el polvo de un gallo es de un apresuramiento y de una brevedad pasmosos. Aunque mi amigo Waldito me llevó al campo para demostrarme con qué poco puede vivir el hombre cuando ejerce dermitaño, desde que llegué a la huerta de “Ríchar”, lo que me llamó poderosamente latención, lo que me abstrajo, fue la estampa arrogante del gallo. Rey de una nidada de siete u ocho gallinas, más sumisas que promiscuas, el gallo -majestuoso- parecía un general romano vestido con sus mejores galas. Con afilados y potentes espolones se paseaba altivo por al jaulón como subrayando la rígida jerarquía por él impuesta y, luego de ejercer violentamente de macho, agitando sus vigorosas alas, entonó un nítido ¡KIKIRIKÍIIII! que me pareció un desafío para el que osara pisar su territorio, algo así como “¡Ki-kiri-kí!, el que tenga güevos que se meta aquí”. Y en seguida, esto es acongojonante, se dispuso al segundo asalto: esta vez -la gallina debía ser menos sumisa- inició un arrumaco consistente en arrastrar su ala derecha por el suelo, bailó en círculo y recobrando su vigorosa altivez se encaramó en la gallina y la polveó en un santiamén mientras que la desplumaba parte del pescuezo. Waldito seguía sumando los euros que se ahorraba “Ríchar" explotando su huerta, pero yo estaba expectante para observar qué estrategia pondría en marcha el gallo que ahora parecía inclinarse por una gallina americana así de pequeñita. En esta ocasión fue el engaño, se las valió con su cacareo para meter a todo el gallinero bajo el cobertizo que hacía de nidal y refugio nocturno, picoteó indiferente donde se acumulaban más granos de trigo, y no permitió que saliera ninguna gallina hasta lograr que lo hiciera sola la americanita: y la polveó. -Entonces, Moreno -me dijo mi amigo Waldito-, ¿cuántos euros crees tú que ahorra “Richard” al día con el asunto de la huerta? -Unos veinte polvos –le contesté, por lo que veo ahora, un tanto ido. Observando la cresta rojísima de aquel gallo, las excrecencias de sus lóbulos bajo el robusto pico, el tono pardo de su pechuga, las azules y arqueadas plumas de su cola, sus recias patas grises y, las alas…., por dios, sus bellísimas alas doradas, escuché otro kikirirí: Elegante, lleno de orgullo, tenso y victorioso, el jodío gallo tenía gana de más pelea.
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VIAJAR EN MI TIEMPO LIBRE, o la inversión en el conocimiento de personas muy válidas. Quiero contaros, sencillamente, que he conocido al salesiano Alberto García-Verdugo Fernández –Sanguino. Tiene casi noventa años, ha leído muchísimo y no ha escrito casi nada; escucha hasta dejarte nervioso y vacío y cuando habla, rara vez, parece emitir brevísimas sentencias. Este sabio, que tiene la memoria como maldición, ha accedido a ayudarme para poner en pie y escribir sobre la apasionante vida de otro salesiano, el jabeño Manuel Lorenzo Pajuelo (La Haba, 1921). Manuel fue ayudante de molinero de adolescente, era semianalfabeto a los veintidós años, guardia civil después, y luego de romper su promesa de matrimonio con una jabeña se ordenó sacerdote en Roma, se licenció en Pedagogía en Madrid, luego en Filosofía, y aprovechando el lado más dulce y social del Régimen colaboró con los ministros Girón de Velasco y Romeo Gorría en el Ministerio de Trabajo del Difunto; fue pionero en la organización de las Universidades Laborales. Rector de las de Alcalá y Sevilla y antes de la de Zamora, abandonaría primero la organización salesiana en cuya cúspide estaba instalado y, luego de secularizarse, se casó con una mujer de lo que se suele llamar “la nobleza”, la misma con la que todavía convive: sí, Manuel está vivo pero el terrible Alzheimer nos ha privado de disfrutar conversando en su casa de Pontevedra. ¿No creéis