F11 religión adictiva

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INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN EN BIO-ESPIRITUALIDAD

RELIGIÓN ADICTIVA

EDWIN M. McMAHON, Ph.D. PETER A. CAMPBELL, Ph.D.

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RELIGIÓN ADICTIVA

PARTE I ORIGEN DE LA ADICCIÓN RELIGIOSA Por muchos años, hemos estado buscando un modelo psicológico adecuado, para explicar una profundamente enraizada patología que experimentamos en el cristianismo. Todo modelo tiene sus limitaciones, pero al fin hemos encontrado uno, que, sentimos, nos ayuda en gran parte a explicar la confusión y el caos que se experimenta actualmente en la cultura cristiana. Nos sentimos en deuda con Anne Wilson Schaef, especialmente por su libro “Cuando la Sociedad se Convierte en Adicta” (Harper & Row Publishers Inc. 1987), por la dirección que nuestro pensamiento tomará en las siguientes páginas. También estamos agradecidos con nuestro amigo y colega, el doctor Robert Willis, por sus reflexiones acerca de la forma de ‘nutrir’ emocionalmente al niño y los resultados en la conducta adictiva. Ambos Schaef y Willis, además de ser psicoterapeutas, tienen una forma muy clara de pensar. Ahora nosotros sentimos, junto con otros muchos investigadores especialmente los que estudian el alcoholismo y la drogadicción, que hemos llegado al punto en que todos los datos ofrecen un modelo que nos puede ayudar a entender lo que sucede dentro de la cultura religiosa cristiana, de la cual muchos de nosotros somos parte. Nuestra posición y los resultados de nuestra investigación nos llevan a concluir que el cristianismo como cultura, sistema de pensamiento, relaciones, piedad, conductas, gobierno, educación, se ha convertido a través de los siglos en un medio dentro del cuál la conducta adictiva disfruta de estatus, un modo de vida aceptable que ha sido bautizada y llamada “vida religiosa”. Nuestra experiencia nos lleva a concluir también que mientras más una persona que nace, crece, se educa, y como adulto permanece dentro de una religión, más trabajo le cuesta ver esa religión en una forma objetiva. Por tanto, es casi imposible reconocer la enfermedad estando dentro, y mucho menos podremos empezar desde allí, un proceso de recuperación. Como el emperador que no llevaba ropa, muchos de nosotros estamos tan embebidos en la subcultura religiosa que no la podemos ver tal como realmente es. Queremos situar el Enfoque Bio-Espiritual en el contexto de nuestra cultura cristiana occidental y su espiritualidad que incluye: piedad, educación, valores, así como la estructura jerárquica de dicha cultura. La Primera parte considerará las proporciones y sutileza de las crisis tan extendidas que las actitudes y conductas adictivas le traen al cristianismo. En la Segunda, identificaremos algunas de las características de la religión adictiva. En la Tercera parte, consideraremos cómo el Enfoque Bio-Espiritual ofrece una alternativa productiva y cómo reta al cambio a los tan destructivos patrones adictivos. Como la mayoría de los negocios corporativos, educativos y sistemas políticos de Occidente, las iglesias cristianas son susceptibles de ser controladas por la adicción. En


nuestra cultura, la religión se ha convertido en un sistema tan adictivo como cualquier otra institución social, perpetuando conductas adictivas en aquellos que son modelos a seguir y tratan de tener éxito en ella. Las iglesias atraen e invitan a los desordenes adictivos, exhibiendo claramente las características del adicto alcohólico, tal como entendemos la enfermedad hoy en día. Decir esto no es condenar, sino reconocer que si amamos nuestra herencia cristiana, lo mejor que podemos hacer es no seguir negando la enfermedad. Debemos confrontar y ofrecer una alternativa. A esto se le ha llamado “amor duro”. Como Anne Wilson Schaef señala: “Un sistema adictivo es, esencialmente, un sistema cerrado, ya que presenta realmente pocas elecciones a la gente en cuanto nuevos papeles y nuevas direcciones qué seguir, diferentes de los del pasado.” Schaef sigue diciendo que el sistema adictivo como un todo, manifiesta las mismas características y conductas que se reconocen actualmente como adictivas en los individuos. La Iglesia es como un holograma, con cada parte en el todo y el todo en cada parte. ‘Amor duro’ significa que así como los individuos cambian y crecen, inevitablemente tienen que forzar a su iglesia a hacer lo mismo. Empecemos con una definición. Por adicción queremos referirnos al uso de algo o alguien, como sustituto de una relación auténtica con nosotros mismos, con otros, con el mundo a nuestro alrededor y con Dios. Vamos a seguir explicando esta definición en las páginas que siguen. Pero antes, examinemos los orígenes de ese proceso adictivo en nuestra cultura. El patrón que vemos surgir como conducta adulta adictiva tuvo sus inicios en la mayoría de los casos en lo que llamaremos ‘señales mezcladas’ en la infancia. El Dr. Willis llama a esto “afirmación inconsistente”. De lo que estamos hablando es de la experiencia del niño(a) de recibir a veces retroalimentación positiva de los padres o de otros adultos significativos, y en otras ocasiones recibir señales que son interpretadas como diciéndole “ti no eres bueno”, “no vales la pena” “algo está mal contigo”. Un padre ausente, un padre trabajólico, por ejemplo, claramente señala con sus prioridades, que prefiere el trabajo excesivo a estar presente para sus hijos. Estados de ánimo inconsistentes; cambios emocionales desde un extremo al otro del espectro, son tomados por el niño como: “algo está mal conmigo para que papá -o mamá- me trate de ese modo”. Las expectativas sociales, dentro de cualquier periodo de tiempo, juegan un papel importante en esta inconsistencia. Por ejemplo, hasta hace poco, la mayoría de las jovencitas escuchaban en los medios de comunicación, las novelas románticas, revistas, amistades, películas, etc., que un matrimonio lleno de romanticismo y con dos hijos las haría felices. Luego, con un esposo ausente del hogar la mayor parte del tiempo, que cuando llegaba a casa estaba demasiado cansado para ser romántico y los niños que no eran la plenitud mágica, generaciones de madres han proyectado mucha de su infelicidad implícita o explícitamente sobre sus hijos como rechazo mezclado con culpa y tal vez conflicto, con algo de positivo. Estas señales mezcladas o inconsistentes llevan al niño a un sentido de sí mismo confuso, sin una auto-estima positiva, solidamente cimentada y en maduración desde sus primeros años de vida. Las hijas, en particular, han recibido el mensaje de la cultura y de sus amistades de que el matrimonio y el tener un hombre les traerá la felicidad, mientras que de sus madres reciben el mensaje contrario: “no confíes en los hombres”, “nunca saldrá bien”, “no durará”. En medio de estas señales contradictorias, surge un espacio vacío donde debió haber crecido una autoestima positiva y profunda. Por supuesto que todo esto tiene diferentes grados en la vida de cada persona y se supone que mientras crecíamos, todos recibimos algunas señales mezcladas. Pero el problema en nuestra cultura es que la extensión y la profundidad de tales señales dentro de


