DIRECTORIO Dr. José Alfonso Esparza Ortiz Rector Dr. José Jaime Vázquez López Secretario General Mtro. José Carlos Bernal Suárez Director de Comunicación Institucional Pedro Ángel Palou Miguel Maldonado Directores Diana Isabel Jaramillo Jefa de redacción Consejo editorial Rafael Argullol, Jorge David Cortés, Luis Paolo de Lima
García Montero, Fritz Glockner, Michel Maffesoli, José Mejía Lira, Francisco Martín
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Moreno, Edgar Morin, Ignacio Padilla (g), Alejandro Palma Castro, Eduardo Antonio
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U N I D I V E R S I DA D REVISTA DE PENSAMIENTO Y CULTURA DE LA BUAP, Año 8, No. 31, abril - junio de 2018, es una difusión periódica trimestral editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Con domicilio en 4 Sur No. 104 Colonia Centro, Puebla Pue., C.P. 72000, teléfono (222) 2 295500, Ext. 5270 www.unidiversidad.com.mx, Editor Responsable: Dr. Pedro Ángel Palou García. pedropalou@me.com, Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2017- 060715570200-203, ISSN: (en trámite). Ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor de la Secretaría de Cultura. Responsable de la última actualización de este número, La Dirección de Comunicación Institucional de la BUAP, Dr. Miguel Ángel Pérez Maldonado, domicilio en 4 Sur No. 303 Colonia Centro, Puebla Pue., C.P. 72000, fecha de última modificación, enero de 2018. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
ÍNDICE 6 Una antología del hambre PAOLO DE LIMA
14 César Vallejo: dos poemas sobre tener hambre VÍCTOR VICH
24 La voz del hambre o del silencio ético en José Watanabe TANIA FAVELA BUSTILLO
30 El hambre en los tres tristes tigres: Eduardo Chirinos, Raúl Mendizábal y José Antonio Mazzotti GIANCARLA DI LAURA
37 Perú
Poemas del hambre JOSÉ MARÍA EGUREN: (38) “El duque” ABRAHAM VALDELOMAR: (38) “El hermano ausente en la cena de Pascua” CÉSAR VALLEJO: (39) “La cena miserable” /// (40) Trilce: XXXIX /// (41) “La rueda del hambriento” /// (42) “Solía escribir con su dedo grande en el aire” CARLOS OQUENDO DE AMAT: (43) “Comedor” MARTÍN ADÁN: (43) “Vi comer el jamón a un muchacho…” /// (43) “¡Y yo quiero mi amor” CÉSAR MORO: (44) “Un camino de tierra en medio de la tierra” EMILIO ADOLFO WESTPHALEN: (45) “Supermán” MANUEL SCORZA: (45) “Epístola a los poetas que vendrán” ALEJANDRO ROMUALDO: (47) “Primeras palabras” /// (47) “Los pobres también tienen sus castillos” JUAN GONZALO ROSE: (46) “Gastronomía” WÁSHINGTON DELGADO: (48) “¿Ya no traerá la hormiga pedacitos de pan al elefante encadenado?” SEBASTIÁN SALAZAR BONDY: (46) “Mendigo” JORGE EDUARDO EIELSON: (49) “Elegía blasfema para los que viven en el barrio de San Pedro y no tienen qué comer” CARLOS GERMÁN BELLI: (50) “Expansión sonora biliar” /// “La ración” JAVIER SOLOGUREN: (51) “A Vallejo agonista” BLANCA VARELA: (52) “Canto villano” JOSÉ MARÍA ARGUEDAS: (53) “Temblar” LEONCIO BUENO: (56) “A un buey” CÉSAR CALVO: (54) “Hoy hemos almorzado de memoria” JAVIER HERAUD: (55) “Hambre”
MARCO MARTOS: (56) “Casa nuestra” MARCIAL MOLINA RICHTER: (57) “Churmichasun” RODOLFO HINOSTROZA: (58) “Imitación de Propercio” ANTONIO CISNEROS: (63) “Entonces en las aguas de Conchán (verano 1978)” LUIS HERNÁNDEZ: (52) “Twiggy, la malpapeada” MIRKO LAUER: (64) “8. Me trago mi propio bozal” JOSÉ WATANABE: (65) “El pan” ABELARDO SÁNCHEZ LEÓN: (66) “Parábola del hijo pródigo” JORGE PIMENTEL: (67) “Un día de estos me van a comer las calles de Lima” /// (67) “Filamentos” ENRIQUE VERÁSTEGUI: (70) “Primer encuentro con Lezama” MARÍA EMILIA CORNEJO: (85) “Soy la muchacha mala de la historia” CARMEN OLLÉ: (69) “Escribir es buscarse en la sonrisa de la fotografía” CARLOS LÓPEZ DEGREGORI: (72) “Una mesa en la espesura del bosque” /// (72) “En la luna de estaño” MARIO MONTALBETTI: (74) “Para La Tempestad” OSWALDO CHANOVE: (71) “Canto” RÓGER SANTIVÁÑEZ: (76) “Martín Adán / Oda” /// (78) “Estudio de poesía” DALMACIA RUIZ-ROSAS: (79) “El más extraño amor” DOMINGO DE RAMOS: (86) “El perro hambriento solo tiene fe en la carne” RAÚL MENDIZÁBAL: (75) “Melocotón” EDUARDO CHIRINOS: (80) “Thanksgiving” JOSÉ ANTONIO MAZZOTTI: (81) “Cuismancu” /// (82) “Diuturnum Illud / Sueño profético de Wanka Willka” MAGDALENA CHOCANO: (73) “Esta noche pertenece a la hueste” ROSSELLA DI PAOLO: “(92) Preparación del día (Ab ovo)” /// “Jaculatoria” JORGE FRISANCHO: (94) “Plato vacío (algo está obligándonos a recomenzar)” ALEJANDRO SUSTI: (93) “Dientes” /// (93) “xxx-Large” REYNALDO JIMÉNEZ: (96) “Llevé la oblicua del hambre con humo” CARLOS OLIVA: (96) “Sobre la muerte” MIGUEL ILDEFONSO: (99) “Como mi habitación” /// (99) “El Editor” MONTSERRAT ÁLVAREZ: (97) “Poema” /// (97) “De nosotros decid” XAVIER ECHARRI: (98) “La esfinge” MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA: (98) “Arte culinario” ROXANA CRISÓLOGO: (100) “Me separo de mi hija sin mala conciencia” VICTORIA GUERRERO: (99) “Otra carta (al amable carnicero)” WILLY GÓMEZ MIGLIARO: (101) “Haber amado la vida gastronómica” /// (102) “El devoramiento interior” RAFAEL ESPINOSA: (102) “Ladies night” PAUL FORSYTH TESSEY: (103) “Constelación que ha nacido”
Fotografia: CĂŠsar Susano
una
antología del hambre en la poesía peruana del siglo xx Paolo de Lima*
El hambre no tendría sentido ni explicaría su existencia sin su significante ausente, la comida. En ese sentido, muchos de los poemas aquí incluidos aluden a distintas formas de alimento como paliativo de la carencia, antes que como celebración. Siendo el Perú uno de los destinos culinarios internacionales más reconocidos, y fuente de miles de variedades de papa y otros productos, la presente selección
nos de los poemas han sido publicados en el presente siglo. La antología empieza con el poeta simbolista José María Eguren, punto de inicio de la poesía moderna en el Perú con los poemarios Simbólicas (1911) y La canción de las figuras (1916), del primero de los cuales procede su poema “El duque”. Abraham Valdelomar, líder del grupo de autores aglutinados en torno a la revis-
se ofrece como corpus inicial de posibles estudios dentro de esta riquísima línea de investigación. Esta antología relativa al hambre en la poesía peruana del siglo xx está conformada por 71 poemas, de 56 poetas peruanos, aparecidos entre las décadas del diez y del noventa, si bien algu-
ta Colónida (1916), representa a su vez el periodo postmodernista, magníficamente expresado en su poema “El hermano ausente en la cena de Pascua”. Mientras que César Vallejo, el poeta más grande de todos, expresa la entrada plena de la poesía peruana a las vanguardias y el lenguaje universal. De este autor consideramos un poema por cada poemario, a sa-
* Poeta y crítico literario. Profesor en la Universidad de Lima y unmsm.
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ber: “La cena miserable”, de Los heraldos negros, de Trilce: “xxxix”, “La rueda del hambriento” de Poemas humanos y “Solía escribir con su dedo grande en el aire”, de España, aparta de mí este cáliz. Dos de estos poemas son analizados aquí por Víctor Vich en su ensayo respectivo. Carlos Oquendo de Amat con su único libro 5 metros de poemas (1927) ofreció uno de los poemarios de cuño vanguardista más originales de nuestro idioma, aquí representado por su poema “Comedor”. Martín Adán dio sus primeras muestras de originalidad con sus “antisonetos” (así denominados por el Amauta José Carlos Mariátegui) y sobre todo con su novela La casa de cartón (1928). Dos sonetos suyos, de Mi Darío, se incluyen en esta muestra: “Vi comer el jamón a un muchacho” y “¡Y yo quiero mi
contundente denuncia social. Un ejemplo paradigmático es su “Epístola a los poetas que vendrán” en la que señala nítidamente que “mientras alguien mire el pan con envidia, / el trigo no podrá dormir”. Pero es Alejandro Romualdo el “poeta social” por antonomasia del Perú. Así por ejemplo, en su poema “Primeras palabras” expresa: “Tengo hambre y sed / de justicia. // Estoy sediento, hambriento / de esperanzas”. Y en “Los pobres también tienen sus castillos”, Romualdo añade a su título que esos castillos de pobres se encuentran “en el hambre”. En un espectro un tanto más fronterizo tenemos a otros tres poetas de esta generación: Juan Gonzalo Rose, quien en “Gastronomía” explica detalladamente la manera de “comerse a un hombre en el Perú”; Wáshington Delgado, cuyo poema “¿Ya no traerá la hormiga pedacitos de pan
“¿Ya no traerá la hormiga pedacitos d amor”. La poesía peruana llega a los años treinta con César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, dos poetas de estirpe surrealista y amigos entrañables. Del primero se incluye: “Un camino de tierra en medio de la tierra”, y del segundo: “Supermán”, en el que describe un acto antropófago. Es a partir de los años cincuenta que se empieza a hablar en el Perú de las generaciones poéticas, que en teoría irían apareciendo por décadas a lo largo del siglo
al elefante encadenado?” retoma un verso de Vallejo y en el que con carga irónica repasa el mundo desde la ex Unión Soviética desmontada por Mijail Gorbachov, pasando por Estados Unidos, Francia, Suecia, Alemania, Israel, Arabia, Sudáfrica, las dos Coreas, Haití, Colombia, etc, para señalar que “en el Perú, las madres / son apaleadas diariamente / por pedir un poco de leche / para sus hijos pequeños”. El tercer poeta, Sebastián Salazar Bondy (de cuyo ensayo “Lima, la horrible” todos sabemos) en su
xx. La del cincuenta estuvo marcada por la división entre “pura” y “social”, entonces en boga y realmente demarcadora. Si bien esta línea hoy está superada, podemos considerar entre los “sociales” a Manuel Scorza, célebre por su pentalogía novelística La guerra silenciosa, quien empezó su escritura literaria con poemas que mezclaban acertadamente el tono lírico con la
poema “Mendigo” expresa una autocrítica al señalar “qué bien sabemos encubrir el caviar o su imitación cortesana”. Finalmente, dentro de esta misma generación, tenemos a cuatro poetas más que han solido estar asociados con la corriente “pura”. El título del poema de Jorge Eduardo Eielson es suficientemente elocuente: “Elegía blasfema para los que viven en el barrio de San
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Pedro y no tienen qué comer”. Carlos Germán Belli es autor de un título tan significativo como En alabanza del bolo alimenticio, y aquí lo apreciamos a través de su onomatopéyicamente magistral “Expansión sonora biliar” y con “La ración” y su denuncia contra “los crueles amos blancos del Perú”. Otro autor que dialoga con Vallejo es Javier Sologuren, quien en su poema “A Vallejo agonista” le rinde homenaje “con tu hambre feroz / de humanidad humana / de humana humanidad”. Mientras que Blanca Varela en “Canto villano”, frente a su “plato de pobre” reflexiona que “este hambre propio / existe / es la gana del alma / que es el cuerpo”. Más allá de cualquier ordenamiento generacional, José María Arguedas, junto con Vallejo el autor más importante aquí incluido, en su himno “Temblar” se dirige
devorar”. “Casa nuestra” de Marco Martos es un poema sobre la historia del Perú pensado sobre las consecuencias de la Conquista española, y que termina dando cuenta de la división nacional en la que: “ahora los vecinos, las visitas invitadas, / muertos de hambre, nos reclaman”. A los indios, los mistis, los ricos gamonales, “no nos dejan ni comer / ni andar, ni respirar” expresa en su poema “Churmichasun” Marcial Molina Richter, uno de los miembros más destacados del Círculo Literario Javier Heraud, fundado en 1964 en la ciudad andina de Ayacucho, es decir un año después del asesinato del poeta-guerrillero Heraud. En su poema más célebre, “Imitación de Propercio”, específicamente en su primer apartado, Rodolfo Hinostroza realiza un contundente alegato contra el poder, en
s de pan al elefante encadenado?” al pueblo andino y explotado para pedirle beber “la sangre áurea de la serpiente de dios”, “una hambrienta serpiente, / serpiente diosa, hijo del Sol, dorada”. En esa línea popular se encuentra notablemente Leoncio Bueno, poeta proletario, miembro del grupo Primero de mayo (fundado en 1956), quien en “A un buey”, a través de la metonimia, se rebela contra la esclavización y la “cada día más cruel y avariciosa / la impudente codicia del patrón”. La poesía de los años sesenta empie-
el cual expresa: “No conseguirás oh César / que yo me sienta particularmente culpable / por millones de gentes hambrientas”. Mientras que Antonio Cisneros en “Entonces en las aguas de Conchán (verano 1978)” da cuenta de una ballena muerta varada en las playas del sur de Lima, la cual servirá de alimento a “10,000 bocas”, dará techo “a 100 moradas” y “su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano”. Luis Hernández, muerto contra un tren en mar-
za con la sólida amistad entre César Calvo y Javier Heraud, ambos ganadores en 1960 del premio “El poeta joven del Perú”. En su poema: “Hoy hemos almorzado de memoria”, Calvo expresa que “hoy nos hemos comido para siempre las rosas”. Mientras que en su poema “Hambre” Heraud señala: “Me comía a mí mismo. Sí. A mí mismo. Pues intuía que me querían
cha, poeta suicida o poeta asesinado por la dictadura militar argentina, según las pesquisas del investigador al que consultemos, en su poema “Twiggy, la malpapeada” nos habla de la corrupción en “los tiempos / de los peces más feos, los más gordos”. Twiggy (“Ramita”, por sus delgadas piernas) era una famosa modelo inglesa de perfil anoréxico en los años
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Alfredo Márquez, Perú expedientes / Expediente Santiago.
sesenta. En jerga peruana, “malpapeada” quiere decir “mal alimentada”. Mirko Lauer escribe su poema “Me trago mi propio bozal” desde la perspectiva de un oso de circo que, entre Blutwurst, salchichas de Viena, cabanossi picantes, pastel de carne, queso de chancho, chicharrones o lonjas de mortadela Razetto, cae en la locura y mata al payaso del circo y lo que encuentra a su paso. Los años setenta están representados por nueve autores. Se trata de una década marcada por el año de 1968, que en el país fue el del inicio del gobierno nacionalista y militar de Juan Velasco Alvarado a través de un golpe de Estado dado el
pueblo de hambrunas”. En la misma línea intertextual bíblica se encuentra el poema “Parábola del hijo pródigo” de Abelardo Sánchez León. Dos poetas representativos del grupo Hora Zero (1970–1973), Jorge Pimentel y Enrique Verástegui, son incluidos también. Del primero se puede leer su poema explícitamente titulado “Un día de estos me van a comer las calles de Lima”, así como el vertiginosamente enumerativo “Filamentos”, dedicado “a los niños que se esconden para comer”. Por su parte, Verástegui en “Primer encuentro con Lezama” se describe como un individuo vigilado y controlado por su entorno mientras deambula “entre prostitutas y ladrones / que no logran ro-
3 de octubre, amén de experiencias internacionales como la matanza de Tlatelolco en la plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México el 2 de octubre o el Mayo francés. José Watanabe, cuyo poema “El pan” es analizado por la crítica Tania Favela Bustillo, retoma una escena bíblica del libro Reyes para hablar de su vida de niño junto a su madre “en un
barnos nada porque nada tenemos pero tenemos / hambre y comemos ciruelas”. Dos importantes poetas mujeres siguen a continuación: en su emblemático poema “Soy la muchacha mala de la historia”, María Emilia Cornejo nos dice ser la mujer que engaña día a día a su marido “por un miserable plato de lentejas”; y Carmen Ollé en “Escribir es buscarse en
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la sonrisa de la fotografía” evoca un día domingo de “pescados fritos” y “espinas lamidas”. Si bien tuvo un paso breve por el grupo La sagrada familia (1977–1979), la trayectoria poética de Carlos López Degregori ha sido más bien insular. Dos son sus poemas aquí incluidos: “Una mesa en la espesura del bosque” y “En la luna de estaño”, donde el poeta equipara su saciedad a la de su perra mientras en paralelo reflexiona por la sopa preparada por su madre. El poema de Mario Montalbetti “Para La Tempestad” es, entre otras cosas, un testimonio del poeta sobre los gustos pantagruélicos de uno de los presidentes más corruptos de la historia del Perú, el aprista Alan García Pérez, al encontrárselo en un elegante chifa ubicado en el turístico distrito de Miraflores en Lima. Miembro del arequipeño grupo Ómnibus (1977–1983), Oswaldo Chanove en “Canto” piensa en la importancia de la redención, quizá por la vía de “un trozo de carne / (sutilmente aderezado y con guarnición de legumbres hervidas)”. Los años ochenta son representados por once poetas. Se trata de la década del retorno de la democracia constitucional (luego de doce años de gobierno militar) como del inicio de la denominada guerra interna. En primer lugar, tenemos a tres miembros del grupo Kloaka (1982–1984). Del primero, Róger Santiváñez, se incluyen su “Martín Adán / Oda”, una caminata por el centro de Lima, “por la Plaza de Armas y el Bar Cordano”, y “Estudio de
antropofágica” junto con un nosotros colectivo, quizá una pareja u otros jóvenes en la misma situación de inestabilidad social que la poeta. Mientras que Domingo de Ramos es incluido con “El perro hambriento solo tiene fe en la carne”. Raúl Mendizábal, Eduardo Chirinos y José Antonio Mazzotti empezaron sus primeros pasos escriturales juntos, y se conformaron como el grupo autodenominado Los tres tristes tigres (1980–1981). Sus poemas aquí incluidos son analizados por Giancarla Di Laura. “Melocotón”, del primero, es un acto de amor al hijo recién nacido, una suerte de antropofagia de amor paternal. En “Thanksgiving”, Chirinos nos informa de esta fiesta norteamericana frente al lago Cayuga, uno de los once que conforman los lagos Finger en el norte de Nueva York, y en la que llegan “las buenas familias”, “blancos como los zorros del norte” y a los que el poeta ve “en sus rostros el hambre de siglos, la codicia / de los que nada tuvieron y anhelan conquistarlo todo”. El cacique “Cuismancu”, que da título al primero de los dos poemas de Mazzotti, emite precisamente un discurso contra dos tipos de invasiones de la costa central andina, el territorio del cacique Cuismancu en el valle de Lima. En primer lugar, los incas, como hombres codiciosos que desean conquistar el orbe entero y corren al personaje-narrador de las calles. El segundo tipo de hombres serán
poesía”, de cargado tono social, en donde el poeta escribe: “Porque digo esto ahora, en esta época / y me revuelvo en la cama sin hacer, agachado / para comer, los que sudan con pelo negro tomarán las armas”. Dalmacia Ruiz-Rosas, por su parte, sitúa su poema “El más extraño amor” en medio de una ciudad sitiada y bombardeada en la que camina en “vagancia
los conquistadores españoles, que llegarán con nuevas armas y tecnología para prolongar la dominación extranjera sobre el valle costeño. Ambas oleadas invasoras cambiarán las costumbres culinarias de Cuismancu y su grupo étnico; pero en el caso de la invasión española, el hambre será una de las consecuencias fatales. Finalmente, “Diuturnum Illud / Sueño pro-
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fético de Wanka Willka” se sitúa en un referente poético andino, alusivo específicamente a la región de Huancavelica, en la sierra central peruana, y en el que la voz poética se identifica con un personaje foráneo (el alter ego del poeta) que se sitúa como observador interactivo frente a una colectividad indígena. Dividido en tres secciones, en la primera se narra el encuentro del sujeto poético con una comunidad campesina, en la segunda se refiere a las condiciones de vida en dicha comunidad y al desamparo en que la población indígena vive, y la última constituye el sueño en sí, o su resultado, con la desarticulación de la comunidad campesina y el inicio de la guerra interna peruana. El acto de la antropofagia resulta sig-
amor erótico, expresa su deseo por ser olisqueada, masticada, tragada, deglutida “y siempre en tu ardentísima santa bosta / amén”. Tres autores más cierran la nómina de los surgidos en los años ochenta. Jorge Frisancho en “Plato vacío (algo está obligándonos a recomenzar)” realiza el acto de la escritura mientras reflexiona ante la ausencia de comida y la necesidad y obligación de volver a empezar un nuevo contrato social. Alejandro Susti en su poema “Dientes” ve que “el futuro es una boca disecada” mientras que “el hambre arrastra pieles en cada boca”. Y en “xxx-Large”, en una caminata a mediodía entre el Downtown y los suburbios estadounidenses, aprecia por igual “niños negros” limpiando parabrisas, adictos y jubilados, “hambrientas colas [que] se entusiasman por unas
nificativo en el poema “Esta noche pertenece a la hueste” de Magdalena Chocano. Se trata de un dios al que “todos nutren”, sabiamente según señala el poema, de carne humana. La poeta Rossella Di Paolo, por su parte, es incluida con dos poemas. En “Preparación del día (Ab ovo)” afirma “batir hasta tarde y engullir / sin prisa”, mientras que en “Jaculatoria”, poema de
lonjas de grasa o el lomo de una vaca sobrealimentada”. En “Llevé la oblicua del hambre con humo”, Reynaldo Jiménez, por último, es elocuente al señalar: “Juro / que sus bofes comía, su linfa la bebíntegra, su / leche tragué, llagué sus pensamientos, su hez”. La antología cierra con diez poetas surgidos en los años noventa. En primer tér-
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mino tenemos a dos miembros del grupo Neón (1990–1993). En “Sobre la muerte”, Carlos Oliva nos dice que “la realidad es una piedra en el desierto / con un hambre no saciado de tentación”. Mientras que Miguel Ildefonso en “Como mi habitación…” sentencia que “por eso hay guerras / y por eso mueren de hambre millones en el mundo por eso”; mientras que en “El Editor” nos dice que “la poesía se regala como el olor de una rosa /en la vereda de un mendigo / como el olor del hambre o de la vanidad / se regala al diablo y él lo vende”. Montserrat Álvarez es incluida con dos poemas de su poemario Zona dark (1991). En “Poema”, luego de saciar su hambre, reflexiona con absoluta lucidez “que el hambre del cuerpo es el hambre del alma / y que cuando a un hombre se le priva del pan, no / se le priva solamente del pan”. Mientras que en “De nosotros decid” habla a los ciudadanos e “historiadores del futuro”, desde un Perú en los años más crudos de la guerra interna a inicios de los años noventa, “que en la medianoche de la Plaza de Armas el / Hambre conversaba con Pizarro”. Por esos mismos años, Xavier Echarri en su poema “La esfinge” nos habla de “todos los seres / desnudos que se comen”. Desde una perspectiva sexista, “Arte culinario” de Martín Rodríguez-Gaona es una poética y una reflexión sobre el uso escrito de las palabras mientras su pareja, Éricka, “termina de preparar el almuerzo”. Al final,
mercado mientras resuenen las palabras de los comerciantes, “no comas ni bebas de nuestra mercancía”, si bien finalmente les mostrará, cual “presa”, su “cuerpo desollado”. De Willy Gómez Migliaro se incorporan los poemas “Haber amado la vida gastronómica”, donde señala que “al desgranar choclos cortar papas buscar azafrán / un país desaparece”. Y en “El devoramiento interior” nos cuenta la historia de una campesina violada y torturada por la “seguridad nacional” en una comisaría, ante tanto sufrimiento y adversidad, organiza “su última cena / Y el picaporte detrás de la puerta / Sonó despacito”. Los dos poemas finales de la antología incluyen a dos poetas representativos de la corriente neobarroca en el Perú: Rafael Espinosa y Paul Forsyth Tessey. En “Ladies night”, el primero claramente expresa: “Soy el que siempre tiene hambre”. Mientras que en “Constelación que ha nacido”, Forsyth nos relata “un cataclismo de dientes y hambres viscerales”: la muerte de Orfeo por parte de las Ménades, quienes como se sabe lo despedazan por rechazar el culto a Dionisio, dios del vino y los excesos, en favor de Apolo, dios del Sol. En todos estos poemas el hambre y las comidas rondan como tema recurrente. A este corpus habría que añadir más adelante las voces de las cerca de sesenta lenguas indígenas del territorio peruano,
el poeta expresa: “Espero que esta vez guisen bien / el pollo. / El otro día estuvo un poco crudo”. “Siento frío y hambre” expresa Roxana Crisólogo en su poema “Me separo de mi hija sin mala conciencia...”. Victoria Guerrero, por su parte, escribe una carta a un “amable carnicero” guiada por “el olor de la carne descompuesta” de un
donde circulan canciones y mitos sobre el origen de distintas comidas y las formas de prepararlas, muchas veces con lujo de detalle. Lamentablemente, ese ya es otro yantar, de muy distintos y riquísimos manjares, y esta mesa de papel nos resulta demasiado corta para incluirlos. Pero de todos modos, amigo lector, buen provecho.
