REPLICANTE: ANGUSTIA ESPIRITUAL Ensayos sobre Blade Runner Víctor Marcos Hernández textosdebabel.ediciones
LA ANGUSTIA ESPIRITUAL DEL REPLICANTE
En La ciencia ficción como indagación del ser, el poeta y teólogo Leopoldo CervantesOrtiz, nos habla sobre Blade Runner, la película de Ridley Scott que ha suscitado numerosos ensayos y análisis de diferentes personas; una de ellas es Fernando Savater, de quien Cervantes-Ortiz dirá que es “uno de los más lúcidos exégetas de Blade Runner”, y es que para Cervantes-Ortiz, Fernando Savater ha sabido retratar la condición humana, la fragilidad de los hombres, misma que ha llegado a brotar en el ser mismo del Replicante, teniendo este último una carga existencial que solamente puede habitar en el hombre. La carga existencial que el androide experimenta –aunque Ridley Scott diría que necesitamos llamarle Replicante –, y que es humana, o demasiado humana, le viene a causa de la noción de la muerte, de su propia muerte, según Cervantes-Ortiz, afirmación que puede ser explicada con las palabras de Savater, ya que “si bien morir es lo más natural que nos ocurre, aquello en lo que estriba por antonomasia lo incontrolable de nuestra naturaleza, saber que vamos a morir es la característica menos refutablemente humana. […] la muerte nos une a la naturaleza, pero la conciencia de la muerte nos distancia de ella”. Estas palabras rescatan la esencia de lo que produce angustia en el Replicante –en Roy Batty encontramos un ejemplo supremo de un Replicante paradójico, puesto que se angustia, y la angustia solamente pertenece a los hombres–: la conciencia de la muerte, la necesidad de más tiempo, la búsqueda de la eternidad y la frustración ante la fragilidad humana, que también podríamos llamarle, con Alberto Cardín, “la angustia de la caducidad”, pues “Es verdaderamente lamentable y deprimente pensar que cuando muramos seguirá funcionando nuestra máquina de escribir y que nuestro televisor continuará inmutable emitiendo electrones. Cuando seamos polvo seguirán en pie catedrales y rascacielos. Y firmes los miles de muebles que hayamos usado en vida”. Las palabras anteriores encuentran eco en el poema de Borges, Las cosas, que nos explica, con esa característica borgesiana, lo pasajero del hombre, la vanidad de la vida, […] ¡Cuantas cosas, limas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas! 1
Durarán más allá de nuestro olvido: no sabrán nunca que nos hemos ido. Las limas, los umbrales de la puerta, las copas y los clavos, así como la máquina de escribir, el televisor, las catedrales y los rascacielos, todo eso permanece por encima de la vida de los hombres. Es increíble que los creadores de todos esos elementos materiales, formen todas esas cosas, y que sean más frágiles que sus propias creaciones. “La permanencia del objeto sobre lo humano es una burla grotesca para su creador”; es ironía del destino. En el poema de Borges se nos dice algo sorprendente: ¡las cosas no sabrán que nos hemos ido! Borges le da cierta personalidad a las cosas, las hace saber, las vuelve seres que saben, seres con conciencia; Savater dirá “saber que vamos a morir…” es lo característico de lo humano, pero en Borges, las cosas saben, y entonces, no sabrán que nos hemos ido. Sabrán sin saber que hemos muerto. Para Cervantes-Ortiz, el deicidio es el verdadero clímax en la película, pues alcanza dimensiones trascendentales. Dicha trascendencia se encontrará en lo que ya hemos discutido, la conciencia que el Replicante tiene de su propia muerte. Rafael Argullol explica que “Con su deicidio Roy deja de ser un replicante pues, al asegurarse del carácter inevitable de la muerte, se asegura de su acta de nacimiento como hombre”. La perspectiva del deicidio se vuelve extremadamente compleja cuando vamos entendiendo las palabras de Argullol y de Cervantes-Ortiz, pues como este último explica, “al matar a su creador (Dios), la criatura hecha de pedazos humanos alcanza su humanidad, para ir a dar cara a cara con la muerte”; al matar a su Creador-Tyrell, Roy Batty-Replicante, alcanza su