la relación primaria con los padres ha alcanzado proporciones catastróficas en nuestro siglo. Relaciones infelices y desilusionantes con expectativas románticas de felicidad, han sido la norma por varias generaciones. Un segundo factor, culturalmente devastador, que contribuye a la formación de la personalidad adictiva es que no ha habido una cultura amplia, heredada, de procesos psicológicos que se transmitan a través de la familia, la escuela y-o la iglesia, que enseñen a crecer a través de esas confusiones. Vacío y baja autoestima están a la orden del día. El fenómeno de las señales contradictorias recibidas durante la infancia es profundo y muy difundido en nuestra cultura sin un apoyo para procesar y crecer más allá de esas experiencias. El escenario se ha preparado en una escala masiva para una sociedad adictiva en todos los niveles y en todos los grupos sociales y religiosos que participan. El dolor, el vacío, la soledad y la baja autoestima que surgen de esta necesidad básica no resuelta, crean la conducta y la motivación dominante que se hace manifiesta en nuestra cultura: encontrar algo o alguien que termine con el dolor. Vemos, hoy en día surgir -con una venganza que sólo esta clase de agonía interna puede producir-, las más variadas expresiones de la conducta adictiva. La adicción que se encuentra debajo de todo esto es al control. Esto es, usar algo o a alguien para llenar el vacío, el dolor o la confusión que se sienten dentro. Ello representa un esfuerzo desesperado para acabar con la herida, para hacerla cambiar, para controlarla y de alguna manera dejar de sentirla. Vemos cuatro áreas en que la adicción se manifiesta en nuestra cultura. Estas son: el abuso de sustancias, la codependencia, el fundamentalismo y el narcisismo. Regresaremos con esto en un momento, pero primero queremos añadir una nota sobre la adicción al control que subyace a todo lo demás. Como hemos dicho cuando enseñamos el Enfoque Bio-Espiritual: creemos que la necesidad de estar en control que viene de experiencias nutricias inconsistentes, es parte de la condición humana que deja muy vulnerable para sumergirse en la mentalidad y la conducta controladora, ante la más mínima provocación. Creemos que en el cristianismo esto es lo que se entiende por el “pecado original”. El problema en nuestra cultura es que las atmósferas primarias del hogar, la familia, la iglesia y la escuela, no nos enseñan ni nos apoyan en el proceso y el crecimiento más allá de esta tendencia a controlar. Muy rara vez, como niños, se no enseña a procesar los sentimientos y las experiencias negativas que son parte del crecimiento. Si algo se nos enseña, en cambio, es a controlarlos. Así, no debe sorprendernos que la necesidad adictiva a controlar encuentre su lugar en las estructuras y sistemas sociales donde esos niños, como adultos gobiernan y crean. Pero cuando los sistemas sociales afirmantes se convierten en adictivos, alimentando la demanda de control y una sed insaciable de manos que apoyen el sistema, el problema se complica y magnifica. En nuestra sociedad se considera a la educación como la manera de alcanzar el control. Esto mismo es lo que el “método científico” es. En la religión la función de la piedad y de la espiritualidad es, en cierto modo la forma de controlar la conducta. Así que el sistema de apoyo del niño en esas áreas está listo y esperando adoptar cualquier patrón adictivo al salir del hogar. Sin embargo, los niños necesitan aprender desde sus primeros años en la familia y después reforzados por la iglesia y la escuela, cómo procesar la historia de sus vidas para que se pueda desenvolver un significado y una dirección que no precipiten el viejo patrón adictivo. “Procesar” es completamente diferente de “controlar”. El orden surge de procesar


un asunto, no porque se imponga ese orden, sino porque se le permite subir a la superficie a un significado que estaba escondido estabilizando así, una situación que de otro modo estaría incompleta y sin terminar. Todos nosotros necesitamos conocer la diferencia entre procesar un asunto y controlarlo o reprimirlo. Por eso, en nuestro Instituto damos tanta importancia a los folletos, las cartas y los artículos sobre cómo enseñar a los niños a enfocar, tratando en lo posible de involucrar a los padres, a los educadores y a maestros de religión en esta empresa. Es una batalla difícil. En la mayor parte de nuestra cultura el hogar, la religión, el sistema educacional y los valores sociales son en sí mismos un sistema de control tanto como un sistema adictivo. Caer dentro de un patrón adictivo es simplemente “acomodarse”. Este es el proceso de inculturación para el niño. Es normal crecer para formar parte del sistema, sin embargo, en la pubertad vemos la presión para “hacerla”, para “entrar en”, para “tener éxito”, y esto comienza a cobrar su precio física y emocionalmente en muchos adultos jóvenes. El dolor de no ser capaz de controlarlo todo crece más fuerte. Las cosas se salen del control y las personas jóvenes apenas, como ellos dicen, “se sostienen”; pero el dolor no disminuye. La ansiedad, el estrés y muchos suicidios empiezan a surgir. Todos estamos conscientes de estos síntomas en los adolescentes.

ÁREAS DE CONDUCTA ADICTIVA Ahora permítannos decir unas breves palabras sobre cada una de las cuatro áreas que podemos utilizar para describir la conducta adictiva: la 1ª, el abuso de sustancias que incluye el alcohol y otras drogas. Se ha investigado y escrito tanto sobre esta área que no abundaremos en esta forma de adicción. Una 2ª área es a la que nos referimos como narcisismo. Aquí estamos hablando de adicción al sexo, al dinero, al trabajo. Es básicamente una dicción que usa a las personas y a las cosas. La tendencia a conductas destructivas en esta área es obvia. La 3ª área es la codependencia en la que se adopta el papel de facilitador de la adicción que es la adicción a ayudar a otros. Este es un patrón más sutil de conducta adictiva porque involucra adicción a una persona, a la iglesia, a una organización o a una relación que a su vez está enferma de adicción. Se caracteriza, por ejemplo por la esposa mártir que disculpa, cubre y acepta el abuso de un esposo alcohólico o trabajólico. En otras palabras, lo que básicamente es algo bueno como ayudar a otros, es usado por el codependiente para bloquear el crecimiento en una relación auténtica consigo mismo, con otra persona, con la iglesia, el trabajo, la familia, la comunidad, etcétera. Sharon Wegscheider-Cruce, una terapeuta de alcoholismo ha definido a la codependencia como “la adicción a una persona o personas y sus problemas, o a una relación y sus problemas.” Anne Wilson Schaef escribe “La codependencia no es sólo apoyada e impulsada por nuestra cultura; es vista como la forma positiva de funcionar en esta cultura.” El sistema adictivo ve a la codependencia como normal, como prueba de que uno ha abrazado el sistema y todo lo que éste implica. Schaef continúa:


Invariablemente los codependientes son buenas personas, dedicadas a hacerse cargo de otros dentro del sistema familiar y a veces más allá de él, como cuidadores profesionales. Frecuentemente tienen sentimientos de valer poco y encuentran sentido a su vida haciéndose indispensables a los demás. Están dispuestos a hacer todo lo necesario para agradar a la gente. Como resultado, su cuidado de los demás, muchas veces llega al extremo de convertirse en trabajo excesivo. Los codependientes son personas que sufren, buenos mártires cristianos, servidores voluntarios, personas que hacen a un lado sus propias necesidades en lo físico, emocional y espiritual, por cuidar de los demás. Terminan exhaustos, sobrecargados y los vemos como héroes. Son tan poco egoístas, que llegan hasta el extremo de dañarse a sí mimos. Trabajan y cuidan a otros hasta desarrollar toda clase de problemas físicos y emocionales. Los codependientes no sólo se relacionan con los adictos; de hecho, exhiben muchas de las características de éstos. Tal vez no usen drogas ni beban alcohol, pero usan otras cosas compulsiva y adictivamente. Los codependientes son con frecuencia anoréxicos, bulímicos o tienen otros desórdenes con la comida. Frecuentemente fuman demasiado y toman cantidades excesivas de café. La codependencia es simplemente la otra cara de la misma moneda. Dentro del ambiente de la religión la codependencia puede ser muy sutil y difícil de reconocer. De hecho es percibida de manera muy diferente por nuestra cultura y religión. El alcoholismo y otras adicciones son vistos como negativos y malos, en cambio la codependencia es, de hecho, promovida. El codependiente recibe poco estímulo para sanar porque la enfermedad apoya a la cultura que a su vez es apoyada por esta. Como Schaef la describe; El sistema adictivo no puede sobrevivir sin los codependientes. Ellos son los que lo ayudan a proseguir; son sus abogados y protectores. Tal sistema adictivo nos invita a ser codependientes y rehúsa ver a las personas como son, y al no hacerlo somos fundamentalmente irrespetuosos con ellas. Es solamente cuando nos vemos a nosotros tal y como somos, que podemos aceptar, honrar y tomar responsabilidad por nosotros mismos. Sólo cuando poseemos lo que somos es que tenemos la opción de convertirnos en algo más. Sólo entonces, -como escribimos en nuestra descripción de lo que es la adicciónpuede surgir una relación verdadera conmigo mismo, con los demás, con el mundo que me rodea y con Dios. En esta clase de verdad, la realidad deja de basarse en la necesidad de complacer o de controlar. Uno actúa ya no por el vacío interior que adopta a la adicción, sino por una verdad interior que es la que finalmente nos hace libres. La 4ª área de comportamiento adictivo es el fundamentalismo en la religión. Mucha gente es atraída hacia una religión que promueve el deshacerse de la responsabilidad personal; por una religión que tiene todas las respuestas, que demanda obediencia ciega y no cuestionamientos personales. Las personas buscan desesperadamente seguridad en una religión que ofrece control más que la incertidumbre del crecimiento y en la que todo trabaje precisa y claramente para ellos. La personalidad adictiva es atraída hacia el fundamentalismo en la religión porque una persona así no puede soportar la ambigüedad. Él o ella, se sienten amenazados por cualquier proceso de desarrollo que precise de la incertidumbre del crecimiento y por una religión que no les dé respuestas servidas en un paquete emocionalmente satisfactorio. Regresaremos a este punto del fundamentalismo más extensamente en la siguiente sección.

PARTE II


ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA RELIGIÓN ADICTIVA Obviamente, todo lo que mencionamos en la primera parte: alcohol, drogas, dinero, sexo, trabajo, ayudar a otros y la religión, necesita que no se abuse de ello en una forma adictiva. Pero cuando alguien malusa cualquiera de estas cosas para sentirse bien acerca de sí mismo(a) para suavizar el dolor de una baja autoestima, entonces tal uso se convierte en abuso obsesivo-compulsivo que es destructivo para la persona y para la sociedad. Trágicamente, la conducta adictiva se ha incrustado en el cristianismo individualmente y como sistema a todos los niveles. De tal modo colorea nuestra espiritualidad, educación, piedad, gobierno, la calidad de nuestras relaciones y las estructuras sociales, que ni siquiera podemos reconocer la enfermedad porque vivimos en ella como parte de esa enfermedad. Como escribe Schaef: “el sistema adictivo como el holograma, refleja al individuo quien a su vez refleja al sistema. Ambos tienen los mismos síntomas, incluyendo basarse en la negación, en la necesidad de controlar a todo y a todos y en la tendencia a mentir frecuente y habitualmente.” Estas características son evidentes en el alcohólico y en el drogadicto, pero también son evidentes en la persona adicta a la codependencia como apoyo y desde la relación de ayuda, al sistema adictivo. Los codependientes se hacen adictos a facilitar la adicción y a codepender porque no tienen una identidad positiva fuerte fuera de la relación de ayuda. Ellos necesitan literalmente la adicción a la persona y/o al sistema al cual están atados. Servir a esa persona o a ese sistema se convierte en la forma primaria en que encuentran sentido a la vida en su intento -mal dirigido- para sanar sus propias heridas y su vacío interior. ¿Cuáles son entonces algunas de las características del adicto que emergen de la religión adictiva? La primera es una fachada de estabilidad y respetabilidad erigida a costa de lo que sea. Incluye la negación de que las cosas no están trabajando realmente y una falla de voluntad para reconocer que algo está equivocado en el centro de la situación, en el corazón mismo del sistema, tanto a nivel individual como colectivamente. Esto involucra una ceguera para la enfermedad misma. En las iglesias cristianas, por ejemplo, las personas peguntan, y de hecho ruegan por un proceso que los haga crecer, y en vez de esto encuentran que lo que ellas proporcionan es información sin fin. Otro modo de decir esto es que las personas piden ayuda para llegar a la integración-plenitud reconociendo que sus cuerpos y su conocimiento corporal deben ser parte del cambio. Y lo que las iglesias ofrecen es información abstracta y enseñanzas acerca de la santidad. Pero la información no es lo mismo que el proceso. La información no toca el conocimiento sentido en el cuerpo. La información no puede facilitar la clase de transformación interna que la gente está buscando. Demasiado frecuentemente los líderes de la iglesia no quieren reconocer que no tienen las respuestas y que la “información religiosa” no es lo que se necesita. Hay una especie de enfermedad, en las prioridades, las fachadas y las máscaras que se sostienen ante las personas inteligentes que sinceramente buscan crecer. La misión básica del cristianismo no es acumular doctrina, creencias, información, sino facilitar un proceso hacia la plenitud que en términos religiosos llamamos santidad. La santidad no es una idea sino una experiencia. Pero simplemente observemos hacia dónde