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Imagen: CĂŠsar Susano
César Vallejo: dos poemas sobre tener hambre Víctor Vich*
César Vallejo es uno de los fundadores de la poesía contemporánea en América Latina y una figura decisiva en la literatura del siglo xx. Sus versos construyeron un lenguaje nuevo, una forma literaria distinta, pero además propusieron una representación muy potente de la historia humana. Impactado por el mensaje cristiano, por la revolución rusa y por el compromiso universalista que desató la defensa de la República española, la obra de Vallejo da testimonio del contacto con la verdad de la solidaridad humana. Su obra afirma una idea y propone un nuevo proyecto de sociedad.
la fractura de la condición humana pero, al mismo tiempo, sabe hacer algo con ella para terminar produciendo un discurso afirmativo. La suya es una poesía que fue escrita para remover al hombre, para sacarlo de su inercia cotidiana, para humanizarlo más allá de su humanidad habitual. En Vallejo, la poesía es un lugar para nombrar y convocar al “acontecimiento” como un momento de verdad, como un hecho que cambia la lógica de una situación presente. Un acontecimiento, al decir de Alain Badiou, es algo nuevo que emerge desde aquello que no estaba contabilizado
Siempre se ha afirmado que Vallejo es un poeta del dolor y del sufrimiento humano. Sin embargo, Vallejo no es un poeta triste ni depresivo. Es un poeta que acepta
por la hegemonía imperante; es algo que surge desde los agujeros de lo social para romper la inercia de la realidad (2013, 9). La poesía de Vallejo trae consigo un fuerte componente ético. ¿En qué consiste su ética? En los primeros poemas, se trata de la puesta en práctica del mensaje cristiano de servicio a los demás. Esta es una poesía que siente responsabilidad hacia lo
* Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú e investigador del Instituto de Estudios Peruanos (IEP); es autor entre otros libros de El caníbal es el otro. Violencia y cultura en el Perú contemporáneo (2002) y Poéticas del duelo. Ensayos sobre arte, memoria y violencia política en el Perú (2015).
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comunitario. Es el caso, por ejemplo, del famoso poema “La cena miserable”, cuya primera versión data de 1917. Se trata de un texto que fue escrito al menos doce o trece años antes de que Vallejo asumiera una visión marxista de la historia:
El punto es que Vallejo se pregunta por las causas de la injusticia social y su objetivo consiste en politizar ese sufrimiento más allá de una reflexión propiamente íntima. Este poema propone que el dolor humano sirve para repensar la sociedad y para observar su falla estructural. Los versos son muy claros al respecto: si hay dolor, es porque alguien ha hecho doler; si algunos no tienen nada, es porque otros se han apropiado de todo. A diferencia del famoso poema “Ágape”, donde la deuda era un acto gratuito, aquí el sufrimiento aparece como una forma de protesta social. Si con “Ágape” se hacía referencia a la cena de los primeros cristianos, aquí se intenta nombrar la desigualdad social como despojo. El poema nos sitúa ante una cena en la que ya no hay nada que comer. El poema constata un absurdo, hay que precisar que se trata de un absurdo político: una situación socialmente injusta. Por eso, la representación más importante se concentra en aquellos que no descansan de remar y en esos niños que van acumulando rencor por el hambre que tienen. Este es un poema que trae consigo mucha rabia y aquí la rabia parece ser un agente de la justicia y hasta del amor cristiano. En este poema, el amor consiste en identificarse con aquel grupo que está buscando justicia. Notemos la radicalidad del siguiente verso: “esperando lo que no se nos debe”. Notemos que la presencia del negativo es sustancial porque no se trata de espe-
Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo la cruz que nos alienta no detendrá sus remos. Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones por haber padecido… Ya nos hemos sentado mucho a la mesa, con la amargura de un niño que a media noche, llora de hambre, desvelado… Y cuándo nos veremos con los demás, al borde De una mañana eterna, desayunados todos. Hasta cuándo en este valle de lágrimas, a donde yo nunca dije que me trajeran. De codos, todo bañado en llanto, repito cabizbajo y vencido: hasta cuándo la cena durará… Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla, y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara de amarga esencia humana, la tumba… Y menos sabe ese oscuro hasta cuándo la cena durará! (Poesía completa, 55.)
Ricardo González Vigil (1988: 193) ha rastreado las influencias que podría contener este poema (un conjunto de alusiones bíblicas, un intersecto con “Los miserables” de Víctor Hugo, una resonancia ciceroniana que vendría de las “Catilinarias”) y ha notado cómo todo ello repercute en la solidez de su estructura y en la fuerza de un mensaje político, pero también epistémico:
rar “lo justo”, sino de esperar algo más, un exceso, algo que debería ser capaz de fundar un orden nuevo. Me explico mejor: al enfatizar: “lo que no se nos debe”, Vallejo está apuntando al “acontecimiento” como lugar que excede todas las reglas de lo simbólico, como acto que transforma el marco desde donde se define lo social, como aquello que se desborda en lo
Hasta cuándo esperaremos de un modo absurdo que la cena deje de ser miserable. Hasta cuándo demorará la muerte en llegar para acabar la pesadumbre de la vida. Hasta cuándo la duda (la cual viene a funcionar de raíz de la ironía blasfema del poema) nos brindará un escudo de armas que proteja nuestro desamparo, al no confiar ya en Dios (ni en la filosofía de Platón y Aristóteles) (González Vigil, 1988: 194).
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que está establecido y que, por lo mismo, siempre termina por salirse del orden social existente. Hemos dicho que el “acontecimiento” debe ser entendido como la emergencia de nuevas reglas en busca de una transformación radical (Žižek, 2014). Así, para este poema, la verdadera justicia tiene que ser una “justicia-otra”, una justicia radical que todavía no conocemos. Con coraje, el poema siempre apunta hacia algo excesivamente mayor:
dos de la cena, vale decir, de quienes sufren, día a día, las consecuencias de la dominación social. Se trata entonces de una posición que entiende la política como la asignación que tiene el presente hacia el futuro. Por eso, el poema concluye: Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla, y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara de amarga esencia humana, la tumba… Y menos sabe ese oscuro hasta cuándo la cena durará!
Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos.
En suma, el Vallejo de este poema observa que la sociedad es profundamente injusta
Notemos cómo se constata la presencia de la muerte de una manera particular. No se trata, exactamente, de ebriedad y
porque está mal organizada y, por eso, se enfoca en quienes se han quedado fuera del sistema. La imagen del desayuno nombra una tarea urgente. Es cierto que se trata de una imagen utópica, pero habría que decir que la utopía aquí es una tarea que no es enunciada desde el poder ni desde la comodidad, sino desde la perspectiva de quienes han sido despoja-
exceso. Nuevamente, se trata de la apropiación de lo que es colectivo. El poema vuelve a subrayar la causa de un mal. El movimiento de este personaje último es similar al movimiento de acercamiento y alejamiento de la cuchara en el acto de comer, pero aquí adquiere connotaciones malignas y hasta truculentas. Los versos resaltan, sin embargo, que a pesar de su
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poder, este personaje no tiene completo control sobre la vida: “Y menos sabe ese oscuro hasta cuándo la cena durará”. Digamos entonces que Vallejo entendió su poesía como un dispositivo que podría servir para transformar los sentidos comunes existentes. Desde ahí, la representación de lo marginal se fue volviendo más protagónica, se dio cuenta de que su incorporación generaba la posibilidad
de observar la crisis de la comunidad tal como se encontraba configurada. Vallejo se propuso escribir una poesía capaz de activar nuevas subjetivaciones políticas. Si sus poemas optaron por representar a las identidades excluidas, lo hicieron con el objetivo de promover distintas desidentificaciones con el orden social existente. Comentemos ahora el poema titulado “La rueda del hambriento”:
Por entre mis propios dientes salgo humeando, dando voces, pujando, bajándome los pantalones... Vaca mi estómago, vaca mi yeyuno, la miseria me saca por entre mis propios dientes, cogido con un palito por el puño de la camisa. Una piedra en que sentarme ¿no habrá ahora para mí? Aun aquella piedra en que tropieza la mujer que ha dado a luz, la madre del cordero, la causa, la raíz, ¿ésa no habrá ahora para mí? ¡Siquiera aquella otra, que ha pasado agachándose por mi alma! Siquiera la calcárida o la mala (humilde océano) o la que ya no sirve ni para ser tirada contra el hombre ¡ésa dádmela ahora para mí! Siquiera la que hallaren atravesada y sola en un insulto, ¡ésa dádmela ahora para mí! Siquiera la torcida y coronada, en que resuena solamente una vez el andar de las rectas conciencias, o, al menos, esa otra, que arrojada en digna curva, va a caer por sí misma, en profesión de entraña verdadera, ¡ésa dádmela ahora para mí! Un pedazo de pan, ¿tampoco habrá para mí? Ya no más he de ser lo que siempre he de ser, pero dadme una piedra en que sentarme, pero dadme, por favor, un pedazo de pan en que sentarme, pero dadme en español algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse y después me iré... Halló una extraña forma, está muy rota y sucia mi camisa y ya no tengo nada, esto es horrendo. (Poesía completa: 277-278.)
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Decíamos que Vallejo consideró que la poesía podría ser un espacio para representar lo que todavía no había sido representado, para mostrar, en su condición abyecta, a sujetos que eran víctimas de la injusticia social. En este caso, Vallejo no le huye a una poesía didáctica y, sin miedo, enfrenta a sus lectores ante una cruda realidad. El poema se construye desde el monólogo de un personaje cuya desesperación va aumentando y cuya necesidad de contar lo que le sucede va haciéndose cada vez más explícita. El poema lo representa como alguien que ha quedado completamente “fuera” del sistema, como aquel que ya no tiene lugar pues se encuentra en el último escalón social. En términos simbólicos, se trata de un sujeto que ha quedado reducido a tan poca cosa que puede salir por sus propios dientes; es un personaje situado en una condición de extrema indigencia y de debilidad. En el poema, lo vemos gimiendo, intentado mostrar su condición dramática y desagradable. Su estómago está vacío como también lo está todo su ser. Desde un punto de vista formal, hay una construcción que es muy impactante “Váca mi estómago / váca mi yeyuno”, dicen los versos. Para Higgins, este “váca” es una palabra extremadamente polivalente, que viene del verbo “vacar”, pero también de la idea de “vaciedad” porque ya no hay nada en el estómago y porque tampoco hay ningún trabajo “vacante”
la camisa y ya casi nada puede sostenerlo. Su mendicidad es de tal magnitud que ni siquiera tiene una piedra donde sentarse. Es decir, se trata de alguien que no es propietario de nada porque ha sido despojado de todo. El poema ahonda en dicha condición como una estrategia simbólica y ciertamente política. De hecho, su objetivo consiste en interpelar políticamente al lector y enfrentarlo a la crudeza de la desigualdad social. Las imágenes son siempre extremas. La debilidad del personaje es tal que le resulta urgente encontrar un lugar de reposo, un lugar propio. No importa cuál sea, porque las fuerzas se le agotan y tiene mucha hambre. En realidad, está a punto de morir. Ha perdido toda esperanza y solo puede producir una sentencia sobre sí mismo aunque continúa suplicando que le den algo: una piedra, un pan, algo que alivie mínimamente su muerte. Digamos que si este personaje aparece como un “resto” del sistema, al mismo tiempo, se encuentra pidiendo un “resto” de lo social como garantía última de su existencia. Notemos además que no pide una piedra cualquiera: pide la que ya nadie desea, las que son inútiles, las que están malditas. Pide aquellas que ni siquiera sirven para ser “tiradas contra el hombre”. Al preguntar “¿esa no habrá ahora para mí?”, sabemos bien que, en realidad, no hay nada para este personaje, que en la sociedad actual, toda privatizada, nadie está dis-
(1989, 123-24). De hecho, el uso inédito de esta palabra sorprende y contribuye a configurar la condición vacía, vaciada y vacante del personaje en cuestión. En el poema, también lo vemos pujando, pero no para expulsar algo, sino solo para dar cuenta de su condición siempre vacía y abyecta. Este personaje está tan flaco que parece cogido por un palito por el puño de
puesto a darle absolutamente nada. Lo interesante es que el poema se esfuerza por representar a un sujeto que insiste y que no se calla: insiste en pedir un pedazo de pan y tal demanda comienza a cerrar un discurso que se va acelerando en su intensidad poética y en su condición existencial. Sin embargo, volvamos a insistir en que, aunque se le
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figura como situado en un grado de “externalidad” frente al sistema, lo cierto es que ha sido “producido” por el sistema mismo. No se trata entonces de un sujeto “caído del cielo”, sino de un producto de la desigualdad y de la exclusión social. Este es un sujeto producido por la irracionalidad del mundo moderno. En realidad, este sujeto se ha quedado solo, completamente solo, y podríamos decir que lo que está solicitando es un vínculo social, vale decir, la necesidad de comprobar que el otro existe, que la sociedad existe y que él no se ha vuelto loco. Este personaje no tiene nada, pero parecería que en el acto de hablar constituye toda su agencia política. En los versos finales, la necesidad de aludir a un idioma en particular —al español— resulta el último intento por producir un punto de unión entre él y la sociedad. El idioma aparece como el último lazo que lo une con los demás. ¿Hay alguien que me escuche? ¿Hay sociedad todavía?, pareciera decir. Retomemos sus últimas palabras:
¿Qué es aquí lo “horrendo”? ¿Cuál es el objetivo de cerrar el poema con esa palabra? Podemos sostener que lo “horrendo”refiere no solo a la situación en la que
sura al mundo moderno. Por lo demás, este es un verso que ha optado por liberarse de cualquier tipo de artificio literario y que se ha propuesto afirmar algo claramente. Se trata de un verso que emite un testimonio y que toma una posición. El poema alude a la constatación —horrenda— de la injusticia social, entendida no solo en términos puramente económicos sino también como la pérdida, cada vez mayor, de un sentido de comunidad. Este personaje constata que no va a recibir nada, porque en realidad ya no hay nadie dispuesto a dar. Es la carencia de piedra y de pan lo que el personaje ratifica, más la ausencia de personas con quienes podría construir algún tipo de relación social. De hecho, el sujeto no solo busca algo material, sino que busca algo que debería venir del otro, un reconocimiento. Por eso, es capaz de pedir hasta aquella piedra destinada a agredir al hombre; paradójicamente, ese acto de agresión implicaría, una forma mínima de vínculo social. En suma, este es un personaje que se desespera porque constata que se encuentra invisibilizado. Sin embargo, en la medida que se ha hecho consciente de su propia invisibilidad, emite una complicada oración para que los demás también constaten lo que le sucede: “Ya no más he de ser lo que siempre he de ser”. Notemos el juego verbal: la voz poética no señala: “Ya no seré lo que siempre he sido” pues lo que aquí interesa es marcar una diferencia entre he de ser con ser. Mientras que
este personaje se encuentra, a su extrema exclusión social, sino también —o sobre todo— al carácter de una sociedad que permite que eso ocurra, vale decir, a un tipo de sociedad capaz de generar desigualdades tan extremas. La expresión: “Esto es horrendo” emerge, ciertamente, como un grito de impotencia, y también como una especie de sentencia y de cen-
el segundo caso alude a una cierta condición estática del individuo, el primero refiere, más bien, a una especie de deber o mandato de fijación. He de ser implica, en efecto, algo que es impuesto por alguien. Para el poema la marginalidad es producida políticamente, y parecería constituirse como el rol que algunos deben cumplir en la lógica de la organización social.
Halló una extraña forma, está muy rota y sucia mi camisa y ya no tengo nada, esto es horrendo.
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Alfredo Márquez, KATATAY, madre, 2002.
Alfredo Márquez, KATATAY, hijo, 2002.
En ese verso hay una constatación de que se es marginal porque “se ha de serlo”, vale decir, porque el capitalismo, para constituirse, necesita siempre de un “ejército industrial de reserva” o de un “exterior constitutivo” (Marx, 1988 [1876], Mouffe: 1999). No obstante, el sujeto cuestiona ese rol desde afuera y afirma su decisión de querer dejar de serlo. Notemos, otra vez, la sutileza verbal: “Ya no más he de ser”. Este personaje no puede producir una oración del tipo “ya no lo seré” porque en la medida en que el capitalismo se ha desbocado interna y externamente, es decir, en que se ha vuelto una rueda difícil de detener, la pasividad le ha sido impuesta. Bajo esas condicio-
salida. Finalmente, evoca la imagen de la rueda de la fortuna y, por extensión, los vaivenes de la economía capitalista, dando a entender que el hambriento es la víctima inocente de fuerzas impersonales e inhumanas (Higgins: 1989, 123).
Subrayemos la estrategia sinecdóquica del poema: la sociedad está en la parte y esa parte expresa la crisis de lo social. De hecho, Rancière (2009) entiende que la política consiste en reconfigurar las identificaciones existentes a partir de la crisis de una de sus partes. ¿Desde cuál parte podría reconfigurarse el todo? La respuesta es muy clara: desde la parte excluida. El cristianismo como el marxismo habían afirmado algo parecido: el nuevo mundo debe emerger desde una posición localizada fuera del poder. Marx sostuvo que el proletariado es una clase universal porque, al no tener nada, justamente, no tiene ningún interés particular que defender. Si sabemos que la formación de comunidades implica siempre la conformación de un “exterior constitutivo” y ese exterior podría ser el encargado
nes, parecería no haber un cambio posible para él. De hecho, el propio título del poema: “La rueda del hambriento”, ha sido explicado de la siguiente manera: Sugiere que el desocupado va rodando por el mundo, viviendo a la deriva, sin lugar en la sociedad que lo ha rechazado. Luego, el poema insinúa que el mendigo va dando vueltas, cautivo de un círculo vicioso sin
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de generar la posibilidad de su cambio y transformación. Concluyamos recordando que suele decirse que el arte político es “malo” porque es coyuntural y porque tiene corta vida. A lo largo del tiempo, muchos críticos han repetido —hasta el cansancio— que el arte que depende de un conjunto de ideas termina empobreciéndose tanto en su forma como en su contenido. Sin embargo, podemos notar que la poesía de Vallejo contradice todas estas afirmaciones y que, más bien, nos reta a producir argumentos más complejos en la definición del objeto artístico. Vallejo escribió una poesía radicalmente política que hoy es reconocida como uno de los testimonios más contundentes sobre la experiencia del hombre moderno; vale decir: sobre su desorientación constitutiva, también sobre aquella voluntad que opta, tercamente, por producir un verdadero cambio social. La poesía de Vallejo es didáctica porque se pregunta cómo transmitir, con efectividad retórica, una verdad que se ha descubierto. Vallejo supo que el arte tenía como función mostrar los límites de nuestra inserción en la cultura y, sobre todo, la constitución histórica de la misma. Por eso, su poesía se esforzó en mostrar los antagonismos constitutivos —del sujeto y de la sociedad— y reconoció cómo ellos, lejos de ser una limitación, podían volverse una condición positiva para una nueva acción política (Žižek,
que el sentido de la vida estaba en crisis y, por eso, afirmaron que el arte no podía renunciar a producir una respuesta. La poesía de Vallejo intentó ser esa respuesta, el producto de una expresión personal, pero tambien la constatación de una idea poderosa que recorría toda la historia humana: la “idea comunista” (Badiou, 2010).
