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MONIKA GRZYMALA: LA FUERZA EXPRESIVA DE UNA LÍNEA

por Mariana Pérez

La artista polaca Monika Grzymala se vale de la potencia de su propio cuerpo y un rollo de cinta adhesiva para crear obras que conectan muros y transforman el espacio.

Dibujo en tres dimensiones” es la etiqueta paradójica con la que la artista Monika Grzymala insiste en referirse a su obra, quizá con la intención de subrayar lo difícil que resulta encasillarla bajo una sola disciplina. ¿Dibujo? ¿Instalación? ¿Escultura? ¿Performance? La producción sui generis de esta artista polaca fluctúa entre todas las anteriores.

Nacida en Zabrze en 1970, Grzymala se mudó a muy corta edad a Alemania, para residir en diferentes ciudades hasta establecerse de manera definitiva en Berlín. Como estudiante de arte de varias universidades alemanas se enfocó principalmente en escultura hasta que uno de sus profesores hizo una observación que habría de cambiar el rumbo de su producción: parecía más interesada en la relación entre los objetos que en los objetos mismos. A partir de ese momento, decidió concentrarse en el dibujo, pero muy pronto sus líneas salieron del papel para abarcar los muros. No se trataba únicamente de liberar la obra del marco tradicional y expandirla hacia las paredes, el piso y el techo del espacio expositivo, sino llevar el quiebre aún más lejos, ocupando el espacio intermedio. He ahí lo que distingue a Grzymala de otros artistas de su generación y lo que ha logrado cada vez con más maestría: dibujar en el espacio tridimensional que vincula un muro con otro, generando relaciones vibrantes y tensas entre ellos.

La compleja red de líneas es creada, la mayoría de las veces, a partir de kilómetros de cinta adhesiva, aunque en algunos casos ha recurrido a materiales como papel, madera, alambre o ramas de árboles. De todas ellas no queda sino el recuerdo de los visitantes y el registro fotográfico y videográfico, ya que se trata de obras efímeras de sitio específico, generadas a partir de la respuesta intuitiva de Grzymala a las condiciones y la configuración de un espacio arquitectónico en particular. Las líneas convergen, se dispersan, se ondulan y se enderezan con tal fuerza y dinamismo que resulta difícil creer que surgen de un material como la cinta adhesiva. En las manos de

Grzymala, ese material, que por sí solo resulta tan frágil y poco atractivo, se carga de intención y se transforma en potentes vectores de energía.

No es de extrañar que una propuesta artística con esa vitalidad reciba una respuesta favorable, no sólo en su país de residencia, sino en diversas ciudades de Europa, América, Asia y Oceanía. El MoMA de Nueva York, la Kunsthalle de Hamburgo, el Reykjavik Art Museum de Islandia, el Tokyo Art Museum o la Bienal de Sídney de 2015 son sólo algunas de las locaciones para las que Grzymala ha generado piezas irrepetibles en las que la línea se convierte en objeto y, por ende, el dibujo deviene escultura.

La gran interrogante que resulta casi inevitable al enfrentarse a las imágenes que capturan la propuesta de Grzymala es: ¿cómo logra infundir tanta energía a su materia prima?, ¿cómo logra esa transformación del espacio a partir de sencillas líneas de cinta adhesiva? Quizá la explicación se encuentra en la relación de la obra con el cuerpo de la artista, pues ella misma ha comentado que la concibe como una extensión de sí misma y de su pensamiento en la que cada línea es reminiscencia de la acción del cuerpo en el espacio. De aquí que registre el número de kilómetros de cinta adhesiva utilizados en cada pieza, pues con ello hace referencia al esfuerzo físico y la energía invertida en su creación. Por eso su trabajo es más cercano al performance que a la instalación.

“Líneas que convergen, se dispersan, se ondulan y se enderezan con tal fuerza y dinamismo que resulta difícil creer que surgen de un material como la cinta adhesiva”.

“¿Dibujo? ¿Instalación? ¿Escultura?

¿Performance? La producción sui generis de esta artista polaca fluctúa entre todas las anteriores”.

La clave de la obra de Grzymala está, entonces, en el momento de la creación, tal como ocurre con los cuadros de Jackson Pollock. Claro, el producto final tiene un atractivo estético innegable, pero para apreciar y comprender la obra cabalmente hace falta ver a Pollock pintando, con todo el cuerpo inmerso en el acto de creación. De un modo similar a la “pintura de acción” de Pollock, Grzymala dibuja en tres dimensiones con el cuerpo entero mientras escucha música, un componente que, según sus declaraciones, nunca falta en su estudio ni en las locaciones de trabajo. Ahí está, transmitiendo el ritmo de la música, sus ruidos y sus silencios, a una obra plástica. Ahí está, creando piezas de una fuerza inigualable a partir del potencial expresivo de su propio cuerpo.

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