va mucho del dinero, dedicación, amor, tiempo y esfuerzo en el cristianismo. Esto puede convencer a cualquiera de que las prioridades están de cabeza. Hay, literalmente, una ceguera que se exhibe en las prioridades que se reflejan en muchas iglesias cristianas. Otra característica tanto del adicto como del sistema adictivo que brota en la espiritualidad es el estar centrados en sí mismos. Esto es muy evidente en muchas iglesias cristianas en las que la aceptación de cualquier cosa fuera de su sistema se mide sólo en términos de su valor para el sistema mismo. Cualquier cosa que de alguna manera no apoye al sistema, es vista como enemiga o de poco valor. Rápidamente se desarrolla una mentalidad y una perspectiva que animan a centrarse en sí mismos. Lo vemos en actitudes hacia el cambio, hacia ideas nuevas, ya sea en la ciencia, en la psicología, en el humanismo, en la política; donde sea. No hay nada malo en una posición conservadora saludable que mantiene los valores tradicionales y no se vuela con cualquier viento de doctrina nueva. Pero cuando hay una sospecha subyacente hacia algo que es diferente; cuando se duda de algo porque no pertenece al pasado no apoya claramente a todo el sistema, los hombres y mujeres que quieren crecimiento se empiezan a cuestionar. Refutando esta estrecha visión, Karl Rahner escribió hace casi 40 años, un extraordinario ensayo sobre La teología del riesgo en el que recordaba a sus lectores que: “Es parte de la esencia del cristianismo no sólo el preservar su herencia sino también presionar en las cosas nuevas del futuro”7 Una afirmación tan atrevidamente peligrosa es, por supuesto anatema tanto para el adicto que busca el control total, así como para aquellos fundamentalistas religiosos en busca de una seguridad absoluta. Este es un punto oportuno en el que podemos insertar un comentario sobre el fundamentalismo en la religión. El fundamentalismo tiende a subrayar y a expresar desórdenes seriamente adictivos que surgen dentro del judaísmo, el cristianismo y la tradición religiosa musulmana. El asunto central en la agenda religiosa adictiva no son los fundamentos de la fe sino los asuntos de autoridad y de control. Patrick M. Arnold, s. j., en un artículo incisivo, “El surgimiento del fundamentalismo católico” resume así la situación actual: Lo que es más revelador del fundamentalismo católico y al final lo que lo hace ser una enfermedad religiosa es lo se falla en discutir, proveer o predicar. Los asuntos neoortodoxos están repletos de referencias a la doctrina, la moral, la ortodoxia, la salvación, el error y la disensión. Sin embargo pocas veces mencionan a Jesucristo y la clase de asuntos morales que a él más le preocupaban: la avaricia, la hipocresía religiosa, el mal uso de la autoridad. Por todos sus clamores contra el secularismo, sus escritos están carentes de espiritualidad, prefiriendo hablar de asuntos políticos o de naturaleza eclesial, mayormente internos.” Esta visión estrecha es sintomática de una perspectiva adictiva centrada en sí misma en la que no hay libertad para ser abierto a nuestro propio mundo interior para procesar el enojo, la desesperanza, la soledad, el miedo. Entonces la única alternativa es la rigidez y el control. Arnold describe los extremos equivocados hacia donde el fundamentalismo católico está llevando a la Iglesia en los Estados Unidos: “Primero. ¿Qué fruto ha producido el fundamentalismo? Sus maquinaciones políticas han hecho resurgir el asunto ya terminado anteriormente de si los ‘políticos católicos de los Estados Unidos estaban divididos en sus lealtades’. Su interferencia en la educación católica ha vuelto a traer dudas acerca de las habilidades de los católicos para lograr asuntos académicos libremente. Sus actividades fanáticas contra el aborto


han creado un chantaje para que el pleito católico por la dignidad de la vida ahora se contemple simplemente como algo para lograr adeptos al partido. Lo peor es que han diseminado el miedo, la intimidación y la división en la Iglesia misma desde las oficinas de las chancillerías hasta los seminarios; desde las aulas universitarias hasta las parroquias. ¿Procede este fruto del Espíritu de Cristo? Segundo: los quebrantamientos, las expulsiones. Los silenciamientos, las condenaciones, las investigaciones, las campañas de cartas que van y vienen ¿permanecen siendo del Cristo revelado en las Escrituras? ¿Son estas medidas parecidas a Cristo? Aunque estas preguntas puedan parecerles piadosas a algunos, finalmente no tocan el corazón de lo que significa ser cristiano. Si los católicos perciben que el espíritu de Cristo no está presente en la nuevaortodoxia sino que ella es por mucho un producto de la convulsión cultural, entonces les incumbe refutar firmemente esas voces de miedo y de enojo, desde la catedral hasta la parroquia. Tal vez entonces se verán los fundamentalistas como lo que realmente son: gente asustada y lastimada que, como el resto de nosotros necesita sanar. (Pág. 302) Otra característica más del sistema adictivo y del adicto que se muestra en el cristianismo involucra la calidad de la interacción humana que prevalece dentro de las iglesias. Las relaciones humanas junto con las identidades y los roles que se juegan en el medio cristiano se definen usualmente en base de quién está en control. Tener éxito en el sistema es subir por la escalera del control a través de la educación, la política, las citas, el género, el poder y el servicio. En el sistema adictivo cada uno trabaja para controlar mejor a alguien más. Como dice Patrick Arnold, si el fundamentalismo es una espiritualidad superficial, es porque a pesar de las protestas en contra, la lucha ciega de la nuevaortodoxia para controlar, “excluye al espíritu”. Este asunto es un medio adictivo, es antiCristo. Otra característica del adicto que penetra la religión adictiva es la ilusión de libertad. Un sistema adictivo no puede correr el riesgo de hacer fuertes a las personas porque esto significaría destruir al sistema. Así, promueve maniobras elaboradas para dar la impresión de apoyar dicho fortalecimiento. Esto no se reconoce como mentira porque se ve como interés, sobrevivencia, o como la protección de algunos valores para que no sean destruidos. La ortodoxia llega a ser identificada como resistencia al cambio. La última cosa que un sistema adictivo quiere es el cambio y esa es una característica del adicto también. El proteger la adicción a cualquier costo y por todos los medios disponibles se convierte en la prioridad numero uno de una personalidad adictiva. En la religión, hoy en día esta tendencia caracteriza al extremo conservador y al fundamentalismo. También caracteriza al adicto y al sistema adictivo un deterioro físico y emocional extendido debido a la tensión de la adicción. Vemos ahora, entre aquellos que tienen posición de autoridad en las iglesias, cómo intentan que el sistema sea protegido. Con el tiempo, si los patrones adictivos no cambian, la mayoría de los adictos experimentarán que las fuentes físicas, emocionales y de otro tipo, que son necesarias para el cambio, han sido erosionadas por la adicción misma. Parece que después de un tiempo casi no queda nada con qué empezar el trabajo de recuperación. Otra característica de la religión adictiva es la muy extendida falta de habilidad entre la gente de la iglesia, para conectar algo conocido intelectualmente con el cómo eso lo sienten en sus cuerpos. Es una tendencia básicamente esquizoide el pensar los sentimientos en lugar de simplemente sentirlos. Es confundir una idea con un sentimiento. Alcohólicos Anónimos reconoce esto como un problema común cuando el alcohólico comienza el


