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Al recordar a don Ramón
No quiero hablar de ese 3 de julio de 1995, cuando se fue don Ramón de Zubiría. Quiero hablar de su presencia. De su afecto y su ternura para hablar y encantar a sus oyentes. De su prodigiosa voz de bajo para cantar boleros, cumbias y sones cubanos. De la impresionante serenidad emanada de sus azules ojos. De su mirada franca y cordial. De su palabra apasionada para hablar de los autores que amaba, divulgaba y enseñaba a amar. Don Ramón para todos y Tito para sus íntimos, fue amigo de quien quiso serlo. Estuvo atento a dar consejo, voz de aliento y su opinión a quien la solicitara. Estar cerca de él fue participar de su fortaleza espiritual e intelectual. Hacia 1967, apareció en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes y compartió nuestras clases como un alumno más. Era nuestro compañero Rector que junto con Carmencita, cimentaba sus raíces humanísticas en la Universidad. Su boina y su bastón fueron tan característicos como su gesto oportuno y galante para encender el cigarrillo de las damas. Descollaba por su capacidad analítica, la agudeza de su ingenio, su brillante pensamiento y la facilidad para el diálogo. Sostenía sus puntos de vista con argumentos convincentes sin desdeñar la opinión contraria. Magistral expositor y excelente escucha. Transmitía confianza y calor con su mirada. Su cultura se advertía en todos sus ademanes y en ese modo especial para tratar a cada quien. Estar a su lado, era estar a gusto y participar de su amor por la vida, por el arte, por la música, por la poesía, por la historia... Gigante intelectual, siempre tuvo la talla de su interlocutor; por este motivo, su presencia era tan familiar y tan cercana. Un igualado para todos. Enamorado de la poesía de Antonio Machado, la sentía, la vivía y la transmitía. En su interpretación, recorrimos los amplios caminos de Cas-