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Carta del Capellán

Javier Ruiz

CARTA DE NUESTRO CAPELLÁN

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¡CIERTAMENTE LA CRUZ ES UN MISTERIO!

Son muchas las cruces, de diversas maneras y de distintas formas, de ayer, de hoy y de siempre: Ucrania, Haití, Afganistán, Irak, Palestina, Somalia... Guerra mundial, guerra Civil, guerra Santa, Vietnam, Cruzadas... Homicidios, violaciones, aborto, abusos... Refugiados, emigrantes, cárceles... Hambre, miseria, incultura... Discriminación, xenofobia, tortura... soledad, depresiones, drogadicción... hospitales, residencias, transeúntes, mentiras, fraudes, robos, … niños abandonados, vendidos o comprados, utilizados ... y todas con su sello de muerte. No tendría hojas en esta pequeña publicación, ni capacidad en ningún libro, para escribir sobre las cruces de esta nuestra historia. No hay ni un instante en el devenir de la humanidad sin dolor, sin sufrimiento, sin CRUZ. ¿Por qué, aunque sea solo un momento, no nos paramos a mirarlas? Una pequeña reflexión sobre ellas. Ya sé que tenemos demasiadas prisas, quizás nos haría un poco distintos, o a lo mejor un poco nuevos. Hay, para mí y para los que queremos ser cristianos, una cruz especial; para muchos, otra más en el camino de la humanidad. Hace 2000 años, a las afueras de Jerusalén, entre otros, agonizaba un hombre bueno. ¡Otra cruz más! no se le conoce que haya hecho daño a nadie, su lenguaje es de amor, de fraternidad, de paz, se acerca a todos

con gestos sencillos y toca el dolor de las gentes: leprosos, ciegos, paralíticos, marginados sociales, niños... Nos dice que hay un Padre, que es su Padre, que nos quiere y anuncia una Buena Noticia para todos. Al final una cruz. ¿Una cruz más? Los seres humanos dotados de inteligencia, inteligencia que también produce cruces, nos preguntamos y nos interrogamos sobre el mal. ¿por qué? ¿por qué, Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Es qué Dios no tiene oídos, ni ojos, ni corazón? Cabe una respuesta, no es nueva, o Dios está muy ocupado o no se preocupa o no está... DIOS NO EXISTE. Y entonces, en consecuencia, no nos queda otra solución que aceptar irremediablemente todas las cruces. Pueden dulcificarse ¡es verdad!, PERO TERMINAMOS EN LA GRAN CRUZ, que hasta técnicamente podemos hacerla más cómoda, LA MUERTE. Dicho vulgarmente, cada uno tenemos que aguantar nuestra vela o nuestra cruz. Los que tenemos fe cristiana, vivimos con las mismas cruces del mundo ¡claro que sí!, pero nuestro Dios está también en la cruz. Es un Dios que asume la condición humana, desde el nacimiento hasta la muerte. No está sordo, ni ciego... está con nosotros, crucificado con todas las cruces del mundo. En la cruz del Gólgota se dilucida la misma pregunta: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. O decía: “Jesús (tú que estas como yo) acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. El le dijo: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Aparece entonces una luz, en el difícil misterio de la cruz: “estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, dirá el apóstol Pablo. “Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”, nos dice la 28 carta de Pedro. Ciertamente, prefiero un Dios en la cruz compartiendo mi humanidad con su debilidad, que un Dios soluciona problemas que no esté a mi lado. Con mi cariño a todos los hombres y mujeres en esta Semana Santa, especialmente a los que más sufrimiento tienen en su vida.

M.I. Sr. D. Juan Quiles Clájer Párroco de El Salvador y Capellán de la Cofradía

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