Daniel Andrés Garzón Peña 201518347 LA PROPORCIÓN Y LA BELLEZA EN TRES ÉPOCAS La belleza en la arquitectura, ha sido un tema bastante discutido a lo largo de su historia, puesto que el hombre a lo largo de su historia ha dotado al objeto o edificio de ciertas cualidades que para él, producen sensaciones o sentimientos de placer o amor “Por belleza, entiendo aquellas cualidades de los cuerpos, por las que estos causan amor o alguna pasión parecida a él” (Burke, 1757, pág. 67). Pero ¿Cuáles son estas cualidades de las que depende un objeto para llegar a producir estas sensaciones en el hombre? Por medio de este ensayo se presentará el concepto de proporción y como este fue entendido en distintas épocas como fuente de belleza en la arquitectura y causa de controversia entre el renacimiento y el siglo XVIII que abre una nueva visión sobre la proporción demostrando que el renacimiento siguió una idea de proporción errónea. En primer lugar se introducirá una idea general de la manera en que ha sido concebida la proporción a través del tiempo; desde la antigüedad clásica hasta el modernismo, que se vio influenciado por ideas de algunos teóricos del siglo XVIII. De este modo y en segundo lugar se profundizará en la relación existente entre el concepto de belleza en la arquitectura para los griegos y renacentistas. Y en tercer lugar, se discutirán distintas ideas de proporción y belleza en el siglo XVIII que demuestran la idea errónea de proporción en el renacimiento. Siendo que el siglo XVIII no se desliga totalmente de las ideas del renacimiento, pero que ciertamente es el inicio de las ideas de funcionalismo que tomarían fuerza posteriormente. En la contemporaneidad muchas veces se dice que la belleza en la arquitectura es subjetiva; es decir, que la forma en que se ve, se percibe y se siente, depende de cada persona y está sujeta a su gusto y experiencia propia. Esto quiere decir, según este pensamiento, que la belleza en la arquitectura no está sujeta a unos preceptos determinados o especificados, sino que por el contrario es muy libre y dependiente del entendimiento de cada individuo hacia un edificio en particular. En otras palabras “Beauty is in the eye of the beholder” o “La belleza está en los ojos de quien la mira”, tal y como dice el popular dicho escrito por la Irlandesa Margaret Wolfe Hungerford. Sin embargo, esta belleza no puede depender del sujeto, porque de lo contrario el diseño de un edificio estaría lanzado al azar. Esto sugiere que existen ciertas cualidades en el objeto
que producen sensaciones o sentimientos de belleza (Burke, 1757, pág. 84). El entendimiento que se le ha dado a estas cualidades, está influenciado por intereses comunes a la época. Para el hombre griego y del renacimiento la belleza estará en la proporción entre las partes de un elemento, mientras que para un hombre del modernismo, estará en su función. Pero ¿Son acaso la proporción y la función dos cualidades tan distintas y heterogéneas como para afirmar que una no es consecuencia de la otra y que estas épocas son una completa antonimia sin relación alguna? No, no es la proporción en sí la causa de esta controversia; es la manera en que fue entendida esa proporción en ambas épocas. Para los griegos y renacentistas esta se basaba en mímesis de la naturaleza y en la satisfacción de pensar y crear arquitectura por medio de la razón y la lógica fundadas en el orden y la simetría, mientras que para los modernos la proporción determina la función y se da en términos de espacio habitable hecho a la medida del hombre. Esto quiere decir, que la idea de subjetividad que se tiene actualmente, no siempre estuvo vigente, sino que lo bello estaba íntimamente ligado a las cualidades del objeto: “Se nota, por de pronto, que el filósofo griego es contrario a todas aquellas definiciones, tan comunes en nuestros días, que buscan el origen y la explicación de lo bello en una necesaria relación con el sujeto: en el sentimiento o en la pasión individuales. Lo estético aristotélico se afirma en la esencia de las cosas” (Fahré, 1949, pág. 1446) Es bien sabido que existe una relación directa entre la arquitectura de la antigüedad clásica y la arquitectura renacentista, dado que la ideología de esta última se centra en la razón y en retomar los principios de la antigüedad clásica adaptándola a la realidad de la época. Estos principios afirmaban que la belleza se basaba en imitar las proporciones de la naturaleza y del cuerpo humano, lo quiere decir que para los griegos y renacentistas, la belleza tiende más a lo objetivo que a lo subjetivo, que lo bello está determinado por una sucesión de elementos que al unirse generan una armonía que depende del objeto y no del sujeto. De este modo podría concluirse que para que un edificio sea bello debe seguir ciertas leyes y proporciones especificas en el que sus partes se relacionan directamente con las otras, formando una unidad armónica, perfecta e integral. Pero entonces, para los griegos ¿Cuáles son estos componentes que al integrarse pueden llegar a crear algo esencialmente bello?
