Nuestro Tiempo 721

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NÚMERO 721 DICIEMBRE 2024

LA RIADA

Cómo el barro devoró Valencia

«Tots a una veu, germans, vingau»

Dos versos del himno regional valenciano. Su traducción literal es «Todos a una voz, hermanos, venid».

LA PRIMERA Teo Peñarroja

Contar desde el final

Hay más vida que la vida. Hay, en las cosas que nos pasan —en el scroll infinito de los días que restan hasta la tumba—, más verdad que la relación improbable de todo lo que sucede. El inventario de lo posible, que tanto fascinó a enajenados encantadores como Borges o Perec, no daría cuenta de lo que significa un ser humano.

El otro día le escuché a Andrés Trapiello en el pódcast Hotel Jorge Juan que hacemos novelas para darle sentido a este sinsentido que es la vida. Disiento, admirado Trapiello. Llevas más de tres décadas publicando tu diario: una obra faraónica, demencial y envidiable, que se llama Salón de pasos perdidos, más asombrosa si cabe en tanto que no tiene lectores. Lo sabes y te importa un bledo: tu único compromiso es contigo mismo, quizá con la literatura. ¿Para qué ibas a seguir escribiendo, salvo para descubrir la trama de tu propia existencia? Tu trabajo se parece al del arqueólogo. Con el pincelito retiras capas de arena, escarbas con el deseo de encontrar. Porque el sentido es un hallazgo —¿un regalo?—, no una decisión, un artefacto ni un invento.

Por lo demás, quien más quien menos, todos tenemos nuestro salón de pasos perdidos. Aunque no lo escribamos con precisión de poeta, lo contamos y nos lo contamos y tachamos y corregimos a todas horas el pasado con vistas a eso que atisbamos que

Querido lector:

En octubre celebramos los 70 años de Nuestro Tiempo

En la página 80 encontrarás una crónica del evento. Allí se anunció la recuperación, en la editorial Eunsa, de

es nuestro fin, tan distinto del final. Son cuestiones diferentes, acabar y acabarse. Lograrse, en honor al maestro Alejandro Llano. Que Dios lo tenga en su gloria.

Me pregunto —gajes del oficio— si es posible arrancarles a los hechos la ficción de una trama para las más de doscientas vidas que se llevó la riada del 29 de octubre. Abro el periódico y leo que el conductor de una excavadora ha encontrado en un vertedero de Paiporta, 44 días después de la catástrofe, los restos de Mohamed Belhadi, que vivía en una chabola junto al barranco del Poyo. Quedan tres desaparecidos: José Javier Vicent, de 56 años, arrastrado por la crecida con su hija en una caseta de campo en Pedralba; Elizabeth Gil, una vecina de Cheste de 38 años que iba en coche con su madre al hotel donde trabajaban; y Francisco Ruiz, un abuelo que puso a sus nietos a salvo sobre el techo de su vehículo en un supermercado de Montserrat, pero no logró salvarse a sí mismo.

Delante de tanta muerte, como a la lumbre de cualquier vida, ¿es posible encontrar sentido? Me pongo sombrío y callo, porque qué vas a decir que no sea mejor que el silencio. Tanto ruido, tanto ruido, tanto ruido. Y a años luz, en el silencio insondable de las costuras del universo que se expande, los muertos, que son apenas cifras en nuestras crónicas, argumentos en las tertulias, nombres en los homenajes. Qué asco, me digo. Pero luego, más sereno, rezo y vuelvo a leer la primera línea.

la colección Temas de Nuestro Tiempo: libros que amplían algunos ensayos de la revista. Además, hemos puesto el broche a este año de aniversario con la publicación, en diciembre,

de la nueva web de la revista, que esperamos que mejore significativamente la experiencia digital de los lectores. En 2025 seguiremos avanzando para convertir NT en un ecosistema cultural.

LA VENTANA

#721

GRANDES TEMAS

LO QUE ESCONDE EL BARRO

La riada de Valencia arrasó localidades enteras y se cobró más de doscientas vidas. La historia de la Rambla del Poyo es una crónica de la fuerza de la naturaleza, de la negligencia de los políticos, de la solidaridad de un pueblo.

Teo Peñarroja y Juan G. Tizón Página 8

CAMPUS Y ALUMNI

LA VIDA LOGRADA DE UN UNIVERSITARIO IRREPETIBLE

El 2 de octubre falleció a los 81 años Alejandro Llano. Fue rector de la Universidad de Navarra, donde dejó una huella indeleble, desde 1991 hasta 1996. Miguel Á. Iriarte Página 64

NUESTRO

Somos

Entrevista

Chantal Delsol

La dama de hierro de la filosofía francesa reivindica la subsidiariedad como principio político: confiar en la capacidad de los ciudadanos para tomar sus propias decisiones. A. Quispe, H. Ponsignon, M. Cortizo y A. E. Fraile Página 68

Nuestro Tiempo es la revista cultural y de cuestiones actuales de la Universidad de Navarra. Intentamos tomarle el pulso a la vida contemporánea desde 1954. Redacción

Teo Peñarroja [Fia Com 19], editor. Ana Eva Fraile [Com 99], redactora jefe. Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] y Juan G. Tizón [Com 24].

Todos los abismos de Werner Herzog

Le precede la fama de artista obsesivo, casi trastornado. Con mucha furia literaria y menos rigurosidad, su biografía ofrece el testimonio directo de su película más larga: su propia vida.

Esteban Garay

Página 34

Entrevista

Juan Soto

Ivars

El enfant terrible del columnismo español conversa sobre la cultura woke, sobre su idea de libertad y sobre el papel de su familia en todo eso.

Victoria De Julián Página 44

En el lecho de muerte de la lengua ku’ahl

En una aldea de la Baja California viven las últimas dos hablantes de una lengua declarada extinta hace un cuarto de siglo. Álvaro

Hernández Página 54

Zpo

Saber

Si el olvido empieza a ganar la partida. Su último año en la carrera de Diseño, Belén García creó Asterisk, un juego que sirve de terapia para quienes padecen demencia, premiado en un concurso de la Universidad de Stanford. Irene Guerrero Página 74

Escuela de periodistas

Paula Dalla Fontana [Com 25], Maria Domingo [Fia Com 25], Íñigo Fernández de Mesa [His Com 29], Esteban Garay [Com 27], Eugenia Gil [Com 26], Sofía Corrales [Com 26], Daniela Peña [Quim Bioq 30], Francis Prada [LyL 26] y Amaya Vizmanos [Eco Der 25]. Fotografía

Asier Aldea, Alamy [portada], Biel Aliño,

Kuak

Vaca

Como escribir cartas de amor Nuestro Tiempo sopló setenta velas en una fiesta en la que Paco Sánchez y Ander Izagirre, dos periodistas que huyen del vértigo, defendieron que las mejores historias necesitan su tiempo. Juan G. Tizón y Ana Eva Fraile Página 8o

Manuel Castells, Samuel De Román, Nacho Doce, Beatriz Echeverría, Kai Försterling, Àngel García, Jorge Gil, Juan González Tizón, Álvaro Hernández, Lena Herzog, Eva Máñez, Alejandro Martínez Vélez, Xoan Moreiras, Teo Peñarroja, Ángel Polo, Txema Rodríguez, Alberto Saiz, Susana Vera. Ilustración

Diego Fermín y Hèctor Rallot. Diseño Errea

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Puedes recibir Nuestro Tiempo en tu casa colaborando con un proyecto de la Universidad de Navarra. Escanea el código QR para más información.

OPINIÓN

AHORA BIEN

Besos

Enrique G.-Máiquez

Página 32

FIRMA INVITADA

Estoy a la última

Marcela Duque

Página 42

MIND THE GAP

La frontera entre el hombre y el mundo

Izaro Díaz Manso Página 74

BÚHOS A ATENAS

Silencio

Mariona Gúmpert Página 86

HISTORIAS MÍNIMAS

La belleza, esa ideología

Ignacio Uría

Página 104

VAGÓN-BAR

El periodismo es un norte Paco Sánchez Página 112

Impresión Gráficas Jomagar SL Edita Universidad de Navarra

Web nuestrotiempo.unav.edu

Atención al lector

Palmira Velázquez T 948 425 600 (Ext. 80 2590) pvelazquez@unav.edu

DL: NA 10-58 / SP-ISSN-0029-5795

La revista no comparte necesariamente las opiniones de los artículos firmados.

CULTURA

CINE

Bitelchús

Bitelchús, el universo

Burton vuelve a la pantalla grande

Página 94

Críticas de cine

Ana S. de la Nieta Página 96

MÚSICA

Memoria pop contra el terrorismo

Beatriz Echeverría Página 100

LIBROS

EL SABIO MAGISTERIO DE SANTIAGO ARELLANO

Joseluís González Página 88

Reseñas de libros

Miguel Ángel Alonso del Val, Rocío Arana, Leire Escalada, Rocío García de Leániz, Joseluís González, Joaquín León-Parodi, Julio Llorente, Alfonso Paredes, Teo Peñarroja, Paloma PérezIlzarbe, Esperanza Ruiz y Adolfo Torrecilla

Página 90

ENSAYO

Reservados todos los derechos. Está prohibida la reproducción de esta obra, su incorporación a un sistema informático y su transmisión sin autorización previa y por escrito de la Universidad de Navarra.

El papel sobre el que se ha impreso esta revista proviene de bosques gestionados de forma sostenible.

7002 ejemplares/ número (2023)

O LA COLMENA

O EL AVISPERO

SERIES

La voladura del canon

Alberto Nahum García Página 98

ARTE

Viajando con Tàpies

Ana Eva Fraile Página 102

En un contexto en el que el liberalismo ha sacrificado en el altar del mercado la creación de verdaderas comunidades —donde el individuo es apenas un valor de cambio—, ¿es posible reconstruir los vínculos? Este ensayo explora el colapso de la atomocracia y la necesidad de reconocerse en deuda. Jorge Freire Página 106

Esta revista recibe una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte.

Member of CASE

DISPAROS AL AIRE

CUIDADO CON EL RÍO. Lo propio del hombre es el olvido; la memoria es la sorpresa, el rescate en el último momento. Cuando sentimos la necesidad imperiosa de recordar, los seres humanos recurrimos con frecuencia a la piedra. No está muy claro que sea un soporte más apropiado que el papel, pero ya se sabe: el medio es el mensaje, desde la columna de Trajano al monumento al Holocausto. Valencia tiene su particular memoria rupestre, una pléyade de azulejos modestos, discretos, que en muchos negocios con solera y restaurantes de toda la vida, en la esquina de alguna calle, dejan constancia del nivel que alcanzó el agua en 1957, durante la Riuà. Han quedado como un fantasma poliédrico. Silenciosamente, la ciudad grita: «Cuidado con el río», y cualquier flâneur ha sentido una inquietud antigua al prestar atención a ese murmullo. Durante la riada de 2024, en muchas casas y negocios, los propietarios han dejado un rincón, una pared, un extremo todavía sucio con la marca marrón del fango. Algunos esperaban al perito del seguro. Otros, quizá, no pueden pasar la página.

© WIKIMEDIA/JOANBANJO

diciembre 2024 Nuestro Tiempo —07

LO QUE ESCONDE EL BARRO

El 29 de octubre, lluvias torrenciales hicieron que se desbordaran ríos y barrancos en la provincia de Valencia. En cuestión de minutos, pueblos enteros quedaron sepultados en un torrente de lodo y agua. La cifra oficial de víctimas asciende, al cierre de esta edición, a 223, y quedan todavía tres desaparecidos. Decenas de miles de ciudadanos anónimos acudieron en masa a rescatar a sus vecinos en la mayor catástrofe natural del siglo en España. La historia de la Rambla del Poyo es una crónica de la fuerza de la naturaleza, de la negligencia de los responsables políticos, de la importancia de las infraestructuras, de la solidaridad de un pueblo. Es también una historia sucia habitada por las bestias del barro.

texto Teo Peñarroja [Fia Com 19] y Juan G. Tizón [Com 24]

—Ratoneras. Los puntos más críticos para los rescates fueron los garajes. Muchos vecinos quisieron poner a salvo sus vehículos y no lograron escapar de los aparcamientos.

ASIER ALDEA

CAPÍTULO I

DEMASIADO TARDE

La crecida provocada por la DANA dejó bajo el agua pueblos enteros y atrapó a miles de personas en la furia desatada de la naturaleza. A las 20:11, el sistema de alertas de Protección Civil envió un mensaje de advertencia a todos los dispositivos móviles en la zona, pero para muchos ya era tarde. En Cheste, parte alta de la Rambla del Poyo, una mujer busca incansablemente a su pareja, que desapareció sin rastro en el barranco. El silencio oficial da pie a rumores sobre el desastre. En medio del caos, el centro comercial Bonaire queda bajo las aguas, y a su alrededor proliferan las teorías de la conspiración.

mi teléfono, como el de todos los valencianos, empezó a emitir un pitido fuerte y molesto, largo, repetido, nuevo. Eran las 20.11 horas del martes 29 de octubre y yo estaba en el cuarto de los niños, acostándolos. Se despertaron, por supuesto. Habíamos merendado chocolate con churros porque hacía día de eso, de chocolate con churros. De sofá y manta. Algo de lluvia y mucho viento, truenos y oscuridad, las luces de casa tintineaban de cuando en cuando, amenazando con irse. El mensaje decía esto: «Alerta de Protección Civil por las fuertes lluvias y como medida preventiva se debe evitar cualquier tipo de desplazamiento en la provincia de Valencia. Estén atentos a futuros avisos a través

de este canal y fuentes oficiales, en X @GVA112 y en Apunt» [sic]. Se trataba del sistema de alerta temprana Es-Alert, que se puso en marcha en 2022 y permite a la autoridad competente enviar aquel fastidioso pitido a todos los teléfonos móviles de una determinada zona bajo un riesgo inminente. Esa alerta en particular la ordenó el Gobierno de la Generalitat Valenciana, dirigido por Carlos Mazón, del Partido Popular —el partido mayoritario de la derecha española—. El sistema lo gestiona el Centro Nacional de Seguimiento y Coordinación de Emergencias, que depende del Gobierno central, actualmente en manos del Partido Socialista. La ley establece que, en un nivel 2 de alerta, como el de esa tarde,

—Geografía del horror. La rambla del Poyo

corresponde a la autoridad regional dar el aviso.

Treinta kilómetros al oeste de Valencia hay un pueblo, Cheste, de menos de 9000 habitantes, que se levanta junto a un río seco: un barranco que en esa localidad se conoce como Rambla de Chiva y que va tomando diversos nombres en su curso hacia el mar. Su apelativo más común es el de Rambla del Poyo, en la zona occidental de la provincia de Valencia, aunque hacia el este se le llama también Barranc dels Cavalls y, finalmente, Barranco de Torrent, justo antes de expulsar su escuálido caudal a la Albufera.

Durante todo ese día, en Cheste había llovido de manera torrencial, como en otros pueblos a su alrededor. En concre-

tiene una longitud de unos 46 km y une una decena de pueblos. Su crecida fue letal. ÁNGEL GARCÍA

to, los pluviómetros del municipio registraron precipitaciones de 382,6 litros por metro cuadrado, según la Associació Valenciana de Metereologia Josep Peinado. Para hacerse una idea, el portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología, Rubén del Campo, explicó a El País que una tormenta de sesenta litros se considera torrencial. Estamos hablando de más de seis veces ese volumen. Hubo localidades donde todavía cayó más agua, donde el cielo prácticamente se vino abajo: Turís (640 l/m2), Chiva (600 l/m2) o Buñol (539 l/m2). La DANA —es la palabra técnica que describe con mayor precisión el fenómeno de la gota fría, acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos— dejó en unas pocas horas las precipitaciones

que suelen darse en la zona a lo largo de un año.

La Rambla del Poyo tiene una capacidad máxima de 1800 metros cúbicos por segundo. A lo largo del martes 29 se llegó a registrar un caudal de 2300 metros cúbicos por segundo. Se desbordó en toda su extensión: desde Cheste hasta la Albufera. En Cheste, junto al lecho del Barranco del Poyo, estaba la caseta de campo de un hombre que tiene tres perros y 62 años. Se llama Cándido Molina. Ese día libraba en su trabajo de camarero en la Trattoria Da Claudia de Valencia, así que se fue a ver cómo estaban los perros y a trabajar en una huerta pequeña en la que había plantado alcachofas, habas, puerros, coliflores y berenjenas. La cre-

cida del río en cuestión de minutos le alcanzó allí, alrededor de las cinco de la tarde, y no le quedó otra que subirse al tejado de la deficiente construcción, donde se sentó con sus animales. A esa hora contactó con Victoria Sánchez , su pareja, para pedirle que avisara al 112, porque no podía salir. Luego perdió la cobertura. A las siete volvió a llamarla, y fue la última vez que se supo de él. Le dijo que se iba a ahogar, y que no quería morir. Que tenía frío. Que tenía miedo. Le dijo que quería estar toda la vida con ella. Más de una hora antes de que le sonara la alerta de las 20:11, estaba ya atrapado en la plena oscuridad del barranco, rodeado de un agua furiosa. Cinco días después, el domingo 3 de noviembre, su pareja

recorrió por enésima vez la rambla en su búsqueda. A punto de marcharse a casa, abatida, una de las perras de Candi salió a su encuentro. Aún había esperanza.

UN FORD GRIS Y DOS PERROS

El grupo de búsqueda de Cándido lo forman doce jóvenes de la parroquia de San Pascual Baylón, del barrio valenciano de Exposició, además de Victoria —Vicky— y su hermana. Los chicos quieren a Candi; lo conocen por su trabajo. El acceso a Cheste por carretera resulta imposible el lunes 4 de noviembre. Unos guardias civiles recién llegados de León le explican a Julio , el conductor del BMW en el que me he subido, que esta mañana se ha venido abajo el puente y han tenido que cortar la carretera. Que probablemente haya algún camino entre los huertos por el que se pueda acceder al municipio, pero que ellos no lo conocen. Al final dejamos los vehículos en un polígono cercano a la autovía, al lado del circuito de MotoGP, que ya ha anunciado la cancelación de la final del mundial de motociclismo, que iba a celebrarse del 15 al 17 de noviembre. Es difícil imaginar una final de nada en este páramo. A su paso por el circuito, el barranco mide cincuenta metros de orilla a orilla. Cuando bajamos a su lecho de piedras blancas, sembrado aquí y allá de escombros acarreados por la riada, discurre manso y claro por el centro de la rambla un hilo de agua de apenas dos metros de ancho y que no es más profundo que el tobillo de mi bota. Parece inconcebible que este arroyuelo se saliera de madre hace menos de una semana.

El grupo se divide en dos: seis personas irán río abajo, en el sentido de la corriente, hacia Loriguilla. Otros cinco chicos y yo, en cambio, iremos río arriba, hacia Cheste, en dirección a la parcela en la que se levantaba la caseta de Cándido. La riada se lo ha llevado todo excepto un diminuto limonero que plantaron hace poco.

Además de a Cándido, buscamos a dos perros: Quina —de Joaquina— y Mambo, un pitbull que se ponía violento con otros animales pero nunca con las personas. Y un coche. Cándido había llegado a la caseta en su Ford Fusion de dieciocho años y color gris, matrícula 9538DYX. Iba vestido con pantalón vaquero, camiseta negra de manga corta y cuello de pico y una chaqueta verde. Siguiendo el zigzag del río teníamos por delante unos siete kilómetros de cauce por rastrear.

Al principio, la marcha es silenciosa, los seis jóvenes en paralelo, cubriendo el ancho del río. Más tarde, tres de los nuestros suben al camino que bordea el barranco, desde donde se gana algo de visibilidad. Media hora o tres cuartos después de emprender la marcha veo algo extraño. En el margen izquierdo del río, entre los amasijos de cañas arrastradas por la corriente, sobresale una masa más o menos brillante. Me acerco. Parece… Y lo es. Medio coche. Lo peculiar (y esto lo descubrí después) no era encontrar un coche en medio del río, sino el modo en que se hallaba. La fuerza del agua había convertido toda esa enorme confusión de metal, plástico, cables y cristal en una bola gigante de papel de plata. Unos pasos más adelante, el resto del vehículo presentaba un aspecto similar. Uno de mis compañeros, Álvaro, entendido en automoción, estudió los restos y concluyó, atendiendo a lo que quedó de una rueda, que aquello no era un Ford Fusion.

La riada había remolcado una cantidad absurda de objetos inconcebibles que se amontonaban en los márgenes: sillas y pavimentos, alfombras y coches, guardarraíles y zapatos, un body de bebé que, lleno de barro, ofrecía la tétrica imagen de un nenuco sin cabeza. Algunos coches estaban enterrados hasta la altura del retrovisor. Más tarde, efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) confesaron a la otra mitad del grupo que temían que pudiera haber vehículos sepultados hasta cuatro metros bajo tierra. En nuestro camino pasamos bajo dos puentes destruidos. De uno de ellos colgaba, como una enredadera, un contenedor industrial. A un par de kilómetros

del pueblo, después de dos horas de búsqueda, una carretera que no hace mucho atravesaba el río estaba drásticamente cortada. El asfalto se terminaba, sin más. Sobre el último pedazo de carretera había dos coches de la Guardia Civil. Ocho agentes conversaban. Cuando nos acercamos, uno de ellos se dirigió a nosotros: «¿Estáis mirando también detrás del camino?». «No —respondió uno de mis compañeros—, solo dentro del río». El guardia hizo un gesto que tanto podría significar aprobación como condena. «Desde aquí hasta la finca ya hemos mirado nosotros. No hay nada», dijo. Entonces se montaron en sus coches y, a medida que se alejaba el sonido del diésel, el silencio se hizo más espeso. Nos miramos los tres. Uno de los voluntarios, Pablo, se encogió de hombros y yo diría que lloró. «No hay nada». Volvimos sobre nuestros pasos. El grupo que había avanzado en dirección al mar no había tenido más suerte que nosotros. Averiguaron, sin embargo, que la UME buscaba en esta zona a tres personas desaparecidas. Sus cuerpos se encontraron el 10 de noviembre: Vicente Tarancón, Miguel Burdeos y José Luis Marín, directivos de las marcas Luanvi, SBP y Colegios del Siglo xxi, que estaban comiendo juntos en La Orza de Ángel el día funesto.

Cinco jornadas más tarde supimos que habíamos peinado en vano la rambla. La Policía llamó a Vicky para decirle que habían encontrado a Cándido en un huerto cercano el día 31, pero tardaron ocho días en identificar el cadáver. «Necesito calma», decía el mensaje de ella. «No me llaméis, por favor».

TEMPORADA DE NARANJAS

Seis kilómetros al este del circuito de Cheste, río abajo, el barranco describe dos curvas artificiales de casi noventa grados en el término municipal de RibaRoja de Túria, tres kilómetros antes de pasar a llamarse Barranc dels Cavalls. Para más inri, en este preciso punto con-

1 Pérdida. Un vehículo hundido en el barranco, en Cheste. Podría haberlos cuatro metros bajo tierra. T. P. 2 Búsqueda. Paracaidistas peinan la rambla cerca de la localidad de Chiva. ALBERTO SAIZ

3 Rescate. Un helicóptero de la Guardia Civil retira un cadáver junto al polígono del Oliveral. JUAN G. TIZÓN 1 2 3

curren en una encrucijada la autovía A-3, que conecta Valencia con Madrid, y la A-7, que vertebra la Comunidad Valenciana en vertical. El combo termina por ser explosivo al considerar que en la orilla norte de la A-3 se levanta el polígono industrial El Oliveral y, en la sur, la barriada homónima: unas decenas de casas humildes, de una o dos plantas, en el borde mismo de la rambla. La tarde del 29 de octubre, la crecida del río provocó en este lugar toda la destrucción que cabría esperar.

Junto a la vía de servicio de la A-3 se levanta un modesto edificio de dos plantas. En el bajo se ubica el almacén de naranjas y mandarinas Rosa Martín, cosecha propia. En el piso superior está la vivienda de Rosa Martín, de 84 años. Desde que su marido falleció, su hija Mari Carmen pasa las noches con ella. De día trabaja en Riba-Roja, en un centro de formación, y vuelve al domicilio de su madre para dormir con ella. Esa tarde, sin embargo, teletrabajó desde la vivienda familiar porque el día estaba desapacible. Cuando arreció la tormenta llamó a un vecino que vive en un bajo al borde del barranco, por si se desbordaba «tres o cuatro dedos», como ya había sucedido en otras ocasiones. «Si ves que sube mucho el agua, veníos a casa», le dijo. «Ahora van mi mujer y mi suegro», respondió él. Bajó a abrir la puerta para esperarlos, y entonces se echó encima el río. Los invitados no lograron alcanzar la puerta, pero se pudieron refugiar en otra vivienda. La rambla creció en minutos a causa de la avalancha de agua que se derrumbaba en tromba desde Cheste hasta casi cubrir los marcos superiores de las puertas del almacén de naranjas. Atravesó la autovía, la sumergió y anegó por completo el polígono industrial. Al día siguiente, la Guardia Civil efectuó 2500 rescates en esas dos autovías, además de la V-31, la CV-36 y otras carreteras menores. Según los cálculos de la Benemérita, unos 5000 vehículos resultaron bloqueados, y cerca de 1200 personas quedaron atrapadas en la A-3 y la A-7, muchas subidas al techo de sus coches. Al escuchar gritos, Mari Carmen les abrió la puerta y los invitó a subir. Cinco

personas pasaron la noche con ellas. Otros no tuvieron tanta suerte.

La mañana del 8 de noviembre, el décimo día desde la catástrofe, un agente de la Guardia Civil le da el alto al equipo de Nuestro Tiempo, que pretendía cruzar el barranco a pie por uno de los caminos que enredan esos huertos. También nos pide que no saquemos fotos. En ese mismo punto, una excavadora remueve los sedimentos que la riada ha acumulado aquí de forma muy particular. En condiciones normales, en este tramo el río mide unos quince metros de ancho, pero hoy apenas llega a los cuatro. El resto está sepultado. La excavadora trata de hallar personas. «De día buscamos cuerpos; de noche nos ocupamos de las alimañas», dice otro guardia, Adrián , con un tono triste. Ya hemos aprendido que, si no nos dejan pasar, es porque hay muertos. La norma se cumple también esta vez. Al cabo de una hora y media, un helicóptero de la Guardia Civil se detiene en el aire a baja altura sobre un huerto de naranjos. Un arnés desciende desde la cabina y, un par de minutos después, vuelve a elevarse sosteniendo una camilla envuelta en una lona azul. «No han parado de sacarlos», me había dicho un rato antes Voro , un empleado del almacén de Mari Carmen «Yo vi ayer cómo sacaban dos o tres. Y los que faltan». El agua, al desbordar el barranco y avanzar en todas las direcciones, arrastró un gran número de vehículos desde la autovía hasta los huertos colindantes. Por la estructura de un campo de naranjos, resulta muy difícil verlos desde el aire —los árboles forman una especie de túnel— y también desde el suelo —porque los naranjos se plantan en hileras paralelas que crean muros naturales—, salvo que se revise caballón a caballón. Uno de los huertos colindantes con la rambla pertenece a la familia de Rosa Martín. Al atravesarlo, todavía el 8 de noviembre, las botas se hunden hasta casi media pierna en un barro blando. Voro señala las frutas esparcidas por todas partes. «¿Ves? De mitad del árbol para abajo no vale ya nada. Para tirar. Y si no limpiamos

pronto, el árbol entero al aire». La familia iba a empezar a cosechar esa semana; en noviembre comienza la temporada de la naranja.

Además de este pequeño huerto adyacente al almacén, el negocio familiar consta de seiscientas hanegadas valencianas de terreno, es decir, cincuenta hectáreas. De ese terreno, nueve hanegadas se las ha llevado la riada. Ya no hay árboles. Y no es el menor problema. «Ahora no vamos a poder regar», explica Mari Carmen. «Todas las tuberías y las comunidades de regantes están mal. No podemos pulverizar —tenemos que hacerlo para la antracnosis en algunas variedades y para la gomosis, porque hay mucha humedad— porque no hay agua». Además de eso, la crecida ha destruido los caminos de acceso a sus campos y, aunque algunos compradores están interesados en la naranja, no pueden recogerla. De momento, son incapaces de calcular la pérdida estimada. «Ahora quedan muchos kilos. Si conseguimos pulverizar y regar, salvaremos bastante cosecha. Si no… pues no lo sé». A la pérdida de fruta y las reparaciones hay que sumar toda la maquinaria y las herramientas sin asegurar: desbrozadoras, podadoras, tornillería, el tanque de gasoil, las motosierras, mochilas de pulverizar y demás material.

UN TERCIO DE LA PRODUCCIÓN

Aún es pronto para cuantificar las pérdidas. Sin embargo, la Cámara de Comercio de Valencia ha publicado algunos indicadores que asustan. Las empresas del área más golpeada por la riada —32 de los 68 municipios afectados en la provincia— son responsables del 27 por ciento de la producción y de 13 307 millones de euros del PIB. En esas corporaciones trabajan 220 000 personas. Un paseo por el polígono del Oliveral corrobora la destrucción. La prioridad desde el principio fue recuperar a los desaparecidos y las casas. Quizá por eso,

semana y media después del desastre, la imagen que ofrece este lugar es aún tan terrible. El 7 de noviembre, el Boletín Oficial del Estado publicó la orden de declarar todo este territorio zona catastrófica. El adjetivo está completamente justificado. El Consejo de Ministros ordinario del 5 de noviembre —no se convocó ningún consejo extraordinario a pesar de la gravedad de la crisis— definió la lista de municipios amparados por esta figura jurídica (75 en la Comunidad Valenciana, dos en Castilla-La Mancha y uno en Andalucía) y las condiciones y requerimientos para recibir las ayudas estatales que conlleva.

Este año no está muy claro que las muñecas de Famosa vayan a llegar a tiempo al portal. El almacén de la juguetera valenciana en El Oliveral parece un cementerio de seres de animación. Del barro emergen tortugas ninja, minions y doraemons. Un grupo de trabajadores recién aterrizados de otras sedes de la empresa en Alicante y Madrid descansa al pie de la montaña de juguetes. Buena parte del inventario ha quedado inútil. Ya han salido muchos contenedores de peluches inservibles y aún quedan cajas y cajas echadas a perder. Escenas similares se reproducen por todo el cinturón industrial. En una nave de la marca de cervezas Turia, por ejemplo, cuatro o cinco hombres con grandes escobas de jardín echan el barro fuera. «No podemos permitirnos parar», explica el cabecilla del grupo. «Los clientes siguen pidiendo el producto, tenemos que servírselo nosotros… o lo harán otros proveedores. Así que en esas estamos: algunos limpiando y otros trabajando», dice con cierta resignación.

Unos días antes, coches en vertical sobre las verjas metálicas. Camiones encima de camiones. Eso encontraron los empleados de ITV Toldos cuando regresaron a su nave industrial tras la riada. «Parecía una película de zombies», asegura Daniel, director de Producción. Durante los primeros días aparcaron en la gasolinera, cincuenta metros atrás, y algunos en la autovía. Daniel no consigue imaginar qué habrían hecho de no haber

—Las manos del barro. Eva Defez y su marido, Enrique Fernández, entrelazan sus manos cubiertas de lodo frente a su casa en Utiel. La pareja había pasado horas limpiando los destrozos que la riada causó en su vivienda. Las manos sucias y entrelazadas se convirtieron en una imagen habitual en los pueblos afectados por la catástrofe. SUSANA VERA/REUTERS

sido por la ayuda de sus vecinos en el polígono, ITT Dinamics, una empresa de alquiler de maquinaria pesada. «Hemos trabajado muy unidos. Juntos hemos limpiado la calle y nuestras naves».

Cuando por fin consiguieron abrir las puertas, el director comercial, José, no pudo contener las lágrimas. Junto a los demás, se lanzó al ineludible y embarrado campo de batalla. La gestión, asegura, fue una improvisación constante, un trabajo sobre la marcha que dependía del esfuerzo de todos. «Ahora parece un paraíso comparado con cómo nos lo encontramos. Aquí no han venido ni militares, ni bomberos, ni políticos, ni el Ayuntamiento, ni nadie».

Por el lateral izquierdo del recinto, los empleados de ITV Toldos han ido depositando los enseres estropeados. Encima de unas cajas enormes reposan cilindros industriales de tela.

«Solo ahí hay 20 000 metros de lona. Irrecuperables. Es posible que la cifra total ascienda a 100 000 metros», se lamenta Daniel. Hablan del barro como de una infección purulenta: «Aquello no era barro, era fango. La capa más pegada al suelo era negra y maloliente».

Daniel es de Valencia capital y se considera afortunado por haberse librado en casa, «pero si no tienes trabajo no hay vida». Además de la materia prima, han perdido gran parte de la tecnología. Las máquinas de corte por ultrasonidos, por ejemplo; las que tienen en la planta cuestan alrededor de 100 000 euros. «Los autómatas, los contactos, los cables, los paneles de control… todo con barro». El seguro no lo cubre todo. La cifra total de pérdidas puede superar los tres millones de euros. Ahora tendrán que hacer muchas partes del proceso de producción a mano, «como se hacía an-

tes, en los años ochenta». Coser a mano con máquinas antiguas, diseñar a ojo y todo tipo de «virguerías». Para dentro de seis meses esperan haber vuelto a un comienzo de normalidad. Trabajar y esperar unas ayudas estatales en las que no tienen confianza: «Más barro».

EL MILAGRO DE BONAIRE

Siguiendo la autovía, cuatro kilómetros al este, en el término municipal de Aldaya, se encuentra el centro comercial Bonaire, el más grande de la Comunidad Valenciana y el tercero de España. Se construyó en 2001 sobre una zona inundable, como buena parte de las edificaciones afectadas, y finalmente llegó la inundación. Cuando se desbordó la

Rambla del Poyo, el agua cubrió los tres kilómetros que separan el río de Bonaire. Eduardo Martínez, un dependiente de la tienda Primark del área comercial, relató a Eldiario.es que, al arreciar la tormenta, la empresa envió a los trabajadores un correo electrónico ofreciéndoles la posibilidad de marcharse a casa y recuperar las horas en otro momento. «No le dimos mayor importancia y seguimos trabajando, pero a las ocho y diez avisaron desde el centro comercial de que teníamos que desalojar». Martínez descendió al sótano a por el coche, pero el agua ya le llegaba hasta la cintura, y optó por pasar la noche en Bonaire, como otras trescientas o cuatrocientas personas, según sus cálculos. Un trabajador de seguridad pidió a los clientes que no bajaran a por sus vehículos, «pero muchos no le hicieron caso —cuenta Martínez—. No se sabe cuánta gente puede haber, está todo el parking anegado y aún no han ido a achicar agua». Esta última frase sirvió para titular la noticia, publicada el 1 de noviembre, y para poner el ojo público en el inmenso aparcamiento del centro, que cuenta con 1800 plazas.

Al día siguiente, el domingo 2 de noviembre, la UME empezó a vaciar de agua ese parking Javier Bastida , en una conexión de la cadena de televisión

La Sexta, dijo, quizá por un lapsus del directo: «Lo que están haciendo ahora mismo después de entrar, de visualizar y de ver algunos cadáveres es anotarlo, esperar hasta la orden judicial para poder moverlos y comenzar a sacar toda el agua». La intervención concluía así: «Les va a llevar varias horas hasta poder llegar a un nivel estable y, sobre todo, para saber la cantidad —si es que así la hubiera, de momento nos dicen que indeterminada— de cuerpos que se pudieran encontrar».

Bonaire se convirtió muy rápido en el centro de los bulos y las teorías de la conspiración. Cuando terminaron los trabajos de achique, el 5 de noviembre, no se encontró ningún cuerpo. Sin embargo, cientos de mensajes en redes sociales afirmaban que allí había entre doscientos y mil cadáveres. Se difundie-

1 Buceadores. Un equipo de rescate de bomberos y policías se dispone a adentrarse en el parking de Bonaire el 4 de noviembre. KAI FÖRSTERLING/EFE

2 Anegado. Escaleras de acceso al subterráneo del centro comercial, días después de la catástrofe. TXEMA RODRÍGUEZ/LAS PROVINCIAS

3 Un bien escaso. Rescatistas en Paiporta tratan de accionar una bomba de achique, necesarias en todas partes. JUAN G. TIZÓN

ron imágenes de un camión frigorífico que supuestamente sacaba en secreto los cuerpos. En realidad, la fotografía se había tomado en la Feria de Valencia, donde había instalada una morgue. También circularon imágenes de furgonetas funerarias que, en teoría, salían del centro comercial con el mismo propósito. Pero esas furgonetas operaban en el entorno de la Ciudad de la Justicia, como se ve en esas mismas fotos, donde se preparó una segunda morgue. Otro bulo que tuvo gran repercusión cifraba en 700 los tickets sin validar del aparcamiento, lo que indicaría que ese número de vehículos —y sus propietarios— seguían en el interior del edificio. Era un dato falso, sin duda, dado que el parking de Bonaire es gratuito y no requiere de tickets para entrar ni salir. Uno de los mensajes más difundidos es una nota de voz que envía un hipotético sargento de la UME en el que dice, llorando, que «Lo del parking de Bonaire es un cementerio. ¿Cuántos niños había? Por lo menos doscientos». Semanas después de los hechos no ha trascendido ni una desaparición denunciada en el centro comercial, ni una declaración pública en ningún medio de algún familiar de los desaparecidos. En cambio, el director de la Policía Nacional, Francisco Prado, desmintió categóricamente la existencia de cadáveres en Bonaire en la rueda de prensa del 5 de noviembre. Por otra parte, existe un vídeo de David García, empleado de Bonaire, en el que muestra el parking casi vacío en el momento de la evacuación. Una escena similar se puede ver en la grabación de una empleada de un supermercado mientras sacaba a toda prisa su vehículo.

Cuando las demás posibilidades se demuestran falsas, lo más improbable debe ser la verdad. En Bonaire no murió nadie la noche del 29 de octubre. A pesar de eso, a lo largo de la semana en la que el equipo de NT trabajó sobre el terreno, los entrevistados que se pronunciaron sobre las cifras de muertos lo hicieron para expresar que no se creían los datos facilitados por las autoridades.

CAPÍTULO

II LA MAGNITUD DE LA TRAGEDIA

En la «zona cero» de la catástrofe, la riada se ha cobrado la vida de un centenar de personas y ha dejado a miles más en una lucha desesperada por recuperar lo perdido. Alrededor de las siete de la tarde, la Rambla del Poyo se desbordó con una violencia inusitada, arrastrando sedimentos y barro que sepultaron calles, viviendas y vidas a su paso. La alcaldesa de Paiporta advirtió en vano del desastre inminente mientras en la sede de la Coordinación Operativa los responsables debatían la situación de otro río. Días después, las calles aún retienen el eco de las acusaciones y el dolor de una tragedia que pudo evitarse.

paiporta, a orillas de la rambla del poyo, dista 34 kilómetros de chiva, donde nace el barranco. En ese intervalo se gestó su destrucción. Los medios han hablado de Paiporta como de la «zona cero» del desastre. Además de esta localidad, Picanya, Benetússer, La Torre, Sedaví, Alfafar, Massanassa, Catarroja y Albal forman prácticamente un único núcleo urbano —con una población total que supera los 175 000 habitantes— que sufrió más que ningún otro lugar la avalancha del barro. A medida que descendía desde la sierra hasta l’Horta, la corriente acarreaba toda clase de sedimentos. Cuando llegó a ese conjunto de municipios del área metropolitana de Valencia, alrededor de las siete de la tarde, lo hizo con una fuerza y una rapidez pasmosas. Aquí es donde la violencia destructora del agua se cebó con la población.

Pasados unos minutos de las siete de la tarde, la alcaldesa de Paiporta, María Isabel Albalat, llamó a Pilar Bernabé, la delegada del Gobierno en la Comunitat, para advertirle de que estaba viendo cómo se inundaba su pueblo y que iba a morir mucha gente, según contaba el diario The Objective Bernabé se encontraba reunida con el Centro de Coordinación Operativa Integrado (CECOPI) —el órgano encargado de gestionar la catástrofe— desde hacía más de dos horas. En la mesa estaban también la consellera de Justicia e Interior, Salomé Pradas, quien dirigía la reunión, y representantes de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), la UME, la Diputación de Valencia, el Consorcio de Bomberos y los cuerpos y fuerzas de seguridad del

Estado. Era, por tanto, un espacio donde había técnicos y políticos, tanto de la Administración autonómica como nacional. La reunión, en realidad, no se convocó para analizar el estado de la Rambla del Poyo, sino del río Magro, veinticinco kilómetros al sur del barranco, un afluente del Júcar que también se desbordó, igual que el propio Júcar. Los temas que más preocupaban a los responsables de la emergencia eran la posible rotura del embalse de Forata —término municipal de Yátova— y la fuerza de la lluvia en Requena-Utiel.