humanidad, nace como hombre, pues morirá igual que los hombres, es por eso que Savater le dirá, “bienvenido a la humanidad, hermano replicante”, porque ahora morirá. Paradójicamente, la muerte del Replicante será su nacimiento como hombre. El tema del deicidio es contradictorio. Argullol explica que “el hombre, atrapado entre los resortes de esta contradicción, necesita matar al Padre, matar a Dios, para acceder al pleno estado humano. Sólo el deicidio le sitúa brutalmente ante sí mismo, despojándole de la seguridad de la dependencia paterna y arrojándole a la libertad del huérfano”. El deicidio lo coloca en su propia libertad, se auto-libera; pero es la libertad del huérfano. La muerte del Padre es el nacimiento de sí mismo. Preguntaríamos, ¿la conciencia de su muerte, de su horfandad, que es característica de los hombres, y que el Replicante logra alcanzar por 2
medio del deicidio, es la conciencia de su propia libertad? ¿El Replicante se vuelve libre al saber que morirá? Según lo que nos vienen diciendo los autores que estamos analizando, la respuesta sería afirmativa. Entonces el deicidio, que es el verdadero clímax, y que lleva a la conciencia de la propia muerte, misma que sería el verdadero clímax, pero con Savater, de la conciencia de la condición humana, se vuelve el punto central en la película, y nos muestra al Replicante como el ser que busca la libertad del tiempo –o extender el tiempo, pues recordemos que solamente contaban con 4 años de vida–, pues el tiempo, según Heidegger, contendría el ser-ahí, y el ser-ahí “tiene en sí mismo la posibilidad de encontrarse con su muerte como la posibilidad más extrema de sí mismo”. Al unir el deicidio con el ser-ahí y su extrema posibilidad de encontrarse de cara con la muerte, se despliega ante nosotros el panorama de la problemática existencial del Replicante. Según Heidegger, la “posibilidad más extrema de ser tiene el carácter de lo que se aproxima con certeza”, y la certeza de la posibilidad de la propia muerte que tiene el Replicante es la extrema certeza en sí mismo. Siguiendo a Heidegger, en una cita que es bastante compleja, vemos que el Replicante se encuentra de cara a su propia muerte, como una “certeza indeterminada de la más propia posibilidad del-ser-relativamente-al-fin”; pero en él no existe una certeza indeterminada, ya que la determinación es el deicidio, y éste, al ser cometido por Roy Batty, se vuelve, de forma absoluta, su propia posibilidad. Esta propia posibilidad absoluta, en el Replicante, se continúa explicando con Heidegger, ya que él sostiene “Nunca tengo el ser-ahí del otro en la forma originaria, que es el único modo apropiado de tener el ser-ahí: yo nunca soy el otro”. No es otro el que comete deicidio, sino el Replicante; no hay indeterminación en su muerte, sino la muerte por la determinación del deicidio. No era otro, no era el Blade Runner, era el Replicante, era Roy Batty. ¿Era su destino? Entonces, según los autores que hemos venido analizando, el deicidio sería, en el Replicante, la garantía de la extrema certeza de la muerte a la que irá a dar cara a cara, o, con Heidegger, de cara con su muerte. Es por eso que existe, como parte esencial de la película, la lucha en contra del tiempo, la lucha contra la propia caducidad. La lucha contra la propia muerte. En esa lucha se encuentra: la conciencia de la muerte, la lucha contra el tiempo, el nacimiento a la condición humana, la libertad del huérfano a causa del deicidio, es decir, 3