2006: 128). Sus versos dieron cuenta de
consecuencias. Valencia: Pretextos, 2006.
Bibliografía Badiou, Alain. “La idea del comunismo”. En: Sobre la idea del comunismo. Analía Hounie (comp.). Buenos Aires: Paidós, 2010. Badiou, Alain. Philosphy and the event. Alain Badiou with Fabien Tarby. Cambridge: Polity press, 2013. González Vigil, Ricardo. Los heraldos negros y otros poemas juveniles. Lima: Banco Central de Reserva, 1988. Higgins, James. César Vallejo en su poesía. Lima: Seglusa editores, 1989. Marx, Karl. El capital. Crítica de la economía política. Tomo I, vol. 3. “Libro primero. El proceso de producción de capital”. Edición a cargo de Pedro Scaron. México df: Siglo xxi, 1988 [1876]. Mouffe, Chantal. El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo y democracia radical. Barcelona: Paidós, 1999. Rancière, Jacques. El reparto de lo sensible. Estética y política. Santiago de Chile: Lom, 2009. Žižek, Slavoj. Acontecimiento. Madrid: Sexto Piso, 2014. Žižek, Slavoj. Órganos sin cuerpo: sobre Deleuze y
Página anterior: Alfredo Márquez, Serie Pensamientos, Pensamiento VI, técnica mixta de pintura acrílica y tinta serigráfica sobre lienzo, 1.80 x 1.80 mts.
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la voz del hambre o del silencio ético en José Watanabe Tania Favela Bustillo*
Al inicio de su poema “Marta y María”, de su libro Habitó entre nosotros, José Watanabe escribe:
escena que el poema propone, La Palabra calla ante el sonido del estómago. Ese sonido no es otra cosa que la voz del hambre, el estómago suena, cruje, y ante ese sonido, La Palabra hace silencio. Si como lo dice Mario Montalbetti en su ensayo “Un no, voz, res…, probando”, antes del logos está la voz, podría sugerirse que incluso antes de esa voz pre-logos (Montalbetti señala al hipo, la tos, el eructo, el estornudo y las onomatopeyas como ejemplos de voz pre-logos), están los ruidos del cuerpo que no pasan por la boca, ruidos que, aunque no articulan un lenguaje, al
Querida Marta: Debo decirte que la palabra miente una fijeza, una suspensión y que no la cruza el miedo del acabarse luego. Deja en esa felicidad a tu hermana, acurrucada en Él y sus palabras. Por lo demás, todos esperamos tus vituallas de fogón, aun Él, porque incluso La Palabra hace silencio y el estómago suena.
El poema hace referencia a la conocida escena de la visita de Jesús a Marta y a María, en el Evangelio de San Lucas. En el relato evangélico María escucha La Palabra de Jesús mientras Marta se afana en sus quehaceres que, ante La Palabra, salen sobrando. Watanabe le da la vuelta a la escena y pone a Marta y la comida que ella prepara en el centro. En esta nueva
igual que esas voces pre-logos, expresan sin significar. El sonido del estómago señala al hambre. El estómago cruje al contraerse los músculos. Cuando el intestino y el estómago están vacíos la contracción muscular es mayor y por lo mismo el sonido de esos borborigmos es aún más fuerte, no hay forma de ignorarlos, se hacen presentes y hacen presente al cuerpo
* Actualmente es académica de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana de México.
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que los suscita, hacen presente las penurias del cuerpo. El poema de Watanabe nombra al cuerpo, el dictado biológico de éste se superpone a la trascendencia y divinidad de La Palabra. La Palabra, sugiere el poema, puede esperar en esa fijeza que miente: primero el cuerpo y después el alma, parecieran también proponer estos versos. Es interesante además el juego que se genera en el verso entre mentar y mentir: la palabra nombra esa fijeza, la evoca, la trae a cuenta, o bien la palabra miente esa fijeza, nos engaña con la apariencia de permanencia. Sea como sea, a diferencia de las palabras, el cuerpo no miente: si el estómago suena es porque está vacío. La carencia, la falta, la precariedad, la enfermedad y la muerte son motivos que en más de una ocasión aparecen en la obra poética de José Watanabe. En el poema “El Pan” de su libro La piedra alada, Watanabe se detiene en la pobreza y la dignidad, y lo hace retomando nuevamente un texto bíblico, esta vez del Antiguo Testamento: “Elías y la viuda de Sarepta”:
Se quedó mirando a mi madre que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa con una cucharada de manteca sin nombre. Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos y después, con la dignidad de los pobres satisfechos, nos moriremos de hambre, dijo mi madre en Reyes 17:12
El poema hace probablemente alusión a Laredo, lugar de nacimiento del poeta, pero podría ser cualquier otro pueblo de hambrunas (en otro espacio u otro tiempo), ya que los estragos del hambre son similares dondequiera. Watanabe elige para su poema sólo una parte de la historia de Elías y la viuda de Sarepta; en el texto bíblico leemos: “Solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos y nos dejemos morir”; pero el texto bíblico continúa y con él los diversos milagros de Elías: “Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías”. Si en el poema “Marta y María” La Palabra hace silencio ante el sonido del estómago, en “El Pan” los milagros son desplazados y sólo queda el hambre y el orgullo de la madre. Al parecer, el poeta peruano apuesta en estos poemas por el cuerpo (estómago) y por la aridez de la realidad (muerte); ambos elementos permean su lenguaje a lo largo de toda su obra poética: “La
Perdonen que lo diga sin pudor, pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo de hambrunas. Las carencias nos llevaban a todos a una especie de inocencia, a un vivir en el centro puro de nosotros mismos. Así es cuando ya no queda nada, salvo la postura orgullosa de mi madre que dormía como saciada.
vida es física”, escribió Watanabe en “La Cura”, otro de sus poemas. El hambre da cuenta del paso del hombre por la Tierra, da cuenta de las carencias del cuerpo, de la necesidad del mismo. El escritor cubano, Manuel Pereira, en su ensayo “La metafísica del hambre”, reflexiona sobre ésta: “El hambre está en la raíz de todo acontecimiento cultural.
Cada cierto tiempo pasaban profetas que repetían monsergas en nombre de un dios prometedor, pero cruel. Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos ni hizo el milagro de una simple lechuga. Una tarde se asomó a nuestra puerta un extranjero de mirada llameante, otro agorero, pero no supimos quién ardía en él, si su dios o su demonio. Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
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Las pinturas rupestres reflejan un hambre paleolítica, pues se trata casi siempre de escenas de caza” (p. 68). Pero no sólo el hambre está en la raíz de la cultura, aclara Pereira, la comida también es cultura, y al escribir sobre este tema nos recuerda dos nombres muy distintos y distantes: el de Brillat-Savarin y el de Feuerbach: “El padre de la gastronomía como ciencia del paladar, Brillat-Savarin, decía: ‘Dime lo que comes y te diré quién eres’. Poco después, vino a darle la razón el materialista Feuerbach con su célebre adagio: ‘el hombre es lo que come’” (p. 77). En “Restaurante vegetariano”, José Watanabe se detiene en los alimentos, en los vegetales y en las carnes, y hacia el final del poema escribe:
to-paisaje desértico, incide en sus poemas. En la entrevista anterior Watanabe, además de reafirmar esa sequedad inicial en la boca, que no está lejos de la aridez del desierto y de lo pernicioso del hambre, vuelve a la importancia del conocimiento físico, de lo real de la realidad. Ese real al que Watanabe se refiere está en relación directa con la experiencia, con la vivencia física que el poeta experimenta y registra, después, en el lenguaje. En otra de sus entrevistas comenta: No me gusta la poesía literaria, tampoco me gustan los poetas que ven su experiencia como literaria de antemano. Voy a citar un ejemplo. Alguna vez vino a mi casa un muchacho con su poemario; quería saber mi opinión sobre su trabajo. A los pocos días regresó y le pregunté: ¿conoces el centeno? Él me miró contrariado, luego respondió que no. Entonces le leí un verso suyo donde decía “Y yo vi a través de la puerta el paso de tus cabellos de centeno”. Pienso que las palabras hay que experimentarlas, hay que vivirlas. El poeta debe tener la experiencia real de la palabra. […] Para ejemplificar esto se podría citar ese verso de Vallejo: “papales, alfalfares, cebadales, cosa buena”. Vallejo experimentó esas cosas y su nombre. Creo que si él no hubiese vivido en Santiago de Chuco, jamás habría tenido el atrevimiento, en una época modernista, de poner esas palabras aparentemente toscas, rústicas”.2
El alimento en la boca te relaciona con el mundo. Hay días de felino y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas aunque tarde: ya cincuenta años que comes carne y estás eructando miedo. Pero hay días que no tienes carne ni vegetales sino arena en la lengua. Te explicas: tal vez has comido una sequedad inicial, insidiosa, de pecho, y nunca se acaba, el desierto nunca se acaba.
Aquí es importante la relación entre el alimento y el mundo, pero sobre todo la relación entre la madre, la aridez del desierto y la lengua. En una entrevista Watanabe habla al respecto: “Hay que tener un conocimiento real de la realidad, un conocimiento físico, yo cuando digo
Experimentar cosas y nombres. ¿Cómo entra la vivencia de esa sequedad inicial del desierto, de esa arena en la lengua, en los poemas de Watanabe? Antes de intentar una respuesta, quisiera plantear
arena, pues he estado en un vendaval de arena, y he mamado arena de mi madre, tengo sequedad en la boca”.1 La correspondencia entre el poema y la entrevista es evidente, pero lo que me interesa destacar es cómo este enlace lengua-alimen-
otra pregunta: ¿cómo es que el hambre, la falta y la carencia entran al lenguaje? José Antonio Ponte, otro escritor cubano, en su ensayo “Las comidas profundas”, establece un vínculo entre la escasez y el nominalismo:
1 Entrevista a Watanabe: “Periodismo cultural”, por Lina Zerón, Lima 2006. http://linazeron.com/htm/periodismo.html.
2 Entrevista a Watanabe, “Las paradojas del lenguaje”, por José Cabrera, revista Ajos y Zafiros, núm. 7, 2005, p.81.
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silencioso, vacío, más propicio para la muerte que para la vida. La austeridad del paisaje penetra en el poema, el desierto se introduce en sus palabras, no sólo como paisaje, sino como tono y como fraseo. La lengua que utiliza el poeta es austera y sobria sus poemas tienden en general al silencio. La falta y la carencia se vinculan al desierto por su aridez y dureza, y el lenguaje de Watanabe, mimetizándose con estos atributos, se construye desde la mesura, la parsimonia y el refrenamiento. El laconismo del poeta toma sentido y profundidad gracias a la sobriedad que introduce en su lenguaje, virtud que el poeta relaciona siempre con su padre y con su madre, como se vio en el ya citado poema “El Pan”, en el cual Watanabe acude a la voz de la madre, que en medio de la hambruna y la miseria dice: “Estoy haciendo
La escasez no hace otra cosa que convertir alimentos en nombres y potenciar esos nombres […]. El 8 de marzo de 1941, Virginia Woolf escribe en su diario: “Tengo que preparar la cena. Bacalao ahumado y salchichas. Creo que uno consigue cierto dominio sobre las salchichas y el bacalao si los escribe”. En medio de la guerra, para el novelista no se trata de conseguir alimentos, cocinarlos, comerlos. No deja de padecer un apetito común, pero lo que quizás más le preocupa es asistir al aflojamiento de su escritura. Le interesa mantener un dominio sobre las palabras que dicen las comidas, que dicen la vida antes de la guerra (p. 91).
La escena que describe Ponte es interesante: ante el aflojamiento de la vida, el aflojamiento de la escritura; para contrarrestar esa situación, Virginia Woolf asume el control de las palabras que señalan la vida como una forma de atrapar aquello que se disipa. El control de las palabras, atenúa, hasta cierto punto, la falta: Virginia Woolf se apropia dos veces de los alimentos que cocina: poseer las palabras, le permite, tal vez, imaginar que posee y poseerá en el futuro los alimentos que éstas señalan. Si pensamos en la primera pregunta: ¿cómo entra la vivencia de esa sequedad inicial del desierto, de esa arena en la lengua, en los poemas de Watanabe?, lo primero que advertimos es que el desierto y Laredo entran como fondo constante en la mayor parte de su obra: el poeta peruano construye en sus poemas ese espacio amplio,
un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos / y después, con la dignidad de los pobres satisfechos, nos moriremos de hambre”. En otra entrevista Watanabe recuerda: “Mi madre nos aleccionaba para que no contáramos las penurias de la casa. Después de la lotería,3 cuando estábamos mejor, solía 3 El padre de Watanabe se sacó la lotería, por lo que la situación económica de la familia mejoró en gran medida.
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decir: ‘No hay que tener miedo a ser pobres otra vez. Más pobre ya no he podido ser.’ Se refería a su infancia, que fue muy dura para ella”.4 La experiencia de la madre atraviesa la vivencia del poeta, y en este sentido es siempre la madre, en los poemas de Watanabe, la que le muestra al niño, a un mismo tiempo, el amor y el dolor, la carencia y la dignidad; es ella la que lo enfrenta a la muerte, a la separación y a la aspereza de lo real; de ahí esa sequedad inicial: sustrato de la dureza que asoma en sus poemas. En el ensayo antes citado, “Las comidas profundas”, José Antonio Ponte plantea otra idea sugerente en relación al hambre y la escritura: “La desesperación [dice] hace que se multipliquen las metáforas” (pág. 89). La falta, con el deseo inserto en ella, puede llegar incluso a engendrar a sus contrarios: la acumulación y la proliferación: de ahí a una poética neobarroca habría muy pocos pasos. El hambre, siempre Ponte: “Suele ser sinuosa, no rotunda, suele hablar en volutas, no de forma recta, es barroca, no parca” (p. 94). Sin embargo, en los poemas de Watanabe sucede lo contrario, lo que nos lleva a pensar que cada escritor entabla una relación distinta con la necesidad. Watanabe no acude a las metáforas y a la proliferación de las palabras para contrarrestar la desesperación y la carencia que el hambre y la pobreza implican, más bien asume esa falta y propone, como él mismo la llama, una poética del refrenamiento: no decir
su ruido no articula ningún significado, pero se introduce en el oído de cada uno de nosotros, se hace presente y no deja de resonar entre las palabras: “Yo escribo y mi estilo es mi represión. En el horror sólo me permito este poema silencioso”, escribe Watanabe al final de su poema: “El grito (Edvard Munch)”, y con estos versos parecería proponer la necesidad de un silencio ético. Teorizar sobre el sufrimiento, sobre el hambre, sobre los horrores del mundo es puro escapismo, lo único que puede hacerse ante ellos es reconocer que existen.5 Como lo afirma Denise Levertov, e imagino que Watanabe hubiera estado de acuerdo con ella: “En tanto la poesía tenga una función social, ésta será despertar a los que duermen utilizando otros medios que la conmoción” (p. 14). Darle voz al sufrimiento, desde la apuesta ética del silencio fue, quizás, para Watanabe, una manera contundente de responder desde el poema.
de más, practicar la mesura, apuntar al silencio. La poética de Watanabe apuesta por la precisión y la exactitud, quizás porque Watanabe considera que ante la devastación que el hambre supone, toda palabrería sale sobrando. El hambre no genera un discurso, no es simbolizable,
Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego
Bibliografía Levertov, Denise. El poeta en el mundo. Trad. Ugo Ulive, Caracas: Ávila Editores, 1979. Montalbetti, Mario. Cualquier hombre es una isla. Lima: FCE, 2015. Ponte, Antonio José. Un bosque, una escalera. México: Compañía, 2005. Pereira, Manuel. El ornitorrinco y otros ensayos. México: Textofilia, 2013. Oppen, George. George Oppen: poesía, ensayo y entrevistas. Selección y traducción de Kurt Folch. Portales, 2012. Watanabe, José. Obras Completas. Valencia, España: Editorial Pre-Textos, 2008.
5 La idea es de George Oppen: “El sufrimiento puede ser simplemente reconocido; y especular sobre su significado es puro escapismo” (p. 50).
4 Entrevista inédita a Watanabe: “La escritura poética”, por Luis Fernando Jara, 2003.
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El hambre en los tres tristes
tigres: Raúl Mendizábal, Eduardo Chirinos y José Antonio Mazzotti Giancarla Di Laura*
Uno de los temas que poco se piensa en la literatura es la proyección del motivo del hambre o la mención de alguna comida. A veces es difícil encontrarlos como tales, pero ya sea a través de la mención de alguna fruta, o de algún tipo de comida, el motivo del hambre puede desplegarse como una relación seductora, afín o monótona. Si pensamos en lo que este término encierra, es decir lo que significa literalmente “el hambre”, la falta de comida para subsistir en la vida, vemos que esa necesidad hoy en día se sufre en nuestro continente por mucha gente. El hambre ha sido representada en la
sencia de Raúl Mendizábal (Piura, 1956), Eduardo Chirinos (Lima, 1960-2016) y José Antonio Mazzotti (Lima, 1961). Los tres compartieron una gran amistad, fueron estudiosos e ingeniosos candidatos de la carrera de literatura, y caminaron juntos por un mismo idioma, el de la poesía.
poesía peruana por varias generaciones literarias. A fin de estudiar un periodo particular, el texto en curso trata la presencia del hambre, de la comida o la falta de ella en tres poetas de la generación del 80. El grupo se configura con la pre-
meten con una literatura que denuncia y otros encuentran diferentes temas, como la violencia que se vive arduamente en esa década o la fusión de diversos motivos:
* Crítica literaria y cultural. Profesora en lengua y literatura. Tiene una columna dominical en el diario Exitosa de Lima.
Melocotón su carne es deliciosa llena de tensión transparente la piel de melocotón
Los tres tristes tigres Durante los ochenta, la poesía peruana se renueva tanto a nivel de contenido como de forma. En esa época surgen distintos grupos que buscan expresar la sensación de la época. Muchos de ellos se compro-
Raúl Mendizábal
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su carne y su olor. El crecimiento y madurez se deja ver a través de la relación que existe entre el melocotón y el sujeto que se comparan. El hambre es visto a través de un hablante poético satisfecho para así poder reconocer y entablar una percepción más íntima con el sujeto anhelado. En esta ocasión el hambre es visto como aperitivo y de esa manera, el hambre se satisface. Es decir, el hambre permite el reconocimiento del sujeto a medida que se sacia el apetito de la seducción.
ofrece resistencia aún después de saber limpiar la opacidad que le guarda del mordisco si se le muerde con suavidad emana un olor dulcísimo que permite mucho después a través y desde lejos y aún cuando mientras se le muerde observa aparte y detrás él sigue prodigando olor [mayo 88].
En este poema notamos que el fruto del melocotón es visto de una manera seductora. La voz poética irrumpe el poema con el verso: “Su carne es deliciosa”, con una
De izquierda a derecha: Eduardo Chirinos, José Antonio Mazzotti y Raúl Mendizábal.
textura singular que facilita la mordedura e invita a la seducción. Sin embargo, no es una seducción tradicional a la de una amada sino a una identidad donde la voz
Asimismo, la imagen de la comida en sí, se reconoce a través del olor y se familiariza con el sujeto analizado. Lo curioso de este poema es que funciona como una
lírica busca la familiarización con el sujeto. El yo lírico afirma: “Si se le muerde con suavidad emana un olor dulcísimo / que permite mucho después a través y desde lejos / y aún cuando mientras se le muerde observa aparte y detrás / él sigue prodigando el olor”. El reconocimiento de tal entidad o sujeto se ofrece a través de la acción de probar y manducar (saborear)
alegoría del amor del poeta hacia su primer hijo (comunicación personal), a las pocas semanas de haber nacido. La imagen del meolocotón sirve para satisfacer la necesidad de expresar ternura sin romper las convenciones de la poética imaginista, en la que buena parte de la poesía conversacional latinoamericana se desarrolla hasta fines del siglo xx.
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Y calzan zapatos puntiagudos con la hebilla rota, Parecen inofensivos en verdad, Adoran dos leños amarrados y hablan una lengua extraña, Pero he visto en sus rostros el hambre de siglos, la codicia De los que nada tuvieron y anhelan conquistarlo todo).
Eduardo Chirinos Un poeta culto y estudioso que fusiona registros étnicos y culturales. En el siguiente poema, titulado “Thanksgiving” (Día de acción de gracias), Chirinos recurre a un día feriado de Estados Unidos donde se celebra la hermandad de los campesinos —indios americanos— con los amos colonizadores. Allí se unen las culturas mediante el alimento, el cual bendicen, así comparten un sentimiento afín, de unión:
De esta manera se identifica como un observador social: ha visto y presenciado a los emigrantes, “blancos como los zorros del norte”, que “hablan una lengua extraña”. Estos hombres “parecen inofensivos en verdad”, pero llevan una actitud muy distinta. El hablante dice: “Pero he visto en sus rostros el hambre de siglos, la codicia / de los que nada tuvieron y anhelan conquistarlo todo”, esa hambre se relaciona con la codicia y el egoísmo existente. Desde sus orígenes, la migración ha sido un choque de culturas en donde se han dado distintas experiencias, algunas menos violentas que otras, pero siempre se ha percibido la superioridad de una de ellas. Si bien en esta fecha especial de acción de gracias se agradece el poder compartir las comidas entre diversas etnias, siempre predominará el agrupamiento humano que quiere aventajarse para mostrar una superioridad. La voz hablante finaliza el poema denunciando y criticando: “Pero he visto en sus rostros el hambre de siglos, la codicia / de los que nada tuvieron y anhelan conquistarlo todo”. El hambre que se proyecta tiene que ver con la codicia del poder y de un sitio aventajado
Thanksgiving Guanajo, guajalote o pavo Igual da. El lago Cayuga está vacío. En la superficie flotan témpanos de hielo, Árboles negros y profundos que enraízan en el agua, En el amplio cielo que alimenta todas las raíces. Las buenas familias han venido a visitar el lago. Juntas rezan y bendicen los alimentos recibidos, los ahorros consagrados por el sudor de sus frentes. (Los vi llegar de lejos. Son blancos como los zorros del norte Y calzan zapatos puntiagudos con la hebilla rota, Parecen inofensivos en verdad, Adoran dos leños amarrados y hablan una lengua extraña, Pero he visto en sus rostros el hambre de siglos, la codicia De los que nada tuvieron y anhelan conquistarlo todo). Guanajo, guajalote o pavo Igual da. A Dios gracias no hay canoas en el lago. Las aguas del Cayuga se han teñido de sangre.