Los audios de la reunión que ha desvelado la Cadena SER, los correos intercambiados entre la CHJ y la Generalitat publicados por El Mundo y las declaraciones del Gobierno valenciano a The

Objective permiten una reconstrucción aproximada del desarrollo de la toma de decisiones. El martes 29, la CHJ —que depende del Ministerio para la Transición Ecológica del Gobierno de España— envió casi doscientos correos electrónicos a la Generalitat Valenciana, según informa el diario Levante. La mayoría de ellos eran automatizados y contenían información pluviométrica de la que se podía inferir la magnitud de lo que venía. Seis de esos correos —estos semiautomáticos, ya que requieren la aprobación de un técnico— hablaban de caudales: tres alertaban sobre la situación del Magro, que en veinte minutos había multiplicado por diez su caudal, y otros tres sobre el estado del Poyo. La Generalitat solicitó a las 15:21 horas la intervención de la UME en Utiel

EL CAMINO DEL BARRO

por el desbordamiento del Magro —mil militares acudieron esa misma noche—, y ese fue el motivo por el que se convocó la reunión. En cuanto al Poyo, la CHJ había ido informando a lo largo de la mañana de un caudal descendente (264 m3/s a las 11:40, 55,86 m3/s a las 14:35 y 28,7 m3/s a las 16:13). A las 17:00, la única preocupación del CECOPI era el Magro. Media hora después de que se iniciara la reunión, a las 17:35, los sensores de la Rambla del Poyo detectaron una crecida brusca del caudal. Esos datos eran públicos y la web de la CHJ los ofrecía en abierto y en directo. Sin embargo, no se envió ninguna comunicación explícita a la Generalitat —aunque cabe preguntarse si los correos de pluviometría deberían haber alertado a los técnicos del Con-

—Indignación. El 9 y el 30 de noviembre hubo manifestaciones masivas en Valencia por la gestión política de la DANA, que superaron los cien mil participantes, según el Gobierno.

MIGUEL ÁNGEL POLO/EFE

sell— ni se mencionó el aumento brusco del caudal en la reunión del CECOPI, ni hay constancia de llamadas telefónicas al respecto. Ese es uno de los motivos con los que el Consell de Mazón trata de exculparse por su gestión, dado que la CHJ tenía obligación legal de advertir al Ejecutivo regional en virtud del artículo 12.3 de la Ley de Protección Civil. A esa misma hora, Carlos Mazón terminaba una comida con la periodista Maribel Vilaplana, a quien le había ofrecido la dirección de À Punt, la radiotelevisión pública valenciana, según explicó el propio Mazón varios días después, tras ser presionado por los medios, que habían desmentido versiones falsas dadas con anterioridad. A esa hora, Cándido Molina se subió al techo de su caseta. Algunos expertos empezaron a avisar en redes sociales de lo que se avecinaba. La reunión siguió evaluando el estado de la presa de Forata y la conveniencia de alertar a los vecinos de Montroy y Real de Montroy.

A las 18:43, la CHJ remitió a la Generalitat un correo parecido a los anteriores advirtiendo del nuevo caudal del Poyo. «1º, 2º y 3º aviso de caudal en la Rambla del Poyo NIII (Riba-Roja - Valencia) en Rambla del Poyo. Valor: 1686 m3/s mayor de 150 m3/s con tendencia ascendente a las 18:40. Para su conocimiento, la crecida está siendo muy rápida. Se continúa el seguimiento desde sala SAIH», decía. La sala SAIH es el Sistema Automático de Información Hidrológica. Con ese tono aséptico describía una catástrofe, un caudal cinco veces superior al del Ebro que a los pocos minutos iba a arrasar Paiporta y l’Horta Sur. En ese momento, sobre las siete de la tarde, el barro empezó a arrasar el pueblo y la alcaldesa Albalat llamó a la delegada del Gobierno, presente en la reunión. Todo indica que fue el instante preciso en el que el CECOPI cayó en la cuenta de que tenían la catástrofe encima. Entonces se comenzó a discutir la posibilidad de enviar un mensaje Es-Alert a la provincia de Valencia. La responsable del CECOPI, la consellera Pradas, reconoció en una entrevista posterior que se había enterado de la existencia de ese sistema de alertas un rato antes.

A esa hora se incorporó el presidente Mazón a la mesa. Durante una hora se discutió sobre aspectos formales del mensaje que debía enviarse. Algunos pedían un texto claro, corto, conciso y rápido, mientras que otros abogaban por algo que no resultara alarmante para la población. Por último, se consideró durante varios minutos si debía traducirse al valenciano. A las ocho de la tarde, el secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, llamó a la consellera Pradas desde Colombia —donde participaba en la COP16— para advertirle de que existía un alto riesgo de que se rompiese la presa de Forata. Esa conversación precipitó el envío de la alerta de las 20:11, consensuada por fin con todo el CECOPI. En total, pasaron dos horas y media desde que se conocía la peligrosa subida del Poyo hasta que se despachó la alerta, y una desde la llamada de la alcaldesa de Paiporta en la que avisaba de que la riada ya estaba allí.

LOS GARAJES TERRIBLES

En el segundo piso de un bloque de la calle Rafael Rivelles de Paiporta vive un hombre que se llama Javier . El 29 de octubre, a las siete de la tarde, su mujer y su hija volvían a casa en coche cuando las sorprendió la riada. No les quedó más remedio que dejar el vehículo en marcha en un descampado, junto al ambulatorio. La mujer llamó al marido y le pidió auxilio. «Intenté ir a por ellas —dice—, pero me fue imposible. En un momento las tenía a setenta metros, pero en la otra acera, y no pude alcanzarlas. Venían los coches flotando». Una mujer, por suerte, les abrió un portal. Javier se subió a lo alto del tobogán del parque de la Casota. «Y cuando ya tuvimos el agua por el pecho… a nadar. Llegué a un patio y allí, entre los vecinos que intentaban abrir la puerta y yo a patadas, conseguí entrar». Desde el día siguiente a la catástrofe, Javier y los demás de su finca y de su calle han estado, como el resto del pue-

blo, vaciando las casas, evaluando los daños y contando los desaparecidos. En este edificio se han echado a perder los bajos, donde vivían dos familias, pero los residentes están bien. Es martes, 6 de noviembre, y Javier me enseña las escaleras que descienden al garaje. Apenas han conseguido achicar el agua suficiente para sacar del lodo tres escalones. El resto sigue sumergido. Es una cochera de dos plantas. «En principio no echamos a nadie en falta —dice bajando un poco la voz—, pero además de los vecinos había gente que alquilaba plazas aquí». La marca del agua llega hasta el dintel de la puerta de entrada al edificio, a más de dos metros sobre el nivel de la calle. La calle sigue impracticable por los escombros, muebles, electrodomésticos y los cachivaches que los paiportinos han arrojado al asfalto desde el interior de sus viviendas. Sin embargo, empiezan a ver la luz. Fuera, en esta calle de Rafael Rivelles, el ambiente es casi festivo. Un chaval de Cartagena ha aparecido en el pueblo montado en su retroexcavadora. A su vez, un bombero voluntario de Teruel que ha decidido desoír la cadena de mando ha visto la situación y ha hecho venir al de la retroexcavadora a desescombrar la calle. En general, el trabajo está muy desorganizado y depende de liderazgos naturales como ese y de la buena voluntad de todos. Pero la labor de los voluntarios no es suficiente: hace falta maquinaria pesada. Los vecinos, apostados en sus portales, vitorean al cartagenero, que levanta con la pala gigante kilos y kilos de escombro. «¡Aire fresco!», gritan desde un balcón. «Este tío es un fenómeno, míralo cómo sabe lo que hace», responden en la acera. «A este le bajo ahora una botella de cazalla». «Le pediré el teléfono y lo invitaremos a cenar cuando esto esté ya decente». Entonces irrumpe una mujer con un paquete de puros sucios de barro. «A ver, ¿quiénes son aquí los fumetas?», dice con entusiasmo. Un hombre levanta los brazos al cielo y hace un gesto muy teatral acompañado de una exclamación de alegría. La mujer saca entonces un paquete de Fortuna en idénticas condiciones.

Calle arriba, justo enfrente del solar en el que el conductor de la excavadora aboca los escombros, un matrimonio y su hija adolescente observan cómo dos pequeñas bombas comienzan a desaguar su garaje. Cada centímetro de Paiporta está lleno de barro; en algunos lugares todavía alcanza la rodilla a siete días de la inundación. Es un lodo espeso, putrefacto. La primera hora en que se expone uno a ese olor siente cada poco la necesidad de vomitar. Luego el cuerpo se acostumbra. El barro lo inunda todo hasta adquirir casi la consistencia siniestra de esas presencias espectrales de los cuentos victorianos. Lo más angustioso es la ceguera: uno no sabe qué hay debajo. Se camina con miedo de pisar un gato muerto o de tropezar con un bordillo. Pero en los garajes, anegados en su mayoría hasta arriba, el terror es bien distinto. Mezclados con el agua estancada de una semana, en las cocheras flotan restos de aceite y gasolina y, a veces, también cadáveres. Los aparcamientos subterráneos se convirtieron en una verdadera ratonera. Esta no ha sido la primera inundación en Paiporta, así que mucha gente corrió a mover su coche a pie de calle para evitar perderlo. Pero no les dio tiempo. Ni la fuerza, ni la cantidad, ni la velocidad del agua tenía nada que ver con la de otras ocasiones. En Paiporta se han arrancado del barro 45 cadáveres. Cuando los vecinos se ven unos a otros achicando agua de los sótanos, se preguntan con la boca pequeña: «¿Pensáis que hay alguien?». Esta familia sabe a ciencia cierta que no hay nadie, ni siquiera coches (sí que les dio tiempo a sacarlos). Pero eso no le resta nada al dolor de haber perdido la casa. «Nada. No queda nada —gime la mujer—. Solo las cuatro paredes». Luego lo piensa un momento y rectifica. «Tres paredes, en realidad, porque una se ha caído». Un primo suyo está muerto, y otro ingresado en la UCI con la cadera fracturada por varios lugares. «¿Esperan que las ayudas que han prometido Mazón y Sánchez sean suficientes?», les pregunto. «De esos no esperamos nada —responde el hombre— porque son unos hijos de mil... Unos sinvergüenzas,

ladrones y asesinos. Y no digo más, que me caliento».

La desafección, cuando no odio, por los responsables políticos está en las conversaciones que se oyen por la calle. También en las pintadas que los vecinos dejan en sus propias paredes, en sus locales y sus bajos destruidos. No son exactamente pintadas, porque no usan pintura: están escritas con barro. Además, se ven carteles y pancartas en los balcones. «Mazón dimisión», «Sánchez, España no te quiere» y otros mensajes parecidos pueblan los muros del área metropolitana de Valencia, en extraña convivencia con otros que rezan: «Gracias, voluntarios», «Os necesitamos» o «Solo el pueblo salva al pueblo». El momento de más tensión se vivió el domingo, 3 de noviembre, al mediodía. Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, visitaron Paiporta junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón. Lejos de aclamarlos, los vecinos les lanzaron piedras y barro al grito de «Asesinos». Los escoltas de Sánchez lo metieron enseguida en el coche, y varias personas persiguieron el vehículo golpeándolo con palos de escoba. Los monarcas y el presidente autonómico se quedaron todavía un rato en el pueblo y conversaron con los vecinos que no se habían puesto violentos. Se vio a la reina llorar. Unos días después, la Policía detuvo a tres vecinos por el ataque, que luego quedaron en libertad. Los interrogatorios descartaron la posibilidad de un ataque organizado por grupos radicales de extrema derecha, como había asegurado Pedro Sánchez

BAJAR AL BARRO

La respuesta tardía y desorganizada del Estado encontró su contraparte en la generosidad y solidaridad de decenas de miles de voluntarios, de Valencia y de toda España, que acudieron en masa a limpiar las calles de los pueblos más afectados. En pocos días se viralizó el que quizá sea el grito que mejor ha de-

finido esta tragedia: «Només el poble salva al poble». Desde el martes 29 hasta el sábado 2, los vecinos estuvieron solos, ayudados exclusivamente por la solidaridad de las personas de Valencia, que, en número cada vez mayor —hasta alcanzar los 15 000 durante el fin de semana, y a los que, por cierto, se les quiso prohibir el acceso el domingo 3— cruzaban a pie o en bicicleta el nuevo cauce del Turia con escobas, cubos y escobones, y de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que operan de forma habitual en ese territorio. Unos recursos a todas luces insuficientes. Se multiplicaban en redes sociales los gritos de socorro de ciudadanos del área afectada, en muchos casos mostrando situaciones dramáticas en calles en las que todavía no se había visto a un bombero o un policía.

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1 Hasta aquí. La marca señala la altura a la que llegó el agua en este garaje del que se acaba de rescatar un cadáver. T. PEÑARROJA

2 En la oscuridad. Efectivos de la Guardia Civil buscan indicios de desaparecidos en un garaje de Paiporta. ALBERTO SAIZ

3 Encontrado. Un grupo de rescatistas transporta un cuerpo en Sedaví después de las indundaciones. EVA MÁÑEZ/REUTERS

El Ejecutivo de Mazón, que insistió en no elevar la alerta a nivel 3 —cosa que hubiera dado al Gobierno de Sánchez un papel prominente en la gestión de la emergencia, y que por otra parte Sánchez estaba facultado por ley para hacer sin el consentimiento de Mazón—, sí que solicitó al Gobierno, el 31 de octubre, hasta 500 militares, que pusieron pie en Valencia al día siguiente. Sánchez, que no activó el estado de alarma —una de las vías legales para reconocer una emergencia nacional y tomar el control de la crisis y que se utilizó, por ejemplo, durante la pandemia de covid-19 en 2020—, recalcó en rueda de prensa, en referencia al señor Mazón, que «si necesita más recursos, que los pida». Mazón pidió otros 5000 efectivos a primera hora del sábado, que se desplegaron durante el fin de semana. A ese grupo se le añadieron otros 4000 militares que operaban directamente desde sus bases y un contingente de otros 5000 policías y guardias civiles adicionales. En total, tal y como señaló el diario Las Provincias, las fuerzas de choque alcanzaron los 15 000 efectivos, el mayor despliegue de la historia de España en tiempos de paz, la mayoría de los cuales empezaron a trabajar entre el cuarto y el quinto día después de la crecida. «Han llegado tarde», repetían una y otra vez los vecinos. Con el paso

de los días, se observó una respuesta cada vez más coordinada de los recursos del Estado.

Después de su ristra de improperios contra los responsables políticos, el vecino que vacía su garaje de la calle Rafael Rivelles se seca el rastro de las lágrimas con la manga y dice: «Mira ahí arriba». Cien metros más allá, un policía foral de Navarra que ha venido voluntario tiene que impedir el paso de la gente. Detrás de él hay una furgoneta de la UME rodeada de efectivos de la policía científica. Han encontrado un cadáver en ese garaje. En cuestión de minutos emergen con una camilla cubierta de una lona azul, la suben al furgón y desaparecen al doblar la esquina.

A la ventana del segundo piso se asoma una mujer mayor que habla por teléfono, quizá buscando cobertura. Lo hace a voz en grito, desesperada, llorando. Explica lo mismo que dicen los demás en la acera: no saben quién es. No es, desde luego, nadie del edificio. Podría ser uno de los que alquilan plazas de garaje o un cuerpo arrastrado por la corriente.

Ese escalofrío se repite idéntico en muchos aparcamientos. En el número 2 de la calle San Ramón de Paiporta, el martes 5, un vecino mira cariacontecido la puerta del garaje y el letrero pintado con espray naranja: «Revisar». «Ahí hay gente —dice sin ocultar su enfado—. Faltan dos personas de esta finca». Al salir el sol, un operativo compuesto por bomberos y militares empezó a sacar agua con una bomba de achique desde las nueve de la mañana. A las cuatro y media de la tarde, el lodo llegaba hasta el pecho en la primera planta. Un hombre joven, con mascarilla y uniforme militar, manifiestamente cansado, explicó que le habían dado prioridad a ese subterráneo por la sospecha de que había dos vecinos dentro. Las bombas de achique se convirtieron en un bien preciado. Quedan muy pocas con capacidad para extraer grandes cantidades, y todas están en uso día y noche.

En otro barrio, un grupo de rescatistas voluntarios de Protección Civil procedentes de Granada están a punto de

comenzar esa misma labor. Invitan al equipo de Nuestro Tiempo a bajar con ellos. El escenario es dantesco. Se ven unos coches encima de otros, bloqueando la rampa, llenos de barro hasta las ventanillas. Dos hombres tiran con fuerza de la cuerda que debería arrancar el motor de la bomba, pero el motor no arranca. Revisan una y otra vez, pero no logran encontrar el problema. Esta clase de bombas puede sacar entre 100 y 150 litros por minuto, y aun así tardarán horas en vaciar el garaje. «Hay otra más grande que nos ha vaciado el hueco de un ascensor en cinco minutos», explica Jorge, el responsable de la operación. Pero esas están muy solicitadas. Aunque tienen buen humor, desconocen lo que aún esconde el barro y están preparados para encontrar lo que sea.

«QUIERO HABLAR CON UN FORENSE»

Rosi, una mujer que vive en el edificio del que acaban de llevarse un cadáver, entra en el garaje cuando los soldados ya se han marchado. Es una cochera muy grande. La riada ha destruido los tabiques interiores que la separaban de los otros aparcamientos de los bloques adyacentes, y ahora mismo el agua ocupa el subterráneo de toda la manzana. Faltan muchos litros por achicar. «Puede haber abajo algún desaparecido —dice—, pero nosotros no echamos a nadie en falta». Se queda unos segundos en silencio al saber que se acaba de retirar un cuerpo. «Me lo imaginaba». Solloza. «Es que estamos buscando al hermano de una amiga que vive por la zona. No tenía el coche aquí, pero… tal vez es otra persona». Y entonces pronuncia un nombre y un apellido. «Por favor, no digáis que es él, porque no lo sabemos».

Cuando se localiza un cadáver, se traslada a la morgue que la UME ha habilitado en el sótano de la Ciudad de la Justicia de Valencia, un imponente edificio de cristal frente al Umbracle de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias. A las cinco de

la tarde del jueves 7 de noviembre, un vehículo con dos soldados de la UME y una patrulla de la Policía Nacional custodian la entrada y la salida del aparcamiento. Precisamente hoy se han trasladado doscientos cadáveres —aquellos a los que ya se les ha practicado la autopsia— a la Feria de Valencia, donde 106 de ellos han sido entregados a sus familias para recibir sepultura. Quedaban en la Feria en ese momento 94 difuntos, 33 de ellos sin identificar, mientras que otros siete, pendientes de autopsia, aguardaban en este parking de la Ciudad de la Justicia. El número total comunicado por el Centro de Integración de Datos (207) no concuerda con el que ofrece el CECOPI (211) y todavía no se ha explicado la discrepancia. El CID es el órgano competente, de carácter judicial, formado por médicos forenses y especialistas de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Contabiliza los cadáveres levantados y trasladados a la morgue. In-

—A flor de piel. Una vecina de Sedaví se abraza

formó el domingo 3 de noviembre de 188 víctimas, cifra que actualizó diariamente: 190, 195, 199 y 207 el jueves 7. En ese mismo periodo, el CECOPI no actualizó la suma de 211, inmóvil desde el día 3. Su método de conteo es opaco, aunque la principal hipótesis apunta a un error no admitido en el recuento del domingo, o bien a la suma de algunas denuncias de desaparición sin estar en posesión de los restos mortales. El martes 12 de noviembre, la cifra de víctimas facilitada por el CID a través de la oficina de prensa del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana era de 214: 211 de ellas estaban identificadas y 167 habían sido entregadas a sus familias. Al cierre de esta edición, el CID había contabilizado 223 muertos y faltaba por localizar a tres desaparecidos. Aquí, en la entrada de esta morgue que ya solo alberga a siete finados, llega andando una mujer menuda con las botas

sucias de barro y un chaleco reflectante de color naranja. Se llama Adela. Tiene el pelo negro recogido en una coleta y le grita a uno de los soldados del coche. Está buscando los restos de su madre, que desapareció el 29 de octubre en Picanya. Vivía al borde del barranco. «Yo estoy manchada de barro, ¿y tú?» —le increpa al soldado—. ¿Por qué no estás buscando a mi madre, cabrón? Quiero hablar con un forense que me diga dónde está mi madre». El militar baja del coche. Es un hombre muy corpulento, y parece aún más grande al lado de Adela, tan pequeña. Le sujeta los hombros con las manos, en un gesto protector, y en un minuto todo pasa de la violencia a la ternura. Adela se echa a llorar sobre el soldado, que la abraza. Permanecen así unos segundos. Durante un cuarto de hora, el hombre intenta consolar a la mujer, que se marcha pidiendo disculpas por los insultos que ha proferido unos momentos antes.

Adela siempre le decía a su madre, Carmen, que cuando muriera, ella moriría también porque era lo que más quería en este mundo. «No quiero creer que mi madre ya no está», gimotea. Vivió la noche del 29 de octubre desde el televisor de su piso, en el barrio de Sant Isidre. Y todo quedó confirmado cuando, a la mañana siguiente, sus hermanos mayores, Antonio y Mari Carmen —tiene otros dos, Laura y Javier—, le llamaron por teléfono: «Está todo destrozado: el barranco, la estación, las casitas de la residencia… Mamá está muerta». No hay un cuerpo que confirme esta creencia, pero tampoco indicios de cualquier otra certidumbre. Simplemente había una casa, la de Carmen , y ahora tan solo barro y desolación. Sí encontraron, en cambio, el cuerpo de Res, su perro, que apareció semihundido en el cieno. La caseta de Carmen era la 23. Adela tiene el número grabado a fuego. Antes de su encontronazo con el militar de la UME, ella venía de limpiar barro todo el día en la zona entre Paiporta y Picanya. «¿Qué más puedo hacer? No voy a quedarme en casa llorando. En el barro entretengo mi cabeza y calmo la conciencia», cuenta. «He establecido una relación con las víctimas de la riada», continúa. Vecinos, padres, familias, negocios, animales, niños y lugares forman parte de lo que Adela considera importante, de aquello que le da fuerzas para salir de la cama por las mañanas. Y después está su perro, Mimo, que espera ansioso su vuelta a casa, que observa cómo Adela limpia las botas cada tarde y se derrumba, agotada, preguntándose si tendrá fuerzas para volver al día siguiente. Sus bolsas lacrimales llevan tiempo vacías, lo que no quiere decir que no se canse de llorar. Un llanto seco e igual de agónico. Llora y limpia el barro, sufre y ayuda. Ella dice que aguanta, que se ve capaz: «Soy tauro, soy luchadora». Pero ni todas las barridas de calle le quitan ese terrible peso nuevo. «Esto es para siempre». Hay ratos en que no quiere vivir, «pero tengo que vivir. A mi madre no le habría gustado otra cosa». Adela se marcha a casa, no quiere hacer esperar a Mimo, en una especie de limbo, intentando apartar la falsa esperanza de encontrar a su madre viva tras diez días de pesadilla.

1 Limitados. Los voluntarios ayudaron en la limpieza y el reparto de alimentos, pero el desescombro solo podía hacerse con maquinaria pesada. ASIER ALDEA

2 Organizados. A falta de herramientas mejores, un grupo de voluntarios vacía con escobas el barro de una iglesia en Aldaya. JORGE GIL/ EUROPA PRESS

por toda la ciudad de valencia se ven, temprano, personas, en especial los más jóvenes, salir de sus casas enfundados en botas de agua, cargando palos de escoba, palas, cubos y útiles de limpieza. Cuando cae el sol regresan, cubiertos por una costra de barro seco. Los voluntarios van puerta por puerta preguntando a los vecinos de los pueblos anegados qué necesitan. En la zona cero deambulan en grupos; miles de personas deseosas de ayudar, vaciando hoy este bajo, mañana aquel garaje, acudiendo a resolver los problemas particulares que alcanzan a cubrir. En líneas generales, la labor de los voluntarios se centró en dos aspectos: la limpieza de las casas y la recogida y reparto de productos de primera necesidad, desde comida hasta ropa. No podían hacer mucho más, si excluimos a los profesionales del sector agrícola que también acudieron con sus tractores. La restauración de las telecomunicaciones y de las infraestructuras, el desescombro de las calles, la revisión de la seguridad de los edificios… eran cuestiones que solamente podían resolver técnicos especialistas con una gran cantidad de maquinaria.

CAPÍTULO III CON LAS BOTAS SUCIAS

Los voluntarios no llegan a todo. A pesar del esfuerzo titánico de decenas de miles de personas, la recuperación de las calles y de las infraestructuras sería imposible sin maquinaria pesada y profesionales. Algunos de ellos, los buzos de la Armada, afrontan una de las labores más complejas y más inquietantes. En la Albufera, donde el Poyo ha arrojado sin piedad lo que arrastró a su paso, los militares escudriñan las cañas y el barro en busca de los últimos desaparecidos.

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Uno de los puntos neurálgicos del voluntariado es la tienda de Ikea en Alfafar. El polígono industrial es un estercolero. Sin embargo, se ve aquí un milagro. El fabricante sueco de muebles, después de limpiar el inmenso garaje de la tienda —cubierto, pero no subterráneo—, lo ha puesto a disposición de los voluntarios. Parte del equipo de NT viajó desde Pamplona con un grupo de la empresa de alojamiento estudiantil Unibooking que traía cuatro furgonetas llenas de productos de primera necesidad. No paran de llegar furgonetas y camiones procedentes de toda España y de otros países. Hay policía aquí, pero no participan de la organización y distribución de los alimentos. Los voluntarios les pidieron ayuda para la seguridad, en especial de noche, de los productos almacenados, porque desde la catástrofe no han dejado de verse imágenes de saqueos y robos en comercios, coches y pisos. La colaboración de las autoridades ha sido circunstancial, más bien un laissez faire. La persona detrás de esta iniciativa es una chica que viste camiseta negra de tirantes y no deja de moverse para atender a los grupos. Se llama Luisa Ferrando y al día

3 Valientes. Con la puesta de sol, los voluntarios regresan andando a casa. Se calcula que unas 50 000 personas acudieron a ayudar.

siguiente de la riada creó un grupo de WhatsApp para coordinar a aquellos que quisieran ayudar. Una semana después, son 24 000 las personas que participan de un modo u otro. Su amigo Juan quiso ayudarla, y entre los dos coordinan el trabajo. Se escuchan gritos de fondo en el audio de nuestra conversación: «Pañales y compresas en este lado, por favor. ¡Vamos, chicos, vamos!». El ritmo del trabajo es frenético. Preparan las donaciones en paquetes que otros repartidores voluntarios llevan a los pueblos. «Y nos cercioramos de que llega», subraya Ferrando. «Los conductores nos mandan vídeo de que se están repartiendo la comida, los productos de higiene o lo que sea». «También tenemos un grupo de voluntarios que ayuda a limpiar en los pueblos; van pidiendo información casa por casa de lo que se necesita, se les prepara una furgoneta y se les envía». Empezaron a almacenar material en el casal de la falla Soto-Micó, pero con el tamaño que adquirió el voluntariado acabaron por trasladarse a dos sedes: Ikea para los productos y el centro cultural La Rambleta para la limpieza.

Las estimaciones preliminares calculan que se inundaron completamente más de 15 633 hectáreas de superficie, según Datadista. En Massanassa, municipio adyacente a Alfafar, los daños fueron enormes. Cuando llegamos a este pueblo, el miércoles 6 de noviembre, las labores de limpieza estaban ya bastante avanzadas. Casi todas las calles eran transitables a pie y los voluntarios estaban aseando casas. Una mujer permanecía de pie en la puerta de la suya, completamente arrasada por el agua. No ha quedado nada, salvo algunos libros de la parte superior de las estanterías. Se ha caído la tapia que separa su patio del del vecino. El arquitecto municipal ya ha podido acercarse y dictaminar que la estructura del edificio no corre peligro, aunque el contiguo lo haya declarado inhabitable. Se llama Jorge y es un hombre campechano de barba entrecana al que no le gusta que le hablen de usted, que va arriba y abajo con las botas puestas y una identificación casera sobre el pecho: «Arquitecto». En las

próximas semanas, son muchos los edificios que tendrán que revisarse y, si procede, repararse. Los primeros cálculos cifran en 4000 las edificaciones afectadas. Los colegios de arquitectos de Castellón, Valencia y Alicante ya preparan una lista de profesionales voluntarios que puedan encargarse de esa ingente tarea. Lo mismo están haciendo los colegios oficiales de aparejadores e ingenieros.

En ese momento pasa por la puerta un agricultor, Ezequiel Baixauli , que saluda a la propietaria de la casa. «Com va això?», pregunta ella. «Bé, direm. Vaig a vore si este se’n ve a dinar». Se ha hecho la hora de comer y viene a buscar a David Armijo, un maquinista de los campos de olivos de Jaén, que se presentó el día siguiente a la riada montado en la misma excavadora con la que ahora retira escombros de la calle. Al llegar buscó alguna autoridad, y solo encontró un policía al que le preguntó qué podía hacer. «Mira a ver si puedes ir quitando coches», le respondió. En estos siete días se ha dedicado a eso, a retirar coches de la vía pública y dejarlos en un descampado de las afueras. Ezequiel y él, con otros compañeros —José Miguel Martínez Paloma, Ángel García, Jordi Ribaldo y Víctor González—, han resultado un buen equipo: Ezequiel arrastraba los coches ayudado de unas cadenas y de su tractor, y luego David los levantaba y los llevaba al desguace improvisado. Hasta en tres ocasiones tuvieron que sacar cadáveres de dentro o de debajo de los vehículos. «Ahora se va viendo un poquito de color —explica David mientras se come un tupper de fideuà que unos voluntarios reparten en el Ayuntamiento—, pero cuando llegamos no había ni organización, ni color ni na. Íbamos abriendo paso, sacando coches…».

Unos metros más allá, en la plaza de la iglesia, el sacerdote limpia con una Kärcher las botas de los voluntarios que se acercan a sentarse unos minutos para comer y descansar. Miguel Iglesias, un joven madrileño, ha traído una guitarra electroacústica y un equipo de sonido. Se hace un silencio emocionado, en cierto sentido alicaído, en el momento en que el

— Y ahora qué. Una mujer llora en una calle

chaval canta que «All we are is dust in the wind». En medio de tanta destrucción solo somos eso: polvo en el viento. Una de las calles que desembocan en esta plaza, la de la Estación, está ya muy limpia, sin barro ni escombros, únicamente esa pátina marrón que lo cubre todo y que quién sabe cuánto tardará en desaparecer. Acuclillado, un hombre está rascando con un destornillador plano la tierra incrustada en las junturas de los adoquines del suelo. Como si con esta pequeña tarea quisiera demostrar que va a volver pronto la normalidad. A un par de kilómetros de aquí, en la zona sur de

calle de Paiporta el 1 de noviembre, cuando todavía no habían llegado los militares a la zona más afectada. BIEL ALIÑO/EFE

Paiporta, dos jóvenes rescatarán dentro de unos minutos una gran real senyera, la bandera de los valencianos, del barro de un garaje. La levantarán con reverencia y emoción en los ojos. La historia exige que la señera coronada no se incline ante nadie, solo delante de Dios. Los jóvenes honrarán esa tradición.

Hay otro chico, Mark Zaycev , que atraviesa con dificultad las calles de Paiporta junto a dos amigos, Brian Muñoz y Chloe León. Aquí el barro cubre por encima del tobillo, y la maquinaria va de un lado a otro, obligando a los voluntarios a andar pegados a las aceras. Zaycev

vive con su padre en la zona del puerto de Valencia, aunque de vez en cuando pasa temporadas en casa de su madre, en un bajo que tiene alquilado en Picanya. La tarde del 29, entre las 20.00 y las 21.00, salió de trabajar en la universidad y telefoneó a su madre para avisarle de algo importante: al día siguiente tenía una intervención ocular. «Por un glaucoma pigmentario», concreta. Pero no pudo explicarle nada a su madre porque ella estaba llorando: se había inundado la casa. Zaycev lleva sacando barro y agua desde entonces. La casa de su madre fue su primer reto. El lunes consiguieron,

él y unos amigos, dejar limpio el piso… y vacío. «Ahora ayudo en otras casas, en la calle o donde haga falta», cuenta. Está muy impresionado con la respuesta humanitaria. «Te hace pensar que hay motivos para tener fe», dice.

Mientras habla, muchos de esos motivos de fe vagan por esa calle de Paiporta. Daniela Tirado y su amiga Carla Romero, por ejemplo. Son de Benicàssim y se han saltado sus clases para venir. «Yo no podía hacer como si nada, no me parecía ético», se explica Daniela. En la calle perpendicular, Luana Martínez, de Aranjuez, espera a que pase una ex-

Grandes temas

cavadora que carga kilos de cieno. Aun sabiendo que no podía estar ahí más de 24 horas, subió a la primera furgoneta de voluntarios que encontró. Una ayuda exprés sigue siendo una ayuda, piensa. Ha colaborado en la limpieza de casas y establecimientos. Lo último fue una peluquería enterrada en lodo y escombros. En la otra acera la esperan unas amigas. Todavía le queda toda una tarde de trabajo y espera acostumbrarse a la succión de vacío que genera el barro, maleable y hediondo.

QUE VAN A DAR EN LA MAR

Los versos inmortales de Manrique cobran en la playa del Saler un sentido macabro. En efecto, el destino de los ríos es la mar, del mismo modo que el de los hombres es la muerte. Entre la desembocadura del Turia, en Valencia, y la del Júcar, en Cullera, median 31 kilómetros de playa y toda la magnitud de la tragedia. Toda la brutalidad de la riada, la ruina que ha perpetrado, ha terminado aquí, frente al gran azul. Toneladas y más toneladas de cañas, escombros, árboles, coches y una infinidad de artefactos están varados en las impracticables orillas del Mare Nostrum, formando una siniestra barricada; una última barrera entre la tierra y el mar. Y más. Hasta la fecha han aparecido varios cuerpos arrastrados por la corriente y devueltos por las olas. No se conoce una cifra exacta. El diario ABC informaba de al menos tres hallazgos en El Saler, Pinedo y Mareny Blau. El equipo de Nuestro Tiempo se había cruzado ya con los restos de varios perros y otros animales cuando localizó a dos hombres enfundados en trajes blancos de protección, con gafas y mascarillas, arrodillados sobre un bulto de tamaño muy superior al de un perro. Son empleados de Tragsa, una empresa que presta servicios relacionados con el desarrollo del medio rural y la conservación de la naturaleza. No quieren fotos ni pregun-

tas, y mucho menos que nadie se acerque. «¿No ves cómo vamos vestidos? Es por seguridad, así que fuera de aquí». Lo único que admiten es que creen que el bulto podría tratarse de un caballo. Apesta a descomposición, tanto que ni se nota la contención de la mascarilla. No les resulta complicado terminar de despiezar el animal y meterlo en bolsas de basura negras. Lo cargan en una carretilla corriente de un solo eje y se esfuman, dejando la playa sola con sus cañas y sus restos inclasificables.

La Rambla del Poyo, sin embargo, no desemboca en el Mediterráneo. Después de haber nacido en la sierra de Chiva, de haber arrasado Cheste —y haberse llevado a Cándido Molina—, de haber inundado el polígono del Oliveral, el almacén de naranjas de Rosa Martín y la fábrica de juguetes Famosa; después de haber atravesado Bonaire como el ángel exterminador pasaba de largo de las casas de los hebreos; después de haber anegado Torrent, Picanya y Paiporta, Massanassa y Catarroja —por citar solo las localidades que atraviesa—; después de haber llenado de lodo las calles de setenta pueblos y haber anegado de terror los garajes, la Rambla del Poyo no escupió su último aliento en agua salada, sino en ese improbable lago de agua dulce que es la Albufera de Valencia, un parque natural de 21 000 hectáreas, un prodigio de la naturaleza que alberga algunas especies de peces en peligro de extinción, como el fartet o el samarugo. En 1902, Blasco Ibáñez la describió como «una isla de cañas y barro». Hoy, la definición es más apropiada que nunca. Blasco fue a la literatura valenciana del fin de siècle lo que Sorolla a su pintura. Sobrecoge cómo relata el autor un viaje en barca por la Albufera: «Marañas de hierbas oscuras y gelatinosas como viscosos tentáculos subían hasta la superficie, enredándose en la percha del barquero, y la vista sondeaba inútilmente la vegetación sombría e infecta, en cuyo seno pululaban las bestias del barro. Todos los ojos expresaban el mismo pensamiento: el que cayera allí, difícilmente saldría».

1 El agua es chocolate. Bomberos del País Vasco durante la búsqueda en la Albufera, el 9 de noviembre.

ALEJANDRO MARTÍNEZ/EUROPA PRESS

2 Con drones. Un piloto de drones revisa la desembocadura de la Rambla del Poyo el 5 de noviembre. Si localizan algo sospechoso, se acerca la lancha. ALBERTO SAIZ

3 Inmensa barricada.

Operarios de Tragsa recogen los restos de un animal (piensan que un caballo) en la playa del Saler JUAN G. TIZÓN

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Llegamos a los cuatro muelles del embarcadero a las dos y media de la tarde del jueves 7 de noviembre. Del «inmenso lluent, azul y terso como un espejo veneciano», como lo describió Blasco en Cañas y barro, acaban de emerger los rastreadores de la unidad de buzos de la Armada después de una batida infructuosa. Los soldados proceden de la base de Cartagena y están alojados en su medio natural: el mar. El 4 de noviembre atracó en el puerto de Valencia el buque anfibio Galicia, una máquina de guerra con capacidad para cuatrocientos soldados de infantería y 170 vehículos blin-

dados. El operativo desplegado en este rincón de la Albufera cuenta en total con unos veinticinco hombres, y hay otros tres similares en otros puntos del lago. Mientras algunos de ellos cargan nuevas bombonas de oxígeno en las cuatro lanchas del muelle, para la batida de la tarde, los buzos se desnudan en tierra. Uno de ellos, al quitarse el neopreno y quedarse en ropa interior, sentado en la trasera de una furgona militar, deja al descubierto un sinfín de heridas en los muslos causadas por las mil cañas que oculta el agua de la Albufera. Algunas ya estaban allí; las demás, la mayoría, las

arrastró la riuà. Tanta herida se explica, en parte, porque el lago se ha convertido en un lodazal. «Es chocolate», describe Daniel , uno de los soldados. «No ves nada a un palmo de los ojos». Este equipo ha traído con ellos a un piloto de drones, un hombre fuerte, inmenso, que maneja un robot volador por encima del agua y las cañas en busca de coches, ropa y otros objetos sospechosos, en especial en la desembocadura de la rambla y de las acequias. Identifica los puntos donde cabría encontrar a alguien, y a continuación el equipo anfibio se acerca con la lancha y suelta a los buceadores. El lago es poco

profundo. La tradición marca que no se navega aquí a remo, sino con una percha, una vara larga con la que los barqueros y los pescadores de anguilas se apoyan en el fondo del lago para impulsar la embarcación. «A veces tiramos la sonda y vemos que tiene sesenta centímetros de profundidad», continúa Daniel. «Luego te bajas esperando que te cubra hasta la rodilla y te hundes en el barro hasta el pecho. Es horrible».

La mayoría de los soldados se monta en los camiones y se marcha a comer. Se los ve contentos, quizá por el fin de su guardia, quizá por la perspectiva de una comida caliente, o puede que por el alivio de no haber tenido que sacar hoy ningún cadáver. Solo Daniel y otro compañero se quedan guardando el material, comiéndose unos bocadillos, a la espera del turno de tarde. Conversan sobre las cosas de las que todos hablamos estos días: los desaparecidos y si será verdad o no la cifra de muertos. En ese momento 78 personas estaban en paradero desconocido. Al cierre de esta edición, esa cifra se había reducido a 3, según el Centro Integrado de Datos.

Pasadas las cuatro de la tarde, y a las puertas del invierno, el paisaje en la Albufera es ya un atardecer. Y uno bien hermoso. Contra lo que sucede en las playas de este pedazo del Mediterráneo, donde el sol sale desde el mar, la Albufera permite el espectáculo invertido del astro rey poniéndose sobre el agua. Fuera, en el mundo, los políticos de izquierda y derecha se culpan unos a otros de la tragedia en una vergonzosa escalada de acusaciones mientras se celebran los primeros entierros, algunos en iglesias todavía embarradas, en cementerios con tumbas abiertas por la corriente. Aquí, al borde del barro, el compañero de Daniel rompe el silencio y, con un tono resignado, acaba por decir lo que todos piensan y nadie tiene el valor de expresar: «Hay que ser realistas: ya no los vamos a encontrar. Han pasado diez días y no flotan. Están enterrados en el barro. No creo que salgan nunca». Nt

Lecciones aprendidas y lecciones olvidadas

La Riuà de 1957 dejó a Valencia marcada por el barro y motivó la histórica desviación del Turia. Sesenta años después, la de 2024 ha puesto a prueba las infraestructuras y ha reabierto el debate sobre la gestión hídrica.