Según Tatarkiewicz (1965), Para Platón –otro de los filósofos más representativos del pensamiento de la antigua Grecia- la belleza obedecía a un orden y medida: “La concepción pitagórica asumida y desarrollada por Platón, veía la esencia de la belleza en el orden, en la medida, en la proporción (Symmetria), en el acorde y en la armonía. Es decir, concebía la belleza primero como una propiedad dependiente de la disposición (distribución, armonía) de los elementos y, segundo, como una propiedad cuantitativa, matemática que podía expresarse por números (medida, proporción)” (p. 123) Esta medida y proporción no eran algo puramente independiente, puesto que a estas se les dio un valor mimético. El hombre griego y por lo tanto el renacentista buscaba realizar una adecuación de la arquitectura, para alcanzar la perfección que ellos veían en la naturaleza, en el Arjé. “El arte aspira a imitar la naturaleza. Su esencia consistiría en la imitación. El valor estético sobreviene a las cosas en cuanto estas imitan con fidelidad. Y tal imitación no puede ser vulgar ni trivial (…) Tanto más valiosa será, por lo tanto, una obra de arte si reflejara con más perfección la naturaleza (…) El sublime valor estético es la naturaleza en lo que esta contiene de más elevado” (Fahré, 1949, pág. 1447) Esto quiere decir que para ellos, sus templos debían ser fiel reflejo de esta perfección natural que estaba dada por proporción, armonía y numero. Esto se veía materializado en sus templos con simetría y proporción Aurea. Los arquitectos en el renacimiento por otro lado, pasan de tener una época de innovación técnica, de perfeccionamiento del uso de la piedra en el bizantino con las pechinas, o de la las grandes alturas, la ligereza y la luminosidad interior gótica que permitían los arbotantes, a la robustez y oscuridad interior.
A un periodo apoyado en la imitación de la arquitectura griega, que necesariamente también tenía su fundamento en la imitación. Vitruvio, tratado de la antigüedad clásica adoptado como norma irrefutable para ellos, es la más verídica prueba de ello. “Vitruvio, en su tercer libro, sacó la conclusión de que la simetría y la proporción eran básicos para el proyecto de un templo. Tales sistemas de proporciones ideales, observaba Vitruvio, pueden encontrarse en las proporciones perfectas del cuerpo humano” (Roth, 1993, págs. 345, 346) La proporción, en esta dos épocas, fue entendida como mimesis. El arquitecto del renacimiento se basó en premisas y principios ciertamente falsos, de una época y un contexto que no aplicaban para Francia e Italia. El renacimiento sienta unas bases en que la arquitectura para ser bella, debía seguir las normas y reglas absolutas enunciadas en un único libro de la antigüedad basadas en unas proporciones del cuerpo humano que posteriormente se demostraría que no son del todo ciertas. “Si asignamos cualesquiera proporciones determinadas a los miembros de un hombre, y si limitamos la belleza humana a estas proporciones, cuando encontremos a una mujer que difiere en la hechura y medidas de casi todas las partes, hemos de concluir que no es bella pese a las sugestiones de nuestra imaginación (…) Pues si la belleza se asocia a ciertas medidas que actúan de acuerdo a un principio natural ¿Por qué habrían de ser bellas partes similares de diferentes medidas y proporción, y esto en la misma especie?” (Burke, 1757, pág. 72) Esto quiere decir, que no se le pueden asignar las proporciones ideales a un solo hombre (Hombre Vitruviano), puesto que existe una gran variedad de formas y tamaños entre los mismos hombres “No hay ninguna especie, tan estrictamente limitada a ciertas proporciones, que impida una variación considerable entre los individuos” (Burke, 1757, pág. 73)
