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Una ciudad, una mirada
obtener la licenciatura─, porque según manifiesta la artista, “la Facultad ya no le aportaba nada”. Sigue así con sus paseos por la ciudad de Quito tomando apuntes, en ocasiones también fotografías; enamorada de Quito y su arquitectura, registra todo cuanto le impresiona y se dedica a trabajar desde su casa.
En aquella época no había PhD ni nada, entonces no era necesario, solamente tener una licenciatura y punto, y ellos no la tenían porque antes no había Facultad de Artes, la crearon con nosotros, con la generación mía crearon la facultad, fuimos los primeros en asistir a la facultad, entonces algunos de ellos eran profesores de la escuela de artes y otros no, pero fueron mis maestros, buenos maestros (Larrea, 2018).
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Tras abandonar la Facultad de Artes en 1978, mantiene sus paseos y toma de apuntes que traslada a sus dibujos; también trabaja en el Colegio Alemán —donde se mantiene como profesora durante catorce años—, y en la escuela de danza. Su formación continua ahora en los talleres privados de los profesores Faik Hussein (pintura) y Kurt Müller (grabado).
En 1980, aconsejada por el acuarelista Oswaldo Muñoz Mariño, presenta sus trabajos en el Museo Guayasamín con buena acogida. Bajo el título “Una ciudad, una mirada”, presenta su primera muestra individual entre octubre y noviembre de 1980 con absoluto éxito y la venta de la casi totalidad de la obra. El propio Oswaldo Guayasamín hace una crítica de su obra.
Figura 19. Comentario de Oswaldo Guayasamín. Quito. 1980
Fuente: Colección de la artista
La exposición muestra dibujos a lápiz, en pequeño formato, de rincones y detalles del Quito colonial; templos, campanarios, casas viejas, torres, cúpulas, portones, etc., capturados durante sus interminables recorridos por las calles de Quito. Con finos trazos, muestra detalles de la ciudad que, envuelta en una especie de niebla, aparece de forma misteriosa y mágica. “La niebla se presenta de forma figurativa y abstracta, como una sombra sobre sus trazos” (El Telégrafo, 2016).
Figura 20. Ruby Larrea, San Francisco. Lápiz sobre cartulina.
Fuente: Colección de la artista
La arquitectura colonial se convierte en un tema reiterativo en la obra de la artista que, a partir de este momento, lo trabaja incansable y tenazmente durante toda su trayectoria artística. Ver la obra de Ruby Larrea es sumergirse en el Quito viejo, en sus calles, leyendas y tradiciones que conservan el patrimonio cultural. Las imágenes realizadas en blanco y negro, con lápices de diferentes durezas —hasta ocho— y con el trazo de líneas, puntos y volutas, crea diferentes texturas con las que consigue la forma, sombras, nieblas y esos preciosos detalles de la arquitectura barroca.
Yo empecé con el dibujo a lápiz, me llamó mucho la atención el centro histórico; entonces veía una arquitectura maravillosa y pensé que podía hacerlo con lápiz y ponerle una neblina, quería hacer surrealismo, pero no fue lo que conseguí (Larrea, 2018).
Posiblemente la imposibilidad de realizar grabado, técnica que aprende durante su época estudiantil, es la base para que se dedique al dibujo. La carencia de herramientas y un espacio apropiado para su ejecución imposibilitó la práctica del grabado fuera de las aulas; sin embargo, Ruby Larrea simplifica la técnica a través del dibujo ejecutándolo de forma similar a través del uso de líneas finas, delicadas y minuciosas (Febres Cordero, 1980).
Oswaldo Muñoz Mariño, conocedor de su obra, alienta a la artista a continuar con esta práctica artística. Pedro Drago escribe de la primera exposición individual de Ruby Larrea el siguiente texto:
Una ciudad es un rincón que se repite. Un sueño recurrente. La nostalgia de un diseño inconfundible. Una calle así. Un campanario así. Una combinación de ángulos y espacios que se llaman unos a otros de un mismo modo.
Hubo un tiempo en que Quito sólo fue como sus signos básicos: los recovecos, las callejuelas retorcidas, sus torres, sus cúpulas, sus viejos tejados.
Ahora es mucho más que eso, sin duda.
Pero aquellos signos perduran. Son otra cosa que espacios relegados a lo Antiguo o a la Historia. O al Sur que es lo mismo. Perseveran. Sobreviven. Son el fondo personal de la ciudad. Su corazón inevitable. La matriz desde donde parte y se propaga la ciudad. Su referente inequívoco.
Entonces vamos a hablar de una coincidencia.
En los poéticos y minuciosos dibujos de Ruby, hay un encuentro. Allí el viejo corazón de la ciudad se ofrece o se entrega a una mirada que a su vez lo busca. Que lo sueña. Que lo añora. Por eso los dibujos de Ruby van más allá de la representación de un detalle, de un rincón. Son la nostalgia de una mirada, la memoria de una mirada.
La ciudad brota en ellos en medio de una niebla que la envuelve y la protege, que la penetra y acaricia a la vez. En torno a la reproducción precisa, amorosa y cierta de un campanario, de una casona, se expande esa vaga niebla inaprehensible. Pasa lo mismo con el recuerdo y el olvido: lo vivido, lo buscado, lo que quiere ser retenido, se hunde siempre en lo vago y tenue, en lo que se escapa y huye. Así es el arte de Ruby: deliciosamente ambiguo, abarca a un tiempo la realidad y el ensueño (1980).