Fue entre la una y las dos de la madrugada del lunes 14 de octubre de 1957 cuando el río Turia se convirtió en mar. Las advertencias no bastaron para preparar a la ciudad para lo que se avecinaba. El cauce se desbordó y dejó sitiadas la zona marítima, varios pueblos colindantes y parte del interior de la capital. «Al mediodía, una nueva y mayor avenida de las aguas, acompañada de un verdadero diluvio caído del cielo, inundó otra vez la ciudad de Valencia y muchas comarcas de su provincia de forma jamás conocida». Así lo contaron en aquella época los periodistas del diario Las Provincias en un número especial que prepararon al pasar un mes de la tragedia. El agua del Turia escapó por su lado izquierdo en la zona de Campanar y asoló la urbe. «¡Cuán solitaria ha quedado la ciudad, antes tan populosa! Ella llora inconsolable en la noche, corren las lágrimas por sus mejillas. Hasta sus pies llega el fango; está profundamente abatida». Con esta cita del libro de las Lamentaciones

—Hemeroteca. Uno de los ejemplares de Las Provincias que contaron la Riuá del 57, en la redacción del diario. JUAN G. TIZÓN

abre el ejemplar de noviembre de 1957. Uno de los jefes de sección del diario, Arturo Checa, ha hecho de cicerone por la hemeroteca —un «tesoro» de ejemplares rojos y gruesos, encuadernados en forma de libro-compendio— y, después de encontrar ese volumen, cierra la puerta tras de sí. Solo se percibe el zumbido de la ventilación y rumores lejanos desde una redacción que trata de abarcar lo inabarcable. En 1957 recurrieron al lenguaje bíblico para conseguirlo. La frase

se ve envuelta por una fotografía a portada completa que muestra la calle Conde de Salvatierra, con el agua a la altura de los pomos de las puertas. Este inicio apocalíptico da pie a un fotoreportaje larguísimo que recoge imágenes y descripciones: un mosaico lo más fiel posible. El tono de los artículos es melancólico, casi poético. En varios momentos, los redactores solo encuentran referencias en el arte y la literatura: «Para la ciudad y los pueblos de Valencia no

hay dolor como el de verse derribados y hundidos por el Turia amable, ahora hecho furia devastadora y por la tierra, sumisa, convertida en lodazal asqueroso». La crónica hace las veces de documento informativo y de ensayo sobre el daño y la pérdida.

No faltan los datos en la cobertura de esos días —81 muertos oficiales, más de 12 mil millones de pesetas perdidas en comercio e industria, 4000 familias sin vivienda…—, pero aun así decidieron otorgar el protagonismo de esta edición extraordinaria y de los días posteriores al pueblo valenciano. Las similitudes entre el 14 de octubre de 1957 y el 29 de octubre de 2024 son notables. «Pan elaborado en Teruel, en Alicante, en Castellón, en Burriana, en Albacete... Víveres que llegaban en las caravanas de camiones. La presencia veloz de esas ayudas hizo posible que muy pronto, el martes 15 por la tarde, estuvieran ampliamente abastecidos casi todos los barrios de la ciudad». En una foto, unos paisanos recogen alimentos de un helicóptero recién aterrizado. Cargan todo lo que pueden; cargan hasta con la boca.

La Valencia de 1957 también quedó marcada por la huella viscosa del fango. Diluida el agua, solo quedó el lodo, hasta tal punto que los titulares se refirieron a la catástrofe como «La batalla del barro». Los periodistas consiguen transmitir las

—La historia se repite. La icónica calle Pintor Sorolla de Valencia, durante las labores de limpieza tras la riada de 1957. También entonces se utilizó la maquinaria disponible para desescombrar y vaciar el barro. WIKIMEDIA/B25ES

grandes preocupaciones del pueblo por liberarse de esa fea y cruel costra. Ambas riadas sacaron a la luz las virtudes del hombre: la épica de la entrega. Historias como la del párroco de Les Tendetes, que buceó hasta el sagrario inundado y salió a nado con los vasos sagrados en la boca para poner a salvo el Santísimo Sacramento.

la importancia de las infraestructuras. Hay un punto de inflexión, eso sí, un «antes y después» que distingue ambas calamidades: la desviación del cauce del río Turia hacia una enorme infraestructura en el límite sur de la ciudad. Este proyecto, que costó 7000 millones de pesetas de la época y se enfrentó a la oposición de regantes y propietarios

afectados, se llevó a cabo entre 1965 y 1972. El nuevo cauce del Turia, de 12 kilómetros de largo y 200 metros de anchura, ha librado a la capital —habría afectado a 800 000 valencianos— de sufrir la misma suerte que sus mayores. Sin embargo, esta última riada ha puesto en evidencia que la medida ha resultado ser, como titula Las Provincias un análisis visual, «un salvavidas para unos y un castigo para otros». Con los «castigados» se refieren a las pedanías meridionales y poblaciones de l’Horta Sur, que se han visto sobrepasadas por un efecto rebote del agua. El nuevo cauce actúa como un muro que impide que las aguas de los barrancos y sistemas naturales del sur sigan su curso natural hacia

el mar, lo que hace que reboten y se acumulen en la zona cero de la tragedia. Las consecuencias de la DANA de 2024 se habrían mitigado significativamente con algunas obras hidráulicas previstas desde principios de siglo, según han manifestado varios expertos a Las Provincias. Entre los proyectos no ejecutados destaca una presa en Cheste, planificada en 2004 por la Confederación Hidrográfica del Júcar, que, con una capacidad de 8 hectómetros cúbicos, habría protegido a 16 municipios de la zona. La presa de Cheste formaba parte del Plan Hidrológico Nacional de 2001 del Gobierno de Aznar, pero se descartó durante el mandato de Zapatero por su «elevado coste socioeconómico»,

según la Confederación del Júcar. También siguen pendientes otras actuaciones cruciales, como la adecuación del barranco del Poyo. Federico Bonet, antiguo decano del Colegio de Ingenieros de Caminos de Valencia, explicó a Las Provincias que «la tragedia hubiera sido tres veces menor» de haberse realizado el proyecto que aumentaba su capacidad de 800 a 1500 metros cúbicos por segundo. En declaraciones al mismo diario, Félix Francés, director del Instituto Universitario de Investigación de Ingeniería y Medio Ambiente, ha señalado que «todo el mundo entiende que hay que ejecutarlo, pero el Ministerio para la Transición Ecológica tiene su presupuesto y debe priorizar». Nt

Enrique García-Máiquez

Besos

«Contra el academicismo de los museos y contra la dichosa desamortización de Mendizábal, está en nuestras manos (esto es, en nuestras almas) restituir los cuadros a su esencia primigenia y altísima»

LOS MUSEOS TIENEN algo de escaparate. Pero esos cuadros ilustres estuvieron pensados para dignificar un hondo salón familiar, para recordar a una amadísima esposa perdida, para dejar a los hijos un lejano recuerdo de la tierra natal… Y muchos se pintaron como iconos, para reflejar la luz de lo sagrado y mover a la oración a los hombres. Su lugar era el templo o la capilla. Para la historia del arte están bien los museos, y menos da una piedra; pero la mejor manera de entrar en un museo implica conocer la historia y la intención del cuadro o la escultura y, en la medida de nuestras posibilidades, respetarlas.

Mucho mejor lo contó el poeta Julio Martínez Mesanza Todavía en la Unión Soviética, estaba visitando un museo en San Petersburgo, no recuerdo cuál. Entonces vio que una mujer joven y muy guapa, vestida humildemente, se paró ante un bellísimo icono. Y, en ese momento, sin importarle nada más, se hincó de rodillas, y rezó. Martínez Mesanza vio que todo el museo quedaba transformado. El gran escenario del arte con mayúsculas se quedaba muy pequeño y el cuadro volvía a ser un humilde icono que servía a su misión de transparentar lo sagrado. Lo vivió como una hierofanía.

Lo he recordado leyendo un poema de Jaime García-Máiquez titulado «Besos» y recogido en su antología La humana cosa. El poeta trabaja en el Gabinete Técnico del Museo del Prado, lo que le da ciertas opor-

tunidades. «Cada vez que en el búnker de rayos X entra/ un cuadro religioso […] yo beso levemente la pintura,/ el lívido barniz que la protege». El largo poema ofrece pormenorizados detalles de esos besos: «Sobre el rosto de Cristo,/ sobre el pie taladrado por el clavo/ negro de huesos, sobre/ los largos dedos blancos de albayalde/ de la virgen María/ o la piel arrugada —pardo oscuro de Siena—/ de un santo apasionado». El poeta sabe que ese roce leve es «para siempre eterno». Confiesa: «He llenado el Museo y los museos/ del mundo con mis besos./ Borges modificó/ el infinito océano del fuego del Sáhara/ cambiando de lugar algo de arena./ Yo he transformado para siempre el Prado/ llenándolo de besos./ Yo también he modificado algo infinito».

LA PREGUNTA DEL AUTOR

¿Somos conscientes de que basta con nuestra disposición interior para restaurar el sentido primigenio de una obra de arte?

El poeta es mi hermano —mi hermano pequeño, para más inri—, pero si lo traigo aquí no es para hacer marketing fraternal, sino porque, en cuanto poeta, es hermano de todos ustedes, según la estirpe de Baudelaire, que llamaba al lector «mi semejante, mi hermano», y tenía razón. Es más, en esos besos (a la azul Encarnación de Fray Angélico, al rojo Expolio de la Catedral de Toledo, al Cristo de Velázquez, silencioso, o a la ruidosa Adoración de los Magos de Rubens, según detalla) estamos representados todos nosotros. Realmente, que nos lo cuente no se queda en una confesión de una intimidad piadosa, sino que nos devuelve la sacralidad de esos cuadros magistrales. Hace, más disimuladamente y convirtiendo su puesto de trabajo en un pequeño criptoaltar, lo mismo que la joven rusa que conmovió a Julio Martínez Mesanza. Unos y otros nos facilitan la subversión. Ya nunca veremos los cuadros del mismo modo. Contra el academicismo de los museos, contra la dichosa desamortización de Mendizábal, en nuestras manos (esto es, en nuestras almas) está restituir los cuadros a su esencia primigenia y altísima. No hay otra restauración más perfecta. Ya aleccionado, cuando visito el Prado, procuro que las doce en punto en el reloj me den enfrente de la Coronación de la Virgen de Velázquez, y ahí rezo el ángelus. Me gustaría ponerme de rodillas, pero me falta el coraje. Y me gustaría posar también mi leve beso en el lienzo, pero me placarían los vigilantes del Museo cumpliendo diligentemente su deber profesional, como es lógico y les agradecemos. Con todo, no importa. Pienso que mi ángelus invisible resulta más subversivo que los que echan espráis o sopas a las obras maestras, y además sabemos que mi hermano —el vuestro— ya puso un beso allí, que nos representa a todos. El venerable Museo del Prado asiente encantado, diría yo. Incluso él ha sido ascendido de categoría.

@NTunav

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Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista.

@EGMaiquez

TODOS LOS ABISMOS DE WERNER HERZOG

Con ochenta años, el cineasta alemán Werner Herzog se sienta a escribir. El autor de Fitzcarraldo, a quien el crítico Roger Ebert llamó «el más curioso entre los hombres», ha decidido, de una vez, exponer su pasado. Le precede la fama de solitario enfermizo. De artista obsesivo, casi trastornado. Pero el rostro de Herzog (de la persona y del creador), en las páginas de sus memorias, emerge complejo. En un libro con mucha furia literaria y menos rigurosidad de biógrafo, Cada uno por su lado y Dios contra todos ofrece el testimonio directo de su película más larga: su propia vida.

texto Esteban Garay [Com 27] fotografía Lena Herzog y Filmoteca de Berlín

tiene tres años. vive en sachrang, Baviera. En la noche, alguien remueve las sábanas y lo despierta. Es su madre. Juntos salen de la casa y, absortos, intermedio extraño entra la vigilia y el sueño, observan los montes vecinos latir de fuego. Retumbar. Incendiarse. Los aviones aliados bombardean la zona, porque aquella noche, 18 de abril de 1945, también es la noche del Tercer Reich, cuyos rezagados, miembros de un cuerpo acéfalo, intentan negar la derrota del ejército. El objetivo del ataque es Rosenheim, pero el viento esparce la destrucción por todo el valle. Un avión se estrella cerca de casa. Al niño de tres años que es Werner Herzog los datos le dicen muy poco. Golpean las sensaciones. Golpean los miedos. «Lo que vimos de niños lo sigo viendo hoy», escribe en sus memorias. Y lo que ven no es un ajedrez militar, sino «un gran resplandor que reflejaba en el cielo nocturno las terribles pulsaciones del fin del mundo». La imagen perdurará en sus películas, y, sobre todo, en su forma de ver la realidad. «Desde aquel momento —escribe— supe que ahí, fuera de nuestro mundo, lejos de nuestro estrecho valle, había otro mundo peligroso y espeluznante».

La experiencia ejerció de bautizo: un bautizo en el sacramento (o pecado) de una dimensión adulta que se desborda, violenta, ante los ojos atónitos de aquel espectador infantil. El primer contacto con los abismos. Pero no el último. Porque para él esa visión es cruel pero sobrecogedora: además de temor, le genera curiosidad.

Años más tarde, en Múnich, adolescente, Werner empuña un cuchillo sucio, aún manchado con los restos de comida, y dirige el arma hacia su hermano Tilbert, el mayor de la familia. Le rasga el muslo y la muñeca. La sangre salpica la habitación, que pasa del grito al silencio. Werner llora. El motivo de la discusión, tan estúpido que su autor lo recuerda incómodo (el destino de un hámster), gatilla la reyerta y esta, a su vez, le remueve los nervios. Le invierte el orden de las cosas: la locura incomprensible que bombardeó Rosenheim hasta reducirlo a cenizas, la misma sed sanguinaria, habita en él.

Ambas escenas las narra Herzog en Cada uno por su lado y Dios contra todos, sus memorias, publicadas en agosto de 2024 por Blackie Books. Entre muchos asuntos, Herzog afirma que, sin traumas como estos, grabados en su sensibilidad más profunda, su obra —más de setenta películas, docenas de óperas y un puñado de libros— no existiría.

Es raro: un viejo adicto al silencio y a las armas del enigma (numerosas boutades) decide confesarse. Por primera vez. Usa la palabra, no el fotograma o la imagen. Pero incluso la palabra le sirve de capa misteriosa: uno de sus juegos favoritos. Pese a ser unas memorias demasiado literarias (flaqueza de credibilidad para unos, placer de lectura para otros), el libro revela que, en el fondo, sus imágenes extremas y personajes imposibles no provienen de alucinaciones telúricas. Provienen de una búsqueda personal.

autorretrato. Exhumar la biografía de un artista puede resultar peligroso. Los descubrimientos acarrean, a menudo, decepciones. Lo sintió el crítico Clement Greenberg tras conocer a Joan Miró: «Uno se preguntaba qué había podido llevar a aquel burgués a la pintura, a la rive gauche y al surrealismo». Con Herzog ocurre lo contrario: su biografía —narrada como él la sabe narrar— concuerda con la intensidad de sus obras, las nutre y las expande. De niño nunca acude al cine. Dadas sus limitaciones económicas, tampoco habría podido. Aunque nació en Múnich, entre escombros y cadáveres, su madre —el padre siempre fue tangencial— resolvió llevarlo, apenas nacido, al lugar más seguro posible: Baviera. En el silencio de las montañas, Herzog crece en relativa paz. Al inicio. No tardará en avistar el bombardeo de Rosenheim. No tardará en darse cuenta de que, en la aparente soledad eterna del valle, abundan los peregrinos, los espíritus, los muertos, los soldados en derrota, los perseguidos y los perseguidores, el hambre, los fantasmas que algunos dicen ver, los werwolf [hombres lobo], las provisiones que nunca llegan, los mercenarios y las madres huérfanas. Sus obsesiones futuras ya están en Sachrang, rondan la zona. Sin calefacción ni teléfono ni comida, ahí brotaron los leitmotivs de toda una trayectoria: la destrucción, la locura, la naturaleza, los soñadores. Las experiencias, más tarde, mutarán en obras.

Regresa a Múnich en plena adolescencia, junto a su hermano mayor y su madre. Otra revelación traumática: el dialecto bávaro, su lengua, es inentendible en la ciudad. Del campo a la metrópolis. Ingresa en bandas callejeras. Después de pasar efímeras temporadas con su padre (rehén de un estado decadente), camina y recorre las ruinas de la urbe, cicatrices latentes de la guerra. Tiempo de silencios familiares. El incidente con su hermano Tilbert, que ocurre

en ese retorno, lo induce al ostracismo interior, a la contemplación más meditabunda.

La familia se muda a otra pensión. Padece sonambulismo. Acercamientos y alejamientos (definitivos) con la religión. Decepciones. Y el azar le hace coincidir, como vecino, con el actor Klaus Kinski (años más tarde, colaborarían y alcanzarían fama juntos). Aprende latín. Roba una cámara de cine.

Conoce a su abuelo paterno: un arqueólogo senil obsesionado con la isla de Cos y la literatura oral griega. El anciano transitaba un estado crepuscular: lo dominaban delirios. Balbuceaba. Confundía nombres y albergaba miedos infundados. «Noche tras noche —escribe en las memorias— se levantaba, profunda y tristemente afectado, y metía sus trajes en maletas, además de preparar los muebles para que se los llevaran». La familia se niega a internarlo en un manicomio. Herzog siente admiración.

Hubo viajes decisivos. El más importante: Creta. La primera visita, con algunos amigos; la segunda, solo, para vender coches de segunda mano y perseguir los rastros de su abuelo. Con dieciséis años, le deslumbra asistir al velatorio de dos hombres muertos en duelo y, en la misma noche, hacerse a la mar para pescar calamares. No es casualidad que el primer capítulo de sus memorias empiece con una evocación (incisiva y poética) del pueblo de Hora Sfakion: «Inmerso en un universo sin par, por encima, por debajo, por todas partes, donde todos

los sonidos me dejaban sin aliento, experimenté de pronto un asombro inexplicable [...] Y también supe que, después de una noche como esa, difícilmente me resultaría posible envejecer». Nunca dejará de viajar.

Cabe desconfiar del libro. Al menos así lo expresa Dwight Garner, crítico del New York Times: «No me creo ni una palabra de las nuevas memorias [...] No te dirá la verdad, no del todo, a menos que se le caiga del bolsillo accidentalmente, como si fuera un mechero». La calidad literaria, sin embargo, emerge sólida. La Feria del Libro de Madrid 2024 lo escogió como título imprescindible. Cada uno por su lado y Dios contra todos escapa del orden cronológico usual: prefiere lanzar, como látigos, memorias, momentos, divagaciones y cuestionamientos de alto voltaje. La verdad de los hechos la escribirán, cuando él muera, los historiadores: ellos limarán las hipérboles y removerán los grises. Pero el relato atrae por su fuerza seductora, por su carácter de expiación drástica y su vocación de manifestar principios estéticos. Ofrece su rostro.

ficción y realidad. No resulta fácil determinar con exactitud el momento en el que un artista empieza a crear. La imaginación desprecia las fechas precisas. En el caso de Herzog, sus memorias dibujan una mente en continuo torbellino. En el instituto, un amigo, ávido lector, le pide esperar en su casa

FILMOGRAFÍA

—Aguirre, 1972. Herzog junto al actor Klaus Kinski en el rodaje de Aguirre, la cólera de Dios, primera colaboración entre ambos. En un artículo breve, la poeta canadiense Dionne Brand destaca, entre otros aspectos, la figura de Kinski: «Los restos de su rostro son escépticos, conspiradores y astutos, su cuerpo se mueve como un esqueleto, raquítico y lento, la descoordinación coordinada de la verdadera violencia; él es elegante».

mientras él termina una llamada telefónica. Entre los libros viejos y húmedos, el joven Werner inspecciona una historia, tan solo un párrafo en un volumen para niños, futuro germen de su primera obra maestra: la locura de Lope de Aguirre, conquistador español, que, en ansias de destronar a la Corona, se embarca (literalmente) en la búsqueda de El Dorado sin importarle lo cruel de sus métodos y lo suicida de su empresa. Los pormenores del paisaje le abren la curiosidad. En 1971 cumple el deseo con Aguirre, la cólera de Dios. La crítica reaccionó positivamente: ganó el Premio del Sindicato de Críticos Franceses; Roger Ebert la incluyó en su listado de las diez mejores películas de la historia.

Pero él había debutado antes de rodar Aguirre Mucho antes: tenía diecinueve años cuando trabajó de soldador nocturno para financiar Heracles (1961). La cinta alterna intertítulos, parecidos a los versos de Kavafis, con imágenes de gimnastas sudorosos y fotogramas de explosiones, filas interminables de coches, escombros, militares y aviones en fuga. Suena, subrepticia, una respiración entrecortada. Ahí aparecen, configurados de una forma tímida pero intensa, ciertos signos del universo herzogiano: la vuelta al mundo clásico, la incomunicación, la inminencia del apocalipsis, las incertidumbres que flotan erizadas de rabia. Todo en doce minutos.

Fitzcarraldo (1982) es la apoteosis. «Fue una vida», escribe en las memorias. Durante casi tres años dur-

mió en el corazón de la Amazonía peruana. Lo impulsó la persecución de un personaje ensombrecido por la historia oficial (de esos que tanto le gustan) para, luego, convertirlo en una suerte de metáfora: la gesta de Carlos Fermín Fitzcarrald, empresario cauchero que, con un ejército privado de cientos de nativos, empujó un barco de vapor a través de una cordillera. Herzog lo renombra, lo hace irlandés y le impone la construcción de una ópera —la obsesión por escuchar al tenor Caruso entre ríos amazónicos— como móvil.

¿Versión moderna del mito de Sísifo? Probablemente. ¿Interpretación macabra del arca de Noé? También. Porque nunca se explicita qué extraña fuerza alienta —o condena— a Fitzcarraldo a empujar su barco de treinta toneladas por las laderas selváticas, a enfrentarse a una naturaleza indómita donde, como confiesa Herzog a su colega Les Blank en El peso de los sueños, «los pájaros no cantan: se quejan de dolor». Tampoco cuadra, en una lógica de bienestar, por qué usó un barco real para reconstruir la historia, desafiando, al igual que su personaje, las leyes de la física por la caza de un anhelo contranatural. Para filmar a Fitzcarraldo, Herzog se tuvo que convertir en él.

En paralelo a las obras de ficción, empieza a filmar documentales. Se inicia con Los médicos voladores de África oriental (1969) y Futuro limitado (1971), ambos muy convencionales, reportajes casi televisivos.

—El gran éxtasis del escultor de madera Steiner, 1974. En la nieve, Herzog filmó un retrato del esquiador suizo Steiner. Para vertebrar la película, Herzog utilizó su propia voz, su rostro y sus comentarios: una marca de estilo que acompañará sus documentales posteriores. Seleccionado en el Festival Internacional de Rotterdam.

El punto de inflexión es Gerhard Konzelmann. Este periodista alemán le exige poner su propia voz, mirar a la cámara, comentar los hechos. El nuevo estilo aparece en El gran éxtasis del escultor de madera Steiner (1973). El documental retrata a un esquiador suizo y su secreto más íntimo: salta cuestas para homenajear al mejor amigo de su infancia, un cuervo domesticado por su padre. Como el hambre de otras aves había cercenado las alas del cuervo, Steiner tuvo que sacrificarlo. Usó la escopeta paterna. El hecho, experimentado a los diez años, le trastornó para siempre. «Ahora que su cuervo no volaba, Steiner lo hacía por él», susurra Herzog en la cinta.

En el documental, el autor narra y saluda, incrusta citas, poemas, y eso, conjugado con la música del grupo alemán Popol Vuh y los encuadres delirantes, a cámara lenta, de los saltos en la nieve, transforma el mero documento en una creación inquietante que abandona el informe y roza lo ensayístico. «Había encontrado mi voz», confiesa en las memorias. La misma voz que narrará la disidencia de un campesino que desafía a un volcán en La Soufrière (1977); el drama de Nicaragua y de toda guerra padecida por niños en La balada del pequeño soldado (1984); la historia de Timothy Treadwell —un amante de los osos devorado por uno— en Grizzly Man (2005); el deslumbramiento por el arte rupestre de Chauvet en La cueva de los sueños olvidados (2010); o el terror

—el llanto, la humanidad, la culpa y la injusticia— de los corredores de la muerte en Estados Unidos de En el abismo (2011).

Ya sea amazónica, nórdica, tropical o desértica, la naturaleza nunca actúa de decorado. Los paisajes, para Herzog, constituyen una fuerza invencible, atávica, ante cuyo poder el individuo se rinde, ínfimo. Son tempestades. Y sus personajes —figuras históricas o locos de barrio— adoptan la soledad en continua lucha, la rebeldía, la obsesión y la locura, la poesía desprovista de lenguaje. En ese abismo, habitado por el vértigo, el cineasta encuentra la fragilidad de nuestra existencia.

Estos motivos autorales hace tiempo dejaron su cobija cinematográfica para, además, adquirir otros códigos. El primero fue la ópera. Le inspira, relata en su libro, la idea de que «el público, que apenas se distingue en la penumbra, es el último vestigio de las antiguas arenas de gladiadores». Sueña con representar a Wagner con dinamita real. Estuvo a punto de lograrlo en Sciacca, al sur de Italia, pero una serie de factores técnicos le privaron de escuchar El crepúsculo de los dioses entre escombros y llamas. Irrumpió en la literatura con De caminar sobre el hielo (1978), crónica de una marcha descomunal que cubrió de Múnich a París. Y Conquista de lo inútil (2007), agrupación de los diarios que fue registrando en la infernal filmación de Fitzcarraldo, se convirtió, pronto, en su libro más aclamado.

—Fitzcarraldo, 1982. En la producción de Fitzcarraldo, también junto a Kinski y también en la Amazonía peruana. El rodaje de la película —documentado en el libro Conquista de lo inútil y en el documental El peso de los sueños— transcurrió con todo tipo de problemas: climatológicos, familiares, políticos, médicos, geográficos, existenciales.

Entre producir ficciones o documentales, dirigir óperas o escribir libros, el intermedio en Herzog siempre es la experiencia en primera persona: peregrino en Creta, nómada en Los Alpes, contrabandista en México, moribundo en Egipto, reportero en Nicaragua, vigilante en el Oktoberfest, compañero del escritor Bruce Chatwin, aprendiz de hipnotizador, senderista, explorador, enjuiciado. Innumerables son los roces con la muerte, los duelos con el destino. Como Hemingway, necesita vivir para contar. Inseparable. Pero, a diferencia del novelista norteamericano, él no busca aventuras: son las aventuras —encuentros con el abismo— quienes lo acosan a él.

Durante un tiempo ejerció de profesor en lugares como la Universidad de Berkeley y, sobre todo, en una escuela itinerante fundada por él mismo, la Rogue Film School. Su bibliografía era insólita: los alumnos debían leer las Geórgicas de Virgilio y La breve vida feliz de Francis Macomber de Hemingway La sinopsis que escribió para sus clases también sirve para cartografiar sus obsesiones: «Para los que han viajado a pie, para los que han trabajado de porteros en prostíbulos o de celadores en un asilo de lunáticos, para aquellos que desean aprender a forzar cerraduras o falsificar permisos de grabación en países no favorables. En resumen: para aquellos con sensibilidad para la poesía. Para los peregrinos. Para aquellos que pueden contar una historia a un niño de cuatro años y mantener su atención. Para

aquellos que tienen un fuego ardiendo. Para aquellos que tienen un sueño». La dedicatoria perfecta de todas sus películas.

el final del lenguaje. Lecciones en la oscuridad (1992), uno de sus documentales más políticos, abre con una cita de Pascal: «El colapso del sistema estelar ocurrirá —como la creación— con un gran esplendor». Ahora sabemos que, explicación borgiana de por medio, la cita fue inventada. ¿Criticable? Tal vez. Pero lo escuda su hilera de criaturas que, como monstruos submarinos devorando una barca enclenque, muestran, juntos, la mayor oposición, la antítesis más intensa a la forma de hacer documentales de National Geographic. Él no firma reportajes: arroja ensayos.

El trabajo que Herzog realiza con la realidad siempre implica un punto de vista (y, en ese sentido, una distorsión). Él selecciona. Moldea. Lecciones en la oscuridad muestra los incendios de plataformas petroleras después de la guerra en Kuwait. Nunca hay una explicación coyuntural. Ni siquiera fechas. De hecho, casi no aparecen humanos en la película. Los planos son pausados: la tierra enferma, baldía, en llamas, ennegrecida y ennegreciendo, sobrevolada por sombras y atascada de columnas de humo. Wagner suena de fondo. La plástica de Lecciones en la oscuridad la asemeja más a los paisajes que pintó Friedrich que a los reportajes emitidos en la BBC.

—Lecciones en la oscuridad, 1992. El suelo carbonizado de las estaciones petroleras en Kuwait tras la guerra del Golfo protagoniza el extraño documental Lecciones en la oscuridad. En una suerte de réquiem, el paisaje desolado, mudo, le sirve a Herzog para reflexionar sobre la destrucción humana.

Pero ese alejamiento de los hechos no miente, sino que, de otra forma (más subjetiva) refleja la realidad desde ángulos insólitos. «Verdad extática», la ha nombrado el cineasta en varias ocasiones. Por ese motivo, no es de extrañar que, por ejemplo, Leila Guerriero, una de las escritoras contemporáneas más interesadas en la no ficción, le admire. «Maten alguna cosa viva: sean responsables de su muerte. Viajen. Vean películas de Werner Herzog. Quieran ser él. Sepan que nunca lo serán», escribe en una columna de consejos para aspirantes a periodistas. Roger Ebert, en una carta pública, acierta al insistir que, en la obra del alemán, lo primero es el tono: «Eres como esos cuentacuentos viejos que vuelven de tierras lejanas con relatos fascinantes». Hoy por hoy, el cuentacuentos está afincado en California con la fotógrafa Lena Herzog, su tercera esposa. Tiene tres hijos. Consagra sus días a leer y viajar. Medita. Piensa que el siglo xx fue un error. Ve solo tres filmes al año: detesta los estrenos y las presiones de la actualidad. No sueña a menudo: «Cuando me despierto por la mañana, siempre me parece que me he perdido algo al no haber soñado, y esto posiblemente me lleva a hacer películas». A veces lo asalta, como corrobora Lecciones en la oscuridad, un profundo pánico por el futuro. Los últimos capítulos de su biografía inciden en ello. Le aterra la desaparición progresiva de los libros por textos de Twitter y del cine por vídeos de cuatro segundos.

Un reemplazo fatal. Irreversible. El surgimiento de una sociedad sin lengua ni imágenes, guiada solo por estímulos sensoriales: el vacío más elemental, «una oscuridad llena solo de miedo, de monstruos imaginarios». Teme que, al igual que sucedió con la presa de Vajont, las construcciones sobrevivan a sus arquitectos.

¿Viene el apocalipsis, entonces? Los poetas suelen ser profetas. Pero, venga o no, acontezca temprano o tarde, el acervo que Werner Herzog lega no es prescindible. Su extraña poesía reverbera en sus símbolos, en Lope de Aguirre navegando río abajo, con su tripulación muerta y su balsa invadida por decenas de monos; en la fragilidad del esquiador Steiner saltando en la nieve infinita; en la muerte trágica y las utopías perdidas de Timothy Treadwell, aceptado entre los osos de Alaska y paria entre humanos; en Wagner sonando en las estaciones destruidas de Kuwait; en los grifos rupestres de la cueva de Chauvet; en el barco de Fitzcarraldo atravesando montañas, peleando con la floresta amazónica con su armazón descosido. Sobre Tannhaüser, la ópera de Wagner, el cineasta escribió: «Apenas hay acción, solo almas agitadas». Esas almas agitadas pueblan sus películas. A esas almas agitadas les hablan sus obras. En Cada uno por su lado y Dios contra todos, se le llame biografía, manifiesto, testimonio distorsionado o novela disfrazada, Herzog se expone como una de ellas. Nt

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Marcela Duque

Estoy a la última

La consolación de la filosofía fue el libro de cabecera de las mentes más brillantes de la humanidad durante mil años. Es hora de que vuelva a ser un éxito de ventas.

CUENTA JOHN FLEMING, profesor emérito de la Universidad de Princeton, que, cuando era un joven docente en el departamento de Inglés, tenía que frecuentar cócteles en Nueva York donde en ocasiones conocía a pequeñas celebridades y distinguidas damas que se movían con soltura en el mundillo literario. Una vez, entabló conversación con una de aquellas sobre algunos novelistas del momento. Estaba orgulloso de que sus lecturas contemporáneas —que, como medievalista, no eran su principal foco de interés e investigación— le permitieran mantener la charla a flote… hasta que llegaron a John Updike. Ella le pidió su opinión sobre la última de sus novelas, Golpe de estado. Fleming tuvo que admitir que no la había leído, a lo que la mujer respondió decepcionada: «¡Qué lástima! Salió hace ya seis semanas». Y, cuando empezaba a alejarse a la caza de otro interlocutor, a Fleming se le ocurrió preguntarle si había leído La consolación de la filosofía de Boecio. La dama se paró para mirarle: «¿La qué?». No le sonaba de nada. «¡Qué lástima! —dijo él—. Salió hace ya 1452 años».

En el mismo espíritu jovial de la anécdota, diría que, aunque solo fuera para poder recrear el puntazo, habría que leer cuanto antes La consolación de la filosofía. Sobre todo ahora que se cumplen 1500 años desde que Boecio, «el último de los romanos y el primero de los escolásticos», escribiera

la Consolación en la soledad de una prisión, mientras esperaba la muerte y luchaba por encontrar respuestas frente a las torturas y angustias que padecía injustamente. En esas condiciones extremas, Boecio se enfrentó a las grandes preguntas que inquietan a toda vida humana cuando llegan las zozobras de una crisis: la pérdida del sentido ante la inminencia del final, las dudas sobre la existencia de un Dios bueno y providente, la cuestión sobre la felicidad y el alcance de la libertad humana frente al poder innegable del azar y la fortuna.

La Consolación es un diálogo entre este Boecio sufriente y la Filosofía, que se le aparece en su celda en figura femenina de porte majestuoso, a la que es incapaz de distinguir al comienzo. Solo cuando le limpia las lágrimas con su manto, él logra reconocer a su antigua nodriza, la que lo había recibido en casa desde su juventud. La Filosofía anuncia que viene a curarlo de su enfermedad: la letargia que lo ha llevado a olvidarse de quién era y de lo que había aprendido en su regazo. Lo primero que le recuerda es que es él el único culpable de sus penas y que el exilio que experimenta no es más que un exilio de sí mismo. Así, en una bellísima alternancia de pasajes en prosa y en verso, la Filosofía mezcla duras reprensiones con remedios más dulces para lograr que Boecio acepte que los bienes de la fortuna no son más que aparentes, inconstantes y engañosos, comparados con el único bien supremo inalterable. En uno de los poemas más bellos dedicados al amor, Boecio hace cantar a la Filosofía: «¡Qué dichosa serías, raza humana, / si el Amor que gobierna las estrellas / gobernase también en vuestras almas!».

LA PREGUNTA DE LA AUTORA

¿Qué libro de hace más de mil años desearías que volviera a ser parte de nuestro imaginario común?

Hay pocos clásicos bestsellers que puedan compararse con La consolación de la filosofía, el libro más copiado, después de la Biblia, durante cientos de años. C. S. Lewis, quien contaba la Consolación entre las obras que más cabalmente habían formado su pensamiento, afirmaba que hasta dos siglos antes hubiera sido difícil encontrar en toda Europa a una persona educada que no la tuviera entre sus favoritos. No es exagerado decir que ha sido uno de los libros de cabecera de casi todas las cumbres intelectuales de la cultura occidental durante más de un milenio. Adentrarse en sus páginas es entrar en esta larga conversación que la humanidad sigue manteniendo a través de las grandes obras que constituyen nuestra memoria común y reconocer en ellas el lote que compartimos. Sobre todo, es continuar con la tarea, que recae sobre nosotros y las nuevas generaciones, de custodiar el fuego de la tradición para que la sabiduría de los antiguos siga iluminando y dando calor a nuestros días.

@NTunav

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Marcela Duque es profesora de Filosofía en The Catholic University of America y poeta. Ha escrito Bello es el riesgo (2019), que le valió el premio Adonais, y Un enigma ante tus ojos (2024).

Juan Soto Ivars «Escribo con menos miedo desde que soy padre»

Esgrime columnas en El Confidencial desde 2020 y ensarta ensayos como La casa del ahorcado sobre los tabúes o Arden las redes sobre la censura en el mundo digital. Ácido, irónico y sagaz, es un escritor consagrado a la defensa de la libertad de expresión. También defiende otro tipo de libertad: la de dejar inacabadas sus columnas para jugar con sus hijos. Juan Soto Ivars (Murcia, 1985) repite con frecuencia y cierto orgullo que es el único monógamo de todos sus amigos y habla de la familia como enemiga de Mayo del 68 y de la utopía liberal de la autodeterminación. Es un observador crítico de la sociedad cuya mirada lúcida escruta el drama humano, encuentra nuevos senderos y rastrea la verdad ensombrecida por las polémicas.

texto Victoria De Julián [Fia Com 21] fotografía Samuel de Román

Nno es exactamente periodista porque no terminó la carrera. Ni la de Periodismo ni las otras cuatro que empezó. «Estaba más centrado en leer lo que me apetecía y en aprender a escribir, imitando a otros, que en los estudios académicos», cuenta en su web. De pequeño prefería los cómics de Mortadelo y Filemón. En la escuela no leyó con gusto hasta que su profesora de Literatura Pilar García Madrazo le descubrió «con severidad y entusiasmo» los clásicos del siglo XX. Entonces empezó «a leer mucho y con cierta prisa». Ahora los libros son su criterio de elección. Cuando buscaba colegio para su hijo mayor, Alejandro, le espantaron aquellos en los que «parecía que lo llevaba a reeducación o a terapia». Se quedó en el centro en el que lo primero que le enseñaron fue la biblioteca. El incipiente lector Soto Ivars leyó al satírico Mijaíl Bulgákov, «el tío más valiente del planeta», cuyo retrato preside su despacho para bendecir su lucha por la libertad de expresión. También leyó a su héroe, al «dios de la literatura», al hombre que le enseñó a escribir: Knut Hamsun. Soto Ivars se entusiasma por cómo el noruego, pobre de solemnidad, se puso a llenar páginas sin haber recibido apenas educación formal. Admira que juntara letras por necesidad, para expresar sus pensamientos. Por imitarlos, Juan Soto

Ivars se convirtió en escritor. Pero eso es secundario; por encima de columnista, de observador social, incluso de escritor, es padre. Así lo dice en su web: «Pero lo más importante es que mi mujer se llama Andrea y mi hijo se llama Alejandro, que no se os olvide». Desde su atalaya doméstica observa la sociedad y, como Hamsun en La bendición de la tierra, examina cómo «andan por ahí los seres humanos, charlando y pensando, en comunión con el cielo y la tierra».

Su columna «La inmigración es un problema, no tengas miedo a admitirlo», de junio de 2024, fue bien recibida en los sectores más centristas de la izquierda. Eso ha molestado a algunos columnistas conservadores que llevaban años esgrimiendo los mismos argumentos. ¿Qué opina de sí mismo como mediador en el debate público?

La crítica a la inmigración parece patrimonio de la derecha, pero no es así. Soy el último al que hacen caso cuando hablo sobre temas de género, porque se me ve

Una de las primeras columnas que Soto Ivars escribió para El Confidencial trató sobre la cultura woke. El 28 de enero de 2020 publicó que la Universidad de Yale había suprimido un curso de arte por ser «demasiado blanco, masculino y occidental». Lo woke —del inglés woken, es decir, que ha despertado— implica haber desenmascarado una opresión y descubierto la propia condición de víctima. La palabra woke fue primero una etiqueta de la izquierda americana que aludía a un despertar acerca de los asuntos raciales. Ahora la derecha la usa de forma despectiva. Precisamente al hilo de las raíces del pensamiento woke acudió Juan Soto Ivars a charlar con el catedrático de Historia Contemporánea Pablo Pérez a la sede de posgrado de la Universidad de Navarra en Madrid el 16 de septiembre de 2024. En estos años se ha granjeado un público amplio y fiel, y lo cierto es que su voz se escucha en el debate público. Por eso, el periodista Hughes enunció con sarcasmo la Ley Soto Ivars, que implica que no se puede hablar de un fenómeno social hasta que lo trata Juan Soto Ivars. Cuando él es el portavoz, el tema ya no genera odio en la izquierda política. Ha sucedido con fenómenos como la migración, el feminismo o la cultura de la cancelación. Después del coloquio a tenor del libro del profesor Pérez, De mayo del 68 a la cultura woke, Soto Ivars nos atiende con un cigarro en una mano y una cerveza en la otra. Entre calada y sorbo fragua las ideas que, después, entre suspiros de humo, exhala a bocajarro.

la rabia. ¡Soy un exacerbado! Me llevan los demonios. Del mismo modo, es muy difícil criticar la inmigración desde una postura nacionalista como la que históricamente ha tomado la derecha, que tiene que ver con la identidad amenazada o con una perspectiva religiosa. Es verdad que mucha gente ha visto antes que yo que esto es un problema. Pero no sé si es el problema lo que han visto. Lo reducen a los moros y se olvidan de que los hispanos también resultan problemáticos. La mujer que limpiaba mi casa había dejado a su familia para cuidar otras de aquí. Había dejado a su hija, con un año, en su país. Y estaba cuidando a la de una señora con pasta. Eso es un proble-

ma. En cambio, la izquierda ha tendido —porque era lo políticamente correcto— a decir que la inmigración no es un problema. Por eso hemos olvidado los aprietos de los inmigrantes y los que causan a los pobres españoles que viven en barrios con mucha criminalidad. También hay que hablar de las dificultades de esa gente que vive con nosotros y que parece que son de una casta inferior. La inmigración necesita tratarse con un discurso diverso porque es una cuestión humanitaria.