Optimistamente, en el inicio, el sujeto hablante afirma: “Las buenas familias han venido a visitar el lago. / Juntas re-
para destacar o distinguirse.
zan y bendicen los alimentos recibidos”, de esta manera se proyecta un compartir entre las culturas y las etnias. Sin embargo, luego se da una confrontación y se describe la actitud del hombre blanco, del sujeto colonial:
José Antonio Mazzotti Cuismancu Cuismancu soy. Cacique del valle. iembro y reparto la siembra, atestiguo asesinatos, me distribuyo en fiestas, presido funerales. Juego con los brujos la función de mis antepasados, y así sucesivamente
(Los vi llegar de lejos. Son blancos como los zorros del norte
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mientras vago, pienso, deliro, sueño, sacrifico animales y los dioses me prefieren a todos mis vecinos, soy el rey, el rey ordenador, embajador del cielo, intérprete de Rimaq, hijo de Pachakamaq, padre y finalmente sujeto a una extraña certeza...
Vendrán otros hombres, gente de la montaña, y mis dioses no serán queridos y mi pasto acabará quemado, todo se infectará con aguas negras, no comeré más perro, me pondrán a deambular con mis vestidos ahora baratijas, piedras, grabadoras, ah presentimiento de un paisaje en que las huacas aturdidas no se levantarán y sin embargo no será todavía el tiempo sin tiempo sino el tiempo de las zonas frías los canales abrirán heridas al desierto, y desde el Templo al norte los ríos reflejando la luz se inclinarán al Sol habrá pacto lo Visible y lo Invisible rotarán como el día y la noche, y la vida con su interminable paso escuchará los oráculos, resolverá consultas, en las colas mis hermanos subiendo a los micros peinarán la cabeza de sus hijos con la verdad del único pasado memorable de estas tierras
Oh, y su Poder será el Poder que hasta hoy nos lastima. Esas piedras caerán por su peso y un huayco fundará con sus venas chorreando un cuadro del crepúsculo tamaño natural, cactus y jora,
al tiempo que probamos sus cerebros y el Orden se construye como el viento que dibuja en las arenas el sonido del mar su canto arrecho la venganza de todo lo que significa la pérdida del Reino... Diuturnum Illud / Sueño profético de Wanka Willka Por mí mandan los reyes, por mí mandan los príncipes, y por mí los jueces administran justicia. Eclesiastés: xvii, 14. 1. Un cerro erecto sobre las chozas de barro, una luna montada en sus hombros, paredes, ladridos, y el frío conversando en el círculo. —“Nuestro Padre el Sol, viendo a los hombres tales como te he dicho, se apiadó y hubo lástima de ellos, y envió del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que los adoctrinasen en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adorasen y tuviesen por su Dios, y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en razón y urbanidad”. Pero hoy ya nadie cree en esto. ¿No sientes acaso la helada? ¿No tenemos que juntar leña y bosta para las hogueras, y ahumar las chacras, las laderas, nuestros corazones? ¿No tenemos que ir tejiendo eucaliptos en las piedras?
¿Quién vive? ¿Quién viene que huyó cuando el mundo se deshizo, todo se corrompió el universo entero arrastró en su secreto la visión de este orden? Soy yo. Cuismancu regresado de arriba, del Norte, del Sur, de abajo y de adentro del Infierno apestando me corren de las calles, vivo en los cerros mirando el exceso estadístico de construcciones deformes que hablan de un dios que no se parece en nada a sus palabras, de un valle pisado por cuero y metal, caballos motorizados que son hijos del Error, su espada al cinto, la fusta como un ángel que dicen con su dedo de fuego señalando la esquina, la mixtura de una rutina encarcelada entre el parque y su feria y el polvo alucinado regresando a los suburbios.
Esperaste un mundo mejor, una aventura de magia. Sólo esto podemos ofrecerte. El adobe de al lado temblaba con el baile del fuego. Juan trató de calentarse las manos; hizo un gesto, continuó: Para que todo cambie no sueñes milagros, no confíes en tu juego ingenuo. Si ni siquiera nos conoces, ¿de qué sirve tu buena voluntad?
Mis sitios arriba confiando en la fuerza de las piedras dispersos por espacios infinitos miran hacia acá, Qawillaqa esculpida en el mar, valle del Templo, arenal donde las rubias asolean sus enormes caderas brillantes
Justo Chocne veía. Padre como los cerros. “Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no al-
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canzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne”, recordé.
—Tendré que bajar a la ciudad a ver qué compro. Tú sigue craneando tu informe, gringuito... y rió. Me quedé contemplándolo un rato. Luego fue sólo un silbido en el viento. Pensé entonces qué país tan raro, qué países los que habrían circulado por estas dormidas paredes, besadas por un pobre riachuelo que nunca supo nada, o que lo calla y sigue. Y me sentí más solo que un pobre riachuelo de la puna, rasca y rasca, hasta encontrar un hueco entre las piedras: la sangre lavada grabaría una arruga en el cielo.
—Cuando vengan a buscarnos no sabrán dónde seguirnos. No conocen los laberintos, podremos emboscarlos. Veremos en el musgo resbalando sus botas. Rodarán. Sacsamarca se nublaba. La punta de la roca, sin cabeza; los niños que reían todavía regresaban. (¿Juan, Justo, dónde están?)
Al bajar me fui perdiendo en un silbido, y las burbujas del estómago cantaban. “Sopa de papa otra vez”, adiviné.
Entramos en la sola habitación. Frazadas de cordero, la cocina a un lado. Felícita encerrando a los cuyes hervía la hierbita y un paquete fue sacado de la oscuridad: Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China. —“¡Mierda los haremos!”, musitaron.
Y rocas, declive, lluvia, piedras negras y barro, laberintos, rocas, declive, lluvia, y ningún pájaro.
“Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran”, resonaba.
Pero el pasto brilló esa mañana y acaso alguna más.
Nos envolvimos con dobles pantalones. Los gorros de lana ya empezaban a plancharnos los cabellos. “Oráculo del hielo”, presentí. Y entonces intentamos olvidar.
Tiempos en que todo se revuelve al caer la piedra en la corriente. En la noche de San Juan el humo discurría en las laderas calentando los cultivos; ese humo de pronto se ha esparcido más allá de los linderos. (¿Juan, Justo, dónde están?)
3.
2. Pero el pasto brilló la mañana siguiente y otra y otra más. El riachuelo que bajaba por las escaleras hasta Huancavelica nos miraba trepar, urdir las piedras, alterando la parca claridad de esos parajes.
Supimos con el tiempo que las rocas se habían convertido en llamas vivas. Los últimos restos del poblado como un cuerpo anestesiado quejumbraban la muerte de Felícita y los hijos, el exilio a las pampas amarillas de la costa.
—Todo lo que aquí hubo fue circulando con las aguas. Quizá porque el Río de Leche quiso cambiar su camino, y nos quedamos sin memoria siquiera.
—¿Ves en qué quedó? ¿Ves en qué queda? ¿Podrás alguna vez atravesar ese camino y no decir que era esto inevitable?
¡Rocas, declive, lluvia, piedras negras y barro, laberintos, rocas, declive, lluvia, y ningún pájaro!
(Ah, pero la noche se cierra como un odre con sogas y agujas, y el espacio que envuelve nuestras pieles es propicio para ver los rostros exactos y las manos quietas, la verdad sin cáscara y creciendo).
—Tenemos que subir un poco más, quizá haya truchas y puedas mirar los límites de la Comunidad.
- Vea usted, joven amigo. Se pueden aceptar los puntos de partida, los principios y hasta el ciclo de la historia en este asunto / pero hay algo que impide su total realización: serían demasiados los cadáveres y pocos los frutos inmediatos. En resumen: una pésima inversión. ¿Me entiende ahora?
Y así ascendimos, pero en esa punta sólo otras puntas había y otros vientos y otros precipicios. A lo lejos ardía un punto azul escarbando una falda.
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perro”, no se puede entender literalmente sino metafóricamente ya que el perro también puede ser información y no necesariamente la verdad, si bien los huancas, por ejemplo, en la época prehispánica sí comían estos animales. En el segundo poema la voz lírica describe: “Al bajar me fui perdiendo en un silbido, y las burbujas / del estómago cantaban. / ‘Sopa de papa otra vez’, adiviné.” Ese verso sugiere que el hambre es saciado por una comida familiar y tradicional. Sin embargo, la inserción de “otra vez” representa una imagen ya vista, ya mencionada al carecer de alguna proteína puesto que esa comunidad lo único que se servía era el caldo de sopa con carbohidratos. Esta hambre saciada era simulada como parte de sus propias raíces en El Ande, donde la cantidad de papas asciende a más de tres mil tipos distintos. Se han visto a lo largo del texto diversos mecanismos del hambre: como método para generar familiaridad y seducción en un ámbito específico, el hambre para compartir y a la misma vez para marcar diferencias, y finalmente la monotonía del hambre. Cada uno se aproxima al hambre desde distintos ángulos, a fin de proyectar imágenes siempre distintas a las esperadas.
(Y un pozo se expande y va tragando amigos y parientes, nombres raros, y fantasmas que cuelgan de un rayo de luz y cobran vida). “Por mí mandan los príncipes”, se oye. Pero también la elección de los culpables: todos ellos roídos por el miedo que invade las noches heladas, convertidos en bustos salinos por mirar bolas de fuego cayendo del cielo. Y arriba no hubo nadie que calmara los rayos: lluvia ardiente que calcina los cuerpos marrones y los valles. (¿Juan, Justo, dónde están?) Crepitan rescoldos y un gemido subterráneo. Una inmensa pradera de cenizas se confunde con el mar.
En el primer poema, la voz lírica afirma que nueva gente llegará, que no reconocerán a sus dioses como importantes. Vendrán otros hombres, gente de la montaña, y mis dioses no serán queridos y mi pasto acabará quemado, todo se infectará con aguas negras, no comeré más perro, me pondrán a deambular
Todo esto tendrá un final siniestro ya que se proyecta una imagen crítica de la época: “Mi pasto acabará quemado”, es decir en un momento de compartir la voz hablante se refiere al hambre como si fuera algo detestable. La voz hablante afirma: “No comeré más
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PerĂş Los poemas del hambre
José María Eguren (Lima, 1874)
El duque
Hoy se casa el Duque Nuez; viene el chantre, viene el juez y con pendones escarlata la cabalgata; a la una, a las dos, a las diez; que se casa el Duque primor con la hija de Clavo de Olor. Allí están, con pieles de bisonte, los caballos de Lobo del Monte, y con ceño triunfante, Galo cetrino, Rodolfo montante. Y en capilla está la bella; mas, no ha venido el Duque tras ella: Los magnates postradores, aduladores al suelo el penacho inclinan: los corvados, los bisiestos dan sus gestos, sus gestos, sus gestos; y la turba melenuda estornuda, estornuda, estornuda. Y a los pórticos y a los espacios mira la novia· con ardor: son sus ojos dos topacios de brillor. Y hacen fieros ademanes, nobles rojos como alacranes; concentrando sus resuellos grita el más hercúleo de ellos: ¿Quién al gran Duque entretiene?... ¡ya el gran cortejo se irrita!... pero el Duque no viene;… se lo ha comido Paquita.
Abraham Valdelomar (Ica, 1888)
El hermano ausente en la cena de pascua
La misma mesa antigua y holgada, de nogal, y sobre ella la misma blancura del mantel y los cuadros de caza de anónimo pincel y la oscura alacena, todo, todo está igual... Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual mi madre tiende a veces su mirada de miel y se musita el nombre del ausente; pero él hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual. La misma criada pone, sin dejarse sentir, la suculenta vianda y el plácido manjar; pero hoy no hay alegría ni el afán de reír que animaran antaño la cena familiar; y mi madre que acaso algo quiere decir, ve el lugar del ausente y se pone a Ilorar…
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César Vallejo (Santiago de Chuco, 1892)
La cena miserable
Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe... Y en qué recodo estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo la cruz que nos alienta no detendrá sus remos. Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones por haber padecido!... Ya nos hemos sentado mucho a la mesa, con la amargura de un niño que a media noche, llora de hambre, desvelado... Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos. Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde yo nunca dije que me trajeran. De codos todo bañado en llanto, repito cabizbajo y vencido: hasta cuándo la cena durará… Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla, y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara de amarga esencia humana, la tumba... Y menos sabe ese oscuro hasta cuándo la cena durará!
Trilce: XXXIX
Quién ha encendido fósforo! Mésome. Sonrío a columpio por motivo. Sonrío aún más, si llegan todos a ver las guías sin color y a mí siempre en punto. Qué me importa. Ni ese bueno del Sol qua, al morirse de gusto, lo desposta todo para distribuirlo entre las sombras, el pródigo, ni él me esperaría a la otra banda. Ni los demás que paran sólo entrando y saliendo. Llama con toque de retina el gran panadero. Y pagamos en señas curiosísimas el tibio valor innegable horneado, trascendiente. Y tomamos el café, ya tarde, con deficiente azúcar que ha faltado, y pan sin mantequilla. Qué se va hacer. Pero, eso sí, los aros receñidos, barreados. La salud va en un pie. De frente: marchen!
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La rueda del hambriento
Por entre mis propios dientes salgo humeando, dando voces, pujando, bajándome los pantalones… Váca mi estómago, váca mi yeyuno, la miseria me saca por entre mis propios dientes, cogido con un palito por el puño de la camisa. Una piedra en que sentarme ¿no habrá ahora para mí? Aún aquella piedra en que tropieza la mujer que ha dado a luz, la madre del cordero, la causa, la raíz, ¿ésa no habrá ahora para mí? ¡Siquiera aquella otra, que ha pasado agachándose por mi alma! Siquiera la calcárida o la mala (humilde océano) o la que ya no sirve ni para ser tirada contra el hombre, ¡ésa dádmela ahora para mí! Siquiera la que hallaren atravesada y sola en un insulto, ¡ésa dádmela ahora para mí! Siquiera la torcida y coronada, en que resuena solamente una vez el andar de las rectas conciencias, o, al menos, esa otra, que arrojada en digna curva, va a caer por sí misma, en profesión de entraña verdadera. ¡ésa dádmela ahora para mí! Un pedazo de pan, ¿tampoco habrá ahora para mí? Ya no más he de ser lo que siempre he de ser, pero dadme una piedra en que sentarme, pero dadme por favor, un pedazo de pan en que sentarme, pero dadme en español algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse, y después me iré… Halló una extraña forma, está muy rota y sucia mi camisa y ya no tengo nada, esto es horrendo.
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Solía escribir con su dedo grande en el aire
Solía escribir con su dedo grande en el aire: «¡Viban los compañeros! Pedro Rojas», de Miranda de Ebro, padre y hombre, marido y hombre, ferroviario y hombre, padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes. Papel de viento, lo han matado: ¡pasa! Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa! ¡Abisa a todos los compañeros pronto! Palo en el que han colgado su madero, lo han matado; ¡lo han matado al pie de su dedo grande! ¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas! ¡Viban los compañeros a la cabecera de su aire escrito! ¡Viban con esta b del buitre en las entrañas de Pedro y de Rojas, del héroe y del mártir! Registrándole, muerto, sorprendiéronle en su cuerpo un gran cuerpo, para el alma del mundo, y en la chaqueta una cuchara muerta. Pedro también solía comer entre las criaturas de su carne, asear, pintar la mesa y vivir dulcemente en representación de todo el mundo. Y esta cuchara anduvo en su chaqueta, despierto o bien cuando dormía, siempre, cuchara muerta viva, ella y sus símbolos. ¡Abisa a todos compañeros pronto! ¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre! Lo han matado, obligándole a morir a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquel que nació muy niñín, mirando al cielo, y que luego creció, se puso rojo y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos. Lo han matado suavemente entre el cabello de su mujer, la Juana Vázquez, a la hora del fuego, al año del balazo y cuando andaba cerca ya de todo. Pedro Rojas, así, después de muerto se levantó, besó su catafalco ensangrentado, lloró por España y volvió a escribir con el dedo en el aire: «¡Viban los compañeros! Pedro Rojas». Su cadáver estaba lleno de mundo.
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Carlos Oquendo de Amat (Puno, 1905)
Comedor
Cansancio Los ojos se han colgado de la percha del bastón
La mirada es un camarero Pasemos el plato de la brisa
Las frutas se han vuelto pájaros para cantar
y en todos los platos estaba la luna
Martín Adán (Lima, 1908)
Vi comer el jamón a un muchacho
Vi comer el jamón a un muchacho. ¡Qué pena, Rubén... mano que cuelgo y que no come nada!... ¡Era un muchacho ebrio, con su todo y su nada! Lo vi tragar, Rubén, y no era mi escena. ¡Qué tristeza, Rubén, de una tristeza plena Que no sabe de sí y echa la carcajada Como se suelta el pedo, como se mira a cada Otro con su sombrero y con su magdalena!... ¡Que tristeza, Rubén, que tanto no sufriste!... ¡Y uno come el jamón con su boca de triste, Del cerdo que me hizo tan buscado y presente!... ¡Tantos dioses, Rubén, pero sólo dos manos!... ¿Qué cerdo no me mira con sus ojos humanos? ¡Rubén, y ese muchacho que soy... el ausente!...
¡Y yo quiero mi amor
¡Y yo quiero mi amor como un ser a sí mismo, Rubén, el que me soy con el rostro adelante! ¡Y yo quiero mi amor como mano sin guante, Con toda la blandura tremenda del abismo! ¡Con la piel del dios mismo, con el nervio del sismo Con la mente que cae sobre sí está distante!... ¡Con este yo remoto y esta hambre no bastante! ¡Con esta alma de cuerpo purgado de organismo! ¡Con este yo de cuerpo sin alma que es mi todo, Este yo de rabiar, de beodo codo a codo, Que se lo hizo todo y que no sabe nada!... ¡Con esta vida, cada sin muerte, toda prisa!... ¡Con la agonía mía, resuelta en una risa!... ¡Con mi muerte, que duerme sobre cada almohada!...
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César Moro (Lima, 1903)
Un Camino de tierra en medio de la tierra
Las ramas de luz atónita poblando innumerables veces el área de tu frente asaltada por olas Asfaltada de lumbre tejida de pelo tierno y de huellas leves de fósiles de plantas delicadas Ignorada del mundo bañando tus ojos y el rostro de lava verde ¡Quién vive! Apenas dormido vuelvo de más lejos a tu encuentro de tinieblas a paso de chacal mostrándote caracolas de espuma de cerveza y probables edificaciones de nácar enfangado Vivir bajo las algas El sueño en la tormenta sirenas como relámpagos el alba incierta un camino de tierra en medio de la tierra y nubes de tierra y tu frente se levanta, como un castillo de nieve y apaga el alba y el día se enciende y vuelve la noche y fasces de tu pelo se interponen y azotan el rostro helado de la noche Para sembrar el mar de luces moribundas Y que las plantas carnívoras no falten de alimento Y crezcan ojos en las playas Y las selvas despeinadas giman como gaviotas
Emilio Adolfo Westphalen (Lima, 1911)
Superman
Epístola a los poetas que vendrán
¡REPUCHA la Madona! exclamó abriendo a todo lo ancho el río con su puñal. Levantó con un brazo el cuerpo caído —miró de soslayo por si alguien lo espiaba— vació escrupulosamente las entrañas y se las tragó de un bocao.
Manuel Scorza (Lima, 1928) Tal vez mañana los poetas pregunten por qué no celebramos la gracia de las muchachas; quizá mañana los poetas pregunten por qué nuestros poemas eran largas avenidas por donde venía la ardiente cólera. Yo respondo: por todas partes se oía el llanto, por todas partes nos cercaba un muro de olas negras. ¿Iba a ser la poesía una solitaria columna de rocío? Tenía que ser un relámpago perpetuo. Yo os digo: mientras alguien padezca, la rosa no podrá ser bella; mientras alguien mire el pan con envidia, el trigo no podrá dormir; mientras los mendigos lloren de frío en la noche, mi corazón no sonreirá. Matad la tristeza, poetas. Matemos a la tristeza con un palo. Hay cosas más altas que llorar el amor de tardes perdidas; el rumor de un pueblo que despierta, eso es más bello que el rocío. El metal resplandeciente de su cólera, eso es más bello que la luna. Un hombre verdaderamente libre, eso es más bello que el diamante. Porque el hombre ha despertado, y el fuego ha huido de su cárcel de ceniza para quemar el mundo donde estuvo la tristeza.
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Juan Gonzalo Rose (Tacna, 1928)
Gastronomía
Para comerse a un hombre en el Perú hay que sacarle las espinas, las vísceras heridas, los residuos de llanto y de tabaco. Purificarlo a fuego lento, cortarlo en pedacitos y servirlo a la mesa con los ojos cerrados, mientras se va pensando que nuestro buen gobierno nos protege. Luego: afirmar que los poetas exageran. Y como buen final: tomarse un trago.
Sebastián Salazar Bondy (Lima, 1924)
Mendigo
Desalojado de la tierra, soñoliento caracol sumido en su intratable vestimenta, el hombre que a ocultas fotografiamos con un sentimiento borroso, el hombre que marcha al azar sobre sus pies con párpados y fango nos da el encuentro en su cruz y nos sitia, y como se trata de limpiarnos los lentes de toda tristeza para no estar obligados a arrojarle una cuerda a la otra vida que se ahoga, qué bien sabemos encubrir el caviar o su imitación cortesana, retirarnos disimuladamente a nuestra camisa, hojear de espaldas algún impredecible libro, etc. El fuego se enciende en los secos cabellos del yermo, el caracol desollado suena como en las playas antiguas, y me temo que no van a valernos entonces de nada el álbum de pesares, los místicos crespones, el no tener la culpa. Ustedes advertirán que no estoy seguro de mí y que no puedo dar un paso sin hallar al mendigo, sin ser descubierto por su revólver enmarañado e irreal.
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Alejandro Romualdo (Trujillo, 1926)
Primeras palabras
Sed tengo. Tengo sed. Tengo hambre y sed de justicia. En mi boca está reseca la bienaventuranza. Tengo fe en la victoria. Y ardo en plena, tensa pasión de paz. Estoy sediento, hambriento de esperanzas. Mi sed no está saciada. Ni mi hambre de luz. Estoy ardiendo de fe, que felizmente me socava. Yo estoy contento. Creo en otros cielos. Tiendo la mano al que se cae debajo de sí mismo. Le doy mi sueño entero. Pinto paredes. Silbo. Estoy amando. Mi sed es del tamaño de un momento de eternidad: eterna sed de vida: sed de romper el aire a puro beso: honda resaca del amor: activa poesía poesía poesía poesía
del del del del
hombre hombre hombre hombre
para el hombre, por el hombre, con el hombre, antes del hombre.