La arquitectura en el renacimiento no tuvo una originalidad propia, puesto que esta se fundamentó en la imitación de un libro que fue tomado como norma absoluta y donde de hecho “Los libros de arquitectura más importantes de los siguientes decenios, no fueron tratados, sino ediciones y traducciones de Vitruvio” (Evers, 2003, pág. 10). La arquitectura estaba siendo pensada de forma en que hacerla fuera simplemente la satisfacción del arquitecto de usar unas reglas que en ese momento se creían correctas e irrefutables. Es entonces cuando en la segunda mitad del siglo XVII aparece Claude Perrault, un médico Francés que realiza Los Diez libros de arquitectura de Vitruvio, corregidos y traducidos nuevamente al francés, una reinterpretación del tratado de Vitruvio que sería fundamental para el pensamiento arquitectónico del siglo XVIII. “Al igual que en el caso de la física, la teoría de la arquitectura no era ya algo dado de antemano: Perrault cuestionaría su premisas más sagradas y las orientaría hacia el futuro” (Gomez, 1980, pág. 77). Perrault llega a refutar en entendimiento que se le había dado a al tratado de Vitrubio como regulador universal de la arquitectura. Esta teoría causó un gran revuelo y muchos arquitectos como F. Blondel dedican la totalidad de un tratado en refutar las ideas de Perrault, a lo que Perrault responde reafirmando la superioridad de la arquitectura moderna sobre la antigua: “La principal objeción de Blondel… Está fundada sobre un prejuicio y sobre la falsa suposición de que no es posible apartarse de los usos de los arquitectos antiguos, de que todo aquello que no deriva de la imitación de su manera de construir, debe ser tomado como extravagante o caprichoso” (Gomez, 1980, pág. 77) Esto marcaría un cambio en el pensamiento que se venía dando en el renacimiento; por lo que en el siglo XVIII se crea una gran controversia entre teóricos de la arquitectura que creen que la arquitectura debe reinventarse y que la belleza no se encuentra en lo que pregonaban en el renacimiento, calificándolo muchas veces como algo sin sentido:
“Es un error tomar la anatomía humana como referencia para la basa, el fuste y el capitel de una columna, por no señalar que tanto el cuerpo humano como la columna, son muy variables y que resulta imposible, por tanto, deducir de ellos proporciones ideales” (Evers, 2003, pág. 250) Y los arquitectos como Jacques Blondel que aunque el ideal de belleza efectivamente se encuentra en los modelos de la antigüedad clásica, “no se trata, según él, de realizar una copia servil. Las condiciones históricas y geográficas de Francia no son las mismas de las de Grecia o Roma” (Evers, 2003, pág. 298) El pensamiento de Perrault, rápidamente iría calando en la mente de muchos arquitectos y quizá influenciando el pensamiento de muchos filósofos del siglo XVIII y XIX. Muchas de estas teorías que se fueron desarrollando a lo largo de estos dos siglos serían el origen de las ideas del funcionalismo que se desarrollarían más tarde en el siglo XX con la arquitectura moderna. De este modo, la arquitectura fue dejando de lado los principios clásicos fundamentados en la proporción mimética de la naturaleza, debido a que el pensamiento que fue ganando fuerza fue la arquitectura y el arte de ese momento eran superiores a las de épocas pasadas e incluso que la propia naturaleza, tal como lo explica (Biemel, 1962, pág. 149) en su libro sobre la estética de Hegel: “Si el arte quiere encontrar su esencia en la imitación, no podrá competir con la naturaleza (por tanto vencer a la naturaleza) sino que deberá ser comparado a un gusano que intenta seguir a un elefante”. La idea de proporción mimética de la naturaleza en el renacimiento afirmaba que no podía haber un edificio bello que no siguiera ciertas proporciones que muchas veces no eran más que formalismos, puesto que un edificio no necesita estar hecho en base a la proporción aurea para ser bello y perfectamente habitable, pero ciertamente un espacio debe estar proporcionado según su uso;
no es lo mismo un anfiteatro a un aula de clases. Es entonces deducible, que no es que un edificio no deba tener una proporción, sino que la manera en que fue entendida esta proporción en el renacimiento y en la antigua Grecia obedecía a unos intereses distintos por parte de los arquitectos. En el siglo XVIII, se le empieza a dar una relevancia mayor a la finalidad para la cual está destinado un edificio y sus espacios interiores. “En la belleza, como he dicho, el efecto precede cualquier conocimiento del uso; pero para juzgar la proporción, hemos de conocer el fin al cual está destinado cualquier obra. La proporción varía según el fin. Así, hay una proporción de una torre, otra de una