«Lo políticamente correcto» es una expresión muy antiwoke. En la presentación del libro habéis señalado

con ironía que la cultura woke es como una religión laica protestante fruto de la crisis de la Iglesia católica posconciliar.

Claro, el primer woke es Calvino [Ríe]. La cultura woke tiene que ver con el juicio público moral y cómo se lidia con el pecado. Antes, con la influencia de la Iglesia Católica, la reacción ante el pecado público era perpleja, risueña y distante. En cambio, el protestantismo es menos tolerante.

En el imaginario colectivo, la Iglesia católica resulta más «culpabilizadora». Sin embargo, ¿no es la culpa un hecho antropológico?

familia

«Soy el único monógamo de todos mis amigos. Sus relaciones se rompen siempre por lo mismo: están sometidos a la obligación de autodeterminarse»

cultura ‘woke’

«El primer woke es Calvino porque la cultura woke tiene que ver con el juicio público moral y cómo se lidia con el pecado»

libertad

«La libertad consiste en controlar el deseo. No desearlo todo. ¿Qué me da esa libertad? Haber formado una familia normal»

soledad

«Ten un perro y un gato, que no te exigen nada más que alimentación y encima te reciben contentos aunque seas un cabrón»

matrimonio

«Estoy en contra del divorcio para mí, pero muy a favor para los demás. He tenido suficientes relaciones como para ser indulgente»

Absolutamente. La culpa es de las cosas que peor entendemos. Me gusta el psicoanálisis porque piensa mucho sobre ella, no como algo venido de fuera, sino que forma la personalidad. Urge escribir un libro sobre la culpa y llevarla bien. Lo woke es casi todo sentimiento de culpa mal digerido, ¡y colectivo!: la vergüenza blanca, el colonialismo, los hombres... Se dan golpes en el pecho.

Es una pornografía de una culpa que no es auténtica ni personal. La culpa de lo que hicieron nuestros abuelos resulta muy cómoda de llevar. Lo woke es la deformación grotesca de la piedad en el espejo de un alfilerazo comodón por las acciones de nuestros ancestros que solo notan los pijos. La culpa está en el centro del debate actual y no es un invento de la Iglesia sino un hecho de la psique. Freud es una joya muy denostada en nuestro tiempo, pero hace un descubrimiento fundamental: la culpa original. Lo veo en mi hijo. ¡La culpa que siente un niño es tan formativa! Pero tienes que gestionársela muy bien para que no se vuelva deformativa.

¿Cómo es la culpa formativa?

Una que se asume de manera natural. En cambio, la culpa deformativa, mal llevada, puede ser o bien comodona o bien asfixiante. La woke es lo primero: puro virtuosismo moral. La otra cara es el sentimiento nefasto que arroja a las personas a un estado de venganza e impotencia. Uno se hace daño, o hace daño a los otros, tratando de colocar en ellos esa culpa que le oprime, a veces en secreto.

Por eso en la educación de los niños, que solo puede llevarse a cabo con indulgencia y amor, se enseña que la culpa es manejable. Se le enseña al niño a asumir la culpa como algo que se puede arreglar, y por eso me gusta tanto la confesión de los católicos: es una vía muy válida para la liberación del peso, siempre que uno no termine utilizándola como lejía para limpiar la superficie. Dado que todos somos torpes, falibles y traicioneros, la relación

con la culpa es uno de los mayores desafíos del que quiere estar bien. Y más vale entrenar eso desde la cuna.

La culpa es la conciencia de que algo estás haciendo mal. Pero a usted no le gusta ser moralista. Nada.

¿Cómo se puede ejercer la libertad que usted dice abanderar sin una moral, sin un ideal de bien?

Combato la idea de la moral porque me parece muy próxima a los nacionalismos. Apelo a la ética, a los bienes particulares, a algo personal. Está muy maltrecho el universalismo, esa idea de que hay un bien universal. En lo woke tampoco se persiguen bienes universales —igualdad de derechos, integrarte en algo más grande que tú…—, sino que los demás se aparten de tu camino. Esta reivindicación emancipatoria de empoderamiento está unida a la soledad. Ni tus padres, ni tu pareja ni tus hijos pueden ser un impedimento para que hagas tu sueño realidad. Ten un perro y un gato, que no te exigen nada más que alimentación y encima te reciben contentos aunque seas un cabrón. La clave del auge del perro es que somos unos cabrones. Hitler quería mucho a su perro. El amor que esos pastores alemanes sentían por Hitler era tan genuino como el del perrete de cualquier imbécil que se haya desprovisto de los lazos fuertes, que son los lazos que te duelen.

Habéis sostenido en el coloquio que el mayor enemigo de Mayo del 68 es la familia. ¿Por qué?

La propuesta de Mayo del 68 y del liberalismo es la autodeterminación, es decir, pensar «Conmigo empieza el mundo, antes de mí no hay nada». Si vivimos en una sociedad en la que todo se tiene que autodeterminar —elegir una carrera, decidir qué te gusta…—, naturalmente,

la familia se convierte en un tabú porque te recuerda que tú no te vas a autodeterminar; que vienes de un sitio y tienes unos lazos que no se pueden romper. No puedo autodeterminarme padre. Mi hijo, por mucho que se emancipe, haga su vida y pase de mí, no se puede deshacer de mi relación con él. Voy a ser siempre su padre. El problema es entender la libertad como tener la opción de irte: ser libre también es tener la opción de quedarte. Mira, soy el único monógamo de todos mis amigos, el único fiel a su mujer. Las relaciones de mis amigos duran más o menos pero se rompen siempre por lo mismo: porque están sometidos a la obligación de autodeterminarse.

¿Cómo se ha creado ese tabú respecto de la familia?

[Suspira] No lo sé. Es una pregunta difícil de responder. Existe un factor cultural: la familia está muy asociada a la Iglesia. Desde Mayo del 68 y ante el auge del movimiento LGTB, la Iglesia católica ha reivindicado tanto la familia que creo que ha hecho un mal papel en una sociedad laica y descreída. La familia trasciende el modelo cristiano. Para la gente sin fe, como yo, en la familia hay un camino hacia algo que va más allá de nosotros. Es antropológico. Lo dice muy bien Juan Manuel de Prada: al poder le interesa que no tengamos hijos porque, si solo tienes un patinete y un cuchitril, no vas a pelear igual por el futuro que si tienes un niño pequeño. En ese sentido, la catolización de la idea de familia la ha hecho un poco intratable para gente que es atea de forma más visceral que yo.

En mi familia hay tanto gente del Camino Neocatecumenal como ateos recalcitrantes. Nos queremos muchísimo y nos faltamos al respeto otro tanto, cenamos juntos y tenemos unas peleas divertidísimas y disparatadas. Lo damos todo por los demás. Ahí es donde veo que la idea de familia trasciende el molde que

propone la Iglesia. Una muy buena amiga lesbiana está con otra mujer y tienen un hijo. ¡Creo que es una familia muy bonita!

Mi amiga es consciente de que falta una figura paterna y trata de suplirla con su abuelo. Todo tiene problemas. Pero creo que el concepto de familia es el más fuerte y más capaz de aglutinar las formas de entender la unión.

¿Cree en Dios?

Siempre digo que soy descreído a mi pesar. Envidio a la gente con fe. Yo no la tengo. Pero no soy un ateo de esos que están orgullosos de serlo. Creo que soy como alguien que nunca se ha enamorado, con lo que tiene de bueno y de malo. Con la fe experimento esa misma relación.

¿Se casó por la Iglesia?

No. Sin embargo, como he tenido una vida muy canalla, al encontrarme con mi mujer tuve la certeza de que esa relación era diferente, y al cabo de unos años nos casamos. Creo en el matrimonio como institución, aunque la Iglesia no sea mi casa por falta de fe. Para mí el matrimonio es una pequeña iglesia particular, y está por encima del ego y del capricho. Por eso la lealtad y la fidelidad las tomo como un sacramento. Pagano, sí, pero firme. ¡Ah, y otra cosa! Como liberal, el divorcio me parece una pieza fundamental de la sociedad en la que quiero vivir. Tiene que existir esa posibilidad porque hay cabrones. Estoy en contra del divorcio para mí, pero muy a favor para los demás. He tenido suficientes relaciones intensas y duraderas como para ser indulgente con los defectos de casting de la película de la vida de los otros. La peña tiene perfecto derecho a enamorarse de la persona equivocada, o a enamorarse de la correcta y luego cambiar. No le veo sentido a pelear contra el divorcio, como a pelear contra el aborto, por más que mi opinión sobre ambas cosas sea negativa y prefiera para mí y para mi pareja y familia otras vías.

Digo que soy liberal en el sentido de la transigencia: pienso que la sociedad debe ser lo menos represiva posible con los defectos o equivocaciones de la gente.

Hace un momento ha defendido la libertad de quedarse. ¿No piensa que la opción de romper una familia, del divorcio, no es libertad? Claro, eso es el mercado.

¿Eso es la libertad? No.

¿Y qué es?

[Da otro sorbo a la cerveza y otra calada al cigarro] Entiendo la libertad como no padecer necesidades que te matan o te vuelven loco. He alcanzado la libertad a medida que maduraba y tenía menos frustraciones, rabias, envidias, deseos de rápida satisfacción. Sigo teniendo, eh. La libertad consiste en controlar el deseo. No desearlo todo. ¿Qué me da esa libertad?

Haber formado una familia normal. Es paradójico porque es una idea de libertad contraria a la idea de autodeterminación. Digamos que ya me he autodeterminado: he formado un país, estas son nuestras fronteras y de aquí no me muevo.

En una entrevista definía la libertad de expresión como hablar sin miedo. ¿Le da miedo hablar de algo?

No, realmente no. Antes sí. Me daba miedo sacar temas que me dejasen sin amigos o parecer una mala persona. Pero he descubierto que no pasa nada. He perdido muchos amigos que resultaron no ser amigos de verdad. Me quitó el miedo formar una familia. Cuando nació mi primer hijo, Alejandro, me dio miedo de tener miedo. Pensé: joder, ahora que necesito ingresos, seguridad y estabilidad, igual me vuelvo más conservador y no me voy a atrever a escribir artículos extemporáneos y furibundos. Pues me pasó justo lo contrario.

Tuve una polémica en Twitter con una chiflada que entró en cólera. Me cayó por todos lados. No te puedes imaginar. En mi periódico había gente que la apoyaba y sentí una amenaza terrible. Se había abierto la caja de Pandora. Estaba metido en mi despacho fumando y bebiendo cerveza con un ataque de ansiedad. Esa noche, cuando volví a casa y me fui a la cama, estaba Alejandro con Andrea Alejandro tenía cuatro meses. Me quedé mirándolo y se me quitó el miedo. Me di cuenta de que él no sabía nada de este lío del periódico, nada de lo que me pasaba en la cabeza le implicaba. Y sentí el deseo de que nada de esto le afectase. A partir de ese día me dije: no hay más miedo. No pasa nada. No pasa nada. No pasa nada. Desde entonces, he sido mucho más bestia, más transparente, más sincero y genuinamente libre escribiendo. He visto que no pasa nada. [Sonríe] Y fue por el bebé. Nt

Gema Lendoiro moderó el coloquio entre Juan Soto Ivars y Pablo Pérez en el campus de Madrid de la Universidad de Navarra.

CÁTEDRA ABIERTA

Una retórica para silenciarlos a todos

Es uno de los neologismos de moda: «cultura woke». Suena estridente y se caracteriza por su pretensión de acallar para siempre a los malos. Aspira a implantar la justicia, a ser el siguiente paso en el progreso, y muchos la consideramos una insensatez.

APRINCIPIOS de 2024, el Colegio de Psicólogos de Ontario obligó al profesor Jordan B. Peterson a realizar un curso de reeducación —o perder la licencia para ejercer como psicólogo— por sus opiniones en redes sociales acerca de los pronombres neutros. A la escritora J. K. Rowling, autora de Harry Potter, la eliminaron del Museo de Cultura Pop de Seattle por criticar un glosario LGTBQ en el que se sustituía la palabra «woman» por «non-man». Hace un par de años, un grupo de activistas boicoteó la presentación del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado, de José Errasti y Marino Pérez Álvarez, en Barcelona. El lector de periódicos encontrará noticias similares en los últimos años, que se alojan en la omnipresente «cultura de la cancelación» o «cultura woke». Esta nueva denominación tiene todo el sabor de las diatribas norteamericanas, con un cierto aire de revival religioso, aunque secularizado.

Es un fenómeno del siglo XXI, aunque sus raíces son anteriores, consecuencia de un pensamiento francés muy mecanicista. Se apoya en los postulados posmodernos, que sostienen que no hay más que discurso: un discurso que difunde las ideas dominantes, consolidando la dominación de los poderosos. Foucault, Derrida y Lyotard expandieron la idea de un relativismo absoluto en el que solo pervive una certeza:

estamos sometidos por la forma que nos han impuesto de entender el mundo.

Aceptada esta premisa, se sigue que vivimos en un mundo sin héroes. Nadie es bueno; todos buscan el poder. Si dicen que lo persiguen para hacer el bien, peor todavía: enmascaran su supremacía.

En el universo woke, las narrativas resultan esenciales. No hay convicción válida, salvo una: nos están sometiendo. Una vez que hayamos despertado —woke, en inglés— e identificado esa celada, podremos intentar deconstruir el sistema opresor. El primer gran asunto fue la raza: la opresión ejercida por los blancos. Luego, el sexo: la tiranía de los varones sobre las mujeres, y la de los heterosexuales sobre los homosexuales. Se llegó a la teoría queer, la opresión sobre quienes no se identifican con las categorías binarias hombre/mujer, homosexual/heterosexual. También se deconstruyó el discurso colonial, con su exaltación de Occidente y su desprecio de lo demás. Así, el poscolonialismo se erigió en método, porque en el mundo woke todo es cuestión de método, de saber cómo deconstruir el lenguaje opresor.

Por ese sumidero se hundieron en el desprestigio los ideales —familias, naciones— y creció el cultivo de la denuncia. No cabía encontrar a nadie a quien admirar; solo quedaba reconocer a las víctimas y ponerse de su lado. Había que identificar esos grupos sufridores de injusticias. Esa era la esperanza de progreso: haber despertado, desenmascarar los discursos dañinos y cancelarlos.

Esta cultura de la cancelación arraigó en los campus norteamericanos primero y luego en la política. El lenguaje políticamente correcto se convirtió en norma, en un deber que no afecta solo al hablar: busca modelar el pensar. No hay pensamiento sin discurso, sino solo discurso. Nació así una retórica con vocación de silenciar a quienes no se identificaran con ella.

LA PREGUNTA DEL AUTOR

¿Cómo conceder primacía a la verdad en la educación y en la comunicación?

La idea tiene un punto de paternalismo extremo, de imposición de la justicia por la fuerza. Para los seguidores de lo woke la verdad no importa; ni siquiera existe. Es la herencia paradójica del relativismo: absolutiza la voluntad de poder de los dueños del discurso «liberador». Una vez demolida toda verdad como referencia, al bien lo sustituyó una suerte de rechazo del mal. Triunfó la mentalidad acusatoria: se vive para señalar el mal en los demás. En el presente o en el pasado, hay que descubrir a los culpables y señalarlos. En realidad, no es tan nuevo. Hace más de quince siglos, Agustín de Hipona definió esa mentalidad: «Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás».

@NTunav

Opine sobre este asunto en X.

Pablo Pérez es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra y miembro del consejo editorial de Nuestro Tiempo. Es autor de De mayo del 68 a la cultura woke (Palabra, 2024).

En el lecho de muerte de la lengua

KU’AHL

En una aldea remota de Baja California, dos mujeres son las únicas hablantes del ku’ahl, un idioma indígena que se considera extinto desde el año 2000. Doña Daria y su tía doña Teresa preservan en sus conversaciones las últimas palabras de una lengua milenaria. Acompañamos al documentalista Álvaro Hernández en su viaje por los susurros finales de un idioma que se ha llevado el tiempo.

texto y fotografía Álvaro Hernández Blanco [Com 12]

Santa Catarina MÉXICO

SIRK SIRK Grillo

TKPAN

Tengo sed

Shrmal mat

Tengo sueño

Reír Saber

Tengo hambre

Ardilla
Ratón

aún quedaban dos horas de trayecto, pero hacía ya veinte kilómetros de cualquier indicio de civilización. Era lo más remoto de la Baja California. Me rodeaban cerros rocosos, brillaba un cielo azul intenso moteado de pequeñas nubes y una carretera sinuosa se extendía por delante. Era diciembre y en la oscuridad merodeaban los asaltantes, por lo que tendría que haber pasado Ojos Negros en mi camino de vuelta hacia las seis de la tarde, antes de que cayese la noche. En el trayecto de ida fue en esa aldea donde me paró un retén militar:

—¿A dónde va? —inquirió el cabo.

—A Santa Catarina.

—¿Y a hacer qué?

Buena pregunta. Lo más probable era que nada, es decir, que no fuera a lograr mi propósito. Pero le conté mi intención, por absurda y dudosa que pudiera sonar: —Busco a las dos últimas hablantes del idioma indígena ku’hal. Me gustaría grabar un documental sobre ellas.

—¿Qué idioma dice?

Era lógico que no le sonara una lengua que el Gobierno mexicano había declarado extinta en el año 2000. El cabo me explicó que en esa región, si acaso, se hablaba el paipai, pero cada vez menos, conforme iba muriendo la población anciana. Del ku’hal no sabía nada. Es más, nunca había escuchado el nombre. Me revisaron el coche y me dieron la indicación de seguir «con cuidado».

Las muertes más desoladoras son aquellas que nadie percibe, aquellas que parecen no merecer luto. En el mundo se hablan en torno a siete mil idiomas, pero cada dos semanas uno se extingue. En México, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) establece que una lengua está en «alto riesgo de desaparición» cuando la utilizan menos de mil personas, cuando menos del 10 por ciento de ellas tienen entre cinco y catorce años y la variante se emplea en menos de veinte localidades. El idioma que yo iba a inves-

tigar cumplía los tres criterios con creces: dos hablantes, de 67 y 92, que vivían en el mismo pueblo.

El GPS del todoterreno marcaba la ruta hacia la misión dominica de Santa Catarina, o lo que quedaba de ella. El asentamiento, levantado en 1797, se incendió en un conflicto con los indígenas en 1840 y permaneció en ruinas desde entonces. En el mapa figuraba como un punto solitario en medio del monte, sin carreteras alrededor. Eso volvía los últimos kilómetros del trayecto un misterio sobre el que tendría que improvisar. Aquel reducto estéril era un portal a una dimensión pretérita que pronto se cerraría para siempre.

En aquella ruinosa aldea, con sus caminos de tierra y sus chozas ruinosas de tejado colapsado, solo di con un hombre. Un señor orondo, de piel curtida al sol, de apariencia en torno a los cincuenta años, estaba reparando una pickup destartalada cuando me vio a lo lejos. Salió a mi encuentro con curiosidad cautelosa. Unos metros por detrás, un perro amodorrado le seguía los pasos. Me presenté al caballero y le pregunté por doña Daria Mariscal, la más joven de las dos hablantes del ku’ahl. La cuestión sonó fútil: las únicas pistas que tenía de doña Daria eran un artículo de hacía doce años de la revista México Desconocido y las reseñas esporádicas en Google del llamado Museo ku’ahl de Santa Catarina. El hombre aseguró que conocía a doña Daria, pero que justo ese día había salido a hacer recados a la ciudad costera de Ensenada, a unas dos horas. Emitió una risita y se encogió de hombros, como diciendo «Siempre está aquí, pero justo hoy no». Le pregunté por doña Teresa,

—Lengua de otro tiempo. Doña Teresa y doña Daria conservan entre las paredes del pequeño museo no solo los objetos, sino también las últimas palabras de su lengua ancestral. 3

la tía anciana de doña Daria, que también figuraba en aquel artículo viejo. Me dijo que se había marchado con su sobrina. Doña Daria y doña Teresa seguían vivas, y con ellas también sobrevivía el ku’ahl.

Le pedí a aquel hombre un contacto —teléfono, email, redes sociales, ¡lo que fuera!— para escribir a doña Daria. Me dijo que no sabía de ningún medio para contactarlas.

—Pero… sí conoce a doña Daria, ¿correcto? —me quise cerciorar.

—Sí, la conozco. Es mi madre.

ÑAYÉKUM

Mañana

Santa Catarina tenía ese punto surrealista, como un Macondo abandonado en la yerma montaña, como el llano de Juan Rulfo, con sus idiosincrasias oníricas que hacían fruncir el ceño y esbozar una sonrisa incrédula. «México mágico», suelen decir los paisanos ante esos pequeños eventos cotidianos que desafían la lógica.

Resultó que el señor se llamaba Felipe. Se afanaba en buscar un papel y un bolígrafo. «¡Ni que fuera indio!», resoplaba mientras inspeccionaba los recovecos de una chocita llena de herramientas. Me extendió por fin una hoja de cuaderno manchada de aceite de motor y un bic. Allí escribí mi propuesta de grabarlas para un documental y dejé mis señas para doña Daria. «¿Y usted habla ku’ahl?», le pregunté a Felipe. Me dijo que lo entendía, pero no lo hablaba. Ni que fuera indio.

sonidos de otro tiempo. De pronto habían pasado dos semanas. Sonó el teléfono. «¿Hola? Recibí tu nota». Era doña Daria. «Me gusta la idea. Hagámoslo». Ya fuera por su clima desértico, por su separación del resto del país, su lejanía con respecto a la capital o por su bajísi-

ma densidad poblacional, el caso es que la península de Baja California siempre había sido un anexo casi irrelevante de México. Por eso campaba a sus anchas el narcotráfico en esas carreteras. El Gobierno federal decidió hacía dos décadas declarar muerto al idioma ku’ahl sin preocuparse siquiera de buscar un cadáver.

En Santa Catarina solo se escuchaba un sonido tenue que provenía de una choza con una tela roída puesta para hacer sombra. Pat, pat, pat, pat… Un botijo de barro adquiría forma bajo los pequeños palmoteos de una mujer de unos sesenta y muchos años. Me acerqué. «¿Doña Daria?». «Sí soy». Me tendió su mano, fuerte y revestida de una capa de arcilla seca. Me invitó a tomar asiento a su lado. Al poco de comenzar la conversación, señaló que le resultaba gracioso mi modo de hablar, mi acento castellano. Le expliqué que yo venía de España, y me preguntó dónde quedaba eso. Pat, pat, pat, pat…

rescate a la desesperada. En apenas tres lustros habían fallecido su madre, Catalina, y sus tíos Casimiro, Tomás, Celso, Miguel y Anastasio. Solo quedaban las tías Teresa y Paula, pero esta última había dejado Santa Catarina décadas atrás, al casarse con un ranchero mexicano de los que solo hablan español. Como tantos indígenas cautivos de la modernidad, la tía Paula no miró atrás y nunca volvió a musitar un vocablo ku’ahl.

Muy distinta es la historia de su hermana Teresa. En cuanto a los hijos de doña Daria, Felipe y Evaristo, ellos pronto comprobaron que el ku’ahl era la herramienta menos necesaria para prosperar en pleno siglo XXI, y centraron sus energías en formarse como mecánicos y captar clientela más allá de la olvidada Santa Catarina.

Kuak

El castellano de doña Daria era rudimentario, marcado por un deje que se diría extranjero; no de otra tierra, pero sí de otro tiempo. La mujer manejaba tres lenguas. Dominaba el paipai, otro idioma indígena de la zona que aún mantiene unos 150 hablantes, una pingüe cifra en comparación con las dos hablantes del ku’ahl. Esta lengua carece de tradición escrita, y, además, los intentos de doña Daria por dar con gente interesada en aprenderlo habían sido todos en vano, tanto en talleres culturales que no prosperaron como incluso dentro de su propia familia.

Cuando doña Daria se dio cuenta de que el ku’ahl estaba condenado a desaparecer, ya era demasiado tarde para un

Doña Daria , sin embargo, se conformó con vender vasijas de barro confeccionadas a mano, haciendo de su indigenismo un modesto pero sostenido comercio. «Antes solía ir al CECUT [Centro Cultural de Tijuana] a vender. Pero en el viaje se me rompían bastantes vasijas, y ahí no les interesaba el ku’ahl. Así que dejé de ir», me contó con la resignación de quien contempla cómo su mundo se ve poco a poco reducido a meros adornos despojados de historia.

A unos treinta metros del taller de doña Daria había una casita con tejado de hojalata y las paredes blancas y rojas. Una placa recordaba que la vivienda la había donado el Gobierno. Por la puerta emergió una anciana. Delgada y de rostro enjuto, parecía que se la podía llevar una de esas polvorientas ráfagas de viento. «Ahí viene mi tía», anunció doña Daria. La nonagenaria se acercó con un brío

—Últimas palabras. En el taller de alfarería, tía y sobrina conversan en ku’ahl mientras convierten el barro en sus vasijas. 3

llamativo para su edad, decidida a refugiarse de la ventisca arenosa. Me sonrió y me dedicó unas palabras que no entendí. Me estremeció el sonido del ku’ahl, con sus extraños fonemas, sus vocales cerradas y sílabas aspiradas. Claro que yo no captaba nada, pero me golpeó aquella aura atávica y sibilina. Años después de su supuesta desaparición, ahí me hallaba yo adivinando en su hábitat a ese elusivo animal en altísimo riesgo de extinción: el ku’hal.

Una especie de animal puede declararse extinta cuando aún hay especímenes con vida pero la reproducción es inviable. Si quedan dos pero, por el motivo que sea, no se pueden reproducir (mismo sexo, edad avanzada…), se puede hablar de su extinción como un hecho consumado. Ni que decir tiene si solo queda un espécimen. El caso de doña Daria y doña Teresa se antojaba tristemente paralelo; era cuestión de tiempo que doña Daria se quedara sola como única hablante del ku’hal. ¿Con quién conversaría entonces? Un idioma que no sirve para comunicarse es un idioma muerto.

El respeto y el amor que doña Daria le tenía a su tía Teresa eran evidentes. Hubo un tiempo en el que doña Teresa era el alma de Santa Catarina, cuando en las calles de esta aldea aún correteaban los niños y resonaban los cohetes y la música de las fiestas locales. «Le encantaba bailar y cantar», me contaba la sobrina echando la memoria atrás. Doña Teresa era la más joven de sus hermanas. Para doña Daria, fue la tía chida, la que tardó más que nadie en casarse, la que más se aferró a su despreocupada juventud. Pero hacía mucho de aquello. Cuando por fin contrajo matrimonio a los cincuenta años, doña Teresa ya no pudo estrenar maternidad. Su alegría y sus ganas de baile se mermaron por completo al enviudar, poco tiempo después de casarse. Una disputa por la casa de su marido recién fallecido la enemistó con

Vaca

varios sobrinos y las tensiones llegaron al punto de que uno de ellos atacó a Celso, hermano de doña Teresa, con tal violencia que el hombre quedó inválido. Doña Teresa, de pronto, era una señora viuda, sin casa y con un hermano al que tendría que cuidar el resto de sus días. Quizá de manera no elegida, la vida quiso que doña Teresa quedara anclada a Santa Catarina, al pasado, al ku’ahl. Cuando Celso murió, doña Teresa se mudó más cerca de doña Daria, su sobrina preferida… y la única que le quedaba.

Doña Teresa solo hablaba ku’ahl y paipai —nada de castellano—, por lo que yo no podría conversar con ella. La sobrina ejercía de traductora mientras yo explicaba mi idea de hacer un cortometraje documental sobre ellas. La anciana asentía lentamente y con una sonrisa cortés. Les expliqué que ellas no tendrían que hacer nada en particular que se saliera de su día a día. Esto alivió a doña Daria. Me contó que hacía muchos años unos lingüistas del INALI la habían sometido a horas y horas de tediosa entrevista acerca de la gramática que rige

el ku’ahl. Doña Daria se vio abrumada, y me confesó que sabe hablar ku’ahl, pero no necesariamente enseñarlo.

El día de la grabación pasamos la mañana en la choza-taller de doña Daria Ella practicaba su alfarería mientras doña Teresa la observaba. Comentarios susurrados en ku’ahl rompían a ratos el silencio. De cuando en cuando les lanzaba alguna pregunta, y doña Daria a su vez la refería en ku’ahl a su tía. Charlaban en su lengua secreta y soltaban alguna que otra risotada. Quizá se reían de mí.

Doña Daria comenzó a hablar español con doce años, cuando su mente y su entendimiento del mundo habían interiorizado la cosmovisión kumiai, nombre del pueblo amerindio originario de lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México. Me contó sobre su abuela, Petra Carrillo, y cómo aquella mujer de sabiduría ancestral podía intuir cosas mirando la noche estrellada, oliendo el aroma de la tormenta o analizando el color de los atardeceres. «Yo no sé cómo hacía, pero lo que decía se cumplía», rememoraba doña Daria

con admiración. Petra fue la última en vivir en una cabaña con techo de sotol, esas hojas largas y delgadas con que los ku’ahl se resguardaban de la lluvia. Daria recordaba su infancia bajo ese tejado, haciendo redes de fibra de agave, dando forma a sus primeras vasijas mientras escuchaba las largas historias que relataba su abuela. Todo un universo contenido en un pequeño cuchitril de adobe.

«Qué suerte que no fui a la escuela, porque por eso es que aprendí el idioma». En aquella época, los esfuerzos del Gobierno para integrar a las poblaciones indígenas pasaban por hacer del castellano su primera —e incluso su única— lengua. Las escuelas impartían exclusivamente en castellano, de tal modo que hablar un idioma indígena pronto cobró la connotación de analfabetismo.

Doña Daria no había recibido una educación formal, pero sí los últimos coletazos de una cultura moribunda. Su tío Tomás le enseñó a leer y escribir con los restos de carbón sobre tablas de madera, lo suficiente para no considerarse analfabeta. De su madre, de su abuela Petra y

—Tierra kumiai. En estos montes, doña Daria aún recolecta el «tabaco de coyote» y encuentra puntas de flecha de sus ancestros. 1

—Territorio sagrado. Los cerros que miró la abuela Petra siguen custodiando la memoria de su pueblo. 3

de su tía Teresa, aprendió sin complejos la vida ku’ahl. Y por eso se siente una privilegiada y también muy responsable de ser la última delegada de su gente.

En Santa Catarina, la dilatada historia se comprimía, como si los siglos se convirtieran en décadas y los mitos fundacionales en difusos recuerdos de la niñez. Tal vez fuera síntoma de la tradición oral, carente del rigor de las fechas y de referencias certeras. Doña Daria y doña Teresa me hablaron del jalkutat, un lagarto gigante que raptaba a los locales, los golpeaba contra una roca y los devoraba en una cueva. Por suerte, el pueblo se puso de acuerdo para darle caza y vivir por fin en paz. Doña Teresa me dijo que ella no llegó a ver al monstruo, pero que Petra, su madre, sí.

Me refirieron también la historia de un sacerdote que trataba mal a los indios. «No sé por qué lo haría», mascullaba doña Daria con desilusión. Tal y como lo contaba, se diría que aquello sucedió hacía pocos años, pero seguramente me estuviera hablando de episodios acontecidos en el siglo XIX en la misión de Santa Catarina Virgen y Mártir. Debido al terreno seco e infértil, y a las continuas

tensiones entre dominicos e indígenas, ahora solo quedaban un par de piedras de la estructura original, apenas una anécdota a pie de página entre historiadores y arqueólogos. A ratos la mirada de doña

Teresa se perdía, y su ku’ahl se convertía en un hilo de voz balbuceante. ¿Sentía que se le olvidaba el ku’ahl? «Sí. A veces siento que estoy como enferma», dijo. Los ojos de doña Teresa tenían una mirada amable pero confundida.

Mum chuurca

Abre los ojos

una lengua de museo. Como los que la precedieron, doña Daria hacía a mano bisutería creada con semillas y piedras de la zona, y arcos y flechas trabajados a la manera de sus ancestros. Me ofreció una pequeña pipa de barro que se usaba para fumar un rapé ancestral, el «tabaco de coyote», una hierba seca que crecía en aquellos montes y que doña Daria recolectaba y guardaba en peque-

ñas bolsitas con cierre hermético. Me mostró una vasija nupcial, caracterizada por sus dos embocaduras unidas por un aro. «Cuando vuelvas, te explico cómo las hago desde cero». Aquella mujer acostumbraba a honrar a la Virgen de Guadalupe con manualidades hechas a su imagen. Me enseñó varias de ellas cuando fuimos al Museo ku’ahl, que era más bien un polvoriento almacén donde doña Daria guardaba objetos del pasado. «Desde el covid no ha vuelto nadie por aquí. Pero antes, de vez en cuando, venían las escuelas», dijo.

En las paredes del museo, de manera bastante rudimentaria, colgaban unos carteles con unas decenas de palabras en ku’ahl y sus traducciones al castellano. Xmilt - ardilla; Tkpan - ratón; Sirk sirk - grillo; Chkuar - reír; Zpo - saber; Zchibarrer… No era solo una lista de palabras. Era un testimonio de cómo era la vida en

Santa Catarina. Si el lenguaje es la herramienta con la que pretendemos atrapar y entender la realidad, lo que no se incluya en un idioma es como si no existiera.

Los artefactos kumiai que allí se exponían eran parcos y rupestres. A diferencia de las culturas indígenas del sur de México, rebosantes de folklore colorido y sofisticado, en esta región el modo de vida indígena apenas había cambiado desde el Neolítico. Morteros de piedra, faldas de esparto y puntas de flecha componían la mayor parte de la colección de doña Daria. «Sigo encontrándolas por estos montes», me dijo sobre las puntas de flecha, para muchos un pasatiempo apasionante; algo así como la numismática romana del Nuevo Mundo. Doña Daria, en sus largos paseos por los cerros de la zona para buscar excrementos secos de vaca, que usa como combustible para hornear las vasijas, había descubierto varias cuevas con restos arqueológicos. Sobre todo, se trataba de trozos de vasijas que podrían datar de siglos atrás pero que eran idénticas a las que ella misma fabricaba en su taller.

Le pregunté a doña Teresa qué sentía al verse rodeada de tanta historia. Doña

Daria tradujo la pregunta y aguardó la respuesta, pero su tía se mantuvo quieta, bloqueada ante la cámara, como si fuera la primera vez que la veía en todo el día. Susurró un par de cosas con una sonrisa de niña nerviosa esperando a que le quitaran de encima el foco. Doña Daria apretó los ojos, tratando de traducir las palabras de la anciana. Finalmente capituló. «No sé qué quiere decir mi tía…». Y en ese momento, en ese polvoriento almacén, sentí que moría el ku’ahl ante mi lente y la impotencia de las dos mujeres.

En sus conversaciones del día a día habían librado una batalla idealista contra el inexorable progreso. El mundo les había dado la espalda a las lenguas indígenas, pero el ku’hal seguía reverberando entre los valles de Santa Catarina. Sin embargo, ahora la vejez carcomía la mente de doña Teresa, que se apagaba poco a poco. El olvido, ese gran enemigo, ahora atacaba desde dentro. Con la pena aún en el gesto, doña Daria salió e hizo una hoguera para hornear más vasijas de barro, acaso los últimos vestigios verdaderos de un mundo perdido. Nt

Epílogo

Un par de meses después viajé por tercera y última vez a Santa Catarina. Llevé mi portátil para poder mostrar a doña Teresa y doña Daria el documental acabado. Cuando llegué, estaban desayunando tortillas con frijoles. Puse el portátil en la mesa y le di al play. Doña Daria se rio y lloró en distintos pasajes. Doña Teresa estaba más apagada que en mi viaje anterior. La cinta terminó y doña Daria, con los ojos húmedos, se limitó a decir: «Está muy bien». Antes de irme, pregunté a doña Daria por su tía. Doña Daria me contó que su tía se quejaba de que le dolía el corazón. «Me dice que sueña con sus hermanos. Están todos: Casimiro, Tomás, Miguel, Anastasio, Celso, mi mamá… Le dicen: “¿Qué sigues haciendo ahí? Ya ven con nosotros”». En el verano de 2022, doña Daria me mandó un WhatsApp para contarme que su tía había fallecido. Como una vela cuya llama se reduce poco a poco hasta convertirse en humo y oscuridad, el ku’ahl, de repente, ya no era. Decidí enviar un disco duro rumbo a Ciudad de México. Los destinatarios eran los lingüistas del INALI. Quería que tuvieran los brutos de lo grabado aquel día. Quizá no les serviría para plasmar la gramática y la sintaxis del ku’ahl. Pero por lo menos les serviría para conocer a doña Teresa y doña Daria

Aquí seguimos

Corto documental de Álvaro Hernández Blanco

250 CAMPUS

NOS VISITARON

FABRICE HADJADJ

Escritor y filósofo, director del Instituto Philanthropos

[24.10.24 Máster de Cristianismo y Cultura Contemporánea] Su último libro, Lobos disfrazados de corderos, llevó a Fabrice Hadjadj, uno de los pensadores católicos más escuchados en el panorama actual, hasta la sede de posgrado de la Universidad en Madrid para reflexionar sobre la herida espiritual de los abusos cometidos en el seno de la Iglesia. Hadjadj, francés de origen judío, huye de «la especie de religión victimaria» que nos envuelve y se asoma al tema desde la perspectiva del verdugo, porque ese abusador al que se desprecia es también prójimo y destinatario de la salvación de Cristo. Según afirmó en el foro organizado por la revista Omnes junto con el Máster de Cristianismo y Cultura Contemporánea y Ediciones Encuentro, «el cristianismo no solo se interesa por las víctimas, sino también por los pecadores». Para saber más: Foro Omnes en YouTube.

PAULA QUINTEROS

Periodista y fundadora de The Objective Media y El Estímulo Media

[21.10.24 Vicerrectorado de Comunicación] La CEO del diario digital The Objective lee cuatro medios al día; solo en la pluralidad se siente bien informada. Así lo explicó en la sesión titulada «Medios de comunicación: posibles, viables y necesarios», que ofreció a una veintena de profesionales del vicerrectorado de Comunicación de la Universidad en el campus de Pamplona. Comenzó con una pregunta: ¿son los lectores los que tienen que pagar por un periódico? «No —defendió Quinteros —, la audiencia debe tener libre acceso». Su modelo de negocio se basa en la convicción de que son «los buscadores de la verdad, las empresas que creen en los valores democráticos», quienes deben pagar por ella. Como concretó, más de trescientos anunciantes respaldan hoy la labor de The Objective. Lejos de hipotecar la independencia del medio, este apoyo constituye, desde su punto de vista, «una práctica anticorrupción».

becas favorece el nuevo programa de ayudas impulsado por la Universidad para alumnos de primero en el curso 2025-26. La medida, dirigida a estudiantes con una nota media de bachillerato igual o superior a 7 y una renta familiar per cápita de hasta 25 000 euros, se cifra en 1,3 millones de euros.

JESÚS CARMONA

Bailarín y coreógrafo, Premio Benois de la Danse 2021

[19.09.24 Museo Universidad de Navarra] El premiado como mejor bailarín del mundo volvió a subirse al escenario del Museo Universidad de Navarra para el estreno absoluto de Súper viviente. Tras leer un artículo sobre el trastorno de identidad disociativo, el coreógrafo Jesús Carmona comenzó a indagar sobre la identidad del artista, que constantemente debe crear personajes con su propia identidad y psicología. Las respuestas vinieron de la mano de un proyecto artístico y de investigación, en el que ha estado acompañado por cinco expertos de la Universidad: el psiquiatra Enrique Aubá, el psicólogo Francesco de Lorenzi, la especialista en neurología María Asunción Pastor y los profesores Carmen Urpí, dedicada a la educación artística, y Luis Humberto Eudave, a la psicología. Para saber más: Reportaje «Jesús Carmona baila para sobrevivir a las bestias», publicado en nuestrotiempo.unav.edu.