Sigo escribiendo. Creo en otros versos. Hay otro fuego dentro de mis llamas. Tengo los ojos puestos en mi tierra y escucho con el alma sus palabras.
Los pobres también tienen sus castillos
También tienen los pobres sus castillos en el hambre. Y levantan, claman, llaman. Matan el tiempo con su vida. Muerden manzanas con los ojos. También alzan —a pura tumba— cruces contra el cielo. Cierran los besos para siempre. Miran con años de deseo. Avanzan, cuerpo a tumba, con la muerte. También tienen los pobres sus castillos en la esperanza. Los pobres ya no tienen qué ponerse a vivir, ni en qué valor caerse. Hablan como les vienen las desgracias. Dadles la luz. Y el pan de cada instante. Porque de ellos es el reino vivo de la tierra. Y el fruto de su vientre.
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Wáshington Delgado (Cuzco, 1927)
¿Ya no traerá la hormiga pedacitos de pan al elefante encadenado? El gran país de los Soviets se volverá un inmenso mercado bajo la transparente sonrisa de Mijail Gorbachov. Lech Walesa y los invictos obreros de Solidaridad abatirán al comunismo en la católica Polonia. La plaza de Tiananmen será el jardín cercado de la libertad.
más feliz que la Arabia de los cuentos de antaño, comen ostras de Ostende, beben vinos de Alsacia, veranean en el Cantábrico. Cada semana dan su cuota para los desvalidos compañeros del Tercer Mundo, ¡alabado sea Dios!
Todo pecado atrae un celeste castigo: en el Tiempo de las Hormigas no hubo espacio para las Cigarras; en la Edad de los Mercados, no hay lugar para las Hormigas.
En el Perú, las madres son apaleadas diariamente por pedir un poco de leche para sus hijos pequeños. A las míseras gentes las arrojan a balazos de las pampas pedregosas donde quisieron levantar sus chocitas de caña (unos niños fueron pisoteados, algún viejo murió ahogado por los gases, es el precio que hay que pagar pues la propiedad es sagrada).
Para construir campos de golf les quitan tierras a los indios en los Estados Unidos. En Sudáfrica matan a los negros porque esa es la ley de los blancos. En Haití, en Israel, en las dos Coreas, en Colombia a quien habla o se calla lo torturan y matan porque así es el mundo y nadie puede cambiarlo.
La hormiga está desconcertada: el pan se vende a precio fijo, en todos los caminos cobran el peaje, para ver al elefante hay que pagar la entrada.
¿Dónde hallará la hormiga su pedazo de pan y su camino hacia el elefante encadenado?
Los obreros de Francia, de Suecia, de Alemania, de la Europa Feliz,
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Pobrecita la hormiga: perdió su camino, su pedacito de pan, su elefante encadenado y muerto de hambre.
Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924)
elegía blasfema para los que viven en el barrio de San Pedro y no tienen qué comer
señores míos por favor traten de comprender detrás de esa pared tan blanca no hay nada pero nada lo cual no quiere decir que no haya cielo o no haya infierno sería como confundir el sol con un silbido o con el propio cigarrillo (no haber visto nunca el cielo significa solamente no tener dinero ni para los anteojos) pero que detrás de esa pared tan blanca circule un animal tan fabuloso arrastrando según dicen siempre radiante siempre enjoyado un manto de cristal siempre encendido y que su vivir sea tan brillante que ni la vejez ni la soledad ni la muerte amenacen su plumaje o más humildemente por sobre el resfriado y el cáncer no señores míos créanme realmente detrás de esa pared tan blanca no hay hada pero nada una criatura tan perfecta además no podría vivir encerrada toda una eternidad en un lugar tan hediondo no podría vivir alimentándose tan sólo de su propio cuerpo luminoso cómodamente tendido en la gran pompa celeste como si se tratara de una espléndida ramera ya cansada llena de mil hijos de mil padres olvidados bajo un cenicero o una postal de san pedro
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Carlos Germán Belli (Lima, 1927)
Expansión sonora biliar
Bilas vaselagá corire biloaga bilé bleg bleg blag blag blagamarillus Higadoleruc leruc fegatum fegatem eruc eruc fegaté gloc gloc le lech la lach higadurillus vaselinaaá Hegasigatus glu glu igadiel olió glisetón hieeel glisetón gliseteruc hieeel gliseterac hieeeeeel
La ración
Bien que con mi gollete yo al duro cepo, sin culpa alguna desde siete lustros, y en mis barbas a su bastón asidos los crueles amos blancos del Perú, mirándome burlonamente siempre, de mandatos armados mil se yerguen; no hay día que mi olfato no traspase los umbrales del suelo, el agua, el aire a oliscar de ración siquiera un átomo para la boca de mis dos hijuelas, o descienda hasta el fuego impenetrable por unas migas ya carbonizadas.
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Javier Sologuren (Lima, 1921)
A Vallejo agonista
porque eres la rueda escapada a su eje violenta amorosa centrifugadamente y el fuego alzándose en mil lenguas elocuentes porque eres la asunción del macho y de la hembra la asunción de la especie Vallejo de barro Vallejo de piedra el dolor está siempre crepitándote su estrella no sé bien por qué pero es así Vallejo como tu verbo encarna como tu sangre quema tuvo el Perú que darte solo el Perú parirte con tu orfandad de niño gimiendo en un rincón con tus fibras ternísimas con tu hambre feroz de humanidad humana de humana humanidad hay ceniza en la lágrima ceniza en la sonrisa capullos ahogados en ceniza también esta hora del mundo descolgada del cielo es un hocico hozando la muerte nada más esta hora del mundo alerta desde tu alma desde tu entraña suena una vez más reacciona en cadena cubre vigilia y sueño arrastra el corazón porque eres la rueda escapada a su eje para hacer polvo injusticia miseria desamor
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Blanca Varela (Lima, 1926)
Canto villano
y de pronto la vida en mi plato de pobre un magro trozo de celeste cerdo aquí en mi plato
emparedada y el hueso del amor tan roído y tan duro brillando en otro plato
observarme observarte o matar una mosca sin malicia aniquilar la luz o hacerla
este hambre propio existe es la gana del alma que es el cuerpo
hacerla como quien abre los ojos y elige un cielo rebosante en el plato vacío rubens cebollas lágrimas más rubens más cebollas más lágrimas tantas historias negros indigeribles milagros y la estrella de oriente
es la rosa de grasa que envejece en su cielo de carne mea culpa ojo turbio mea culpa negro bocado mea culpa divina náusea no hay otro aquí en este plato vacío sino yo devorando mis ojos y los tuyos
José María Arguedas (Andahuaylas, 1911)
Temblar
Dicen que tiembla la sombra de mi pueblo; esta temblando porque ha tocado la triste sombra del corazón de las mujeres. ¡No tiembles, dolor, dolor! ¡La sombra de los cóndores se acerca! —¿A qué viene la sombra? ¿Viene en nombre de las montañas sagradas o a nombre de la sangre de Jesús? —¡No tiembles; no estés temblando; no es sangre; no son montañas; es el resplandor del Sol que llega en las plumas de los Cóndores. —Tengo miedo, padre mío. El sol quema; quema al ganado, quema las sementeras. Dicen que en los cerros lejanos que en los bosques sin fin, una hambrienta serpiente, serpiente diosa, hijo del Sol, dorada, está buscando hombres. —No es el sol, es el corazón del sol, su resplandor. su poderoso, su alegre resplandor, que viene en la sombra de los ojos de los cóndores. No es el Sol, es una luz. ¡Levántate, ponte de pie; recibe ese ojo sin límites! Tiembla con su luz; sacúdete con los árboles de la gran selva, empieza a gritar. Forman una sola sombra, hombres, hombres de mi pueblo; todos juntos tiemblen con la luz que llega. Beban la sangre áurea de la serpiente de dios. La sangre ardiente llega al ojo de los cóndores, carga los cielos, los hace danzar, desatarse y parir, crear. Crea tú, padre mío, vida; hombre, semejante, mío, querido.
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César Calvo (Iquitos, 1940)
Hoy hemos almorzado de memoria
Hoy hemos almorzado de memoria. De nuevo de memoria. Contando alguna tarde de provincia, mi madre se ha quedado dormida en una alondra. En una alondra antigua y silenciosa. ¿Quién va a venir ahora, con la voz de esa alondra, a hablarnos de la dicha y de las rosas? Con la luz de esa sombra ¿quién va a venir mañana a hablarnos del perfume radiante de la dicha, dichoso de las rosas? Ya nadie vendrá ahora. Nos hemos devorado la voz de las alondras. Ya nadie vendrá nunca. Contando alguna tarde de provincia, hoy nos hemos comido para siempre las rosas.
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Javier Heraud (Lima, 1942)
Hambre
Me comía los árboles de la avenida, que los ojos con los hombres ciegos querían devorar; Me comía los balcones, las tablas, los patios, las rejas, los jardines, que los arquitectos querían devorar. Me comía las emociones del mundo, los sentimientos de los libros, que los “prácticos” querían devorar. Me comía a los niños, pues ya sabían que aprendían casas huecas. Y a quienes los maestros querían devorar… Me comía a los hombres buenos pues yo sabía que eran pocos y a quienes los lobos querían devorar. Me comía a mí mismo. Sí. A mí mismo. Pues intuía que me querían devorar.
Fotografía: Adrian Bayona
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Marco Martos (Piura, 1942)
Casa nuestra
En veleros, en corceles, con sus lanzas, con sus cascos, con sus letras no aprendidas al comienzo, en galeras, llegaban en oleadas y en la casa que era nuestra, aquí mismo, nos mandaban. Ellos eran los reyes, Ellos tenían las armas. Y cuando al fin se fueron, después de muertos, de tiros y tratados, como herencia nos dejaron, sangre y cruz, lengua y nada y la casa dividida en porciones y cucharas. Ahora los vecinos, las visitas invitadas, muertos de hambre, nos reclaman.
Leoncio Bueno (Perú, 1920)
A un buey
Pobre buey, Cada día más flaca y declinada la testuz; Tus llagas más hondas Y más duros terrenos por labrar. Cada día más cruel y avariciosa La impudente codicia del patrón; Y tu pasto Más árido y mezquino en el corral. Pobre buey, labrador popular, Cuán verde y olorosa has convertido La anchurosa campiña de tu amo. Pero aún no se siembra una parcela para ti. Yo te vi, pobre buey, aquella tarde Cuando el hambre mugía en la cañada, Cual un toro de casta rugir airadamente, Romper negros cabestros, Saltar cercos, tapiales E invadir devorando el más tierno maizal… Pero vino tu amo, Vinieron mil criados Con otros mil garrotes como el hierro Duros y fuertes, Y en sus lomos huesudos de labor Descargaron un bárbaro castigo. Y allí estás, pobre buey, Como un viejo labriego consumido Por las penas del trabajo; Con la mirada tardía contemplando Cómo a dos varas de tu boca hambrienta Relumbra el maizal.
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Marcial Molina Richter (Huamanga, 1942)
Churmichasun*
Cholo nomás nos dicen indio nomás nos llaman, como si cholo como si indio no fuéramos-pues hombres. ¡Churmichasun! ¡Churmichasun! No nos dejan ni comer ni andar, ni respirar supay runas estos mistis. ¡Churmichasun! ¡Churmichasun! A cada instante a cada instante fuego de rebeldía. Este es nuestro lema churmichasun a los grandes a los ricos gamonales, churmichasun a los gringos a los yayas maldecidos. Churmichasun churmichasun fuego de rebeldía nada de compasión. Todos ellos, supay mistis, nos están matando. Churmichasun churmichasun Nadie más que nosotros, gloriosa masa la nuestra, Churmichasun Churmichasun.
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No los dejemos dormir.
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Rodolfo Hinostroza (Huaraz, 1941)
Imitación de Propercio
I Oh César, oh demiurgo, tú que vives inmerso en el Poder, deja que yo viva inmerso en la palabra. Cantaré tu poder? Haré mi smo? Proyectaré slides sobre la nuca de mis contemporáneos? Pero viene tu adjunto sosteniendo que debo incorporarme al movimiento si no, seré abolido por el movimiento. No pasaré a la Historia, a tu Historia, oh César. 80 batallones quemarán mis poemas, alegando que eran inútiles y brutos. No hay arreglo con la Historia Oficial. Pero mis poemas serán leídos por infinitos grupos de clochards sous le Petit Pont y me conducirán a los muslos de Azucena pues su temporalidad será excesiva cosa comunicante. Sous le Petit Pont hablando del Tiempo sin implicaciones políticas corre el Sena, río de cerezas, río limpio, y hacia las seis de la tarde las cosas se naturalizan y no conseguirás oh César que yo me sienta particularmente culpable por los millones de gentes hambrientas. II Los imbéciles han renunciado al Poder: yo me confieso imbécil. Ese juego pragmático y salvaje por el que bramo y huyo, cosa en la cual he quemado la mitad de mi juventud por aceptar Tu Realidad, oh, César, por decir mi bocado shakesperiano. Y así es miserable el tiempo que se pasa sobre la tierra suponiendo que no hay un infinito y además el mundo de que me sentía mediador no existió jamás, y no lo verán mis días. Un puto inútil según los expedientes de tu estado, Señor de Gran Poder, un joven lúdico nonsense. Cantaré a la risa y al ridículo: ésas son cosas ciertamente inmortales, no tu poder, no tu barbarie, oh César. Yo huyo, según tu entendimiento arrojando latas de cerveza a América vagando sous le Petit Pont donde cantan los jóvenes melenudos las más bellas romanzas de la época.
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III Oh César, van llegando tus panfletos: “Si no te ocupas de política la política se ocupará de ti” puro chantaje. Qué puede un centurión contra mi sonrisa? Amenazado de muerte? Y morirán mis reinos interiores, mis poemas, mi nombre será excluido de las conversaciones? Corriente. Creerás que has ganado, Oh César. Eugenio Marchbanks sale, pero ellos nunca sabrán cuál era su secreto. IV La Historia es la incesante búsqueda de un domo cristalino que hay que mirar como jamás nadie ha mirado y tus ojos son de esta tierra, Oh César el poder corrompió a la Idea pero la Idea queda arbotante y tensión sobre un espacio de aire. Tienes quien te haga las canciones heroicas un puñado de máximas para defenderte de la muerte y puedes arrasarlo todo hombre que duerme / No mandes a tus terroristas a convencerme que cante tu célebre continuum represivo yo reposaré esta noche entre los muslos de Azucena y veremos unicornios en las paredes y nuestros cuerpos se moverán hacia Hércules & Lyra y la energía que emana de un cabello será bastante magia para esta noche. V Necesitado de armonía —ante un grabado de Albers amarillo sobre amarillo, dos cuadrados/ sabiendo que aún hay mediadores— necesitado de armonía. Oh César sigo el largo cabello de Azucena la gracia y encarnación detenida en el arco de St. Severin serruchando una mano entrando en Shakespeare & Company papel sobre papel una mano detenida sobre una página gótica —en algún sitio está la belleza mortal— y haremos el amor sobre el papel y no la guerra y su cuerpo ondulará y ella estará distanciada de todo una gota de sudor resbalando nítidamente sobre su espalda hasta rendir el alma.
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VI Para arrasar el Poder se precisa el Poder: yo buscaré el Tao & Utopía Oh César no me sueltes a tus perros de presa la otra margen quizás no he de alcanzar quizás me turbe la contemplación de la belleza y quede detenido otra vez detenido por un cuerpo sensible a la virtud de un río qué fueron sino rocío de los prados qué fueron sino verdura de las eras y pasaron miserablemente sus días en la tierra Mi amada me espera en la Puerta de Lilas iremos en auto-stop a Salzburgo Mozart prende las estrellas nos revolcaremos sobre campos de avena una vez más hacer el amor será un milagro entre dos o tres y las suecas de largas piernas el invierno nórdico cantando cosas lúbricas forever descubriendo la dulzura del Oro de Acapulco nuestra propia dulzura la naturaleza bienamada robando frutas vendiendo baratijas hechas por nuestras manos viajando hacia el verano o el otoño los desiertos alquímicos bellas palabras en idiomas extraños y acamparemos bajo las estrellas ritos órficos/sueños espuma de mares jóvenes y mortales donde no lleguen tus gerifaltes Oh César a intentar que cantemos al Poder. VII La cotidianidad puede ser tan hermosa como el heroísmo sin salir de su casa se puede conocer el mundo el movimiento del aminoácido y los astros atravesado de energía concibiendo cómo es que el universo ensambla desde arriba por el cambio incesante y una manzana otra vez una manzana mordida por la belleza rubia se lleva el paraíso goteando y la otra margen no habremos de alcanzar mediadores entre el mundo de la realidad y el mundo de los sueños quietos en la contemplación cabras que pastan entre los rododendros un pueblo de sucias chimeneas abajo
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y el roce de una mano puede precipitar el éxtasis avant-garde de un mundo que entrevemos trizados por el Poder que avanza sobre sí mismo y crece sobre sí mismo ayer y hoy en su naturaleza hay algo de maligno ahora y siempre. VIII Oh, Señor de Gran Poder mi poesía acabará conmigo animal mortal hecha por un animal mortal pero será leída por jóvenes tan jóvenes que creerán que es un viejo el que escribe para ellos no deteriorados por la barbarie del poder nítidos mejores esperan con enormes grupos el Metro de las 6 andróginos y bellos la noche fue de amor y marihuana vienen del Norte y del Este quién necesita una patria los insultos no pueden contra ellos semejantes al alba Oh César ignorando el poder. IX No cantaré tu empresa, César: hay un solo cantor para el ascenso y hay mil para el descenso descubre entre tu gente al elegido y que no sea tarde muerto apaleado envejecido mudo dentro & fuera en un cruce de caminos clavado a una cruz invertida ojos que vieron la disputa del Poder y aceptaron le mélange atroz mientras nosotros los mil del Este y del Oeste un rêve, una visión de una Historia pulsátil que se cierra y nos echa hora del Poder nuestra hora es la diáspora la Idea marcha sobre la tierra retumba como un tonel pero en lo nuevo vive el germen de lo viejo & viceversa y la empresa final asume formas definidas el cuello de botella se abre hacia el infinito y no cantaremos César poderes temporales sino el total del diálogo o rien du tout.
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X Frente a la Normandía la marea se retira 13 kilómetros brota el camino anegado que conduce al Monte St. Michel un rêve, una visión Azucena lava sus largas piernas musitando canciones goliardas espera incesantemente detenida pero el mar se retira y la otra margen acaso alcanzaremos no más la historia del Poder pero de la armonía. millones de utopistas marchan silenciosamente nse&o piedra embebida en sangre que lloramos oh piedras levitadas por amor la otra margen acaso alcanzaremos el mar se ha retirado y Azucena aguarda amante incansable y ligera. XI Bajo el signo de Scorpio ciclo de la verdad y la putrefacción con la opción del suicidio en el círculo de fuego para a su vez podrirse y engendrar.
Luis Hernández (Lima, 1941-1977)
Twiggy, la malpapeada
Pasea A caballo en la llama de la Feria: En La Colmena los cabros levantan en sus carros Astronautas. Amanece: Los poetas celebran en sus bares Al gobierno. Son los tiempos De los peces más feos, Ios más gordos: El borracho y el bagre El cobarde, el tramboyo, Los vendidos, los comprados Por un precio ridículo (Y en soles) El muchacho practica por un cine La mostaza. El anciano respeta el respeto, Al que es digno y se silencia. El Obispo bendice al caballo De carrera compitiendo con su próximo En infamia...
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Antonio Cisneros (Lima, 1942)
Entonces en las aguas de Conchán (verano 1978)
Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena. Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla. Y era azul. Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay muchas). Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan los leones). Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de ruda. Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador, pobres entre los pobres. Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena: Gentes como arenales en arenal. (Sólo saben del mar cuando está bravo y se huele en el viento.) El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta. Islote de aluminio bajo el sol. La que vino del Norte y del Sur y solita brotó de las corrientes. La gran ballena muerta. Las autoridades temen por las aguas: La peste azul entre las playas de Conchán. La gran ballena muerta. (Las autoridades protegen la salud del veraneante.) Muy pronto la ballena ha de podrirse como un higo maduro en el verano. La peste es, por decir, 40 reses pudriéndose en el mar (o 200 ovejas o 1 000 perros). Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta. Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las malaguas de la arena mojada. En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan. Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las colinas flota una isla de carne aún sin dueño. Y llegado el crepúsculo —no del océano sino del arenal— se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro carnicero. Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador. Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas. La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos helados. Hermosa todavía. Sea su carne destinada a 10,000 bocas. Sea techo su piel de 100 moradas. Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano.
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Mirko Lauer (Zatec, 1947)
Me trago mi propio bozal
El circo flota en una lágrima Javier Sologuren Me trago mi propio bozal, olvido mi culpa y cruzo de un zarpazo el rostro de la persona que me convida el maní. Levanto por el aire, con payaso y todo, el monociclo, y lo clavo, como una tachuela, contra la sombra petrificada de mi domador, y sus bolsillos repletos de dulces. Escupo las últimas tirillas del bozal (que ahora tiene un hedor incontenible a saliva mezclada con sílabas que nunca he pronunciado) y me abalanzo sobre los espectadores como si entrara con una guadaña hambrienta en un campo de margaritas gordas. Cuando me rindo a mi furia no tengo mirada, sólo movimiento. Es evidente que estoy loco, pero no hay tiempo para enfrentar ese problema: el oso ha empezado a sentir, el oso ha dejado de pensar. El oso ha hecho contacto con el vacío, y ahora quiere morder. Su padre y su madre fugan de él de todas las formas posibles, y él sale a las calles del Qosqo, y huele la realidad con el hocico en carne viva: Blutwurst en el Coricancha, salchichas de Viena (cortitas, cocktail Plumrose) bajo el altar central de la iglesia de Santo Domingo, cabanossi picantes clavados en las dos cruces de la capilla Hurtado de Mendoza, en Qenqo un denso río de chicharrón de prensa, todo el Urubamba una sola lágrima de pastel de carne, queso de chancho, con una raja de ají, en la plaza de la Libertad, chicharrones en la famosa custodia de la Compañía, lonjas de mortadela Razetto ocultas entre los calzones y las pieles de las fly-hostesses de Inca Air. El oso se dirige al aeropuerto, donde le arranca la cabeza a un par de aviones y hace declaraciones para la tv: «Peruvian psycho», «asesino serial chicha», «Soy el hijo de un hueco en la oscuridad», «Mata-tonys». El payaso, ya muerto y remuerto, hace un último intento de salvar su vida. El circo a oso y payaso con una risotada que saca lustre a las vísceras tendidas, y de pronto los reflectores bajan y el oso empieza a querer pensar que no ha matado a nadie, y es así: su falso deseo se ha cumplido en su falsedad, y el oso llora por él. El público sólo ve una pierna peluda cagada de amarillo y una pequeña cuenta bancaria, tensa como un ano.
