3 minute read
LA MÚSICA Y SU LIENZO; LA PRECISIÓN EN LA MANIPULACIÓN DEL TIEMPO
por Emiliano González de León imágenes de Steve Parker
Si el tiempo puede entenderse como el lienzo de la música, cabe la posibilidad de pensar a la precisión como un instrumento para manipularlo, ya sea desde la creación para construir castillos musicales , o desde la ejecución, para dar vida a la obra y abrir un espacio de sentido colectivo.
“[…] aparece […] el hechicero que manipula el tiempo, con tal precisión, que puede pandearlo y hacer que tres segundos duren veinte minutos o que quince minutos pasen en un segundo”.
La música es una actividad humana cuyo origen es muy difícil de rastrear. Su función en las diferentes sociedades ha cambiado con el tiempo y justamente ahí encontramos el lienzo, el medio en el que sucede este maravilloso arte, que es parte inseparable de lo que nos identifica como humanos. No podemos reflexionar sobre el uso del tiempo como medio para que la música suceda, sin hablar de cómo lo concebimos, percibimos o medimos, para luego depositar en él los sonidos que, mediante hechos técnicos y culturales, forman en nuestra percepción la noción de que algo es musical. Así, mientras la música carnática piensa la música de forma sumativa, los occidentales, a pesar de que los choques culturales nos mostraron la línea curva como una alternativa, nos hemos empeñado en subdividirla y darle una dirección progresiva y teleológica.
Entonces, aparecen dos tipos de manipuladores del tiempo; los que construyen castillos sonoros sobre el lienzo y los que le dan vida a la bestia y nos la muestran en los espacios en donde nos congregamos, a veces de forma masiva, para presenciar la pequeña ventana de eternidad que es la música. Los primeros son alquimistas que hacen mapas temporales, al crear ideas que puedan ser expandidas o contraídas en el tiempo —superpuestas, retrogradadas, simplificadas, ornamentadas— y colocadas en tal proporción que no sólo tenga sentido para el que lo hace sino para el otro, el que va a presenciar ese pequeño espacio temporal en el que algo tan absurdo como organizar sonidos adquiere un sentido colectivo. Y ahí aparece el otro, el hechicero que manipula el tiempo, con tal precisión, que puede pandearlo y hacer que tres segundos duren veinte minutos o que quince minutos pasen en un segundo.
Ambos, creador y ejecutante, viven de la precisión, pero de una relativa y flexible. Cuando Lully tomó el báculo y lo golpeó contra el piso encontró una forma de comunicar su propia percepción del tiempo y descubrió algo que ya se sabía: que, aunque nuestro tiempo interno se pueda sentir distinto al de otros, hay formas de ponernos de acuerdo. Así aparece la sincronía que puede ser metronómica o plástica. Para lograr tal nivel de coordinación, la precisión se vuelve peculiar porque no sólo requiere disciplina y técnica, sino sobre todo atención, una tan especial, en la que siempre e invariablemente, el ejecutante tiene que estar presente, o para ser más específico, estar en el presente. El sonido que fue ya no está y el que vendrá no ha llegado. El artista que perfecciona sus habilidades escénicas le regala al público la posibilidad de presenciar cómo viaja en un eterno presente hasta que la última nota termina de resonar y los aplausos nos regresan al tráfico de las percepciones temporales asincrónicas.
El alquimista es distinto, juega con sus propios tiempos, los de la página en blanco, los del eureka, los de la frustración y la duda, los del oficio, los del momento sublime. Necesita la disciplina del constructor, la paciencia del que cree que vale la pena que nazca algo que no existe. Es una precisión distinta, él no corre los cien metros, sino un maratón, lo suyo es resistencia y empuje, preguntarse y responderse mil veces ¿por qué vale la pena ese momento tan efímero que es el sonido ordenado, apareciendo y desapareciendo en el tiempo?; y luego recuerda el inicio, el instante antes del ornamento, cuando en algún momento, el alquimista y el hechicero eran la misma persona, hasta que un día, junto a otras iguales a él, en un momento fortuito, golpean algo y suena: el cachorro despierta y se dan cuenta que emitiendo sonidos ordenados desde su instrumento primario, el cachorro cierra los ojos y regresa a ese extraño y apacible lugar sin tiempo.
Steve Parker es un artista que trabaja con instrumentos musicales rescatados, coros de aficionados, bandas de música e incluso la sonoridad urbana y animal para proponer al mundo como una gran sala de conciertos. Sus proyectos incluyen rituales cívicos para humanos, animales y máquinas; así como esculturas de escucha y sinfonías catárticas transportables. En Solo Meditation Parker explora la naturaleza de la experiencia musical y la necesidad de 'estar presente' en la ecuación a través del concepto de meditación. www.steve-parker.net | Instagram @parkerstevesounds