LAURA FERRERO

Periodista, escritora, guionista, editora freelance

[28.11.24 Facultad de Comunicación] La última clase de la asignatura Introducción al Cuento, que imparten los profesores Antonio Martínez Illán y Josean Pérez Aguirre, contó con una invitada especial: Laura Ferrero. En este reencuentro con su alma mater —esta barcelonesa se graduó en Filosofía y Periodismo en 2004—, Ferrero llegó al aula 10 de la Facultad de Comunicación para hablar sobre escritura y relatos familiares, con especial énfasis en su libro de cuentos Piscinas vacías (2016) y en su última novela, Los astronautas (2023). Si, como ella afirmó, «escribir es vivir dos veces», con Los astronautas ha tenido una nueva oportunidad de traspasar su propia vivencia a la vivencia relatada. Todo comenzó hace cinco años cuando, en una comida familiar, vio por primera vez una fotografía en la que salía flanqueada por sus padres. Ellos se separaron cuando tenía año y medio, y en ese instante descubrió una familia que no conocía.

© THE OBJECTIVE
© CARMEN CARRASCO

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alumnos se matricularon este curso en 1º en los diferentes grados de la Universidad. De ellos, 821 son internacionales. Además, otros 390 estudiantes procedentes de 57 países participaron en programas de intercambio el primer semestre. EFEMÉRIDE

Así sale la Universidad en los rankings

· Según el ranking de Stanford, 49 investigadores de la Universidad figuran entre los más influyentes del mundo en relación con el impacto de las citas de sus publicaciones.

· Según el ranking GEURS, ocupa el puesto 38 de las mejores universidades del mundo en empleabilidad en el listado que publica Times Higher Education. Es la segunda de España de las ocho instituciones nacionales que aparecen.

· Según la Fundación Conocimiento y Desarrollo, es el primer centro universitario en orientación internacional de España. Le siguen las universidades Carlos III de Madrid, Autónoma de Barcelona y Ramón Llul.

· Según THE World University Rankings, es la cuarta de España detrás de las tres grandes universidades catalanas (Barcelona, Pompeu Fabra y Autónoma).

· Según el ranking QS Europe, se encuentra entre las cien mejores universidades europeas. Sube dos posiciones respecto al año pasado y se sitúa en el puesto 91. En España, es la quinta universidad de 44 analizadas, detrás de los grandes centros estatales de Madrid y Barcelona.

· Según el Monitor de Reputación Sanitaria, la Clínica Universidad de Navarra ha revalidado por décima vez su liderazgo como hospital privado con mejor reputación. Dieciocho especialidades se ubican entre las diez mejores de centros públicos y privados del país.

· La institución Keep Britain Tidy ha otorgado a la Universidad el reconocimiento internacional Green Flag Award por séptimo año consecutivo. La acreditación sitúa al campus de Pamplona como uno de los mejores parques del mundo por la buena gestión del espacio.

La primera década del Museo

El 22 de enero se cumplen diez años de la inauguración del Museo Universidad de Navarra. Para celebrarlo, propone un viaje por su historia. En realidad, se trata de un recorrido completo por 185 años de evolución de las artes visuales a través de múltiples miradas: desde el daguerrotipo hasta las propuestas más novedosas elaboradas con inteligencia artificial. Más de novecientas piezas de su colección —entre fotografías, pinturas y esculturas— conforman la muestra conmemorativa, que cerrará sus puertas el 24 de agosto.

Premio solidario en memoria del segundo gran canciller de la Universidad Un proyecto que busca fortalecer el acceso a la atención médica para los pigmeos baka en el sur de Camerún, promovido por Juan Uranga, Ignacio Zúñiga y Sergi Carulla, estudiantes de 5.º de Medicina, ha ganado la primera edición de los Premios solidarios Álvaro del Portillo. Esta nueva convocatoria reconoce la mejor iniciativa solidaria liderada cada curso por alumnos y personal de la Universidad. El galardón ha iniciado su andadura justo el mismo año en el que se recordó la última visita al campus del segundo gran canciller —hoy beato—, el 29 de enero de 1994, con motivo del acto de investidura de seis doctores honoris causa. NOVEDAD

ALFOMBRA ROJA

El 2 de octubre falleció a los 81 años Alejandro Llano. El profesor Llano, catedrático de Metafísica, fue rector de la Universidad de Navarra desde 1991 hasta 1996. Entre 1977 y 2011 trabajó en distintos puestos académicos y de gobierno y, sobre todo, dejó una profunda impronta de altura intelectual, brillantez comunicativa, servicio a la Universidad y buen humor reconocida unánimemente en torno a su despedida.

texto Miguel Ángel Iriarte [Com 97 PhD 16] fotografía Archivo Universidad de Navarra

por tercera vez en pocos años, la Universidad ha dicho adiós —y muchas gracias por todo— a uno de sus antiguos rectores. En 2018 nos dejó don Ismael Sánchez Bella y en 2020 don Francisco Ponz. El 2 de octubre lo hizo Alejandro Llano. Sin ser uno de los pioneros del campus, durante varias décadas se convirtió en una persona de referencia, por su tarea docente, investigadora, de gobierno y de difusión de las humanidades. Fue rector entre 1991 y 1996, un mandato breve pero de una fecundidad difícil de delimitar. Fallecer el día del aniversario de la fundación del Opus Dei, al que pertenecía desde 1958, quizá, como muchos comentaron, resultó un último ejemplo de cercanía con san Josemaría Escrivá. Por la capilla ardiente, dispuesta en el Salón de Grados del edificio Central, pasaron centenares de personas para despedir al profesor Llano. «Nos sentimos muy apenados por su pérdida

Alejandro Llano La vida lograda de un universitario irrepetible

—escribió la rectora, María Iraburu—. Como ocurre con los grandes maestros, logró ser querido y admirado a la vez. Aunaba sencillez y profundidad en su figura extraordinaria de académico enamorado de la universidad». Desde Roma, el gran canciller, monseñor Fernando Ocáriz, envió unas líneas de pésame y ánimo.

Alejandro Llano nació en Madrid en 1943 y pasó temporadas de su infancia que recordó siempre en El Carmen (Asturias), tierra donde su familia echó raíces después de que un antepasado regresara de México, a donde había emigrado. Tras estudiar Filosofía en Madrid, Valencia y Bonn, se doctoró en la Universidad de Valencia con una tesis sobre la metafísica de Kant (1971). En 1976, obtuvo la cátedra de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid y al año siguiente llegó a Pamplona. Su producción académica fue muy amplia, con decenas de libros y publicaciones que le valieron reconocimientos como el doctorado honoris causa por la Universidad Panamericana de México (2005) y por la Universidad de los Andes de Chile. En septiembre de 2011, la Universidad de Navarra le otorgó la Medalla de Oro en reconocimiento a su fecunda labor. En aquel acto particularmente entrañable subrayó su gratitud: «Aquí he rozado muchas veces con la punta de los dedos eso tan difícil de alcanzar, y a lo que me atrevo a llamar felicidad».

—Pasar el testigo. Alejandro Llano ríe con Alfonso Nieto el 28 de junio de 1991, en la toma de posesión de Llano como rector.

y profunda; ganador, pero siempre cercano al sufrimiento del débil; crítico, pero obediente escuchador; con enorme capacidad comunicativa y simpatía, y a la vez retirado en su cubículo de estudio; de natural dubitante, pero seguro en todo momento de lo que quiere hacer; directivo, pero con corazón popular; […] madrileño del barrio de Salamanca y del colegio del Pilar, pero asturiano profundo y reivindicador de la provincia; brillante, pero serio y riguroso; tradicional y moderno».

en Madrid; el historiador y político Florentino Pérez-Embid, el filósofo Fernando Inciarte y Juan José RodríguezRosado, que dirigió su tesis en Valencia y le conectó con Millán-Puelles. Al mismo nivel, Llano retrata a una de las personas que, además de sus padres, más influyó en su infancia: la tata de la familia, Azucena Olivar, una «genial asturiana». «Yo la enseñé a leer y ella me enseñó cuál era el sentido profundo de nuestro vivir en esta tierra», escribe.

Dos meses más tarde, Alejandro Llano recibió un segundo homenaje con motivo de su jubilación. En él tomó la palabra una de las personas que mejor le conocieron: Rafael Alvira, fallecido el pasado 4 de febrero. Amigos desde la infancia en Madrid, compartieron maestro —Antonio Millán-Puelles—, especialización en metafísica y coincidieron más de tres décadas en el campus. Con sabiduría y humor, Alvira le describió como «un hombre de contrastes»: «Lo primero que saltaba a la vista era su capacidad de entusiasmo, pero, enseguida, te dabas cuenta de su inteligencia reflexiva

un auténtico maestro. Alejandro Llano es el único rector, hasta la fecha, que ha escrito sus memorias. Sus dos volúmenes (Olor a yerba seca y Segunda navegación) aportan un autorretrato repleto de reflexiones y recuerdos envueltos en un estilo vivo y vibrante. En varias páginas, se detiene en la figura del maestro: «Aquella persona que deja huella en tu vida, porque logra algo que quizá no pretende directamente, pero constituye para ti un extraordinario beneficio. El maestro te enseña o, mejor, tú aprendes de él. Para ser maestro una de las condiciones necesarias es no pretender serlo. Quien va de maestro por la vida suele ser un pedante de mucho cuidado». El profesor Llano señala también a sus mentores: Antonio Millán-Puelles, catedrático de Filosofía

Para que un maestro transmita ciencia y sabiduría, debe ir por delante. Alejandro Llano desarrolló su pasión por la filosofía partiendo de la metafísica —el estudio del ser en cuanto tal— y la gnoseología —la posibilidad y el modo de conocer la realidad—. De ahí surgieron estudios de estos aspectos en grandes autores, principalmente Kant y santo Tomás. En paralelo a sus obras científicas, que nunca interrumpió, y llevado —parafraseando a san Josemaría— por su «amor apasionado al mundo», ahondó en otros campos, como la movilización de la sociedad civil, la ética en la empresa y el fomento de la cultura y las humanidades. Así lo afirmó Llano en su jubilación: todas estas son dimensiones que pertenecen a la filosofía, ya que «como Hegel decía, hacer filosofía es “pensar el propio tiempo”».

De estos intereses tan universales y tan suyos nacieron diversas publicaciones: La nueva sensibilidad (1988), análisis sobre el fin de la modernidad en que señaló casi proféticamente que las corrientes con más impacto en el futuro serían el ecologismo, el nacionalismo, el feminismo y el pacifismo; Humanismo cívico (2000); El diablo es conservador (2001), colección de artículos sobre la cultura; y La vida lograda (2002), introducción a la ética. Además, Alejandro Llano fue un prolífico ensayista. Sin ir más lejos, en Nuestro Tiempo firmó una quincena de textos largos y varios más de menor extensión.

Junto a la propia trayectoria profesional, cultivó el contacto directo con los

—Labor filosófica. Autor de decenas de libros, Llano dedicó su vida académica a la metafísica y a defender la búsqueda de la verdad. 1

Acabar el trabajo

En Olor a yerba seca, Alejandro Llano relata su primer encuentro con san Josemaría Escrivá, que tuvo lugar en agosto de 1960 en Molinoviejo (Segovia). Durante una tertulia con jóvenes, Llano le preguntó: «Padre, ¿en qué debe distinguirse nuestro trabajo?». La respuesta fue clara y directa: «Nuestro trabajo se distingue porque acabamos las cosas». Esta lección marcaría al joven estudiante, pero más allá de consejos y palabras concretas, lo que permaneció fue la cercanía con un santo. «[San Josemaría] siempre ha sido para mí un motivo de fidelidad y ayuda para la perseverancia —escribió—. Mi fe se apoya en él».

estudiantes. «Fue un catedrático dedicado a sus alumnos, a los que ofrecía su tiempo con generosidad: escuchaba sus inquietudes, sugería lecturas, preguntaba con destreza y no imponía su criterio. Decía que la misión de los profesores no era colonizar las mentes de los estudiantes, introducirles en un molde preestablecido, sino ayudarles a descubrir la verdad de su propia vida. Sus interlocutores se sentían comprendidos y alentados a comportarse con magnanimidad. Quizás por esa razón muchas personas en Europa y América le consideran su maestro», escribió en El Debate el anterior rector, Alfonso Sánchez-Tabernero, poco después del fallecimiento.

donde fuera necesario. Durante sus treinta y cinco años en la Universidad, Alejandro Llano se distinguió, al menos, por dos actitudes: promovió ámbitos de reflexión y aceptó con gusto los encargos de las autoridades académicas. Destaca el impulso de las Reuniones Filosóficas, nacidas en 1963, que hizo avanzar hacia su edición número 50. También de su visión y su trabajo, junto con los profesores Leonardo Polo y Rafael Alvira y

—Sonrisa imperecedera. En un encuentro de la rectora, María Iraburu, con antiguos rectores en 2022. 2

—Despertar preguntas. El profesor Llano siempre tuvo tiempo para los estudiantes. Aquí, con un grupo de alumnos en 2011. 0

empresarios como Luis María de Ybarra, surgió en 1986 el Instituto Empresa y Humanismo, que ha reivindicado una empresa que integre la dimensión ética de la persona y las organizaciones. En el año 1998, participó en el arranque del Instituto de Antropología y Ética, hoy Instituto Core Curriculum, y fue su primer director. Aunque su vocación natural le conducía al aula y la biblioteca, aceptó ser decano de la Facultad de Filosofía y Letras (1981-1989) y luego rector. Como escribió Guido Stein, secretario general de la Universidad entre 1992 y 2003, fue «un líder a su pesar» .

Con Alejandro Llano al frente, el campus vivió unos años de crecimiento y serenidad. Bromeaba con frecuencia para decir que se suponía que iba a ser «el rector de las ideas» —fue el primero proveniente de una facultad de Filosofía y Letras— y acabó siendo «el rector de las piedras». Durante su mandato se levantaron el Colegio Mayor Olabidea, la tercera fase de la Clínica, la Facultad de Comunicación, un buen número de instalaciones deportivas y quizá su mayor «alegría arquitectónica»: la Biblioteca de Humanidades. En esa época, Llano fue

testigo de momentos históricos, como el doctorado honoris causa a Spaemann o el fallecimiento del gran canciller Álvaro del Portillo. Fueron años de gran intensidad para el rector, que, sin duda, agradeció el relevo por José María Bastero en 1996. Son reveladoras, por su naturalidad, las páginas de Segunda navegación que dedica al cansancio acumulado, a cierto decaimiento y a su recuperación: «Esta dolencia del alma me afectaba profundamente y ha dejado una huella positiva en mi vida. Disminuyó mi hipertrofiado sentido de responsabilidad y la preocupación por cuestiones que, en rigor, no me competen: especialmente las de tipo organizativo o burocrático. Pensé muchas veces en la imagen de un Atlas que intenta llevar el mundo sobre sus espaldas, y me di cuenta de que esa figura mitológica no cuadra bien con mi escasa deportividad. Como resultado de aquellos mudos padecimientos, soy ahora más capaz de comprender a las personas que —por enfermedad, cansancio u otras dificultades— lo están pasando mal y atraviesan etapas de ánimo bajo, que les impiden rendir en sus tareas y mostrar solicitud por los demás».

defensor de «causas perdidas». Recuerda Llano en sus memorias que una vez le preguntaron a Borges: «¿Cómo es posible que una persona genial como usted mantenga posturas que van en contra del discurso de la historia?». «¿No sabe usted —se defendió él— que los caballeros solo defendemos causas perdidas?». No es mal resumen de otra de las actitudes permanentes del profesor: la tenacidad para defender las ideas que valen la pena, por muy contraculturales que parezcan; en su caso, plantear una alternativa a la posmodernidad, que niega la existencia de la verdad y lleva al nihilismo. «Mi causa, hoy por hoy perdida —escribió en Segunda navegación— es la de una educación exigente, que tenga en cuenta la índole espiritual del hombre y no sea puramente utilitaria. […] Es lástima que la búsqueda de la verdad haya dejado de ser el lema de los universitarios. La palabra verdad ni siquiera

aparece una vez en los documentos de Bolonia».

Sobre el renacer de los ideales universitarios, Llano se mostraba esperanzado. «Estoy seguro de que, a no mucho tardar, la universidad reencontrará su alma, precisamente porque creo en la institución académica. La salvación intelectual está en los libros. El silencioso diálogo de la lectura es la mejor terapia contra el pragmatismo y el funcionalismo». En 2015 le diagnosticaron alzhéimer. Como recordó Alfonso Sánchez-Tabernero, «aun cuando ya no podía razonar, seguía siendo él mismo: nunca dejó de comportarse con una simpatía admirable y una educación exquisita». Muy a tiempo llegó la publicación en 2011 de Caminos de la filosofía, un libro entrevista en que tres de sus discípulos, Lourdes Flamarique , Marcela García y José María Torralba, le ayudaron a desgranar su trayectoria. Al final le preguntaron si, después de haber dedicado tantos años a estudiar la estructura del mundo y su origen en Dios, no tenía curiosidad por ver cómo era el más allá. Él respondió: «Curiosidad no: parece que estás deseando morirte. Yo tengo esperanza, la de que Dios me acoja a pesar de los pesares. No me importaría continuar un poco más con esta “vulgaridad” de aquí abajo».

Así llegó el 2 de octubre, en que Alejandro Llano , calificado como «magno» aquel día en distintos comentarios y mensajes, culminó su recorrido. Se cumplió lo que señaló Ángel Gómez Montoro en su jubilación: «El profesor Llano, en un acto de entrega de Medallas de Plata, decía a los galardonados: “Habéis puesto la meta de vuestro afecto y de vuestra ilusión en un proyecto que vale la pena, porque supera y trasciende el limitado alcance de nuestros personales intereses. Eso es una vida lograda: querer con muchos un empeño de servicio a la verdad, querer a muchos en el leal desempeño de ese servicio”. Alejandro Llano puso su afecto y su ilusión en un proyecto que valía la pena. Por eso, hoy podemos decir con seguridad que la suya ha sido una vida lograda, porque ha servido mucho y ha querido mucho». Nt

30 títulos para saber filosofía

Cuando Pablo Alzola [Fia Com 14] estaba terminando la carrera, le pidió al profesor Llano lecturas para profundizar en el estudio de la filosofía. El 13 de febrero de 2013, Llano le regaló de su puño y letra esta lista de treinta títulos: Paideia (Jaeger), Ética a Nicómaco y Acerca del alma (Aristóteles), Confesiones (Agustín), La divina comedia (Dante), Summa Theologica, I pars (Tomás de Aquino), El espíritu de la filosofía medieval (Gilson), Tres reformadores (Maritain), Meditaciones metafísicas (Descartes), Teodicea (Leibniz), Tres diálogos entre Hylas y Filonous (Berkeley), Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (Kant), Lecciones sobre la demostración de la existencia de Dios (Hegel), La democracia en América (Tocqueville), Fundamentos de la Aritmética (Frege), Investigaciones lógicas (Husserl), Sobre la multiplicidad de los sentidos del ser (Brentano), Filosofía (Jaspers), Conferencias y artículos (Heidegger), España invertebrada, La revolución de las masas (Ortega y Gasset), Sobre la certeza (Wittgenstein), Three Philosophers (Anscombe & Geach), Ensayos de Metafísica (Inciarte), Introducción a la filosofía, Teoría del conocimiento I (Polo), Animales racionales dependientes, Sobre la virtud (MacIntyre), Ética de la autenticidad (Taylor), La condición humana (Arendt).

Chantal Delsol «El bien común vuelve a estar de moda»

Chantal Delsol parece especialista en argüir finales: después del ocaso de la cristiandad en Occidente, ha desahuciado a la democracia moderna. Entre los escombros del siglo xx, esta filósofa francesa de 77 años observa las hienas que amenazan el espacio político. Hoy en día, según afirma, el vacío dejado por el humanismo lo ocupa una corriente llamada humanistarismo. Aunque, como católica, le apena que se despoje a la moral de sus raíces cristianas, mira al futuro con esperanza. Se aferra a la capacidad de sacrificarse por el bien común que detecta en el movimiento ecologista, porque conlleva un renacer del sentido de la responsabilidad.

texto Andre Quispe [Fia Com 26], Malena Cortizo [Com 26] y Ana Eva Fraile [Com 99]

colaboradora Hombeline Ponsignon [Fia Com 26]

fotografía Manuel Castells [Com 87]

ranas y renacuajos en la bañera: una escena cotidiana de la infancia de Chantal Delsol (París, 1947). A menudo salía a cazar arañas y moscas. Su padre, Michel Delsol, era biólogo, y su madre, Nicole Demay, dirigía una pequeña empresa de material histológico. Creció entre mues tras de laboratorio, pero ella se encaminó a la filosofía. En 1965, cumplidos los die ciocho, se unió al círculo Charles Péguy, un club de intelectuales conservadores fundado por su padre en Lyon un par de años antes. Entonces, según admite, «no tenía ninguna conciencia política». Su interés despertó en Mayo del 68. Delsol se afilió al Movimiento Autóno mo de Estudiantes Lioneses, en contra de las revueltas. Le encargaban artículos, pero nunca perteneció al equipo directi vo: «Ahí no había chicas». Fue precisa mente la condición de la mujer la brecha que la distanció de las convicciones de su entorno. «En los años setenta, me hice “feminista” porque consideraba que las mujeres recibían un trato injusto», cuenta. Así se ganó que algunas personas cercanas comenzaran a llamarla izquier dista. Sigue siendo una rebelde. Tras leer La fin de la chrétienté (2021), varios ami gos le dijeron: «¿Estás dentro o fuera?». «Me siento muy diferente de los míos (los llamo así porque los quiero) —conti núa—. Muchos votan al Rassemblement National y optan por el catolicismo radi cal. Yo no. En el fondo, amo la libertad, y la intolerancia me parece insoportable». En 1970, Chantal Delsol se casó con Charles Millon, al que había conocido en el círculo Péguy. Después de compren der cómo es la vida de un político —entre 1995 y 1997 su marido fue ministro de Defensa de Francia en el Gobierno de Alain Juppé—, reconoce que ella no ser viría para eso. «En democracia, ante todo hay que “amar a la gente”, y yo soy una especie de intelectual autista», confiesa. Frente a las multitudes, Delsol prefiere la compañía de sus libros.

La profesora emérita Chantal Delsol impartió una conferencia en el campus de Pamplona en noviembre de 2023.

Leyendo a Tocqueville, Weber y Freund, del que fue discípula, decidió su especialidad: filosofía política. La cate drática creó en 1993 el Centro de Estu dios Europeos —hoy Instituto Hannah Arendt— en la Universidad Paris‑Est Marne la Vallée. Desde 2007, ocupa el si llón número 1 en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia, que presi dió en 2015. Son solo un par de hitos de la trayectoria de Delsol, una de las grandes intelectuales europeas contemporáneas. En noviembre de 2023, visitó la Uni versidad de Navarra. Invitada por el Au la de Derecho Parlamentario, dictó una conferencia sobre los desafíos actuales del principio de subsidiariedad. Nuestro Tiempo aprovechó su paso por el cam pus para entrevistarla, una conversación que amplió al cabo de un año por correo electrónico. Habló de poder, bien común, democracia, totalitarismo e identidad europea, temas a los que ha dedicado una treintena de ensayos. Su último proyecto

editorial, Insurrection des particularités, ha visto la luz en enero. Más allá de la esfera académica, ha escrito cinco novelas y sal ta a la opinión pública desde su tribuna mensual en Le Figaro

Madame Delsol se refugia del bullicio parisino en una pequeña aldea de los Al pes franceses. Apenas medio centenar de granjas a más de 1200 metros de altitud, con vistas a los glaciares. La autora recrea la atmósfera de Vallouise en su última novela, Le paradis est épars. El agua baja de las montañas por los canales y riega los campos. Su marido cuida las verduras y las rosas; a ella le gusta zurcir cortinas y edredones. La casa tiene capacidad para veintiocho personas y les encanta recibir a sus seis hijos y sus quince nietos.

La filósofa considera la familia, tan socavada por la posmodernidad, un cuerpo intermedio natural y decisivo para el desarrollo de la ciudadanía. Es en el ho gar, dice, donde se aprende a ser libre y autónomo. «Nuestros padres —recuerda

Delsol— nos dejaban vivir nuestras pro pias experiencias. Confiaron en nosotros, y no se equivocaron». Un verano, mien tras se encontraban en Estados Unidos, ella, que tenía dieciséis, cruzó Francia y España con uno de sus cuatro hermanos, de cinco años, y una maleta enorme.

A través de estas vivencias, Chantal Delsol descubrió el cimiento cultural de un concepto en el que, como historiadora de la ideas, lleva décadas profundizando: la creencia de que el ser humano tiene aptitud para dirigir su propio destino constituye la base del principio de sub sidiariedad. Aquella niña se rebela ahora al comprobar cómo se atrofia cuando el Estado asume un papel que no le co rresponde. Si proporciona demasiada asistencia deja a los ciudadanos «despro vistos, empequeñecidos».

Los vecinos de Vallouise, por ejem plo, se encargaban de la limpieza de los canales de riego, pero el Gobierno fran cés juzgó que la tarea no se hacía bien

y planteó enviar funcionarios a cambio de un nuevo impuesto. «Limpiar —rei vindica— nos permite confraternizar, y eso es muy importante». Para que salga adelante, todos deben comprometerse. Se trata de una decisión conjunta en la que la comunidad pone su confianza. «Es una cuestión de fe», dice Delsol.

¿Resulta utópica esta visión?

Claro que sí, porque se necesita que todo el mundo esté de acuerdo. Inevitable mente, siempre habrá quien compare esfuerzos —«Yo fui y aquel no»—, pero ¿no es también el mejor modo de hacer las cosas juntos?

¿Cuál es la cara y la cruz de la autonomía?

La mayor dificultad es que genera des igualdades y, por tanto, divide. No obs tante, merece la pena intentarlo. La ac ción es la única forma de que las personas desarrollen su potencial, enriquezcan su existencia y dejen huella en el mundo.

¿Por qué deberían los Gobiernos fomentar propuestas ciudadanas como la de su aldea?

Porque contribuyen al bien común. El Es tado debe cuidar las iniciativas orienta das al interés general, apoyarlas, velar por que usen de manera prudente los fondos públicos, y, en caso de insuficiencia, su plirlas. Podría decirse que el principio de subsidiariedad se niega a estatalizar la política. Cualquier ciudadano o per sona jurídica puede convertirse en actor del interés general en todos los ámbitos: educación, sanidad, cultura….

Parece una reacción al «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo».

Los presupuestos antropológicos de la subsidiariedad descartan las teorías del gobernante que conoce el bien de sus súbditos mejor que ellos mismos, ya sea el déspota ilustrado o el gobierno tecno crático moderno.

¿Cuál es el pilar del principio de subsidiariedad?

Se sostiene en la creencia cultural de que el hombre es capaz y de que crece a través de sus acciones. La autonomía humana se concibe como un valor tan impor tante como los bienes materiales. No todos están de acuerdo. Los europeos, por ejemplo, suelen decir que el brexit ha empobrecido a los ingleses; no entienden que hayan priorizado su independencia.

¿Se trata de una creencia en crisis? Sí, porque Occidente, que es donde se originó el principio de subsidiariedad, está en proceso de desprenderse del cris tianismo. A medida que estas democra cias se vuelven materialistas, prefieren un gobierno tecnocrático que distribuya bienes, en lugar de un gobierno subsidia rio que promueva la autonomía de los in dividuos, aunque eso también provoque desigualdades.

¿Podría ilustrar la tesis?

En el estado del bienestar francés, todo el mundo tiene derecho a una educación

«El principio de subsidiariedad se sostiene en la creencia de que el hombre es autónomo, capaz y de que crece a través de sus acciones»

«La verdadera definición de la libertad europea es “Mi libertad acaba donde empieza mi responsabilidad”»

universitaria gratuita. En cambio, según el enfoque de un estado subsidiario, solo sería gratuita para quienes no pudieran asumir los costes. Esto, además de visi bilizar la diferencia entre los que pagan y los que son becados, suscita otra des igualdad: los que trabajen bien y carezcan de recursos, recibirán ayudas; los demás, aunque no sean buenos estudiantes, se matricularán porque se lo pueden per mitir. Nuestras sociedades rechazan ese desequilibrio, y por eso no aceptan el principio de subsidiariedad.

¿Sobrevalora los títulos la sociedad actual?

Imagina que viajas en un barco durante una tormenta. Hay riesgo de que se hun da y sientes miedo. ¿Prefieres que esté al mando un capitán recién graduado o un viejo capitán sin diplomas que ha nave gado toda su vida? Competencia frente a prudencia. Cualquiera elegiría al timonel avezado. La prudencia es una acumula ción de experiencia, de juicio; la com petencia es racionalidad. Realmente se necesitan ambas, pero la subsidiariedad subraya la experiencia. El problema hoy es que el estado del bienestar confía las decisiones a quienes salen de grandes es cuelas. Y eso no basta; no se puede pensar que por haber estudiado ya se es capaz.

Suiza se destaca como el país más subsidiario del mundo. ¿Por qué?

Creo que es una sociedad extraordina riamente civilizada. Su carácter —cau to, reflexivo, cortés…— propicia que se entienda el principio de subsidiariedad. También influyen factores históricos y geográficos. Por un lado, el hecho de que varios cantones se unieran para luchar contra el imperio de los Habsburgo. Por otro, sus montañas, que cortan y aíslan los valles.

¿Tiene algo que ver su democracia directa?

¡Claro! Una democracia muy cercana a la

gente va de la mano de la subsidiariedad. Pero, en contra de lo que solemos creer, estos dos elementos no siempre están unidos: una sociedad democrática no es necesariamente subsidiaria.

Tras estudiar la Antigua Grecia, siguió el rastro de la democracia en el sistema escandinavo.

Estos dos polos democráticos son nues tros abuelos. Diez siglos después de los griegos, la democracia escandinava fue algo extraordinario a partir del siglo vi. Separados por el agua, fiordos y lagos, estos pueblos no podían reunirse con facilidad. Así que, cada uno en su rincón, inventaron un sistema participativo con asambleas que votaban a un rey que no tenía poder. Cuando, bajo la influencia de los cristianos, la democracia empezó a debilitarse en estas regiones, los norue gos y los suecos se enfurecieron porque estaban acostumbrados a ser autónomos.

De hecho, los noruegos se subieron a los barcos y se fueron a Islandia. Allí monta ron una democracia increíble donde todo lo decide la asamblea.

¿Cuándo comenzó el Gobierno a reunir tanto poder?

Fue en el siglo xviii, por la pasión por la igualdad que Tocqueville describe tan bien. En respuesta a los excesos en la jerarquía y las desigualdades, el Estado se volvió prominente y se suprimió cada vez más autonomía.

¿Se convirtió entonces la igualdad en el bien común?

El bien común es muy complicado de definir. Varía según la época e incluso cada sociedad puede determinar su bien común. En Suiza es la autonomía. Y en Francia, la igualdad.

¿Quién determina ahora el bien común?

Hoy día, que el cristianismo se está des vaneciendo, es el Estado el que decide

En enero de 2025, Delsol presentó su último libro, Insurrection des particularités

sobre la moralidad. Pero el bien común lo definen las sociedades, la opinión pú blica, una corriente mayoritaria difícil de precisar... En todo caso, no es posible que un Gobierno lo establezca en contra de la sociedad. Por ejemplo, nunca podría decir que el bien común es prohibir el aborto si la sociedad dice que hay que permitirlo.

¿Qué diferencia el bien común del interés general?

Esta es una pregunta histórica. El bien común enraíza en Aristóteles y se de sarrolla con el tomismo. Sobre todo, está definido por la Iglesia y tiene una dimensión espiritual; lo común es im

portante porque hay vínculos entre las personas. Por su parte, el interés general es un concepto moderno —apareció con Rousseau— que apunta a lo colectivo y material. Hace cincuenta años se hablaba solo del interés general, pero el bien co mún vuelve a estar de moda. La razón es que está resurgiendo una moral laica que podemos llamar humanitarismo. Busca valores espirituales —inclusión, bondad, tolerancia—, pero despojados de las raí ces cristianas. Al final, se parece un poco a la mentalidad china: espiritualidad sin trascendencia.

¿Puede una sociedad individualista tener noción del bien común?

Nuestras sociedades no son solo egoís tas. Están en proceso de recrear una mo ral que lucha contra el individualismo. La ecología, que es un movimiento podero so entre las generaciones más jóvenes, exige que todos se sacrifiquen por el bien común. Sorprende porque hubo un pe riodo en que tuvimos la impresión de que nadie quería ser responsable de nada. A través de la ecología renace el sentido de la responsabilidad, y eso es bueno. No podemos ser individualistas todo el tiempo, no podemos quedarnos sin moral. «Si Dios no existe, todo está per mitido», decía Dostoyevsky. Pero no es cierto, en su lugar habrá otro código que explique lo que se prohíbe. Los chinos nunca han tenido un dios y siempre han tenido moral.

¿Ha encontrado el movimiento ecologista un nuevo objeto de adoración?

El lado positivo de esta tendencia es una suerte de rechazo al materialismo. Hace medio siglo, había gente que trabajaba veinte horas al día para poder ganar di nero y comprarse coches grandes. Hoy muchas personas no necesitan eso; les parece suficiente la jornada de siete ho ras porque quieren cuidar a sus hijos. De forma simultánea, algunos ecologistas acaban adorando la naturaleza y convir tiéndose en panteístas, cosmoteístas… Al desaparecer el cristianismo, intentan suplir la necesidad de adoración. No soy yo quien debe juzgarlos, aunque, como católica, me apena que abracen el paga nismo. Pero también creo que hay que aceptar que las cosas cambian.

Edmund Husserl definió la espiritualidad europea como una filosofía que entiende el mundo como una cuestión por resolver.

Hacerse preguntas para averiguar la ver dad es algo específicamente europeo. Un gran autor chino, Liang Shuming, comparó las tres grandes culturas del mundo: «La china acepta lo que es. La in

dia busca la nada. Y la europea mira hacia adelante, avanza». Husserl, al final de la conferencia titulada «La crisis de la hu manidad europea y de la filosofía» (1935), también dijo que «todos los pueblos se han occidentalizado, pero nosotros nun ca nos indianizaremos». Se equivocaba: estamos en proceso de volvernos indios.

¿Qué caracteriza hoy a Europa?

La libertad y luego la noción de persona. Los europeos nos horrorizamos al pensar en la Shoah. Consideramos normal reac cionar así, y no lo es en absoluto. Unos camboyanos realizaron su tesis conmigo después de la dictadura de Pol Pot. Ha bían perdido a toda su familia, pero no entendían por qué se creaban tribunales en su país. «Nos conformamos con el karma», decían. Cuando doy conferen cias en China, si hablo de la persona, se ríen: «Madame Delsol, está soñando. Los humanos son insectos, no personas». De esa idea del individuo tan verdade ramente europea surgen la libertad y la responsabilidad.

«Se piensa que las cosas saldrán mejor si las hace Europa. Yo no lo creo. Es mucho mejor que cada nación se ocupe de sus asuntos»

«La forma en que está organizada la familia desempeña un papel clave en la enseñanza de la responsabilidad de la libertad»

¿Procede esta idea de persona de la cristiandad?

El cristianismo la toma del judaísmo. En la Biblia, el hombre le pregunta al Señor: «¿Quién soy yo para que te acuerdes de mí?». Existe la creencia de un Dios que piensa en el hombre, y de ahí viene la idea de persona.

¿Qué definición de libertad impera en Europa?

Nuestros contemporáneos repiten como un mantra el lema revolucionario: «Mi libertad termina donde empieza la liber tad de los demás». Se trata de una fuerza inercial, se mueve hacia ti, avanza sin cuestionarse nada. Sin embargo, la verda dera definición de la libertad europea es otra: «Mi libertad acaba donde empieza mi responsabilidad». Desde el momento en que sabes lo que depende de ti, eres responsable: primero de uno mismo y luego de los que te rodean. Entonces la acción se ve frenada, porque tienes autonomía y pones barreras a la libertad. De lo contrario, si la libertad llega hasta donde quiere, puede, al límite, ir en con tra de la realidad misma.

¿A qué se debe este cambio de paradigma?

A que a los niños no se les educa para ser libres. Los adultos deben dar ejemplo y explicar las cosas. La libertad es algo que se aprende. En una familia, en general, la madre tiende a dar mucha ternura y amor, y el padre aporta la libertad. Mien tras que la madre es más propensa al «Va mos, pórtate bien», el padre, que no llevó al hijo en su vientre, es capaz de decirle «No. Eso no». Estudios sociológicos en Estados Unidos y Noruega muestran que el 95 por ciento de los jóvenes delincuen tes son niños que han crecido sin la figura paterna. La forma en que está organizada la familia desempeña un papel clave en la enseñanza de la responsabilidad de la libertad.

¿Cómo repercute la ausencia del padre en la comunidad?

En un país como Francia, se producen tantos problemas de inseguridad porque muchos jóvenes no tienen padre y por que el Estado es democrático. En otras palabras, nada les detiene, así que sacan sus cuchillos y hacen cualquier cosa.

La solución para evitar el caos sería… O abolir la democracia o aceptar al padre.

¿Está preparada la ciudadanía contemporánea para la subsidiariedad? Cuando las personas han estado priva das de su acción durante décadas, por ejemplo, en el totalitarismo comunista, les cuesta recuperarla. Ya no saben lo que es una decisión personal. En el lado opuesto se sitúan países como Alemania o Suiza, donde la sociedad subsidiaria se puede desarrollar con naturalidad. Sin embargo, en Francia resultaría complejo, sencillamente por falta de costumbre. Cuando se cae un árbol, a los vecinos no

se les ocurre sacar sus herramientas y recogerlo. Avisan a los servicios públicos y, si no llegan, les culpan de ineficiencia.

¿Han contribuido las instituciones europeas a desvirtuar el principio de subsidiariedad?

Europa, a mi pesar, es un Estado cen tralizado, no una confederación, donde cada país podría tener más autonomía y arreglárselas muy bien. Pero, según he observado, son los propios Gobiernos los que, para eximirse de responsabilidad, han puesto a Europa al mando. Hay una tendencia a pensar que las cosas saldrán mejor —que estarán en manos de funcio narios más competentes y habrá más di nero— si las hace Europa. Yo no lo creo, porque Europa es demasiado grande. Es mucho mejor que cada nación se ocupe de sus asuntos.

¿Cuál es la causa de esa fuerza centrípeta?

Proviene en gran medida de las dos gue

rras mundiales. En estas circunstancias se produce inevitablemente una cen tralización: es el Estado el que se hace cargo. Pero cuando finaliza la contienda, le resulta difícil desprenderse de esos po deres, porque el Estado quiere mandar, quiere ser grande.

¿Ve posible revitalizar el carácter subsidiario de la sociedad?

Restablecerlo supondría la tarea ardua de reformar todas las creencias y comporta mientos. Si se desconoce la subsidiarie dad es porque los de arriba desprecian a los de abajo y sienten una admiración excesiva por los títulos. La subsidiarie dad solo puede desplegarse si se cree en el sentido común.

En cuanto al futuro, siempre soy op timista. Nuestra época no es peor que las anteriores, al contrario. Y creo en la capacidad de nuestros descendientes para imaginar situaciones que aún desco nocemos. Nuestros hijos serán los poetas y científicos de la era venidera. Nt

Además de haber escrito más de treinta ensayos sobre filosofía política, Chantal Delsol es autora de cinco novelas.

MIND

La frontera entre el hombre y el mundo

Lo serio y lo jocoso son dos conceptos que se confunden en la conversación cotidiana y, muchas veces, se condena a personas por el simple hecho de hacer una broma que se percibe como un comentario hiriente.

ALUDVIK JAHN no le faltó de nada en su juventud, salvo la libertad de bromear con su novia por correspondencia, que fue lo que le condenó al destierro y la soledad. Han pasado 57 años desde que Milan Kundera publicó su primera novela, La broma, con la que exploró la tensión entre el individuo y los núcleos de poder, en este caso representados por el comunismo en la antigua Checoslovaquia, a través de la censura y la cancelación; dos fenómenos que se repiten como un mantra en la sociedad contemporánea.

Este joven universitario y activo miembro del Partido Comunista mantiene una relación epistolar con Marketa, una mujer ingenua y profunda devota del sistema. En uno de estos intercambios postales, el protagonista escribe en tono jocoso: «¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotski!», y lo firma sin imaginar que ese comentario estaba sentenciando su vida. Las autoridades lo interpretan como una burla y una traición al optimismo ideológico imperante, así que lo echan del Partido, de la universidad y le envían de manera forzada a un campo de trabajo.

Desde el principio, Ludvik se describe como un tipo irónico que se ríe para refugiarse emocionalmente de un mundo en el que no se puede expresar; lo que se conoce como tener sentido del humor. En El chiste y su relación con lo inconsciente, Freud habla de la broma como una vía de escape para

toda aquella hostilidad provocada por la represión del grupo. Y eso es lo que Ludvik Jahn hace. Sin embargo, el resto considera que comete una imprudencia que amenaza y cuestiona el orden establecido.