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En la última escena el oso rehabilitado está alzando el vuelo y entrando directo a la torre de la grulla amarilla, mediante la modalidad poética del accidente, en apretados bloques de ceniza, y apisonada la torre contra sí misma por el viento. Alzando el vuelo y empezando a llorar acreditado, ante estos siglos perdidos, ante estas diminutas horas en que la luna ulula y duerme a los espectadores, y hace del mundo entero un oscuro circo sobre una colina.
José Watanabe (Laredo, 1946)
El pan
Perdonen que lo diga sin pudor, pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo de hambrunas. Las carencias nos llevaban a todos a una especie de inocencia, a un vivir en el centro puro de nosotros mismos. Así es cuando ya no queda nada, salvo la postura orgullosa de mi madre que dormía como saciada. Cada cierto tiempo pasaban profetas que repetían monsergas en nombre de un dios prometedor, pero cruel. Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos ni hizo el milagro de una simple lechuga. Una tarde se asomó a nuestra puerta un extranjero de mirada llameante, otro agorero, pero no supimos quién ardía en él, si su dios o su demonio. Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros. Se quedó mirando a mi madre que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa con una cucharada de manteca sin nombre. Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos y después, con la dignidad de los pobres satisfechos, nos moriremos de hambre, dijo mi madre en Reyes 17:12.
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Abelardo Sánchez León (Lima, 1947)
Parábola del hijo pródigo
Mi mamá me dijo cuídate, hace frío, regresa temprano. Y entonces guardé las monedas en el chancho. Esas caras de palo son la sucesión de las noches estrellándose en el agua disecada. Abrí las piernas. Voy a sacar mis mejores frases para las circunstancias, circunspecto, con la emoción que me embarga: mi primer amor se largó con otro y fornican sobre los pastos de España. En el baño, allí, la juventud es el divino tesoro en varios tomos con un miembro endurecido sobre la loseta. Mi risa estremece los papeles donde se apolilla el Impresionismo o donde Silvio D’Amico narra las representaciones en cada continente y época. La tristeza me lleva a encontrar en un rompecabezas una figura digna donde aferrarme entre tormentas y seducciones un mar calmo como la sonrisa de los seres queridos, los míos, aquí, una primavera adelantada en plena vejez. Un silbido raja la cristalería de Bohemia un añico en cada ojo rasga la mirada de un cerdo —la tercera etapa de la borrachera, después de la del cordero y la del león– un lío con uno mismo para no dormir de noche sino de mañana así dejo mi suciedad en la tina enjuago mi cabeza una camisa limpia devuelve el alma al cuerpo y habré de comer para no morir de hambre, pero no: aquí no he venido a llenarme la boca de carne sino a buscar un lugar digno para mi cuerpo. El sol empaña las colinas de arena donde nadie se mete a vivir, aquí es la cosa dice la juventud que se va, que se va como bandadas de pájaros al mar. Horas libres para una copa que entone el cuerpo. Hojeo láminas desplomándose en esas tardes en que nos quedamos dentro de casa cuando de repente ha llovido, obediente, en el lugar donde se acostumbra estar, el más informal, donde habita ese calor, esas manías, ese lenguaje de años adquirido, el mundo a través de las lunas hacia el jardín: un claro-oscuro holandés. Sólo falta que mi madre borde para los suyos o yo, como un niño, dé vueltas con esa cara de enano viejo.
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Jorge Pimentel (Lima, 1944)
Un día de estos me van a comer las calles de Lima
Y de cada rincón sale una voz que me llama, una fría voz que se preocupa al verme deambular sin dinero, y con decoro encamino mis pasos como un soldado a paso redoblado se dirige al mar. y donde en verdad debo detenerme sigo de largo a paso redoblado como un soldado con cansancio con sed con agobios con arte. Aunque veas miradas que luego has de confundirlas con cemento aunque te entre un perro y te conviertas en perrero hay que caminar, caminar así sinceramente así como quien sale de su casa a darse una vueltita a ver qué pasa.
Filamentos
A los niños que se esconden para comer Qué hacen los niños del Perú deambulando por Lima vendiendo caramelos. Qué hacen. Qué hacen. Qué hacen. Y me he olvidado quién eres. Y me he olvidado quién soy. Dos son mis ojos en esta fatal desocupación. Cuando veo plata veo sangre, y hay tres insolencias: la del dinero, la del sable y la de la ignorancia. Riesgosas espectaculares contradicciones que exigen que exceden que rebalsan, que existen, riesgosas circulares espectaculares situaciones bárbaras, expectantes, arropadas cuestiones nacionales ingobernables, muestras, no muestras, sí declamadas, que entrampan, no fáciles, inagarrables, no acordadas, llamaradas aglutinando nociones, exagerando, descompuestas, multinacionales mugrientas maneras de sonreír, de dar pan, disponibles notas, puntiagudas nostalgias, de contener la rabia, la áspera, atónita, jijuna, putrefacta, rapaz, áurea reactiva, de atrevimiento molecular, de células rotas, de dar, de dar la vida, cara tras la cara cara tras la cara. Riesgosas, alturadas, no llamadas, abrumadoras nostalgias de quejas, endulzadas estas formas fruncientes que galopan que golpean hasta que galopan, que pegan así, haz, eres así así debiste, así serás, que trepidan así me caiga, así moriré, ahitá; que simulan, que chocan, jalonando el amanecer, el destello, los filamentos que esta hora arrugada, cegada, cariada, cerrada, arrugada, cariada, caray, quién no te quiere, aventada a los techos menos provistos, mal vivir a las puertas, quién no te quiere carajo, rota la jodienda, más tampoco, menos hijos menos comida, menos años, más jamás y menos té, menos leche menos un juguete y así morir en formas esquilmadas, arrugadas, morir rural, morir cívico, morir campesino, morir catecismo,
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morir pueblo, morir arroz, morir aceite, morir harina, morir micro morir ómnibus, morir carne, morir beso, morir enfermedad, morir sopa, morir pescado, morir tierra, pan, agua, morir, trimorir cuatrimorir, en años, en diciembre, en noviembre, en no verdad, en verdad, en verso pulposo, en el colchón, en el suelo, desangrado, morir en la risa, de costado, de frente, al amanecer, morir de propina de caridad, de sonidos, al anochecer, al atardecer violeta, en la espina, a la vuelta, porque se cae al suelo, se cae al suelo, sin caer definitivamente y sin morir sin sangre y sin avisos y sin sueño o con sueño y sin afecto y sin testigos de papel, de tinta, testigos de sombras álgidas, asombradamente, asombrosamente penitente el poeta deambula en sombras obnubiladas, sombras come niños sombras come ancianos, sombras rapaces, tétricas, masticacuchillos, masticanúmeros, feroces números que se descuelgan del húmero, de la fecha, de la nostalgia, de la rodilla, del estómago, de las serpientes, de la culebra, del burro y de la avispa, de los conejos y de la pus, comejenes corruptos, seres impracticables que nos caen, que nos demuelen, cara tras la cara cara tras la cara, que piden, que eligen, cara tras la cara, tu permanente silencio que exige tu autoeliminación en desórdenes, en angustias enrevesadas que ilusionan cargas y agracias, y el punto cojudo que una palabra interpreta, que una palabra no dice, la laboriosidad de estos niños peruanos arremetidos de chantajes en lúgubres espacios donde anidan crápulas auscultándolos con luz de esquina, y sin agua y sin hojas y sin viento y sin alma y los jamanciosos fulgurantes soles los eluden los enduermen en lunas, en barandas de sol y caídas las medias, entreabren suelas que movilizan trompos y trapos, cometas y miel y se llaman, y se llaman, lavalunas, lavacarros, pasudiablos, boleteros, llenadores, lustrabotas canillitas, en adoloridas pausas, en gimientes dientes, perdidos, enfermos por años, quién no te quiere mierda, conchetumadre, adefesios sueltos, despedazados, pedazos, ramillas de pasos racimos de melancolía, sudorosos, enrumbando infiernos posibles, torturas impostergables, en suciedad que los acorralarán, corroborarán y encañonarán, corran corran corran la voz incierta de niños que, niños laboriosos que, niños que me han enseñado en su pausa breve, el ansia encanecida que es la belleza del poema, sellada la certeza de un oficio que pide una médula espinal para quebrarla en un beso, un beso que las horas alumbran en el sustento cierto e incierto de un hombre desocupado, de un hombre sin empleo y casi al borde de la conclusión.
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Carmen Ollé (Lima, 1947)
“Escribir es buscarse en la sonrisa de la fotografía”
Escribir es buscarse en la sonrisa de la fotografía la memoria es la figura inmóvil en el álbum color almendra evoco todo domingo aquel ocio y el inigualable aburrimiento del que atento a la hípica —los anteojos caídos— acelera su pulso con el histerismo del locutor sobre nombres de animales históricos nombres fetiches: rubí agamenón semíramis el domingo se desliza bajo la pata de esos caballos como la estampida de los esputos de la pandilla en el cine y las flechas de los indios en el incendio del llano el velo romano batiéndose sobre el galeote las tablas de la ley dios es una cruz extinguiéndose en la acuarela de la tarde días horas meses sobre una montaña pueden arder ahora entre las líneas de este día menos inventado y confuso: sobre la mesa extranjera hay pescados fritos a las 2 de la tarde espinas lamidas un libro de psicoanálisis de una mujer de 34 años un tiempo límite para recuperar el perdido a lo largo de costosas sesiones cartas a mamá rosas y dulzonas té a toda hora tantas veces orines fiesta en la que ya no me interesa dormir.
Fotografía: Kim Manresa.
Enrique Verástegui (Lima, 1950)
Primer encuentro con Lezama
Llevo un sol en mis bolsillos pero ya no tengo nada en mí no puedo soñar cantar pensar en cosas concretas no puedo soñar cantar escribir ese poema para ti mi gatita arañándome el hombro y mis vecinos me tienen controlado me ven llegar como una peste y hablan de mí entre comillas soy el ocioso el paria el que llega tarde en la noche y corro por estas calles de Lima buscando recordando a Vivian cayéndome en pedazos consumido por mí mismo y tú no hacías nada por mí, viejo Lezama, estás ya viejo, pero te guío por estos sitios Vivian solía aparecer desnuda con sus enormes muslos de cedro y mira acá esta foto: es Jericó devastada por el mal uso de los sebos, por la droga, las flores de plástico y sal un poco de tus páginas, de esos aires, Lezama, sé que el asma es tu paraíso pero comparando nuestros árboles, nuestra sana manera de tendernos en la yerba yo habito más que el infierno y debo caminar pudriéndome por quedar bien contigo mientras vamos paseando por Tacora entre prostitutas y ladrones que no logran robarnos nada porque nada tenemos pero tenemos hambre y comemos ciruelas y corremos fugándonos sin cancelar la cuenta y otra vez estamos en la plaza San Martin frente al caballo inmovilizado por las cámaras de los turistas sin saber dónde ir ni qué ómnibus tomar sin saber cómo ni cuándo apareciste en Lima sorpresivamente como esas pocas lluvias que llegan para lavarnos de la duda y ahora estamos contigo en el café Palermo ahora ya puedo decir que tus palabras huelen a manzano y los manzanos son gente sencilla que ignora el uso de la palabra gente que ignora el mal uso de la palabra ahora sé que nada se perdió y aprendí que el verso más claro está garabateado sobre la pared de los baños y voy recitándolo con voz sonora en medio de la calle mientras me alejo y llevo a Lezama prendido como un laurel sobre el ojal de mi camisa yo no quiero brillar con esa intensidad de aviso Phillips yo tengo un brillo en las pupilas tan claro como el verso más claro que ahora voy gritando por estas páginas sórdidas y somos arrojados uno al lado de otro sobre esta gran ciudad caminan un par de iguanas reptando y comiéndose la luna uno más joven que el otro
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uno más flaco y pálido y callado y con las alas cortadas por la rutina de estar continuamente dando batallas a la rutina dando vueltas y más vueltas encima de los cables otra vez solo sin nadie con quien cruzar unas palabras, una idea, y los ojos están ardiéndote, todo lo que miras es alcanzado por el fuego, como en la hora del Juicio Final, he llegado a mí después de haber gritado en las praderas porque todos huían de ti pero ya tú habías huido de todos y el corazón te quema más que un buen vaso de brandy y en el estómago más que todos los fogones ardiendo juntos de noche sobre los campos, el corazón es mi palabra y más que mi palabra soy yo ardiendo de noche sobre los corazones que aún no han conocido el amor y están desesperados gimiendo arrancándose los cabellos.
Oswaldo Chanove (Arequipa, 1953)
Canto
Es importante abrir los ojos y mantener una mirada Es importante creer ahora y siempre que algo valioso nos redimirá definitivamente Tal vez un trozo de carne (Sutilmente aderezado y con guarnición de legumbres hervidas) Un libro ¿Por qué no? ¿Acaso no es humano querer a un libro por encima de todo? Un amor El dulce cuerpo de una chica que grita ¡Empuja!
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Carlos López Degregori (Lima, 1952)
Una mesa en la espesura del bosque
La mesa está puesta para tres como si tres fueran todas las personas que pueden comer en una mesa y no existieran más números ni sillas. ¿Pero qué pueden comer esas tres personas? ¿Carne ingrávida? ¿Carne sonora para sus tres bocas dibujadas con tiza? Ellas no hablan sólo comen y derraman en el mantel que pasa sin fin todo su hambre. Truenan las nueces y sacuden sus tesoros que son ojos o dientes tiembla la carne y hace gritar a la madera crece espeso el humo y cubre las paredes del aire. La mesa está puesta para tres como si tres fuesen las personas que justifican una mesa. Nada es más difícil ni irreal que verlas con los labios manchados y ansiosos comiendo todo el día. No a una persona sin remordimientos que soy yo ni a dos que eres tú sino a tres golpeando los cubiertos en una gruesa música de hierro. A ustedes, tres personas, les sirvo esta iniquidad: vuestras bocas son un negro bosque para perderse una espesura de árboles decapitados.
En la luna de estaño
La perra trajo a los cachorros al rincón más hondo de la cocina y dejó que se acercaran a su vientre. Tú revolvías la olla con el cucharón y pensabas que de ser necesario precipitarías en el líquido espeso al más ciego y débil. La sopa es la única leche que puedes ofrecerme. La preparas con lo que tienes a tu alcance que casi siempre es lo que sobra o nadie quiere. La hierves durante horas y sabes que en su centro bullente se concentran mis ansias. Es difícil saber si la necesito como una forma de sustento o está allí para probarme. La sopa es el primer misterio y debo recibirla como si fuera un secreto transmitido por generaciones, entregarle vida a cambio de vida. Veo cómo la remueves y escucho que me llama desde el círculo de la olla que es el centro del mundo: cuántas veces he querido saltar y quedarme a vivir en ella con mi hambre.
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Sudo en el calor de la cocina y me sirvo un plato con la sopa que acabas de preparar. No sabe bien ni mal como tu leche o como la inocencia de la perra. Un viejo gallo picotea en la mesa un grano de sal y sé que entiende mi aflicción aunque no puede comunicármela. Crepitan los carbones y los conejos son esfinges que reparten sus chillidos en la luna de estaño del cucharón. La perra se levanta y deja a los cachorros que se ovillan temblando satisfechos: nuestras saciedades se parecen, pero durarán muy poco. Me retiro a dormir. Corro el cerrojo para cuidar la sopa de mañana.
Magdalena Chocano (Lima, 1957)
Esta noche pertenece a la hueste
esta noche pertenece a la hueste a las manos en guantes de encaje altas sombras rodean las fogatas el humo desdibuja las formas aderezadas en la flama no hay huellas en el hielo de esta noche aunque todos tienen un rostro que oculta al dios que nutren con sabia antropofagia
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Mario Montalbetti (Callao, 1953)
Para La Tempestad
A comienzos de año escribí un poema que comenzaba el sol cae, las estaciones se suceden, las nubes flotan sin dirección. Luego de unos cuantos versos más empleando ese tono más bien oriental quebré el progreso del poema y dije cambio todo eso por una sopa dan dan mian llena de vida mamífera flotando arruinada en su superficie. El poema era sobre el chifa Hou Wha en Miraflores, un restaurant elegante en Carlos Tenaud con Paseo de la República. La elección del local no es gratuita: es el chifa predilecto del Presidente García. Ahí va con sus amigos, ahí celebra, ahí se reúne, festivo, consigo mismo. El proceso retórico que quería emplear era el de comparar la descuartización de cangrejos, la ingesta de ostiones, las manchas de sillau en los manteles blancos, las fuentes de chancho asado devueltas a medio comer, y las risas humanas que emergen de los apartados, con ciertos excesos que ocurren en el país. Entiendo que hablar de comida es feo pero a veces la verdad se dice en listas: nabos fríos, tamarindos, huesos de pato, té lapsang. Es un poema largo en el que también hablo de un cuadro que cuelga sobre una mesa laqueada en el que con un mismo trazo el artista dibuja los acantilados y la luna. En un pasaje del poema, a través de una de las ventanas del chifa, aparece un taxi transitando por Paseo de la República con una calcomanía del Che en la luna posterior y escribo que eso (una calcomanía del Che en la luna posterior de un taxi) es lo más cercano que hemos llegado al socialismo en este país. El poema acaba poco después con los versos es inútil, la naturaleza ha muerto. Lo titulé “El Chifa de García” y no está mal pero no expresa verdaderamente lo que quiero decir. Se parece demasiado a otros poemas que he escrito antes, y habla justamente de comida que es uno de esos excesos en contra de los cuales apuntan sus versos, Luego de ese poema escribí otro que lleva por título “Dinastía Wong”. “Dinastía Wong” habla sobre el monumento al Becerro de Oro que se ha construido en San Isidro y que es un lugar de peregrinación de agentes de bolsa, administradores, mbas, economistas, inversores, expertos en liderazgo, cambistas de dólares y emprendedores. El poema está situado en un futuro no muy distante. Hay un par de versos en los que escribo el emperador y los mineros tienen sus aposentos en el valle de Pachacamac. La capital ya no existe. El ambiente es más bien desagradable. Escribo toda la comida es carne humana y rábanos que han resultado ser singularmente resistentes. El poema concluye poco después de esos versos
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con la descripción de una camioneta 4x4 estacionada en doble fila frente a una farmacia en Miguel Dasso. El poema tampoco está mal pero otra vez se parece demasiado a cosas que ya he escrito antes y por eso no me agrada del todo Luego de ese par de poemas, dejé de escribir y pasó el invierno. Fue entonces que Nicolás Cabral llamó a invitarme a escribir en La Tempestad y no sabía bien qué decirle. Por un lado quería aceptar pero por otro no tenía nada nuevo que pudiera enviarle y repetir lo mismo me parece auto-complaciente y finalmente, aburrido. Los poemas no dicen gran cosa estos días. Mis poemas no dicen gran cosas estos días. Resolví entonces hacer lo siguiente: primero, explicar la razón de mi silencio (que ahora ya la saben: todo lo que escribo ahora se parece demasiado a lo que he escrito antes) y segundo, excusarme o tal vez repetir los versos finales de “El Chifa de García”: es inútil, la naturaleza ha muerto.
Raúl Mendizábal (Piura, 1956)
Melocotón
su carne es deliciosa llena de tensión transparente la piel de melocotón ofrece resistencia aún después de saber limpiar la opacidad que le guarda del mordisco si se le muerde con suavidad emana un olor dulcísimo que persiste mucho después a través y desde lejos y aún cuando mientras se le muerde observa aparte y detrás y de cuanto observa se cree que habla inocente él sigue prodigando olor. mayo 88
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Róger Santiváñez (Piura, 1956)
Martín Adán / Oda
Por la Plaza de Armas y el Bar Cordano algunos extranjeros caminaban sin zapatos y el solo bocinazo, la paloma, el vino tinto En la Plaza San Francisco los muchachos conversaban y decían: abrirse las hebillas mientras las luces de una ciudad en ese instante desconocida y aborrecible castigaban con soledad al campanario Extranjeros, solitarios, ninguno que aguarde la luna los bares son baratos les dijeron y el licor duerme como un límite que ansiara el desnudo de los muertos Centro de Lima. Sucio y maldito. Bello ritmo y pavimento Jirones golpeados y escupidos ¿Hay algo más hermoso que la oscura fragancia del gentío? ¿Suda la multitud y va latiendo solitaria? ¿Qué miedo resbala en tu imberbe efervescencia? Rabia y droga, rameras y asaltantes Calles enormes en que deambulas ebrio de la soledad Y he estado recordando la barba descuidada en tu retrato viejo de mirada perspicaz, viejo Adán, Martín Adán he pensado que podría encontrarte como en mis sueños, la visión del artista adolescente que recorre las calles buscando lo que nunca encontrará Seguro me odiarías por nombrarte pero tal vez iríamos bebiendo y riendo asqueados de amargura He pensado pero sé que tú ya no andas por aquí Yo soy de los que llegan tarde No habrá forma de cansarte con mis pláticas ámbar de cerveza y euforia, limpieza en destrucción y deseo Yo podré hartarte con mi pánico y mi torpe inseguridad y estaré nervioso emborrachado, sorbiendo a cada instante un trago mientras tú echarías un vistazo a la basura que se ve por la ventana Silencioso escucharás mi intensa violencia y dirás muchacho; pronunciarás con fruición desmesurada entre un espacio cruzado de botellas Viejo sé que tú tiemblas y resistes porque por los bares y neones convulsivos derrumbados y furiosos por las avenidas y ventanas entre hoteles y cuartos de pisco y música y muchachas cansadas y vueltas de gritar y desprendidas de su amplia soledad enfrascadas en ritos prohibidos como rehenes de un amor que sabe a guinda o a macoña muchachas desnutridas o bellísimas con algo de oratorio entre las piernas, sagrado y espasmódico con la soledad de los hombres que no hablan sino con los edificios y los transeúntes más desprevenidos en la bruta soledad de sus papeles y en los cantos
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más audaces o en los cantos más absurdos o en los frutos inventados entre tierras desconocidas y países que a veces se parecen a la muerte o a la voz de las ametralladoras apareciendo por los patios como espumas diciendo a gritos tirándose de los cabellos sin asco o sin dolor casi dormidos con la piel y el sueño ellos los jóvenes, los poetas jóvenes te aguardaban Pero no aparecerías porque ya han cansado tu sombra y te persiguen, viejo increíble y sucio sabes cómo huelen los sótanos o piensas en adorar la carencia de dioses, tu infierno y la fuerte visión de un animal sediento entre las ventanas más grandes de la oscuridad la que te desnuda libremente y corres y no abres la boca para comer mientras sensuales enfermeras te persiguen para darte una cucharada de un extraño brebaje, viejo artífice lúbrico e intranquilo como un adolescente ya estarás aquí bebiendo y la utopía entre tus ojos Lo que nadie ha creado o lo que nadie ha pensado Yo soy un intruso que rasca esta máquina arrancando fiesta frenética al aislamiento y la apatía Ahora ellos se acercan y ansían caminar por las calles durante unas cuatro noches y entonces la gasolina circula y refresca con su olor a las muchachas y a los adolescentes que corren a verlas mientras ellas se desnudan entre algunos jardines y las veredas se llenan de flores con sus faldas y sostenes hermosos y el sol que nunca fue tan latigazo brilla en la punta de los pezones Y un muchacho gritaba Decadencia Decadencia Yo escuché decir El mundo qué es esto y por la noche brotaron los disparos y las ratas lamían los bellos cuerpos muertos Completamente borracho recordé un amor que ahora era un poema demasiado triste o una canción para espantar la euforia o la amargura sin entender quiénes eran los asesinos o sabiendo que ocultos jamás serían juzgados entonces comprendimos lo que significa la noche profunda como la muerte profunda, viejo Adán escucha con tu cuerpo tendido sobre una explanada de césped inconforme la rabia y los temblores y ese viento que es más que una ansiedad por construir una belleza y el tiempo será como tu cabeza poblada de flores y nosotros destruiremos las flores porque las amamos y crearemos de otras: seremos.