programa de 12 pasos. Los AA que son perceptivos saben la diferencia entre comprometerse al programa intelectualmente, o vivirlo en su cuerpo. Cualquier forma efectiva de vivir la impotencia frente al alcohol y entregarle la vida a Dios, tiene que ser algo más que una operación intelectual. Cuando la intención se restringe de la barbilla para arriba se experimentan muchas recaídas. AA y otros programas que trabajan con las adicciones necesitan incorporar un modelo como el Enfoque Bio-Espiritual, que es un proceso corporal específico y altamente investigado dentro del ministerio de sanación. Sin algo como esto, hay una debilidad en la terapia. Esta confusión tan extendida de pensar los sentimientos en lugar de sentirlos está muy engranada en el sistema adictivo y en la persona adicta. Como lo expresa la doctora Schaef: Una adicción nos impide darnos cuenta de lo que sucede dentro de nosotros; así no tenemos que lidiar con nuestro enojo, confusión, dolor, y aun con nuestro gozo y nuestro amor porque no los sentimos o sólo vagamente nos damos cuenta de ellos. Dejamos de creer en nuestros sentidos y empezamos a depender de nuestras confusas percepciones, de donde viene lo que sabemos. Con el tiempo, esta falta de conciencia corporal mata nuestros procesos internos lo que a su vez hace que permanezcamos adictos. En algún momento tenemos que elegir recuperarnos, detener el proceso de la adicción, o moriremos. Este proceso hacia la muerte sucede no sólo a nivel personal sino es algo sistémico en nuestra cultura. Otra característica del sistema adictivo y de los adictos que se manifiesta en al religión adictiva es la falta de capacidad para asumir la responsabilidad en lo que está equivocado. Cada adicción distorsiona lo que percibe por los sentidos. El adicto no recibe la información claramente ni la procesa con precisión. Los adictos o no la contestan o no responden a ella adecuadamente. Como están fuera de contacto consigo mismos, sus juicios son generalmente inexactos. En el lenguaje de AA ellos “apoyan” a la gente, aun a los más cercanos y a aquellos a los que más aman. En las iglesias muchas personas se dan cuenta de que algo anda mal, pero se han involucrado tanto en el sistema adictivo que llegan a la conclusión de que no puede ser su culpa y que alguien diferente tendrá que hacer los cambios necesarios. Cuando otras personas no asumen esa responsabilidad porque no pueden, entonces echan la culpa a otros por lo que todavía no está bien “Si los otros hicieran solamente lo que deben hacer todo estaría bien”. Así que algunas personas de la iglesia están acusando siempre a los psicólogos, a los humanistas, etiquetando a la gente como comunista, hedonista, y culpando a otros por algo que está intrínsecamente mal en la iglesia y en el sistema mismo. Una adicción nos absuelve de tomar responsabilidad por nuestras propias vidas. Finalmente uno de los patrones adictivos que hemos encontrado más comúnmente a través de los años surge de la adicción a controlar. Podríamos llamar a esta característica la “adicción a un manipulador externo”. Con este título estamos identificando una resistencia a soltar el “siempre permanecer en el exterior” para retener el control. La necesidad de control domina todo el hecho de permitirse ser vulnerable y entrar empáticamente dentro, tanto si este estar dentro incluye el mundo de la otra persona o al propio. Esta característica puede ser fácilmente reconocida en la profundidad de la soledad tan difundida en nuestra cultura. Las relaciones personales permanecen la mayor parte del tiempo encerradas en patrones de dominación y de valoración externa. En nuestro trabajo a través de los años, ningún tema ha surgido tan fuerte y claramente como este. Es la falta de un padre, un esposo, un amigo, de “alguien que camine conmigo”, cuando el miedo, el dolor el riesgo se me hacen demasiado para caminar con ello yo solo. Esto por supuesto no dice nada de la necesidad posterior que todos tenemos de enriquecernos, de profundizar y del gozo del descubrimiento mutuo. Hay una creatividad que nos llena de vida cuando podemos compartir nuestra vida diaria con alguien más en una “forma interior”.


Nada ha sido tan doloroso para nosotros como las experiencias de tratar de ayudar a matrimonios a guiarse mutuamente en el Enfoque cuando un cónyuge se arriesga a ser vulnerable en el “poseer y dejarse ir en” algo dentro de ellos mismos y el otro permanece adicto a estar “fuera de” sin “caminar con” el otro. De esa manera, la disponibilidad interior y la conexión son bloqueadas. La agonía de esta soledad en una familia está haciendo jirones la tela de nuestra sociedad. Las adicciones, tan extendidas, están cobrando su precio. El abuso de sustancias, el suicidio, el divorcio, se presentan como resultado de la profunda soledad y de la confusión que la adicción trae a un número incontable de vidas. Dentro de la religión los patrones adictivos también se manifiestan claramente en la ansiedad difundida, la falta de liderazgo y la resistencia para proveer formas para crecer “desde dentro” en la oración y en la alabanza. Hablando en forma general, el cristianismo parece adicto a manipular a Dios a través de la oración. El incesante “hablarle a” o “pedirle a” aunque teológicamente sean indiscutibles, psicológicamente alimentan la adicción al control. Está abierto al “abuso”, al modo de ser del “padrino” en quien busco encontrar a alguien con más poder que yo y lograr ponerlo de mi lado. Entonces, una vez más, yo puedo obtener de nuevo el control. En esta forma de orar no se puede aprender nada acerca de “poseer la verdad de mí mismo” ni cómo yo llevo en mi cuerpo mi debilidad y mi miedo. No hay lugar para aprender una forma de rendirse de la manera corporal que pueda contra-atacar directamente la adicción o empezar a cambiar el patrón adictivo. Psicológicamente mucho de la piedad religiosa alimenta y sostiene en su lugar los patrones y las conductas adictivas. No es de sorprender entonces que cuando una persona lucha para romper con sus adicciones se ponga en contra de las religiones organizadas. Luchando por clarificar su necesidad sentida de un sano someterse a la verdad de si mismas “en Dios”, a menudo las personas se encuentran muy confundidas acerca de lo que su involucramiento en la iglesia les está haciendo. Estas son sólo algunas de las características de un sistema adictivo que se manifiesta a sí mismo como una religión adictiva. Continuaremos en la tercera parte con lo que proponemos como una alternativa saludable para aquellas personas atrapadas en las redes de la religión adictiva.