De acuerdo con las palabras de Kundera en una entrevista para A fondo en 1980, «el mundo de la política no comprende la broma». La censura del humor y la falta de libertad de expresión significan hoy un reflejo del miedo a toparse con opiniones disidentes que puedan resentir a los sistemas de poder. Y, en última instancia, al chiste se le usurpa la ligereza de la risa, que aleja al individuo de la coerción.

Sin embargo, pocas veces se tiene en cuenta que la broma no es más que un acto de habla humorístico que depende de cómo el receptor interpreta el mensaje. Aunque Ludvik hace un comentario jocoso para afirmarse en su autonomía intelectual —se trata de un mecanismo de individualización—, lo que realmente le condena a la marginación es que el grupo cree que no acepta la verdad impuesta. En ese sentido, se podría decir que el protagonista de la novela de Kundera fue cancelado.

En 2018 le ocurrió algo similar al humorista Dani Mateo, quien, durante un sketch en El intermedio, se sonó la nariz con la bandera de España para expresar que solo es «un trozo de tela, un símbolo, y queríamos mostrar que es más importante el ser humano que se encuentra debajo». El público no lo recibió así, por lo que, ante el cabreo general, se convirtió en víctima de numerosas amenazas, lo denunciaron por ultraje a la bandera y le arrebataron su libertad de expresión: «No sé para qué salí a decir nada», afirmó en una entrevista para El Confidencial.

LA PREGUNTA DE LA AUTORA

¿ El humor tiene límites o debería poder transgredir cualquier norma sin consecuencias?

En la sociedad actual, cuando un chiste no encaja con los parámetros de lo políticamente correcto, la masa censura y cancela de manera inmediata a la persona y la condenan al ostracismo. Con su broma, Dani Mateo perdió su pertenencia al colectivo, pero también voz; tal y como le ocurrió a Ludvik a través de la intimidad de una carta. Estas dos caídas no fueron provocadas ni por justicia poética ni por un castigo divino, sino por una cadena de coincidencias absurdas. Detrás de una burla que no se comprende, emerge la hipervigilancia, la tensión y la duda en un entorno que niega la idiosincrasia. A pesar de que funcione como un modo de resistencia a la vida, la broma es una frontera entre el hombre y el mundo, y cada individuo deberá escoger su lado.

@NTunav

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Izaro Díaz Manso [Filg 24] formó parte de la primera edición del Programa de Edición de Revistas Culturales de Nuestro Tiempo y dos de sus grandes pasiones son el teatro y la novela. Actualmente, trabaja como redactora en Diario de Noticias.

Si el olvido empieza a ganar la partida

Durante el último año de la carrera de Diseño, Belén García López [Arq 24] creó Asterisk, un juego modular que sirve de terapia para quienes padecen demencia. La iniciativa resultó ganadora en un concurso promovido por el Centro de Longevidad de la Universidad de Stanford.

texto Irene Guerrero Menoscal [Fia Com 20] fotografía José Juan Rico Barceló

entre pirámides y cilindros, la pequeña Belén García López construía ciudades en el salón de su abuela María Teresa Compartía tardes de juegos en Cartagena (Murcia) con sus trece primos del lado materno. Si se escuchaba algún «Me aburro», les ofrecían unos cuantos rotuladores y varias hojas en blanco que, trazo a trazo, quedaban llenas de tres en raya, formas simples y palabras. Su inocencia les impedía distinguir lo que resultaba extraño a ojos de sus padres: entre ellos garabateaba también la dueña de la casa. Belén no conserva ese recuerdo. Lo que sabe se lo contó su tía Belén, pedagoga especializada en la atención a adultos mayores, cuando le explicó el proyecto con el que pretendía poner el broche al grado en Diseño que cursaba en la Universidad de Navarra. Inspirándose en los bloques de construcción de su niñez, quería desarrollar un juego de mesa que pudiera servir de terapia a las personas que sufren demencia. Como su abuela.

Su mirada se centró en el diseño a los quince años, en cuarto de la ESO. Entre las materias optativas, se decidió por Diseño Gráfico, Cerámica e, incluso, Carpintería. «¡Me fascinó elaborar taburetes y cajitas!», dice. O un tres en raya que aún conserva. No le importó que la clase estuviera llena de chicos; solo soñaba con crear objetos. Para reunir las herramientas adecuadas, se presentó a todos los concursos de diseño en Murcia y alrededores: «Necesitaba dinero para comprarme un ordenador. No dejaba pasar ninguna oportunidad, por si sonaba la flauta». Y sonó: eligieron su propuesta para el cartel de la feria de Lora del Río, una pequeña localidad andaluza. Consiguió añadir 150 euros al bote de ahorros y, sobre todo, demostrarles a sus padres que tenía madera para perseverar en ese camino. El esfuerzo familiar, unido a una beca, le permitieron mudarse a Pamplona para iniciar el grado en Diseño en la Escuela de Arquitectura.

aprender jugando. La primera lección no tardó en llegar. «Los objetos en los que trabajamos los diseñadores no están reservados a las minorías pudientes, deben ser accesibles a todo el mundo», defiende Belén. Además de este concepto, hubo otro que suscitó su reflexión: el sentido del juego. Redescubrió esta realidad en tercer curso, como alumna interna del departamento de Teoría, Proyectos y Urbanismo. A los educadores, según señala el profesor Andrés Tabera, esta metodología, más activa y relacional, les posibilita «romper con los roles del maestro que todo lo sabe y el alumno que solo recibe».

El historiador y filósofo holandés Johan Huizinga abordó en 1938 el fenómeno lúdico en el libro titulado Homo ludens. Apoyándose en un recorrido por las civilizaciones antiguas, el pensador argumenta que el juego ha actuado de levadura para configurar las diversas manifestaciones culturales, entre las que cita

el lenguaje, el arte, la ciencia, la política, el derecho y la religión. Además, sostiene que posee la capacidad única de establecer un espacio para la creación de nuevos significados y vías de interacción social.

Durante su etapa en el campus, Belén experimentó la «gran virtud educadora» a la que también se refirió Santiago Ramón y Cajal en sus memorias. El científico considera los juegos de la niñez «una preparación absolutamente necesaria para la vida». Incluso deposita en ellos «gran parte del porvenir» del ser humano.

Con el mismo carácter emprendedor con el que, como estudiante de secundaria, se presentaba a los certámenes de diseño, Belén se inscribió en diferentes convocatorias que buscaban respuestas innovadoras a retos sociales. En 2021, compitió en el Inn BIG Challenge, organizado por Innovation Factory, Tantaka e Imagine Creativity Center de San Francisco. Su equipo, que conquistó el

segundo premio, ideó una plataforma de escucha intergeneracional orientada a reflexionar sobre el futuro de las personas centenarias.

Un año después, participó en el proyecto Next Gen Seniors de Ikea con el objetivo de rediseñar la ciudad para la sociedad más longeva de la historia. El grupo de Belén planteó convertir edificios en desuso en residencias y su propuesta resultó ganadora. Las plantas inferiores se destinarían a servicios públicos en los que personas de la tercera edad pudieran sentirse útiles, y las superiores se acondicionarían como miniviviendas privadas.

A raíz de estas experiencias, Belén se dio cuenta de «la poca atención que prestamos a los mayores» y de cómo muchas empresas «están fallando en reconocer su potencial económico y social».

El hecho de que ambas iniciativas confluyeran en una corriente temática avivó el interés de Belén por seguir investigando sobre las necesidades de una pobla-

—Aprendizaje servicio. Belén García desarrolló Asterisk como TFG del grado en Diseño. El juego modular permite ejercitar la psicomotricidad fina y estimular las funciones cognitivas de personas con demencia.

ción que va en aumento. La Organización Mundial de la Salud calcula que, entre 2015 y 2050, el porcentaje de los habitantes del planeta mayores de sesenta años casi se duplicará, pasando del 12 al 22 por ciento. Es decir, alcanzará los 2100 millones de personas. Para adaptarse a este profundo cambio, conocido como transición demográfica global, los países están reorientando su mirada hacia esta generación.

Desde 2020, el Centro de Investigación Ageingnomics, impulsado por la Fundación Mapfre, monitoriza el progreso de la economía de la longevidad en Europa a través de un indicador: el Senior Economy Tracker. A mediados de julio presentó los resultados de su primer informe. De los 27 países analizados, tres ilustran los principales patrones de evolución. Dinamarca, con 43,41 puntos, lidera el mayor avance, mientras que Croacia, con 18,22 puntos, ocupa el último lugar. En la zona intermedia se encuentra España, con 31,02.

Tras sumergirse en la bibliografía existente, Belén deseaba conjugar las líneas de investigación sobre el juego y la longevidad en su trabajo de fin de grado. Se atascó en el momento inicial: «Tenía que diseñar un producto físico que resolviera una necesidad, pero no terminaba de ver por dónde iban los tiros». Y el punto de inflexión lo marcó una revisión con varios docentes que le abrió la oportunidad de ir a una residencia de mayores para conocer los materiales que utilizaban en casos de deterioro cognitivo.

de la teoría a la práctica. En uno de los cinco centros de día que Solera Asistencial administra en Pamplona, Belén observó que juegos tradicionales como el ajedrez se emplean ante los primeros signos de demencia. Conforme la enfermedad merma las habilidades cognitivas de los pacientes, se recurre a puzles sencillos. Sin embargo, como advierte Belén, «no están pensados para

ellos». «Me conmovió ver a un señor de unos setenta años armando un rompecabezas con la imagen de Peppa Pig», lamenta.

Aquella escena desbloqueó su proceso creativo. Si cada año nacen menos niños y la esperanza de vida se dilata, comenzó a plantearse Belén, ¿tienen futuro las empresas que solo fabrican juguetes educativos infantiles?, ¿cuál sería el lenguaje adecuado para enfocarlos hacia la tercera edad?, ¿cómo diseñar una herramienta terapéutica digna que responda a las necesidades progresivas de los pacientes? Así, de la mano de Andrés Tabera, su tutor en la Escuela de Arquitectura, gestó Asterisk, un juego que ofrece un tratamiento adaptativo para la demencia. Eligió ese nombre porque define el proyecto tanto en el plano conceptual como en el formal. Por un lado, Belén escribe un asterisco al lado de la palabra juego para corregir, repensar, su significado. Por otro, toda la propuesta gráfica se origina en su geometría estrellada. Asterisk favorece la psicomotricidad fina y la estimulación cognitiva. El primer objetivo se entrena mediante el manejo de seis fichas. El segundo, gracias a un tablero modular que se adapta a los límites que va imponiendo la enfermedad. Al principio, se puede jugar al ajedrez, al tres en raya o al cuatro en raya. Después, invita a formar palabras o números para hacer cálculos sencillos. Y, en tercer nivel, fomenta la comunicación apoyándose en símbolos más básicos.

Desde la fase temprana hasta la avanzada, la demencia conlleva el olvido de nombres, lugares o acontecimientos, pero también de un conjunto de acciones motoras que el cerebro ya no es capaz de dirigir de manera precisa y coordinada. Estas habilidades, conocidas como praxias, permiten realizar actividades cotidianas como escribir o vestirse. Belén ha diseñado las fichas de Asterisk de modo que traduzcan cada praxia: el paciente, al agarrarlas de una manera específica, por ejemplo como quien sostiene una llave al introducirla en la cerradura, ejercita el sistema nervioso.

—Premio en Stanford. Belén y su tutor, Andrés Tabera, posan con el galardón obtenido en el concurso del Centro de Longevidad de Stanford.

A lo largo de cuatro meses, la estudiante realizó varias sesiones en el centro de día Pío XII de Solera con tres usuarios que pusieron a prueba sus prototipos. Escucharon atentos mientras ella les explicaba el juego y, al terminar la demostración, acercaron sus manos temblorosas a las fichas para imitarla. Belén no perdía detalle: «Observaba qué funcionaba y qué no, si el tamaño más grande de las piezas hacía que las manipularan mejor, si las instrucciones eran intuitivas, si el contraste de color facilitaba su visualización». Como señala su tutor, Andrés Tabera, «encontrarte en un ecosistema donde validar aquello que tu lápiz está dibujando es otro nivel de aprendizaje».

del esbozo al mundo real. El profesor Tabera, en pleno permiso por paternidad, buscaba huecos para revisar los progresos de Belén e indicarle mejoras. La impresora 3D que le había prestado una amiga funcionaba 24/7 en su cuarto. Era tal el ruido que tuvo que dormir en el sofá para poder descansar algo. «Me levantaba con frecuencia para asegurarme de que todo se estaba imprimiendo correctamente», comenta entre risas. Entonces la alumna tomó una decisión crítica: no depositó su trabajo fin de gra-

do en la primera convocatoria. «Renunció a optar a la matrícula de honor por entregar un proyecto completo, bien hecho, con el tiempo que requería validarlo en un entorno real», celebra Tabera. Como tutor, sabe lo complicado que resulta hacer entender a los estudiantes que, a veces, esperar a la segunda convocatoria es mejor.

En realidad, hubo una tercera. A mediados de septiembre de 2023, el Centro de Longevidad de la Universidad de Stanford lanzó su reto anual de diseño bajo la premisa «Designing for Life Transitions» al que Belén, alentada por su mentor, decidió inscribirse. De entre las 228 candidaturas de 34 países, el jurado eligió ocho finalistas. Asterisk no solo fue la primera iniciativa española en alcanzar esta fase del concurso, sino también la única planteada como un producto exclusivamente físico. «Quizá esto cambie cuando nuestra generación llegue a los 80 años, pero ahora no tiene mucho sentido diseñar algo digital para adultos mayores», zanja. El 9 de abril, ya en el campus californiano, los equipos defendieron sus propuestas ante un panel de expertos que, tras cada exposición, analizaba sus fortalezas y debilidades. En el caso de Asterisk, resaltaron la naturaleza táctil del juego, frente al auge de formatos electrónicos y virtuales. Durante el cóctel posterior, Belén comprobó la expectación que su proyecto había despertado. «Apenas pude estar con mi familia», justifica. Aun así, se llevó una gran sorpresa cuando el jurado proclamó a Asterisk como la idea ganadora del concurso. «Inmediatamente, llamamos a Carlos Naya. ¡Y eso que en España era de madrugada! —recuerda—. El director de la Escuela de Arquitectura había seguido el evento desde Pamplona y fue el primero en felicitarnos».

De Palo Alto, Belén y el profesor Tabera regresaron con el premio de 10 000 dólares y muchas ganas de emprender juntos un nuevo viaje: el que lleva Asterisk hasta centros residenciales y hogares. Como apunta Marie Conley-Smith, investigadora del Centro de Longevidad de Stanford, «los cuidadores y los fami-

liares buscan maneras de relacionarse con sus seres queridos que, debido a la demencia, interactúan con el mundo de forma diferente, y este proyecto les ofrece una solución divertida y accesible».

Pasada la locura mediática que desencadenó el galardón, Belén ha podido leer con calma los mensajes en los que instituciones y particulares le preguntan dónde pueden comprar el juego. También han recibido propuestas de varios inversores para apoyar la comercialización de un producto que ahora mismo no existe en el mercado. En la actualidad, ella trabaja en un estudio de packaging de Madrid. Pero persevera en su sueño: que sus creaciones formen parte del día a día. Por eso solía imaginarse dentro del equipo de Ikea, «porque es un diseño que realmente toca la vida de las personas». Con Asterisk está un poco más cerca de conseguirlo. Nt

—Piezas del juego. El tablero modular y las fichas de Asterisk permiten ejercitar tanto la psicomotricidad fina como la estimulación cognitiva de los pacientes.

—Concepto. La presentación muestra cómo todo el diseño de Asterisk se origina en la geometría estrellada del asterisco.

—Manual de uso. Los materiales gráficos explican cómo manejar cada pieza para ejercitar movimientos cotidianos como usar una llave.

Como escribir cartas de amor

En las páginas de Nuestro Tiempo, la primera persona que utilizó la expresión «periodismo lento» fue Paco Sánchez [Com 81 PhD 87], en un «Vagón-bar» de 2020 titulado «Gente que mira bien». La empleó para describir cómo entiende el oficio Ander Izagirre [Com 98], un reportero que huye del vistazo somero y del juicio frívolo, que da a las historias su tiempo porque solo así aflora lo relevante. Desde julio de 1954, la revista NT intenta ayudar a los lectores a comprender los vericuetos del mundo con una mirada pausada y profunda. Por eso nadie mejor que el tándem formado por Paco y Ander para celebrar que esta manera tan universitaria de entender el periodismo ha cumplido siete décadas.

queda poco más de una hora para que empiece todo, y en el vientre de la revista se gesta una ilusión nerviosa. Una puerta gris de cinco centímetros de grosor hace que la escena se viva en la intimidad de la redacción. Los periodistas Teo Peñarroja [Fia Com 19], Ana Eva Fraile [Com 99] y Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] rondan de mesa en mesa, de despacho en despacho. Acaban de llegar los primeros alumnos colaboradores, Rodrigo Fernández de Mesa [Filg 25] y Andre Quispe [Fia Com 26], que saludan y buscan una función a la que agarrarse, la que sea. «¿Qué versión del Cumpleaños feliz os parece mejor? —les pregunta Lucía—. ¿La de Parchís? Poco seria, ¿no?»

Teo, el editor, ha salido a tomar el aire. Dice que ha superado una especie de barrera del sonido, pero de los nervios, y que «ya está»; lo que tenga que pasar... Ana Eva, redactora jefe, señala unas pegatinas que llegaron a la hora de comer. «¿Están ordenadas ya?», consulta. Son las etiquetas con los nombres de los más de doscientos invitados al setenta aniversario. Algunos de estos apellidos esconden décadas de lectura fiel y gozosa de la revista. Esta tarde vienen a la facultad, quizá

—Los protagonistas. Durante su discurso, Teo agradeció la presencia de colaboradores, fotógrafos, lectores, diseñadores, redactores y demás grupos que hacen posible la realidad de NT. En la pantalla, quedaron iluminadas las distintas manchetas que ha tenido la revista a lo largo de su historia.

por primera vez. «NT me acompaña desde hace 53 años», escribirá días después Sara Caso, en un correo electrónico. También Daniel Sierra, a corazón abierto: «Nuestro Tiempo es mi ancla para parar y pensar cuando la vida me arrastra. Para leer con pausa cuando parece que no hay tiempo para nada más».

Los bedeles empiezan a montar las mesas en el vestíbulo del edificio. Sobre ellas se colocan, además de las tarjetas identificativas, tres montones a rebosar de ejemplares del número 720. Y dos sorpresas. Tras un año de cocinado junto con la editorial EUNSA, hoy se pone a la venta en primicia un librito, el primero de la colección Temas de Nuestro Tiempo. Felipe Muller inaugura con Nadie habla esta serie que nace con la vocación de zarandear al lector un par de horas. Además

de esta novedad, un regalo espera a los invitados. Se trata de una bolsa de tela con un diseño especial: una de las ilustraciones que Pedro Perles creó en 2021 para el ensayo «Peregrinos y errantes. Sobre libertad y compromiso en el mundo actual», del catedrático José María Torralba. Aquel abrazo que vibraba en dos colores primarios —rojo y azul— mientras otras siluetas, bosquejadas en negro, proseguían su camino cobra esta tarde un nuevo significado.

Todo está listo ya. Cerca de doscientas sillas, el escenario, el atril, tres sillones para los protagonistas, una mesa de centro, tres vasos y una jarra de agua. También la pantalla gigante. El videowall de Fcom, que anuncia las actividades de la semana y a veces se dirige a los habitantes de esta casa con voz propia, proyecta desde las 13:15 h las siete cabeceras de NT a lo largo de estas siete décadas. Distintas manchetas, el mismo latido.

Pasadas las seis, Teo y Lucía testean el sonido y ponen a prueba el guion. Mientras tanto, Ana Eva revisa el plan con los alumnos que van a colaborar en la organización. Desde que participaron en el Programa de Edición de Revistas Cultu-

rales, que se estrenó el curso 2022-23, consideran a NT como un miembro más de su familia universitaria y han querido vivir el festejo desde dentro. Cristina Cuadrado [Com 27], Hombeline Ponsignon [Fia Com 26] y Victoria Schneider [Com 26] se encargarán de las acreditaciones con la ayuda de Valeria Solano [Com 23]. Andre estará pendiente de acompañar a quienes cuentan con asientos reservados. Víctor Maspons [Der Fia 25] y Rodrigo se ocuparán de los cambios en el escenario. Y Viola Lumina [Com 26] acercará la tarta cuando llegue el momento de soplar las velas. El simulacro continúa hasta que alguien percibe que fuera, en la explanada, dos figuras caminan, lentamente, hacia donde estamos. Son Paco Sánchez [Com 81 PhD 87] y Ander Izagirre [Com 98]. «Habrá que ir poniéndose el traje», dice Teo

Paco Sánchez (A Coruña, 1959) es un histórico columnista de La Voz de Galicia y profesor titular de la Universidade da Coruña. En el campus de Pamplona, formó a una docena de promociones de periodistas. Dirigió Nuestro Tiempo entre 1989 y 1991. Dejó el cargo, pero nunca ha dejado de escribir. Se acomodó en la última página y las historias de su «Vagón-bar» cierran cada número desde hace veintiséis años.

Uno de los alumnos que hizo suyas las lecciones de Paco fue Ander Izagirre (San Sebastián, 1976). En las redes se pre-

senta como «periodista con botas» y ha publicado más de quince libros, siete de ellos en la editorial Libros del K.O. Debutó en 2003 con El testamento del chacal. Y el más reciente, Subcampeón, coescrito con Zuhaitz Gurrutxaga, se lanzó en 2023. Ander firmó sus primeras colaboraciones con NT en 1999, en la época de Miguel Ángel Jimeno [Com 89 PhD 94]. A la reseña de 402 palabras sobre la obra A China en bicicleta, de Gabriel Pernau, le siguió un reportaje de más de 3000 palabras titulado «Tour de Francia. Historia de un castigo». Se intuían ya dos de sus obsesiones: el ciclismo y los viajes. Discípulo y profesor —pero, sobre todo, dos buenos amigos— coinciden de nuevo en Nuestro Tiempo Teo les ha invitado a conversar sobre su oficio. El programa resalta el nombre del coloquio, «Periodismo lento para un mundo acelerado», pero ellos podrían hablar de cualquier cosa.

hijos pródigos de 'nuestro tiempo'. Nada más llegar a la Facultad de Comunicación, Ander y Paco dicen que quieren ver la redacción. Quieren asomarse a esa fuente de recuerdos. Les acompaña Beatriz Gómez [Com 99 PhD 06], directora del departamento de Periodismo, encargada de moderar la charla y amiga de ambos. «Pues no ha cambiado tanto», comenta Ander. «Al ver ese despacho siempre pienso en el “refugio de perdiz” de José Antonio», cuenta Beatriz. Se

—Aquí reunidos. Entre batallitas, Ander, Paco y Bea condujeron el coloquio hacia ese periodismo lento y el mundo acelerado que lo rodea.

—Historietas. Paco y Ander, maestro y alumno, sacaron a la luz viejas historias. A esto se le sumó la gran dirección de Bea Gómez.

—Legados. Teo abraza uno a uno a todos sus predecesores. En la imagen de la derecha, a Miguel Ángel Jimeno, director entre 1999 y 2007.

refiere al profesor Vidal-Quadras, una leyenda en la revista. A través de las secciones «Ecos del campus» y «Álbum de fotos», conseguía retratar el alma de la Universidad. Volvieron a referirse a él luego, en el coloquio, con emoción y una pizca de humor. «A mí me robó cientos de cigarrillos —recordará Paco—. Yo tenía un paquete especial de tabaco colombiano Pielroja. Un día descubrí que estaba vacío. Se los había ido llevando uno a uno». «Pero después nos daba contrabando de cosas que tenía por ahí…», matizará Beatriz Solo queda media hora para que empiece el acto. Los primeros invitados entran en la facultad con cierta timidez. Les socorren al instante los alumnos colaboradores, que lucen chalecos rojos. Cada persona recibe su credencial, y, encaramada al hombro, la bolsa conmemorativa inicia su peregrinaje. El propio Pedro Perles ha organizado un viaje exprés para no perderse la cita. Traspasa hoy la frontera virtual, aunque, en realidad, el ilustrador acompaña cada paso del equipo de NT. La galería de retratos de los directores que compuso con motivo del sesenta cumpleaños viste una de las paredes de la redacción. Una década después, sus trazos dejan huella en el nuevo aniversario.

En el vestíbulo, los encuentros y reencuentros se multiplican a todo color. Por fin Lucía pudo cumplir el sueño de conocer en persona a Paco. Una ilusión correspondida. Se comunican con asi-

duidad por correo electrónico, pero el intercambio de mensajes entre Oxford y A Coruña se intensifica a medida que se acerca la fecha de cierre de cada número. Él aprovechará su primera intervención en la charla para dedicarle unas cariñosas palabras: «Es mi handler, esa persona que dirige un grupo de espías. Sin ella sería incapaz de escribir. Tiene una paciencia infinita conmigo». Entre las caras amigas, se hallan Javier Errea y Ana Pérez, de Errea Comunicación, que han diseñado NT desde hace más de quince años. Gracias a ellos, esta cabecera es visualmente inconfundible, ojalá que como un viejo amigo entre la multitud.

Poco a poco, las cuadrillas migran hacia el escenario. Desde el atril, Lucía anima a los rezagados: «Vamos a empezar. Ocupen sus asientos, por favor». Siete antiguos directores presiden la primera línea: Esteban López-Escobar (19741979), Juan Antonio Giner (1979-1989), Paco Sánchez (1989-1991), Miguel Ángel Jimeno (1999-2007), Ignacio Uría (2012-2017), Miguel Ángel Iriarte (20182019) y Jesús C. Díaz (2019-2021). La música de Ludovico Einaudi enmudece los murmullos. Lucía toma la palabra: «Bienvenidos al 70 cumpleaños de Nuestro Tiempo. ¡Qué alegría me da ver tantos rostros conocidos! Poner caras a los que solo poníamos nombres…».

Antes de dar paso a Teo Peñarroja, invita a reflexionar sobre qué aspectos de la

revista y de su entorno han cambiado durante estas siete décadas: de la edición en papel a la digital, del diseño solo texto al relato gráfico, del aislamiento de la España de los cincuenta a la interconexión del siglo xxi... A pesar de esas transformaciones, señala Lucía, lo esencial permanece: «Nuestra manera de entender el periodismo sigue siendo la misma. Quizá hoy es incluso más necesaria que entonces: un periodismo lento, universitario —y por eso universal, sin partidismos— que ayude a comprender las complejidades del mundo sin simplificarlas».

Entre aplausos, Teo sube los dos escalones con la cabeza gacha. Viene a hablar de periodismo y lo hace desempolvando el género epistolar. Con la primera frase cautiva la atención de los invitados: «Editar una revista cultural es como escribir cartas de amor». Se mete en la piel de un náufrago que, desde la soledad de una isla desierta, lanza cartas al mar dentro de botellas vacías de ron. Cuando las ve flotando a la deriva, se pregunta dónde recalarán sus palabras. Se imagina a una Dulcinea, o tal vez una Beatrice, leyéndolas. En ese momento, Teo atisba el horizonte. «Ustedes son nuestra Dulcinea. Cada vez que pasamos horas discutiendo si merece la pena publicar tal o cual artículo, o releyendo un texto por enésima vez en busca de un verbo más adecuado, lo hacemos pensando en ustedes. Hay un cierto temblor cada vez que le damos al

botón de imprimir siete mil ejemplares o al de publicar una pieza en la web. Nos preguntamos si realmente alguien lo leerá, si le servirá de algo. Y los imaginamos a ustedes leyendo en un sofá, en una sala de espera o en el metro, ojalá levantando una ceja y murmurando: “¡Qué interesante!”». Esta tarde, el enamorado y Dulcinea se miran a los ojos. Solo les separan unos centímetros. Entonces el editor de NT dedica a los lectores, «el alma de la revista», la palabra más importante: «Gracias». Confesaba Paco Sánchez en el número 600 que las revistas culturales son hijas de personas enamoradas. En Nuestro Tiempo, esa declaración de amor la firmó Antonio Fontán en la primera página del número 1. Desde el corazón escribió en julio de 1954 la carta que ha guiado como una brújula a quienes han formado parte de la redacción durante estos setenta años: «Nuestro Tiempo aspira a ser una revista que recoja los latidos de la vida contemporánea, que informe y oriente acerca de los hechos, las ideas y los hombres que definen nuestra época, constituyen el presente y están creando el mundo del mañana».

El norte y el porvenir de cualquier medio permanece donde estuvo siempre: en la audiencia. «Nosotros no hacemos revistas —subraya Teo—, sino que ayudamos a nuestros lectores a tomar decisiones más informadas —más libres— en una sociedad cada vez más compleja». Para lograr esta misión, las historias de Nuestro

Tiempo salen al encuentro de los lectores, allá donde estén. Con vida propia, los temas se expanden y mutan en distintos formatos: la edición cuatrimestral en papel, la web —que acaba de estrenar diseño—, la newsletter semanal o la reciente colección de libros. Además, una nueva criatura convivirá en el «ecosistema cultural» de NT en 2025. El lanzamiento de Versión extendida, un pódcast para darle otra vuelta a la cultura contemporánea, inspirará nuevas conversaciones y dará aliento a las viejas.

Cinco propuestas para ensanchar el espacio de reflexión que comparten un estilo concreto de ejercer el periodismo. En una sociedad que tiene tantísima prisa, como señala el editor, Nuestro Tiempo cambia de marcha. Se adentra de forma reposada en las cuestiones de fondo que configuran la actualidad, otorga un lugar privilegiado a los temas culturales y reivindica la actitud universitaria que se acerca a la verdad a través del diálogo. Teo deja para el final un rasgo distintivo que permea los demás: «NT es una revista que mira desde el humanismo cristiano, convencida de que la razón se hace más profunda cuando se abre al misterio, y de que el mundo, aunque herido, siempre puede mejorarse».

periodismo lento, periodismo rápido. Cuando Teo baja del escenario, el festejo se vuelve polifónico. Beatriz ojea el guion, pero la complicidad entre los dos

protagonistas rompe el libreto. «Bueno, él es periodista —se arranca Paco refiriéndose a Ander—; yo solo soy lento». Beatriz ríe el chascarrillo y reconduce la conversación: «Ambos sois periodistas lentos, y creo que tiene que ver con lo que hemos venido a celebrar aquí: el buen periodismo. ¿Qué es esto del periodismo lento? ¿Es lento de hacer?, ¿de pensar?, ¿tal vez de cobrar?».

Mientras preparaba un reportaje sobre los mineros en el Cerro Rico de Potosí, en Bolivia, Ander descubrió que cada historia necesita su tiempo. Escribió un texto clásico, de seis o siete páginas, y se dio cuenta de que «solo había raspado un poquito la superficie». Entonces aprendió a «volver a los sitios». Vivió con la gente, en sus casas. «Esas familias —explica— decidieron depositar su confianza en mí para contarme historias que yo nunca había visto publicadas. Algo impensable en un vistazo apresurado. El periodismo lento permite ahondar en lo relevante». Aquel relato inicial se convirtió en el libro Potosí, que le valió el Premio Euskadi de Literatura (2017), English Pen Award (2018) y el Premio Ryszard Kapuscinski de Reportaje Literario (2022). Obviamente, el periodismo lento, el que invierte muchas horas en el trabajo de campo, requiere un formato extenso. En este punto Beatriz azuza el debate: muchos profesionales piensan que no les publican reportajes largos porque la gente no lee, aunque sí dedica horas y horas a escu-

char pódcast. «Cuando lo que se cuenta es una buena historia, si es larga, mejor —finiquita Paco—. La gente agradece las buenas historias largas». Ander asiente y cree que por eso los libros de no ficción están en auge.

Más allá de un desarrollo vasto y profundo, lo que hace único al periodismo lento, en opinión de Ander, es que permite elegir dónde se pone el foco. La guerra, el narcotráfico, la violencia —enumera— son asuntos que, por supuesto, hay que contar, pero sin relegar la ciencia, la cultura o el deporte a un plano secundario, ya que son el ámbito de historias importantes. «El periodismo lento cuestiona, de una manera que me parece bastante política, quiénes son los protagonistas», arguye. «¿Por qué gustan tantísimo las historias de Ander?», se pregunta Paco Por ejemplo, en Subcampeón, su último libro, habla de un perdedor. «Yo me iba reconociendo mientras leía —dice—. Todos somos un poco perdedores». Paco prosigue su turno con un revés. «El periodismo decisivo es el periodismo rápido, el del día a día, el que da la última hora. Luego lo arreglo —apostilla—, no os preocupéis». Reconoce que hay pocas personas que estén «a la altura de la noticia» porque precisa de un aprendizaje singular: personalidad estructurada, bagaje intelectual, destrezas técnicas… Pero sitúa la clave de esa preparación en otra variedad del oficio: «Una de las mejores maneras de formar periodistas rápidos es

—Evento universitario. Mónica Herrero, vicerrectora, y Pablo Pérez, profesor de Historia en la Facultad, ambos miembros del Consejo Editorial, disfrutan del encuentro.

—Deseo cumplido. Paco siempre quiso conocer a Lucía, que le recuerda cada número, tenazmente, la fecha de entrega de su columna.

Regalo sorpresa. Teo abraza a los antiguos directores y entrega a cada uno su portada preferida enmarcada.

que hagan mucho periodismo lento». Si esta práctica se interioriza, el periodista podrá reaccionar con eficacia ante una situación urgente.

«No se puede escribir el capítulo tres sin conocer el uno ni el dos. Así nos va en algunas cosas…», lanza Paco. Ander le pide que se moje. «Existen periodistas —amplía Paco— en contra del periodismo, y eso es muy fuerte». Cuando la profesión se practica mal, cuando se pone al servicio de determinados poderes fácticos, cuando se adultera la información, se desatan, según recalca, fenómenos tan antiperiodísticos como la polarización. Las consecuencias resultan doblemente devastadoras. Por un lado, el periodismo olvida que está al servicio de la comunidad. Y, por otro, el periodismo deja de importar. En una entrevista publicada en 2020, Ander formuló así el antídoto contra el sesgo: «Para ser justos con la gente y entender mejor el mundo creo que hace falta tiempo y pausa».

Los dos amigos podrían avivar la conversación durante horas, pero el reloj no perdona y toca continuar con el programa. Lucía regresa al atril para dar las gracias a todos los que hacen realidad «este sueño que se llama Nuestro Tiempo». En representación de los cientos de colaboradores de estas siete décadas, invita a subir al escenario a quienes han capitaneado la redacción. Teo les obsequia con su portada predilecta enmarcada y juntos soplan las velas de la tarta de cumpleaños.

Para completar la foto de familia, Lucía nombra a José Luis Martínez Albertos, Rafael Guijarro, Javier Marrodán y María Eugenia Tamblay, que a pesar de no haber podido asistir han enviado muestras de cariño. Y también recuerda con emoción a los directores fallecidos: Antonio Fontán, Ángel Benito y Pedro de Miguel. Ahora sí están todos. En la serie de relevos que entrelaza el pasado con el presente, cada equipo ha custodiado, con profundo amor, la herencia que recibía de sus predecesores. Setenta años y quince etapas después, el pulso de la vida contemporánea continúa latiendo en NT

Pero como a la crónica «sobre este mundo nuestro y sus problemas: sobre sus dolores y sus ambiciones», en palabras de Fontán, le quedan muchas páginas por escribir, la redacción actual ha preparado una última sorpresa. Paco y Ander son los primeros en abrir la portada del cuaderno tipo Moleskine que conmemora el setenta aniversario. Un guiño al big bang que desencadenó el universo eneté: la explosión roja, la mancheta pionera que traslucía el tono albarizo del papel, la ventana con bordes redondeados que pregonaba seis o siete artículos.

A Paco le encantan las libretas, aunque algunas no se atreve a empezarlas nunca. En uno de sus vagones contó el vértigo absurdo que siente de no encontrar una primera anotación digna. Aquella confidencia de 2013 se anexiona hoy otro territorio: «Tengo pánico a escribir, es

así. Sin Nuestro Tiempo, con lo poco que me apetece escribir, no lo haría». Por eso agradece como «un regalo muy grande» la oportunidad que le da cada nuevo número de saltar a su abismo.

Ander no le teme a la hoja en blanco. Tacha, relee, arranca, reescribe, inunda los márgenes. Con veintitrés años publicó su primer reportaje en NT. Sus historias del Tour de Francia de entonces fueron el germen del libro Plomo en los bolsillos en 2012. Ahora rumia un reencuentro con sus orígenes. Durante los meses de febrero y marzo viajó por Colombia. Al regresar escribió una pieza de 28 páginas, sobre los ingas, un pueblo indígena que cubrió su territorio de amapolas para enriquecerse con la heroína, lo que atrajo a grupos armados. En 2003, las generaciones jóvenes iniciaron una revolución pacífica, pero aún viven bajo amenaza. Ander barrunta que el tema cuajará algún día en un proyecto editorial, pero le ilusiona preparar una versión para NT El 21 de octubre, dos semanas después de la celebración en el campus, Teo recibe un correo electrónico con la propuesta, una crónica «cojonuda, pero larguísima». Ander está con ganas de intentar recortarla, aunque eso, bromea, le cueste casi tanto como empezar de cero. El 16 de noviembre sorprende al editor: ha dejado en poco menos de 35 000 caracteres con espacios el original de 80 000. Las primeras páginas del año setenta y uno de la historia de Nuestro Tiempo ya están en marcha. Nt

BÚHOS A ATENAS

Mariona Gúmpert

¡Silencio!

«Tengo que confesar que, de toda esta pérdida generalizada de buenas costumbres, lo que peor llevo es el horror vacui ante el silencio. ¿Por qué tiene que haber música por todos lados?»

MARIONA, NO SILBES; pareces un pastor», me espetó un profesor cuando era niña. No hacía un sonido de esos potentes con el que se llama a las cabras, de esos que implican a los dedos. Ya me habría gustado. Ya me gustaría. Siempre quise dominar esa técnica. Por la habilidad en sí misma y porque pensé que podría resultar útil en según qué situaciones. En Sanfermines, por ejemplo, sería ideal tener ese recurso por si se me despista alguno de mis hijos. Perder de vista a un crío en Pamplona en esas fechas es peor que jugar a buscar a Wally: al menos en el libro los personajes permanecen quietos. Pero nunca he conseguido silbar de ese modo. Mi gozo en un pozo.

Lo que me recriminaba el adulto era que anduviera entonando una canción a través del precario instrumento que forman los labios humanos. Me callé, porque a la autoridad hay que respetarla, pero en mi fuero interno pensé: «¿Qué tienen de malo los pastores?». No me parecía, en general, un mal oficio. Además, los conductores de ganado sí sabían silbar de forma penetrante. ¿Cómo iba a resultar un argumento convincente —o, al menos, disuasorio— el compararme con alguien que poseía tan fantásticas destrezas? Lo único que aprendí —y no es poca cosa— era que no debía silbar delante de otras personas.

Y no fue poca cosa porque pronto descubrí que el asunto, en realidad, nada tenía

que ver con el pastoreo. Como todas las normas de educación válidas y que resisten el paso del tiempo y las convenciones sociales, lo de no emitir sonidos en compañía es una más de las leyes no escritas para hacer la vida más agradable a los demás. En cuanto mis hermanos tuvieron edad para poner en casa música a todo volumen caí en la cuenta. Lo mismo puede decirse respecto de no hablar con la boca llena, ceder el asiento en el transporte público o tener como fondo de armario el por favor, gracias y disculpe. Estos usos y costumbres lanzan un mensaje claro a cada individuo con quien nos relacionamos: eres una persona, tienes una dignidad que no posee el resto de seres vivos y por eso te respeto. Así, además, intentamos situarnos a la altura de nuestra propia dignidad; nos respetamos a nosotros mismos.

No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que esta idea sobre lo que significa tener buenos modales anda de capa caída. Hay quien parece asociarlos a una especie de clasismo snob y, en efecto, quien sigue las normas de educación como forma de desmarcarse de los demás no ha entendido de la misa la media. Me resulta llamativa la pérdida del usted. «No me hables de usted, que me haces sentir viejo». Me recuerda al argumento del pastor: ¿qué tendrá de malo ser adulto? La expresión «¡Un respeto a las canas!» existe por algo, digo yo.

LA PREGUNTA DE LA AUTORA

¿Qué haces cuando te quedas en silencio?