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Róger Santiváñez (Piura, 1956)
Estudio de poesía
Una muchacha entre la multitud es la imagen que guardo de ti Esta muchacha lanza una pedrada y en la muñeca lleva una flor Cae un cartel publicitario cae la muchacha y de la flor brota otra flor y otra vuelve a crecer sobre el polvo Una lluvia de granadas en el cielo de Lima Oh dónde estabas tú que sabías que para cada uno de ellos había un caballo de la muerte, una tragedia que mancharía de sangre tu poema Ahora aprendiste la dulce manera de morir de los muchachos tu corazón intranquilamente descoyuntado la piel que te obliga a espantar el dolor, a suprimirlo Ah como si acaso tu visión no incendiara tu estómago después del microbús que aplasta la belleza y vuelve a recrearla Porque digo esto ahora, en esta época y me revuelvo en la cama sin hacer, agachado para comer, los que sudan con pelo negro tomarán las armas Yo soy el odio y soy tu odio y soy tu viento más translúcido. Si tú amas el asfalto en la podredumbre de sus perros aviéntalos, limpios y apestando con aroma que ha de arder entre la noche y apéstame apéstame /No habrá más belleza/
Dalmacia Ruiz-Rosas (Lima, 1957)
El más extraño amor
El más extraño amor es el que se siente con furia de dolor y trapos viejos en un país vacío y repulsivo voraz de hablar gritando y atropelladamente Caen bombas y tiros Alguien cor re con armas en las manos. Así Sacándonos de los automóviles Golpeando nuestras cabezas hasta sentir el ruido de los huesos bajo las cadenas mientras engullimos sandwich mostros para vomitar cada uno su espectro y decimos. —Qué lugar tranquilo sin la violencia de la urbe que se desliza por el sendero al campo santo— y siento frío y asco y una terrible soledad ante mi merienda que la torna hiel y pena vete a la miseria concha de ti misma hija de ti misma no dan ganas de olvidarlo todo por un plato de comida fachada lujosa de alegres tiroriros PAISAJES DESCONOCIDOS de sufrir y hacer llorar quedito mi corazón como una bestia del Perú
y estallará todo y se pondrá al revés comenzando de nuevo y nada ha de pasar Todo tranquilo vagancia antropofágica es que mi ciudad es sólo la soledad en los parques de los vagos y los adictos preguntas para una flor en medio del concreto. Para esta extraña flor con aroma de pez días Explosión de los recuerdos de cómo traté de conquistar la libertad en la destrucción de mis mejores deseos
Eduardo Chirinos (Lima, 1960)
Thanksgiving
Guanajo, guajolote o pavo igual da. El lago Cayuga está vacío. En la superficie flotan témpanos de hielo, árboles negros y profundos que enraízan en el agua, en el amplio cielo que alimenta todas las raíces. Las buenas familias han venido a visitar el lago. Juntas rezan y bendicen los alimentos recibidos, los ahorros consagrados por el sudor de sus frentes. (Los vi llegar de lejos. Son blancos como los zorros del norte y calzan zapatos puntiagudos con la hebilla rota; parecen inofensivos en verdad, adoran dos leños amarrados y hablan una lengua extraña, pero he visto en sus rostros el hambre de siglos, la codicia de los que nada tuvieron y anhelan conquistarlo todo). Guanajo, guajolote o pavo Igual da. A Dios gracias no hay canoas en el lago. Las aguas del Cayuga se han teñido de sangre.
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José Antonio Mazzotti (Lima, 1961)
Cuismancu
Cuismancu soy. Cacique del valle. Siembro y reparto la siembra, atestiguo asesinatos, me distribuyo en fiestas, presido funerales. Juego con los brujos la función de mis antepasados, y así sucesivamente mientras vago, pienso, deliro, sueño, sacrifico animales y los dioses me prefieren a todos mis vecinos, soy el rey, el rey ordenador, embajador del cielo, intérprete de Rimaq, hijo de Pachakamaq, padre y finalmente sujeto a una extraña certeza... Vendrán otros hombres, gente de la montaña, y mis dioses no serán queridos y mi pasto acabará quemado, todo se infectará con aguas negras, no comeré más perro, me pondrán a deambular con mis vestidos ahora baratijas, piedras, grabadoras, ah presentimiento de un paisaje en que las huacas aturdidas no se levantarán y sin embargo no será todavía el tiempo sin tiempo sino el tiempo de las zonas frías los canales abrirán heridas al desierto, y desde el Templo. al norte los ríos reflejando Ia luz se inclinarán al Sol habrá pacto lo Visible y lo Invisible rotarán como el día y la noche, y la vida con su interminable paso escuchará los oráculos, resolverá consultas, en las colas mis hermanos subiendo a los micros peinarán la cabeza de sus hijos con la verdad del único pasado memorable de estas tierras ¿Quién vive? ¿Quién viene que huyó cuando el mundo se deshizo, todo se corrompió el universo entero arrastró en su secreto la visión de este orden? Soy yo. Cuismancu regresado de arriba, del Norte, del Sur, de abajo y de adentro del Infierno apestando me corren de las calles, vivo en los cerros mirando el exceso estadístico de construcciones deformes que hablan de un dios que no se parece en nada a sus palabras, de un valle pisado por cuero y metal, caballos motorizados que son hijos del Error, su espada al cinto, la fusta como un ángel que dicen con su dedo de fuego
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señalando la esquina, la mixtura de una rutina encarcelada entre el parque y su feria y el polvo alucinado regresando a los suburbios. Mis sitios arriba confiando en la fuerza de las piedras dispersos por espacios infinitos miran hacia acá, Qawillaqa esculpida en el mar, valle del Templo, arenal donde las rubias asolean sus enormes caderas brillantes Oh, y su Poder será el Poder que hasta hoy nos lastima. Esas piedras caerán por su peso y un huayco fundará con sus venas chorreando un cuadro del crepúsculo tamaño natural, cactus y jora, al tiempo que probamos sus cerebros y el Orden se construye como el viento que dibuja en las arenas el sonido del mar su canto arrecho la venganza de todo lo que significa la pérdida del Reino...
Diuturnum Illud / Sueño profético de Wanka Willka
Por mí mandan los reyes, por mí mandan los príncipes, y por mí los jueces administran justicia. Eclesiastés, xvii, 14. 1. Un cerro erecto sobre las chozas de barro, una luna montada en sus hombros, paredes, ladridos, y el frío conversando en el círculo. —“Nuestro Padre el Sol, viendo a los hombres tales como te he dicho, se apiadó y hubo lástima de ellos, y envió del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que los adoctrinasen en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adorasen y tuviesen por su Dios, y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en razón y urbanidad”. Pero hoy ya nadie cree en esto. ¿No sientes acaso la helada? ¿No tenemos que juntar leña y bosta para las hogueras, y ahumar las chacras, las laderas, nuestros corazones? ¿No tenemos que ir tejiendo eucaliptos en las piedras? Esperaste un mundo mejor, una aventura de magia. Sólo esto podemos ofrecerte.
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El adobe de al lado temblaba con el baile del fuego. Juan trató de calentarse las manos; hizo un gesto, continuó: Para que todo cambie no sueñes milagros, no confíes en tu juego ingenuo. Si ni siquiera nos conoces, ¿de qué sirve tu buena voluntad? Justo Chocne veía. Padre como los cerros. “Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne”, recordé. —Cuando vengan a buscarnos no sabrán dónde seguirnos. No conocen los laberintos, podremos emboscarlos. Veremos en el musgo resbalando sus botas. Rodarán. Sacsamarca se nublaba. La punta de la roca, sin cabeza; los niños que reían todavía regresaban. (¿Juan, Justo, dónde están?) Entramos en la sola habitación. Frazadas de cordero, la cocina a un lado. Felicita encerrando a los cuyes hervía la hierbita y un paquete fue sacado de la oscuridad: Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China. —”¡Mierda los haremos!”, musitaron. “Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran”, resonaba. Nos envolvimos con dobles pantalones. Los gorros de lana ya empezaban a plancharnos los cabellos. “Oráculo del hielo“, presentí. Y entonces intentamos olvidar. 2. Pero el pasto brilló la mañana siguiente y otra y otra más. El riachuelo que bajaba por las escaleras hasta Huancavelica nos miraba trepar, urdir las piedras, alterando la parca claridad de esos parajes. —Todo lo que aquí hubo fue circulando con las aguas. Quizá porque el Río de Leche quiso cambiar su camino, y nos quedamos sin memoria siquiera. ¡Rocas, declive, lluvia, piedras negras y barro, laberintos, rocas, declive, lluvia, y ningún pájaro!
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—Tenemos que subir un poco más, quizá haya truchas y puedas mirar los límites de la Comunidad. Y así ascendimos, pero en esa punta sólo otras puntas había y otros vientos y otros precipicios. A lo lejos ardía un punto azul escarbando una falda. —Tendré que bajar a la ciudad a ver qué compro. Tú sigue craneando tu informe, gringuito... y rió. Me quedé contemplándolo un rato. Luego fue sólo un silbido en el viento. Pensé entonces qué país tan raro, qué países los que habrían circulado por estas dormidas paredes, besadas por un pobre riachuelo que nunca supo nada, o que lo calla y sigue. Y me sentí más solo que un pobre riachuelo de la puna, rasca y rasca, hasta encontrar un hueco entre las piedras: la sangre lavada grabaría una arruga en el cielo. Al bajar me fui perdiendo en un silbido, y las burbujas del estómago cantaban. “Sopa de papa otra vez”, adiviné. Y rocas, declive, lluvia, piedras negras y barro, laberintos, rocas, declive, lluvia, y ningún pájaro. Pero el pasto brilló esa mañana y acaso alguna más. 3. Tiempos en que todo se revuelve al caer la piedra en la corriente. En la noche de San Juan el humo discurría en las laderas calentando los cultivos; ese humo de pronto se ha esparcido más allá de los linderos. (¿Juan, Justo, dónde están?) Supimos con el tiempo que las rocas se habían convertido en llamas vivas. Los últimos restos del poblado como un cuerpo anestesiado quejumbraban la muerte de Felícita y los hijos, el exilio a las pampas amarillas de la costa. —¿Ves en qué quedó? ¿Ves en qué queda? ¿Podrás alguna vez atravesar ese camino y no decir que era esto inevitable? (Ah, pero la noche se cierra como un odre con dagas y agujas, y el espacio que envuelve nuestras pieles es propicio para ver
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los rostros exactos y las manos quietas, la verdad sin cáscara y creciendo). —Vea usted, joven amigo. Se pueden aceptar los puntos de partida, los principios y hasta el ciclo de la historia en este asunto / pero hay algo que impide su total realización: serían demasiados los cadáveres y pocos los frutos inmediatos. En resumen: una pésima inversión. ¿Me entiende ahora? (Y un pozo se expande y va tragando amigos y parientes, nombres raros, y fantasmas que cuelgan de un rayo de luz y cobran vida). “Por mí mandan los príncipes”, se oye. Pero también la elección de los culpables: todos ellos roídos por el miedo que invade las noches heladas, convertidos en bustos salinos por mirar bolas de fuego cayendo del cielo. Y arriba no hubo nadie que calmara los rayos: lluvia ardiente que calcina los cuerpos marrones y los valles. (¿Juan, Justo, dónde están?) Crepitan rescoldos y un gemido subterráneo. Una inmensa pradera de cenizas se confunde con el mar.
María Emilia Cornejo (Lima, 1949-1972)
Soy la muchacha mala de la historia
soy la muchacha mala de la historia, la que fornicó con tres hombres y le sacó cuernos a su marido. soy la mujer que lo engañó cotidianamente por un miserable plato de lentejas, la que le quitó lentamente su ropaje de bondad hasta convertirlo en una piedra negra y estéril, soy la mujer que lo castró con infinitos gestos de ternura y gemidos falsos en la cama. soy la muchacha mala de la historia.
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Domingo de Ramos (Ica, 1960)
El perro hambriento solo tiene fe en la carne
No fue hoy Lo vi ayer Vacas caminando entre lágrimas De hambrientos Yo mismo en esa procesión Que me agobiaba la espalda con un sol rígido abriéndose desde lo alto Que me hacía pensar en esos campos de arroz que eran Las grandes avenidas de esta ciudad que desconozco Llenos de metales vidrios placas conmemorativas de gordos y vistosos guerreros Erigido allí para sombrear a este cuerpo que descuelga sus harapos silenciosos polvorientos detrás de los parques como un trompetista negro cantando OnlyYou o cuando silbo las canciones de Horacio embaucado de nuevos paisajes ungido de sabores necios balbuceando trojes de hórreos panes sobre el polvoroso estío En tierras ingratas este mal de las tripas esta escasez esta hartura inculta De paneles que recuecen los sentidos el hambre con que riegan y se pegotean En los carteles con las aguas del Leteo Este dulce olor contra la peste contra el hambre de verte o no verte De verter estas miasmas con imágenes de fastuosos elefantes caparazonados como en un circo inundado de fieras hambrientas que como yo salen ¿por un pedazo de ilusión? Oh fao tú no existes Tuve que irme de estas aglomeradas vianderas de los aullidos de los perros de piedra No he vuelto más a esa avenida gris que se encorva ante mi Y claro Los mensajes al celular que no tengo y me dicen “Irás sin mí a la ciudad Donde a mí aunque humano soy No soy dado a entrar Ve pero sin ornamentos Como conviene al libro de un exiliado Infeliz viste el traje que exige estos grandes cambios climáticos No te cuides de las manchas de los ácidos de las malteadas Constelaciones pues quien las viere si las ven no serán más que mensajes De un futuro próximo que a mí no me toca” y se apagó toda señal Retratos de Bengala de Londres o Irlanda Oh Peste ratona La trinidad bíblica Oh forma etíope Actitud magra Naomi me busca en el país de los Moabitas Para un recital sagrado Holocausto de bueyes y becerros pero Recibí tan solo raciones de aire Palabras orquestadas Rapsodias pulcras de este violinista desquiciado Que infla la tarde con sus acordes crispados Que me arrancan y arañan las paredes del estómago Cuando miro las bellas luces del McDonald’s que me marean como una mala caligrafía elevando la fiebre negra En el herboso amanecer donde nadie ha desayunado Salvo unos tigres que huyeron del vergel llenos de tomates rojos Pero tú que estás al oeste de mi nariz Distraes tus manos sobre una lonja con salsa
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Y con un cuchillo enorme tajas rebanadas de hiel El almuerzo desnudo junto a mi escritorio desierto Frente a una tienda de comida rápida Delgadas y tibias La luz cae entera como un ataúd ¿Duermo en verdad duermo El sueño del pongo o El sueño de mujeres somalíes o las flacas rumanas Que vagan y exhalan tibios vapores adorada por mi rústica y salvaje imaginación ¿Atenaceada por invisible mano? Humo de hambre de sexo de putas piedras en el intestino Sed de mí ¿En qué dirección habré de volar esta cólera infinita y desesperación interminable? Tengo el hambre del otro Yo mismo soy el hambre Oh Gula Gulita love of my Loves Dadme de beber y de comer… Decían los libros que alguna vez intenté leer Utópica petición del hígado Pantagruélica obsesión bulimia y asco Estamos aquí sitiados y varados en estas ínsulas sin huelgas ni shock una balacera como oración Penitencia Marchas y contramarchas la marea ralea el pavimento Se oyen los cascos de caballos a lo lejos No es el hambre que rebuzna que relincha que zapatea ni se encabrita Es el hambre que vuelve una y otra vez que se va empequeñeciendo por las callejuelas templando los tenedores los manteles y las sales volátiles Es el hambre como una hoz en movimiento que aterran a los pescadores que se hielan en las paredes y éste saco mío y esta lengua mía vívida con que te nombro glándula herbívora buscona bocona deja ya de tragar mis paisajes Esto que se ensancha y se contrae como el vientre de una ballena Deja mi orgullo mi hambre mis rigores subterráneos Los perros saltan como este corazón intonso que persiguen y no encuentran los enterrados huesos con que se hicieron estas bicicletas que han remontado el cielo azul La estación umbría o la hambruna o la peste No hay más páginas ni costillas El libro del Génesis siete años de vacas flacas Wikileaks dixit Solo les entrego estos ojos para sus ojos porque mi crimen fue el de tener ojos Que solo ven tráiler de películas pasadas candentes comilonas ágapes de Pringles doradas Oh amo tu patata verde con pelusillas moradas los catéteres con ayahuasca La coca con cal el berro oxidado del plato el tocino crudo y otras exquisiteces Que ya no trato de comprender puesto que ya no tengo nada ni nada hay a mi paso Oh como me dextrosa el corazón verte así tan leal como un legionario entre tanta gente dura y miserable ¿La muerte tiene la forma de un hombre como un asesino de Estado? Abandono mi fatiga Las pompas las volutas socavando mi silueta en deshabitado sueño Mi aclamación violenta muda los grandes caminos No hay belleza en lo que se busca Dímelo tú
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Tú que escuchas la extraña historia que te conté aleja a ese vulgo siniestro y descontrolado que todo lo acapara mi nueva verdad mi creciente belleza el cielo del infierno el infierno del cielo Esta sarta de puñaladas que doy mediópata moribundo anclado como un pasado Campesino neolítico errabundo y místico Hoy cazando animales extintos hombres de letras de gordas billeteras en invierno o verano indistintamente nunca se llena de nada No tengo armas para animales fabulosos ni apellidos rimbombantes cuando digo El perro hambriento solo tiene fe en la carne Solo ve cavidad en mis palabras Y en mi entrega a la vida reiteradamente franciscana ñato corajudo y de paso Nadie sobrevive dos veces en el mismo carril a la misma hora y en el mismo lugar Ni la cabra doncella ni el venado enjuto ni mis poemas mal cocidos El perro hambriento solo tiene fe en la carne en su cama y en su pezuña ¿Vuelan los chanchos? Oh mi Señor guarde las tentaciones Dimita Estáis Obeso Hay un monstruo de hermosos ojos verdes que se burla de la carne con que te alimentas ¿Los chanchos vuelan? Obesus Obesus Infernum del Mercado Oh el obeso es un monje estremeciéndose frente a un Cristo obeso la ciudad los puentes la luna obesa lenta nublando las esquinas Entonces sé mi obesidad chaplinesca comiendo suelas en La quimera del oro La rueda del hambriento que asoló París en 1930 ¿Otra vez los chanchos vuelan? los Ovnis obesos Un Boeing 730 obeso pasa rasante por entre las púas Los culos obesos de Rubens el mismo Orson Welles o el pícnico Alfred dirigiendo La soga obesamente sentado como un marrano Un niño obeso rueda amablemente sobre el río flota entre la floresta de coles y verduras amarillas Eructa familiarmente mi nombre Lo imprime sobre la mesa desnuda Se aplasta en la banca y vuelan los clavos Y yo allí estoy mirando todos los tintes de los banquetes EL RUIDOSO CENTRO DE UNA CIUDAD AJENA Hambre y sed virtudes de las pobres mentes que se pierden en edificios de vaporosas telas bajo una rubia lluvia que cae al atardecer cuando al atardecer salen los policías como de una profunda selva salen monstruosos tripulantes que se expanden como ratas se escabullen bajo las mesas trotan golpeando ollas y sartenes vacías donde saltan organilleros harapientos y violentos que azuzan a comensales oscuros y pesumbrosos Hambre y sed vociferan Los de afuera los sin techo los pasteleros más duros que un pollo congelado invaden las veredas las cocinas los restaurantes y los cinemas Época de Roma y centuriones voraces de codicia y deseo Épocas de revoluciones y revueltas de incendios y langostas plagas sin harina y sin carne cuando solo era espada e inanición Canibalismo puro canibalismo Sitio de Samaria siglo IX Ben Hadad Rey de Siria Yo te condeno a la cólera así como a tus profetas Los cánticos estomacales El buda flaco y atribulado por la cosecha de arroz por el licor de
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arroz por el papel de arroz lustros atrás dijo “El que obtiene bienes tiene poco. El que disemina tiene mucho” Oh y aquella vez caminando a tu lado estabas fibrosa inflamada neonata creciendo como un Alíen en mi cabeza devorando mis mórulas parvas y cochambrosas Estabas absurdamente bella como esta noche reptante y afilada y te grité y al voltear Olías a pan a yerbas saturadas y confitada Maná de Dios dije El costado de Dios respondieron Cannabis cannabis en La noche de los muertos vivientes Salimos del cine aturdidos de todo aquello que me masturbaba que me quemaba esa imagen lapidada que se hiende en mi pecho iluminado Oh el sol cintilante breve como una brizna de arroz Aquello era un melón apenas mordido por la niebla o era la sopa lenta entrando en la garganta o eran tus carnes la salutación y la enorme y pensativa gula que me guiaba o eran tus cerezos tus aderezos tu cuerpo gratamente anidante junto a mí o era yo muerto devotamente floreciente y exquisito para peatones obtusos e idiotizados o era yo santamente soporizado ardiendo ardiendo rubicundo de peso y de desconsuelo bramante de soledad y de hambre Oh harapienta virgen guárdeme de las enfermedades virales de los dolores lumbares de las palabras gruesas como puños en estas horas en que soy un pobre diablo transeúnte de los días rojos como tu ausencia Recoge mi destierro pronto pronto que ya caigo que ya caigo despacio por el tedio Oh ya descansa cuerpo mío descansa pasajera bestia descansa que el cuerpo es triste Consumatum est
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Rossella Di Paolo (Lima, 1960)
Preparación del día (Ab ovo)
Jaculatoria
Un fresco sol como un huevo fresco en mi plato así la yema de buen ver dorada y la clara limpia y batir hasta tarde y engullir sin prisa, quedamente, que en acabarse el huevo sanseacaba el juego y no es el día más sino su falta.