PARTE III EL CAMINO HACIA LA RECUPERACIÓN Escribe Anne Schaef: Lo que ahora se conoce como la enfermedad de la codependencia es resultado de años de entrenamiento básico en un sistema adictivo. Cuando las personas se rehúsan a ser codependientes no reciben el apoyo que necesitan para mantener y continuar la recuperación. Y cuando los adictos se están recuperando no pueden tolerar vivir o estar en los alrededores de un codependiente. Cuando ambos hacen, como parte de la recuperación, un cambio en el sistema, el sistema adictivo comienza a colapsarse. En la medida que podemos afirmarlo, los acercamientos más efectivos para la recuperación de cualquier adicción, siempre comienzan por nombrar y poseer la enfermedad no intelectualmente, sino como ésta es llevada en el cuerpo, es decir, como el cuerpo la conoce y no únicamente lo que pensamos de ella con nuestras mentes. Precisamente esto es lo que hacemos en los pasos del Enfoque. Es también lo que los AA buscan con los 12 pasos. La única crítica a AA y que para nosotros es válida, es la falta de un proceso efectivo para ayudar a los alcohólicos a ser dueños de su adicción en una forma corporal e ir a través de su expresión en el cuerpo, hacia una recuperación más real.


Cuando la adicción en su componente corporal, sentido, no se incluye directa y sistemáticamente como parte de un programa de recuperación sino que el adueñarse y el someterse se hace intencionalmente sólo con la mente y con la voluntad dejando fuera los pasos que llamamos de Enfoque, las recaídas son inevitables para la mayoría de las personas. El proceso debe ser completo, integral. Siempre sorprende la dificultad que algunas personas encuentran para darse cuenta de la diferencia entre pensar un asunto y sentirlo. Vivimos en una cultura que ha sido tan orientada a la palabra y a la inteligencia, que hemos llegado a creer que si sólo logramos la información adecuada en nuestras cabezas, todo estará bien. Muchos de nosotros trabajamos con esto muy duramente y con las intenciones más sinceras. Pero cuando nos dan todas las razones del por qué no tenemos que sentirnos solos, enojados, con miedo, deprimidos o celosos, a menudo llegamos al fondo cuando nos damos cuenta que nuestros sentimientos han permanecido sin ser tocados por ese ejercicio de lógica ordenada. Entonces, en ocasiones, somos bendecidos con algún comentario hecho por algún amigo o ha ocurrido algo al azar durante el día, y dentro de nosotros sentimos un cambio tangible en los sentimientos acerca de un asunto importante. De alguna manera hemos “soltado”, y la tensión ha cesado. Aunque todos hemos tenido experiencias como esta, generalmente no les prestamos suficiente atención y simplemente estamos agradecidos cuando esto sucede. Pero hay algo extremadamente trascendente acerca de ese cambio sentido. Han venido a partir de esos agraciados sucesos importantes aprendizajes que Eugene Gendlin nos ha hecho ver a través del proceso del Enfoque. Regresemos al asunto central aquí: la incapacidad del adicto para diferenciar el pensar del sentir. ¿Qué paso se saltó? ¿Qué parte de la experiencia se ha perdido en la adicción? Pete narra una experiencia útil que nos introduce al punto que queremos remarcar: Aun cuando he desarrollado algunas habilidades para hablar delante de grupos grandes, sigo siendo tímido. Ahora, cuando yo uso la palabra tímido ustedes entienden lo que yo quiero decir. Aunque la palabra es una abstracción y no una experiencia actual, describe un aspecto de la condición humana y es útil para la comunicación. Podemos hablar inteligentemente acerca de mi ser tímido y sí nos ‘entendemos’ unos a otros. Pero, ¿cómo conozco yo la experiencia de ser tímido en una forma sentida en mi cuerpo? Mi cuerpo no sabe nada de la definición abstracta. Mi cuerpo no sabe “tímido”. Lo que él sí sabe es “querer correr y esconderse”, “querer enterrar mi cara en mis manos”, “desear que el piso se abra y me trague”. Eso es la forma visceral de conocer una palabra abstracta. Muy a menudo suponemos erróneamente que si tenemos la palabra correcta y el entendimiento, entonces estamos en contacto con la realidad que la abstracción representa. Literalmente esto no tiene sentido. Falta el componente de la sensación corporal. Para poder tratar el asunto de mi timidez en mi vida y estar capacitado para moverme hacia un cambo, debo comenzar no con definiciones o abstracciones (información) sino poseyendo y permitiéndome tomar conciencia de cómo mi cuerpo conoce la experiencia. Esto es parte de mi verdad. Es allí donde la historia quiere desenvolverse, más especialmente aún, para el adicto. Cada adicción involucra alguna separación del conocimiento corporal. Cuando se restaura esta unión puede comenzar la recuperación. Cuando falta, el adicto se apoya


