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GABRIEL DE LA MORA. LA METICULOSA HUELLA DE LA NATURALEZA
por Christian Gómez Vega
Durante más de dos décadas el artista mexicano Gabriel de la Mora ha explorado el dibujo, la pintura y la escultura como medios artísticos. Su práctica, caracterizada por una constante experimentación con los materiales, busca poner en tensión las propias definiciones de los soportes, además de jugar con conceptos fundamentales de la teoría del arte como la autoría, la originalidad, el objeto encontrado y la propia noción de producción.
Reconocido por el carácter meticuloso y obsesivo de su obra, Gabriel de la Mora indaga conceptos como la finitud y la permanencia, el paso y la suspensión del tiempo, además de la transformación, tanto de la materia como de la energía. Lo anterior, a partir del trabajo con elementos naturales, artefactos que han entrado en desuso, antigüedades y elementos de máquinas ahora obsoletas. Recolectar, seleccionar, clasificar, catalogar y manipular son verbos mencionados por el propio artista y que, de manera insistente, guían su práctica en relación con los distintos elementos que utiliza.
Entre las diversas vertientes de su trabajo, es posible destacar dos caminos en los que una precisión inédita modela las formas. El primero tiene que ver con la cuidadosa manera en que objetos o materiales ajenos a las artes se convierten, por el puntual trabajo del artista, en virtuosas obras que enlazan con la tradición de la destreza técnica en la historia del arte. Sin embargo, en el segundo la estrategia es distinta, la labor del artista implica, lejos del control absoluto de su mano, gestionar los efectos de la naturaleza sobre las cosas.
En el primer camino destacan múltiples series por su preciosismo y precisión milimétrica. Es el caso de Capilares, en la que desde 2004 ha realizado dibujos con cabello humano y sintético; Poesía concreta (2011-presente), en la que las banderitas post-it, utilizadas para marcar libros, se convierten en abstracciones visuales; o CaCO3 (2012-presente), en la que continúa la búsqueda del arte de vanguardia sobre “el grado cero de la pintura” buscando “pintar sin pintura” con materiales orgánicos como el cascarón de huevo.
Probablemente la primera vertiente de su obra sea la más conocida. Sin embargo, aquella en la que trabaja de la mano con la naturaleza responde a una lógica de proyecto inquietante: el creador deviene facilitador o gestor de los elementos naturales.
Sería el caso, por ejemplo, de su investigación “El sentido de la posibilidad”. Iniciada en 2013 de cara al centenario de la primera Escuela de Pintura al Aire Libre, fundada por Alfredo Ramos Martínez en el pueblo de Santa Anita, en la Ciudad de México, dicha investigación revisita la tradición de la “pintura al aire libre”, que tuvo diversas escuelas. De ellas, de la Mora retoma la idea asociada con la posibilidad de captar el espíritu de la naturaleza. Como parte de su propuesta, replantea el ejercicio asociado a la representación del paisaje para proponer obras en las que la naturaleza misma sea la que se inscriba paulatinamente, con toda su potencia, en las superficies pictóricas.
Como ejemplos de esta línea de trabajo, destaca la serie 294 días, en la que el artista dispuso telas a la erosión y cambios causados por el sol, la lluvia y la contaminación, para luego limpiar, estabilizar y fijar como superficies pictóricas las piezas erosionadas e incluso deformadas. En una estrategia similar, la serie Pintura expuesta (2015-actualidad) emplaza lienzos ante las inclemencias del clima en azoteas y, a la vez, supone la renuncia del artista al control absoluto de la obra.
Ambas formas de producción se encuentran en la tarea de interrogar tanto la materialidad de las obras como los límites y procesos de la creación misma. En la obra de Gabriel de la Mora, el trabajo con los materiales, la vida y la transformación, nos presenta una negociación entre dos búsquedas: la precisión humana y la inconmensurabilidad de la naturaleza. www.gabrieldelamora.com | Instagram @gabrieldelamora118