matar a Dios-Padre; la problemática existencial del Replicante se ha transformado en una búsqueda metafísica, en una búsqueda que va más allá de lo racional. Se transforma, como lo ha llamado Unamuno, en sed de eternidad. Miguel de Unamuno, en el Capítulo III –El hambre de inmortalidad–, dentro de su obra Del sentimiento trágico de la vida, hablará del “inmortal anhelo de inmortalidad”, y exclama, en palabras que son más poéticas que filosóficas, “¡Eternidad! ¡Eternidad! Este es el anhelo; la sed de eternidad es lo que se llama amor entre los hombres, y quien a otro ama es que quiere eternizarse en él”. Y es que realmente leemos un poema, el ideal de un corazón humano ingenuo; San Pablo dirá “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. ¿Acaso es posible que creamos en estas afirmaciones sobre el amor? ¿No fue Nietzsche quien nos enseñó que no existe un modelo primigenio, originario, original? Pero esta es la búsqueda metafísica del Replicante, “¡Ser, ser siempre, ser sin término! ¡Sed de ser, sed de ser más! ¡Hambre de Dios! ¡Sed de amor eternizante y eterno! ¡Ser siempre! ¡Ser Dios!” Esta búsqueda va más allá del deicidio que lo ha determinado hacia la muerte. La búsqueda metafísica, el anhelar “ser siempre, ser sin término”, no es la búsqueda de una religión específica; es una búsqueda religiosa, sí, pero religiosa en el sentido de religarse. Se ha religado al hombre por la conciencia de su propia muerte; se ha vuelto hermano del hombre a causa de saber que un día morirá como todos. Dice Kierkegaard que si “el hombre fuese un animal o un ángel, no sería nunca presa de la angustia. Pero es una síntesis y, por tanto, puede angustiarse, y cuanto más hondamente se angustia tanto más grande es el hombre”, y, ¿qué es esto que nos dice el filósofo, que el hombre, entre más se angustia se vuelve más grande, es decir, se vuelve más humano, sino que la angustia es totalmente del hombre? No es un animal ni un ángel, sino un hombre y se angustia; y el Replicante se angustia, aun cuando él no es un animal, ni un ángel, ni un hombre, sino un hombre perfecto, “un ser humano completo, un cultivo de pura carne, muy avanzado y altamente perfeccionado”; es un hombre perfecto, “más capaz que un atleta olímpico y con el cerebro de una computadora”. Y su angustia, aun cuando es un cultivo perfecto, surge de él –dice Kierkegaard, “el hombre mismo produce angustia”– a causa de 4
que pretendieron “obtener todos los atributos de una máquina, además de los de un mortal. Este es precisamente su gran error, no librarse de las desventajas terrenas, del deterioro…” En medio de esta angustia es que logra salvarse, redimirse a sí mismo. Después de haber cometido deicidio, al dar muerte a su Creador, aquel científico que no pudo “obsequiarle”, de “pura gracia”, más tiempo; aquel científico que solamente tuvo palabras vanas, como las que escuchamos, “Cuanto más brilla una luz, menos dura. Y tú has sido muy brillante”; vemos a Roy Batty con una mirada totalmente desquiciada. Pero, ¿qué otro rostro puede tener alguien que ha perdido completamente la fe? ¿Qué rostro se dibuja en aquel que ha dado muerte al Creador? ¿Qué esperanza puede haber en aquel que ha dejado de creer? Pero, en Roy, ¿realmente se ha esfumado la esperanza? ¿Realmente ha perdido la fe? ¿Será que realmente ha dado muerte al Creador? La siguiente secuencia en la película es la lucha entre Rick Deckard y Roy Batty, y el final de dicha lucha será la respuesta a las preguntas anteriores. Roy Batty inicia una persecución contra el Blade Runner. José Luis Guarner, en El hombre de sable contra el infierno de Ridley, nos dice que “No se dan explicaciones de lo que blade runner –“el que corre con la espada”, sinónimo del ejecutor implacable, el cazador de replicantes con licencia para matar legalmente– significa con exactitud, ni está muy claro cuál sería su traducción castellana…” Nosotros nos quedaríamos con “el cazador de replicantes” para explicar que el Replicante tomó la acción del Blade Runner. El Replicante se volvió el Blade Runner. El Replicante se volvió cazador, y el Blade Runner se transformó en Replicante. Y el destino del Replicante-Blade Runner, era destruir al Blade Runner-Replicante, pero es otro el destino que rige al Replicante. La transformación casi podría ser señalada como un misterio teológico, una acción metafísica, una metáfora fuera de todo sistema filosófico y de pensamiento racional. El Replicante se ha transformado en Blade Runner, y no cumple con el destino de destruir, sino que encuentra la redención de sí mismo y del Blade Runner, Rick Deckard.
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