Tengo que confesar que, de toda esta pérdida generalizada de buenas costumbres, lo que peor llevo es el horror vacui ante el silencio. ¿Por qué tiene que haber música por todos lados? Mi trabajo consiste en leer y escribir, es algo que puedo hacer desde casa. Durante el confinamiento la gente descubrió que permanecer en el mismo lugar todo el día no resulta aconsejable. Alguna vez he intentado ir con un libro —o con papel y lápiz— a una cafetería o un bar, pero resulta imposible: siempre siempre suena música. En la mayoría de los comercios de franquicia ocurre lo mismo. El precio irrisorio de altavoces potentísimos arruina los veranos. En este artículo he hablado de dignidad personal y respeto, pero es pensar en el reguetón omnipresente en playas y piscinas y noto cómo se despierta dentro de mí la misántropa que llevo dentro. Pascal decía que la infelicidad del hombre se basa en una única cosa: su incapacidad para quedarse tranquilo en su alcoba. Quien tenga hijos adolescentes arqueará una ceja: si algo dominan los púberes es el arte de aislarse en sus habitaciones. Actualicemos, pues, el proverbio: «La infelicidad actual se basa en nuestra incapacidad para permanecer tranquilos en un cuarto sin dispositivos electrónicos y en silencio». Con que se extendiera una veneración hacia este último me daría ya por satisfecha.

@NTunav

Opine sobre este asunto en X.

Mariona Gúmpert [PhD Fia 16] es columnista de El Debate. @marionagumpert

Libros

NÚMEROS

millones de personas tienen conocimientos de español.

lenguas indígenas pueden desaparecer antes de acabarse el siglo xxi.

El sabio magisterio de Santiago Arellano

Santiago Arellano Hernández (1944-2023) sabía a qué —y quién— lleva la belleza y hacia dónde. Catedrático —de los de antes— de Lengua Castellana y Literatura, gestor educativo, docente y, por encima de todo, hombre de bien, nos dejó escritas sus memorias de profesor vocacional. Nos dejó una fortuna.

texto Joseluís González [Filg 82], profesor y escritor @dosvecescuento

Quien haya tenido la suerte de conocer en persona a Santiago Arellano recordará de su conversación, de sus intervenciones o de sus sutiles conferencias, o de cómo explicaba en las aulas, el metal precioso de su contenido y el timbre reconocible de su voz.

Había recibido el talento de ser magistral y conseguía traspasar ese don grande a las regiones de lo magisterial. Por eso encontraba continuamente materia para aplicarla a la educación. Para emplearla en esa «vocación universal que es vivir». Santiago Arellano era brillante para interpretar. Para leer. Para mirar. Para contemplar, disciplina no siempre presente en las aulas. Leía con frescura, con el alborozo característico de la fe. Como si fuera la primera oportunidad que tenía aquel texto o aquella película o aquel lienzo ante los ojos y la mente. Lograba

Santiago Arellano decía que dar clase nunca le pareció un trabajo, sino un gozo.

desentrañarlos y añadir una novedad, una lucidez. Encima, compartía sus hallazgos y los comunicaba empleando el vosotros.

Me viene al recuerdo cómo encuentra Santiago el quicio de la educación verdaderamente humana en el personaje de

Dumbo: lo que parecen defectos, aquellas aparatosas y torpes orejas del elefante niño, se convierten en las posibilidades mayores de mejora. Aprende a hacerlas volar y, sobre todo, a confiar.

En la solapa de uno de sus libros se lee que el navarro Santiago Arellano Her-

nández descubrió su amor por la lengua y la literatura en el colegio de los Paúles de Pamplona. Que continuó su formación, durante los años del Mayo del 68, en la Universidad Central de Barcelona, donde la capacitación «lingüístico-literaria era excelente» gracias a un claustro excepcional: Badía Margarit , Martín de Riquer, los Blecua, Francisco Rico… Joven, enseñó en la Escuela Normal de Pamplona a futuros maestros y maestras. Pronto, ganó una cátedra de Lengua y Literatura y ejerció y asumió responsabilidades de dirección en institutos. Fue inspector extraordinario, fue doce años director general de Educación del Gobierno de Navarra. Estuvo al frente del INCE (Instituto Nacional de Evaluación Educativa) en Madrid. Irreprochable hoja de servicios. Admirables son también los demás capítulos de su sustancia vital. Hondamente casado, felizmente casado, con Maite, padre de tres hijos, siempre le impulsó la pasión de enseñar y aprender. Tenemos la fortuna de que nos ha dejado sus memorias en un libro, Aprender a mirar para aprender a vivir, del que se podrían extraer cinco tomos. Santiago Arellano recopila «una selección de sus experiencias en el aula» y sus reflexiones «sobre las posibilidades educativas» que palpitan en toda obra literaria, «por insignificante que pueda parecer». Quien se dedique a la docencia y las letras encontrará en esas páginas sabias lecciones y sugerencias útiles. Desde visiones e interpretaciones de poemas de Juan Ramón Jiménez como esa belleza de

«Álamo blanco» o de «Mirlo fiel», los Machado, la Odisea, las tragedias griegas hasta cuadros de Dalí o de Sorolla o un romancillo de Blas de Otero. Santiago Arellano estaba convencido de que la mejor manera de aprender literatura es leer. Refiere, con cierto pesar, una ocasión en que, siendo miembro de un tribunal de oposiciones a instituto, una de las candidatas «expuso con brillantez lo mejor que sobre Don Juan Tenorio en ese momento había publicado la investigación. Se me ocurrió, en mala hora —reconoce—, hacerle preguntas concretas —sentido de una acción de transición o sobre el papel que un personaje secundario aportaba a la obra— teniendo en cuenta la totalidad del texto». Tras varias preguntas y sus correspondientes desconciertos y silencios, Arellano llegó al convencimiento de que aquella muchacha no había leído el original.

Pero también, con gozo, más estilo Arellano , cuenta un episodio de una alumna de bachillerato. Desmenuzando unos versos de Razón de amor de Pedro Salinas, notó desde el estrado que una estudiante sollozaba silenciosa. Santiago no dijo nada. En el pasillo le preguntó por la causa de las lágrimas. La adolescente le confió que por primera vez unas palabras definían qué le estaba pasando exactamente a ella. La reflexión del profesor —experto en la bondad— continúa en las páginas donde ahonda sobre la finalidad de la literatura. La Literatura, como escribía siempre Santiago. Nt

APUNTES

memorias para saber vivir

Una modesta editorial, Pequeño Monasterio, publicó las memorias del catedrático de instituto Santiago Arellano Hernández: Aprender a mirar para aprender a vivir. Sabiamente escalonadas, enlazan secciones: su propia vivencia docente, los presupuestos básicos de cómo concebía la educación —averiguar dónde está la belleza, la vocación de «llegar a ser quien eras», el valor de la virtud…—, saber para qué sirve la literatura, aproximaciones pedagógicas a través de la Odisea, la Ilíada, Antígona, poemas imborrables o incluso piezas pictóricas. Este libro subraya convicciones y recomendaciones provechosas del autor. Como que al ser humano no se le da nada hecho, que es mejor empezar a leer el Quijote por el último capítulo, que la madurez intelectual se alcanza en el dominio de la palabra… Santiago Arellano desvela parte de los misterios.

Theodor Kallifatides
Javier Marrodán
Francisco Rico
Milena Busquets
Eduardo Halfon

Un herido candidato al Nobel

El arado y la espada

Theodor Kallifatides

Galaxia Gutenberg, 2024 216 páginas · 19 euros

Hasta hace cinco años los hispanohablantes no conocíamos al griego Theodor Kallifatides, eterno candidato al Nobel que emigró a Suecia en 1964. En El arado y la espada, una de las tres novelas que lo consagraron en los setenta, traducida ahora al español, narra con lenguaje depurado la historia de Minos, un niño que crece en un pueblo de Grecia durante la II Guerra Mundial. Con una mirada cínica y abiertamente comunista, Kallifatides retrata un universo opresivo y brutal engalanado con un humor barriobajero a veces francamente divertido. Aunque el tono general es pesimista y angustioso, la novela alcanza momentos de una belleza abrumadora en la historia de amor de Minos y Rebeca. Pero son solo destellos en una obra que va de lo íntimo a lo político. La mirada de Kallifatides retrata, en el fondo, un dolor irredimible: «Minos comprendía ahora que iba a ser un tullido, se iba a convertir en ser humano».

Deja un regusto a hiel.

Teo Peñarroja

Frivolidad

profunda

La bóveda de la infancia

Ensayo general

Milena Busquets

Editorial Anagrama, 2024 151 páginas · 17 euros

El sexto libro de Busquets no lo ha escrito Woody Allen . Los relatos, breves y afilados, parten de la evocación y la nostalgia («Ya no tendré más hijos, no volveré a sentir el calor de un bebé propio contra mi pecho»). Hay desencanto («Romeo y Julieta se hubiesen acabado separando, lo sabe todo el mundo»), mucha rendición (el deseo es «el único tirano ante el que me arrodillo») y confesiones dolientes («Yo no he sabido, no he podido o no he querido construir una vida larga con alguien»). Pero, bajo la superficie («Me gustan la frivolidad y la ligereza, lo que no deja cicatrices»), discurre la hondura. En las personas (su madre ausente, sus hijos, su niñera Marisa), los lugares (Cadaqués, las librerías) y la literatura (un amor «redentor, exigente, humilde, silencioso, voraz, persistente y absoluto») se halla quizá la salvación. Nada está perdido en este ensayo general que llamamos vida.

Tarántula

Eduardo Halfon Libros del Asteroide, 2024 184 páginas · 18,95 euros

Las novelas de Eduardo Halfon pueden verse como gemas del collar de cuentas que va conformando su obra. Un rosario de historias que pivotan en torno a la memoria y la identidad. En Tarántula, el autor se sirve de un acontecimiento ocurrido en su infancia para hablar de esos recuerdos y del conflicto con sus orígenes hebraicos y guatemaltecos, tema recurrente en su narrativa. Con un manejo excelente de los saltos temporales, relata su experiencia en un campamento para niños judíos en Guatemala al que fue enviado junto con su hermano —tenían 13 y 12 años— en 1984, con el país sumido en el conflicto armado. Esos días, marcados por la violencia y el fanatismo, quedaron guardados, según escribe Halfon, en esa «bóveda secreta, una bóveda protegida para siempre del paso de los años», que custodia la infancia. Serán los reencuentros con dos viejos conocidos, en París y Berlín, los que abrirán sus compuertas.

Leire Escalada

A la búsqueda del silencio y la soledad

Almenara

Miguel Ángel Ruiz Xordica, 2024 268 páginas · 19,95 euros

Como escribe al principio de este libro, muy autobiográfico, el periodista Miguel Ángel Ruiz llevaba tiempo dándole vueltas a la necesidad de encontrar un refugio donde reponerse del estrés de su trabajo. Almenara es precisamente la intrahistoria de este refugio, una casa en ruinas que adquiere en la sierra del mismo nombre y que va a convertir en ese lugar anhelado para fundirse en silencio y en soledad con la naturaleza y consigo mismo.

En este diario, además de las vicisitudes sobre la rehabilitación de la casa, el autor abre la puerta a amenos y sugestivos temas colaterales que humanizan más su relato: su vida como periodista, la relación con su mujer y sus hijas, el trato con sus hermanos… Todo ello escrito con una pasmosa naturalidad que transmite un sobresaliente y contagioso amor a su tierra y a sus vecinos, genuinamente auténtico, donde brilla la mirada cariñosa del autor por todo lo que tiene a su alrededor.

Adolfo Torrecilla

Niñez mágica y bella

Un libro siempre es un enigma

Aforismos para después del futuro

Camus, un peregrino

Guerra de infancia y de España

Fabrizia Ramondino Libros del Asteroide, 2024 488 páginas · 26,95 euros

Para Titita no es lo mismo «la vieja abuela» que «la vecchia nonna». La palabra abuela contiene la fuerza de árbol antiguo de la suya; vecchia habla de una decrepitud que no reconoce. El lenguaje —su mundo trilingüe de hija del cónsul de Italia en Mallorca— le sirve para configurar el universo de la infancia. Los personajes que frecuentan su casa, Son Batle, y su jardín repleto de seres reales e imaginarios impregnan un relato que pivota entre la ficción y la memoria. La España de 1937 y la inminencia de la II Guerra Mundial crean el trasfondo de un recorrido por una niñez lúcida, casi filosófica, que conjuga la libertad con la verdad cruel de los adultos. Libros del Asteroide contribuye con esta joya al resurgimiento —Rialp ha publicado recientemente Mi nombre en el viento (A. Rivali)— de una tradición literaria que se adentra en el horror de las guerras desde la estremecida mirada infantil.

Un enigma ante tus ojos

Marcela Duque

Númenor, 2024

70 páginas · 15 euros

Segundo libro de esta joven autora colombiana, premio Adonáis de poesía en 2018 con Bello es el riesgo. Gustándome mucho este libro, me encandiló aún más el primero, quizás porque en él la frescura era recién estrenada, sin los atisbos culturalistas de este. No puedo evitar preferir que Marcela Duque se dé voz a sí misma antes que a Cicerón, pues, cuando abre su intimidad, la emoción es mucho más directa. Una excepción a lo dicho es la pieza «Lectura bajo el árbol»: glosando el mito de Apolo y Dafne en la tradición más rica de Garcilaso, brota una verdad lírica entre las metáforas que traspasa el tópico. Lo mejor, el tú al que se dirigen muchos versos: un vocativo íntimo, en voz baja, trascendente, que encarna el enigma del libro, pues Marcela no se esconde..., pero muestra un pudor encantador. Mi primera impresión fue injusta, pues este libro me ha acabado pareciendo más completo y maduro que el primero.

Rocío Arana

También se admiten soluciones Gonzalo Robles

Rialp, 2024

83 páginas · 10 euros

En la línea de García-Máiquez, Llorente o Marín-Blázquez, Gonzalo Robles acaba de publicar También se admiten soluciones. De apariencia sosegada, es en realidad un acto bélico en un contexto en el que la ortodoxia resulta inadmisible. Su humor almost british enmarca el libro con una cita de Zapatero, y se extiende con finura a frases como «Romántica escapada. ¿De qué huyen?». Los 325 aforismos caben entre estos dos: «”No se puede vivir del pasado”. En realidad, sólo se puede vivir del pasado», y «Una crisis económica. Una pandemia. Una guerra en Europa. Nada nuevo en nuestra historia. Sin embargo, se anuncia el final del progreso indefinido. El nuevo mito es su contrario: la decadencia inevitable. El futuro ha terminado. Quién sabe si así nos irá mejor». Para ese mundo después del futuro, da la impresión de que los pensadores cristianos están creando algo nuevo, todavía sotto voce, pero que marcha a paso decidido. Teo Peñarroja

Albert Camus. La nostalgia de Dios

Javier Marrodán · Rialp, 2024 366 páginas · 24 euros

No hay tarea más noble que buscar semillas de verdad en una cosmovisión ajena. Algo así se propone Javier Marrodán , sacerdote, con Albert Camus, escritor agnóstico, en este libro que indaga la vida de un autor con quien no comparte la fe, pero sí un puñado de inquietudes: el compromiso social, la preocupación ética, la voluntad de vivir conforme a un ideal noble y la conmoción ante el sufrimiento de los inocentes, por ejemplo.

Marrodán ve la obra del escritor francés atravesada por la búsqueda del Absoluto. La pregunta por Dios, que es la pregunta por el sentido de la realidad, habría vertebrado toda su vida. «Yo soy el Agustín anterior a la conversión. Me debato con el problema del mal y no salgo de él», sentenció en cierta ocasión ante la impertinencia de un creyente. Camus buscó porque su corazón, como el del obispo, estaba inquieto. Pero solo buscan quienes en el fondo ya han encontrado.

Julio Llorente

Arte y utopía en la ciudad del futuro

Detenerse y pensar la educación

Ciudades con alma Esperanza Marrodán, Javier OrtizEchagüe y Conrado Capilla · 2024 164 páginas · 15,90 euros

El recurso a la utopía es un gran mecanismo pedagógico: este libro impulsa a los jóvenes con intereses arquitectónicos a soñar con amplitud al tiempo que reflexionan sobre la magnitud de las decisiones tomadas en su desempeño. La justificación humanista del ejercicio se encuentra clara en los textos que acompañan a unas atractivas imágenes y unas aún más seductoras descripciones de esos destellos de imaginación urbana. Un desafío que se contrapone al esfuerzo para formar técnicos urbanistas. Una dinámica que remite al sentido del educar e-ducere o sacar de dentro— con el que los grandes docentes ayudan a descubrir vocaciones para la transformación del mundo desde la mirada distante y la raíz interior de un subconsciente fértil. Una estrategia mágica que permite aflorar destrezas ocultas del genio creativo, aquellas que brotan cuando se persigue un reto que nos deja sin lugar, utópicos.

Llamada de Cristo y discernimiento

Ayudar a crecer. Cuestiones de filosofía de la educación Leonardo Polo · 2024 328 páginas · 14,90 euros

Los descubrimientos filosóficos de Leonardo Polo, recogidos en sus Obras completas publicadas por Eunsa, son de una gran profundidad, sobre todo en lo que se refiere a su antropología trascendental, que puede servir como de foco para iluminar las múltiples actividades del ser humano y, dentro de ellas, la educación.

Si bien Polo no es un filósofo de la educación, esta obra — fruto de unas conferencias que impartió en la Universidad de Piura— ayudará a detenerse y repensar en los fundamentos y claves del quehacer educativo. Con el correr de las páginas, con su finura de pensamiento, Polo desentraña los diversos interrogantes que sirven para basar la tarea educativa, poniendo su centro en lo más hondo: la radicalidad de la persona humana. La filiación, el crecimiento humano, el desarrollo de la imaginación, la normalización de los afectos y la madurez son algunos de los asuntos que Leonardo atraviesa de sentido.

Son tus huellas el camino José Manuel Fidalgo, Raquel Lázaro, Juan Luis Caballero · 2024 248 páginas · 17,90 euros

En una época donde el relativismo, la falta de compromiso y las relaciones tóxicas imperan en los vínculos humanos, nace este ensayo escrito a seis manos para responder aquello que más necesitamos escuchar los hombres: ¿podemos conocer el Amor?

Desde el campo de la teología, la filosofía y la exégesis bíblica, José Manuel Fidalgo, Raquel Lázaro y Juan Luis Caballero abordan la realidad de la vocación como lo que es: un encuentro personal con un Padre amoroso. Por ello, ponen especial énfasis en la libertad individual como la única condición necesaria para que surja ese conocimiento y señalan como detonante la condición de ser hijos previamente amados. Cada autor vierte su saber en una de las tres partes del libro, que, entrelazadas eficazmente, destierran falsas interpretaciones sobre la vocación. Porque, como afirman: «Dios no se impone, llama». Y «atender su llamada» dependerá de cada uno de nosotros. Rocío García de Leániz

Lo que no cuenta ChatGPT

Nadie habla. Inteligencia artificial y muerte del hombre Felipe Muller · 2024 85 páginas · 9,90 euros

Este librito contiene una reflexión muy personal sobre un grandísimo tema filosófico: el misterioso hecho del lenguaje. La metáfora teatral que articula los capítulos refleja una tesis de fondo: la vida humana es, en buena medida, un entramado de ficciones, donde el lenguaje tiene un papel mediador entre pensamiento y mundo. Muller se apoya en autoridades tan dispares como un Millán-Puelles (que destaca ese «algo especial» de las palabras, es decir, su naturaleza conceptual) y un Foucault (que subraya, en cambio, el carácter situado y relacional de los «eventos» lingüísticos). Las nociones foucaultianas se utilizan para analizar los «modelos extensivos de lenguaje», como ChatGPT, y conducen a una pregunta crucial sobre nuestro ser y nuestro vivir: ¿qué queda del ser humano cuando quien habla es nadie (y lo que dice puede ser nada)?

El telón se cierra con un significativo «Atrévete a hablar».

Paloma Pérez-Ilzarbe

Réquiem por un campesino español

Ramón J. Sender

Barcelona, Destino 104 páginas · 19,90 euros

Lo de antes del pasado

Ramón J. Pepe— Sender (1901-1982) vio en abril de 1910 cómo se curvaba en la noche de Alcolea del Cinca el cometa Halley. A los siete años había recibido la primera comunión en la iglesia en que fue después monaguillo. En tierras aragonesas limítrofes con Cataluña. Presenció entonces otro episodio definitivo en la vida de su memoria: la unción a un anciano que agonizaba en las miserias y la nada de una cueva.

Exiliado, nacionalizado norteamericano en 1946, Sender publicó en los cincuenta, durante su etapa de profesor, una narración de una intensidad escalofriante, contundente de contenido y de elaboración artística: Mosén Millán En 1960 apareció en Nueva York una edición bilingüe. Consideró que el título no se entendería y lo cambió por el de Réquiem por un campesino español

Mosén Millán, medio siglo de sacerdocio, se prepara en la sacristía de su pueblo para oficiar la misa de sufragio por un joven del lugar, Paco el del Molino, asesinado un año antes, en los inicios de la guerra del 36. La cabeza se le escapa al pasado, interrumpido por el monaguillo —testigo en

aquel crimen— que va y viene canturreando un romance coral que ensalza los hechos del difunto.

La novela admite interpretaciones en perspectiva político-histórica, moral, antropológica y de símbolos. Hoy los lectores saben ver más allá de una dicotomía entre dos banderías irreconciliables, sin la maniquea separación entre los nuestros y los malos. Más allá de los desmanes de unos señoritillos fascistas, de una muestra añeja de anticlericalismo a la española, con arquetipos y esquematizaciones en personajes y sus estamentos. Sí quedan patentes, aún, la injusticia vergonzante, las cobardías y la significación de unos acontecimientos que se enturbian hasta hacer que el pueblo entero esté «callado y sombrío, como una inmensa tumba». Y el sobrio arte narrativo de Sender, que trenzó, en una semana de escritura, tres cordajes: el cura recordando la vida de Paco y sus gentes, la tensa media hora de presente en la sacristía, la verdad que sufrieron adultos y niños, su dignidad. Atar un pasado para dejarlo atrás por fin.

Bitelchús

sobre 10 es la puntuación que tiene Cadena perpetua, que ocupa el primer puesto en la clasificación de IMDb.

Bitelchús, el universo Burton vuelve a la pantalla grande

películas ha dirigido y/o producido Tim Burton desde 1985 hasta hoy. 25

El estreno de Bitelchús

Bitelchús —secuela de una de las primeras películas de Tim Burton— invita a repasar algunas de las claves de la filmografía del inclasificable cineasta californiano.

texto y críticas

Ana Sánchez de la Nieta

En 1998, Tim Burton estrenó una alocada comedia sobre fantasmas: Bitelchús. Había debutado en el largometraje un par de años antes con La gran aventura de Pee Wee después de escribir y dirigir un par de cortos (entre otros, el brillante Frankenweenie). Era entonces un primerizo, que todavía no había rodado las entrañables —y sobresalientes— Big Fish o La novia cadáver, las extravagantes Sleepy Hollow o Mars Attack, las más que aceptables adaptaciones de Dahl o Carroll, ni las decepcionantes Big Eyes y Sombras tenebrosas. En aquellas fechas, no conocíamos el universo que el cineasta californiano lle-

garía a desplegar en las siguientes tres décadas. Pero Bitelchús apuntaba maneras. O, mejor dicho, apuntaba personajes, estilo, modo de narrar y entender el cine. Bitelchús Bitelchús retoma la historia original muy por los pelos. Si en la primera cinta un matrimonio de fantasmas contrataba a Bitelchús para espantar a la familia Deetz de su antigua vivienda, ahora, treinta años después, la familia regresa a la casa, y se encuentra de nuevo con Bitelchús. Esta es una sinopsis apresurada: en la película pasan muchas cosas… y no pasa, en el fondo, nada realmente decisivo. El ritmo es vertiginoso, los personajes

hacen y deshacen, se pasean por el más acá y el más allá, las subtramas se multiplican y todo estalla en un final imposible y abierto. Y, en medio de este festín, las señas de identidad de Burton.

Gran parte de su cine se mueve en el territorio de lo grotesco. En escenarios bizarros o macabros pululan personajes de ojos enormes o cabezas minúsculas… o sin cabeza. Payasos y marcianos de facciones desencajadas y comportamientos histriónicos. Y, a pesar de todo, dignos de ternura. En sus historias apenas incluye villanos, pero, si aparecen, más que rechazo inspiran compasión. La mayoría de los personajes, hasta un ser tan aparentemente malicioso como Bitelchús, son frágiles. Les caracteriza su vulnerabilidad, que a veces es causa —o consecuencia— de un amor arrebatado y romántico, que traspasa las barreras del espacio… y del tiempo.

Aunque, desde el punto de vista cinematográfico, estén a años luz, Bitelchús Bitelchús me recordó a La novia cadáver La primera es una fantochada —nunca mejor dicho— y, la segunda, una obra maestra —la mejor película de Burton—, pero en las dos queda patente que, si algo mueve a sus personajes, es el amor. Apasionado a ratos, otras tosco o imposible, pero siempre vital. Burton es un romántico y sus criaturas aman —o al menos lo intentan—. A ratos incluso podría parecer que más que un drama gótico de terror uno ve una comedia negra de enredos. No estoy tratando de aportar hondura antropológica a una película que solo es un divertimento. Bitelchús Bitelchús no es Big Fish, pero, como en Big Fish, los personajes estarían dispuestos, no solo a sembrar un campo de narcisos, sino, directamente, a descender hasta el Averno.

Burton también es un especialista en retratar la importancia de los lazos de parentesco, a través de familias profundamente imperfectas, pero también profundamente necesarias. Su última película se construye —como Charlie y la fábrica de chocolate o Big Fish— sobre un conflicto paternofilial (en este caso, maternofilial). Y, aunque las parejas deambulen buscando el amor, la trama principal se apoya en el cariño incondicional, en ocasiones doloroso o hiriente, de padres e hijos. En la obra de Burton, como en la vida, el lugar de donde se viene marca a fuego el lugar a donde uno va.

Burton cuenta también con su propia familia profesional. Lógico en un cineasta que valora la fuerza de los vínculos y con una visión tan concreta del cine. El californiano tiene sus nombres de cabecera: ahí están John August en el guion o Chris Lebenzon en la edición. También la diseñadora de vestuario Colleen Atwood, con sus creaciones extravagantes y disruptivas. Y, por supuesto Danny Elfman, creador de la mayoría de las bandas sonoras de sus películas, que, en este caso, aporta la genialidad y la oscuridad de unas melodías dispuestas a mezclar lo inmezclable.

En definitiva, Burton llevaba cinco años —desde Dumbo (2019)— sin estrenar películas. Eso sí, había escrito y dirigido la sobresaliente serie Miércoles Su regreso es una cinta menor, pero con todos los ingredientes de su filmografía. Recuerdo ahora, lo escribí en su momento, que la última película que vio Jorge Collar —«el» crítico de Nuestro Tiempo— fue precisamente Dumbo. Quizás debería haber empezado esta crítica por ahí. Preguntándonos qué hubiera pensado Jorge de Bitelchús Bitelchús. Nt

TELEGRAMAS

adiós a maggie smith

El club de los milagros fue el último trabajo de Maggie Smith, fallecida el 27 de septiembre a los 89 años. La actriz que encarnó a la profesora McGonagall en Harry Potter había ganado dos Óscar. Participó en esta comedia sobre unas amas de casa irlandesas que ganan un viaje a Lourdes. «Podía saltar de la comedia a la tragedia en una sola frase», dijo de ella Alan Bennett. reinventar las salas

Los cines españoles se reinventan con propuestas que trascienden la mera proyección: desde experiencias inmersivas y ciclos temáticos hasta sesiones con vermut. Los cines Callao de Madrid ejemplifican esta evolución: pioneros en 1926 con el cine sonoro, hoy llevan las series de streaming a la gran pantalla.

a por el óscar

La nueva película de animación de DreamWorks, Robot salvaje, debutó con 12,34 millones de euros en su primer fin de semana en taquilla en Estados Unidos, consolidándose como rival de Pixar en la carrera por el Óscar.

Maggie Smith
Scarlett Johansson Tim Burton
Robot Salvaje
Karla Sofía Gascón

La fuerza del cariño

Los destellos

Dirección y guion: Pilar Palomero España, 2024 Cine para emocionarse... y aprender.

La aragonesa Pilar Palomero vuelve a dar en la diana con esta película que adapta libremente el relato Un corazón demasiado grande, de Eider Rodríguez. Una mujer divorciada y madre de una universitaria se enfrenta a la enfermedad terminal de su primer marido. Es el padre de su hija, pero llevan siglos sin tratarse...

Palomero vuelve a demostrar sus dotes para conectar con el espectador a través de historias íntimas cargadas no solo de emoción sino también de reflexión. En Los destellos, la muerte de uno de los protagonistas le sirve para hablar no solo del final de la vida, sino de perdón, cuidados y fragilidad. La película destaca además por las soberbias interpretaciones de Patricia López Arnáiz y Antonio de la Torre y el descubrimiento de Marina Guerola. Como demostró en sus anteriores películas, Palomero mima al detalle la fotografía y la música. Los destellos se ha colocado, por méritos propios, entre los mejores títulos españoles del año.

Eastwood

suma y sigue

Jurado n.º 2

Dirección: Clint Eastwood

Guion: Jonathan Abrams

Estados Unidos, 2024

El clásico cine de un clásico.

A un joven a punto de ser padre lo nombran miembro de un jurado popular para juzgar un homicidio. Durante la narración del caso, se da cuenta de una estrecha e inquietante relación con los acontecimientos que tiene que valorar.

Si algo ha marcado la —ya nutrida— filmografía de Clint Eastwood es su afición por abordar espinosas cuestiones morales desde una perspectiva humanista pero también algo pesimista. Los conflictos morales de Eastwood son casi irresolubles y la atmósfera de sus historias roza la tragedia.

Así es también en esta ocasión. La película se sigue con gusto —porque siempre se disfruta con unas buenas interpretaciones y un rodaje clásico cuidado—, pero también con cierta desazón. Hay que reconocerle al longevo maestro su capacidad de atrapar al espectador y de llevarle al límite de un conflicto de conciencia.

Terror en la campiña inglesa

No hables con extraños

Dirección: James Watkins. Guion: J. Watkins, C. Tafdrup, M. Tafdrup. EE. UU., 2024 Si te gustan las pelis de miedo.

Dos matrimonios (Louise y Ben y Paddy y Ciara) se conocen durante unas vacaciones en la Toscana. A pesar de sus diferencias, entablan amistad y aceptan la invitación de Paddy para conocer su casa en la campiña inglesa. Como el lector estará adivinando, la visita será todo menos unas tranquilas vacaciones. Estamos ante una de esas películas clonadas. La versión original es una danesa de 2022. Y lo primero que ocurre en estas películas es plantearse si es necesario hacer un remake Quizás sí… La primera, que pasó sin pena ni gloria, es una cinta muy oscura, que se detiene excesivamente en unas subtramas escabrosas. La versión norteamericana, sin ser ni original ni sobresaliente en cuanto a su calidad cinematográfica, maneja de una manera más elíptica el morbo, cuenta con el gancho de la interpretación de James McAvoy y puede ser una opción para los amantes del cine de terror.

Luces, cámara, acción

Fly Me to the Moon

Dirección: Greg Berlanti.

Guion: Rose Gilroy

EE. UU., 2024

Una extraña campaña de marketing

El primer alunizaje —el 20 de julio de 1969— ha sido llevado al cine, de una manera u otra, muchas veces. Desde Figuras ocultas hasta Apolo 13 o First Man. Todas ellas grandes dramas centrados en la sociedad de la época, la gesta o el protagonista, respectivamente. Fly Me to the Moon aborda este mismo acontecimiento histórico desde una perspectiva más ligera. Ahora no se trata de conflictos existenciales sino de una campaña de marketing para contar la hazaña, y de los conflictos y equívocos detrás de esta campaña. Con un romance, claro.

Y hay que reconocer que, sin ser una gran película, las buenas interpretaciones de Scarlett Johansson , Channing Tatum y, sobre todo, Woody Harrelson, el buen diseño de producción y el indisimulado empeño de evocar las comedias clásicas de Hollywood hacen que sea una cinta muy disfrutable.

En busca de la objetividad

Justicia artificial

Dirección: Simón Casal

Guion: Simón Casal, Víctor Sierra España, 2024 Película de cinefórum.

Simón Casal dirige este interesante thriller judicial que cuenta la decisión del Gobierno español de convocar un referéndum para aprobar que los jueces utilicen para sus sentencias una avanzada herramienta de inteligencia artificial. Sobre el papel, introducir la IA podría ser una garantía de imparcialidad, pero la muerte en extrañas circunstancias de la autora del programa hace que se activen las alarmas: quizás quien controla la técnica podría acabar controlando el país.

Con una narrativa muy clásica y un ritmo bien llevado, la película plantea cuestiones éticas de mucha actualidad alrededor del uso y abuso de la inteligencia artificial. Aunque el guion sea irregular en algunos tramos, la historia se sigue bien y es una perfecta introducción para un debate posterior de calado. Una de esas películas de cinefórum. Que no hay tantas.

Dentro de la banda terrorista

El impostor

La infiltrada

Dirección: Arantxa Echevarría

Guion: Amèlia Mora, A. Echevarría España, 2024

Un thriller dramático absorbente.

Este thriller es ya la segunda película española más taquillera del año (solo superada por la casi imbatible saga de Santiago Segura Padre no hay más que uno y su cuarto episodio). La infiltrada es Elena Tejada, una joven policía que en la década de los noventa consiguió infiltrarse en la banda terrorista ETA.

Arantxa Echevarría muestra su dominio del drama con un guion que aborda con precisión la complejidad de los personajes mientras maneja bien el suspense, que es el elemento fundamental de cualquier thriller policiaco.Parte del éxito de la cinta es un reparto notable, liderado por un siempre convincente Luis Tosar y una inspirada Carolina Yuste, que demuestra una vez más su versatilidad.

La buena respuesta en taquilla demuestra que, en España, hay un público adulto interesado en producciones cinematográficas de calidad y que sirvan para entender acontecimientos históricos que siguen siendo actuales.

Marco

Dirección: Aitor Arregi, Jon Garaño Guion: A. Arregi, J. Garaño, J. M. Goenaga, J. Gil. España, 2024 Una de las mejores españolas del año.

El protagonista de esta notable película existió en la vida real y Javier Cercas lo convirtió en protagonista de su novela El impostor. Porque es lo que fue Enric Marco Batlle: un impostor, un hombre que se inventó una vida que creyeron firmemente los demás. La película se centra en el mayor engaño de Marco: su labor como portavoz de los supervivientes de unos campos de concentración en los que él nunca estuvo. En mi opinión, Marco es una de las mejores películas del año. La historia, documentadísima con unas valiosas imágenes de archivo, es increíble. La interpretación de Eduard Fernández, estratosférica. Y el subtexto ideológico de la cinta —que termina siendo una crítica a esa política sentimental que tanto daño nos está haciendo en España—, sumamente oportuno y actual. Una firme candidata a los Goya de este año (y una bala desperdiciada para llevar a los Óscar).

Musical y cine negro a la coctelera

Emilia Pérez

Dirección: Jacques Audiard

Guion: Jacques Audiard Francia, 2024

Público adulto tolerante a la mezcla.

Una abogada defiende a un gangster que quiere abandonar su vida de crimen y, de paso, convertirse en mujer. Jacques Audiard dirige una propuesta muy arriesgada que, después de convencer al jurado y a la crítica en Cannes, tiene muchas posibilidades de ganar el Óscar.

Aunque las declaraciones del equipo sitúan a la película en el terreno del activismo trans, es mucho más compleja. Audiard es honesto al reflejar cómo la transición del protagonista (un hombre casado y con hijos) destroza a su familia y no resuelve ninguno de sus conflictos internos.

El riesgo, además de por el tema, viene por la apuesta formal: un musical que transita desde el homenaje a algunos clásicos hasta guiños al género fantástico. Audiard ha metido en la coctelera desde el melodrama hasta el cine negro. Y lo sorprendente es que le ha quedado un producto minoritario (no es cine para todos), pero que entretiene y puede hacer pensar.

Series

La voladura del canon

NÚMEROS

ha disminuido el número de producciones rodadas en EE. UU. en la primera mitad de 2024.

de los suscriptores de Disney+ son adultos sin niños en casa.

Las series han perdido terreno como fenómeno cultural.

texto Alberto N. García [Com 00 PhD 05], profesor titular de Comunicación Audiovisual y crítico cultural

Dos referencias para empezar con la ceja bien alta. En la edición del 6 de junio de 1999, el crítico Stephen Holden describía en el New York Times cómo Los Soprano, con tan solo su primera temporada emitida, estaba «tan perfectamente en sintonía con los detalles geográficos y los matices culturales y sociales que puede ser la obra más grande de la cultura popular estadounidense del último cuarto de siglo». Más de una década después, ya con el flamante Nobel en el bolsillo,

Mario Vargas Llosa dedicaba una muy elogiosa tribuna a glosar las grandezas de The Wire en el dominical de El País

Son dos ejemplos que nos remiten a una época de descubrimiento, de asombro ante las posibilidades estéticas, narrativas y morales que ofrecía un medio tradicionalmente catalogado como «la caja tonta».

Poco a poco, con el alumbramiento de este siglo, la televisión —antaño tan denostada por comentaristas cultura-

les, creadores de contenido y pedagogos idealistas— iba dándole la vuelta a la tortilla crítica. La pequeña pantalla lograba dibujar un círculo virtuoso donde hervían la innovación artística y el riesgo creativo, donde el prestigio crítico no estaba reñido con el aplauso del público, donde la conversación de suplementos especializados y la influencia artística iban de la mano. Así, la caja se volvía cada vez más inteligente con relatos que discurrían desde el idealismo político a toda mecha de El ala oeste hasta la adrenalina de 24. Con propuestas así, en aquellos primeros 2000 empezó una legitimación cultural de la pequeña pantalla que no cesó de crecer gracias a series rompedoras como A dos metros bajo tierra, The Shield , Deadwood , Breaking Bad o Mad Men. Consumir televisión se convirtió en algo cool para las élites, ni siquiera era necesario anteponer ese latoso sintagma del «placer culpable». Al contrario, cada año emergían teleficciones molonas y exigentes que le tomaban el pulso al mundo, retando la astucia del espectador y abriéndole caminos expresivos inéditos.

Entonces, aunque nos parezca prehistoria, aún no existían las plataformas de streaming y el visionado por defecto era semanal, como un rito de comunión colectiva por el que todos peregrinaban al unísono. Ya había muchísimas series y la parrilla andaba saturada, pero era asequible espigar las obras más influyentes, ya fuera por pegada creativa o por sus números de audiencia. Existía, en definitiva, un canon (la RAE nos disipa cualquier duda: «Catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos»).

Juego de tronos

¿Qué ocurre ahora? Que la sobreabundancia y la instantaneidad han dinamitado cualquier opción de encumbrar esas series de referencia ineludibles. Es como si el medio televisivo hubiera alcanzado la cima de sus posibilidades creativas, de modo que ya solo quedan vueltas y revueltas. Aquella revolución estética y dramática liderada por la HBO se conforma con una monótona evolución. Buques insignia como Los anillos del poder, La casa del dragón o los múltiples derivados del universo Star Wars distan mucho de ser los terremotos culturales que supusieron Perdidos o Juego de tronos, auténticos ciclones de la conversación pública. Los epígonos de aquella edad dorada de las series han sido, quizá, The Americans, Better Call Saul y Succession, productos profundos y abiertos a múltiples relecturas, aún provenientes del cable tradicional. Sin embargo, su potencia no fue la misma que sus hermanos mayores de principios de década. Ahora sigue habiendo muy buenas series —quizá The Bear, Shōgun o Severance tengan esa aura de grandeza antigua—, pero andamos ya en un panorama donde la cantidad rebasa la calidad. La guerra del streaming nos permite el acceso a una ingente oferta en la que seguimos detectando propuestas sabrosas, por supuesto, aunque lejos de la etiqueta de obra maestra o imprescindibles que cualquier seriéfilo debe conocer. El escenario está muchísimo más parcelado, con su habitual «para gustos, colores». Así que, a diferencia de hace diez o doce años, en este mercado saturado hará falta la perspectiva del tiempo para saber qué productos se convierten en canon, esto es, en esos clásicos imperecederos que todo el mundo debería ver. Nt

APUNTES

vince gilligan regresa…

Uno de los creadores más relevantes de las últimas décadas —al frente de dos series canónicas: Breaking Bad y Better Call Saul— vuelve a la carga, esta vez para seguir reforzando el catálogo de Apple TV. Su apuesta ronda la ciencia ficción y mantiene un intrigante título provisional: Wycaro 339. Acontecimiento.

...y ‘stranger things’ se despide Uno de los mayores fenómenos de la historia de Netflix fue esta aventura de maduración, amistad y terror. Aupado por la nostalgia de los felices ochenta, la epopeya creada por los hermanos Duffer ha tenido una narrativa desigual. Eso sí, promete despedirse a lo grande, con épica, valor y lágrimas. Madurando

replicantes en la pequeña pantalla

Blade Runner, la inmortal película de Ridley Scott, ya tuvo una secuela fílmica hace unos años. Amazon Prime recoge el testigo para continuar la historia de replicantes escrita originalmente por Philip K. Dick, ubicando la trama en 2099. Excesos similares se están cargando el universo de la Guerra de las Galaxias. ¿Necesario?