todavía más fuertemente en el control como la fuente primaria que usa para buscar la paz, lo que sigue reforzando cada vez más la adicción. Por tanto, el primer paso en cualquier recuperación de una adicción involucra la restauración de la unión con el conocimiento sentido en el cuerpo. En cambio, cuando esta unión está ausente, una necesidad febril por controlar domina toda la conciencia. Si examinamos los libros acerca del “cómo hacer que...” encontraremos que la mayoría enfatiza el análisis racional del hemisferio izquierdo del cerebro, del pensamiento lógico con una cierta manipulación, saltándose el proceso de plenitud y dejando a un lado el conocimiento que el cuerpo tiene. El Enfoque Bio-Espiritual restaura esa unión creando un clima amigable alrededor de los sentimientos que son temidos o que han sido sumergidos profundamente, permitiéndoles emerger y ser escuchados y contar sus historias como decimos en nuestros talleres. El “contar” esa historia no es sólo información transmitida a la mente, también incluye lo que sucede cuando se escucha el conocimiento del cuerpo. Déjenme ilustrarles esto: Tú sabes lo que se siente cuando alguien realmente te escucha. ¿Qué sientes cuando te aceptan y te respetan tal como eres? Esto permite que algo dentro de ti se aligere. Te sientes distinto hacia ti mismo(a) cuando existe un clima en el que alguien tiene para ti una presencia cálida. En forma semejante hay un aligerarse del cuerpo cuando tú estás presente en una forma gentil con algunas partes rechazadas o ignoradas dentro de ti. El adicto sólo conoce la forma de controlar esos lugares lastimados dentro de él. El adicto ignora cómo dejar que esos lugares se desenvuelvan. Sin una presencia “gentil y amable” el aspecto físico y el emocional de un asunto no pueden desenvolverse. Una gran parte del problema del adicto es que la única relación que tiene con su cuerpo es el control. Control del dolor y control del placer. Nunca escucha la historia que está dentro del dolor o de la necesidad imperiosa de gratificación inmediata. Así las cosas, no hay para el adicto nunca un cambio real, sino sólo la repetición constante de respuestas familiares de control. El Dr. Gendlin se refiere a esto como una “respuesta estructurada”. Raramente, si es que sucede, el adicto tiene la sorpresa de apertura, de espontaneidad. En el Enfoque aprendemos a tener una presencia sanadora, amable, para permitir que se desenvuelva la historia desde la parte sentida en nuestros cuerpos. Esto es lo que nos trae un cambio duradero. No se obliga a los lugares lastimados a que se sometan. Ellos mismos descubren significados y direcciones posibles cuando se les ofrece un clima de apertura y cuidado que los anima a contarnos esas historias tan a menudo bloqueadas, escondidas, olvidadas. Para lidiar con cualquier adicción, el primer paso es reconocer que ella existe. Tenemos que admitir en primer lugar que vivimos no sólo en una sociedad adictiva, sino que también somos parte de una iglesia y de una religión adictiva. Ambos sistemas se reflejan el uno al otro pues tienen una misma enfermedad. Vivir en ellos significa vivir en un sistema que exhibe todos los problemas del adicto o del alcohólico. Ambos funcionan exactamente de la misma manera. Esto no es condenar sino simplemente dale seguimiento con lo que sabemos acerca de cómo debe ser tratada una adicción. Lo más caritativo que podemos hacer es no abrazar la negación sino confrontar la enfermedad. Si amamos y valoramos nuestra fe cristiana, tenemos que desear tomarnos el trabajo necesario para la recuperación. Este es un proceso largo que eventualmente va a requerir de un cambio, en el sentido del Enfoque Bio-Espiritual, hacia un sistema completamente nuevo, que requiere de la elección por la vida al someterme a la verdad de mí mismo día con día, permitiendo que el poder dentro de la vulnerabilidad se convierta en una forma de vivir en el Espíritu. Significa cambiar de la adicción al control, hacia “el arte de esperar”, hacia “no tratar de escribir el texto para cada cosa”, hacia el “no tratar de arreglarlo todo”, sino hacia la actitud de “dejar todo y dejar que Dios...” como una nueva forma de vida.


Elegir vivir de esta manera significa que ya no podemos seguir apoyando el sistema tal y como está ahora. Tenemos que darnos cuenta de la verdad psicológica de que cualquier relación es un proceso dinámico, nunca estático, ya sea con nosotros mismos, con el cónyuge con los amigos, con un grupo o con una iglesia. Tal relación, o se compone o se descompone. Una relación es un proceso, no un producto, por lo que es difícil si no imposible mantenerla estática. En el cristianismo la gente no sólo es adicta a un sistema de control de unos a otros que ha sido teológicamente bautizado, institucionalizado y hasta considerado como una forma más elevada de vida o “vida religiosa”; también la codependencia ha sido bautizada e institucionalizada como algo “religioso”. Las personas religiosas, -especialmente los católicos y los fundamentalistas, porque psicológicamente ellos están creciendo más de lo que nos damos cuenta-, debemos rehusarnos, por nuestra propia salud, a ser facilitadores de la adicción, sabiendo que aún queda una esperanza de renovación. Debemos rechazar el aceptar la negación, la deshonestidad y las conductas que claramente manifiestan la enfermedad. No se puede permitir ya, sea individualmente o en grupo, el ser codependientes y el caer en la adicción al control y al poder. Debemos rechazar nuestro papel de facilitadores y nuestra identidad en la comunidad, como la esposa o el esposo sufriente del alcohólico que cubre sus faltas, lo disculpa, limpia sus suciedades y lo acuesta cuando viene borracho. “Si sólo fuera más paciente él cambiaría”, “me necesita”, “por el bien de mis hijos”, “para ser fiel a mis votos”. “¿Quién pagará las cuentas?”, y aun “quién sería yo sin él (o ella)?” Tal manera de pensar ya no justifica la codependencia adictiva que sólo alimenta la continuación de la enfermedad en nosotros mismos y en el sistema. El amor sano demanda que rechacemos el apoyo a las conductas adictivas sin importar qué tan amenazante y furiosa sea la respuesta. Este es el curso que debe tomar el amor maduro, no solamente por uno mismo, sino por el esposo o la esposa amado(a), por la comunidad, por la iglesia y por la sociedad. Además de esto, un interés personal debe ayudar a darnos cuenta de la verdad dolorosa acerca de la sobriedad y del proceso de recuperación. Con el conocimiento que tenemos de cómo el adicto puede obtener de nuevo la salud y la plenitud, sabemos que cuando empieza a ocurrir un cambio y una recuperación, los facilitadores, los codependientes (en la iglesia católica especialmente las religiosas, los religiosos, los sacerdotes), son los primeros en ser rechazados por aquellos que están luchando por ser ayudados a salir de su adicción. Esto sucede porque a los ojos de aquellos que se están recuperando de una adicción a la religión, los clérigos y los religiosos representan el sistema codependiente de apoyo a la familia. En la iglesia católica el personal institucional, laicos religiosos y clérigos, históricamente han caído en el papel de facilitadores como el papel de la esposa mártir. Ahora esos mismos facilitadores encuentran que aquellos que están luchando por salir del sistema los ven a ellos precisamente como los que hacen que tal sistema subsista. Tal vez mucho de la crisis de vocaciones en la iglesia católica provenga de esta percepción, tanto en términos de disminución de vocaciones saludables como del número creciente de personas adictas atraídas a la vida religiosa y que deberían ser rechazadas por razones psicológicas si se hiciera una selección cuidadosa. Parece cierto que en la actualidad, las personas sanas están rechazando abiertamente la vida religiosa y clerical. Más tarde o más temprano llegará el tiempo en que cualquier individuo o grupo que no esté completamente debilitado y absorbido por la enfermedad de la adicción o por cualquier codependencia con ella, deberá poseer la verdad de que “mi amada está enferma y el amor duro es el único real y caritativo que le ayudará en su proceso de sanación”.


Traducido en términos prácticos para el cristiano, esto significa un camino a menudo solitario, persiguiendo una nueva personalidad “en Cristo”. Esta es una nueva identidad que es no ser codependiente ni facilitador, sino alguien que es “regalado” con una vida nueva. El discernimiento individual y grupal cimentado en la apertura al Espíritu usando un apoyo sencillo y práctico como el Enfoque, nos puede guiar a poseer en nuestros cuerpos la verdad dolorosa y a veces aterradora de qué tanto ha progresado la enfermedad dentro de nosotros. Es desde el poseer esa agonía en nuestros cuerpos que finalmente podemos “dejar todo y dejar que Dios…” Debemos darle a la gracia la oportunidad de comenzar el proceso de sanación. ¿Cómo nos podemos relacionarnos de una manera sana con un sistema adictivo si no es por un proceso corporal como el Enfoque Bio-Espiritual que es experimentado como “gracia”? La dirección nueva es recibida como don, pero surge como una experiencia en el cuerpo; un recurso interno, como una presencia que habita, como un “estar en lo correcto” conocido en las entrañas y del cual, “ni la persecución ni la prisión” nos pueden separar. El proceso llamado Enfoque ha existido desde el principio de la humanidad. Pero el hecho de que se hable más de él ahora que antes en la evolución humana, no es accidental. Se nos ha recordado la Encarnación una y ora vez en formas nuevas a través de la historia. El tiempo, la claridad, la simplicidad del proceso de Gendlin y la coincidencia de algunos cientos de años en el estudio científico de las Escrituras y de la psicología, esto sí es providencial. El cuerpo del Señor que somos nosotros se halla en la unidad de cuidados intensivos y se tienen que tomar medidas extraordinarias. Irónicamente, lo que complica más nuestra situación actual es que el hospital, los médicos, las enfermeras y el personal, son el paciente. Cualquiera que sea perseverante en el Enfoque Bio-Espiritual encontrará que éste nos provee de una estructura concreta, de una disposición práctica y de un clima psicológico que permiten que la gracia de Dios nos haga lo suficientemente plenos para amar y servir de una manera sana y no adictiva. La gracia que transformará nuestras relaciones, también cambia las motivaciones escondidas, haciendo posible amar y servir en una libertad creciente. Vivir la verdad nos libera siempre. La contribución fundamental que nos hace el Enfoque en esta recuperación es que directamente hace que el proceso de poseer y someterse, se convierta en un acto de la persona total. Desde allí puede crecer la experiencia radical de la fuerza en la vulnerabilidad. Esto es exactamente lo contrario a la adicción al control. La persona ha sido liberada y dotada. No atada o dependiente de usar algo o a alguien para sentirse bien acerca de sí misma para controlar su dolor o su vacío. Es una experiencia de la que nace toda una nueva identidad. El individuo, y con el tiempo su sistema de apoyo se convierten en “una nueva creación”, en el lenguaje de san Pablo. Hay un gran fortalecimiento en la vulnerabilidad. Al soltar el control y en vez de control, en el diario sometimiento a la verdad de nosotros mismos, podemos comenzar a descubrirnos “en Cristo”. Citamos de nuevo a Anne Schaef en uno de sus escritos tan apegados a la realidad: Los adictos y sus familias viven de crisis en crisis. Cada asunto es percibido como una encrucijada y casi no ha terminado una crisis cuando ya comenza otra. Yo he creído por mucho tiempo que las crisis sirven al propósito de dar a los adictos y a sus familias la ilusión de estar vivos. Cuando tienen una crisis al menos están sintiendo algo. Una persona causante de crisis, puede hacer surgir una más de cualquier evento mundano. Llevar los niños a la escuela, hacer una decisión de trabajo, planear qué vamos a cenar, hablarle por teléfono a un amigo, todo eso se hace en un estado de pánico. Estamos inundados del quebrantamiento moral y espiritual conocemos alrededor nuestro. Nos hemos acostumbrado demasiado a las mentiras de los oficiales públicos y ya hemos perdido la capacidad de distinguir la verdad de la deshonestidad.


Creo que estas habilidades están no en la mente racional sino en el plexo solar; una sensación en las entrañas que nos dice cuándo se nos miente. Pero ¿cómo podemos recibir mensajes a través de un sistema interior para detectar mentiras cuando lo adormecemos con alcohol, con drogas, con comida, con juego, con hacer dinero o trabajando en exceso? ¿Sería posible que el Enfoque trabajara en un nivel sistémico? No lo sabemos pero podemos probar. El éxito de AA nos da suficientes razones para creer que el Enfoque no sólo apoya el modo que tienen en AA de tratar a las personas, sino que va más allá, añadiendo precisión corporal y actitudes al proceso de “poseer y dejarse ir”. Esto es un paso importante en la dirección correcta. Como escribe Schaef: Cuando las personas se embarcan en un proceso de recuperación de una adicción química, se les dice que su sobriedad debe ser la cosa más importante para ellos en el mundo o que de no ser así no podrán recuperarse. Poner esta sobriedad en primer lugar no quiere decir abandonar a tu pareja, tu trabajo o cualquier otra relación o situación en la que estés involucrado. Quiere decir que tienes que estar dispuesto a dejar cualquier cosa, aun tus relaciones si éstas amenazan tu sobriedad. Nada debe interponerse entre tú y la sobriedad, ya que si no logras la sobriedad, morirás. Nosotros creemos que la crisis en la espiritualidad cristiana, al menos en Los Estado Unidos puede igualarse con el proceso necesario hacia la sobriedad. Los cristianos no pueden permitir que cualquier cosa les impida la recuperación de su espiritualidad porque ahora ya ha llegado al extremo de ser una situación de vida o muerte para ellos. La conducta adictiva, individual y colectivamente no es algo neutral. Destruye. Como concluye Anne Wilson Schaef: “Podemos igualar nuestra espiritualidad y nuestro proceso con la sobriedad. No podemos permitir que algo se interponga entre nosotros y nuestra espiritualidad o entre nosotros y nuestro proceso vital. Si lo permitimos nos destruiremos a nosotros mismos y a los de nuestro alrededor.” Cada uno de nosotros tendrá que trabajar cualquier relación (o la adicción en nuestra iglesia) para que nos permita suficiente libertad para amar y servir en una forma sana y no en una que sirva para apoyar conductas adictivas posteriores. Entonces podremos vivir una espiritualidad cimentada en la tradición antigua, además de estar construida sobre una psicología seria del desarrollo humano. Citas: Todas las citas de Anne Wilson Schaef en este folleto han sido tomadas de: “Somos una nación de adictos”. 1987, pág. 42-47. The Furrow: Vol. 19 No. 5 Mayo 1968, pág. 266-268. America. Vol. 156, No. 14 Abril, 1987, pág. 297-302.


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