de interés contar la vida de este jabeño? Pues bien, no siendo posible conversar con él (y bien que lo he intentado), lo he hecho en Zamora con el citado padre Alberto GarcíaVerdugo, su fiel colaborador, su “segundo”, el que también fuera rector en esa ciudad. El mismo del que hoy sólo quiero trasladar-literalmenteel breve epílogo de nuestra primera y larguísima conversación donde me reconviene sabiamente, de esta guisa: -Yo, padre, pienso que esta vida es mucho más injusta para los que no creemos. -Ya. -También pienso que las religiones, todas, se desgañitan torpemente en proclamarse como únicas verdaderas, prometiendo la felicidad en otro mundo pero siendo ajenas, indiferentes -si no promotoras- del mucho sufrimiento que hay en este. -Ya. -Creo que padecen un exceso de proclamas, de letanías, de prohibiciones, de leyes, de tablas y mandamientos. -Ya. -Perdóneme, padre, a mí me guía una religión con un solo
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mandamiento que se resume en dos palabras: “NO DAÑAR”. -Redúcela a una sola palabra, Moreno: “AMA”. Este hombre me ha dejado KO.
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..Y TODO LLEGA. En una urna de cartón así de pequeña, han cabido los cuatro archiperres que he sacado del despacho. Ha sido como transportar a casa mis propias cenizas laborales, los rescoldos de una lumbre atizada con intensidad durante casi cincuenta años: ¡ME HE JUBILADO! Un diccionario de la lengua española en su decimonovena edición de 1970; un ejemplar de “El arte de la guerra”, Sun Tzu, s. IV a.C.; “El príncipe”, Maquiavelo, 1513; El Nuevo Testamento, undécima edición de AFEBE en 1965, texto que se me ha roto de tanto usarlo; una fotografía del Teatro romano de Mérida hecha en 1912; dos retratos de familia, de cuando éramos más jóvenes aún; una pluma “Monblanc”, preciosa; y una póliza de cinco pesetas con la que se timbraban aquellas instancias escritas para dirigirse a no sabe usted con quién está hablando: es todo lo que he salvado de ese naufragio de sensaciones en que se convierte toda jubilación. Esta hermosa aventura de lo laboral -atemperada por los cuatro textos citados- se me ha pasado en un pispás, en un santiamén, y si tuviera que extraer tres conclusiones, tres cosas aprendidas, diría: -Que hay que tirar de la dignidad (que tranquiliza la conciencia) para regular el orgullo (que trabaja el qué dirán): hasta conseguir que tengamos y mostremos respeto por sí mismo, sin humillarnos ni tolerar que nos humillen. -Que ante la deshumanización de la Empresa, el trabajador mostrará siempre desafecto en su tarea: y esto aboca a la pobreza material y espiritual. -Que negar trabajo a alguien que quiera o necesite trabajar, es un crimen que debería estar penado. He tenido la gran suerte de ser rico en trabajo, desde niño: he transitado desde las zahúrdas de los cochinos jabeños al oropel y la moqueta de los despachos del Foro: y no me importaría hacer el viaje al revés, ahora que quiero vivir. Dicho lo cual, ha amanecido viernes y, luego de amainar el viento de anoche, ha resultado un día espléndido porque estaba escrito que hoy yo tenía que cumplir años y disfrutar dello: lástima que la lluvia esquive los campos y las ciudades, porque es necesario que llueva ya a cántaros. (Hoy he pedido que me retrataran y he salido asín: quería cambiar mi perfil por cambiar de vida, y quedar constancia de questoy mu vivo justo en el día que dejo los trastos, no vaya a ser que mañana -ya jubilado- me dé un ataque de vejez súbita y marrugue como un jigo de Almoharín).
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Esperando haya sido del agrado del
escritor y de los lectores, hasta el próximo trabajo.
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