Oh acércate, mi cabeza es de hierba olíscame suave es tu hocico y mis jugos son suaves muérdeme arranca despacio mi cabeza mastícame quiero no quiero no pensar, ser una bola verde en tu lengua, en el cielo de tu paladar oh entre tus dientes trágarne vuelta en tus limpios ácidos nada nada nada oh amor en tu panza de toro ahora y siempre en tu ardentísima santa bosta, amén.
Alejandro Susti (Lima, 1959)
Dientes
xxx-Large
El vientre del vecino pace dócilmente y el futuro es una boca disecada: del afrecho a la vaca de la vaca al matadero hay un camino de mordeduras de carnes que derivan por un filo de cuchillos silenciosamente: pasto los lobos carne las cenizas el hambre arrastra pieles en cada boca: en el diente no en la lengua está contada nuestra historia
Mediodía. Niños negros limpian parabrisas por las esquinas del Downtown. Un adicto pasa empujando una carretilla y, sobre ella, un televisor agujereado. Un par de zapatos cuelga de los cables que atraviesan la calzada: A man was shot last night— repite el noticiario en la radio. Treinta grados. Por la rejilla del tablero un torrente de aire caliente se desliza por los asientos del Chevy. A la salida del Centro, llegando a los suburbios, el tedio se dibuja en los rostros de los jubilados: vestidos como para cazar mariposas, hacen cola en las cajas de los supermercados y discuten siempre sobre el clima —lluvia, sol, borrascas o chubascos— y se enteran de la vida por un pronóstico del tiempo. Por los anaqueles rebosa el sinsentido de las leches sin grasa, las orgánicas lechugas y los helados dietéticos. Templos del control de peso en donde habitan los dioses del low fat el no cholesterol, mientras en los restaurantes de comida rápida, hambrientas colas se entusiasman por unas lonjas de grasa o el lomo de una vaca sobrealimentada. Saturación gozosa del aceite y la sal, tosco corazón de la abundancia. Y por la tarde en los almacenes, camisas, medias y pantalones talla XXX-Large, donde podrían caber dos o tres peruanos mal alimentados o un par de niños negros.
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Jorge Frisancho (Barcelona, 1967)
Plato vacío (algo está obligándonos a recomenzar)
Para Rodrigo Quijano ¿Cuántas veces deberé contemplar aquel plato vacío para que suceda, exactamente, un atardecer frente a mis ojos y éste sea el legítimo crepúsculo, entre afranelados ocres y amarillos, que se desenrolla sobre un mito personal, como su relativo apocalipsis? No, nadie dijo que el poema sería la respuesta, pero no me importa. Nada cambia si me quedo a mirar el horizonte, la sombra del pelícano en la arena, las desfallecientes oleadas de un Pacífico sur —pero no tanto— y luego escribo, parado en el mismísimo ecuador de toda una experiencia cuidadosas elegías, ordenados cuartetos sin fustán, desnudos versos ferozmente sonoros y expresivos. Y sin embargo miro el horizonte como quien mira un espejo y hago de las olas elevándose una simbólica ecuación, un estallido y del pelícano una imagen en el lugar exacto, y éste es un poema mas no un atardecer de dudosa geometría o un crepúsculo coloreado como una hoguera de delgadísimas flamas arañando mi corazón. No, nada ha sucedido excepto las palabras, pero no me importa. Contemplo otra vez aquel plato vacío, fracasando, y bailo sobre un pie, clavándome en un suelo sin virtudes, mientras a mis espaldas cuarenta catedráticos se ríen sin emoción: elaborados ayes, castísimos lamentos salen de mi laringe sin convencer a nadie y permanezco en vilo sobre mi propia sombra puntual, cubierto de tensiones y ternuras tratando de caer sin conseguirlo. De alguna forma oscuro, herido por la miopía, aún estoy mirando el horizonte como un molusco rudamente separado de las rocas. Suma de minerales y líquidos amnióticos, bajo una piel que se calcina pero insiste, esto soy, y un pedazo de sombra me define ante tus ojos, mientras algo está obligándome a recomenzar. Porque algo está obligándome a recomenzar: bailo sobre un pie como sobre los arcos de un sentido preciso pero incomunicable, incomunicado yo mismo entre paredes de palabras, y el poema es lo que he venido a recitar en un punto cualquiera del ajeno litoral que se despuebla. de todos sus animalillos murmurantes, como tú, que ahora caen graciosamente hacia el falsete.
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A mis espaldas cuarenta catedráticos susurran, pero no los oigo. Sus voces aflautadas pueden ser, ahora, un melodramático bolero tropical. mientras de mí se desbanda un tropel de pasitos, y jergas, y compases melancólicamente disueltos en el absurdo de su perfección. Guardo, como una paradoja, emotivos silencios mientras la música vuelve, pero la música no vuelve, y tú me estás mirando detenerme en el instante previo a la caída que es, fingidamente, mi destino. No, éste no es un atardecer, pero tampoco un mediodía, y sigo contemplando aquel plato vacío como quien espera, mientras un lapso de tiempo indefinible hace con delicadeza un delta para rodearme, y no me toca. Es el permanente lapsus del poema lo que oigo, aunque me cantes, y una hoguera de flamas delgadísimas nos una: aún estoy mirando el horizonte, y el horizonte se mueve y reverbera como un verso sin retóricos meandros, acerado, o más bien acelerado que se encamina sin lástima a su consumación. Y nada cambia, incluso si me desapruebas pues yo sigo bailando mi bolero y tú sigues allí, sutil como un hermano de otros padres entre gritos inaudibles y concéntricos que se piensan a sí mismos como una razón, y son un hueco en el paradisíaco paisaje inexistente que contemplas, como yo mismo contemplo todavía la sombra del pelicano flotar sobre mi propia sombra: el poema se parece demasiado a esta equivocación que dejo deslizar sobre las removidas aguas de mi memoria, con la estructura de un trino y la fugacidad del sol opaco que nos hace, tercamente, un hermoso eclipse frente al mar. A mis espaldas, cuarenta catedráticos se marchan sonriendo y este es el momento de saber que el crepúsculo no llega aunque la música vuelva y yo siga bailando mi bolero mientras tú me cantas, bajo los afranelados ocres y amarillos de una historia personal tendida ciegamente en esta playa sin apocalipsis. Y yo sigo bailando con los ojos puestos en el horizonte, aunque un helado viento me cale el metatarso, y el poema no tenga más respuesta, ni más intensidad, que ese plato vacío que nos diferencia: no, nada ha sucedido excepto las palabras como una hoguera de flamas delgadísimas arañando mi corazón y también tu corazón, en el mismísimo ecuador de este poema mientras algo, eternamente, está obligándonos a recomenzar.
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Reynaldo Jiménez (Lima, 1959)
Llevé la oblicua del hambre con humo
Llevé la oblicua del hambre con humo a una bocanada sin cara y ya innacida manada desde la jaula del costillar, los labios pegados como párpados, sabor a sangre, parto del aparecer. Para cuando nos conseguimos, ese paradero de temporal entrópico calcinaba. Tiré al precipicio del pasado a Soror Cronos: juro que sus bofes comí, su linfa la bebíntegra, su leche tragué, llagué sus pensamientos, su hez. Hablo mezclando las instancias porque las voces no portan condición. Hablo desde el borde al que asomo, a pesar del alto vértigo de lo feliz que fui, el porvenir con su arrastre desclavo, su cola de caballo al polvillo prometida. Y, golondrina en el pórtico, la condición. Escudriñé, escuché la risa de las hélices: con el hocico en el charco, evohé, tal como ahora le revuelvo el caldo a la hechicera que nació conmigo. Y su colgante de cuentas de azogar, hilo de agua sobre una laja recién rajada. Tragaluz hubo nacido.
Carlos Oliva (Lima, 1960)
Sobre la muerte
Solo el que está muriendo puede vivir, convertir la noche en perenne concierto, recordando el recuerdo por el recuerdo, sobre las hirsutas calles abrumadas de sombra, con lento transitar que sugiera paciencia, limpiando los olvidos del afecto, respirando el tiempo que pasa, destruyendo la realidad que a veces se disuelve o se rompe como un jarrón de porcelana. Y la realidad es una piedra en el desierto con un hambre no saciado de tentación, como un viento que desciende en la memoria, bajo nube de magnolias o lienzos; sobre un bosque de melancolía, entre flores silvestres que embellecen la hierba y las rocas donde brilla una hoguera cristalina; o sobre una playa sin nombre, donde el laúd extiende sus cuerdas, pentagrama de arena o de agua, orilla dorada hasta la espuma de plata que refresca los ojos enturbiándolos hasta el fondo. Voy sobre un navío de recuerdos volcado por una ola grave, colosal, inmensa. Voy a morir, ríanse: La muerte es, y trato de alcanzarla.
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Montserrat Álvarez (Zaragoza, 1969)
Poema
De nosotros decid
Tenía tanto hambre como tres campesinos en la víspera de la fiesta de la papa Y comí con una velocidad malsana, sintiéndome los ojos enormes como platos y retrocediendo de pronto a un miedo arcaico, a un pasado salvaje en el que era preciso devorar en secreto la presa, antes de que otros depredadores olfatearan su sangre Con el corazón todavía acelerado, bebí tres largos tragos de pisco, en busca de paz Y enseguida, con la ayuda de otros tantos cigarrillos, pude recuperar un cierto nivel de civilización Entonces comprendí que el calor del cuerpo es el calor del alma que el hambre del cuerpo es el hambre del alma y que cuando a un hombre se le priva del pan, no se le priva solamente del pan
Vosotros que vendréis más tarde que nosotros para sabernos bárbaros y antiguos, historiadores del futuro, de nosotros decid que fuimos habitantes de un mundo prehumano, semidivino, semibestial, precario fértil en aciertos, fértil en errores Que habitamos un país en el que las hogueras dibujaban en los cerros nocturnos el rojo resplandor de hoces y martillos Que venimos de un tiempo de tabernas y de airadas consignas vociferados bajo los rochabuses Decid que nuestros perros eran largos y tristes y canibales Que en la medianoche de Ia Plaza de Armas el Hambre conversaba con Pizarro Que la Peste nos recibió en su lecho y que nos brindó asilo y fuimos como hermanos Que bebíamos con la Muerte y con la Guerra en una misma mesa y reíamos juntos Que hacíamos poemas y escupíamos de lado que estábamos tuberculosos y que nos odiábamos los unos a los otros Que traicionamos y que nos traicionaron que nos señalamos con el dedo y que el cielo en octubre era morado y rojo Que alzábamos lo voz para increparnos que nos asesinamos y nos reprodujimos y que muchos murieron y no se dieron cuenta
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Xavier Echarri (Lima, 1966)
La esfinge
La esfinge se arrastraba sigilosamente sobre la arena, se raspaba las costras con la pata. Dormía de humo en los azules, Desnúdate, El segundo corazón me salió deforme. ¿Puedo alzar la vista a las nubes y contemplarlas realmente? ¿Dibujar el vacío? Un dromedario extravió las orejas —“Abu Hasim, Abu Hasim, ¿por qué llora el camello?” Extraño el modo en que la gente se une, Extrañas nuestras entrañas. “Mas, nos, preferimos la paz de las clavículas”, Pero quien menos sabe de una mujer es su marido. Nadie cegó al cíclope. Soy el mar y la tierra no soy tampoco Todos los litros del océano, las masas de agua verde y transparente con todos los seres desnudos que se comen.
Martín Rodríguez-Gaona (Lima, 1969)
Arte culinario
¿Por qué uno ama las palabras y escribe acerca de ellas aunque sólo sea para indicar que no hay nada que decir? Algo extensa la pregunta y quizá así pueda hacer tiempo para que Éricka termine de preparar el almuerzo. (Se podría redactar una lista de los privilegios que esta actividad implica, pero de seguro ustedes ya saben. Y si lo saben no harán nada al recordarlo) Si publico este poema ¿saldrá en una antología? ¿Alguna mujer especial deseará que la inmortalice? Espero que esta vez guisen bien el pollo. El otro día estuvo un poco crudo.
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Miguel Ildefonso (Lima, 1970)
El editor
“Como mi habitación”
La poesía se regala como el corazón de Jack Kerouac en el camino como dios en las iglesias más pobres la poesía se regala como el olor de una rosa en la vereda de un mendigo como el olor del hambre o de la vanidad se regala al diablo y él lo vende
Como mi habitación como el papel como el mundo el invierno como dios mi cuerpo tiene los mismos límites de la polilla que revolotea en el foco de luz también tiene los mismos límites del foco la palabra no es exacta por eso hay guerras y por eso mueren de hambre millones en el mundo por eso
Victoria Guerrero (Lima, 1971)
Otra carta (al amable carnicero)
El olor de la carne descompuesta me atrajo hacia el mercado. Caminé bajo el condenado sol que no desaparece nunca. El amable carnicero permanecía al fondo. Su habitación quemaba como una antorcha iluminando un cuerpo. Yo lo vi venir desde lo hondo. En la esquina filosa brillaba el puñal en lo oscuro. El puñal era guía entre sus manos sudorosas y ensangrentadas. Cogió un cuerpo y lo horadó hasta el fondo. Yo permanecí sentada bajo el fuego del sol. Afuera todos cuidaban las jugosas frutas de las manos extrañas. De su boca salía un lenguaje que no podía comprender exactamente. Hasta que una mañana pude entender lo que decían: no comas ni bebas de nuestra mercancía. Entonces añoré la casa del carnicero por su alma sangrante y me dirigí a ella como se dirige un niño hacia un río de agua pura. Tomé en mis manos extrañas aquel cuerpo desollado y lo metí en una bolsa transparente para que todos vieran la presa que iba dentro. Y la mostré como una prueba de amor.
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Roxana Crisólogo (Lima, 1966)
“Me separo de mi hija sin mala conciencia”
me separo de mi hija sin mala conciencia la oscuridad no se detiene hace lo que una bola de grasa en un paisaje empantanado de ojos yo terminaría esta novela con una frase de bolaño pero no es chile se trata del perú y eso puede tomar tiempo y el desierto no termina y mi hija sabe que su madre anda extraviada en alguna carretera de innavegados cactus y me perdona y levanta sus alas las palomas arañan los edificios más altos una antena con dedos de mujer sostiene un monumento arcano a la sed todos van colgados a una sed que no termina como a un prójimo el anuncio comercial que me acuesta desnuda sobre un botellar de cervezas y me expulsa del paraíso nadie sabe que desde ahí domino el mundo del agua desde mi triste traje de baño cantonés siento frío y hambre las jarcias son fronteras que difícilmente me separarán del muelle un lenguaje una obsesión que no termina
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Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968)
El devoramiento1 interior
El autor agradece al cantante y compositor del grupo Del pueblo y Del barrio: Piero Bustos, por la recuperación de este poema extraviado en el Centro de Lima en los años 90. 1
Amó el fuego de una palabra hermosa El Perú en sus manos manantiales Después Le dolieron los senos de tanta pateadura Ardió el agua yodada en su piel Sonó en sus oídos la excitación de hombres que tenían miedo como ella Era inocente según los partes que llegaron a Lima Todo se paga en este mundo —le dijeron Y vio arder su pueblo miserable Su cuerpo fue el mapa de los asesinos La envolvieron en bolsas negras Pudo ver a través de ellas la entrada a un frigorífico Pensó en la niña que iba a la escuela por las mañanas Y en los huaynos que cantó Recordó la cabeza de Pedro Los brazos de Juan Las piernas de Alberto Los testículos de Mamani Todos rotos en una fosa Antes hubiera querido el fuego de esa palabra hermosa Para caer sobre cielos de felicidad Y el alférez no la violente Por su capitán que agonizó Y que lo atendieron en la comisaría de San Juan Sola con la seguridad nacional Todos volvieron a meter mano contra ella Y supo que bailar con ellos era la opción Amó la justicia y la ignorancia de sus propios restos Mientras en la radio escuchó el nombre del Perú Estaba viva Hasta que los procesos de paz desenredaron horrores Luego se juntó a un hombre oscuro e insensato Lo amó Pero él no pudo acariciar ansiedades de una mujer enferma Limpió las márgenes de su cuerpo Pero no pudo alcanzarla Ella llamaba montaña todos los derrumbamientos Y un día Sin vergüenza que otro gran camino pobre Cambió su nombre Y sin hogar volteó páginas de amor y odio Amó un disparo de encierros verdaderos Que le permitieron ver la creación Volvió a nacer en una peluquería de su barrió día y noche De unos huesos instantáneos Hizo de su vida un comportamiento histérico Una relación más dolorosa con la muerte Fundó oscuros campos Mientras esperaba la noche de un verdugo Se volvió cobarde No pudo con esas heridas espirituales De otro cuerpo golpeado tantas veces Organizó su última cena Y el picaporte detrás de la puerta Sonó despacito
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Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968)
Haber amado la vida gastronómica
Haber amado la vida gastronómica al desgranar choclos cortar papas buscar azafrán un país desaparece de qué se habla sin andes ya hilarantes ya sensación de agua detrás del restaurante palitos chinos cubiertos con aceite cubiertos con fideos cubiertos con carne de cerdo cuando la escena tenía un diálogo pulcro teatral de Bondy en el Perú & esperanza del lenguaje después del ensayo de doble máscara con el paso de los andes con Hamlet herido que deja su oda o una esperanza del lenguaje
Rafael Espinosa (Lima, 1962)
Ladies1 night
El sufrimiento no es cuestión de las paredes pero a ellas se adhiere cuando revuelan en los ojos cuarzos de playas. Dunas por las que no se resbaló, cuando el fruncido del entrecejo toca en un mismo punto la amargura y la esperanza, entonces uno se pregunta si pudo ser distinto. Sólo la orina se escucha, con pacífica continuidad: y hace un mate burilado donde todos estamos juntos como antílopes en el pantano. Soy un león, le dije al que meaba a borbotones, soy el que siempre tiene hambre. Una mente en la pupila. Pero la dispersión ostenta muchas más variedades que la pureza, no importa cuánto se aprieten los párpados para retener el aroma de trenzas en la noche. La música que no nos ha sido regalada. El tesón de una mirada que nos asedia por sobre plantas de trópico, su deriva hasta el borde mismo del espacio: donde el recuerdo fabrica el hielo, y ya sólo resta dormir. El barman existe en los picos, en su matorral de cristales, apartado de un bullicio de agua que nos asorda (como el tubo de Mavericks) hasta que todo se ve negro. El oscuro deseo solloza en el arrastre de la orina. La ventura, la fiebre de los caminos interconectados, de un alborozo en que pareció que la tarde se sostendría en el arduo equilibrio de reproducir una rotonda sobre la que aceptación y briznas ingresan, y los cuerpos no ofrecidos, siéndonos el más vertiginoso capullo, las fantasías de esos cuerpos vagando recluidas en los islotes de sus palabras. El gran fracaso narcotiza las cabezas. Oigo todos los despojos del meado. Jaws (Hawaii) y Mavericks (California) son las playas más importantes para el surf extremo. 1
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Paul Forsyth Tessey (Lima, 1979)
Constelación que ha nacido
Y también la muerte están presentes las incólumes ninfas, ahí donde se acaba el mundo y el reflujo de los abismos se acumula en torno a los huesos como carnes silenciosas, ahí donde las cosas del cuerpo ceden, finalmente, abandonadas de infinito, y el ser se encuentra consigo mismo de regreso a tierra, trayendo para sí su culmen revelado, soplado por las Musas, que también sorbían las aguas de la muerte. Cuando se precipitaron con sus dientes sobre el triste Orfeo, antaño el viajero del Hades, y parecían juntas una ráfaga de criaturas desbocadas, un desastre de abejas, una masa monstruosa, un cataclismo de dientes y hambres viscerales. Las Ménades despedazaron sus pulposos miembros, despojándolo de su piel, y le sacaron los ojos y la lengua y los dedos de las manos, le sustrajeron las entrañas y las uñas, y las devoraron mientras deglutían sus tripas y sus heces y peleaban por sus negros genitales, extáticas como estaban, en estado salvaje. Aún latía su corazón cuando lo tiraron al Estrimón, que bajaba henchido de piedras y huesos y juncos rotos, y cantaban sus labios todavía y en su lira vibraban las cuerdas de su estruendo. Terpsícore llegó presurosa a Libetros, seguida por sus hermanas, y juntas se acomodaron en las orillas del río sobre las rocas de la vertiente, pero solo encontraron desperdigados algunos dientes, el chamusco de sus miembros repartidos y los tejidos viscosos que antes recubrieran órganos y ganglios. La enardecida por tormentas se acercó a los pies del Estrimón y habló con los ojos al río, susurrándole mieles y dulces palabras de pupilas, como aves recordando al aire el favor de la muerte, y luego preguntó por la cabeza del cantor y su lira. Y en ese momento, en ese preciso instante, el río se arremolinó sobre sí mismo, revelándolos por un segundo, y luego ella, clamando, se sumergió en sus aguas y extrajo sesos y cuerdas, no sin perderse en la revuelta corriente que corría cristalina. Aún lloraba Calíope a su hijito y lo invocaba y pedía compasión para su vástago, cuando Terpsícore tomó la legendaria lira de Orfeo y la llevó al cielo renegrido de estrellas, las que ordenó según los timbres y las consistencias sucesivas que relumbran cuando, de noche, se precipitan las aves al sueño. y el viento las lleva como secretos que la bruma oculta: una constelación ha nacido, y con ella el mundo, enriquecido por la muerte.
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