3 minute read

REDEFINIR LA FUERZA

por Elisa Schmelkes

Pensemos nuevas formas de medir nuestro sistema económico que tomen en cuenta no sólo los índices de producción, sino también las formas en que se distribuyen libertades, derechos, y se considere el cuidado del medio ambiente.

Creceremos y tendremos una economía fuerte”. Esta retórica es tan común que ni la procesamos, damos por sentado que una economía fuerte es importante y necesaria, sin cuestionar el significado de esta expresión.

¿Qué es una economía fuerte? Hay un concepto oculto detrás de esta palabra, y detrás de toda la infraestructura sobre la que opera la política económica. En esencia, hablar de una economía fuerte implica hablar de crecimiento, ¿de qué? De la producción.

Para entender esto tenemos que indagar en la teoría económica. Para medir el “tamaño” de una economía, la medida tradicional es el Producto Interno Bruto (PIB). El PIB es la suma del valor de los bienes y servicios que se compraron en el país (por individuos, empresas y gobierno) y el dinero que se invirtió. El PIB es lo que un país gastó o lo que un país ganó en ese año. No mide la riqueza del país o la igualdad; sólo los gastos. Para calcular el “crecimiento” de una economía, lo que se mide es el cambio en el PIB de un año a otro. Si el país gastó más, la economía creció.

No es muy difícil ver por qué esta medida resulta problemática. Si el país es azotado por un terremoto, el PIB no registra las vidas perdidas, los edificios derrumbados ni el patrimonio perdido, pero sí todo lo que las familias, empresas y gobierno tuvieron que invertir para atender la emergencia y reconstruir. ¡A pesar de las enormes pérdidas netas, el PIB registra un crecimiento! Según este indicador, la economía “se fortaleció”.

La lista de problemas sigue: el PIB no registra el trabajo no remunerado. Si el trabajo doméstico entrara en las cuentas, representaría 23% del PIB mexicano (INEGI, 2018). Tampoco registra el daño ambiental: deforestar las selvas es una noticia excelente para el PIB. Peor aún, medimos la prosperidad del país con el PIB per cápita, que es la simple división del PIB entre el número de habitantes del país. Según este indicador, cada hombre, mujer, niño, niña y bebé en este país gana 8,902 dólares al año (Banco Mundial, 2017). Por supuesto, ese número es absurdo: si tomas a un mexicano completamente al azar y le preguntas cuánto gana, lo más probable es que la respuesta oscile alrededor de 2,718 dólares al año (INEGI, 2016). Como todo promedio, esta medida es engañosa, porque esconde la desigualdad. Sin embargo, es el indicador más utilizado a nivel mundial.

La medida no es lo único problemático en este esquema. Lo más pernicioso es la suposición prevalente de que el crecimiento es positivo para una economía.

El crecimiento, por supuesto, es algo positivo en todo sistema y en todo organismo hasta cierto punto. El crecimiento humano tiene un límite y hay una edad en la que alcanzamos un estado estable. El crecimiento ilimitado es peligroso. ¿Qué pasa cuando un tejido humano no deja de crecer? A este fenómeno lo llamamos cáncer, y es tan terrible que, si no se detiene, puede terminar con la vida.

Es decir, el crecimiento ilimitado no sólo es peligroso, es imposible. Tiene límites y rebasarlos atenta contra la supervivencia tanto del organismo como del sistema. La economía no opera en el vacío. Nuestro sistema humano depende en última instancia de los recursos naturales, y el crecimiento desmedido ya está empezando a encontrarse con los límites del sistema natural en que habitamos.

Para asegurar la existencia de generaciones futuras tenemos que ver más allá del paradigma del crecimiento y cambiar radicalmente el concepto de una economía sana. Es necesario cambiar el enfoque de nuestros paradigmas económicos, porque estamos enfocados en corregir las variables equivocadas.

El economista indio Amartya Sen sostiene que el verdadero desarrollo de un país se mide en la libertad de oportunidades de sus habitantes. Esto incluye libertades políticas, acceso a educación y salud pública y el derecho a no estar en condiciones inseguras ni de pobreza extrema.

Existen indicadores alternativos al PIB. El Índice de Progreso Real (IPS) incluye más de veinte variables que el PIB no considera, como el trabajo no remunerado, la distribución del ingreso, los daños ambientales, entre otros. Así, aunque México es la economía número 15 a nivel mundial según el PIB, según el IPS estamos en el lugar 58.

Además, existe todo un movimiento, el postcrecimiento, que busca cómo transitar hacia una economía estable que proporcione derechos básicos a sus habitantes y no extraiga más recursos de los que consume. Sin embargo, estas iniciativas han tardado en llegar a ser parte cotidiana de la política económica y los análisis financieros.

¿Que pasaría si como país cambiáramos el enfoque hacia las variables económicas que importan? Es momento de dejar de crecer y empezar a madurar.

Elisa Schmelkes es Licenciada en economía por la UNAM, especialista en economía sistémica y modelos de agentes. Su trayectoria multidisciplinar la llevó a trabajar en el MUAC, donde coordinó varias exposiciones y trabajó como asistente curatorial de la colección artística. Actualmente es colaboradora del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3-UNAM).

Mauricio Limón es un artista mexicano. Con su trabajo investiga e interactúa con figuras y objetos del dominio popular y la historia para dislocarlos y cuestionar el mundo que nos rodea. En esta obra, al abstraer el valor duro y simbólico de los billetes se sugiere un lienzo neutralizado para repensar el sistema económico actual. galeriahilariogalguera.com

This article is from: