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Mujeres que construyen el entorno

Reconocimiento y diversidad de perspectivas en la arquitectura

Como en todas actividades humanas, la contribución de la mujer en la arquitectura a lo largo de la historia ha sido injustamente invisibilizada. En las últimas décadas y, especialmente, gracias al impulso del movimiento feminista y la concienciación social, se ha venido realizando un intenso trabajo de investigación y divulgación –habitualmente femenino– que ha permitido dar a conocer la labor de muchas mujeres en este ámbito y escribir una historia de la arquitectura más fiel a la realidad.

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Ejemplo de ello son iniciativas como el blog «Un día | Una arquitecta», que, como su nombre indica, durante cuatro años publicó diariamente una entrada dedicada a alguna arquitecta. A pesar de las dificultades que enfrentaron estas mujeres por su contexto social, podemos comprobar que la labor femenina en la disciplina se extiende desde, al menos, la Edad Media –con la excepción de la mecenas Octavia en la antigua Roma– hasta hoy, con ejemplos de muchas que siguen en activo. Otros trabajos han permitido poner en la historia del siglo XX –crucial para la disciplina– a mujeres que hicieron importantes contribuciones, en muchos casos trabajando codo con codo con los considerados grandes maestros del movimiento moderno. Tal es el caso de Charlotte Perriand, vinculada a Le Corbusier; Lilly Reich, junto a Mies van der Rohe, o Aino Aalto, junto a su marido Alvar. El trabajo de estas arquitectas, considerado menor durante mucho tiempo, se ha reconocido como fundamental en algunas obras imprescindibles del siglo pasado. Sin embargo, este reconocimiento otorgado desde el mundo académico ha tardado más en llegar desde otros lugares. Así ha ocurrido con el premio Pritzker (1979-), el llamado «Nobel» de la arquitectura, que en sus primeros 40 años de historia tan solo había honrado la labor de tres mujeres: la iraní Zaha Hadid, en solitario, y la japonesa Kazujo Sejima y española Carme Pigem, junto a sus compañeros de estudio varo - nes. Sonado fue el caso de Denise Scott Brown, quien junto a su marido, Robert Venturi, jugó un papel fundamental en el desarrollo de la arquitectura posmoderna a partir de la década de 1970. Cuando el premio reconoció la labor de éste en 1991, ella fue ignorada por completo.

Pero no solo es importante rescatar todos estos nombres individuales, sino también atender a la contribución colectiva que han hecho y hacen las mujeres desde su perspectiva particular. La arquitectura nos rodea y está presente en toda nuestra vida. Es el soporte –mejor o peor– de la gran mayoría de nuestras actividades, desde las más prosaicas hasta las más trascendentales. Intervenir sobre nuestro entorno, como agente activo y transformador, es algo esencial al ser humano. Y como tal, en la arquitectura volcamos nuestras experiencias, marcadas por nuestro género, origen y posición social.

Por eso, no es casual que muchas de las arquitectas antes nombradas centraran su actividad en el diseño del espacio doméstico, entorno históricamente femenino. Un gran ejemplo de ello es el de la austriaca Margarete Schütte-Lihoztky quien centró su labor en la vivienda social del siglo XX. Sus trabajos revolucionarios para mejorar la comodidad y optimizar las actividades en la conocida «cocina de Frankfurt» dieron lugar a nuestras cocinas modernas. Hoy en día también podemos ver este cambio de perspectiva en iniciativas como el urbanismo feminista, desarrollado por grupos como Punt 6, que busca romper con una concepción de la ciudad desde la visión patriarcal, centrada en el trabajo productivo, y pensarla más desde lo comunitario, teniendo en cuenta la diversidad de colectivos que la habitan. Con ello, ganamos todos.

Dedicado a mis amigas arquitectas.

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