casa, una de una galería, otra de un vestíbulo y otra de una habitación. Para juzgar las proporciones de estas, primero se han de conocer los objetivos para los que fueron concebidas” Esto quiere decir que la belleza de un objeto no necesariamente depende de si responde o no a su uso, puesto que como se ha dicho anteriormente, la belleza es algo que afecta nuestros sentidos a primera vista, “Debemos concluir que la belleza es, en su mayor parte, alguna cualidad de los cuerpos que actúa mecánicamente sobre la mente humana mediante la intervención de los sentidos” (Burke, 1757, pág. 84) sin embargo, para juzgar la proporción de un espacio es imprescindible conocer su uso. Esta premisa de que la proporción de un espacio debe ser evaluada según su uso o utilidad, responde perfectamente a las ideas de funcionalismo que se darían aproximadamente dos siglos después. Asimismo, otros teóricos como Jean Nicolas Durand, aportarían desde luego otra de estas grandes ideas. Durand considera que la arquitectura es un arte bastante costosa, luego esta debería evitar excesos y sobrecostos. De este modo, según (Durand, 1809, pág. 9) un edificio debía:
“1. Sacar de los edificios que construían el mayor provecho y, en consecuencia hacerlos de la manera más conveniente para su destino; 2. Construirlos primeramente de la manera menos penosa y más tarde cuando el dinero se convirtió en el precio del trabajo, en la menos costosa” De este modo, según él, los edificios debían ser sólidos, salubres y cómodos; Sería sólido si es eficiente en cuanto a su materialidad. Sería salubre si protege de la humedad, del calor, del frio, de la lluvia y si deja penetrar correctamente la luz. Y sería cómodo si la disposición y proporción de los espacios está coordinada de acuerdo a su destino (Durand, 1809). Es por esto que un edificio debe ser económico y eficiente, puesto que un arquitecto es responsable del dinero que se gasta en la elevación de un edificio. Sin embargo, pareciera que Durand, atribuye la belleza a un edificio que está correctamente hecho usando los principios de economía y eficiencia. Y que además, al igual que Alberti, la belleza de un edificio es propia de sus espacios, no de mobiliario u ornamento que este posea. “La belleza es una especie de característica propia e innata de todo cuerpo que quepa considerar hermoso; la ornamentación en cambio, es por naturaleza algo accesorio, un aditamento más que un elemento consustancial” (Alberti, 1485). Esta creencia era común a ambas épocas. Sin embargo, la belleza no puede depender ni del uso, ni de la forma en que fue construido, ni de si existe ornamento o no. Todas estas características pueden, o no, ser un conjunto que formen un objeto esencialmente bello o sublime para los sentidos del hombre en su primera impresión, según la forma en que se presenten. Es por tanto que depende de otras cualidades muy distintas, que un objeto nos cause estos sentimientos de belleza o sublimidad. Según Burke, la belleza produce sentimientos de amor, mientras que lo sublime produce admiración. “Los objetos sublimes son de grandes dimensiones, y los bellos comparativamente pequeños; la belleza debería ser lisa y pulida; lo grande,
áspero y negligente (…) lo grande debería ser oscuro y opaco; la belleza ligera y delicada” (Burke, 1757, pág. 94) En conclusión, la belleza en la arquitectura no está dada en términos de proporción, puesto que esta puede ser entendida de distintas maneras. Como mimesis en el renacimiento y antigüedad clásica, o como elemento que contribuye con la finalidad de un espacio según siglo XVIII y los que desarrollarían posteriormente. Proporción y función no son algo opuesto. Claude Perrault y muchos teóricos y científicos posteriores demostraron que algunas ideas del renacimiento y la antigüedad clásica eran erróneas, y es por esto que a ese periodo se le llama La Ilustración, porque lograron salir de aquellos dogmas que mucho antes pregonaba la iglesia y que posteriormente el renacimiento legitimaria uno nuevo. “Solo con el progreso de la ciencia arqueológica, que reintegró a Vitruvio a su contexto histórico, liberó la reflexión arquitectónica de la camisa de fuerza que le había impuesto el vitruvianismo” (Evers, 2003, pág. 10)