Música

¿VOLVERÁ AMAIA?

Momento de cambios en La Oreja de Van Gogh, en pausa desde que, el 14 de octubre de 2024, Leire Martínez saliera del grupo después de 17 años como vocalista. Una despedida que recuerda a la de Amaia Montero en 2007: comunicados cordiales, rumores de tensiones y el grupo en stand by. Se han tomado un tiempo para repensar su futuro cuando se acercan dos fechas señaladas: el 25 aniversario de El viaje de Copperpot en 2025 y los 30 años del grupo en 2026. Por ahora, no hay noticias sobre una nueva vocalista.

Memoria pop contra el terrorismo

El guitarrista Pablo Benegas revela en su libro Memoria cómo el terrorismo de ETA unió a La Oreja de Van Gogh antes incluso que la música. Sus canciones de amor nacieron en una ciudad con el miedo como ruido de fondo.

texto Beatriz Echeverría Aldana

En una cafetería de su ciudad natal, Pablo Benegas (San Sebastián, 1976) desenreda los hilos de una memoria dolorosa. El guitarrista de La Oreja de Van Gogh guarda un relato que vive más acá de la historia oficial del grupo: el de unos amigos unidos primero por el miedo y la resistencia pacífica contra ETA, y solo después por la música. Esa historia ha estado tres décadas en un cajón, hasta la publicación de Memoria (Plaza y Janés, 2024).

El volumen revela la historia más sincera, íntima e inédita de la vida del guitarrista y del nacimiento de la banda donostiarra. Sí se sabía que, en 1995, estos cinco compañeros de la Universidad del País Vasco —Benegas, Álvaro Fuentes, Xabi San Martín y Haritz Garde— se juntaron para tocar versiones de U2, Pearl Jam o Nirvana…. Pero empezar la historia por ahí es saltarse capítulos. Antes del estrellato con su primer disco, Dile al sol (1998), su amistad se consolidó en organizaciones pacifistas como Gesto por la Paz o ¡Basta Ya!.

Pablo Benegas en San Sebastián, con su libro, tras la entrevista con Nuestro Tiempo significaba vivir bajo la amenaza y el terror. La aparente normalidad —clicks de Playmobil, muñecos de G.I. Joe, juegos infantiles— la sostenía su madre. «Para aquella generación de políticos que se jugaron la vida, la lucha contra ETA era su proyecto», cuenta Benegas. «Para las

Pablo creció en una familia marcada por la política. Su padre, José María Benegas Txiki , fue diputado socialista desde 1977 y dedicó su vida a la búsqueda de la paz en el País Vasco. En el San Sebastián de esa época, ser hijo de un político que anhelaba la convivencia

El Viaje de Copperpot (2000)

mujeres que estaban a su lado no era una elección, pero soportaban el mismo miedo». El 23 de febrero de 1984, la brutalidad golpeó al pequeño Pablo. Enrique Casas, senador socialista e íntimo de la familia, fue asesinado a tres días de unas elecciones en las que Txiki Benegas aspiraba a lehendakari. Con solo siete años, el futuro guitarrista empezó a entender el turbulento mundo en el que vivía. El colegio había sido un refugio temporal. En el instituto todo cambió: Ikasle Abertzaleak, una organización estudiantil vinculada a Herri Batasuna, marcaba el ritmo. Benegas se enfrentó entonces a las primeras amenazas y a la hostilidad de compañeros de pupitre que simpatizaban abiertamente con ETA. «Mi historia es común a la de muchos hijos de políticos, de policías, de guardias civiles…», reflexiona. «Todos sentimos ese odio en la calle. Yo solo tengo el altavoz para contarlo». Y luego llegó la universidad: años de sangre. Uno de los asesinos de Enrique Leiva era compañero de estudios del grupo. También en esa época ETA mató a Gregorio Ordóñez [Com 81] y a Miguel Ángel Blanco, y secuestró a José María Aldaya En medio de tanta oscuridad, la música empezó a iluminar otro camino. Los primeros conciertos, aún titubeantes. La llegada en 1996 de Amaia Montero, cuya voz completó el puzle. La elección del nombre y las primeras canciones propias. «La música nos permitía escapar, sentir otras emociones», recuerda el músico. «Durante los ensayos cerrábamos la puerta a todo lo que nos dolía. En medio de la violencia y la tristeza, cantábamos a las pequeñas cosas: la amistad, el amor, coger un autobús...». Fueron los meses apasionantes de las maquetas caseras, los

Lo que te conté mientras te hacías la dormida (2003) Por eso esperaba...

Contiene «La playa»: un himno concursos de grupos noveles y, finalmente, el contrato con Sony Music, que lo cambió todo. Habían enviado un CD con cuatro temas —todo su repertorio— a la discográfica. La compañía se interesó y les preguntó cuántas canciones tenían. Dijeron que veinticinco y en el verano del 97 se pusieron a componer como locos para poder llegar a presentar su primer disco.

En la misma ciudad y la misma época, grupos como Family, Duncan Dhu o La Buena Vida concibieron algunas de las melodías más icónicas del país. «No es casualidad que en nuestra ciudad cantáramos a la esperanza», dice el guitarrista. «Era nuestra respuesta a la música más ideologizada que dominaba la provincia. Siempre creímos que se puede protestar sin hacer canciones protesta». La crítica les tachó de naíf y edulcorados. Pero él y sus compañeros no tenían «ningún complejo» de cantar a la nostalgia en lugar de a la ira. Su protesta estaba en otro lugar: en las calles, en las manifestaciones pacíficas, en la resistencia silenciosa. Sus canciones de amor, aparentemente ingenuas, nacieron como un acto de rebeldía contra el horror cotidiano.

En «Soñaré», uno de sus temas más emblemáticos, el grupo fantaseaba con ver San Sebastián desde una nave espacial en el siglo xxvi . La realidad ha sido más generosa que la ficción: Pablo Benegas no ha necesitado viajar tan lejos en el tiempo para ver su ciudad liberada del miedo. Hoy, mientras pasea por las mismas calles donde una vez resonaban las bombas, observa a una nueva generación de niños que, por fin, pueden vivir y crecer en libertad. Nt

A las cinco en el Astoria (2008) El primero de Leire

APUNTES

leire en pamplona

La primera actuación pública de Leire Martínez tras su salida de La Oreja de Van Gogh fue precisamente en Pamplona, en la décima gala de Niños contra el Cáncer de la Clínica Universidad de Navarra. Su actuación el 7 de noviembre en el Navarra Arena marcó el inicio de una nueva etapa para la cantante, que acaba de fichar por Must! Producciones y prepara ya su carrera en solitario. Ha trascendido que sacará un single y después un disco. El evento benéfico, que contó con el apoyo de más de cien empresas, busca recaudar fondos para la investigación en cáncer infantil en el Cima y facilitar el acceso a tratamientos especializados.

por qué escribir

Tres motivaciones llevaron a Pablo Benegas a publicar

Memoria: preservar el recuerdo de lo sucedido «por la dignidad de las víctimas», procesar sus propias vivencias como hijo de un político amenazado («el libro ha sido muy terapéutico»), y homenajear a esos héroes anónimos que completaban las listas electorales a pesar de las amenazas. «Esto para mí es de una valentía, un amor y unas convicciones por la democracia que falta por contarse», reflexiona el guitarrista, consciente de que la velocidad de nuestro tiempo tiende a difuminar la memoria histórica.

Dile al sol (1998) Debut al estrellato

Arte

‘la práctica del arte’, antoni tàpies

«Si las formas no son capaces de atacar a la sociedad que las recibe, de perturbarla, de incitarla a la reflexión, de poner al descubierto su propio atraso, no hay arte auténtico»

autoretrat d’antoni tàpies, vers 1945-1947

© fundació antoni tàpies, barcelona, 2023

Viajando con Tàpies

¿Cómo vivió el L’esperit català el centenario del nacimiento de su autor? El icónico muro que Antoni Tàpies pintó en 1971 se expuso en Madrid y Barcelona.

texto Ana Eva Fraile [Com 99]

Desde su escondrijo en el subsuelo, un retén de lienzos duerme. Los mece el vaivén acompasado de quienes, unos metros por encima, se adentran en el laberinto del arte. Inopinadamente, un leve tirón, como un pellizco, los desvela. Del otro lado, Ignacio Miguéliz, responsable del departamento de Colección y Exposiciones del Museo Universidad de Navarra (MUN), sujeta el tirador del cajón vertical y despliega el peine de almacenaje. Mientras los cuadros se desperezan en la gran pared enrejillada, de 3,5 metros de alto y 4 de ancho, Imma Prieto no puede apartar los ojos de L’esperit català. Están cara a cara por primera vez. «Me

he emocionado al ver la pieza», reconoció la directora de la Fundació Antoni Tàpies —hoy Museu Tàpies— durante la rueda de prensa celebrada en febrero de 2024 en el marco del centenario del artista.

Hace medio siglo, una descarga similar sobrecogió a la mecenas María Josefa Huarte en la galería Maeght de París. «Nos estaban enseñando sus fondos —contó en una ocasión—, y cuando sacaron el cuadro yo me puse instintivamente de pie impulsada por una fuerte emoción». Aquel verano de 1972, ella y su marido, el empresario Javier Vidal, adquirieron la obra. Sin embargo, la tuvieron oculta «hasta que llegaron las libertades». Las

Seis obras de Tàpies, entre ellas L’esperit català, forman parte de la colección del Museo Universidad de Navarra. © m. castells

mismas por las que clamaba su autor, Antoni Tàpies (Barcelona, 1923-2012).

Sobre ese muro de madera, arena y polvo de mármol, el artista arañó en 1971 las palabras verdad, cultura, libertad, democracia… Así hasta cerca de ochenta conceptos que constituyen todo un manifiesto de esperanza. Por entonces, Tàpies había participado en varios episodios antifranquistas clandestinos y volcó en una serie de pinturas el compromiso social y político con su tierra. Las cuatro barras de color sangre que surcan el fondo amarillo oscuro no solo remiten a la senyera, sino que se han convertido en un emblema de la lucha por la libertad.

Tàpies rastreaba en su primera juventud el estímulo que le llevó a indagar en el «poder evocador» de las imágenes murales. De camino a casa de sus abuelos, que vivían en el Barri Gòtic, el más antiguo de Barcelona, atravesaba callejuelas con «recuerdos, rasguños y señales de muchos siglos atrás». Al estallar la Guerra Civil, se llenaron de inscripciones, de grafitis «de protesta reprimida, clandestina», que le turbaron. Los muros de la ciudad, escribió en un artículo de 1970, «fueron testimonio de todos los martirios y de todos los retardos inhumanos que se infligían a nuestro pueblo». «Aunque cause disgusto —reivindicó—, el arte debe vivir la verdad».

En otros lugares y en otros tiempos —como experimentó María Josefa Huarte en la década de los setenta y confesaba Imma Prieto hace un año—, la obra del pintor catalán continúa interpelando al público. El carácter perenne de su universo creativo ha sido el núcleo del programa de actividades para conmemorar el Año Tàpies. Entre ellas, destaca la exposición titulada «La práctica del arte» que, tras su

nunca antes juntas en españa Una gran exposición retrospectiva, con escala en Bruselas, Madrid y Barcelona, ha reunido más de un centenar de obras para celebrar el Año Tàpies. Algunas se han podido disfrutar por primera vez en España, como Gran relleu negre y Gran pintura, gracias a los préstamos excepcionales del Museo Meadows de Dallas y el Guggenheim de Nueva York.

debut en el Museo Bozar de Bruselas, recaló en febrero de 2024 en Madrid y cinco meses después en Barcelona.

El mismo día que Imma Prieto apreció en directo el relieve de L’esperit català, el equipo de conservación del MUN descolgó el cuadro del peine y lo preparó para el préstamo. Entre cinco personas colocaron las protecciones de espuma, recubrieron cuidadosamente la pieza con tisú y la embalaron en una caja de pino fabricada a medida. Esa tarde, el cuadro viajó, custodiado por Miguéliz, hasta el Museo Reina Sofía en un vehículo especial.

Desde que María Josefa Huarte donó en 2008 su colección a la Universidad de Navarra, L’esperit català ha salido en cinco ocasiones del campus de Pamplona. Previamente la propietaria había cedido la obra al MACBA en 2004 para que formara parte de una retrospectiva. Dos décadas separan esa muestra de la más reciente, pero, como afirma Manuel Borja-Villel, comisario de ambas, su legado posee un sentido que permanece: «Tener muchas vidas es una de las características de las grandes obras de arte».

El Museu Tàpies clausuró la exposición el 12 de enero de 2025, aunque L’esperit català había hecho las maletas a mediados de septiembre: el día 16 Composició amb números (1976) ocupó su lugar. Miguéliz colaboró en el desmontaje del cuadro y lo acompañó en el viaje de regreso a Pamplona. Justo a tiempo para participar en los últimos preparativos del colosal proyecto con el que el Museo Universidad de Navarra celebra su décimo aniversario, un recorrido por 185 años de arte a través de más novecientos títulos que puede visitarse hasta el 24 de agosto. Esta es la última oportunidad, por ahora, de disfrutar del espíritu de Tàpies en sala. Nt

APUNTES

un lugar en la academia

En el campus de la Ciutadella de la Universitat Pompeu Fabra, Tàpies construyó a mediados de los noventa una Sala de Reflexión. En ese entorno singular, dedicado a la meditación y al silencio, se acordó en diciembre de 2023, coincidiendo con el centenario del nacimiento del artista, la creación de la Cátedra Antoni Tàpies-UPF de Arte y Pensamiento Contemporáneos. La iniciativa se propone generar un espacio de investigación, conocimiento y debate desde el universo tapiano.

ver con las manos Facilitar la experiencia artística a personas con dificultades visuales es el objetivo que persigue «El maletín de Tàpies». Con el apoyo de Fundación ‘la Caixa’, el Grupo ONCE y el Museu Tàpies, cinco alumnas de la Escuela de Arquitectura, junto con el equipo de Educación del Museo Universidad de Navarra, han elaborado una serie de herramientas sensoriales para acercarse a la obra L’esperit català.

«gran relleu negre», 1973. dallas © comissió tàpies / vegap, 2024
«gran pintura», 1958. nueva york © comissió tàpies / vegap, 2024

HISTORIAS MÍNIMAS

Ignacio Uría

La belleza, esa ideología

«Me identifico con el lema electoral del gran John Dutton, patriarca de Yellowstone: “Soy lo opuesto al progreso”. Por eso odio a las influencers, el turismo de masas y las bodas estivales»

DE MIS AÑOS UNIVERSITARIOS recuerdo un grupo desconocido. Eran ingleses, les gustaba el surf y se llamaban Barracudas. Con un sonido que recordaba a los Ramones, grabaron un puñado de canciones fenomenales para el verano y el invierno. En especial, una balada que lamentaba con desgarro We’re living in violent times. Mi compadre calvo, que es un profeta, estaba muy de acuerdo y, para evitar la violencia, se hizo funcionario. No lo consiguió, claro, porque el Estado es un enemigo poderoso.

Va a ser cierto que vivimos tiempos violentos. Lo compruebo desamparado cada fin de semana, víctima del desfile de chándales y camisetas de tirantes que asola las calles. Hablo de esa atlética avalancha que suda la camiseta mientras se toma el aperitivo. Pero no solo el chándal nos asedia, también los tatuajes de cuerpo entero, las gorras de rapero antifa o las perforaciones en la piel. Pura violencia estética. Cultura carcelaria que camina despreocupada rumbo al gimnasio, hormonados como pollos de macrogranja. Ante esto, me identifico con el lema electoral del gran John Dutton, patriarca de Yellowstone: «Soy lo opuesto al progreso». Yo también. Por eso odio a las (y los, no quiero discriminar, que se me enfada la ministra) influencers, el turismo de masas y las bodas estivales. Estas son todas iguales, de un cursi fotocopiado (y en inglés) con su candy bar, su photocall, su cancioncita y su canesú.

Hasta el perro de los novios es un hortera (se llama Chipie y lleva lazo). Todo cuqui, carne de Instagram para una competición de detallitos pueriles. Incluida, lo siento, la entrada al salón perpetrada por los novios entre un mar de servilletas al viento y música ratonera de banda sonora. Ay, la juventud, inútil tesoro.

A mí todavía me extraña que un adolescente lleve una argolla en la nariz como si fuera un buey cántabro. Eso es propio de tribus amazónicas, contra las que no tengo nada pero que no reconozco como mías. Como tampoco acepto a un universitario que asiste a clase de Metafísica o de Embriología con chanclas y bermudas. Tal indumentaria me arrebata si es para ir a la playa de Estaño, allá en Asturias, patria querida. Pero never-never-never (que diría Shirley Bassey) para abordar los misterios del ser como ente móvil o el espacio que ocupa el saco vitelino. Para tales menesteres prefiero un buen corte de pelo —tipo Marín o Rota—, una camisa y zapatos reglamentarios que oculten mis dedos torcidos. Es decir, me avergonzaría toparme con Aristóteles y llevar una facha más propia de un socorrista que de un tipo corriente, que es lo que soy. Corriente, pero no idiota. Al menos, para desconocer una terca evidencia: la belleza nos ayuda a ir por la vida. La buena vida, la verdadera, la que elige los compromisos sin caducidad y trae hijos al mundo.

LA PREGUNTA DEL AUTOR

Queda claro que soy un cavernícola. Viva. O quizá me he caído de un guindo y esté delirando. Sin embargo, en ese árbol hay más gente, alguna, inesperada. Por ejemplo, varios institutos franceses, muy laicos y progresistas, que han prohibido a sus alumnas acudir con tanga al liceo. Las muchachas, en su candor, llegaban a clase desplegando una lencería tan ardiente que los radiadores eran innecesarios. Aquello no mejoraba ni abriendo las ventanas. Ante la temperatura del asunto, una exministra de Educación, la socialista Ségolène Royal, dijo que todo era consecuencia del modelo de mujer propuesto a las francesas «en el que el cuerpo femenino se exhibe como una vulgar mercancía». Bien ahí, Ségolène También el Real Madrid ha recordado a su plantilla la importancia del respeto. Emilio Butragueño, ese hijo perfecto que le metió cuatro a Dinamarca, sentenció: «Este club tiene una historia y una imagen. No podemos ofender al rival con celebraciones estrambóticas». Es decir, nada de festejos grotescos después de marcar un gol. Nada de futbolistas haciendo el ridículo con bailecitos pueriles. Vinicius y Rodrygo no lo han pillado, pero todo se andará.

¿Es el fracaso de lo bello el fin de la belleza? En tal supuesto, ¿con qué se podría sustituir?

@NTunav

Opine sobre este asunto en X.

La última en rendirse a la moderación ha sido la NBA, harta de que los jugadores se disfracen de macarras y traficantes. A partir de este año, todos como un pincel: adiós a esos pendientes más grandes que las orejas o los medallones tamaño rueda de tractor. Ahora reinarán la corbata, la cara limpia y el pelo corto, que hay niños mirando.

Ignacio Uría [Der 95 PhD His 04] es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá.

ENSAYO Fin de la comunidad

O la colmena o el avispero

En un contexto en el que el liberalismo ha sacrificado en el altar del mercado la creación de verdaderas comunidades —donde el individuo es apenas un valor de cambio—, ¿es posible reconstruir los vínculos? En este ensayo, el filósofo Jorge Freire explora el colapso de la atomocracia y la necesidad de reconocerse en deuda para constituir un cuerpo social fuerte.

JORGE FREIRE es filósofo, articulista y escritor. Colabora en distintos medios, como The Objective u Onda Cero. Sus últimos libros publicados son La banalidad del bien y Los extrañados.

la cera es dúctil y maleable. la forman las abejas en su abdomen y luego la moldean con las mandíbulas, la miden con las antenas y suavizan sus bordes con las patitas, componiendo celdas hexagonales con la precisión de un alfarero. Tan intrincada es la geometría del panal —donde ningún espacio queda al azar— como delicada y frágil es la tela con la que se urde, especie de papel maché que podría aplastar el más ligero movimiento. Un golpe de aire frío y la cera se seca antes de tiempo, deformando el conjunto; un poco de aire caliente y las celdas se derriten. Terminada la construcción, basta el pelotazo de un niño para que caiga al suelo y se desbarate.

¿Y qué hacer entonces? ¿Es posible recomponer esa ingeniosa construcción? Dicho de otra manera: pegando fragmentos de cera seca, ¿cómo lograr algo remotamente parecido al resultado original? Igual que los trozos de plastilina olvidados al aire libre, han perdido su plasticidad y se han convertido en pequeños mazacotes. ¿Cuántos operarios se necesitan para replicar esos patrones geométricos con la pericia de las abejas obreras? Los bordes que encajaban a la perfección ahora forman aristas y cantones irreconciliables entre sí. ¿Cómo agarrar el panal sin que se nos desmorone en las manos?

Lo mismo, salvando las distancias, sucede con la comunidad. Una vez que se quiebra, es casi imposible recuperarla. Nos reconocemos como una multitud de individuos que se mueven

de forma caótica, sin vínculo aparente entre ellos. Bertrand de Jouvenel describió la atomización contemporánea con la imagen de un hormiguero golpeado con un palo por un niño travieso. Yo más bien nos imagino como unas reses permanentemente chanteadas.

Chantear significa asustar a las reses que se han refugiado en un encamadero. Al segundo siguiente, salen escopetadas sin ningún destino concreto, con las pupilas dilatadas por el miedo y la ansiedad endureciéndoles las arterias. ¿Cómo no van a querer aquerenciarse? Si hay cazadores tramposos que chantean a las reses para hacerlas salir a la mancha, la sociedad contemporánea nos induce al constante miedo.

el cinturón de hierro del terror. Hannah Arendt señaló que no hay instrumento más efectivo de atomización que el miedo, pues destruye la confianza mutua necesaria para mantener viva la comunidad. Si la Edad Moderna encontró en el miedo al Leviatán la receta hobbesiana para imponer la paz, la Edad Contemporánea tardía, como sociedad disciplinaria en desquiciada descomposición, con-

vierte a los ciudadanos en reses siempre chanteadas. Sobra decir que una cosa es cazar y otra gobernar. Y el «cinturón de hierro» del terror, en expresión de Arendt, nos aprieta a unos contra otros hasta que la acción libre desaparece.

Hay reses de casta que son bravas. Y hay otras que son bravuconas… Hasta que sienten en sus carnes las exigencias del hierro y la pañosa. Entonces no queda sino acularse en los tableros, oyendo con terror el cascabeleo de las mulillas. Hoy cunde una mezcla de miedo y angustia. Esta palabra viene de angostura, en tanto que estrecha nuestra visión a la manera de un efecto túnel. ¿Cómo atisbar la luz al final si probablemente describe curvas y circunvalaciones? Podemos ver lo inmediato, pero no mirar más allá. ¿Cómo imaginar un futuro distinto al que nos arrastra la inercia? Del cóctel de miedo y angustia surge un precipitado que podríamos llamar medrosía: un temor crónico que nos deja solos, un aislamiento narcisista.

El mal que aqueja a la criatura desarraigada por la modernidad es, según el sociólogo francés Émile Durkheim, la anomia. Esta es, por definición (anomos), la ausencia de ley; en la práctica, la degra-

ENSAYO Fin de la comunidad

dación rápida de las normas compartidas hasta su definitiva disolución. Innumerables son los factores que empujan a ello. El miedo a un futuro incierto y la angustia que provoca el destejimiento del lazo comunitario, en efecto. Pero también la dejación en la crianza, el declive del contacto cara a cara entre los jóvenes, el envejecimiento y la soledad no deseada de los mayores… Y, sobre todo y detrás de todo, el individualismo posesivo.

Aquello que Putnam estudió en Solo en la bolera ya no sucede únicamente en las ligas de bolos y en los clubes de bridge. No necesitamos recurrir al hombrecillo que vive en un poblachón del rust belt estadounidense para explicar la sociedad en clave de monadología (aunque sin teodicea ni armonía

El gigante Anteo recupera fuerzas al apoyarse en la tierra, porque su madre es Gea, que lo vivifica. Por eso Heracles solo consigue vencerlo levantándolo en el aire. No hay duda de que hoy, bajo el signo de Anteo, buscamos tierra firme, por difícil que sea de esclarecer esa privación que nos lleva a hacerlo. Unos palpan el suelo con manos ávidas, tentaleando raíces que les ofrezcan sustento en el hondón de los siglos, y otros abrazan la greda con el desespero de una vid entrelazada, tratando de fundirse con su esencia misma; unos se esconden entre los cascajos y otros erigen empalizadas. Anhelamos cobijo y arraigo, como el burel que se aquerencia en chiqueros.

«La libertad individualista es una libertad trivializada, entendida como mera ausencia de ataduras: la libertad de una sociedad de individuos condenados a una infancia perpetua. El individualismo es, en esencia, una enfermedad infantil»

preestablecida). En tiempos de la anglobalización, todos somos mónadas. Pero la mónada tiene memoria, aunque sea poca, y es todavía consciente de la desvinculación de que ha sido objeto.

vivir en la cueva o salir de la cueva. En todas partes crece la nostalgia de la comunidad. ¿No es señal de que algo falla? Nos repiten técnicos y expertos que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que nunca habíamos gozado de una paz tan prolongada ni de un número tan copioso de comodidades. ¿Cómo explicarles que no nos bastan el optimismo, ni la tranquilidad, ni las comodidades, pues el alma humana requiere un sustrato firme en que arraigar? ¿Que no nos sacia la paz cuando queremos trascendencia, que las fuerzas centrífugas que operan sobre el mundo nos arrastran a los márgenes, obligándonos a una existencia desarraigada en la que solo cabe sobrevivir?

Spengler, inspirado por Frobenius, distinguió entre dos pulsiones contrarias: el sentimiento de lejanía y el de cueva. Las culturas oscilan entre uno y otro. Durante las vacas gordas de la globalización nos volvimos hacia la tendencia filobática de lejanía; durante las vacas flacas de la posglobalización arrecia el sentimiento ocnofílico del amor por lo hogareño. Por supuesto, este amor puede ir acompañado de miedo y también de odio. Al fin y al cabo, solo vuelven a la caverna quienes han perdido las raíces. Recuérdese El Horla de Maupassant: tememos al Horla porque viene de hors là, allá fuera; es el intruso que llega de lejos y un buen día se sienta en tu sofá, se bebe tu leche, lee tu periódico y se enseñorea de tu casa. ¡Cuando te das cuenta, te ha echado a la calle! Quizá no arribe en un barco brasileño de tres palos con las banderas desplegadas, como en el relato de Maupassant; quizá entre por un rincón y se las ingenie para volverse inexpugnable…

La desvinculación de la que somos objeto es de índole metafísica. Es la amputación que, como dice Ortega en Espíritu de la letra, nos hace sentir un «muñón del cosmos»: una individualidad que adopta la forma de una sajadura violenta. Ante dicha agresión, solo queda convencerse de que uno, por lo menos, es libre. Lógicamente, es una libertad trivializada, entendida como mera ausencia de ataduras:

la libertad de una sociedad de individuos condenados a una infancia perpetua. El individualismo es, en esencia, una enfermedad infantil.

el colapso de la atomocracia. ¿No es significativo que la palabra individuo haya recibido en castellano, hasta no hace mucho, un uso peyorativo e incluso incriminatorio? «Ese tío es un auténtico individuo». Es tan solo el nombre de los átomos invisibles que componen las sociedades liberales; la biografía, en suma, solo corresponde a las personas, que son las que arrastran vida y obras. ¿O acaso alguien ha empleado la palabra persona alguna vez como insulto?

Átomos invisibles, digo. El átomo —palabra griega que Cicerón tradujo al latín como individum— es invisible por naturaleza. En puridad, tan invisible es el individuo de la metafísica liberal como la mónada leibniziana: no por existir a escala microscópica y sustraerse a la mirada humana sino, más bien, porque ambos son entes de ficción. Este tipo de individuo-átomo tiene un cierto uso heurístico cuando se trata de imaginar una sociedad compuesta por entidades irreductibles y autosuficientes. Pero esta sociedad no existe ni, aunque existiera, podría subsistir. El problema de la especulación ética formal a

ese nivel consiste en que, para poder ser redactada, antes debe adjudicarse como patrón de conducta de un sujeto fantasmagórico: el mismo sujeto que postula el liberalismo.

Fácil es comprobar cómo la concepción individualista del género humano lleva a la mayoría de nuestros congéneres a encontrarse como botes de remo ante la marejada. Se nos dice que «estamos todos en el mismo barco», pero, cuando la embarcación queda hecha trizas, el marinero se encuentra solo, empapado y mudo frente al rugir del Atlántico. Nada le resta al espíritu cuando falla la materia. Ya decía Maritain en La defensa de la persona humana que no podemos delimitar en el hombre una cosa que podamos llamar «individuo» y otra que podamos llamar «persona», sino que ambas dimensiones son la materia y la forma del ser humano. ¿De verdad hace falta recordarlo?

La antropología liberal es inhumana no por una cuestión moralista, —tan humano resulta el individualismo como el libertinaje o el tribalismo—, sino porque choca de bruces con la constitución ontológica del ser humano, concediéndole tan solo carta de naturaleza en lo material. Se es individuo en tanto que se es medible como valor de cambio. De ahí que, por mor de la maximización de beneficios, las

ENSAYO Fin de la comunidad

relaciones duraderas, el compromiso y las ligaduras firmes queden proscritas. Por supuesto, la barca en medio de la tempestad rara vez sobrevive y al final, no hay más opción que convertirse en polizones de un trasatlántico. Para vivir como personas, lo primero es sobrevivir como individuos.

Los griegos llamaban al individualismo atomocracia. ¿Es esta atomocracia una construcción del liberalismo? Las pretensiones de libertad, dignidad y felicidad que fluyen por el sistema circulatorio del liberalismo hace tiempo que perecieron exangües; y no por la acción de ningún agente sobrevenido o externo, sino por obra y gracia del individualismo ontológico. Así y todo, el problema que nos ocupa no radica en la doctrina individualista, sino en la concepción que el liberalismo tiene de ella. El origen del individualismo es tan antiguo como la

«La

antropología liberal es inhumana porque choca de bruces

con

la constitución ontológica del ser humano, concediéndole tan solo carta de naturaleza en lo material. Se es individuo en tanto que se es medible como valor de cambio»

filosofía, ya que tanto la tradición griega como la posterior filosofía cristiana postularon el alma como inequívoco principium individuationis. ¿De qué forma acaso podría comprenderse el individuo? ¿Qué diferencia habría entre un ser humano y un insecto, si nos ceñimos a su mera corporeidad, a su materia finita y contingente?

Esta pregunta ya ha sido respondida por el utilitarismo, escuela que cuenta con el célebre Peter Singer como buque insignia. Para el filósofo australiano no se puede afirmar distinción alguna entre un individuo y otro. Nadie puede achacar inconsistencia a estas aseveraciones, pues desde una visión materialista y evolucionista no hay diferencia ontológica entre un bebé de seis meses y un escarabajo pelotero; asimismo, tampoco cabe escandalizarse por las consecuencias que Singer extrae de igualar a todos

los individuos, para quienes tan solo debe regir el principio formulado por Bentham: infligir el menor dolor posible al mayor número de seres posible. Clavarle un anzuelo a una merluza so pretexto de alimentarnos, por tanto, estaría menos justificado que practicar el infanticidio si el niño es minusválido o padece una deficiencia mental. Quien piense que la racionalidad o la compasión deben interceder cuando se esgrimen tales argumentos —alegan los utilitaristas—, debe considerar cuán poco racional y compasivo resulta excluir a los animales del ámbito de la ética; e igualmente, cuán poco racional y compasivo es cuidar de un ser humano moribundo y rayano en la inconsciencia, en vez de dar vía libre a su eliminación y librar a amigos y familiares de un dolor del que el finado no es ni puede ser consciente. El individualismo animado —es decir, aquel que postula la encarnación del alma en un cuerpo— siempre ha disipado los vapores que borbotean en el laboratorio liberal, como si de un extractor de humos o de gases mefíticos se tratase. Concebir al ser humano como persona —es decir, alma inmortal sujeta a un cuerpo mortal—, exige concederle la mayor dignidad ontológica posible. Si anclarlo a la trascendencia lo eleva por encima del común de las criaturas, también le exige un compromiso para consigo y los demás. Por supuesto, señalar la dimensión divina del ser humano nada tiene que ver con deificarlo: no hay más ciego que el soberbio y endiosado que no cree en más reglas que las que nacen de su voluntad. El individualismo sin alma —tan propio del liberalismo— es un nihilismo, por cuanto configura una cosmovisión monadológica, al modo de la que concibiera Leibniz, para extirparle cualquier posible armonía preestablecida o por establecer, véase: la que vincula a las almas en torno al bien común. Libres e iguales significa, en esencia, «todos contra todos».

Para muestra, un botón. Hace tres años, Canadá legalizó el suicidio asistido para personas que no tienen una enfermedad terminal. La medida, en principio, contaba con un amplio apoyo de la socie-

dad. Pero, a principios de 2024, se desató la polémica cuando se planteó la posibilidad de incorporar a personas con trastornos mentales. No sorprende que levantara una enorme polvareda, teniendo en cuenta que, para colmo, sucedía en un tiempo en que la salud mental se había convertido en una cuestión ineludible.

¿Acaso quienes lo criticaban eran simples y llanos enemigos del progreso? Porque a quienes ponían objeciones a la propuesta canadiense —prefigurada por Países Bajos, Bélgica o Luxemburgo— solía cargárseles con esa acusación. Los pueblos del norte, dice el tópico, nos llevan mucha ventaja, y algunos serían capaces de echar a rodar por el precipicio solo por seguir el ejemplo. Sea como fuere, se repitieron argumentos y contrarréplicas que un año atrás se habían sacado a relucir. A inicios de 2023, una científica noruega sugirió hacer uso de mujeres en muerte cerebral para gestar. La respuesta del liberal medio fue la esperada: se encogió de hombros, se rascó la coronilla y exigió que se llevase a cabo con arreglo a la ley.

reconocerse en deuda. Si la tradición es, en expresión de Chesterton , la democracia de los muertos, el individualismo es la tiranía de los vivos. No hay mayor antídoto contra esta que la gratitud: considerar que hemos de retornar lo recibido, no con arreglo a una obligación contractual, sino desde una religación con nuestros orígenes. Todos somos deudores de nuestros deudos.

Comunidad viene de communitas, que a su vez viene de munus, deuda: uno siempre está en deuda con el otro, porque somos sujetos relacionales. No vivimos aislados como robinsones en una isla, lo que implica una serie de obligaciones tácitas que dan cuerpo a la comunidad. La inmunidad (immunitas) es, por contra, la negación de esa deuda: solo quien se basta y sobra, quien se dedica a cuidar su huerto, como el Cándido de Voltaire, aunque la sociedad se hunda, porque ha edificado un foso alrededor de su castillo y tiene hombres lanzando aceite hirviendo desde las almenas, puede ser inmune. Pero ¿es ese un ideal de vida buena?

Si pinchan en hueso quienes apelan a las virtudes abstractas del cosmopolitismo, fiándolo todo a la advocación de la ciudad abierta, es porque ignoran

que lo único de la casa que sigue en pie es la fachada. En La vida de los termes, de Maeterlinck, un hombre entra a su hacienda y se la encuentra roída. Se sienta en una silla y esta se desmorona, se agarra a la mesa para recuperar el equilibrio y se le deshace en pedazos, se apoya en una columna y esta se viene abajo en una nube de polvo… Las termitas tienen el don de cumplir con su tarea sin ser vistas «y solo un oído alerta es capaz de reconocer el ruido que hacen millones de mandíbulas en la noche devorando la estructura del edificio y preparando su derrumbe».

¿Acaso quienes reflexionamos acerca de la desligadura llegamos tarde?

Cuando Jouvenel enunció su metáfora del hormiguero golpeado con un palo, nos representaba como a seres gregarios que han perdido sus patrones de comportamiento debido a la agresión de un elemento extraño. Pero no todo lo explica esa agresión, que acaso ni fuese deliberada. Las mediaciones ya habían enflaquecido tanto que, en su acometida postrera, la anglobalización no tuvo que entrar con el bulldozer, sino dar unos toquecitos en la pared.

El liberalismo hace de la necesidad virtud. Lo que comienza como una obligación —por ejemplo, la movilidad social— se convierte en algo bueno por sí mismo: abandonar la comunidad natural y marcharse a Laponia a trabajar es algo virtuoso. Nos enseñaron a ofrecernos en sacrificio en el altar del mercado, y con rapidez nos avinimos a ello. Pero fuimos nosotros los que acabamos empuñando el arma homicida, lanzándonos de mil amores a la degollina propia. Porque, admitámoslo, aunque el liberalismo ampare diferentes modos de vida buena bajo su paraguas de pluralidad, también prescribe. Y tanto el nomadismo liberal como el individualismo posesivo —haz y envés de la misma moneda— niegan toda idea de comunidad al fabricar individuos desarraigados, ensimismados e inoperantes para la vida común. La función hace la forma. Nt

Paco Sánchez

El periodismo es un norte

«El mundo necesita traductores porque se ha vuelto inmanejable para tantas personas: esa jerigonza irreconocible que ya no refleja una cultura compartida, unos ideales comunes, una comunidad»

EL DÍA DE SAN FRANCISCO estábamos convocados para celebrar el setenta aniversario de Nuestro Tiempo. Fue una fiesta sencilla y dulce, de reencuentros y recuerdos, pero más orientada hacia el futuro que nostálgica. Hablamos de periodismo lento, característico de la revista y que tan importante me parece para entrenar a los periodistas que practicarán el periodismo que más influye y que, por naturaleza, es rápido, cada día más rápido.

Los estudiantes sueñan con firmar páginas lustrosas de periodismo lento. Columnas, entrevistas y reportajes más cercanos a la literatura que a la actualidad. Quizá porque en ese territorio se mueven las grandes figuras de la novela, de la poesía y del ensayo o los veteranos más prestigiosos de las redacciones. Esos géneros de autor me parecen muy necesarios hoy. El mundo necesita traductores porque se ha vuelto inmanejable para tantas personas: esa jerigonza irreconocible que ya no refleja una cultura compartida, unos ideales comunes, una comunidad. El periodismo lento intenta explicarse por qué ocurre lo que ocurre y es capaz de bucear en los entresijos de la ciencia o la técnica y, sobre todo, en las hondonadas del alma humana, tan misteriosas. Pero lo difícil de verdad, lo que requiere de un periodista de cuerpo entero, es hacer eso mismo en tiempo real: en la hora en la que las noticias suceden. Y no hay entrenamiento mejor para eso, partiendo de una personalidad equilibrada y una cultura suficiente, que el periodismo lento que los alumnos aprenden en el Programa de Edición de Revistas Culturales de Nuestro Tiempo.

Y en las aulas. Ander Izagirre, a quien acompañaba en el coloquio, llegó a la Universidad queriendo ser periodista. Esa pasión inicial, acaso todavía informe, se agigantó y concretó en la Facultad de Comunicación, según dice. Al día siguiente del aniversario de NT, el sábado 5 de octubre, estaba programada una reunión de antiguos alumnos. La abrió la decana, Charo Sádaba, que nos dio tres titulares sobre el plan estratégico del centro para los próximos años. Y el primero de todos ellos, no sé si con estas palabras, consistía en seguir apostando por el periodismo. Hace menos de quince años, tal declaración se habría considerado una obviedad.

Observo desde hace tiempo un progresivo maltrato al periodismo. Por supuesto, hay un maltrato político, aunque en eso poca novedad puede encontrarse: siempre ha existido de un modo explícito en los autoritarismos, de un modo oblicuo en las democracias, a menudo trufado de lisonjeras declaraciones de respeto, cada vez más escasas y falsas. Sin embargo, los ataques verdaderamente dañinos, los capaces de matarlo, provienen de la mismísima profesión, de personas e instituciones que deberían promocionarla, pero actúan como sus enemigos letales. El periodismo sabe qué hacer para defenderse de los poderes políticos y económicos. ¿Y de los propios profesionales? He llegado a leer un titular que decía: «Periodistas contra el periodismo». Por eso es tan importante que las facultades no abandonen la formación de periodistas capaces de contar y dar sentido a este mundo nuestro en lugar de formar, todo a la vez, community managers, técnicos en relaciones públicas y en protocolo, expertos en comunicación corporativa, gestores de improbables productos de nicho, merodeadores de despachos y lobbies, influencers de fortuna, trapecistas de la inteligencia artificial y realquilados tardíos del metaverso: no importa que sepan hablar o escribir, basta con que no hayan leído, con que sean dúctiles y sirvan para un roto y para un descosido, que sean recambiables. En las facultades de comunicación estamos a un tris de perder el norte del periodismo. Me gustan las prioridades de la decana.

Paco Sánchez [Com 81 PhD 87] es periodista y profesor titular de la Universidade da Coruña. @pacosanchez

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